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QUÉ ES EL PRAGMATISMO

Charles S. Peirce (1904)

Traducción castellana de Norman Ahumada (2004)

P 1078: The Monist 15 (abril 1905): 161-81. [Publicado en CP 5.411-37. Planeado


inicialmente como parte de una recensión de A Treatise on Cosmology de Herbert Nichols,
este artículo fue redactado en el verano de 1904. Cuando apareció en The Monist, se suponía
que iba a ser proseguido por dos artículos adicionales, "Las consecuencias del
pragmaticismo" y "Las evidencias para el pragmaticismo", pero este plan se metamorfoseó
a lo largo de los dos años siguientes y, aunque aparecieron dos artículos más, la serie nunca
fue concluida]. Con esta serie Peirce volvió a su proyecto de 1903 de explicar su
pragmatismo de una forma que lo distinguiera de las variantes populares y que facilitara la
exposición de su prueba. Lo da el nuevo nombre de "pragmaticismo", un nombre
"suficientemente feo para estar a salvo de secuestradores", y explora las presuposiciones
subyacentes, resumiéndolas en la advertencia críptica "rechaza las ficciones". Una creencia
clave es que el aprendizaje o el desarrollo mental de cualquier clase tiene que comenzar con
la "inmensa masa de conocimiento ya formada". En un diálogo imaginado entre un
pragmaticista y un crítico Peirce se dirige hacia las preocupaciones acerca del propósito y
consecuencias del pragmaticismo, enfatizando la importancia de la experimentación y
explicando cómo el significado de cada proposición está en el futuro. Concluye sosteniendo
que, en tanto que el pragmaticista considera la Terceridad como un ingrediente esencial de
la realidad, sólo puede gobernar a través de la acción, y la acción no puede surgir excepto
en el sentimiento. Es la dependencia que tiene la Terceridad de la acción (Secundidad) y del
sentimiento (Primeridad) lo que distingue al pragmaticismo del idealismo absoluto de Hegel.

Por su vasta experiencia, el autor de este artículo ha llegado a creer que cada
físico y cada químico y, en pocas palabras, cada maestro de cualquier división de
la ciencia experimental, ha llegado a moldear su mente de acuerdo a su vida en el
laboratorio hasta un grado que es poco sospechado. El experimentalista mismo,
apenas puede llegar a ser plenamente consciente de ello, debido a que los hombres
cuyo intelecto realmente conoce son muy parecidos a sí mismo en este aspecto.
Nunca llegará a intimar interiormente con intelectos de una preparación muy
diferente a la suya, cuya educación ha sido mayoritariamente obtenida a través de
libros, aunque llegue a mantener relaciones familiares con ellos; porque él y ellos
son como el agua y el aceite, y aunque se revuelvan, es notable la rapidez con que
vuelven a sus distintos modos mentales, sin haber obtenido más que un débil sabor
de la asociación. Si esos otros hombres pudiesen sondear con habilidad la mente
del experimentalista -que es precisamente aquello para lo que no están capacitados,
en su mayoría- pronto descubrirían que, exceptuando quizá aquellos tópicos en que
su mente está trabada por sus sentimientos personales o por la forma en que fue
criado, su disposición apunta a pensar acerca de todo del mismo modo en que se
piensa todo en el laboratorio, es decir, como una cuestión de experimentación. Por
supuesto, ninguna persona viva posee por completo todas las características de su
tipo: no es el doctor típico a quien veremos pasar cada día en su coche, ni es el
pedagogo típico a quien encontraremos en la primera sala a la que entremos. Pero
cuando se ha encontrado, o se ha construido idealmente sobre la base de la
observación, al típico experimentalista, se hallará que cualquier aseveración que
se le pueda hacer, él la entenderá ya sea como significando que si una prescripción
para un experimento puede ser alguna vez y alguna vez puede desarrollarse en acto,
resultará una experiencia de una descripción dada, o de otro modo él no encontrará
en absoluto sentido alguno a lo que se le dice. Si se le habla como Mr. Balfour
habló no hace mucho a la Asociación Británica, diciendo que "el físico busca algo
más profundo que las leyes que conectan los objetos de experiencia posibles", que
"su objeto es una realidad física" no revelada en los experimentos, y que la
existencia de tal realidad no experiencial "es la inalterable fe de la ciencia", se
encontrará frente a todo ese significado ontológico que la mente del
experimentalista está ciega al color1. Lo que se añade a esa confianza en esto, que
el escritor debe a sus conversaciones con los experimentalistas, es que casi se
podría decir que él mismo ha habitado en un laboratorio desde la edad de seis años
hasta muy pasada la madurez; y habiéndose relacionado toda su vida con los
investigadores mayormente, ha sido siempre con una confiada sensación de
comprenderlos y de ser comprendido por ellos.

Esa vida en el laboratorio no impidió que el escritor (quien aquí y en lo que


sigue simplemente ejemplifica el tipo del experimentalista) llegara a interesarse en
los métodos de pensamiento; y cuando llegó a leer metafísica, aunque mucha de
ella le pareció ampliamente razonada y determinada por predisposiciones
accidentales, sin embargo en los escritos de algunos filósofos, especialmente Kant,
Berkeley y Spinoza, encontró a veces esfuerzos en el pensamiento que recordaban
los modos de pensar del laboratorio, de manera que sentía que podía confiar en
ellos; todo lo cual se ha demostrado también cierto en otros hombres de
laboratorio.

