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Aun en el supuesto más favorable para los actores de que se admitiera que por lo
menos dicha vendedora no suscribió la escritura en La Plata, sino en la Capital
Federal, de todos modos el presente agravio no podría progresar. Adviértase que la
indicación por el notario en la escritura pública del lugar de otorgamiento que
impone el art. 1001 del Cód. Civil (texto ley 15.875), configura uno de los hechos que
el oficial público anuncia como cumplidos por él o en su presencia, incluidos en la
presunción de plena fe hasta redargución de falsedad contemplada por el art. 993 del
Cód. Civil (conf. Salvat, Raymundo M., "Tratado de Derecho Civil Argentino. Parte
General", edición actualizada por José María López Olaciregui, t. II, Buenos Aires,
1964, núm. 1970, p. 367).
4° No obstante que el criterio del juzgador sobre la aplicabilidad del art. 1051
parecería en principio incontrovertible, pues esa norma consagra la tutela del
subadquirente de buena fe y a título oneroso incluso de derechos reales distintos del
dominio, entre ellos la hipoteca (ver mi trabajo citado, "El artículo 1051 del Código
Civil y el acto inoponible", entiendo que la colisión de derechos allí regulada se
vincula con la situación jurídica que enfrenta al transmitente por acto nulo o anulado
y al subadquirente (adquirente del adquirente) que derivó sus derechos del anterior
adquirente por acto nulo o anulado (v. op. cit.). Tal conclusión se infiere del art.
1051, que deja a salvo los derechos de los subadquirentes de buena fe y a título
oneroso, frente a la posibilidad de que le sean "reclamados directamente" los
derechos reales o personales transmitidos por quien realizó la primera de las
enajenaciones, alcanzada por una causa de nulidad o anulabilidad del acto.
El art. 1051 se ocupa de los actos que ingresan en las dimensiones conceptuales de la
nulidad o de las anulabilidad, pero no de los actos inoponibles, o sea de aquellos
actos que los terceros pueden considerarlos irrelevantes, pues ninguna intervención
han tenido en ellos, por aplicación de la máxima "res inter alios acta" reflejada en el
art. 1195 del Cód. Civil. Es indudable que los actores poseedores adquirentes por
boleto, son extraños a la posterior venta otorgada por los promitentes de venta a una
razón social operación anulada por la sentencia de 1ª instancia, firme al respecto y
también a la constitución de hipoteca efectuada por esta última.
El criterio que sustento de excluir del art. 1051 los "actos inoponibles", cuenta con la
adhesión de Roberto Martínez Ruiz, "Determinación del perjudicado por certificados
registrales erróneos", Revista del Notariado núm. 723 (mayojunio de 1972), ps. 921 y
sigts., en p. 924; de Marina Mariani de Vidal, "Curso de derechos reales", vol. 3, ps.
208/209, Buenos Aires, 1975; de Félix Alberto Trigo Represas, "Nulidad y
reivindicación de adquirentes", recopilación publicada por Ed. Lex, La Plata, 1978,
ps. 69 y sigts., especialmente ps. 103 y siguientes).
Dentro de los actos inoponibles no incluimos solo los actos válidos no invocables
contra terceros, sino también actos que entre las partes pueden ingresar en la
dimensión de la nulidad o de la anulabilidad, pero que en todo caso son algo más
para terceros, pues para ellos son inoponibles. A ese tipo de actos inoponibles nos
hemos referido en el trabajo citado, al tratar el caso de la venta de cosa ajena con
relación al propietario no otorgante (ver distintos autores allí mencionados).
6° Aunque se insistiera en encuadrar el caso dentro del art. 1051, otros elementos
de juicio me persuaden de que ello no sería posible.
Es sabido, que en virtud del art. 3119 del Cód. Civil, la condición de dueño del
inmueble por el constituyente de la hipoteca, es uno de los requisitos de fondo
esenciales y esa exigencia es tan estricta en materia de hipoteca, que el art. 3126
excepciones al principio general de la convalidación de los derechos reales por la
adquisición ulterior del derecho del que originariamente se carecía (art. 2504), de
allí el rigor de la nulidad de la hipoteca constituida sobre inmuebles ajenos (art.
