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Ponencia

La defensa de la vida y el cambio climático


Climate Week en Nueva York 2019

Por Camilo Romero Galeano


Gobernador de Nariño

Antes de iniciar con la ponencia que construimos para compartirla con el mundo en la Cumbre Sobre
la Acción Climática en la Organización de las Naciones Unidas, en Nueva York, y que fue blanco de
resistencias de los mismos que actúan con mezquindad y desgreño por el planeta, quisiera saludar a
los honorables congresistas que me acompañan, a los representantes de las diversas organizaciones
que con sus luchas diarias son ejemplo para todos nosotros, y a las demás ciudadanas y ciudadanos
que nos siguen a través de las diversas señales de los medios de comunicación, a quienes aprovecho
para agradecerles por su disposición y compañía en este escenario.

Hoy no vengo a hablarles exclusivamente como el gobernador del departamento de Nariño, hoy vengo
a hablarles como un ciudadano del mundo.

Hoy es claro que la voz que se quería pronunciar desde la ONU también es una voz universal, es una
voz que puede emanciparse desde Nariño, desde el Pacífico, desde Los Andes o desde El Amazonas.
Todo lugar resultará pertinente y adecuado para que el mundo comprenda la dimensión del tema que
nos convoca.

Venimos desde uno de los territorios más biodiversos de toda la tierra, y en la que tierra misma ha
forjado el espíritu de ciudadanos con convencimiento pleno que no hay un propósito mayor como
sociedad que la defensa misma de la vida.

En Nariño dimos ya ese paso por la humanidad con la creación de la Secretaría de Ambiente y
Desarrollo Sostenible, la primera en la historia del departamento y una de las únicas en todo el territorio
colombiano.

Ella simboliza la coherencia de lo que somos por valoración de las luchas históricas, del ejemplo
ancestral de los pueblos indígenas, de las comunidades afrodescendientes y de quienes han
convertido el campo en el escenario de excelencia para la reivindicación de los derechos.

Vengo entonces a hablar desde un territorio biodiverso que hizo realidad la primera política pública
animalista en Colombia en tiempos en el que aún existen enormes e incomprensibles prejuicios que
desdeñan formas de vida diferentes a la nuestra.

Por ejemplo, en Nariño avanzamos en aquello en lo que la naturaleza misma nos da respuestas. Por
décadas muchos de nuestros pueblos rurales más alejados estuvieron a oscuras. El único contacto
de sus pobladores con la energía eléctrica provenía de experiencias remotas por cuenta de visitas
esporádicas a municipios de la zona andina del departamento y a la misma capital.

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Fuimos conscientes que semejante desigualdad no se podría superar exclusivamente con métodos
convencionales. Y se encendió la luz: con un modelo innovador y comunitario alineado a los paneles
solares, en plenos territorios selváticos, hicimos posible que 10 mil habitantes empezaran a construir
una página más esperanzadora en sus vidas.

Pero en el departamento, en una disposición histórica por el cuidado de la naturaleza no sólo


empleamos estos métodos para aliviar una necesidad tan primaria como la energía, también
albergamos la primera política pública animalista en Colombia que gira en torno a las abejas.

Este es un salto no menor, pues según la misma Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura, FAO, más del 75 por ciento de los cultivos alimentarios del mundo
dependen en cierta medida de la polinización para obtener rendimientos y calidad. Es decir, estamos
ante el animal vivo más importante del mundo, que el mundo en su frenesí y convulsión no está
salvaguardando.

Es desde ese Nariño el que vengo hoy a hablarles como habitante del mundo. Es como ciudadano de
este país nuestro inverosímil, rico y diverso donde no pudimos juntarnos por la paz, pero que hoy
reclama nuevos propósitos comunes alrededor de los cuales ponernos de acuerdo, desde donde
vengo a hablarles.

El reto es inmenso porque se trata de apartarnos de la noción de propiedad, esto es mío, me


pertenece, para conectarnos con la de comunidad, esto es de todos, nos pertenece. Los procomunes
solo son posibles en la medida de sean sostenidos por la gente, por colectivos ciudadanos.
Lamentablemente cuando comenzamos a valorar un bien común, es cuando este empieza a estar
amenazado. Hoy en todo el mundo se moviliza la nueva ciudadanía para no solo reclamar el pleno
ejercicio de sus derechos como ciudadanos, sino también su supervivencia como seres vivos. Ya no
son sólo los gobiernos o las instituciones las que toman las decisiones o impulsan proyectos. Es una
decisión política de la ciudadanía luchar por un procomún que es la supervivencia, en últimas la
defensa de la vida, pues nosotros mismos hemos creado todas las condiciones para la desaparición
de la vida en el planeta.

