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Capitulo Vi. Historia de Vida
Capitulo Vi. Historia de Vida
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
INTRODUCCIÓN.
En el presente capítulo se narra la historia de vida de la persona objeto de esta
investigación.
HISTORIA DE VIDA
Mis ancestros: Inicio de mi historia de abandono.
Mi experiencia de abandono se da mucho antes de mi nacimiento y considero que
se gesta incluso desde mis ancestros, dado que mi abuelo paterno y mi abuela
materna, vivieron experiencias de abandono que marcaron sus vidas de manera
singular para cada uno.
ABUELO PATERNO:
1 Mi abuelo de nombre León López González, nació en el año de 1898 en San
Miguel de Allende, Gto. Producto de los primeros movimientos de la guerra de la
Revolución en nuestro país. Cuando inició la lucha armada, él tenía 12 años de edad
y él y sus padres y hermanos, vivieron los embates de esa guerra.
2 Mi abuelo nos explicaba hechos de la historia de México de forma atrapante,
debido a que eran sucesos que él mismo había vivido. Contaba cómo los grupos
armados que surgieron con la revolución, llegaban a los ranchos y quitaban a la
gente, los granos que sembraban: maíz, frijol, etc., así como los animales que
tenían. Recordaba con nostalgia la ocasión en que los villistas se llevaron su
caballo.
3 Mi abuelo tenía, 13 años cuando su madre a causa de la guerra de revolución los
abandonó, por seguir a uno de los hombres que andaban en el movimiento armado,
suceso del que mi abuelo nunca quiso hablar.
4 Su padre, de nombre Modesto López, mi bisabuelo, volvió a casarse y formó una
familia. Mi abuelo y sus tres hermanos, una vez más, se quedaron solos. Al poco
tiempo, los cuatro hermanos se fueron de la casa donde vivieron con su mamá y se
dispersaron en distintos lugares, el mayor de ellos se fue a la ciudad de México,
nunca se casó; el segundo hermano, se fue para Celaya, Gto, donde se casó. Su
única hermana de nombre Prisciliana, emigró a Monterrey y pese a que fue una
hermosa mujer, no salía de su casa, se entregó por entero a su trabajo como
asistente de familias muy adineradas y nunca se casó.
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5 Mi abuelo, fue granjero y en Apaseo El Grande conoció a mi abuela María de la
Luz, cuentan que mi abuelo se la robó y emigraron a Querétaro. Mis abuelos
paternos tuvieron ocho hijos. La herida del abandono que mi abuelo vivió siempre
estuvo presente, nunca habló de su mamá, ni de su papá, ni de su vida infantil;
nunca regresó a su lugar de origen. Nunca habló de nada de su infancia, su silencio
fue la forma de no dejar ver la huella que el abandono de sus padres lo había
marcado. La relación con sus hijos siempre fue de rigurosidad y sin manifestaciones
de cercanía. No se refería a ellos diciéndoles hijos, su trato para dirigirse a ellos era
por el nombre y su tono con ellos era siempre imperativo. Murió a la edad de 94
años siendo muy parco en su expresión con los demás.
7 El bisabuelo de oficio zapatero, al verse solo con sus tres hijas de 6, 8 y 10 años,
acudió con una pareja que no tenían hijos y les pidió que se quedaran con las niñas
porque él no podía hacerse cargo de tres mujercitas pequeñas; al poco tiempo
arreglaron que el matrimonio se quedaría con las niñas y a los días de haber sido
abandonadas por su mamá, sufren un segundo abandono, el de su padre quien fue
a entregarlas con ese matrimonio y las dejó a su suerte, porque no volvió a verlas
ni a saber cómo se encontraban. Es en este punto donde veo incrustada la
experiencia de abandono en la historia de mi familia, como si fuera una huella que
marca
8 Sin mamá y sin papá, las niñas iniciaron su nueva vida junto a la pareja con
quienes su papá las entregó, viviendo con pobreza y realizando todas las tareas de
la casa. La tía Maura, como la llamaban, tuvo un trato frío y duro con las niñas, mi
abuela contaba que, ella tenía seis años la subía en un banco para que alcanzara
el lavadero donde tenía que lavar los trastes que en ese tiempo eran de barro, si
rompían alguno, como consecuencia les hacía un collar con los tepalcates y se los
colgaba para que aprendieran a tener más cuidado. Si al peinarlas se le detenía el
peine en el cabello enredado, de inmediato les cortaba el trozo de cabello, debido a
que les hacía varios cortes de cabello y quedaban muy tusadas, terminaba
rapándolas.