3127).
El art. 1051 protege al que adquiere de buena fe y a título oneroso de quien "ha
llegado a ser propietario en virtud del acto anulado" y cuando la compradora por
escritura constituyó la hipoteca no había siquiera llegado a ser propietaria.
Efectivamente, nadie discute que desde varios años antes la posesión del inmueble
era ejercitada por los autores, de donde ante la ausencia de tradición efectiva, más
aun ante la imposibilidad de practicarla porque estaba poseído por los actores, o sea
que no existía la posesión "vacua" que imponen los arts. 2380 "in fine" y 2393, la
hipoteca fue constituida por quien no era propietario de la cosa (arts. 577, 2524, inc.
4°, 3265, Cód. Civil).
Insisto en que no existió tradición de ninguna especie pues ni siquiera hubo tradición
nula o anulable, lo que en su caso podría haber dado pie para el juego del art. 1051.
Como bien dice el juez, la manifestación del vendedor en la escritura de
compraventa con hipoteca, de que "desiste, quita y aparta de todos los derechos de
propiedad, posesión y dominio que sobre la vendida había y tenía, los que cede y
transfiere en favor de la sociedad compradora y haciéndole tradición...", es
insuficiente para acreditar la tradición posesoria si un tercero la niega.
Las "formas legales" requeridas para la tradición no surgen del art. 2378, que se
concreta a afirmar que no las suplen las meras "declaraciones". La tradición impone
como "forma legal" la realización de actos materiales de por lo menos una de las
partes (arts. 2379 y 2380).
El otro testigo se presenta como martillero que habría tasado la finca, quien ni
siquiera ubica aproximadamente la fecha en que se habría allegado al inmueble, dice
simplemente "hace de esto muchos años", lo que hasta puede llevar a pensar que si
alguna vez se acercó a la finca acaso lo hizo cuando todavía no la poseían los
actores. Además, es llamativo que un martillero inscripto en la jurisdicción nacional,
se hubiera trasladado hasta el partido bonaerense de 3 de Febrero lugar del inmueble
para practicar la tasación, precisamente a pedido del escribano alcanzado por las
generales de la ley.
8° Quiero puntualizar una vez más, que los acreedores hipotecarios no pusieron en
tela de juicio que al tiempo de constituirse el gravamen los actores eran los
poseedores del inmueble, sino que aducen los inconsistentes testimonios antes
mencionados, para denotar una hipotética diligencia que dejaría en pie su buena fe.
Si los actores eran poseedores del inmueble, tal relación real, o bien fue
efectivamente conocida, o debió ser conocida con una razonable diligencia de los
acreedores hipotecarios. Esta sala en el precedente ya aludido difundido por Rev. LA
LEY, t. 1977A, p. 518, y E. D., t. 72, p. 383, sostuvo claramente los alcances
publicitarios de la posesión. Dije en esa oportunidad, "...he puesto particular énfasis
en exaltar la función publicitaria que despliega la posesión, y en esa línea de ideas
transcribiré algunas de las reflexiones contenidas en mi trabajo 'La buena fe y la
publicidad inmobiliaria registral y extrarregistral (con una armonización entre la
tradición y la inscripción registral)'", difundido como aporte de la Delegación
Argentina al II Congreso Internacional de Derecho Registral Madrid, 30 de setiembre
al 5 de octubre de 1974 ed. del Registro de la Propiedad Inmueble de la Capital
Federal, Buenos Aires. 1974, especialmente ps. 15 a 26. "Hemos sostenido que la
tradición en función publicitaria es muy rudimentaria" y que "flaquea" en esa
materia, y nos hicimos cargo de los reparos más conocidos, incluso de que es
discutible que en Roma propendiera a esos fines. Pero también advertimos que las
falencias de la tradición a ese respecto, se desvanecen un tanto si se mira no ya a la
entrega de la cosa (tradición) sino a la relación con la cosa sobreviniente a esa
