Está en la página 1de 30

CAPITULO VI

DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez

INTRODUCCIÓN.
En el presente capítulo se narra la historia de vida de la persona objeto de esta
investigación.

HISTORIA DE VIDA
Mis ancestros: Inicio de mi historia de abandono.
Mi experiencia de abandono se da mucho antes de mi nacimiento y considero que
se gesta incluso desde mis ancestros, dado que mi abuelo paterno y mi abuela
materna, vivieron experiencias de abandono que marcaron sus vidas de manera
singular para cada uno.

ABUELO PATERNO:
1 Mi abuelo de nombre León López González, nació en el año de 1898 en San
Miguel de Allende, Gto. Producto de los primeros movimientos de la guerra de la
Revolución en nuestro país. Cuando inició la lucha armada, él tenía 12 años de edad
y él y sus padres y hermanos, vivieron los embates de esa guerra.
2 Mi abuelo nos explicaba hechos de la historia de México de forma atrapante,
debido a que eran sucesos que él mismo había vivido. Contaba cómo los grupos
armados que surgieron con la revolución, llegaban a los ranchos y quitaban a la
gente, los granos que sembraban: maíz, frijol, etc., así como los animales que
tenían. Recordaba con nostalgia la ocasión en que los villistas se llevaron su
caballo.
3 Mi abuelo tenía, 13 años cuando su madre a causa de la guerra de revolución los
abandonó, por seguir a uno de los hombres que andaban en el movimiento armado,
suceso del que mi abuelo nunca quiso hablar.
4 Su padre, de nombre Modesto López, mi bisabuelo, volvió a casarse y formó una
familia. Mi abuelo y sus tres hermanos, una vez más, se quedaron solos. Al poco
tiempo, los cuatro hermanos se fueron de la casa donde vivieron con su mamá y se
dispersaron en distintos lugares, el mayor de ellos se fue a la ciudad de México,
nunca se casó; el segundo hermano, se fue para Celaya, Gto, donde se casó. Su
única hermana de nombre Prisciliana, emigró a Monterrey y pese a que fue una
hermosa mujer, no salía de su casa, se entregó por entero a su trabajo como
asistente de familias muy adineradas y nunca se casó.
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
5 Mi abuelo, fue granjero y en Apaseo El Grande conoció a mi abuela María de la
Luz, cuentan que mi abuelo se la robó y emigraron a Querétaro. Mis abuelos
paternos tuvieron ocho hijos. La herida del abandono que mi abuelo vivió siempre
estuvo presente, nunca habló de su mamá, ni de su papá, ni de su vida infantil;
nunca regresó a su lugar de origen. Nunca habló de nada de su infancia, su silencio
fue la forma de no dejar ver la huella que el abandono de sus padres lo había
marcado. La relación con sus hijos siempre fue de rigurosidad y sin manifestaciones
de cercanía. No se refería a ellos diciéndoles hijos, su trato para dirigirse a ellos era
por el nombre y su tono con ellos era siempre imperativo. Murió a la edad de 94
años siendo muy parco en su expresión con los demás.

ABUELA MATERNA: Una vida de abandono repetido.


6 En la historia de mi abuela materna Dolores Arias Mosqueira, con quien coincido
en el nombre, se ubica una singular experiencia de abandono. Su madre se fue de
casa cuando mi abuela tenía seis años, siendo la menor de sus dos hermanas. Las
tres hermanas quedaron con su padre de oficio zapatero.

7 El bisabuelo de oficio zapatero, al verse solo con sus tres hijas de 6, 8 y 10 años,
acudió con una pareja que no tenían hijos y les pidió que se quedaran con las niñas
porque él no podía hacerse cargo de tres mujercitas pequeñas; al poco tiempo
arreglaron que el matrimonio se quedaría con las niñas y a los días de haber sido
abandonadas por su mamá, sufren un segundo abandono, el de su padre quien fue
a entregarlas con ese matrimonio y las dejó a su suerte, porque no volvió a verlas
ni a saber cómo se encontraban. Es en este punto donde veo incrustada la
experiencia de abandono en la historia de mi familia, como si fuera una huella que
marca
8 Sin mamá y sin papá, las niñas iniciaron su nueva vida junto a la pareja con
quienes su papá las entregó, viviendo con pobreza y realizando todas las tareas de
la casa. La tía Maura, como la llamaban, tuvo un trato frío y duro con las niñas, mi
abuela contaba que, ella tenía seis años la subía en un banco para que alcanzara
el lavadero donde tenía que lavar los trastes que en ese tiempo eran de barro, si
rompían alguno, como consecuencia les hacía un collar con los tepalcates y se los
colgaba para que aprendieran a tener más cuidado. Si al peinarlas se le detenía el
peine en el cabello enredado, de inmediato les cortaba el trozo de cabello, debido a
que les hacía varios cortes de cabello y quedaban muy tusadas, terminaba
rapándolas.
9 La gente vecina las identificaba como la casa de las tres pelonas; me siento
consternada con la historia de dolor vivida por esta niña que sufrieron doble
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
abandono, de una manera tan inesperada para ellas y al mismo tan trágica por verse
solas y verse en manos de extraños tan repentinamente.
10 No se sabe mucho de la presencia del bisabuelo en el transcurso de la estancia
de sus hijas en la casa de la tía Maura, se supone que el abuelo iba a visitarlas sin
que pudiera hacer mucho para salvarlas de las experiencias dolorosas que ellas
vivían, por lo que no sólo sufrieron la pérdida de su madre, sino la del padre, que
más tarde murió dejando a sus hijas en el total abandono y en una situación de
hostilidad con el trato tirano que la tía Maura les propinaba.
11 Al pasar del tiempo, las hermanas mayores de mi abuela, una escapó de la casa
y la otra fue dada en matrimonio. La tía Maura arregló también el matrimonio de mi
abuela cuan ella tenía solamente dieciséis años con un señor que tenía 60 años de
edad de nombre Tereso. Me llena de tristeza ver en la historia de mi abuela, que de
un momento a otro, aún a una edad muy temprana, pasó de una situación de
abandono y maltrato, a otra situación similar y aún más intensa de dolor en un
matrimonio con alguien que le triplicaba la edad.
12 Mi abuelo Tereso, era viudo de un primer matrimonio de muchos hijos y era
dueño de algunas propiedades, situación que explica la elección de la tía Maura
para darle en matrimonio a mi abuela.
13 Mi abuela, teniendo la edad de la hija menor del primer matrimonio de su esposo,
tuvo que atender los quehaceres de la casa y de los hijos del primer matrimonio de
su esposo, esta situación hacía que mi abuela asumiera una carga más de las que
ya tenía, continuaba así su historia de abandono y sufrimiento.
14 A los nueve meses de casada nació mi tío Carlos su primer hijo, le siguieron un
total de 15 hijos más, solamente ocho de ellos vivieron. Entre las situaciones que
contribuyeron a que murieron varios de sus hijos, fueron la desnutrición de mi
abuela, así como su ignorancia, de todo lo referente al nacimiento de un hijo; todo
le daba miedo, desconocía muchas cosas, no haber tenido una mamá que la
enseñara las cosas más básicas, ella estaba de alguna manera indefensa e
ignorante. Cuenta que al nacer su primer hijo en su casa sola y rodeada de pobreza;
al dar a luz ella tenía mucho miedo dese espantaba, al dar a luz se preguntaba por
qué le colgaba.
15 Mi abuela no recibía dinero de su esposo ya que él tenía otra familia numerosa
y él era muy mayor de edad y ya no trabajaba; ella, además de atender algunos
quehaceres de los hijos del primer matrimonio de mi abuelo, tuvo que buscar formas
para tener ingresos que la ayudaran a seguir manteniendo a sus hijos. Se unió a
ayudar a su hermana mayor Julia y aprendió el oficio de hacer dulces de ate y
cristalización de frutas; era tanto el trabajo que contrataban huertas enteras de
membrillo para elaborar el dulce artesanal.
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
16 Eran tan extenuante el calor que soportaban con ese trabajo que mi abuela
enfermó muy pronto. Contaba que estando un día muy acalorada en la elaboración
del dulce que hacían, inmersa en el extremo calor de los casos de cobre en el que
hervía la fruta con el azúcar, sudaba abundantemente y tenía tan reseca la
garganta, era tanta su necesidad de sentir algo fresco, que alcanzó un pocillo con
jalea fría y la bebió ávidamente con gran deseo de aliviar su sed. Sólo
momentáneamente alivió su sed, porque al día siguiente, no pudo levantarse,
estaba delirando de fiebre y sin poder hablar; varios días estuvo sin poder levantarse
ni volver a trabajar; no volvió a estar bien, trabajaba duramente a pesar de que su
asma le impedía hacer las cosas sin que sufriera permanentes ataques de no poder
respirar. Mi abuelo Tereso murió a la edad de 97 años, dejando a su familia en el
desamparo total.