Intentando formular lo que así aprobó, como haría naturalmente un hombre de


ese tipo, estructuró la teoría de que una concepción, es decir, el significado de una
palabra u otra expresión, yace exclusivamente en su efecto concebible sobre la
conducta de vida; de manera que, como obviamente nada que no pueda ser el
resultado de un experimento puede tener un efecto directo sobre la conducta, si
uno puede definir con precisión todos los fenómenos experimentales concebibles
que la afirmación o negación de un concepto pueda implicar, se tendrá por
consiguiente una definición completa del concepto, y no hay absolutamente nada
más en ello. Para esta doctrina él inventó el nombre de pragmatismo. Algunos de
sus amigos querían que la llamara practicismo o practicalismo (tal vez sobre la
base de que praktikos es mejor griego que pragmatikos). Pero para alguien que
había aprendido filosofía a través de Kant, como el escritor lo había hecho, junto
con diecinueve de cada veinte experimentalistas que se habían volcado hacia la
filosofía, y quien aún pensaba muy fácilmente en términos
Kantianos, praktisch y pragmatisch estaban tan alejados como los dos polos,
perteneciendo el primero a una región del pensamiento en la que la mente de tipo
experimentalista no puede nunca estar seguro de encontrar terreno firme bajo sus
pies, y el último expresando una relación con propósitos humanos definidos. Por
otra parte, una de las características más impactantes de la nueva teoría era su
reconocimiento de una inseparable conexión entre cognición racional y propósito
racional; y esa consideración fue la que determinó la preferencia por el
nombre pragmatismo.

En cuanto al tema de la nomenclatura filosófica, hay unas pocas


consideraciones sencillas que durante muchos años el escritor ha deseado someter
al juicio deliberado de aquellos pocos colegas estudiosos de filosofía que deploran
el estado actual de esos estudios y que se han hecho el propósito de rescatarla de
allí y traerla a una condición similar a la de las ciencias naturales, donde los
investigadores, en lugar de condenar cada uno el trabajo hecho por casi todos los
demás como si estuviera mal conducido de principio a fin, cooperan, se apoyan
sobre los hombros de los otros y multiplican los resultados indiscutibles; donde
cada observación es repetida, y las observaciones aisladas son menores; donde
cada hipótesis que merece atención es sometida a un examen severo pero justo, y
sólo cuando las predicciones hacia las que conduce han sido notablemente
probadas por la experiencia son dignas de confianza, y aún entonces, sólo en forma
provisional; allí donde raras veces se da se da un paso radicalmente en falso, hasta
las más imperfectas de aquellas teorías que adquieren una amplia credibilidad son
verdaderas en sus principales predicciones experienciales. A aquellos estudiantes
se propone la idea de que ningún estudio puede llegar a ser científico en el sentido
descrito hasta que se provee así mismo de una apropiada nomenclatura técnica, en
la que cada término tiene un solo significado definido universalmente aceptado por
los estudiosos del tema, y cuyos vocablos no tengan la dulzura ni el encanto que
pudiera tentar a los escritores imprecisos a abusar de ellos, -lo que es una virtud de
la nomenclatura científica demasiado poco apreciada. Se propone que la
experiencia de esas ciencias que han conquistado las mayores dificultades de
terminología, que son incuestionablemente las ciencias taxonómicas, la química,
la mineralogía, la botánica, la zoología, ha demostrado sin lugar a dudas que el
único modo en que se puede lograr la unanimidad requerida y las rupturas
requeridas con los hábitos y preferencias individuales es dar forma de ese modo a
los cánones de la terminología, que ganarán el apoyo del principio moral y del
sentido de decencia de todo hombre; y que, en particular (bajo precisas
restricciones), existirá el sentimiento general de que todo aquél que introduzca una
nueva concepción en la filosofía está bajo la obligación de inventar términos
aceptables para expresarla, y que cuando lo haya hecho, el deber de sus colegas es
aceptar esos términos, y de expresar su molestia ante cualquier uso torcido de sus
significados originales, no sólo como una grosera descortesía hacia aquel a quien
la filosofía le ha quedado en deuda por cada concepción, sino también como un
perjuicio a la filosofía misma; y además, que cuando una concepción ha sido
provista con las palabras apropiadas y suficientes para su expresión, ningún otro
término técnico que denote las mismas cosas, considerado en las mismas
relaciones, debería ser aceptado. Si esta sugerencia encontrase aceptación, podría
estimarse necesario que los filósofos en congreso adoptasen, luego de la debida
deliberación, los cánones convenientes para limitar la aplicación del principio. Así,
tal como se hace en la química, podría ser sensato asignarle significados fijos a
ciertos prefijos y sufijos. Por ejemplo, podemos acordar, tal vez, que el
prefijo prope- debería marcar una extensión amplia y más bien indefinida del
significado del término del cual es prefijo; el nombre de una doctrina terminaría
naturalmente en -ismo, en tanto -icismo podría marcar una acepción más
estrictamente definida de esa doctrina, etc. Entonces, tal como en la biología no se
toman en cuenta los términos anteriores a Linnaeus, así también en la filosofía
sería mejor no retroceder más allá de la terminología escolástica. Para ilustrar otra
suerte de limitación, probablemente nunca ocurrió que algún filósofo haya
intentado dar un nombre general a su doctrina sin que ese nombre haya adquirido
pronto, en el uso filosófico común, una significación mucho más amplia de lo que
se pretendía originalmente. Así, sistemas especiales llevan el nombre de
kantianismo, benthamismo, comteanismo, spencerianismo, etc., mientras que
trascendentalismo, utilitarismo, positivismo, evolucionismo, filosofía sintética,
etc., se han elevado irrevocable y muy convenientemente a dominios más amplios.

Después de aguardar en vano, durante una buena cantidad de años, una


conjunción de circunstancias particularmente oportunas que pudieran servir para
recomendar sus nociones de la ética de la terminología, el escritor ha podido ahora,
por fin, sacárselas de encima en una ocasión en que no tiene ninguna propuesta
específica que hacer ni sentimiento alguno que no sea satisfacción por el curso que
ha tomado el uso, sin canon alguno ni resoluciones de un congreso. Su palabra
"pragmatismo" ha logrado reconocimiento general en un sentido generalizado que
parece sostener el poder del crecimiento y la vitalidad. El afamado psicólogo,
James, lo tomó primero, viendo que su "empiricismo radical" respondía
sustancialmente a la definición de pragmatismo del escritor, aunque con una cierta
diferencia en el punto de vista2. Luego, el admirablemente claro y brillante
pensador, Sr. Ferdinand C. S. Schiller, buscando un nombre más atractivo para el
"antropomorfismo" de su Enigmas de la Esfinge, en el más notable artículo sobre
su "Axiomas como Postulados"3, dio con la misma designación "pragmatismo",
que en su sentido original estaba de acuerdo genéricamente con su propia doctrina,
para la que desde entonces ha encontrado la especificación más específica de
"humanismo", mientras que conserva aún "pragmatismo" en un sentido algo más
amplio4. Hasta aquí todo transcurría felizmente, pero en la actualidad se empieza
a encontrar la palabra ocasionalmente en los periódicos literarios, donde se abusa
de ella del modo impío que las palabras deben esperar cuando caen en las garras
literarias. A veces los modales de los británicos han florecido como regaños ante
la palabra por estar mal elegida, esto es, mal elegida para expresar algún
significado que debía más bien excluir. De modo que, el escritor, al encontrar su
dichoso "pragmatismo" promovido de esa forma, siente que ya es tiempo de dar a
su criatura un beso de despedida y permitirle ascender hacia su más elevado
destino; mientras que para servir al preciso propósito de expresar la definición
original, tiene el gusto de anunciar el nacimiento de la palabra "pragmaticismo",
que es lo suficientemente fea para estar a salvo de secuestradores 5.