entrega (posesión, tenencia, yuxtaposición), puesto que la consiguiente relación de
hecho es vehículo para exteriorizar el contacto con la cosa e inferir la existencia del
derecho real sobre ella; y al prolongarse en el tiempo esa exteriorización tendría
visos de permanencia. Por eso hablamos más que de publicidad traditiva, de
publicidad posesoria, con la pretensión de señalar que más que en la tradición la
publicidad está canalizada por la respectiva relación de hecho que posibilita, de las
cuales la posesión es la más significativa. Hasta puede establecerse un parangón con
la registración, puesto que así como la publicidad registral se concreta, por ejemplo,
con la expedición de las certificaciones que contemplan los arts. 22 y sigts. de la ley
17.801/68, o con las copias e informes previstos en el art. 27, y el proceso registral
previo aspira a ese objetivo, de igual modo la publicidad se alcanza con la posesión y
la tradición o entrega de la cosa tiende a posibilitarla. Hay más, aunque persuadidos
de la limitada eficacia de la publicidad posesoria, en términos de describir el
derecho vigente y extraer conclusiones frente a casos concretos, hicimos reiterada
aplicación de esa modalidad publicitaria".
9° Tampoco debe perderse de vista, que si bien el art. 1051 no requiere que el
enajenante sea de buena fe, en tanto debe partirse que actuó de mala fe, en alguna
medida esa circunstancia también contribuye a debilitar la alegación de buena fe de
los acreedores hipotecarios. En esa línea de ideas, Alsina Atienza expresa: "El art.
2777, inspirado en el 'Esboco' de Freitas, exigiría aun en la interpretación favorable
al tercer adquirente, basada en esa fuente legal que el enajenante no fuera 'de mala
fe'. Tal exigencia, que muchos autores han juzgado arbitraria, arguyendo que si se
trata de proteger al adquirente de buena fe poco importa la mala fe del enajenante,
puede tener cierta justificación en la faz probatoria, ya que no en la sustancial; pues
como la buena fe es presumida por regla general hasta prueba en contrario (art. 2362
y arg. art. 4008, Cód. Civil), siendo tan difícil probar la mala fe del tercero en la
inmensa mayoría de los casos, la exigencia del art. 2777 y del 'Esboco' podría tener
por designio limitar el amparo al tercero a los supuestos en que su alegada buena fe
aparezca libre de toda sospecha. Cuando el enajenante es de mala fe, el tercero que
se dice víctima puede y suele en muchos casos ser un cómplice o encubridor de
aquél" (op. cit., en núm. 49, p. 460)
10. Como los acreedores hipotecarios ni siquiera satisfacen los presupuestos del art.
1051 del Cód. Civil, su situación jurídica en mi opinión es la expuesta en mi ob. cit.:
"Prehorizontalidad y boleto de compraventa", al hacer tema con la oponibilidad del
boleto a acreedores hipotecarios (ps. 57/58), en función del esquema conceptual ya
acogido por la sala en su proyección sobre los conflictos entre adquirentes por boleto
y por escritura en la causa antes referida.
Se lee en el libro mencionado: "Es sabido que la principal condición de fondo para la
constitución de una hipoteca válida es la titularidad del dominio del inmueble que
será su objeto en cabeza del constituyente (art. 3119, Cód. Civil)"
Otra de las varias eventualidades, que restablecería los plenos efectos normales de la
hipoteca, se daría si por incumplimiento del promitente de compra llegara a
desaparecer el título de su posesión".
No cabe duda alguna que con Vélez el promitente de compra que no había sido
puesto en la posesión del inmueble era postergado por el acreedor hipotecario, sin
atención a la fecha cierta del boleto, salvo claro está, el caso de mala fe del
acreedor hipotecario (arg. arts. 594 y 3269, Cód. Civil). La misma solución se imponía
si la posesión era otorgada con posterioridad al nacimiento del crédito hipotecario.
