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2 Pec 2015-2016
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El Manifiesto de Sandhurst
“ He recibido de España un gran número de felicitaciones con motivo de mi
cumpleaños (...)
Cuantos me han escrito muestran igual convicción de que sólo el restablecimiento
de la monarquía constitucional puede poner término a la opresión, a la incertidumbre y a
las crueles perturbaciones que experimenta España. Dícenme que así lo reconoce ya la
mayoría de nuestros compatriotas, y que antes de mucho estarán conmigo los de buena
fe, cuales fueren sus antecedentes políticos, comprendiendo que no pueden temer
exclusiones ni de un monarca nuevo y desapasionado ni de un régimen que
precisamente hoy se impone porque representa la unión y la paz.
No sé yo cuando o como, ni siquiera si se ha de realizar esa esperanza. Sólo puedo
decir que nada omitiré para hacerme digno del difícil encargo de restablecer en nuestra
noble nación al tiempo que la concordia, el orden legal y la libertad política, si Dios en
sus altos designios me la confía.
Por virtud de la espontánea y solemne abdicación de mi augusta madre, tan
generosa como infortunada, soy único representante yo del derecho monárquico en
España. Arranca éste de una legislación secular, confirmada por todos los precedentes
históricos, y está indudablemente unida a todas las instituciones representativas, que
nunca dejaron de funcionar legalmente durante treinta y cinco años transcurridos desde
que comenzó el reinado de mi madre hasta que, niño aún, pisé yo con todos los míos el
suelo extranjero.
Huérfana la nación ahora de todo derecho público e indefinidamente privada de sus
libertades, natural es que vuelva los ojos a su acostumbrado derecho constitucional y a
aquellas libres instituciones que ni en 1812 le impidieron defender su independencia ni
acabar en 1840 otra empeñada guerra civil. Debióles, además, muchos años de progreso
constante, de prosperidad, de crédito y aun de alguna gloria; (...)
Por todo eso, sin duda, lo único que inspira ya confianza en España es una
Monarquía hereditaria y representativa, mirándola como irreemplazable garantía de sus
derechos e intereses desde las clases obreras hasta las más elevadas.(...)
Afortunadamente la monarquía hereditaria y constitucional posee en sus principios
la necesaria flexibilidad y cuantas condiciones de acierto hacen falta para que todos los
problemas que traiga su restablecimiento consigo sean resueltos de conformidad con los
votos y la convivencia de la nación.
No hay que esperar que decida yo nada de plano y arbitrariamente; sin Cortes no
resolvieron los negocios arduos los príncipes españoles allá en los antiguos tiempos de
la monarquía, y esta justísima regla de conducta no he de olvidarla yo en mi condición
presente, y cuando todos los españoles están ya habituados a los procedimientos
parlamentarios. Llegado el caso, fácil será que se entiendan y concierten las cuestiones
por resolver un príncipe leal y un pueblo libre. (...)
Nada deseo tanto como que nuestra patria lo sea de verdad. A ello ha de contribuir
poderosamente la dura lección de estos últimos tiempos que, si para nadie puede ser
perdida, todavía lo será menos para las honrosas y laboriosas clases populares, víctimas
de sofismas pérfidos o de absurdas ilusiones.
Cuanto se está viviendo enseña que las naciones más grandes y prósperas, y donde
el orden, la libertad y la justicia se admiran mejor, son aquellas que respetan más su
propia historia. No impide esto, en verdad, que atentamente observen y sigan con
seguros pasos la marcha progresiva de la civilización. Quiera, pues, la Providencia
divina que algún día se inspire el pueblo español en tales ejemplos.
Por mi parte, debo al infortunio estar en contacto con los hombres y las cosas de la
Europa moderna, y sin en ella no alcanza España una posición digna de su historia, y de
consuno independiente y simpática, culpa mía no será ni ahora ni nunca. Sea la que
quiera mi propia suerte ni dejaré de ser buen español ni, como todos mis antepasados,
buen católico, ni, como hombre del siglo, verdaderamente liberal.