9 La gente vecina las identificaba como la casa de las tres pelonas; me siento
consternada con la historia de dolor vivida por esta niña que sufrieron doble
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abandono, de una manera tan inesperada para ellas y al mismo tan trágica por verse
solas y verse en manos de extraños tan repentinamente.
10 No se sabe mucho de la presencia del bisabuelo en el transcurso de la estancia
de sus hijas en la casa de la tía Maura, se supone que el abuelo iba a visitarlas sin
que pudiera hacer mucho para salvarlas de las experiencias dolorosas que ellas
vivían, por lo que no sólo sufrieron la pérdida de su madre, sino la del padre, que
más tarde murió dejando a sus hijas en el total abandono y en una situación de
hostilidad con el trato tirano que la tía Maura les propinaba.
11 Al pasar del tiempo, las hermanas mayores de mi abuela, una escapó de la casa
y la otra fue dada en matrimonio. La tía Maura arregló también el matrimonio de mi
abuela cuan ella tenía solamente dieciséis años con un señor que tenía 60 años de
edad de nombre Tereso. Me llena de tristeza ver en la historia de mi abuela, que de
un momento a otro, aún a una edad muy temprana, pasó de una situación de
abandono y maltrato, a otra situación similar y aún más intensa de dolor en un
matrimonio con alguien que le triplicaba la edad.
12 Mi abuelo Tereso, era viudo de un primer matrimonio de muchos hijos y era
dueño de algunas propiedades, situación que explica la elección de la tía Maura
para darle en matrimonio a mi abuela.
13 Mi abuela, teniendo la edad de la hija menor del primer matrimonio de su esposo,
tuvo que atender los quehaceres de la casa y de los hijos del primer matrimonio de
su esposo, esta situación hacía que mi abuela asumiera una carga más de las que
ya tenía, continuaba así su historia de abandono y sufrimiento.
14 A los nueve meses de casada nació mi tío Carlos su primer hijo, le siguieron un
total de 15 hijos más, solamente ocho de ellos vivieron. Entre las situaciones que
contribuyeron a que murieron varios de sus hijos, fueron la desnutrición de mi
abuela, así como su ignorancia, de todo lo referente al nacimiento de un hijo; todo
le daba miedo, desconocía muchas cosas, no haber tenido una mamá que la
enseñara las cosas más básicas, ella estaba de alguna manera indefensa e
ignorante. Cuenta que al nacer su primer hijo en su casa sola y rodeada de pobreza;
al dar a luz ella tenía mucho miedo dese espantaba, al dar a luz se preguntaba por
qué le colgaba.
15 Mi abuela no recibía dinero de su esposo ya que él tenía otra familia numerosa
y él era muy mayor de edad y ya no trabajaba; ella, además de atender algunos
quehaceres de los hijos del primer matrimonio de mi abuelo, tuvo que buscar formas
para tener ingresos que la ayudaran a seguir manteniendo a sus hijos. Se unió a
ayudar a su hermana mayor Julia y aprendió el oficio de hacer dulces de ate y
cristalización de frutas; era tanto el trabajo que contrataban huertas enteras de
membrillo para elaborar el dulce artesanal.