Una vez más la vigencia de las soluciones del Código Civil perdura más allá de la
Reforma de la ley 17.711. Nuestra postura no es compartida por quienes antes y
después de la Reforma hacen primar siempre al acreedor hipotecario, tenga o no
posesión el titular del boleto (Borda, Guillermo A., "La Reforma del Código Civil. Los
contratos en particular", E. D., t. 31, p. 1105; Adrogué, Manuel A., "Situación jurídica
del comprador de inmueble por instrumento privado", ps. 3/4, Doctrina Jurídica, La
Plata, 1970; Mariani de Vidal, Marina, "El poseedor en virtud de boleto de
compraventa", Rev. LA LEY, t. 141, ps. 953/954), o por quienes luego de la Reforma
se pronuncian por el acreedor por boleto (con o sin posesión) de fecha anterior a la
hipoteca (Spota, Alberto G., "Sobre las reformas al Código Civil", p. 75, Buenos Aires,
1969, con la adhesión de Natalio Pedro Etchegaray, "El boleto de compraventa
inmobiliaria. Técnica documental desarrollo y sistema", t. II, ps. 490/491, La Plata,
1972).
En realidad la interpretación dominante incurre en una marcada contradicción con la
orientación clásica, que hace primar al derecho del locatario formalizado por
instrumento público, o por instrumento privado con fecha cierta, sobre las hipotecas
constituidas posteriormente (v. estado de la cuestión en Greco, Roberto E.,
"Enajenación de cosa hipotecada", ps. 119 y sigts., Buenos Aires, 1967), ya que, en
cambio, se desprotege al poseedor por boleto de fecha cierta, enfrentado con una
hipoteca posterior. No alcanzo a comprender cómo es que se tutela más a un
locatario, simple tenedor, que a un poseedor por boleto, que tiene todavía un
derecho personal, pero en tránsito hacia el derecho real de dominio. No se diga que
el fundamento del distingo está dado por existir para el locatario una norma expresa
tuitiva, el art. 1498 del Cód. Civil, pues como creo haberlo demostrado en mi obra:
"La locación y los derechos reales con función equivalente", núm. 10, en ps. 18/19,
Buenos Aires, 1970, el art. 1498 se corresponde con otro texto más general, el art.
3276. Según el art. 3276 "Las disposiciones tomadas por el propietario de la cosa
relativamente a los derechos comprendidos en la propiedad, son obligatorias para el
sucesor". En la nota Vélez Sársfield hace la siguiente referencia, sin otros agregados,
ni mayores consideraciones: "El que compra una casa no puede expulsar al inquilino,
mientras el arrendamiento no concluya" Nada autoriza a pensar que esa alusión a la
locación sea excluyente de otras posibilidades. La fuente directa de este artículo, y
en general de los del Título Preliminar al Libro IV, es Zachariae. Leemos allí que "las
disposiciones tomadas por el propietario de la cosa relativamente a los derechos
comprendidos en la propiedad, y que la ley le autorizaba a tomar, son igualmente
obligatorias para el sucesor" ("Le Droit Civil francais sur la cinquieme édition annoté
et retabli par massé, G. y Vergé, Ch., tome deuxieme, núm. 346, p. 220 y núm. 529,
ps. 361/362, París, 1855). Al comparar este párrafo con el texto del art. 3276, su
identidad surge evidente. Las referencias que formula Zachariae con relación a las
locaciones urbanas y rurales, no parecen tener otro alcance que el ejemplificativo y
ellas explican la nota al art. 3276.
De todos modos, los acreedores hipotecarios, si fuera del caso, podrían acudir a la
garantía de evicción contra la constituyente de la hipoteca (arts. 2089 y sigts.) y
abrir la posibilidad de la indemnización de daños, sin perjuicio, claro está, de todas
las acciones a las que se creyeran con derecho por la eventual responsabilidad civil
de otros vinculados con la operación.
En cambio, la nulidad es una sanción que proviene de un estado del acto, por la
imperfección innata que adolece.