Suyo afmo.,
Alfonso de Borbón
Nork-Town (Sandhurst), 1 de diciembre de 1874”
Este mapa histórico muestra la desigual implantación de las dos grandes corrientes del
movimiento obrero en España hacia 1.880, la socialista y la anarquista. Ante todo, cabe
hacer una precisión sobre las dos indicaciones que sitúan esta implantación en el territorio:
así, los círculos señalan las principales localizaciones de la FTRE, anarquista, y las
estrellas, las socialistas; pues bien, la FTRE fue creada en 1.881 tras la disolución de la
Federación Regional Española por mor de las diferencias ideológicas y estratégicas
surgidas en su seno, por lo que, en puridad, o estos círculos marcados en el mapa se
corresponden con las localizaciones de la FRE en 1.880, o la leyenda del mapa debiera ser
“Movimiento Obrero 1.881”. Hecha esta salvedad, en aras de la más estricta pulcritud
histórica, podemos comenzar el comentario del mapa.
Lo primero que destaca es la abrumadora mayoría de los círculos sobre las estrellas, es
decir, de la implantación anarquista frente a la socialista-marxista. El anarquismo es muy
mayoritario en todo el Levante y Andalucía donde tiene una muy fuerte implantación; en
estas zonas, por el contrario, la presencia socialista sólo es destacable en los núcleos
fabriles de Barcelona y Tarragona y, en menor medida, en los de Valencia y Castellón, sin
apenas influencia en toda la mitad sur peninsular. De hecho, la implantación socialista al
inicio de la década de los 80 está muy focalizada en Madrid y Vizcaya con enclaves en
Zaragoza, Valladolid y la zona portuaria de Vigo en Galicia. Mientras, el anarquismo está
firmemente asentado, además de la zona mediterránea y Andalucía, en el sur de Castilla
La Nueva, en ciudades del norte de Castilla La Vieja, como Palencia, Valladolid y Burgos,
en Galicia, en La Coruña y Pontevedra, así como en El País Vasco donde se disputa la
hegemonía con los socialistas. En todo caso, hay que advertir que el número de militantes
de una u otra opción era minoritario respecto al total de trabajadores existentes en el país.
España, en 1.880, tiene ya plenamente asentada la Restauración. Una restauración
monárquica que había puesto fin a la primera experiencia republicana del país, surgida en
el Sexenio Democrático. Alfonso XII reinaba desde enero de 1.875, tras el
pronunciamiento del general Martínez Campos, y en 1876 se había aprobado la nueva
constitución que proclamaba que la soberanía residía en ”las Cortes con el Rey”, es decir,
sin un reconocimiento completo de la soberanía popular. Fue Cánovas el artífice
fundamental de la restauración borbónica. El político malagueño, antiguo ministro por la
Unión Liberal en tiempo de Isabel II, aglutinó a los diversos grupos regeneracionistas
monárquicos y con el famoso manifiesto de Sandhurst, que rubricaría el futuro rey, se
presentaba a éste como la solución al desgobierno de España.
Muy a grandes rasgos, los primeros años de la Restauración vienen marcados por la
vuelta al tiempo anterior a la experiencia democrática del Sexenio y el continuismo
canovista del liberalismo doctrinario en que la Monarquía vertebra y determina todos los
caracteres del sistema. Un sistema con un absoluto protagonismo de la clase dirigente
sustentado en un férreo control político a través del caciquismo. Sistema que no puede
entenderse sin las raíces cubanas, esclavistas, en que se apoyó. Pese a reinterpretaciones
actuales, neoliberales, que pretenden caracterizar la Restauración como un régimen
parlamentario en que la Corona vertebra y armoniza, y un Cánovas gran estadista y liberal,
la realidad refleja los límites de la Restauración como sistema de consenso por las
múltiples exclusiones de hecho que supuso, y el carácter autoritario del político
malagueño. Más que un anacronismo, calificar dicho régimen como democrático es una
manifiesta falsedad. Políticamente, el diseño bipartidista de Cánovas reforzó el poder de
las élites alejándolo de la sociedad. Bipartidismo y turnismo se configuran como los dos
mecanismos imprescindibles del caciquismo, como señala acertadamente el catedrático de
Historia Contemporánea de la Universidad de Valladolid Pedro Carasa. Así, la
Constitución de 1876 ofrece un marco parlamentario ideal para el gobierno autocrático
con un Senado que es un “retablo para las élites”, lo que permitió al primer gobierno de
Cánovas aplicar un programa doctrinario y autoritario.
En la cuestión social, la Restauración enfrenta el obrerismo como si se tratara de una
enfermedad: vacuna, bálsamo y cirugía. La vacuna, por medio de la recristianización
católica y una pretendida armonización laboral que superara el conflicto entre obreros y
patronos. El bálsamo, a través de la beneficencia; y la cirugía, con la más dura represión.