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16 Eran tan extenuante el calor que soportaban con ese trabajo que mi abuela
enfermó muy pronto. Contaba que estando un día muy acalorada en la elaboración
del dulce que hacían, inmersa en el extremo calor de los casos de cobre en el que
hervía la fruta con el azúcar, sudaba abundantemente y tenía tan reseca la
garganta, era tanta su necesidad de sentir algo fresco, que alcanzó un pocillo con
jalea fría y la bebió ávidamente con gran deseo de aliviar su sed. Sólo
momentáneamente alivió su sed, porque al día siguiente, no pudo levantarse,
estaba delirando de fiebre y sin poder hablar; varios días estuvo sin poder levantarse
ni volver a trabajar; no volvió a estar bien, trabajaba duramente a pesar de que su
asma le impedía hacer las cosas sin que sufriera permanentes ataques de no poder
respirar. Mi abuelo Tereso murió a la edad de 97 años, dejando a su familia en el
desamparo total.
39 No recuerdo con exactitud qué sucedió cuando llegaron mis padres a casa, ni lo
que me dijeron o que me hubieran abrazado, pero si eso hubiera sucedido lo
recordaría. Una manifestación de cariño, hubiera disipado mi angustia y temores,
pero mis padres, especialmente mi papá, nunca fueron expresivos a hora de
manifestar afecto, ni entre ellos, ni con nosotros sus hijos.
40 Otro episodio de gran dolor en mi infancia, sucedió cuando a la edad de diez
años, mi hermana menor María Elena de cinco años de edad, sufrió un accidente
de gravedad. Un día, después de que llegó del kínder, tomó una monedas y, sin que
nadie nos diéramos cuenta, salió de la casa para ir a la tienda a comprar dulces. En
un momento, se oyó un gran alboroto afuera de la casa; fue entonces cuando una
señora tocó la puerta llorando desesperada, para comunicarle a mi mamá que a mi
hermana la había atropellado el camión de los refrescos que surtía en la tienda
donde la niña pequeña había comprado dulces. Sucedió que no la vieron y el
camión que se estaba acomodando en reversa, prensó la cabecita de mi hermana
contra el muro de la tienda. Al momento de informar, la traían en brazos. Aún
recuerdo con claridad la impresión en el rostro de mi mamá al ver lo que había
sucedido; el dolor que ese hecho nos provocó fue tan sorpresivo y grande que
quedamos devastados. De inmediato, se llevaron a mi hermana a ser atendida al
Seguro Social (IMSS) y era tan grave la lesión en la cabeza de mi hermana, que fue
trasladada de urgencia a la ciudad de México al hospital de especialidades mayores.
41 Fueron meses los que mi hermana estuvo en terapia intensiva y nuevamente mi
mamá estuvo con mi hermana cuidándola. Mis hermanos y yo fuimos encargados
con una tía política cerca de la casa de mis abuelos. El tiempo que mis papás
tuvieron que atender a mi hermana fue largo y en distintos momentos teníamos que
quedarnos encargados con otros que nos cuidaran. El miedo de que mi mamá no
regresara en mí siempre estaba latente y una vez más ese miedo estaba presente.
Cuando mi hermana fue mejorando, regresaron a casa y el cariño de todos estaba
volcado hacia ella; era comprensible porque había sufrido un grave accidente.
42 El trato de mi papá con nosotros, más que cercano fue estricto, no era expresivo
ni en las palabras y mucho menos en las manifestaciones físicas de cariño. Así fue
el trato que él recibió de mi abuelo. No conversaba con nosotros, siempre fue de
pocas palabras, nos daba indicaciones o cuando era el momento de corregir nos
regañaba si algo hacíamos mal, nunca platicábamos de nada en la mesa, sólo cosas
simples, nunca hablábamos de nosotros y menos de las cosas que vivíamos y de
cómo nos sentíamos.
43 Con papá la comunicación era casi nula, recuerdo el lugar que ocupaba en la
mesa siempre, terminando de comer, encendía su cigarro y lo fumaba mientras
esperaba a que termináramos nosotros de comer. Eso me producía mucho disgusto
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porque el humo de su cigarro me ahogaba y más tardaba en terminar de comer,
pero era la costumbre de él y nadie decíamos cómo nos sentíamos.