A pesar de lo mucho que el escritor ha ganado de la cuidadosa lectura de lo


que otros pragmatistas han escrito, aún piensa que hay una ventaja decisiva en su
concepción original de la doctrina. Desde esta forma original puede deducirse toda
verdad que siga de cualquiera de las otras formas, y al mismo tiempo pueden
evitarse algunos errores en que han caído otros pragmatistas. La perspectiva
original parece, también, ser una concepción más compacta y unitaria que las otras.
Pero su mayor mérito, a los ojos del escritor, es que se conecta muy rápidamente
con una prueba crítica de su verdad. Muy de acuerdo con el orden lógico de la
investigación, generalmente sucede que uno primero formula una hipótesis que
parece más y más razonable mientras más se la examina, pero que sólo mucho
después se ve coronada con una prueba adecuada. Habiendo tenido la teoría
pragmatista bajo consideración durante muchos años más que la mayoría de sus
seguidores, el presente escritor le habrá prestado naturalmente mucha mayor
atención a su prueba. De todos modos, al tratar de explicar el pragmatismo, se le
podrá excusar por el hecho de limitarse a aquella forma de él que conoce mejor.
En el presente artículo sólo habrá espacio para explicar únicamente en qué consiste
realmente esta doctrina (que en tales manos como las que ha caído ahora puede
probablemente jugar un rol muy prominente en la discusión filosófica de los
próximos años). Si la exposición fuese de interés para los lectores de The Monist,
seguro que estarán mucho más interesados en un segundo artículo 6 que les dará
algunos ejemplos de las múltiples aplicaciones del pragmaticismo (suponiéndolo
verdadero) a la solución de diversas clases de problemas. Después de eso, los
lectores podrían estar preparados para interesarse en una prueba de que la doctrina
es verdadera7, una prueba que le parece al escritor que no deja duda razonable
sobre la materia, y que es la contribución de valor que tiene que hacer a la filosofía,
puesto que ella implicaría esencialmente el establecimiento de la verdad del
sinequismo8.

La definición de pragmaticismo por sí sola no proporcionaría una


comprensión satisfactoria de él a las más inquieta de las mentes, sino que requiere
el comentario que se hará más abajo. Más aún, esta definición no toma en cuenta
una o dos doctrinas sin cuya previa aceptación (o aceptación virtual) el
pragmatismo mismo sería una nulidad. Están incluidas como parte del
pragmatismo de Schiller, pero el presente escritor prefiere no mezclar
proposiciones diferentes. Habría sido mejor establecer en el acto las proposiciones
preliminares.

La dificultad para hacer esto radica en el hecho de que nunca se ha


confeccionado una lista formal de ellas. Todas podrían estar incluidas bajo la vaga
máxima "Desechar las ficciones". Filósofos de muy diversas tendencias proponen
que la filosofía establezca su punto de partida desde uno u otro estado mental en
que ningún hombre, y menos un principiante en filosofía, se encuentra realmente.
Uno propone que comience dudando de todo, y dice que hay una sola cosa que no
puede dudarse, como si dudar fuera "tan fácil como mentir"9. Otro propone que
deberíamos comenzar observando "las primeras impresiones del sentido",
olvidando que nuestras percepciones mismas son el resultado de la elaboración
cognitiva. Pero en verdad no hay sino un estado mental desde el que se puede
"comenzar", a saber, el preciso estado mental en el que uno en realidad se
encuentra en el momento de "comenzar" -un estado en que se está cargado con una
masa inmensa de conocimiento ya formado, de la cual uno no podria despojarse si
lo quisiera; ¿y quién sabe si, si se pudiera, uno no habría hecho imposible todo
conocimiento para sí mismo? ¿Llama usted dudar al escribir en un pedazo de papel
que usted duda? Si es así, la duda no tiene nada que ver con ningún quehacer serio.
Pero no finja; si la pedantería no se ha comido toda la realidad fuera de usted,
reconozca, como es debido, que hay mucho de lo que usted no duda ni en lo más
mínimo. Ahora, aquello que usted no duda en absoluto, usted debe, y lo hace,
considerarlo como una verdad absoluta, infalible. Aquí irrumpe el Sr. Fingimiento:
"¡Qué! ¿Quiere usted decir que uno tiene que creer lo que no es verdad, o que lo
que un hombre no duda es ipso facto verdadero?". No, pero a menos que pueda
hacer que algo sea blanco y negro al mismo tiempo, él tiene que mirar lo que no
duda como absolutamente verdadero. Ahora usted, hipotéticamente, es ese
hombre, "Pero usted me dice que hay veintenas de cosas que yo no dudo. No puedo
convencerme realmente de que no haya alguna de ellas acerca de la cual yo esté
equivocado". Usted está aduciendo una de sus realidades fingidas, la que, aun si
estuviera establecida, sólo a mostraría que la duda tiene un límite, es decir, sólo es
llamada a la existencia por un cierto estímulo finito. Uno solamente se confunde a
sí mismo al hablar de esta "verdad" metafísica y "falsedad" metafísica de la que no
se sabe nada. Todo aquello con lo que uno trata son sus dudas y creencias 10, con el
curso de la vida que fuerza nuevas creencias en uno y le da poder para dudar de las
viejas creencias. Si sus términos "verdad" y "falsedad" se toman en sentidos tales
que puedan ser definibles en términos de duda y creencia y del curso de la
experiencia (como serían, por ejemplo, si se fuera a definir la "verdad" como una
creencia hacia la que la creencia tendería si hubiera de tender indefinidamente
hacia una fijeza absoluta), pues muy bien: en ese caso sólo se está hablando de
duda y creencia. Pero si por verdad y falsedad se quiere significar algo no definible
en ningún sentido en términos de duda y creencia, entonces se está hablando de
entidades de cuya existencia nada se puede saber, y a las que la navaja de Ockham
afeitaría limpiamente. Los problemas se simplificarían grandemente si, en lugar de
decir que se quiere conocer la "Verdad", simplemente se dijera que se quiere
alcanzar un estado de creencia inatacable por la duda.