INFANCIA DE MI MADRE: Una historia más de abandono…

17 Mi mamá quedó huérfana de padre a la edad de 13 años, ella comenta que


recuerda que su papá era un ancianito con bastón, que ya era tan aciano que solo
pasaba dormido.
18 Desde muy niña colaboraba en los quehaceres de la casa por ser mujercita, ya
que sus hermanos mayores eran hombres. Tuvo una hermana tres años mayor que
mi mamá de nombre Carmen y era la única hermana mujer, pero mi tía nunca quería
ayudar en casa porque no le gustaba su casa le parecía fea y trabajaba en casas
ajenas de los vecinos de casas bonitas que tenían una condición económica mejor.
Allá comía, de lo que ganaba vestía y nunca aportaba ni dinero ni trabajo en su
casa; era rebelde y nadie contaba con ella en casa.
19 Mi mamá no pudo ir a la escuela, ella cuenta que no aprendía nada, que lo poco
que aprendía se le olvidaba al día siguiente, la regañaban y ella prefería quedarse
en su casa para ayudar a mi abuela. Me enternece mucho un recuerdo de mi mamá
que, a la edad de seis años, ayudaba a mi abuela a vender jericallas, especie de
gelatinas de color amarillo huevo que ponían en vasitos y para darles una
decoración, le ponían una pasita en medio; cuando la gente pasaba o se acercaba,
le decían: “Niña, ¿a cómo vendes tus veladoras?”. Siempre fue una niña
preocupada por ayudar a mi abuela, la situación familiar era de pobreza y no pudo
seguir asistiendo a la escuela; apenas fue un poco más grande, comenzó a trabajar
haciendo el aseo de las casas de sus vecinos que tenían mejor situación económica.
Siendo un poco mayores los hermanos de mi mamá hicieron malos tratos con la
casa que mi abuelo Tereso les dejó al morir y la cambiaron por una casa mucho
más pequeña en el Barrio donde vivía la familia de mi papá; fue así que, al llegar a
vivir en el mismo barrio, mis padres se conocieron.
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
MI PRIMERA INFANCIA
Embarazo
20 Mi mamá antes de casarse se embarazó de mí; en ese período surgió un conflicto
con la familia de mi padre, ya que una mujer del mismo barrio donde ellos vivían,
reclamaba a mi papá que se hiciera responsable del hijo pequeño que tenía. Mi
padre no quiso hacerse cargo, rechazando que ese hijo fuera suyo. La familia de
mi padre se sintió molesta con mi papá, sus padres al ser muy estrictos en la
educación que les inculcaron sus hijos, manifestaron su rechazo ante esa situación,
él estaba próximo a casarse y no era fácil ver la situación que mi papá enfrentaba.
21 La mujer y su familia que reclamaban a mi papá, al enterarse que pronto se iba
a casar con mi mamá, comenzaron una serie de agresiones hacia ella; durante todo
el embarazo mi mamá fue blanco de agresiones verbales y físicas. Me duele pensar
que, estando embarazada de mí, mi mamá no tuviera las condiciones ideales
emocionales de sosiego y armonía al esperarme, en cambio, experimentó
incertidumbre, miedo o arrepentimiento de la situación que se le presentaba al
haberse embarazado sin saber la situación de conflicto que mi papá enfrentaba.
22 Mi mamá cuenta que con mucha frecuencia sufría desmayos y lo atribuye a la
mala alimentación que tuvo desde su infancia; yo siempre he creído que además se
debió también al dolor que pudo provocarle a una mujer joven que estaba por iniciar
su vida matrimonial, ser objeto de agresiones físicas y verbales, la incertidumbre de
saber que mi papá tuviera o no un hijo al que no reconocía, todo ello era un
panorama muy desolador para alguien que apenas comienza una vida que se
espera sea de felicidad. Mis padres se casaron pese a las dificultades, entre ellas
las carencias económicas, pues tuvieron que pedir prestado el vestido de novia para
poderse casar. Al mes y diez días de haberse casado mis padres, nací yo. Ya
casados se quedaron a vivir en la casa de mis abuelos paternos y ahí siempre
vivimos.
0 - 5 AÑOS DE EDAD
23 Las personas que cuentan mi nacimiento dicen que nací muy pequeñita, tanto
que decían que podía caber en una caja de zapatos, además de pequeña, estaba
muy delgadita y que era muy chillona. Comentan que mi abuela paterna decía: “No
creo que esta niña dure una semana”. Pensar en mis características al nacer me
hace sentir que mi condición física es el resultado de una huella de emociones
vividas durante mi gestación en el vientre de mi madre.
24 Mi mamá tenía veintiún años cuando yo nací. Cuenta mi mamá que no pudo
amamantarme porque no tenía leche suficiente, posiblemente resultado de no haber
tenido una buena alimentación desde su infancia; cuentan que durante el embarazo
se desmayaba frecuentemente. Siento un profundo dolor y tristeza saber que no fui
amamantada por mi mamá, por las razones que hayan sido: que no tenía leche, que
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
yo no sabía succionar y por eso no sacaba la leche, que su leche me caía mal
porque me causaba cólicos fuertes, que cuando intentaba acercarme a su pecho yo
lo rechazaba; conocer esta situación me llena de dolor al pensar que yo rechazaba
la leche de mi mamá, pues el vínculo más intenso que se establece entre el bebé y
su mamá, entre mi mamá y no se dio de la mejor forma; siempre he pensado si ese
rechazo que se dio entre mi mamá y yo, fue debido a que ella en algún momento
estando embarazada, sin poder decir a nadie nada, se sintió arrepentida de tenerme
a mí, o sentía miedo y tristeza de verse sola en una situación que ella no habría
querido pasar. no tuvo un embarazo tranquilo, no tuvo el apoyo de su familia y al
mismo tiempo, no era bien aceptada en la familia de mi papá por la situación
conflictiva que él enfrentaba de no reconocer a un hijo que le adjudicaban.
25 Preocupada mi mamá porque yo tomara leche, terminó haciéndome atolitos con
leche de vaca rebajada y esos sí me caía bien. Me cuenta que en una ocasión,
hablando con una vecina que tenía a su niño de la misma edad que yo, mi mamá le
contó que yo no quería su leche, y la vecina le dijo que dejara probar si yo aceptaba
la de ella, por lo que me amamantó y de ella sí acepté su leche. Me duele mucho
saber que yo rechazaba el pecho de mi mamá, y que una razón era que yo no sabía
succionar, si es un reflejo natural en los bebés. Otro gran dolor es saber que pude
aceptar la leche de otra señora, aunque fuera por una sola ocasión y que esa leche
no me cayera mal y que la leche de mi mamá sí, porque era rechazar el seno y el
alimento que mi mamá me brindaba.
26 Muchas veces he pensado que mi mamá pudo sentir rechazo por mí desde que
yo estaba en su vientre. Al quedar embarazada antes de casarse y sufrir las
agresiones verbales de la familia y la señora que reclamaba a mi papá su
paternidad, las dudas y enojos de mis abuelos paternos sobre que mi papá había
embarazado a otra mujer y a mi mamá; el que mi abuela materna y los tíos
hermanos de mi mamá que le señalaban que no se metiera con un hombre con esos
problemas, todas esas situaciones debieron provocar en mi mamá dolor, angustia,
quizá sentirse arrepentida de estar embarazada de mí, sintiendo que eso era ya un
problema.
27 Teniendo la edad de un año, me cuentan que mi abuelo paterno me hizo una
cuna colgante de las vigas del cuarto de mis papás; en un día que mi mamá estaba
ocupada en los quehaceres de la casa, me caí de la cuna que tenía cierta altura,
del piso, mi mamá no se había dado cuenta que me había caído, y lloré por mucho
rato sola, hasta que mi mamá se dio cuenta. Pasó mucho rato en el que estuve
llorando sin que alguien me arropara; ese sentimiento de no sentirme arropada, lo
experimenté en muchos otros momentos en mi vida..
28 Tenía un año de edad cuando nació mi hermano Enrique; hay varios hechos que
me cuentan en relación a mi hermano y que me hace creer que yo era una niña
mala: lo rasguñé mucho un día que él estaba en la cuna porque lloraba y lloraba y
mi mamá no acudía a ver lo que pasaba. Yo lo rasguñaba, no sé si porque lloraba
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
o por una razón diferente, pero cuando mi mamá se dio cuenta, de que yo lo
rasguñé, me dio de manazos para que no lo volviera a hacer. Aún me queda la duda