44 Yo pensaba que mi papá era el mejor del mundo porque trabajaba mucho para
darnos lo que necesitábamos, pero sentía la necesidad de que fuera más cercano,
que de vez en cuando quisiera jugar con nosotros o siquiera que pudiéramos platicar
más cuando estábamos juntos.
Siempre que llegaba del trabajo se recostaba y más tarde se levantaba para comer,
terminando, veía la tele o leía mucho, pero eso hacía que él estuviera apartado. Las
únicas ocasiones en que estaba con nosotros, eran algunas veces, cuando mi
mamá no sabía ayudarnos en la tarea, le pedía a mi papá que nos explicara y él lo
hacía. Algunos recuerdos también son que nos inculcaba la lectura y de lo que
leíamos nos hacía dictado para que tuviéramos buena ortografía. Me gustaba
mucho que mi papá estuviera con nosotros haciendo la tarea o en el dictado de
ortografía, yo siempre sacaba casi todas las palabras bien y eso me hacía sentir
orgullosa.
45 Me gusta recordar la única forma en que interactuábamos con papá en una
especie de juego y era cuando mi mamá nos decía que fuéramos con papá, se
acercaba a la cama donde estaba acostado y le hacía la mueca de que iba a hacerle
cosquillas, entonces mis hermanitos y yo nos subíamos a la cama para ponernos
encima de él para hacerle cosquillas; él se levantaba inmediatamente porque le
causa mucha desesperación que le hicieran cosquillas y de manera juguetona, nos
tiraba a un lado y otro, esos momentos me gustaban porque eran las únicas
ocasiones en que estábamos y reíamos juntos y aunque eran muy ocasionales esos
momentos de juego, los tengo muy grabados como algo muy agradable, me hubiera
gustado mucho más sentir que mi papá me abrazara, que pudiera platicar con él o
que jugara con nosotros más tiempo. Mi mamá siempre fue más cálida y cariñosa;
y de ella si teníamos más muestras de afecto algunas veces manifestado con
abrazos y no era estricta, siempre era suave y consentidora.
46 Siempre sentí el cariño de mi abuela paterna de nombre María de la Luz que me
llamaba mi muchachita y me abrazaba. Yo la acompañaba cuando ella aún podía
salir, me llevaba a la iglesia, al templo del Carmen y me gustaba mucho que me
llevara, porque al regresar junto a la iglesia había una tienda con grandes botes
llenos de dulces. Los botes donde tenían los dulces eran tan grandes que yo veía
fascinada la gran variedad de colores y me compraba de distintos sabores, se me
llenaban las manos y yo regresaba a casa feliz con mi abuelita.
47 Sufrí mucho las separaciones en cualquiera de sus formas, una de ellas fue
cuando tuve que ir a la escuela primaria por primera vez; lloré mucho porque me
asustaba estar sola en un lugar desconocido. Por ser la hija mayor, siempre me tocó
iniciar sola muchas cosas, sobre todo en las escuelas. Aprendí a sobreponerme del
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miedo que me daba separarme de mi casa y familia. Cuando mis hermanas llegaban
a la escuela yo cuidaba de ellas, pero en mi caso, aunque yo sentía temor de ir sola
por primera vez a cualquier lugar, no tenía otro remedio que enfrentar las
experiencias por primera vez, solo y sin la protección de nadie, eso hizo que pronto
aprendiera a adaptarme a las nuevas experiencias y a defenderme yo misma.
48 En primer grado de primaria, aunque no me costaba aprender, porque siempre
aprendía muy rápido lo que me enseñaban, no estaba aprendiendo a leer. En una
reunión de grupo que hubo, la maestra le dijo a mi mamá que no pasaría a segundo
grado si no sabía leer. A partir de ese momento, mi mamá se puso a repasar las
sílabas conmigo y ese momento de estar cerca de mi mamá me gustaba mucho y
aprendí muy rápido a leer porque mi mamá me enseñaba; en muy poco tiempo
aprendí todo y leía muy bien.