Y aquí, “con la iglesia hemos topado amigo Sancho”. Es decir, con el movimiento
obrero. Es ya un lugar común de la historiografía considerar al Sexenio democrático como
el periodo en que el movimiento obrero alcanza su madurez por el contacto con las
corrientes internacionalistas, contacto que permite al proletariado tomar conciencia de su
propia identidad y escapar de la tutela de los grupos burgueses radicales demócratas y
republicanos. Aunque no debe exagerarse la ruptura entre movimiento obrero y
republicanismo desde la aparición de la I Internacional pues ambos mantendrían muchas
cosas en común, desde la celebración conjunta del aniversario de la Comuna o los actos en
honor a los mártires de Chicago hasta su oposición a los gobiernos establecidos. La
desmovilización del proletariado se generaliza en los veinte primeros años de la
Restauración por la ilegalidad a que se enfrentan y la consiguiente clandestinidad de sus
actividades. Los anarquistas vieron descender sus federaciones de 123 a 48 en la primera
década restauracionista mientras que el PSOE hasta los años 90 no pasó de ser un embrión
que apenas preocupaba al gobierno. La inmensa mayoría de los trabajadores españoles,
tanto en el campo como en la ciudad, se mantienen al margen de estas organizaciones y
siguen los dictados tradicionales de las solidaridades sociales básicas, de la dependencia
personal del amo y de una obediencia resignada por mandatos religiosos.
Los estudios sobre los inicios del movimiento obrero en España no son muy numerosos
pero si ofrecen luz sobre sus primeros años. La figura de D. Manuel Núñez de Arenas,
biznieto del poeta Espronceda, es pionera en este campo y su labor fue continuada de
forma brillante por Tuñón de Lara. Más adelante, otros historiadores, como Javier
Paniagua, han estudiado este campo concreto de la historia de España en el s. XIX. La
mayoría de ellos convienen, en clave marxista, que, lo que se ha dado en llamar “
movimiento obrero” es, en verdad, una superestructura de la división de la sociedad en
clases. El hombre que vende su fuerza de trabajo por un salario y al que ya no
pertenecerán los bienes que ha producido es el obrero en sentido estricto. Se es obrero, o
se pertenece a la clase obrera, por razones independientes de la voluntad del sujeto,
incluso sin que éste tenga conciencia de este fenómeno. El movimiento obrero sería así un
acontecimiento posterior que se produce cuando surge el despertar de la conciencia de
clase, cuando el obrero toma conciencia de su condición social y actúa solidariamente con
otros obreros; aparece entonces la acción conjunta de obreros agrupados por su
pertenencia al mismo taller o fábrica, o al mismo oficio, o a la misma localidad. En sus
comienzos esta acción conjunta no supone todavía la idea de asociación (ya hubo algunas
huelgas en la España del XVIII , pero la asociación de obreros no se produce hasta bien
entrado el s. XIX ). Y sólo puede hablarse de movimiento obrero, de la historia del
movimiento obrero, cuando el sistema de producción capitalista (creador de la clase
obrera) se ha desarrollado en un país, lo que aplicado a España significa que el fenómeno
se manifiesta sólo en los finales del s.XVIII en Cataluña y desde el segundo tercio del XIX
en otras zonas del Estado.
Retomando el hilo argumental en el Sexenio democrático, es decir, obviando los
episodios obreristas anteriores, encontramos dos factores decisivos en la eclosión del
movimiento obrero en España: de un lado, la propia experiencia democrática que éste
supuso ( la primera en nuestro país) y, de otro, el influjo de la Internacional, constituida en
Londres en 1864 con el nombre de Asociación Internacional de Trabajadores, AIT.
Este segundo factor, internacionalista, explica la división del movimiento obrero en dos
grandes opciones, enfrentadas ideológicamente y también en la praxis de la acción.
