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El Nisarga Yoga

En la humilde morada de Sri Nisargadatta Maharaj, si no fuera por las luces eléctricas y
los ruidos del tráfico de la calle, uno no sabría en que periodo de la historia humana está.
Hay una atmósfera de atemporalidad en su minúscula habitación; los temas que se discuten
son atemporales —válidos para todos los tiempos; la manera en que se exponen y se
examinan también es atemporal; los siglos, los milenios y los yugas se desvanecen y uno
trata con asuntos inmensamente antiguos y eternamente nuevos.
Las discusiones que se tienen y las enseñanzas que se imparten habrían sido las mismas
hace diez mil años y serán las mismas dentro de otros diez mil años. Siempre habrá seres
conscientes preguntándose sobre el hecho de su estar siendo conscientes e indagando sobre
su causa y su finalidad. ¿De dónde vengo? ¿Quién soy yo? ¿A dónde voy? Tales preguntas
no tienen comienzo ni fin. Y es crucial conocer las respuestas, puesto que sin una completa
comprensión de uno mismo, a la vez en el tiempo y en la atemporalidad, la vida no es más
que un sueño, impuesto a nosotros por poderes que no conocemos, para propósitos que no
podemos comprender.
Maharaj no es un hombre de estudios. No hay ninguna erudición detrás de su sencilla
lengua materna —el marathi; él no cita a las autoridades, y las escrituras se mencionan
raramente; la herencia espiritual pasmosamente rica de la India esta implícita en él, más
bien que explícita. Ningún rico Ashram se construyó nunca en torno a él y la mayor parte
de sus seguidores son humildes gentes trabajadoras que anhelan la oportunidad de pasar
una hora con él de vez en cuando.
La simplicidad y la humildad son las claves de su vida y de sus enseñanzas; él nunca
toma la posición más alta ni física ni interiormente; la esencia del ser de la que habla, la ve
en los demás tan claramente como la ve en sí mismo. Admite que mientras él es consciente
de ella, otros todavía no lo son, pero esta diferencia es temporal y de poca importancia,
excepto para la mente y su contenido siempre cambiante.
Cuando se le pregunta sobre su Yoga, dice que no tiene nada que ofrecer, ningún
sistema que proponer, ninguna teología, ni cosmogonía, ni psicología o filosofía. Él conoce
la naturaleza real —la suya y la de sus oyentes— y la señala. El oyente no puede verla
debido a que no puede ver lo evidente, simple y directamente. Todo lo que sabe, lo sabe
con su mente, estimulada por los sentidos. Pero ni siquiera sospecha que la mente en sí
misma es un sentido.
El Nisarga Yoga, el Yoga «natural» de Maharaj, es desconcertantemente simple —la
mente, que es todo lo que deviene, debe reconocer y penetrar su propio ser, no como esto o
eso, aquí o allí, entonces o ahora, sino como puro ser atemporal.