La creencia no es un modo momentáneo de la consciencia; es un hábito mental


que permanece esencialmente por algún tiempo, y en su mayor parte (al menos)
inconsciente; y como otros hábitos, se satisface a sí mismo perfectamente (hasta
que se encuentra con alguna sorpresa que da comienzo a su disolución). La duda
es de un género completamente contrario. No es un hábito, sino la privación de un
hábito. Ahora, una privación del hábito, para poder ser alguna cosa, debe ser una
condición de actividad errática que de algún modo debe llegar a ser reemplazada
por un hábito.

Entre aquellas cosas que el lector, como persona racional, no duda, está el que
él no sólo tiene hábitos, sino que también puede ejercer una medida de auto control
sobre sus futuras acciones; lo que no significa, sin embargo, que les pueda impartir
cualquier carácter asignable arbitrariamente, sino, al contrario, que un proceso de
auto preparación tenderá a impartir a la acción (cuando surja la ocasión para ello),
un carácter fijo, que es indicado y tal vez medido a grandes rasgos por la ausencia
(o levedad) del sentimiento de auto crítica, cuya subsecuente reflexión inducirá.
Ahora, esta reflexión subsecuente es parte de la auto preparación para la acción en
la siguiente ocasión. Consecuentemente, hay una tendencia, en tanto la acción se
repite una y otra vez, a que la acción se aproxime indefinidamente hacia la
perfección de ese carácter fijo, que estará marcado por la total ausencia de auto
crítica. Mientras más cerca se aproxima a esto, menos espacio habrá para el auto
control; y donde no haya posibilidad de auto control, no habrá auto crítica.

Estos fenómenos parecen ser la característica fundamental que distingue a un


ser racional. La culpa, en todo caso, aparece como una modificación,
frecuentemente lograda por una transferencia o "proyección" del sentimiento
primario de auto crítica. Consecuentemente, nunca culpamos a alguien por aquello
que está fuera de su poder de auto control previo. Así, el pensar es una especie de
conducta que está ampliamente sujeta al auto control. En todas sus características
(que no tenemos espacio para describir aquí), el auto control lógico es un perfecto
espejo del auto control ético,-a menos que sea más bien una especie bajo ese
género. De acuerdo a esto, lo que no se puede en lo más mínimo evitar creer, no
es, hablando con justicia, una creencia errónea. En otras palabras, para uno es la
verdad absoluta. Es verdad que se puede concebir que lo que no se puede evitar
creer hoy, se puede descreer completamente mañana. Pero hay además una cierta
distinción entre las cosas que "no se pueden" hacer, meramente en el sentido de
que nada lo estimula a uno a realizar el gran esfuerzo y los intentos que serían
requeridos, y las cosas que no se pueden hacer porque por su propia naturaleza
ellas no son susceptibles de ser puestas en práctica. En cada estado de sus
excogitaciones hay algo de lo que sólo puede decirse "no puedo pensar de otra
manera", y tu hipótesis, basada en la experiencia, es que la imposibilidad es de la
segunda clase.

No hay razón alguna por la que el "pensamiento", en lo que se acaba de decir,


debiera tomarse en ese restringido sentido en el que el silencio y la oscuridad son
favorables al pensamiento. Debería entenderse más bien como cubriendo toda vida
racional, de modo que un experimento sea una operación del pensamiento. Por
supuesto, ese último estado de hábito hacia el que la acción de auto control tiende
finalmente, donde no queda espacio para posterior auto control, es, en el caso del
pensamiento, el estado de creencia fija o conocimiento perfecto.

Dos cosas aquí son de la máxima importancia para asegurarse y para recordar.
La primera es que una persona no es absolutamente un individuo. Sus
pensamientos son lo que se está "diciendo a sí mismo", es decir, lo que está
diciendo a ese otro yo que está llegando a la vida en el flujo del tiempo. Cuando se
razona, es a ese yo crítico a quien se está tratando de persuadir; y todo pensamiento
cualquiera es un signo, y es principalmente de naturaleza lingüística. La segunda
cosa a recordar es que el círculo de la sociedad del hombre (no importa cuán
ampliamente se entienda esta frase), es una especie de persona flojamente
compactada, en algunos aspectos con un rango más alto que la persona de un
organismo individual. Son estas dos cosas solamente las que le hacen posible a uno
-pero solo en lo abstracto, y en un sentido pickwickiano11- distinguir entre verdad
absoluta y lo que no se duda.

Apresurémonos a la exposición del pragmaticismo mismo. Aquí será


conveniente imaginar que alguien para quien la doctrina es nueva, pero con una
perspicacia bastante preternatural, hace preguntas a un pragmaticista. Todo lo que
pueda dar una apariencia dramática debe eliminarse, de modo que el resultado sea
una especie de cruce entre un diálogo y un catecismo, pero bastante más parecido
a lo último, -algo más bien dolorosamente evocador de las Preguntas Históricas de
Mangnall12.

Interrogador: Estoy muy sorprendido por su definición de pragmatismo,


porque el año pasado mismo me aseguró una persona por encima de toda sospecha
de distorsionar la verdad -pragmatista él mismo- que su doctrina precisamente era
"que una concepción debe probarse por sus efectos prácticos". Seguramente,
entonces, usted debe haber cambiado por completo su definición muy
recientemente.