del por qué rasguñé a mi hermanito, si era más pequeño que yo. Pudo ser por
desesperación o por celos, pero siempre que me contaron ese hecho de niña, me
hacían sentir que había sido por maldad. Me cuesta trabajo creer que lo hiciera por
maldad, pero al regañarme mi mamá y decirme que yo era mala con mi hermanito,
me quedó grabado que yo era mala.
29 Yo tenía cuatro años de edad cuando nació Laura, mi tercera hermana, como
tuvo problemas al nacer en sus pies y la dejaron en incubadora; mi mamá estuvo al
pendiente de ella por todo el tiempo que estuvo en el hospital. Mi hermano y yo
quedamos al cuidado de mi abuela, porque mis papás no pudieron cuidarnos. Yo
sentía mucho temor de que mi mamá no regresara, mi temor era que mi mamá no
regresara, no me gustaba estar sola, me daba miedo que ella no estuviera. Fueron
días de llorar mucho por querer estar con mi mamá, pero por más que yo quisiera,
ella no estaba con nosotros.
Teniendo yo cinco años de edad, nació mi tercera hermana de nombre María Elena;
al nacer ella, mi mamá enfermó de fiebre tifoidea, estuvo varios días postrada en
cama y no podía atendernos; ambas quedaron en el hospital y pasaron varios días
para que las dieran de alta. Fue otro gran episodio de dolor para mí, porque mi
mamá estaba enferma, volvimos a quedar al cuidado de mis abuelos, el miedo
nuevamente de que ella no estuviera en casa se hacía presente. Ya que la dieron
de alta del hospital, tuvo que permanecer en cama por algunos días más, no podía
levantarse y pasaba dormida, se sentía muy débil y no permitían que nos
acercáramos a su cama para que la dejáramos descansar.
Esos episodios de mi infancia me provocaban mucho temor, un enorme temor de
perder a mi mamá, cuando ella no estaba, sentía angustia de ella no regresara. El
miedo era el sentimiento más agudo en muchos momentos de mi infancia, cuando
mi mamá por las razones que fueran, no estaba con nosotros.
30 En otros sentidos, se puede decir que tuve una infancia feliz. Mis padres siempre
hicieron todo para darnos lo mejor. Mi papá siempre se caracterizó por ser muy
responsable en el trabajo y la mayor parte del tiempo estaba fuera de casa en el
trabajo; siempre responsable y trabajador, incluso hacía horas extras para poder
llevar dinero a la casa. Mi mamá siempre estaba ocupada en los quehaceres de la
casa; mi papá al llegar de trabajar, se acostaba en su cama, prendía el televisor y
descansaba. No tengo ningún recuerdo de mi papá interactuando o jugando con
nosotros; siempre fue una figura de papá estricto, responsable y siempre lejos,
ausente. Mi mamá era cariñosa y no era estricta, pero siempre estaba ocupada con
los quehaceres de la casa porque todos éramos pequeños y no había tiempo de
estar o jugar con nosotros.
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
31 La casa donde vivíamos era la casa de mis abuelos y yo fui la nieta consentida
de mi abuela paterna que ya estaba enferma; me llevaba con ella cuando salía al
centro a la iglesia y de regreso a casa, me compraba dulces, esa era mi gran alegría;
mi abuela me llamaba mi niña y yo pasaba muchos ratos con ella mientras mi mamá
estaba ocupada con los quehaceres de la casa. Sentía necesidad de atención y
acudía a quien me prestaba atención, que era mi abuela; mis padres estaban ahí
pero no para estar con nosotros.
32 Los recuerdos que tengo de mis primeros años son pocos, pero el enojo es la
característica más notoria en mí; en todas las fotografías de mi infancia, siempre
salgo con cara de enojada. En la relación con mis hermanos, la idea de ser una niña
mala, se fue nutriendo con otras experiencias donde yo, siendo más grande era
pegalona con ellos. No toleraba que no quisieran jugar conmigo y mi reacción era
pegarles.
33 En la casa de mis abuelos paternos donde vivíamos, vivían también mis tíos
jóvenes, hermanos menores de mi papá. Me causaba mucho miedo que ellos
vivieran ahí, porque siendo muy jóvenes eran alcohólicos en un nivel muy avanzado
pues consumían alcohol puro todos los días. De los recuerdos más tristes y
desagradables, que me generaban gran temor, eran los periodos en que mis tíos
sufrían alucinaciones debido al nivel de alcoholismo en el que estaban. Cuando
esos episodios de alucinaciones de ellos, no podíamos salir del cuarto donde
dormíamos. Esa situación me generaba mucho miedo, sentía desconcierto y
angustia al pensar que podían lastimarnos; mi casa no era segura, ese miedo se
clavaba en mí, en muchos momentos.
34 Tenía yo cinco años cuando inicié el preescolar, lo impartía una maestra en una
casa particular cerca de donde vivíamos. Cursé un año de preescolar, pero no me
gustaba ir porque la maestra gritaba mucho y si alguno se portaba mal, le jalaba los
cabellos o las orejas y me daba miedo que a me fuera a pegar por alguna cosa. Yo
lloraba porque no quería ir al preescolar, mi mamá me decía que tenía que aprender
y tenía que ir, pero era un espacio muy chiquito y ni siquiera podíamos jugar. El
único recuerdo que yo tengo grabado es el miedo que me daba que me fuera a
pegar la maestra.
Mamá siempre estuvo al pendiente de mis hermanos y yo, se preocupaba por
atendernos, pero al ser todos pequeños, no tenía tiempo para sentarse a jugar con
nosotros, yo siempre quería sentir el cariño de mamá porque no me sentía segura.
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
 6 - 10
35 “…Una experiencia terrible de aguda angustia, que viví cuando yo tenía seis
años de edad, fue en un desfile, en que mis padres me pusieron en primera fila y,
al terminar el evento, la gente se dispersó rápidamente y yo perdí de vista a mis
padres. La angustia se apoderó de mí por no saber dónde se habían ido y por verme
sola en medio de gente que iba y venía, sin saber por qué mis padres no estaban
ahí. Comencé a llorar angustiada y por largo rato estuve así sin que nadie me
auxiliara. Una hora más tarde, los policías a los que me entregaron, me llevaron a
casa.
Aún siento dolor y tristeza que se agolpa en mi garganta al recordar ese hecho, en
el que me vi sola, sin mi familia. Este ha sido uno de muchos otros momentos en
los que mayormente me marcaron la angustia y el terror de verme sola y
desprotegida…”
36 Una señora que me vio llorando muy angustiada, se acercó a mí para
preguntarme lo que pasaba. Le dije que me había perdido, que mis papás no
estaban detrás de mí y no sabía dónde estaban. Me tranquilizó y me dijo que no me
preocupara, que me llevaría con los policías y ellos se encargarían de llevarme a mi
casa. Los policías me tranquilizaron y me preguntaron si sabía dónde vivía y en ese
momento reconocí una de las calles principales; les señalé la calle donde yo
reconocí que podíamos llegar a mi casa. Me pidieron que me esperara porque ellos
me llevarían hasta mi casa. Para consolarme en mi angustia, me compraron una
paleta de hielo, para que me tranquilizara, y después de un rato de esperar a que
ellos se desocuparan, me subieron a la patrulla que ellos tenían a un lado; en el
recorrido fui reconociendo las calles y les fui guiando, ya por el rumbo algunas
personas me reconocieron y les fueron diciendo dónde vivía hasta que llegamos a
mi casa.
37 La gran alegría fue que al tocar la puerta y que saliera mi abuelo, al verlo me
sentí aliviada y segura de estar nuevamente en casa. Al poco rato llegaron mis
papás que habían estado buscándome pero que no supieron tampoco por qué me
perdí, si estaban casi detrás de mío. El miedo, angustia y terror de ese momento
al verme sola fue tan intenso que ese recuerdo es como una fotografía grabada en
mí y que se quedó marcada indeleblemente.
38 Después de ese hecho, el miedo y la angustia de ser abandonada otra vez más
o de no volver a ver a mis papás se agudizó, en algunos momentos lloraba en
silencio cuando nadie me veía, porque no sabía porque yo suponía que mis papás
no me buscaron, yo llegué a la casa antes que ellos, en lo recóndito de mí, me
preguntaba si ellos me querían, si yo había hecho algo malo que hiciera que no me
quisieran o que en algún otro momento fuera a ser abandonada.
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez

