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1. A. LOISY (1857-1940).

La obra detonante del movimiento modernista


fue L 'Evangile et l'Eglise (1902) de Loisy, profesor de exégesis bíblica de
L'Institute Catholique de París. Era más que una réplica al teólogo protestante
liberal A. Harnack por su libro Das Wesen des Christentum (1901). Era el
manifiesto del modernismo católico. Harnack había pretendido presentar un
cristianismo más allá de toda sospecha y al amparo de toda crítica histórica
demoledora. Su visión del Dios cristiano y de Jesús se amoldaban a una
concepción liberal y neokantiana. Jesús era el revelador o descubridor de
la interioridad del hombre en la forma de «filiación» divina (hijo de Dios) y
Dios era manifestado y descubierto en su transcendencia como «Padre», que
se revela en la proximidad de la subjetividad interior. Esta doble polaridad
transcendente-inmanente constituye lo que Jesús llama el reino de Dios. En
esto consiste la esencia original del cristianismo. Nadie como Jesús ha
manifestado con tal pureza esta intuición. Esta es la esencia o meollo, y todo
lo demás de la doctrina y vida de Jesús es accidental. Muchas ideas, creencias
y prácticas de Jesús son judías. Son su corteza o envoltorio. Podemos
abandonarlas y quedarnos con su esencia que es lo que cuenta actualmente.
La misma resurrección o pascua de Jesús responde a una creencia
apocalíptica judía, cuya esencia se puede reducir a la inmortalidad de la
subjetividad interior del hombre y abandonar su corteza apocalíptica judía de
la resurrección.

La réplica de Loisy pretendía ser el manifiesto modernista católico. En él hay


aciertos, pero notables ambigüedades e incluso desviaciones de la fe por su
afán exegético, historicista y social a veces segado del cristianismo del NT.
Tal es su libro L 'Evangile et l'Eglise. Por eso será el detonante de la
controversia modernista.

Lo que desecha Harnack lo retoma Loisy como punto de partida: la exégesis


histórico-crítica de los evangelios y del NT. Según ésta, el núcleo histórico
de la enseñanza y de la personalidad de Jesús se encuentra fundamentalmente
en los sinópticos. No en Juan ni en Pablo, los cuales ya están helenizados.
Según esta crítica: Jesús es un profeta apocalíptico que predicó la eminente
venida del reino de Dios y el fin del mundo. En este mensaje del reino Jesús
esperaba representar la figura y la función de Mesías e Hijo del Hombre. No
era Mesías sino en expectativa.

No sucedió ni una cosa ni otra. Jesús fracasó históricamente, pero sus


discípulos comenzaron a creer que había resucitado según su expectativa
apocalíptica judía. Esto fue el comienzo de su divinización.

Además, Hijo de Dios, según Jesús y según los judíos de su tiempo, no era
otra cosa que Mesías. No implicaba condición divina de carácter ontológico-
personal. Jesús no había tenido conciencia de su condición divina. Esto
sobrepasaba su conciencia histórica. Sólo era un profeta apocalíptico judío.
Se convirtió en aquello otro en virtud de una evolución de la conciencia
apostólica al pasar del medio judío al medio helenístico. En este medio se
produjo una evolución de la fe con la divinización de Jesús. El paso de esta
evolución se opera primero en Pablo y después en Juan y se consuma en el
dogma helenístico de Nicea sobre la «consustancialidad» (homooúsios) de
Jesús Hijo de Dios en relación a Dios Padre. Tal evolución se desencadenó
con la creencia de los discípulos en la pascua de resurrección de Jesús.

Loisy aplicaba el concepto y el contenido de «desarrollo» (development) que


Newman había tomado y aplicado al desarrollo histórico del cristianismo en
su obra An Essay on the Developement of Christian Doctrine (1848), pero
distaba mucho de su verdadera comprensión. Loisy estaba más cerca de la
evolución darwiniana, con saltos cualitativos, con verdadera metamorfosis
de las creencias y de la fe que a la comprensión newmaniana del
«desarrollo», aplicado al cristianismo. Era siempre un crecimiento orgánico
del cristianismo sin metamorfosis equívocas. En toda la realidad viviente,
doctrinal, práctica sacramental y dogmática el cristianismo observaba en su
desarrollo la nota fundamental de la «preservaciónde su tipo» (Preservation
of its Type). Era el sello de la identidad cristiana de la fe. En su lugar Loisy
colocaba la discontinuidad y la ruptura, el salto cualitativo propio de la
metamorfosis de las especies.

En este concepto desarrollo-evolución loisiano preside su explicación de la


doctrina de la Trinidad como antes señaló también el salto y la discontinuidad
entre reino de Dios e Iglesia. Decía Loisy: «Jésus annoncait le royaume, et
c'est 1'Eglise qui est venue»2. En cierto sentido la frase se podría entender
correctamente: en cuanto la Iglesia no es idéntica al reino de Dios, pero surge
de él, lo sirve hasta su consumación en él. Pero Loisy lo interpretaba como
discontinuidad y ruptura que se distanciaba del origen.

En cuanto a la Trinidad dice Loisy: «Se puede sostener, desde el punto de


vista de la historia, que la Trinidad y la Encarnación son dos dogmas griegos,
puesto que son desconocidos al judaísmo y al judeo-cristianismo. Ha sido la
filosofía griega la que ha contribuido a formularlos. Es ella también la que
nos ayuda a entenderlos... La evolución de la vida divina en la Trinidad no
procede del monoteísmo israelita sin que hayan influido especulaciones
helenísticas. Pero el vínculo de la unidad, la determinación de los tres
términos de la vida divina son dictados por la tradición judía y por la
experiencia cristiana». Sólo le faltaba desarrollar más la importancia y la
originalidad de este último elemento (la experiencia cristiana) en Jesús y en
la Iglesia de pascua, pero se precipitó subsiguientemente en la controversia
hacia un evolucionismo doctrinal. Pronto la preponderancia dellenguaje y de
la concepción griega vino a suplantar la original experiencia cristiana del
Dios de Jesús, en donde se encierra la revelación de la Trinidad que se pone
de manifiesto en la pascua. Así puede decir Loisy en otra parte de este libro:
«El pensamiento cristiano, en sus comienzos, fue judío y no podía ser más
que judío, aunque el cristianismo evangélico haya contenido el germen de
una religión universal... Tan pronto como ha sido, el cambio se produjo
gradualmente: san Pablo, el cuarto evangelio, san Justino, san Ireneo,
Orígenes marcan las etapas de la progresión»4. El sentido de una progresión
de menos a más, sucesiva y discontinua, agravó su interpretación y condujo
a la condenación de esta proposición loisiana en el
decreto Lamentabili (DS 2060).

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