Pragmaticista: Si usted revisa los Vols. VI y VII de la Revue Philosophique, o


la Popular Science Monthly de noviembre de 1877 y enero de 1878, podrá juzgar
por sí mismo si la interpretación que menciona no quedó entonces claramente
excluida. Las palabras exactas de la enunciación inglesa (reemplazando solamente
la primera persona por la segunda), fue: "Considere qué efectos que pudieran
concebiblemente tener consecuencias prácticas concibe usted que pueda tener el
objeto de su concepción. Entonces su concepción de esos efectos es la
TOTALIDAD de su concepción del objeto"13.

Interrogador: Bien, ¿qué razón tiene usted para afirmar que esto es así?

Pragmaticista: Eso es lo que especialmente quiero decirle. Pero es mejor que


se posponga la cuestión hasta que usted entienda claramente lo que esas razones
profesan probar.

Interrogador: ¿Entonces cuál es la raison d’être de la doctrina? ¿Qué ventaja


se espera de ella?

Pragmaticista: Servirá el mostrar que casi toda proposición de metafísica


ontológica o es un galimatías sin sentido -una palabra definida por otras palabras,
y éstas por otras más, sin que se alcance alguna vez una concepción real-, o es del
todo absurda; de modo que una vez barrida toda esa basura, lo que quedará de la
filosofía será una serie de problemas que pueden ser investigados por los métodos
de observación de las ciencias verdaderas- acerca de las cuales puede alcanzarse
la verdad sin esos interminables malentendidos y disputas que han hecho a la más
alta de las ciencias positivas un mero divertimento para intelectos ociosos, una
suerte de ajedrez -su propósito el placer del ocio y su método la lectura de un libro.
En este aspecto, el pragmaticismo es una especie de prope-positivismo. Pero lo que
lo distingue de otras especies es, primero, su retención de una filosofía purificada;
segundo, su total aceptación del cuerpo principal de nuestras creencias instintivas;
y tercero, su tenaz insistencia en la verdad del realismo escolástico (o una cercana
aproximación a ello, bien establecida por el difunto Dr. Francis Ellingwood Abbot
en la Introducción de su Teísmo Científico)14. Entonces, en vez de meramente
mofarse de la metafísica, como otros prope-positivistas, ya sea mediante largas y
dilatadas parodias o de otras maneras, el pragmaticista extrae de ella una esencia
bastante preciosa que servirá para dar vida y luz a la cosmología y a la física. Al
mismo tiempo, las aplicaciones morales de la doctrina son positivas y potentes; y
tiene muchos otros usos que no son fácilmente clasificables. En otra ocasión se
podrán dar ejemplos para mostrar que realmente tiene estos efectos.

Interrogador: Apenas necesito ser convencido de que su doctrina destruiría a


la metafísica. ¿No es tan obvio que debe barrer cada proposición de la ciencia y
todo lo que tiene que ver con la conducta de la vida? Porque usted dice que el único
significado que, para usted, tiene cualquier afirmación es que un cierto
experimento ha resultado de una cierta manera: Nada más sino un experimento
entra en el significado. Dígame, entonces, ¿cómo puede un experimento, en sí
mismo, revelar algo más que algo le ocurrió alguna vez a un objeto individual y
que subsecuentemente ocurrió algún otro evento individual?

Pragmaticista: Esa pregunta es, en verdad, muy a propósito -siendo el


propósito corregir cualquier equívoco del pragmaticismo. Usted habla de un
experimento en sí mismo, enfatizando "en sí mismo". Evidentemente usted piensa
en cada experimento como aislado de todos los otros. Usted no ha pensado, por
ejemplo, que uno podría atreverse a conjeturar que cada serie de experimentos
constituye un único experimento colectivo. ¿Cuáles son los ingredientes esenciales
de un experimento? Primero, por supuesto, un experimentador de carne y hueso.
Segundo, una hipótesis verificable. Esta es una proposición15 que se relaciona con
el universo que rodea al experimentador o con alguna parte bien conocida de él y
afirmando o negando de éste sólo alguna posibilidad o imposibilidad experimental.
El tercer ingrediente indispensable es una duda sincera en la mente del
experimentador en cuanto a la verdad de esa hipótesis. Pasando sobre varios
ingredientes en los que no necesitamos detenernos, el propósito, el plan, y la
resolución, llegamos al acto de elección por el cual el experimentador individualiza
ciertos objetos identificables sobre los que se operará. Lo siguiente es el ACTO
externo (o quasi-externo) por medio del cual él modifica esos objetos. En seguida
viene la subsiguiente reacción del mundo sobre el experimentador en una
percepción; y finalmente, su reconocimiento de la enseñanza del experimento.
Aunque las dos partes principales del evento mismo son la acción y la reacción, la
unidad de esencia del experimento descansa en su propósito y plan, los
ingredientes que se pasaron por alto en la enumeración.
Otra cosa: al representar al pragmaticista como haciendo que el significado
racional consista en un experimento (del cual usted habla como un evento en el
pasado), usted falla sorprendentemente en captar su actitud mental.

En verdad, se dice que el significado racional no consiste en un experimento,


sino en los fenómenos experimentales. Cuando un experimentalista habla de
un fenómeno, tal como el "fenómeno de Hall", el "fenómeno de Zeeman" y su
modificación, el "fenómeno de Michelson" o el "fenómeno del tablero de ajedrez",
no se refiere a ningún evento particular que le ocurrió a alguien en un pasado ya
enterrado, sino lo que con toda seguridad le ocurrirá en el futuro vivo a cualquier
persona que cumpla ciertas condiciones16. El fenómeno consiste en el hecho de
que cuando un experimentalista llegue a actuar de acuerdo a un cierto esquema
que tiene en mente, entonces algo más ocurrirá y destruirá las dudas de los
escépticos, como el fuego celestial sobre el altar de Elías.

Y no se pase por alto el hecho de que la máxima pragmaticista no dice nada


de los experimentos aislados o de los fenómenos experimentales aislados (pues lo
que es condicionalmente verdadero en el futuro apenas puede ser singular), sino
que habla solamente de clases generales de fenómenos experimentales. Su
seguidor no duda en hablar de los objetos generales como reales, ya que cualquier
cosa que sea verdad representa una realidad. Ahora las leyes de la naturaleza son
verdaderas.