39 No recuerdo con exactitud qué sucedió cuando llegaron mis padres a casa, ni lo
que me dijeron o que me hubieran abrazado, pero si eso hubiera sucedido lo
recordaría. Una manifestación de cariño, hubiera disipado mi angustia y temores,
pero mis padres, especialmente mi papá, nunca fueron expresivos a hora de
manifestar afecto, ni entre ellos, ni con nosotros sus hijos.
40 Otro episodio de gran dolor en mi infancia, sucedió cuando a la edad de diez
años, mi hermana menor María Elena de cinco años de edad, sufrió un accidente
de gravedad. Un día, después de que llegó del kínder, tomó una monedas y, sin que
nadie nos diéramos cuenta, salió de la casa para ir a la tienda a comprar dulces. En
un momento, se oyó un gran alboroto afuera de la casa; fue entonces cuando una
señora tocó la puerta llorando desesperada, para comunicarle a mi mamá que a mi
hermana la había atropellado el camión de los refrescos que surtía en la tienda
donde la niña pequeña había comprado dulces. Sucedió que no la vieron y el
camión que se estaba acomodando en reversa, prensó la cabecita de mi hermana
contra el muro de la tienda. Al momento de informar, la traían en brazos. Aún
recuerdo con claridad la impresión en el rostro de mi mamá al ver lo que había
sucedido; el dolor que ese hecho nos provocó fue tan sorpresivo y grande que
quedamos devastados. De inmediato, se llevaron a mi hermana a ser atendida al
Seguro Social (IMSS) y era tan grave la lesión en la cabeza de mi hermana, que fue
trasladada de urgencia a la ciudad de México al hospital de especialidades mayores.
41 Fueron meses los que mi hermana estuvo en terapia intensiva y nuevamente mi
mamá estuvo con mi hermana cuidándola. Mis hermanos y yo fuimos encargados
con una tía política cerca de la casa de mis abuelos. El tiempo que mis papás
tuvieron que atender a mi hermana fue largo y en distintos momentos teníamos que
quedarnos encargados con otros que nos cuidaran. El miedo de que mi mamá no
regresara en mí siempre estaba latente y una vez más ese miedo estaba presente.
Cuando mi hermana fue mejorando, regresaron a casa y el cariño de todos estaba
volcado hacia ella; era comprensible porque había sufrido un grave accidente.
42 El trato de mi papá con nosotros, más que cercano fue estricto, no era expresivo
ni en las palabras y mucho menos en las manifestaciones físicas de cariño. Así fue
el trato que él recibió de mi abuelo. No conversaba con nosotros, siempre fue de
pocas palabras, nos daba indicaciones o cuando era el momento de corregir nos
regañaba si algo hacíamos mal, nunca platicábamos de nada en la mesa, sólo cosas
simples, nunca hablábamos de nosotros y menos de las cosas que vivíamos y de
cómo nos sentíamos.
43 Con papá la comunicación era casi nula, recuerdo el lugar que ocupaba en la
mesa siempre, terminando de comer, encendía su cigarro y lo fumaba mientras
esperaba a que termináramos nosotros de comer. Eso me producía mucho disgusto
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
porque el humo de su cigarro me ahogaba y más tardaba en terminar de comer,
pero era la costumbre de él y nadie decíamos cómo nos sentíamos.
44 Yo pensaba que mi papá era el mejor del mundo porque trabajaba mucho para
darnos lo que necesitábamos, pero sentía la necesidad de que fuera más cercano,
que de vez en cuando quisiera jugar con nosotros o siquiera que pudiéramos platicar
más cuando estábamos juntos.
Siempre que llegaba del trabajo se recostaba y más tarde se levantaba para comer,
terminando, veía la tele o leía mucho, pero eso hacía que él estuviera apartado. Las
únicas ocasiones en que estaba con nosotros, eran algunas veces, cuando mi
mamá no sabía ayudarnos en la tarea, le pedía a mi papá que nos explicara y él lo
hacía. Algunos recuerdos también son que nos inculcaba la lectura y de lo que
leíamos nos hacía dictado para que tuviéramos buena ortografía. Me gustaba
mucho que mi papá estuviera con nosotros haciendo la tarea o en el dictado de
ortografía, yo siempre sacaba casi todas las palabras bien y eso me hacía sentir
orgullosa.
45 Me gusta recordar la única forma en que interactuábamos con papá en una
especie de juego y era cuando mi mamá nos decía que fuéramos con papá, se
acercaba a la cama donde estaba acostado y le hacía la mueca de que iba a hacerle
cosquillas, entonces mis hermanitos y yo nos subíamos a la cama para ponernos
encima de él para hacerle cosquillas; él se levantaba inmediatamente porque le
causa mucha desesperación que le hicieran cosquillas y de manera juguetona, nos
tiraba a un lado y otro, esos momentos me gustaban porque eran las únicas
ocasiones en que estábamos y reíamos juntos y aunque eran muy ocasionales esos
momentos de juego, los tengo muy grabados como algo muy agradable, me hubiera
gustado mucho más sentir que mi papá me abrazara, que pudiera platicar con él o
que jugara con nosotros más tiempo. Mi mamá siempre fue más cálida y cariñosa;
y de ella si teníamos más muestras de afecto algunas veces manifestado con
abrazos y no era estricta, siempre era suave y consentidora.
46 Siempre sentí el cariño de mi abuela paterna de nombre María de la Luz que me
llamaba mi muchachita y me abrazaba. Yo la acompañaba cuando ella aún podía
salir, me llevaba a la iglesia, al templo del Carmen y me gustaba mucho que me
llevara, porque al regresar junto a la iglesia había una tienda con grandes botes
llenos de dulces. Los botes donde tenían los dulces eran tan grandes que yo veía
fascinada la gran variedad de colores y me compraba de distintos sabores, se me
llenaban las manos y yo regresaba a casa feliz con mi abuelita.
47 Sufrí mucho las separaciones en cualquiera de sus formas, una de ellas fue
cuando tuve que ir a la escuela primaria por primera vez; lloré mucho porque me
asustaba estar sola en un lugar desconocido. Por ser la hija mayor, siempre me tocó
iniciar sola muchas cosas, sobre todo en las escuelas. Aprendí a sobreponerme del
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
miedo que me daba separarme de mi casa y familia. Cuando mis hermanas llegaban
a la escuela yo cuidaba de ellas, pero en mi caso, aunque yo sentía temor de ir sola
por primera vez a cualquier lugar, no tenía otro remedio que enfrentar las
experiencias por primera vez, solo y sin la protección de nadie, eso hizo que pronto
aprendiera a adaptarme a las nuevas experiencias y a defenderme yo misma.
48 En primer grado de primaria, aunque no me costaba aprender, porque siempre
aprendía muy rápido lo que me enseñaban, no estaba aprendiendo a leer. En una
reunión de grupo que hubo, la maestra le dijo a mi mamá que no pasaría a segundo
grado si no sabía leer. A partir de ese momento, mi mamá se puso a repasar las
sílabas conmigo y ese momento de estar cerca de mi mamá me gustaba mucho y
aprendí muy rápido a leer porque mi mamá me enseñaba; en muy poco tiempo
aprendí todo y leía muy bien.
49 Algunas anécdotas que cuentan de mí, es que yo era una niña muy sociable,
cuando iban a casa algunas visitas yo salía sin que me dijera nadie y les decía mi
nombre; cuentan que era muy platicadora; otros recuerdos contrastan con otras
experiencias en las que yo era una niña enojona, me llama la atención ver en
muchas fotografías de mi infancia que yo tenía siempre una cara de enojada y
apartada de los demás.
50 En relación a mis padres, no tengo ningún recuerdo de ser abrazada por mi
mamá o mi papá tantas veces como me hubiera gustado sentirlos protegiéndome.
Durante mi infancia mi mamá estaba siempre ocupada con los quehaceres de la
casa; mi papá siempre estaba trabajando y la convivencia con él era sólo para
comer juntos, no recuerdo establecer comunicación de algo que nos pasara ni nada
de eso, sólo recuerdo que me molestaba mucho que en cuanto papá terminaba de
comer, encendía su cigarrillo; me molestaba el humo, pero así era la costumbre.
51 En relación a mi papá, me causaba mucho dolor la confusión y siempre me sentí
desconcertada de las dos formas de ser de mi papá: durante la semana era un
hombre responsable, intachable, de pocas palabras y nunca decía ni una mala
palabra, alguien muy correcto, pero cuando llegaba el fin de semana, esa imagen
cambiaba por completo. era casi una regla que él tomara algunas copas con sus
amigos o familiares y pasaba viernes y sábado tomando. Cuando llegaba con
algunas copas encima después del viernes al salir del trabajo, parecía que fuera
otra persona: hablaba demasiado, decía cosas sin sentido, podía incluso ser
ofensivo diciendo cosas que podían hacer sentir mal a mi mamá o a cualquier otra
persona y decía palabras malsonantes. Al llegar el domingo por la tarde se volvía
a aislar en su cuarto para el día lunes salir nuevamente al trabajo y ser el mismo
papá correcto e irreprochable durante la semana. De todas formas, papá era el que
trabajaba para que tuviéramos todo, el que se encarga de hacer cumplir las reglas,
las normas y el que aplica las sanciones.
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez

52 La imagen de un papá unos días íntegro y luego completamente perdido en otros


momentos, me generaba desconcierto, angustia y mucho dolor. Ver la diferencia de
un papá en sobriedad o con algunas copas encima, era como si fueran dos personas
distintas; me confundía mucho esa situación. Sin comprender, poco a poco me
acostumbré a ver dos imágenes de papá completamente diferentes; la sensación
de confusión y desconcierto eran muy fuertes, la tristeza se clavaba en mí, la
sensación de vacío se hacía muy grande, como un hueco que se ponía en mi pecho
y estómago por no poder comprender el tener un papá que podía ser de dos formas
tan diferentes. Los tíos alcohólicos a los que unos días veía con cordura y muchos
otros los veía trastornados, me generaban también desolación.
53 La figura de mi padre ausente no fue la única; mamá no estuvo presente en
situaciones durante mi infancia que me dañaron seriamente. Fui una niña por
naturaleza juguetona y sociable, pero hay hechos devastadores en mi niñez, que
me marcaron negativamente buena parte de mi vida; vivencias que me provocaron
mucho miedo, angustia, vergüenza y culpa. Estos hechos fueron tocamientos por
parte de algunos primos mayores de edad que vivían a sólo dos casas de nuestra
casa. La angustia terrible que experimenté por años con la presencia y acciones de
ellos que siempre aparecían en casa cuando mamá iba a platicar con mi tía y se
tardaba largos ratos. No fueron hechos aislados, se repetían con frecuencia, pero
que yo nunca dije nada a nadie por temor, porque me hacían sentir sucia y con
temor de que mis padres me regañaran, se enojaran conmigo o que me rechazaran.
54 En una ocasión, en que mi hermano contó a mamá que yo había jugado con un
primo que era casi de mi edad a la casita; mamá me regañó diciéndome que no
quería volver a saber nada de juegos así, porque me iría mal y avisaría a mi papá y
sería castigada. Me sentí verdaderamente asustada, lo terrible no era solamente la
amenaza de acusarme con papá, sino la idea de ser sucia, pues hacía cosas sucias,
la vergüenza desde ese momento se me clavó y mi temor a ser rechazada se
intensificó, sentirme así fue por toda mi infancia, adolescencia y buena parte de mi
juventud y adultez.
55 El miedo en mi vida se hizo crónico y con diversas manifestaciones como
amanecer orinada era constante. Me orinada involuntariamente desde la edad de 6
años aproximadamente. Me preocupaba y aterraba más pues se suponía que ya no
era tan pequeña y podía avisar que necesitaba ir al baño. mi dolor era que pedían
que avisara si necesitaba ir al baño y yo seguía orinándome, yo no me daba cuenta,
sólo amanecía orinada. Eso realmente me desconcertaba y avergonzaba mucho.
Nunca supe por qué me pasaba eso, sólo reforzaba mi sentir que hacía algo
indebido, que yo era sucia, yo no quería que eso sucediera, pero no podía
solucionarlo, orinarme involuntariamente por la noche duró hasta que yo tuve siete
u ocho años más o menos, esa situación era frustrante y me avergonzaba; reforzaba
mis ideas secretas de que yo era sucia, me angustiaba mucho sentirme de esa
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
forma, lloraba muchas veces en silencio porque no podía remediar esa situación;
era mucha la angustia que eso me provocaba.
56 Sobre los tocamientos que me hacían, guardé silencio por sentirme sucia y llena
de vergüenza. No me defendía de esas situaciones, eran demasiado intimidantes
para yo reaccionar. Me sentía sola, atemorizada e indefensa: mi mamá nunca se
dio cuenta, de ese secreto que guardé herméticamente hasta la edad adulta. Sabía
que era algo malo lo que me sucedía, pero no sabía si al decirlo causaría un
problema grande, que no me creyeran o que fueran a pasarme cosas peores. Nunca
me atreví a decir nada; ese secreto tan severamente guardado me hacía sentir
mucha tristeza y ansiedad, pero guardaba celosamente ese secreto por el miedo a
ser rechazada por mis seres queridos, que eran los que más me importaban.
57 La imagen interna que se formó en mi primera conciencia de mí misma fue
devastadora: ser alguien sucia y mala. No sentirme valiosa y digna de ser amada,
fue siempre el hilo conductor de muchos años; no que yo lo dijera, sino que así lo
creía. De ser una niña expresiva, simpática y sociable, pasé a ser una niña enojona
por todo; me hice retraída. Me sentía celosa de ver que mis papás tuvieran algunas
atenciones con mis hermanas o con mi hermano, me hice hipersensible a las
muestras de cariño hacia mí y hacia mis hermanos; siempre reclamaba a mamá que
a ellos no los regañaba, que ellos eran consentidos y yo no. Mi mamá decía que no
era así o me respondía que yo ya era grande y debía entender las cosas.
58 La tristeza y dolor de no sentir un cariño, un abrazo, me hacía ser gruñona y
hostil con mis hermanas y hermano. Me acusaban con frecuencia de que les pegaba
y yo recibía el regaño correspondiente; los molestaba de todos modos, sentirme
rechazada me hacía sentir que yo era mala, por eso algunas veces no obedecía o
les hacía travesuras. Mi carácter fue cambiando a ser gruñona y hostil. No es de
sorprender que mi cara en muchas fotografías de mi infancia era siempre de estar
enojada. Si en algún regaño mi mamá expresaba algún calificativo de que yo fuera
desobediente, gruñona o violenta con los demás, siempre me impactaba cuando me
decía que ya nadie me iba a querer, si yo era gruñona, me iba a quedar sola; esas
palabras aumentaban aún más mi dolor, mi frustración, el no sentir que yo fuera
valiosa y más crecía mi enojo con ellos. De diferentes formas, se fue agudizando la
duda del cariño de los demás hacia mí; fui creyendo que yo era mala.

11-15
De ser una niña sociable y simpática, me convertí en alguien callada, retraída y con
mucha inseguridad, especialmente en sentir que yo debía ser buena y merecer el
aprecio de los demás y el amor de mis padres y hermanos. Mi idea interior de que
yo podía tener algo bueno, me hizo enfocarme en ser buena alumna. Siempre
aprendía muy rápido, estudiaba mucho y mis calificaciones eran buenas. Me
propusieron para estar en la escolta de la escuela y eso me hacía sentir que yo no
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
era tan mala y tan sucia. Ser buena alumna me trajo varios beneficios como formar
parte de la escolta me hacía sentir que yo era alguien valioso y que ser buena
estudiante, me libraba de ser rechazada por alguna otra cosa mala que yo hubiera
hecho.
Pronto aprendí que, si era buena alumna, mis maestros me reconocían y me
apreciaban. Comencé a auto exigirme mucho, yo pensaba que era necesario ser
buena en algo, si no era buena persona y por eso pudieran rechazarme, por lo
menos podía ser buena alumna.
No importaba que yo pudiera librarme de sentirme rechazada en algunos aspectos,
el miedo seguía apareciendo de distintas formas y una de ellas era el miedo a que
los niños se acercaran a mí si yo les gustaba o les simpatizaba y mostraban interés
por acercarse.
Algunos compañeros de mi grupo, me buscaban porque les simpatizaba, pero eso
me generaba mucho temor. Me daba pánico que mis compañeros, aunque fueran
de mi edad, se me acercara. Armando fue un niño que me seguía con el interés de
ser mi amigo más cercano, pero yo no lo soportaba, me sentía angustiada de que
me siguiera.
Un día, durante el recreo, ese niño comenzó a perseguirme y, a donde yo caminaba,
él me seguía. Sentí tanta desesperación y miedo que tomé una vara de árbol de
membrillo que había en el piso y me giré hacia él pegándole fuertemente. Le dije
llorando y asustada que me dejara en paz, que no me persiguiera y no dejaba de
pegarle llorando con gran angustia. La maestra lo castigó porque yo lo acusé con
ella, le dije que me molestaba y él nunca dijo que yo le pegué.
A partir de este momento, me empeñé por ser excelente estudiante, no me fue difícil
porque aprendía con facilidad y eso me hizo convertirme en la preferida de la
maestra, quien me pedía la apoyara en diferentes cosas.
Como me esforzaba por ser aceptada por mis maestros yo, hacía todo para ser la
mejor y no tuviera que pensar que por alguna razón, fuera a sufrir rechazo.
Muy en el fondo de mi corazón yo me sentía sola, mi mamá no tenía el tiempo para
estar conmigo y mi papá seguía siendo el papá perfecto durante la semana y el
papá completamente diferente y devaluado en el fin de semana.