Marxismo(socialismo) y anarquismo. Marx frente a Bakunin. Esta división marcó todo el
devenir de la I Internacional y resulta determinante también en España. Los anarquistas
tienen como ideal una sociedad no autoritaria, con la mínima organización posible, sin
jerarquías, ni orden ni autoridades ( an-arkos); una sociedad en que se combinen la
libertad individual, la igualdad y la justicia social, en la que desaparezcan los privilegios y
los privilegiados; por eso no es una doctrina específicamente clasista, pues no aspira a
salvar a la clase proletaria y conducirla al poder, sino que aspira a liberar a la sociedad de
las ataduras del poder, eliminando todo poder. Propone la colectivización de la propiedad
y el reparto de los recursos conforme al trabajo y las necesidades de cada cual. Kropotkin
va más allá y plantea la racionalización de la economía en comunas autosuficientes para
lograr la armonización y complementación de la agricultura con la industria. Esta
elaboración teórica casaba bien con algunos rasgos culturales hispánicos y se encuentra
más desarrollada en los medios urbanos e industriales mientras se presenta en forma más
elemental en el medio rural. Es una respuesta a la situación de extremo desequilibrio de la
propiedad y de la producción agraria en todo el Mediterráneo y que se sustenta en un
clima de irredentismo social que explica su rápida extensión desde Barcelona a Cádiz. La
razón por la que los obreros barceloneses se inclinen por el anarquismo está en relación
con su tradición societaria y antipolítica, decantándose por un anarcosindicalismo que
suponía una versión más europea y moderna del anarquismo; la propuesta ácrata se
amoldaba mejor con la tradición republicana federal catalana y con el pactismo
mediterraneo opuesto a toda centralización. Por el contrario, en los medios rurales y
campesinos del sur, la teoría es más simplista y a menudo más extremista; la creencia
anarquista en la igualdad y en la idea salvadora de la justicia social, su idealismo y utopía
conectó con los desheredados haciendo que el movimiento asimilase la miseria del campo
andaluz y arraigase en la masa de campesinos analfabetos. Era una mezcla explosiva de
idealismo y marginación que explica el recurso a la acción directa y las prácticas
violentas, con dos instrumentos idealizados: la huelga general como panacea
revolucionaria y la solidaridad del proletariado como expresión de su naturaleza
antipolítica y antiautoritaria; y, en otra dimensión, el terrorismo. Este radicalismo se
acentuó a principios de 1874 cuando se dicta la ilegalidad de la I Internacional con el
general Serrano en el poder; se la acusa de oponerse al derecho, la moral, la libertad del
trabajo, y de ir en contra de la propiedad, la familia y otras bases de la sociedad. Este
periodo de clandestinidad, hasta la devolución de la libertad de asociaciones y partidos en
1.881, amenazó la supervivencia tanto de la Federación de las Tres Clases de Vapor de
Barcelona, de carácter societario, como de la Asociación del Arte de Imprimir en Madrid,
de carácter marxista, y dejó en la más completa ilegalidad a la anarquista Federación de la
Región Española ( FRE ), que reunía a todas las sociedades de resistencia españolas. El
grupo catalán, en 1.877, reorganiza el Centro Federativo de Sociedades Obreras de
Barcelona que apuesta por crear una gran sindical obrera y se plantea , como el grupo
madrileño, hasta crear un partido político. Pero la permanente represión causó graves
efectos en las organizaciones anarquistas; en 1.874 había más de 500 presos y luego
fueron deportados a Filipinas 2.000 obreros implicados en el movimiento cantonalista, y
todo eso provocó que prendiera la idea de que cuando la legislación impedía la
participación era legítima la insurrección; a partir de 1.877 se extiende entre los
internacionalistas la negación de todo principio político y el sistema de represalias para
eliminar al enemigo y lograr la revolución, en una tendencia apoyada en las tesis
bakuninistas de la propaganda por el hecho que se vio favorecida por la amistad de varios
activistas españoles con el propio Bakunin, como Farga Pellicer. P. Gabriel indica que en
el seno de las organizaciones de la FRE predominaron en Cataluña los líderes activistas
sobre los sindicales hasta 1.880 cuando el sector más sindicalista, liderado por Farga,
desbanca a la Comisión Federal y su secretario, Anselmo Lorenzo. Mientras, en
Andalucia, era mayoritaria la práctica del insurreccionismo social, organizándose en
conferencias comarcales y comités de guerra, abundando las acciones violentas (quema de
cosechas y fábricas), cuyo episodio más emblemático sería, años después, en 1.883, la
Mano Negra.