Por eso hoy, como seres humanos, es prioritario que establezcamos un nuevo paradigma que
fundamente una nueva forma de ver el mundo, una nueva cosmovisión frente a la cual seamos
capaces de diluir todas las discusiones ideológicas y de fronteras. Tenemos que encontrar una nueva
manera de ser y estar en el mundo, de ver la vida, de comportarnos y de darle sentido a lo que nos
sucede como humanidad. Por eso estamos empeñados en recuperar el verdadero valor de la política
que es crear una convergencia de pasiones e intereses para lograr metas y propósitos colectivos.

Entonces no caben aquí los discursos estigmatizantes y de odio. Porque si en algo podemos
encontrarnos más allá de nuestros límites ideológicos y partidistas es en la defensa de la vida. Aquí
está el propósito común, nuestro procomún: la defensa de la vida. Hay quienes por nuestras posiciones
han querido estigmatizarnos, señalarnos y encasillarnos. Lo que hoy ponemos en evidencia es que si
hay algo que hoy defendemos y protegemos son los 39 ecosistemas estratégicos que posee Nariño y
que nutren la vida de la región y el país, por eso fuimos el primer departamento en reconocer y
salvaguardar los derechos de la naturaleza en Colombia; si algo defendemos son las 1.049 especies
de aves que habitan nuestro Sur, de las 1.900 que habitan en Colombia; defendemos el ecosistema
de guandal más importante de Colombia, con una extensión de 130.000 hectáreas; y el ecosistema

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de manglar, ocupando una extensión de 150.000 hectáreas, que representan el 53% del total del país;
defendemos el Parque Natural Sanquianga que concentra el 53% de los manglares del Departamento
y un 20% del Pacífico Colombiano; estamos en defensa de nuestros páramos, de nuestras cuencas,
de nuestra inmensa biodiversidad; somos defensores de nuestro patrimonio humano representado en
nuestros pueblos indígenas, campesinos y afrodescendientes que hacen parte de un territorio
productor de agua y alimentos.

Es esta defensa de la vida, de lo público, de la tierra, de lo común a todos la que nos obliga a oponernos
a todas las prácticas que justamente atenten contra estos principios fundamentales que son de un
Estado Superior, el Estado Superior que va más allá de condiciones partidistas. Si alguna ideología
nos impulsa es la defensa de la vida en toda su dimensión y el llamado urgente a que como especie
actuemos desde una nueva cosmovisión por el cuidado de unos a otros. Esto está por encima de
cualquier discurso fundado en el odio y el sectarismo.

A pesar de todo, hoy estamos a tiempo de actuar, de elevar una alerta más para que como Estado
busquemos conjuntamente las soluciones que hoy se encuentran en la innovación social, tecnológica
y cultural desde las que se pueden hacer frente al complejo panorama presente y futuro al que nos
exponemos, de seguir comportándonos como hasta ahora lo hemos hecho. Si el mundo en pleno
entiende que hoy la amenaza más grave para la continuidad de la vida en la tierra es el cambio
climático, vamos a poder hacerle frente a lo que puede ser una catástrofe. De lo contrario será muy
difícil hacerlo de manera aislada y todo esfuerzo será menor.

Para hacer realidad este propósito común y global de trabajar unidos por el cambio climático es
indispensable que las grandes potencias se unan a esta lucha. Pero aún estamos lejos de lograrlo.
Para citar solo un ejemplo y aunque pueda sonar a ironía, que la Cumbre por la Acción Climática se
realice en Estados Unidos, que es el segundo mayor emisor de gases de efecto invernadero, pareciera
no tener sentido. Dirán que queda un consuelo: que China, el mayor contaminante del planeta, con
dos veces más emisiones de gases que Estados Unidos, sí participa de estas cumbres aunque sólo
envíe a su ministro de Exteriores. Tampoco asistió el segundo mayor productor de petróleo del mundo
después de EEUU, Arabia Saudí.