Por otra parte, y en términos generales, aun cuando pueda haber excepciones como
en el caso de los arts. 961 y sigts. del Cód. Civil, la inoponibilidad no concede acción
sino excepción; solamente excepción. Es el tercero no alcanzado por el acto
(principio relativo de los contratos, por ejemplo), que puede excepcionar frente a los
que lo realizaron y lo pretenden efectivo. Mientras que la nulidad confiere acción y
excepción (art. 1058 bis). En este último caso se trata de quitarle sus efectos al acto,
los que le corresponden y han previsto las partes en él. La inoponibilidad es
renunciable y prescriptible; la nulidad absoluta no (conf. "Distinción entre acto nulo y
acto inoponible", J. A., 1943IV, p. 335, nota a fallo).
Estas diferencias no pueden dejar de separarse para evitar confundir los planos y,
naturalmente, los efectos de una y otra. Pero, además, se me ocurre que debe
atenderse otro aspecto que impide extender desmedidamente el campo operativo de
la inoponibilidad. Y es que el Código no la regula expresamente, salvo la
determinación del efecto relativo de los contratos (arts. 1195 y 1199), de la cual
puede sacarse un principio basal que permita construir esta defensa. Luego,
solamente es legítimo, a mi modo de ver, considerar la inoponibilidad cuando aparte
de encuadrar en los caracteres dados, no hay normas que expresamente estatuyen la
nulidad. Porque en este último caso la ley ha determinado el tipo de sanción y no le
sería legítimo al intérprete, dado que la nulidad tiene su fuente en la ley, sea
expresa, sea implícitamente, cambiar ese tipo de defensa o de derecho, v. gr., por el
de la inoponibilidad.
Pues bien, la hipoteca constituida por quien no es propietario, o sobre bienes ajenos,
como es cuando la propiedad la goza el comprador con posesión, deriva en nulidad.
En primer lugar, porque es un vicio genético y del estado del acto, al cual penetra en
su entretela y es más profundo que la mera restricción a sus efectos; en segundo,
porque confiere acción de nulidad, y en tercero, para no abundar en otras
distinciones, porque expresamente la ley contempla esa sanción, la de nulidad. El
art. 3127 del Cód. Civil, es buena muestra de que para la norma tal es la solución: "la
nulidad de la hipoteca constituida sobre bienes ajenos, puede ser alegada no solo por
el propietario...", etc.; y el art. 3126, estatuye que la "hipoteca constituida sobre un
inmueble ajeno no será válida...". Luego, ante una escritura suscripta en La Plata
sobre un inmueble de 3 de Febrero, en la cual se ha hecho la lírica manifestación de
que el vendedor "se desiste, quita y aparta..." de la posesión y dominio, los que cede
a la compradora haciéndose tradición, y en ese mismo acto se grava el bien con
derecho real de hipoteca pese a la evidente ausencia de veracidad de la entrega
posesoria, no cabe sino arribar a la conclusión de la nulidad que la ley contempla.
Ello no obstante, en el sub júdice, sea nulidad, sea inoponibilidad, lo cierto es que se
desemboca en igual solución. No hay motivo aquí para deslindar los efectos de una y
otra, ya que concurren ambas a una sola consecuencia: el acogimiento de las
pretensiones de los actores. Es por esta razón que, con la salvedad interpretativa y
teórica que antecede, adhiero al voto del doctor Alterini.
Por lo que resulta de la votación que instruye el acuerdo que antecede, se revoca la
sentencia apelada de fs. 837/843, declarándose, en consecuencia, la inoponibilidad a
los actores de los derechos reales de hipoteca que figuran constituidos en la escritura
objeto de esta litis, con costas de ambas instancias a cargo de los acreedores
hipotecarios vencidos en juicio (art. 68, Cód. Procesal). El doctor Durañona y Vedia,
no suscribe la presente en virtud de la excusación formulada a fs. 896. Jorge H.
Alterini. Santos Cifuentes. (Sec.: Ana M. Conde).
FUP en 2:11
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