Nisarga, estado natural, disposición innata.
Este ser atemporal es la fuente de la vida y de la consciencia. En términos de tiempo, de
espacio y de causación es omnipotente, puesto que es la causa incausada; es
omnipenetrante, eterno, en el sentido de que es sin comienzo, sin fin y siempre presente.
Incausado, es libre; omnipenetrante, conoce; indivisible, es feliz. Vive, ama y tiene
divertimento sin fin, moldeando y remoldeando el universo. Cada hombre lo tiene, cada
hombre lo es, pero no todos se conocen a sí mismos como ellos son, y por consiguiente se
identifican a sí mismos con el nombre y la forma de sus cuerpos y los contenidos de sus
consciencias.
Para rectificar este malentendido sobre la realidad de uno, el único medio es tomar
pleno conocimiento de los caminos de la mente de uno y convertirla en un instrumento de
autodescubrimiento. La mente era originalmente una herramienta en la lucha por la
supervivencia biológica. Tenía que aprender las leyes y los caminos de la Naturaleza para
poder conquistarla. Eso hizo, y eso está haciendo, pues la mente y la Naturaleza, trabajando
mano a mano, pueden elevar la vida a un nivel más alto. Pero, en el proceso, la mente
adquirió el arte del pensamiento simbólico y de la comunicación, el arte y la pericia del
lenguaje. Las palabras devinieron importantes. Las ideas y las abstracciones adquirieron
una apariencia de realidad, lo conceptual reemplazó a lo real, con el resultado de que el
hombre vive ahora en un mundo verbal, atestado de palabras y dominado por las palabras.
Obviamente, para tratar con las cosas y las gentes las palabras son sumamente útiles.
Pero nos hacen vivir en un mundo totalmente simbólico y, por consiguiente, irreal. Para
salir de esta prisión de la mente verbal a la realidad, uno debe ser capaz de cambiar su
enfoque desde la palabra a lo que la palabra nombra, a la cosa misma.
La palabra que se usa más comúnmente y que está preñada de sentimientos y de ideas es
la palabra «yo». La mente tiende a incluir en ella de todo, desde el cuerpo a lo Absoluto. En
la práctica, representa como un indicador hacia una experiencia que es directa, inmediata e
inmensamente significativa. Ser, y saber que uno es, es lo más importante. Y para ser de
interés, una cosa debe estar relacionada con la propia existencia consciente de uno, lo cual
es el punto focal de todo deseo y de todo temor. Pues, el propósito último de todos los
deseos es mejorar e intensificar esta sensación de existencia, mientras que, en su esencia,
todo temor es el temor de la autoextinción.
Indagar en la sensación de «yo» —tan real y tan vital— para alcanzar su fuente es el
núcleo del Nisarga Yoga. Puesto que no es continua, la sensación de «yo» debe tener una
fuente de la que fluye y a la que retorna. Esta fuente atemporal del ser consciente es lo que
Maharaj llama la naturaleza verdadera, el sí mismo real, swarupa.
En cuanto a los métodos para realizar la identidad suprema de uno con el sí mismo real,
Maharaj es peculiarmente no comprometido. Dice que cada uno tiene su propia vía a la
realidad, y que no puede haber ninguna regla general. Pero, en todas las puertas a la
realidad, por cualquier camino que uno llegue a ella, está la sensación de «yo soy». Es
comprendiendo el sentido pleno del «yo soy», y yendo más allá de él hasta su fuente, como
uno puede realizar el estado supremo, que es también el estado primordial y el estado
último. La diferencia entre el principio y el final está solo en la mente. Cuando la mente es
obscura y turbulenta, la fuente no es percibida. Cuando es clara y luminosa, deviene un
reflejo fiel de la fuente. La fuente es siempre la misma —más allá de la obscuridad y de la
luz, más allá de la vida y de la muerte, más allá de lo consciente y de lo no consciente.
Este morar en la sensación de «yo soy», es el Yoga simple, fácil y natural, el Nisarga
Yoga. En él no hay ningún secreto ni ninguna dependencia; no se requiere ninguna
preparación ni ninguna iniciación. Quienquiera que está perplejo por su existencia misma
como un ser consciente y que anhela seriamente encontrar su propia fuente, puede
aprehender la sensación siempre presente de «yo soy» y morar en ella asidua y
pacientemente, hasta que las nubes que obscurecen la mente se disuelvan y el corazón del
ser sea visto en toda su gloria.
El Nisarga Yoga, cuando se persevera en él y se le lleva a su madurez, resulta en que
uno deviene consciente y activo en lo que uno había sido siempre no consciente y pasivo.
No hay diferencia en tipo —solo en la manera —la diferencia entre un lingote de oro y un
glorioso ornamento formado de él. La vida sigue, pero es espontánea y libre, plena de
sentido y feliz.
Maharaj describe muy lúcidamente este estado natural y espontáneo, pero de la misma
manera que el hombre que ha nacido ciego no puede visualizar la luz ni los colores, así la
mente no iluminada es incapaz de encontrar sentido a tales descripciones. Expresiones tales
como felicidad desapasionada, desapego pleno de afecto, atemporalidad y acausalidad de
las cosas y del ser —todas ellas suenan extrañas y no provocan ninguna respuesta.
Intuitivamente sentimos que tienen un profundo significado, e incluso crean en nosotros un
extraño anhelo por lo inefable, una premonición de cosas por venir, pero eso es todo. Como
dice Maharaj: las palabras son indicadores, muestran la dirección pero no vendrán con
nosotros. La verdad es el fruto de la acción seria, las palabras solo señalan el camino.

Maurice Frydman

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