La Unión Europa que es el tercer mayor contaminante ha mostrado en bloque su compromiso y este
es un gran avance. Según la ONU, 75 de los 195 países que firmaron el Acuerdo de París ya han
manifestado su intención de hacerlo. Preocupa muchísimo que a pesar de la evidencia de la existencia
del cambio climático causado por el hombre hoy hayan corrientes de pensamiento “contracambio”,
que promueven que el cambio climático es una mentira o que el cambio climático está ocurriendo,
pero no es provocado por el hombre o que enfrentar el cambio climático podría destruir empleos y
acabar con el crecimiento económico. En contraposición a esto, los científicos en el mundo analizaron
si había consenso científico sobre el tema y el estudio arrojó que entre el 97% y el 99,94% de las
publicaciones científicas afirman que el cambio climático existe y está generado por la actividad
humana.

Hoy la lucha contra el cambio climático es una carrera contra el tiempo. Según el último informe de la
ONU, los últimos cinco años han sido el período más cálido de la historia. La Tierra es en promedio
1°C más cálida que en el siglo XIX, y este ritmo cada vez se acelera más. Por eso no es congruente
el ritmo lento con el que se asumen los compromisos frente al cambio climático y hoy la gran pregunta

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que debemos hacernos como humanidad es si con ese nivel de compromiso y acciones será posible
detener la catástrofe del calentamiento global.

Según el Banco Mundial, con 2°C grados de calentamiento, entre 100 y 400 millones de personas
más estarán en riesgo de pasar hambre y entre 1.000 y 2.000 millones ya no tendrán suficiente agua.
El cambio climático podría dar lugar a pérdidas en el rendimiento mundial de los cultivos del 30 por
ciento para 2080, incluso si se toman medidas para adaptarse a él.

Además, entre 2030 y 2050, se espera que cause aproximadamente 250.000 muertes adicionales por
año a causa de la desnutrición, la malaria, la diarrea y el estrés por calor. Dado que las personas en
situación de pobreza en gran parte no tienen seguro médico, el cambio climático exacerbará las crisis
de salud que ya empuja a 100 millones de personas a la pobreza cada año.

Las personas en situación de pobreza enfrentan además una amenaza muy real de perder sus
hogares: para el año 2050, el cambio climático podría desplazar a 140 millones de personas en África
subsahariana, el sur de Asia y América Latina solamente.

Las inundaciones y los derrumbes pueden debilitar las infraestructuras y viviendas ya degradadas,
especialmente para las personas que viven en asentamientos no planificados o sin servicios. En 2017,
18,8 millones de personas fueron desplazadas debido a desastres en 135 países, casi el doble del
número de desplazados por el conflicto.

Y así es: son los pobres los que se llevan la peor parte del cambio climático, pese a ser los que menos
han contribuido a él. “La mitad más pobre de la población mundial, 3.500 millones de personas, es
responsable de solo el 10 por ciento de las emisiones de carbono, mientras que el 10 por ciento más
rico es responsable de la mitad de esas emisiones. Una persona situada en el 1 por ciento más rico
del mundo, usa 175 veces más carbono que una persona en el 10 por ciento inferior”.

“Perversamente, los más ricos, que tienen la mayor capacidad de adaptación y son responsables de
la gran mayoría de las emisiones de gases de efecto invernadero y se han beneficiado de ellos, serán
los mejor situados para hacer frente al cambio climático, mientras que los más pobres, que son los
que menos han contribuido a las emisiones y tienen la menor capacidad de reacción, serán los más
perjudicados.”

Esto ejemplifica la barbarie a la que estamos expuestos en un mundo cada vez más injusto y en el
que parece haberse extraviado el verdadero sentido de la vida. Por eso hoy también hacemos un
llamado a gobernantes y líderes de todos los rincones del mundo para que se entienda de una vez por
todas que es necesario asumir el cambio climático como una prioridad en el accionar político y como
la única manera de salvar nuestra casa común.

Pero si se tienen gobernantes oídos sordos de gobernantes como Trump, Bolsonaro, Duque o Maduro,
tenemos que hacer un llamado a la ciudadanía para que siga movilizándose, organizándose y
levantándose en todo el mundo para derrotar en democracia esas políticas retrógradas que solo nos
llevarán al desastre y para aportar también como ciudadanos y ciudadanas del mundo a que el cambio
climático no siga creciendo a ritmo desenfrenado. Solo el compromiso de todos y todas, incluso más
allá de todos los acuerdos, cumbres y encuentros que se puedan hacer, será lo que nos permita

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defender y salvar la vida. Sin el activismo, sin la presión y la decisión de cambio de una nueva
ciudadanía no habrá freno para la barbarie.