Recuerdo sentirme muchas veces triste, casi como si ese fuera mi estado normal,
sentía una gran insatisfacción y vacío interior, en el fondo me aislaba de los demás,
con la idea callada de que yo no ser buena y no ser realmente valiosa.
Tener éxito en los estudios, ser buena alumna, lograr destacar en algo para ser
aceptada por otros, me resultaba fácil y además tenía el reconocimiento.
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
Una de las maestras por las que yo sentía admiración, me dio el encargo de ser la
jefa de disciplina de mi grupo y la consigna era cumplir con mantener a mis
compañeros en sus lugares y callados.
De ser apacible y simpática, me hice muy enérgica, a toda costa quería que la
maestra viera que cumplía a la perfección con lo que me encomendaba; si yo podía
ser rechazada por algunos secretos que pasaros a ser inconscientes, ahora debía
darle razones a los demás para ser querida y aceptada: era buena alumna,
obediente, de buenas calificaciones, disciplinada, a veces casi tirana con tal de que
la maestra no tuviera quejas de lo que me había encomendado.
Mi mamá sumida en los trabajos de casa, un papá ausente, dedicado por entero a
su trabajo y cuando estaba en casa, sólo estaba recostado, no hablaba con él de
nada de lo que me pasaba en la escuela, ni de mis logros, ni de mis esfuerzos por
ser de las mejores alumnas, no me sentía valorada por las personas que yo más
quería que me vieran y me aceptaran. Si de ellos no podía obtener atención y
aprobación, me importaba mucho que los demás vieran en mí a alguien digno de
ser aceptada y querida.
A los trece años, cuando inicié mis estudios de secundaria, comencé a sentir fuertes
cólicos estomacales y me diagnosticaron colitis nerviosa aguda. Esta enfermedad
ha sido mi fiel compañera, nunca me abandona y ha ido haciendo mella en mi
cuerpo.
Con mi padre ausente, mi madre siempre ocupada en el sinfín de tareas de la casa,
en lo general no recibí muestras de afecto por parte de mis padres y yo tampoco
sabía darlas. Me extrañé mucho un día que en que mamá me acompañó a la
secundaria, ese día íbamos caminando juntas, mientras nos acercábamos a la
escuela, de manera espontánea me rodeó con su brazo y nos seguíamos acercando
a la secundaria. Al sentirme abrazada por mi mamá, me preocupó que mis
compañeros vieran que me llevaba abrazada, como en una creencia de que, por
ser ya más grande, no era una niña chiquita para que me hiciera esa muestra de
cariño y me sentí muy incómoda y le dije, que me soltara.
La sorpresa mía fue que mamá al oír mis palabras, lejos de soltarme, me abrazó
más fuerte y siguió caminando conmigo y me dijo: “pues no te voy a soltar”.
Reconozco que, aunque fue solo un momento de ese gesto de cercanía de mi mamá
y aunque yo me resistí a que me abrazara, en el fondo de mi corazón me sentí
querida por mi mamá; ese recuerdo fue muy bonito para mí.
Durante el periodo de secundaria, entre mis amigas comenzaban a surgir los
comentarios de niños que les gustaban, sin embargo, yo seguía sintiéndome
temerosa de que alguien se acercara a mí, negando toda posibilidad de establecer
alguna relación que significara cierta intimidad.
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
Mis amigas comenzaban a tener novio y aunque siempre llamaba la atención de
alguno de mis compañeros, yo me mantenía hermética sin permitir que alguien se
acercara. No permitía ningún acercamiento de mis compañeros o que expresaran
algún interés por mí.
En mi etapa de desarrollo, mi cuerpo rápidamente comenzó a cambiar, mis senos
crecieron y el cambio se notaba muy rápido. Recuerdo que un día mi mamá me
compró un vestido color amarillo que me pareció muy bonito. La tela de ese vestido
era de las que se ajustan al cuerpo.
En la escuela se iba a tener un evento de festejo del estudiante y me puse el vestido
amarillo que tanto me gustó para ir. No olvido que mis compañeros de salón, se
sorprendieron mucho de verme con ese vestido, aunque no era escotado si se
ajustaba a mi cuerpo. Al descubrir que me miraban fijándose en mí, la sensación
que tuve fue de angustia porque yo llamaba la atención y me sentí muy atemorizada.
Lo peor fue descubrir que algunos de mis profesores también me miraban con la
mirada de alguien que llama la atención y me sentí desnudada, me afectó saber que
pudiera llamar la atención de alguien, por lo que ese vestido lo guardé y no volví a
usar.
Nunca más volví a usar ese vestido. Cuidaba muy bien que no vieran mi cuerpo,
que éste no llamara la atención. Se reían en mi casa y me hacían burla porque
nunca quería quitarme el suéter, aunque hiciera mucho calor, siempre tenía mi
suéter puesto y la ropa holgada.
Un compañero de clase me buscaba mucho, me hacía regalos y yo sentía terror de
pensar que él tenía interés en mí. El primo de unas vecinas también era amable
conmigo y pronto comenzó a buscarme, mostraba interés por mí y buscaba
acercase a mí, pero eso se hizo un martirio, el solo hecho de que él se me acercara,
me causaba mucho temor: siempre lo rechacé y hasta era grosera con él. Esa fue
siempre la actitud que yo tenía con cualquier chico que se acercara a mí.
Una forma segura de escapar de mis miedos profundos en el tema sexual fue
adoptar una actitud de rechazo y ser gruñona, eso me ayudaba y daba la seguridad
de alejar a los que intentaran acercarse.
Me hice una niña retraída y acomplejada; yo no quería que nadie me viera, mucho
menos tener un cuerpo bonito para llamar la atención de nadie; a los doce años que
empezaba a formarse mi cuerpo creciéndome los senos y ensanchándose mis
caderas, deseaba que ese desarrollo se detuviera.
Casi como un efecto secundario, era llamativo verme en fotografías de doce años,
con el mismo cuerpo desarrollado a los dieciocho o más edad, como si literalmente
se hubiera frenado mentalmente el desarrollo físico de mi cuerpo.
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
En relación a mis padres, me sentía siempre enojada con ellos, sin saber el porqué,
tenía actitudes de mal humor siempre. No me sentía contenta con casi nada, la casa
no me gustaba, mis hermanos me fastidiaban, me molestaba que mi papá, sobre
todo él, sólo se dirigiera a mí para decirme lo que hacía mal o para mandarme a
misa, me hice gruñona por casi todo.
En algunas ocasiones me asaltaba la idea de que yo no fuera parte de esa familia,
sobre todo cuando yo experimentaba celos por algunos de mis hermanos, siempre
pensé que a mi hermano lo consentían más que a mis hermanas y a mí.
El vacío existencial en mí se agudizaba en muchos momentos sintiéndome sola y
que no era del todo aceptada por mis padres y hermanos. Era una especie de
círculo vicioso, porque yo no me sentía parte de mi familia cercana y de muchas
formas les cobraba con rechazo mi sentirme así.
Mamá me decía con frecuencia que si seguía siendo gruñona nadie iba a querer
estar cerca de mí. En algunas ocasiones eso me dolía, pero en otras me parecía
que no me importaba, que si me quedaba sola sería mucho mejor que estar con
personas a las que yo no les agradaba.
Permanentemente estaba atenta a descubrir que el trato que me daban a mí mis
padres era el mismo que daban a mis hermanos. Me afectaba descubrir que hubiera
alguna diferencia en lo que me daban a mí y a ellos, siempre estaba atenta a los
detalles y tenía cuidado de medir siempre el cariño que mis padres me daban.
Aunque realmente siempre nos trataron igual, yo siempre tendía a pensar que a mí
me querían menos.
Con las ideas de inseguridad del cariño de mis padres, mi autoestima estaba por el
suelo, nunca tenía la seguridad de sentirme valiosa para ellos o para mis hermanos,
con frecuencia sólo señalaban los defectos o los errores que cometía, pero no
mencionaban las cosas buenas que yo hacía o que yo era valiosa en algo.
Nunca recibí castigos físicos por parte de mis padres, pero me dolía tanto no
sentirme querida que hacía algunas travesuras que podían haberme castigado con
justa razón. Recuerdo el día que no estaba mamá en casa, convencí a mi hermana
María Elena, de cortarle sus trenzas, sobre todo porque yo sabía que le gustaban
mucho. Le dije que se vería mejor con el cabello corto y ella accedió, pero cuando
ya estaba cortándole el cabello, comenzó a llorar. Me encerré en el baño con ella
tratando de convencerla de que se iba a ver mejor. Mi hermana Laura le avisó a
mamá, que en ese momento llegaba a casa y me regañaron mucho por esa acción.

Aunque ellos no nos imponían castigos físicos, recuerdo varios momentos de


rebeldía con mis padres, no nos faltaba nada, dentro de sus posibilidades nos daban
todo lo que necesitábamos e incluso algunos gustos en ropa, zapatos o juguetes.
Nunca dejaron de comprarnos lo que nos pedían en la escuela; sin embargo, yo me
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
sentía muy enojada siempre; casi todo me molestaba y más cuando mamá me decía
que si seguía de gruñona, nadie iba a quererme.
Me fui cerrando, no compartía con mi familia y en mi creencia pensaba que no me
importaba que me quisieran o no.
Empecé a sentir mucho resentimiento con mis padres de todo y por todo. En algunos
momentos llegué a pensar que, si me iba de casa, ni siquiera les importaría. La
necesidad de huir se debía a que, pese a que no nos faltaba nada, no me sentía
querida.
Hacía enojar a mis padres molestando a mis hermanos, siempre tuve la idea de que
yo era una niña mala y ahora deliberadamente no me importaba, sólo en apariencia
porque en el fondo, el temor a que nadie me quisiera realmente me aterraba.
Me había acostumbrado a la idea de que mi mamá siempre estaba ocupada y en la
cocina; mi papá en la semana era el papá perfecto, pero los fines de semana era
totalmente otro y entonces ese papá no valía para nada. Llegó el momento en que
no me importaba nada de lo que años atrás se había importado: la escuela y las
buenas calificaciones, sólo me sentía enfadada con todo, especialmente con la
forma de ser de mis padres y me hice indiferente a todo lo que me fastidiaba de
ellos.
En el fondo sentía remordimiento de ser o sentirme así porque ellos eran personas
buenas que nos daban y nos apoyaban en todo. Si yo no los quería significaba que
yo era mala y como de todas formas ya me había ganado ese título y esa imagen,
pues ahora no me importaba ser mala con mi familia.
A los trece años me afectaban permanentemente dolores estomacales y fuertes
cólicos intestinales, hasta que por la frecuencia con que me aquejaban, me llevaron
al médico y me diagnosticaron colitis y gastritis agudas.
Pese a ser por naturaleza muy sociable, me encerraba en mi cuarto y no quería salir
para nada; iba de la escuela a mi casa y viceversa.
En la Secundaria tuve una maestra por la que sentía mucha admiración y ella nos
inculcó un profundo gusto por la lectura. Comencé a leer los libros que por tarea
nos pedía, la lectura se convirtió para mí en una distracción enorme, me pasaba
tardes enteras leyendo y eso me hacía estar entretenida y adentrada en las historias
que leía.
Aunque me sentía tan frustrada y enojada con mis padres era mejor ignorarlos, papá
y mamá comenzaron a perder encanto para mí, me sentía tan desilusionada de su
forma de actuar que era mejor no verlos.
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
Recuerdo con claridad un gran enojo que tuve con mis padres porque yo no quería
que me celebraran fiesta de quince años. Les pedí que mejor me compraran cosas
que yo les pedía o que yo pudiera hacer un viaje.
Mi papá se puso estricto conmigo y dijo que como yo era su primera hija, me iba a
hacer la fiesta de quince años para darle gracias a Dios por esos años. Todos los
preparativos de la fiesta fueron un enorme fastidio para mí, pero tuve que
aguantarlos; ni el vestido me gustó, ni nada de lo que se hizo en la fiesta era de mi
agrado, yo me sentía enojada por hacer algo que no tenía sentido para mí, pero
para toda la familia por ser la costumbre de todos, había qué hacer.
Si había algo que me molestara de papá es que nunca nos preguntaba si queríamos
hacer algo o no; siempre de ideas fijas, se hacía lo que él decía sólo por considerarlo
el deber ser.
Papá aunque no era expresivo casi de ninguna forma, si dejaba en claro sus ideas
moralistas. Nos mandaba al catecismo, ir a misa y no podíamos trasgredir esas
indicaciones ya que siempre fue estricto con mamá, mis hermanos y yo.
En mí generaba mucha rebeldía ver que por un lado era moralista y por otro tomaba
los fines de semana y eso me hacía mucha confusión y realmente me molestaba.
Aunque creo que de mis hermanos yo era la más afín a papá, pero siempre estaba
en contra de él y de sus normas. Las actitudes de él y las mías, siempre hacían
que la distancia entre él y yo se hiciera más grande; él siempre me hizo sentir que
yo era la hija difícil, mis hermanas no se enfrentaban con él y simplemente acataban
las indicaciones, pero yo me rebelaba y manifestaba mi inconformidad,
especialmente con él.
Mamá siempre fue permisiva, no nos enfrentaba mayormente, era conciliadora, nos
convencía más que imponerse, pero eso hacía que a mí me pareciera que era débil.
Lo cierto es que yo estaba enojada con ambos y me molestaba si uno era estricto y
también si la otra era permisiva. Siempre contestaba a todo lo que me dijeran.
En mi había mucho enojo y frustración con mi familia y hacía siempre un problema;
no me sentía satisfecha con mi familia y en el fondo sufría porque no sabía el porqué
yo actuaba así; era mucho el resentimiento que tenía con ellos.
Tenía la idea callada y reforzada por mis actitudes de que yo era mala, no iba a
dejar de ser así, hiciera lo que hiciera.
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
16-20

Siendo adolescente, muy dentro de mí tenía la idea de que yo era valiosa para los
de fuera pero no para los de mi familia: mis padres y hermanos.