El significado racional de cada proposición descansa en el futuro. ¿Cómo así?


El significado de una proposición es él mismo una proposición. En verdad, no es
sino la proposición misma de la que ella es el significado: es una traducción de
ello. Pero de las miríadas de formas en que una proposición puede ser traducida,
¿cuál es aquella que debe llamarse su significado mismo? Es, de acuerdo al
pragmaticista, aquella forma en la que la proposición deviene aplicable a la
conducta humana, no en estas o aquellas circunstancias especiales, ni cuando se
toma en consideración este o aquel diseño especial, sino aquella forma que es más
directamente aplicable al auto control bajo cada situación y para cada propósito. A
esto se debe que él sitúe el significado en tiempo futuro; pues la conducta futura
es la única conducta que está sujeta al auto control. Pero para que esa forma de la
proposición que debe ser tomada como su significado sea aplicable a cada
situación y a cada propósito con el que la proposición guarde alguna relación, debe
ser simplemente la descripción general de todos los fenómenos experimentales que
la afirmación de la proposición virtualmente predice. Pues un fenómeno
experimental es el hecho aseverado por la proposición de que la acción de una
cierta descripción tendrá una cierta clase de resultado experimental; y los
resultados experimentales son los únicos resultados que pueden afectar a la
conducta humana. Sin duda, una idea que no cambia puede llegar a influir en un
hombre más de lo que lo había hecho; pero solo porque alguna experiencia
equivalente a un experimento le ha hecho llegar su verdad más íntimamente que
antes. Siempre que un hombre actúa con un propósito determinado, actúa bajo una
creencia en un fenómeno experimental. Consecuentemente, la suma de los
fenómenos experimentales que implica una proposición constituye su efecto
completo sobre la conducta humana. Su pregunta, entonces, de cómo puede un
pragmaticista atribuir algún significado a alguna afirmación que no sea aquella de
ocurrencia singular está substancialmente respondida.

Interrogador: Veo que el pragmaticismo es un fenomenalismo completo. Solo


que, ¿por qué debería uno limitarse a los fenómenos de la ciencia experimental en
lugar de abarcar todas las ciencias de la observación? El experimento, después de
todo, es un informante no comunicativo. Nunca se extiende: sólo responde "sí" o
"no"; o más bien, suelta generalmente un brusco "¡No!" o, en el mejor de los casos,
sólo emite un gruñido inarticulado para la negación de su "no". El experimentalista
típico no es muy observador. Es al estudiante de historia natural a quien la
naturaleza le abre el tesoro de su confianza, en tanto trata al experimentalista
cuestionador con la reserva que merece. ¿Por qué debería su fenomenalismo tocar
la pobre arpa judía del experimento en vez de tocar el glorioso órgano de la
observación?

Pragmaticista: Porque el pragmaticismo no es definible como "fenomenalismo


completo", aunque esta última doctrina puede ser un tipo de pragmatismo.
La riqueza de los fenómenos yace en sus cualidades sensitivas. El pragmaticismo
no intenta definir los equivalentes fenoménicos de las palabras e ideas generales,
sino que, por el contrario, elimina su elemento sensible y se dedica a definir el
significado racional, y esto lo encuentra en el comportamiento intencional de la
palabra o proposición en cuestión.

Interrogador: Bien, si usted elige convertir al hacer en lo más importante de la


vida humana, ¿por qué no hace que el significado consista simplemente en hacer?
El hacer tiene que ser hecho en un cierto tiempo sobre un cierto objeto. Los objetos
individuales y los eventos singulares cubren toda la realidad, como todos saben, y
como un hombre práctico debería ser el primero en insistir. Aún así, su significado,
como usted lo ha descrito, es general. Así, es de la naturaleza de un simple palabra,
y no una realidad. Usted mismo dice que su significado de una proposición es solo
la misma proposición con otro traje. Pero el significado de un hombre práctico es
la cosa misma que él quiere significar. ¿Cuál hace usted que sea el significado de
"George Washington"?

Pragmaticista: ¡Palabras muy forzadas! Una buena media docena de sus


puntos deben ser admitidos, ciertamente. Debe admitirse, en primer lugar, que si
el pragmaticismo realmente convirtiera al hacer en lo más importante de la vida
humana, esa sería su muerte, ya que decir que vivimos por el mero propósito de la
acción, como acción, independientemente del pensamiento que conlleva, sería
decir que no existe algo como el significado racional. En segundo lugar, debe
admitirse que cada proposición profesa ser verdadera de un cierto objeto real
individual, frecuentemente del universo que le rodea. Tercero, debe admitirse que
el pragmaticismo falla en proveer alguna traducción o significado de un nombre
propio, u otra designación de un objeto individual. Cuarto, el significado
pragmaticista es indudablemente general; y es igualmente indiscutible que lo
general es de la naturaleza de una palabra o signo. Quinto, debe admitirse que los
individuos solo existen; y sexto, se puede admitir que el significado mismo de una
palabra u objeto significante debería ser la misma esencia o realidad de lo que
significa. Pero cuando, una vez que esas admisiones se han hecho sin reservas,
encontramos al pragmaticista aún forzado muy seriamente a negar la fuerza de
nuestra objeción, debemos inferir que hay alguna consideración que se nos escapó.
Juntando las admisiones, se percibirá que el pragmaticista concede que un nombre
propio (aunque no se acostumbra a decir que tiene un significado) tiene una cierta
función denotativa peculiar, en cada caso, para ese nombre y sus equivalentes; y
que concede que cada afirmación contiene tal función denotativa o de señalar. En
su individualidad peculiar, el pragmaticista excluye a ésta del significado racional
de la afirmación, aunque las semejantes a ella, siendo comunes a todas las
afirmaciones, y por tanto, siendo generales y no individuales, pueden entrar en el
significado pragmaticístico. Cualquier cosa que exista, ex-siste, es decir, actúa
realmente sobre otros existentes, así obtiene una identidad propia y es
definitivamente individual. En cuanto a lo general, será de ayuda al pensamiento
el notar que hay dos maneras de ser general.

