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A favor del amor (lento)

Resulta menos traumático despertar con la luz del amanecer entrando lentamente por la
ventana que en respuesta al sonido perturbador de una alarma. El ritual del baño o la comida,
cuando ocurre lentamente, pasa de ser un trámite diario para convertirse en un lujo. Poder
dedicar una atención lenta a la presencia del otro —una atención que no vive ya la ansiedad
de la siguiente tarea por hacer— nos permite escucharnos y no solo vernos. Alguna que otra
cita de coach flotando por el mundo digital ya recomienda como una especie de movimiento
de resistencia hipster el slow food, la slow fashion: ¿Pero, sabemos sentirnos bien en la lentitud?
Y decir bien es decir sin conflicto por la “productividad” perdida, aceptando los tiempos de
los procesos y la inversión de vida que conlleva el llegar a determinados puntos de
sensibilidad, complejidad, comprensión del mundo y de los demás.

La temporalidad de internet, del consumo de imágenes y fragmentos textuales dirige y marca


hoy los ritmos del deseo. No hay nada de apocalíptico ni fatalista en esto, es solamente un
cambio en la organización de las sensibilidades y las disposiciones. No obstante, tal vez nos
ayude observar cómo aceleramos todos los procesos. La cita de autoayuda bajo la fotografía
de una postura de yoga en un cuerpo joven nos pide pragmatismo y eficacia. Casi todo parece
cuestión de voluntad, actitud, acción (y de prisa): a mayor velocidad mayor consumo en los
mismos años de vida. Consumimos amantes, los consumimos literalmente y los descartamos
sin retorno cuando no responden a las exigencias de nuestro plan de vida, nuestra idea
prefabricada de deber o éxito. En el plan de la productividad veloz no hay tiempo que perder
en reencuentros, segundas y terceras versiones. No hay tiempo para vagar en el territorio del
otro con placer y sin rumbo. Si pasamos demasiado tiempo en una relación amorosa sin título
ni proyecto, una voz interior nos preguntará “¿para qué?” “¿a dónde va esto?”. El erotismo,
arte de la lentitud, desaparece a favor del título, la ganancia, la sensación de control.

Queremos una novia a la que poder presentar a nuestros padres, llevar de restaurante con las
amigas el viernes por la noche y, además, exigimos que sea capaz de mantener a punto nuestra
autoestima 24/7. También queremos dividir gastos, poder viajar, dejar de compartir piso con
desconocidos a una edad prudente… los 30. Necesitamos que nos deseen, que respeten
nuestra libertad y que puedan ser monógamos (o pretenderlo) al menos durante unos años.
Queremos conocer a esa persona ideal en un “super match” de tinder, lograr una conexión
“definitiva” ya en los primeros 40 minutos de nuestra primera cita y una pareja estable con
exclusividad sexual en la tercera. ¿Qué hemos hecho para merecer la entrega total del otro?
Desde luego, lo que no hemos hecho es desarrollar un vínculo afectivo basado en el
conocimiento a largo plazo, el interés por las complejidades de la personalidad de quien nos
acompaña; fundamentado en la libertad feliz de poder disfrutar el tiempo compartido sin
buscar nada concreto a cambio. Teóricamente tenemos más libertad sexual que nunca, más
flexibilidad en la forma de organizar nuestras vidas, afectos y familias y, sin embargo, no
podemos disfrutarla porque nuestra vida va demasiado rápido. Desde el pensamiento crítico,
la filosofía y el activismo, nos posicionamos en contra del amor Disney, el amor
heteropatriarcal, el amor único; en contra del amor. Pero no llegamos a aprender en
profundidad a vivir el amor como vehículo de crecimiento, aprendizaje y placer, porque exige
un tiempo y una calma que no encajan en nuestros ideales de vida productiva.

La seducción y el misterio son otros grandes imposibles en los tiempos veloces de la


productividad, el Twitter y el titular de turno. ¿Nos resulta hoy la seducción algo exasperante?
Por eso la pornografía de la información directa, el mensaje claro (es decir, peligrosamente
unívoco), la imagen editada que sin embargo pretende mostrar “la realidad”. Nos aburre la
ambigüedad, las sombras: no tenemos tiempo para eso. Rápidamente exigimos saber dónde
se posiciona el otro, cómo se identifica, quién “es” hoy y quién será dentro de 3 años.

Para este propagandístico y veloz 14 de febrero me posiciono a favor del amor, sí, pero del
amor lento. La experiencia de una pasión densa y lenta capaz de crecer sobre su propia
caducidad desarrollando un tejido de afectos que permita que exista el amor mucho antes y
después del tiempo del enamoramiento; mucho antes y después del tiempo de la pareja. A
favor también de la seducción, sí, y del misterio: aceptar la ambigüedad y la distancia en el
deseo del otro. Disfrutar la experiencia de un presente que avanza sobre la piel sensible como
el pie húmedo y suave del caracol.

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