El reto frente al cambio climático y la protección del ambiente tienen que ser la base de la política
económica y de las grandes decisiones que trazarán el camino de la humanidad. No podemos ser
indolentes ante realidades mundiales como la catástrofe de la Amazonía. No podemos lavarnos las
manos y seguir como si nada. La única responsable de la vida en el planeta es la especie humana.

La tecnocracia en el mundo no puede seguir de espaldas a esta realidad y tampoco poner en riesgo
la verdadera riqueza que tenemos. Desde el sur del Río Bravo hasta Tierra del fuego, América Latina
tiene una superficie aproximada de 22 millones de kilómetros cuadrados (casi tres veces China) y una
población de 600 millones (un poco menos de la mitad de la población China). Somos una de las
grandes reservas de agua dulce disponible del mundo, casi todo nuestro territorio es habitable y
cultivable. Tenemos una gran diversidad biológica y la Biomasa del Amazonas (mas de 6 millones de
kilómetros cuadrados). Somos el continente verde del planeta, a donde todos los otros continentes
están mirando como una reserva para superar los desafíos futuros del cambio climático.

Colombia es una de las regiones ecológicas prioritarias del mundo y el segundo productor de biomasa
de la tierra. Al Oriente del Pacífico colombiano está la Cordillera Central y en ella habita la biodiversidad
más rica del área y al suroriente un universo llamado selva amazónica dueño de una portentosa
diversidad biológica. Se trata de una zona con cerca de 8 millones de kilómetros cuadrados, parte de
los cuales pertenecen a Colombia. En ella se encuentran la mitad de los bosques tropicales del mundo
y una quinta parte del agua dulce con que cuenta la tierra. En otras palabras la cuenca amazónica es
la fuente de agua dulce más rica de la tierra, en el siglo crítico para la humanidad en cuanto a
producción y consumo de agua dulce.

El bosque amazónico ayuda a regular la temperatura del planeta consumiendo bióxido de carbono y
produciendo oxígeno. Hasta hoy los científicos han logrado estudiar una parte minúscula de las plantas
existentes en la Amazonía y encontraron que resultan esenciales para la obtención, por ejemplo, de
medicamentos, pesticidas, colorantes, fibras, aceites, alimentos, es decir, el más grande banco de
genes para el futuro de la humanidad y un potencial económico incalculable.

No es posible, hacer una muralla para aislarnos y proteger estos recursos frente a la amenaza de
quienes quieren explotarlos hasta acabarlos. Pero si podemos ser parte fundamental del bienestar de
la especie humana planetaria si aprendemos e implementamos los valores de una nueva cosmovisión
del cuidado. Este es el nuevo significado que como latinoamericanos podemos ofrecer para la nueva
humanización del planeta.

La humanidad no puede permitir que el destino de la vida en el planeta sea solo definido por algunos
gobernantes que no tienen la capacidad de ver más allá de intereses políticos o económicos. Ellos no
representan el sentir de las nuevas generaciones. Es ilógico que un presidente diga por ejemplo que
es una falacia decir que el Amazonas es el pulmón del mundo y patrimonio de la humanidad; o que
otro presidente diga que el cambio climático es un mito y que por eso se retirará del acuerdo de París
a menos que haya condiciones justas para su país que es el segundo mayor emisor de gases de
efecto invernadero.

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Es, entonces, pleno nuestro compromiso desde Nariño y desde Colombia de cuidar y proteger la vida
en todas sus formas y de hacerle frente con valentía y determinación a todas aquellas circunstancias
y realidades que la ponen en riesgo.

Creemos que ese principio universal está por encima de cualquier consideración o lógica de muerte
que involucre prácticas abominables y prohibidas en diversas latitudes como es el caso de la
fracturación hidráulica o fracking.

No le puede seguir pasando a Colombia y al mundo que el desespero y la dependencia a los


combustibles fósiles nos conviertan en unos agentes del menudeo, con contenedores abarrotados de
dinero y, a cambio de eso, con condiciones cada vez menos favorables para preservar la vida.

En Colombia no merecemos contar con las riendas de un ejecutivo que reprocha ante las cámaras y
micrófonos los efectos motivos del fracking, y por debajo de la mesa lo introduce en la agenda estatal
del país para los próximos cuatro años.