En el desarrollo del socialismo y el anarquismo español hay que destacar dos visitas
emblemáticas: la del anarquista Fanelli y la de Paul Lafargue. El primero llega a España
en 1.868, comisionado por Bakunin, para crear la sección española de la Internacional,
contactando con Anselmo Lorenzo. Lafargue, yerno de Marx, huye a España tras la
Comuna de Paris en 1.871 y contacta con Pablo Iglesias cuando ya la mayoría del
movimiento obrero español era de filiación anarquista; pretende redirigir esta orientación
hacia el marxismo siguiendo las indicaciones de Engels por las implicaciones que a nivel
internacional tenía esa adscripción de la Federación española ( pilar fundamental de la
facción anarquista en el seno de la Internacional); su última actuación a este respecto fue
representar a la minoritaria sección marxista española en el Congreso de la Haya de 1.872
que supuso el fin de la I Internacional como asociación unitaria de todos los socialistas.
La otra gran corriente del movimiento obrero es la socialista (marxista). El mensaje que
trajo Lafargue en 1871 era que el proletariado no disponía de un instrumento propio, de
clase, y que el obrero precisaba de organizaciones políticas y sindicales específicas, no
burguesas. Así, en paralelo con el resto de Europa, se organiza un partido de clase, el
PSOE. Nace el 2 de mayo de 1.879 en Madrid y presenta un origen muy diferente al del
anarquismo, con varios profesionales del mundo de la cultura escrita: 16 tipógrafos, 4
médicos, 1 científico y sólo 4 artesanos manuales. Su aspiración estaba imbuida de un
espíritu humanista y ascético, con un acusado sentido de la responsabilidad y del trabajo,
internacionalista pero nunca creyente…era “laico”. Encarnaba estos valores su fundador,
Pablo Iglesias, de origen muy humilde; había llegado a Madrid andando desde El Ferrol
para ser acogido en el Hospicio donde aprendió el oficio de impresor; de carácter rígido y
austero, se llegó a crear en torno a él cierta mitificación. En el socialismo español destaca
la calidad humana e intelectual de sus dirigentes, con un sentido social humanista e
integral: cajas de resistencia, cooperativas, mutualidades, Casas del Pueblo…El
socialismo español está más inserto en el marco internacional europeo que el anarquismo
y mantiene contactos permanentes con Guesde, Marx y Lafargue a través de José Mesa y
otros. Pérez-Ledesma ha subrayado un cierto infantilismo en este inicial socialismo
español que seguiría los dictados del guesdismo. Una visión más positiva ofrece Jover ,
que distingue dos niveles: un programa máximo de principios y otro programa mínimo de
reformas políticas y económicas más inmediatas. En todo caso, aunque el partido nace en
1.879, antes había surgido un núcleo madrileño en torno a Lafargue, creando en 1.872, la
Nueva Federación Madrileña, siendo sus promotores el propio Pablo Iglesias, José Mesa,
los hermanos Mora; primero muy próximo a la I Internacional y luego más alejado de ella
por su deriva bakuninista. De todos modos, el origen del PSOE está más relacionado con
la Asociación General del Arte de Imprimir de Madrid, que tras su intervención en la
huelga de tipógrafos de 1.873 recibe a algunos socialistas del núcleo inicial, como García
Quejido o Calderón. Desde su fundación, y hasta la subida al poder de Sagasta en 1.881,
que inaugura el turnismo, vive en la clandestinidad, dedicándose a su consolidación en
Madrid y Cataluña; se presenta a algunas elecciones provinciales y funda órganos de
expresión propios como El Obrero, en Barcelona, y El Socialista en Madrid. Adopta una
organización federal en la que las agrupaciones locales se articulan en niveles provinciales
y regionales para constituir un partido nacional.
Como bien señala Javier Paniagua, la lucha por la hegemonía del movimiento obrero
español entre anarquistas y marxistas-después socialistas-durará hasta la guerra civil, en
un proceso en que las otras alternativas (el sindicalismo estricto o el de inspiración
católica) no cuajarán. Esta rivalidad, basada en estrategias opuestas, es fundamental para
entender la historia social de España entre 1.870 y 1.936. Y, para terminar, me permito
hacerlo con unos versos de La Iliada escogidos por el propio Javier Paniagua como
introducción a su excelente libro Anarquistas y socialistas
“ …levantándose entre ellos, dijo Aquiles, el de los pies ligeros “¡Atrida!, mejor
hubiera sido para entrambos continuar unidos que sostener, con el corazón angustiado,
roedora disputa por una doncella”