Una estatua de un soldado en el monumento de un pueblo, con su sobretodo y


su mosquete, es para cada una de cien familias la imagen de su tío, su sacrificio
por la Unión. Esa estatua, entonces, aunque es en sí misma única, representa a
cualquiera de quien un cierto predicado pueda ser verdadero.
Es objetivamente general. La palabra "soldado", ya sea escrita o hablada, es
general en la misma manera; mientras que el nombre "George Washington" no lo
es. Pero cada uno de estos dos términos permanece como uno y el mismo nombre,
ya sea escrito o hablado y toda vez y en todo lugar en que sea dicho o escrito. Este
sustantivo no es una cosa existente: es un tipo, o forma, a la cual los objetos, tanto
aquellos que son existentes externamente como aquellos que son imaginados,
pueden conformarse, pero que ninguno de ellos puede exactamente ser. Esto es
generalidad subjetiva. El significado pragmaticístico es general en ambos sentidos.

En cuanto a la realidad, uno la encuentra definida de diversos modos; pero si


ese principio de ética terminológica que se propuso fuera aceptado, el lenguaje
equívoco desaparecería muy pronto, pues realis y realitas no son palabras
antiguas. Fueron inventadas para ser términos de filosofía en el siglo trece, y el
significado que se pretendió expresar con ellas está perfectamente claro. Que
es real lo que tiene tales o cuales características, tanto si alguien piensa que tiene
esas características o no. En cualquier caso, ese es el sentido en que el
pragmaticista usa la palabra. Ahora, así como la conducta, controlada por razones
éticas, tiende a fijar ciertos hábitos de conducta, cuya naturaleza (como para
ilustrar el significado, hábitos pacíficos y no hábitos agresivos) no depende de
circunstancias accidentales, y en ese sentido puede decirse que están destinadas,
así, el pensamiento, controlado por una lógica experimental racional, tiende a la
fijación de ciertas opiniones, igualmente destinadas, cuya naturaleza será la misma
al final, sin importar cómo la perversidad del pensamiento de generaciones
completas pueda causar la postergación de la fijación última. Si esto fuere así,
como cada uno de nosotros virtualmente supone que es, en cuanto a cada materia
cuya verdad discutimos seriamente, entonces, de acuerdo a la definición adoptada
de "real", el estado de las cosas que serán creídas en esa opinión última es real.
Pero, en su mayor parte, tales opiniones serán generales.
Consecuentemente, algunos objetos generales son reales. (Por supuesto, nadie
pensó nunca que todos los generales eran reales; pero los escolásticos solían
suponer que lo general era real cuando tenían poca, o más bien ninguna evidencia
experimental para apoyar su suposición; y su fallo está justo ahí y no en sostener
que lo general podría ser real). Uno se asombra con la inexactitud del pensamiento
incluso de los analistas de poder, cuando se refieren a los modos de ser. Uno
encontrará, por ejemplo, la presunción virtual de que lo que es relativo al
pensamiento no puede ser real. ¿Pero por qué no, exactamente? El rojo es relativo
a la vista, pero el hecho de que esto o aquello esté en esa relación con la visión que
nosotros llamamos ser rojo, no es relativo a la vista en sí mismo; es un hecho real.

Los generales no sólo pueden ser reales, sino que también pueden ser
físicamente eficientes, no en todo sentido metafísico, sino en la acepción del
sentido común en que los propósitos humanos son físicamente eficientes. Aparte
del sinsentido metafísico, ningún hombre cuerdo duda que si yo siento que el aire
en mi oficina está enrarecido, ese pensamiento puede ser causa de que abra la
ventana. Mi pensamiento, concédase, fue un evento individual. Pero lo que lo llevó
a tomar esa particular determinación, fue en parte el hecho general de que el aire
enrarecido es malsano, y en parte otras Formas, en relación a las cuales el Dr.
Carus ha hecho que tantos hombres reflexionen con ventaja17 -o más bien, por las
cuales, y la verdad general en relación a la cual la mente del Dr. Carus estaba
determinada a la firme enunciación de tanta verdad. Pues las verdades, en
promedio, tienen una mayor tendencia a ser creídas que las falsedades. Si fuera de
otro modo, considerando las miríadas de falsas hipótesis que pueden dar cuenta de
cualquier fenómeno dado contra una sola verdadera (o si lo prefiere, contra cada
una verdadera), el primer paso hacia el conocimiento genuino debe haber estado
muy cerca del milagro. Así, entonces, cuando se abrió mi ventana, debido a la
verdad de que el aire enrarecido es malsano, se trajo a la existencia un esfuerzo
físico por la eficiencia de una verdad general y no existente. Esto suena gracioso
porque no es familiar; pero el análisis exacto está con ello y no contra ello; y tiene,
además, la inmensa ventaja de no cegarnos ante los grandes hechos -tales como
que las ideas "justicia" y "verdad" son, a pesar de la iniquidad del mundo, las más
poderosas de las fuerzas que lo mueven. La generalidad es, en verdad, un
ingrediente indispensable de la realidad; pues la mera existencia o actualidad
individual sin regularidad alguna es una nulidad. El caos es la nada pura.

Lo que afirma cualquier proposición verdadera es real, en el sentido de que es


como es sin importar lo que usted o yo podamos pensar de ella. Deje que esta
proposición sea una proposición condicional general en cuanto al futuro, y es una
generalidad real tal como se calcula realmente que influye la conducta humana; y
el pragmaticista sostiene que ese es el significado racional de cada concepto.

En consecuencia, el pragmaticista no hace que el summum bonum consista en


la acción, sino que hace que consista en ese proceso de la evolución por el que lo
existente llega cada vez más a encarnar esos generales para las que se decía justo
ahora que estaba destinado, que es lo que procuramos expresar al
llamarlas razonables. En sus estados superiores, la evolución tiene lugar cada vez
más extensamente a través del auto control, y esto da al pragmaticista una suerte
de justificación para hacer que el significado racional sea general18.