Hay que decirlo, es inadmisible oír al presidente Duque en Nueva york hablando de la defensa
ambiental mientras en nuestro país hace todo para implementar el fracking incluso incumpliendo su
palabra de campaña. Es inadmisible que mientras el presidente habla ante el mundo de la defensa de
nuestros páramos y nuestra biodiversidad, en nuestro país se destine un vergonzoso 0.26% del
presupuesto general de la Nación al ambiente.

Pero este pueblo valiente, de nuevas ciudadanías, sabe que por cada pozo que se desarrolla con el
fracking, se gastan unos 2,5 millones de barriles de agua dulce, que devuelven al entorno natural con
altos grados de contaminación y no está dispuesto a soportarlo.

Tal cantidad, que se pierden en un solo pozo explotado con el Fracking, alcanzaría para abastecer por
un día a más de la mitad de los habitantes de Bogotá, o de toda la población junta de un país entero
como Uruguay.

Si se teme por el fracking, Colombia tampoco puede permitir el glifosato. Mientras son cada vez más
las organizaciones de salud y científicas que advierten de sus altos impactos en la salud, menos
interés tiene el ejecutivo nacional de cerrar la puerta a cualquier posibilidad de que se retome para
envenenar los campos, las aguas, las zonas de reserva y los epicentros de la biodiversidad de
Colombia y el mundo.

La justificación no puede seguir siendo una falacia peligrosa y fanática que se desvía en torno al
narcotráfico. Este mal, que nos ha perseguido por décadas como país y que ha servido de combustible
a innumerables conflictos, merece no sólo todo el rechazo sino nuestra total determinación
democrática como país para acabarlo. Así lo hemos dicho y hecho.

Pero no es empleando un agente tóxico, no es acabando con la vida, por aire y tierra, prohibido por
decenas de países del planeta, que podremos alcanzarlo. La ineficacia del glifosato habla por sí sola:
entre 1990 y 2015 en Colombia se fumigaron un millón 800 mil hectáreas con coca y nunca se acabó
con los plantíos del ilícito.

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Nariño también ha padecido esa inconsciencia arbitraria y apartada caprichosamente de toda lógica
científica. En el departamento nuestro en el sur de Colombia, entre el 2005 y 2014, se emplearon tres
millones 700 mil litros de glifosato, y los cultivos de coca crecieron: pasaron de 13.875 a 17.285
hectáreas.

A su ineficacia y su grave daño a la vida, que llevaron a que 19 países lo prohibieran, se suma sus
altos costos, costos que doblan los recursos como, por ejemplo, los que necesita la sustitución, aquella
que reconoce a los campesinos y que trabaja de la mano con ellos para que nunca más vuelvan a
sembrar coca, y que además es la que ha dado resultados sostenibles y viables según la propia ONU.

Ningún gobierno que dice ser democrático ignoraría semejante evidencia Un gobierno que ante el
mundo dice que la sustitución ha conducido a acabar, en solo un año, con 90 mil hectáreas de coca,
no puede darle un golpe de muerte fiscal en el Plan Nacional de Desarrollo y salir señalando que la
alternativa viable es el uso del glifosato, cuando en sus propias palabras la sustitución, y en extremo
la erradicación es la alternativa que en una simple proyección matemática en el corto plazo, sería
suficiente para acabar con el ilícito. No se puede andar por el mundo sacando pecho por nuestra
riqueza hídrica, nuestra biodiversidad, nuestros páramos y luego venir al país a impulsar el fracking y
la fumigación.

Hoy, que con tanto odio e inconsciencia se quiere acabar con la vida, le hablamos al mundo con dolor
pero no con un eterno desasosiego. Hoy le hablamos al mundo desde el amor y la esperanza.
Abrigamos un momento distinto en Nariño, Colombia y el mundo.

Estamos de pie, hombro a hombro, con una Nueva Ciudadanía, una que es capaz de construir y
consolidar nuevos gobiernos, capaces sí, de interpretar el sentir ciudadano, esos gobiernos que
actúan en defensa de la vida y la naturaleza. Vamos a ser capaces de unirnos en una sola voz para
defender lo que queda de nuestra casa común e impulsar, necesariamente, nuevos modelos donde la
vida sea sagrada. Estamos aquí para que sepan que la vida siempre tendrá de pie a ciudadanos del
mundo que la protejan, muchísimas gracias.

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