49 Algunas anécdotas que cuentan de mí, es que yo era una niña muy sociable,
cuando iban a casa algunas visitas yo salía sin que me dijera nadie y les decía mi
nombre; cuentan que era muy platicadora; otros recuerdos contrastan con otras
experiencias en las que yo era una niña enojona, me llama la atención ver en
muchas fotografías de mi infancia que yo tenía siempre una cara de enojada y
apartada de los demás.
50 En relación a mis padres, no tengo ningún recuerdo de ser abrazada por mi
mamá o mi papá tantas veces como me hubiera gustado sentirlos protegiéndome.
Durante mi infancia mi mamá estaba siempre ocupada con los quehaceres de la
casa; mi papá siempre estaba trabajando y la convivencia con él era sólo para
comer juntos, no recuerdo establecer comunicación de algo que nos pasara ni nada
de eso, sólo recuerdo que me molestaba mucho que en cuanto papá terminaba de
comer, encendía su cigarrillo; me molestaba el humo, pero así era la costumbre.
51 En relación a mi papá, me causaba mucho dolor la confusión y siempre me sentí
desconcertada de las dos formas de ser de mi papá: durante la semana era un
hombre responsable, intachable, de pocas palabras y nunca decía ni una mala
palabra, alguien muy correcto, pero cuando llegaba el fin de semana, esa imagen
cambiaba por completo. era casi una regla que él tomara algunas copas con sus
amigos o familiares y pasaba viernes y sábado tomando. Cuando llegaba con
algunas copas encima después del viernes al salir del trabajo, parecía que fuera
otra persona: hablaba demasiado, decía cosas sin sentido, podía incluso ser
ofensivo diciendo cosas que podían hacer sentir mal a mi mamá o a cualquier otra
persona y decía palabras malsonantes. Al llegar el domingo por la tarde se volvía
a aislar en su cuarto para el día lunes salir nuevamente al trabajo y ser el mismo
papá correcto e irreprochable durante la semana. De todas formas, papá era el que
trabajaba para que tuviéramos todo, el que se encarga de hacer cumplir las reglas,
las normas y el que aplica las sanciones.
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De ser una niña sociable y simpática, me convertí en alguien callada, retraída y con
mucha inseguridad, especialmente en sentir que yo debía ser buena y merecer el
aprecio de los demás y el amor de mis padres y hermanos. Mi idea interior de que
yo podía tener algo bueno, me hizo enfocarme en ser buena alumna. Siempre
aprendía muy rápido, estudiaba mucho y mis calificaciones eran buenas. Me
propusieron para estar en la escolta de la escuela y eso me hacía sentir que yo no
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era tan mala y tan sucia. Ser buena alumna me trajo varios beneficios como formar
parte de la escolta me hacía sentir que yo era alguien valioso y que ser buena
estudiante, me libraba de ser rechazada por alguna otra cosa mala que yo hubiera
hecho.
Pronto aprendí que, si era buena alumna, mis maestros me reconocían y me
apreciaban. Comencé a auto exigirme mucho, yo pensaba que era necesario ser
buena en algo, si no era buena persona y por eso pudieran rechazarme, por lo
menos podía ser buena alumna.
No importaba que yo pudiera librarme de sentirme rechazada en algunos aspectos,
el miedo seguía apareciendo de distintas formas y una de ellas era el miedo a que
los niños se acercaran a mí si yo les gustaba o les simpatizaba y mostraban interés
por acercarse.
Algunos compañeros de mi grupo, me buscaban porque les simpatizaba, pero eso
me generaba mucho temor. Me daba pánico que mis compañeros, aunque fueran
de mi edad, se me acercara. Armando fue un niño que me seguía con el interés de
ser mi amigo más cercano, pero yo no lo soportaba, me sentía angustiada de que
me siguiera.