Ello generó inconscientemente un callado resentimiento hacia mis padres y


hermanos. No era reconocida en casa por las cosas buenas que yo hacía, no valía
la pena esforzarme porque en casa, sólo me señalaban algo malo que yo hiciera,
nunca mencionaban que yo fuera

A la edad de dieciocho años, casi para terminar la preparatoria, yo me sentía


incapaz de formar una familia, no sentía que esa era la opción de vida que yo quería
tener. No tenía mayor vida social, pese a que soy naturalmente muy sociable. Me
convertí en una chica solitaria, sin mayor necesidad de interactuar con nadie.

Mi padre siempre nos mandaba al catecismo y nos recordaba que teníamos que ir
a la iglesia y a misa, no porque nosotros tuviéramos ganas, sino porque era un
deber.
Por coincidencia, conocí a unas religiosas que pronto me invitaron a formar parte
de un grupo de reflexión; comencé a ir y ahí comencé a escuchar sobre el sentido
de vida, yo me planteaba la pregunta interiormente sobre lo que yo quería dedicar
mi vida.
Participaba con las religiosas en actividades de ayuda a otros y sentí que mi vida
era para algo más que un esposo y unos hijos. En mi interior no me sentía ser una
persona buena para ser mamá, tenía la idea de que iba a ser una mamá fría, estricta
y que eso sería doloroso para mis hijos y siempre tuve la idea de que yo no quería
echar a perder a mis hijos.
Comencé a preguntarme por el sentido de mi vida y me di cuenta que, de todas
formas, en casa no iba a importarle nada de lo que yo quisiera hacer.
Pronto descubrí que el matrimonio no era algo que me llamara la atención, de todas
formas, me daba miedo pensar que alguien iba a tener intimidad conmigo si yo me
casaba y era algo que de ninguna manera yo quería soportar, esos eran mis
argumentos razonables para decir que no me gustaba el matrimonio.
Me gustaba estar fuera de casa en actividades de ayuda a otros. Me hacía sentir
bien hacer algo por los demás. Con forme fui creciendo, prescindí de la necesidad
de yo sentirme querida para ayudar a otros. Eso rompía con mi imagen de hermana
mala y gruñona que siempre tuve en casa.
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
21-25

A los veintiún años, ingresé a la vida religiosa; en el fondo de mí sentía que, si en


mi casa no había sido valorada, en otro lugar si podría ser y hacer algo bueno para
los demás. Me sentía muy bien pudiendo hacer algo por los demás y yo sería buena
para alguien.
Después de un tiempo de conocer a unas religiosas, yo pedí ingresar como
postulante. Comuniqué a mis padres la decisión y mi papá fue el hombre más feliz
porque su hija quería ser religiosa. Mi mamá en cambio, no mostró ninguna alegría
y más bien se le vio triste porque sabía que yo me iría a la ciudad de México a vivir.
En los días próximos a que yo abandonara la casa para incorporarme a la
comunidad religiosa, nos encontramos a una amiga de mamá que nos apreciaba
mucho; en un momento que nos quedamos solas, se dirigió expresamente a mí y
me dijo: “…”Tu mamá está muy triste porque te vas, ella no va a decirte nada porque
respeta tu decisión, pero debes saber que ella está muy afectada de que los dejes...”
Fue tan sorprendente esa expresión para mí que la recuerdo con mucha claridad,
nunca hubiera imaginado que mi mamá tuviera ese sentimiento de dolor por mi
salida de casa, eso me demostraba de alguna forma que sí era querida por mi
mamá.
A pesar de esa confesión, yo no di vuelta atrás, mi decisión estaba tomada y yo
seguiría adelante. Recuerdo haber pensado que ahora ya no era tiempo para
decirme que yo le importaba y me iría. En el fondo sentía que era una forma de
desquitarme. Calladamente pensaba que con mi salida de casa se librarían del
problema que yo era para ellos.
Como siempre me había tocado emprender nuevas experiencias sola, pensé que
no me costaría enfrentar la nueva experiencia de vida, sin embargo, me costó
mucho. Sentí angustia, tristeza y enojo en la separación de mi familia.
Al poco tiempo de estar en la casa religiosa en la etapa de postulante que sería de
un año de duración, comencé a sufrir de una angustia inexplicable; era tan fuerte mi
sensación de incertidumbre, de verme sola, que bajé de peso muy rápida y
notoriamente; me quedé literalmente en los huesos, porque bajé unos diez kilos de
manera rapidísima.
Las hermanas superioras se preocupaban de ver mi pérdida de peso tan notoria y
yo no tenía la menor idea del porqué de mi angustia inexplicable. Estuve así por un
tiempo largo, me llevaron al médico quien dijo que todo estaba bien, luego me
llevaron a atención psicológica en la que me hicieron pruebas y los resultados se
los informaron a la que era la superiora en ese momento.
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
No tuve mayor explicación del porqué de mi cuadro ansioso-depresivo y pasé casi
un año en ese estado de delgadez extrema, sobreponiéndome a cualquier situación,
y me mantenía en mi idea de tener que superar las pruebas.
Agregada a las crisis de ansiedad que tenía o tal vez la angustia se generaba por
hechos de los que yo no era consciente antes; la inseguridad del cariño de otros
hacia mí, se presentó nuevamente como un fantasma que reaparece; comencé a
detectar que sentía enorme enojo con la superiora que era mi encargada porque
veía que tenía favoritismos con algunas compañeras.
Volví a sentir con mucha fuerza el temor a perder el cariño de la que en ese
momento era mi superiora, como una especie de figura central a la que yo debía
simpatizarle. En mi interior creía que no podía fallar en la tarea de asegurar el ser
reconocida y valorada. Todo ello se hacía imperioso y me generaba sufrimiento y
angustia.
Recuerdo que, en una ocasión, hablando con la formadora, como así se le
denomina por ser la encargada de la formación de las religiosas, por primera vez
hablé a alguien de las experiencias de tocamientos vividas en la infancia. Haber
hablado de esos hechos por primera vez con alguien fue totalmente liberador.
Ella me explicó que yo no había sido culpable, que no podía culparme por esas
situaciones, lo más clarificador es que me dijo que no era justo juzgar con mirada
de adulto, a una niña que no pudo o supo defenderse de esas experiencias de dolor,
esa sola frase de que era injusto que yo me juzgara con la mente de una adulta a
una niña de ocho años, me liberó enormemente.
Con mi confesión, las ideas herméticamente guardadas de sentirme sucia y
culpable, perdieron fuerza en gran parte, lo sorprendente fue que, al no sentirme
juzgada sino comprendida, la liberación que experimenté equivalía a poder respirar
libremente en un campo abierto después de haber respirado el único aire que se
encuentra dentro de un globo cerrado. Fue una de las experiencias más liberadoras
que tuve. A partir de ese hecho, empecé a ganar peso nuevamente.
Pudo ser el inicio de mi liberación interior, pero sin duda no era el único aspecto que
yo debía sanar.
A la edad de veintitrés años, sufrí el dolor nunca antes conocido con la muerte
repentina de mi hermano Enrique, el sufrimiento que ese hecho nos provocó a todos
fue devastador.
Él igual que yo, había salido de casa y se encontraba viviendo en Magdalena,
Jalisco, trabajando con un primo que allá radicaba. No quiso continuar estudiando
pese a que él siempre fue de excelencia académica y tuvo la oportunidad de
estudiar en los mejores colegios.
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
Yo me encontraba en casa de visita cuando nos dieron la noticia de la muerte de mi
hermano y recuerdo que la noche en que esperábamos la llegada del cuerpo de
Enrique, todos exhaustos por el dolor de esa pérdida, yo me recosté en un sofá y
cuando ya estaba casi a punto de entrar en un sueño profundo, sentí la mano de
mamá que me cubrió el rostro, tomó mi cabeza y la estrechó suavemente en su
regazo y eso fue profundamente conmovedor para mí.
Fue un instante y me pareció que ese solo gesto de mamá, había disipado una idea
y creencia de enorme sentimiento de soledad y desamor de mamá con el que yo
había vivido por muchos años.
El dolor y vacío que quedó con la muerte de Enrique nos sacudió enormemente,
pero al mismo tiempo nos unió de forma singular.
Pude constatar el dolor de mis padres en muchos momentos y saber que, pese a
sus errores, amaban profundamente a cada uno de nosotros sus hijos.
Personalmente me sacudió mucho ver a mis padres vulnerables por la experiencia
de sufrimiento por la pérdida de un hijo y entendí que, a su manera, siempre nos
habían dado lo mejor que podían y sabían darnos.
Ver sumidos a mis padres en el dolor, me hizo pensar que no sólo me quedaría sin
hermano, sino sin padres también y en ese período tan crítico de la vida familiar,
me hice la fuerte para fortalecerlos a ellos, pues no quería perderlos también.
A los tres años de la muerte de Enrique, nació mi hermano Alejandro, aunque mi
madre tenía cuarenta y seis años de edad.
Ese pequeño niño, mi hermano, me permitió conocer nuevamente la vida familiar
de la que ya me había olvidado.
Fue un niño cariñoso y expresivo, lo que nosotros nunca fuimos con nuestros padres
porque no nos enseñaron a tener muestras físicas de afecto. Alejandro siempre fue
muy diferente, se colgaba de cuello de papá y lo hacía reír y de mamá se colgaba
también y siempre le daba muchos besos en los cachetes.
Alejandro disfrutó de lo que ninguno de nosotros tuvo, pues lo consentían mucho.
Tan solo en ese aspecto hubo un abismo entre ese niño y nosotros cuando fuimos
chicos.
Mis padres al ser ya de cierta edad, se mostraron mucho más cariñosos y
considerados con él; la rigidez que mi padre mostraba con nosotros de niños, se
transformó en ser incluso hasta juguetón con Alejandro en muchos momentos.
Estoy convencida de que mis padres nos dieron lo mejor y como supieron hacerlo,
aún así, las heridas que yo tuve en mi infancia por percibirme no aceptada y no
amada, aún pasan la factura en mi vida adulta.
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez

26 - 35

Entre mis varias creencias, estaba la de que mi vida tenía sentido siendo útil a los
demás y se fue consolidando con los años. En ese mundo de relaciones marcadas
por los ideales de fraternidad, no pusieron a prueba mis necesidades de mostrar
afecto o de sentir la necesidad de recibirlo.

Pese a que yo tenía la convicción de estar en el lugar correcto, convencida de que


ahí tenía garantizado sentirme plena y feliz, porque las relaciones que se
establecían en el lugar donde me encontraba era buenas, las personas eran
incapaces de hacer mal a nadie y otras ideas que tenía, no lograba desprenderme
del vacío existencial en mi interior.

De manera sutil, en este periodo de mi vida ya mis inseguridades y heridas estaban


lo suficientemente sepultadas para que no me causaran problemas. Aprendí con
prontitud que, para no sufrir rechazos, debía callar mis sentimientos, no podía
expresar mis ideas porque pudieran ser contrarias a alguien y no iba a exponerme
al rechazo.

Las relaciones de funcionamiento eran útiles para mí, porque siempre me dio miedo
demostrar amor o ser cercana, eso me hacía mostrarme vulnerable, pero poner
inconscientemente barreras, me hacían sentir vacía y sin sentido.

Como es de esperarse en una institución religiosa, mis necesidades afectivas


estaban herméticamente guardadas y no debía asomarse ningún vestigio de la
necesidad de sentirme aceptada y reconocida, aunque esa fuera mi herida
existencial, más aguda.

La vida religiosa marcada por los votos de pobreza, castidad y obediencia,


encajaban perfectamente con mi estado de negación ya que, de manera
inconsciente, comencé a vivir en la creencia de no merecer muchas cosas, sobre
todo la de creer no merecer el disfrutar de la vida.

El estilo de vida en pobreza me aseguraba que no merecía comprarme un shampoo


a mi gusto, tenía que asumir el que la administradora de la casa religiosa decidía el
que debía usarse. No podía fijarme en unos zapatos a mi gusto, porque el dinero
que disponía para la compra de mis zapatos era limitado a cierta cantidad.

En la comida aprendí a perder el gusto por lo que comía, solamente debía comerlo
y ya, eso sí, sin desperdiciar absolutamente nada, y aunque no me gustara la
comida, comía ávidamente porque siempre tenía hambre; me caracterizaba la
necesidad de comer, no me sentía satisfecha con lo que nos ponían en el plato, yo
siempre quedaba con hambre.
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
En relación a la castidad, ese voto me salvaba del problema de las relaciones de
intimidad con alguien, eso era un gran alivio para mí.

36 - 40

En esta etapa de mi vida yo racionalizaba todo, para todo tenía una explicación, se
hizo imperiosa en mí la necesidad de encontrarle una razón a todo; eso me hacía
cubrir la frustración de no saber el porqué de mi vacío y estado de insatisfacción
pese a que ya tenía un sentido de vida.
Pese a tener una vida resuelta en muchos sentidos me sentía sin rumbo y
desencantada de una vida comunitaria porque había siempre una comunidad de
cinco o seis miembros y aunque fuera del número que fuera, me sentía en soledad,
aislamiento y en algunas situaciones, incluso hostilidad.
Ante ese panorama, después de diecisiete años de vida religiosa, apareció el
cuestionamiento del sentido de mi vida nuevamente.
Por situaciones de la misión que desempeñábamos, el instituto religioso me pidió
llevar la dirección de un colegio como directora general de los niveles de Preescolar,
Primaria y Secundaria. Me informaron que la hermana administradora del colegio
sería una hermana que siempre había sido superiora en otro lugar, estaba
acostumbrada a tener siempre el mando y además me mi triplicaba la edad.
Comenzaron las diferencias entre la administradora del colegio, que además era mi
superiora y yo que era la directora; la comunidad religiosa en la que en ese momento
me encontraba, comenzó a tener actitudes de hostilidad hacia mí.
La comunidad religiosa se polarizó y me sentí sola, incomprendida y rechazada por
mi grupo cercano.
Después de un tiempo de intentar conciliar las cosas con las hermanas de la
comunidad, caí en depresión; inicié un tratamiento con antidepresivos y a la par,
solicité un permiso de exclaustración para iniciar un proceso de discernimiento.
Después de un tiempo de lucha por clarificar la opción de vida y apoyada en distintos
acompañamientos para discernir el sentido de mi vida, solicité a la congregación
religiosa la salida definitiva de la institución.
La necesidad más apremiante para mí, era estar con mi familia nuevamente, no
porque estuvieran sanadas todas las heridas de mi infancia, sino precisamente
porque experimento la necesidad de regresar y darme la oportunidad de seguir
sanando los asuntos pendientes.
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
Al regresar me sentí acogida y apoyada. Después de mucho tiempo, fui
reconociendo a cada uno de los miembros de mi familia en una especie de voluntad
de sanar las heridas de infancia.
Mis necesidades afectivas y sexuales han tenido un despliegue, de tal suerte que
hoy en día me siento más yo y más plena.
41-49
En la toma de conciencia de mis heridas existenciales, he podido reconocerme y
valorarme y ser responsable de mi proceso de sanación que continuará siempre.
Considero que las heridas de infancia son una tarea que continúa aún.
Descubro que en la relación con los demás, aún me cuesta establecer lazos
afectivos sólidos.
Evito crear vínculos por miedo a sufrir rechazo o por miedo al compromiso; quizá en
eso se exprese mi condición de soltería, convencida de que no estoy hecha para el
matrimonio.
En mis relaciones de pareja siempre establezco distancia y me siento cómoda en
soledad física, no emocional.
No obstante, a creer que he venido sanando mis heridas primarias de infancia, la
huella más marcada sigue siendo el miedo al rechazo. En las relaciones que
establezco en diferentes niveles, tiendo a tomar distancia y no me expongo a sufrir
rechazo y la inseguridad afectivamente hablando, me sigue pasando la factura
permanentemente.
Como resultado de no conflictuarme con los demás, se pone de manifiesto el miedo
a expresarme y he limitado mi capacidad de decir lo que pienso, eso entre otras
cosas, me ha generado situaciones de angustia y dolor.
Considero que una de las manifestaciones más claras de que mis heridas afectivas
siguen pasándome la factura han sido algunas complicaciones de salud
manifestadas de distintas formas. Hace sólo dos años presenté síntomas graves
intestinales nuevamente y después de los estudios médicos diversos que me
realizaron, fui diagnosticada con CUCI (Colitis Ulcerosa Cónica Inespecífica) y es
una enfermedad autoinmune, inflamatoria del colon / intestino grueso. La
caracteriza la inflamación y ulceración de la pared interior del colon y entre los
síntomas que se presentan están la diarrea con manifestaciones de sangrado y con
frecuencia dolor abdominal, entre otros múltiples trastornos.
Esta enfermedad tiene en la base un componente emocional importante ya que se
agrava en periodos de ansiedad agudos y descubro que me generan ansiedad
algunas relaciones personales.
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
Actualmente las situaciones laborales que he vivido, me han generado
especialmente estados de estrés muy altos y quiebre significativo con un
componente muy claro de dificultad para manejar las situaciones en las que percibo
rechazo.
El proceso de sanación debe continuar porque sin duda, aún aguardan en mi interior
las heridas existenciales que tuvieron que ver con mi historia personal aquí
expuesta.
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez

Mi enfermedad CUCI -
Mis actuales conflictos laborales
Sentir miedo de expresarme, de decir lo que pienso por temor a ser rechazada
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez

También podría gustarte