Hay mucho más en la elucidación del pragmaticismo que podría decirse de


provecho si no fuera por el temor a fatigar al lector. Habría estado bien, por
ejemplo, mostrar claramente que el pragmaticista no atribuye ningún modo
esencial de ser a un evento en el futuro diferente de aquel que atribuiría a un evento
similar en el pasado, sino solamente que la actitud práctica del pensador hacia los
dos es diferente. También habría estado bien mostrar que el pragmaticista no hace
que las Formas sean las únicas realidades en el mundo, no más de lo que hace que
el significado razonable de una palabra sea la única clase de significado que existe.
Estas cosas están, sin embargo, implícitamente contenidas en lo que se ha dicho.
Hay sólo una observación en cuanto a la concepción del pragmaticista sobre la
relación de su fórmula con los primeros principios de la lógica, que necesitan que
el lector se detenga.

La definición de predicación universal de Aristóteles 19, que es comúnmente


designada (como una bula papal o un auto de una corte, desde sus palabras
iniciales) como el Dictum de omni, puede ser traducida como sigue: "Llamamos a
una predicación (sea afirmativa o negativa) universal, cuando, y sólo cuando, no
hay nada entre los individuos existentes al cual el sujeto pertenezca
afirmativamente, sino al cual lo predicado no se referirá del mismo modo
(afirmativa o negativamente, según si la aseveración universal es afirmativa o
negativa)". El griego
es: 

. Las importantes palabras "individuales existentes" se han
introducido en la traducción (ya que el idioma inglés no permite aquí ser literal):
pero es claro que individuales existentes era lo que Aristóteles quiso decir. Los
otros desvíos de la literalidad solo sirven para dar formas modernas de expresión
inglesa. Por otra parte, es bien sabido que las proposiciones en la lógica formal van
en pares, pudiendo las dos de un par ser convertibles la una en la otra mediante el
intercambio de las ideas de antecedente y consecuente, sujeto y predicado, etc. El
paralelismo va tan lejos que frecuentemente se considera perfecto; pero no es tan
así. La pareja apropiada de esta suerte de Dictum de omni es la siguiente definición
de predicación afirmativa: Llamamos a una predicación afirmativa (sea universal
o particular) cuando, y sólo cuando, no hay nada entre los efectos del sentido que
pertenecen universalmente al predicado (universalmente o particularmente, de
acuerdo a si la predicación afirmativa es universal o particular) que no se diga que
pertenece al sujeto. Esta es substancialmente la proposición esencial del
pragmaticismo. Por supuesto, su paralelismo con el dictum de omnis será admitido
solamente por alguien que admita la verdad del pragmaticismo.

Permítanme agregar una palabra más en este punto20 -pues, si uno se preocupa
realmente en saber en qué consiste la teoría pragmaticista, debe comprender que
no hay otra parte de ella a la que el pragmaticista otorgue tanta importancia como
al reconocimiento en su doctrina de la completa inadecuación de acción, o volición
o incluso de resolución o propósito real, como materiales con los cuales se
construya un propósito condicional o el concepto de propósito condicional. Si se
hubiera escrito alguna vez un artículo intencionado en cuanto al principio de
continuidad y sintetizando las ideas de los otros artículos de una serie en los
primeros volúmenes de The Monist21, habría aparecido cómo, con total
consistencia, esa teoría involucraba el reconocimiento de que la continuidad es un
elemento indispensable de la realidad, y que la continuidad es simplemente lo que
la generalidad llega a ser en la lógica de los relativos, y así, como la generalidad,
y más que la generalidad, es un asunto del pensamiento y es la esencia del
pensamiento. Así, aún en su truncada condición, un lector extra-inteligente podría
discernir que la teoría de esos artículos cosmológicos hizo que la realidad
consistiera en algo más que lo que el sentimiento y la acción podían proporcionar,
en tanto que se demostró explícitamente que el caos original, donde esos dos
elementos estaban presentes, era la nada pura. Ahora bien, el motivo para aludir a
esa teoría precisamente aquí, es que de esta manera uno puede someter a una fuerte
luz una posición que el pragmaticista mantiene y debe mantener, ya sea esa teoría
cosmológica finalmente sustentada o refutada, a saber, que la tercera categoría -la
categoría del pensamiento, representación, relación triádica, mediación,
Terceridad genuina, Terceridad como tal- es un ingrediente esencial de la realidad,
aunque no constituye realidad por sí misma, puesto que esta categoría (que en esa
cosmología aparece como el elemento del hábito) no puede tener un ser concreto
sin acción, como un objeto separado sobre el cual pueda trabajar su gobierno, tal
como la acción no puede existir sin el ser de sentimiento inmediato sobre el cual
actuar. La verdad es que el pragmaticismo es un cercano aliado del idealismo
absoluto hegeliano, del cual, sin embargo, está separado por su vigorosa negación
de que la tercera categoría (que Hegel degrada a un mero estado de pensamiento)
es suficiente para hacer el mundo, o es incluso tanto como auto suficiente. Si
Hegel, en vez de considerar los primeros dos estados con su sonrisa de desprecio,
se hubiese mantenido en la idea de ellos como elementos independientes o distintos
de la Realidad trina, los pragmaticistas lo podrían haber tenido como el gran
vindicador de su verdad. (Por supuesto, los aderezos externos de su doctrina sólo
son aquí y ahí de mucha significación). Pues el pragmaticismo pertenece
esencialmente a la clase de doctrinas filosóficas triádicas, y es mucho más
esencialmente así que el hegelianismo. (En verdad, en un pasaje, al menos, Hegel
alude a la forma triádica de su exposición como una simple vestimenta de moda).

POSTSCRIPTUM22. Durante los últimos cinco meses me he encontrado con


referencias a varias objeciones a las opiniones expuestas arriba, pero al no haber
podido obtener los textos de estas objeciones, creo que no debería tratar de
responderlas. Si los que atacan tanto al pragmatismo en general como a la variedad
que yo sostengo me pudieran enviar copias de lo que escriben, podrían encontrar
fácilmente lectores más importantes, pero no encontrarían a nadie que examine sus
argumentos con una avidez más agradecida por la verdad aún no aprehendida, ni a
alguien que aprecie más su cortesía.

C. S. P.

Feb. 9, 1905.

Traducción de Norman Ahumada (2004)

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