Un día, durante el recreo, ese niño comenzó a perseguirme y, a donde yo caminaba,
él me seguía. Sentí tanta desesperación y miedo que tomé una vara de árbol de
membrillo que había en el piso y me giré hacia él pegándole fuertemente. Le dije
llorando y asustada que me dejara en paz, que no me persiguiera y no dejaba de
pegarle llorando con gran angustia. La maestra lo castigó porque yo lo acusé con
ella, le dije que me molestaba y él nunca dijo que yo le pegué.
A partir de este momento, me empeñé por ser excelente estudiante, no me fue difícil
porque aprendía con facilidad y eso me hizo convertirme en la preferida de la
maestra, quien me pedía la apoyara en diferentes cosas.
Como me esforzaba por ser aceptada por mis maestros yo, hacía todo para ser la
mejor y no tuviera que pensar que por alguna razón, fuera a sufrir rechazo.
Muy en el fondo de mi corazón yo me sentía sola, mi mamá no tenía el tiempo para
estar conmigo y mi papá seguía siendo el papá perfecto durante la semana y el
papá completamente diferente y devaluado en el fin de semana.
Recuerdo sentirme muchas veces triste, casi como si ese fuera mi estado normal,
sentía una gran insatisfacción y vacío interior, en el fondo me aislaba de los demás,
con la idea callada de que yo no ser buena y no ser realmente valiosa.
Tener éxito en los estudios, ser buena alumna, lograr destacar en algo para ser
aceptada por otros, me resultaba fácil y además tenía el reconocimiento.
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Una de las maestras por las que yo sentía admiración, me dio el encargo de ser la
jefa de disciplina de mi grupo y la consigna era cumplir con mantener a mis
compañeros en sus lugares y callados.
De ser apacible y simpática, me hice muy enérgica, a toda costa quería que la
maestra viera que cumplía a la perfección con lo que me encomendaba; si yo podía
ser rechazada por algunos secretos que pasaros a ser inconscientes, ahora debía
darle razones a los demás para ser querida y aceptada: era buena alumna,
obediente, de buenas calificaciones, disciplinada, a veces casi tirana con tal de que
la maestra no tuviera quejas de lo que me había encomendado.
Mi mamá sumida en los trabajos de casa, un papá ausente, dedicado por entero a
su trabajo y cuando estaba en casa, sólo estaba recostado, no hablaba con él de
nada de lo que me pasaba en la escuela, ni de mis logros, ni de mis esfuerzos por
ser de las mejores alumnas, no me sentía valorada por las personas que yo más
quería que me vieran y me aceptaran. Si de ellos no podía obtener atención y
aprobación, me importaba mucho que los demás vieran en mí a alguien digno de
ser aceptada y querida.
A los trece años, cuando inicié mis estudios de secundaria, comencé a sentir fuertes
cólicos estomacales y me diagnosticaron colitis nerviosa aguda. Esta enfermedad
ha sido mi fiel compañera, nunca me abandona y ha ido haciendo mella en mi
cuerpo.
Con mi padre ausente, mi madre siempre ocupada en el sinfín de tareas de la casa,
en lo general no recibí muestras de afecto por parte de mis padres y yo tampoco
sabía darlas. Me extrañé mucho un día que en que mamá me acompañó a la
secundaria, ese día íbamos caminando juntas, mientras nos acercábamos a la
escuela, de manera espontánea me rodeó con su brazo y nos seguíamos acercando
a la secundaria. Al sentirme abrazada por mi mamá, me preocupó que mis
compañeros vieran que me llevaba abrazada, como en una creencia de que, por
ser ya más grande, no era una niña chiquita para que me hiciera esa muestra de
cariño y me sentí muy incómoda y le dije, que me soltara.
La sorpresa mía fue que mamá al oír mis palabras, lejos de soltarme, me abrazó
más fuerte y siguió caminando conmigo y me dijo: “pues no te voy a soltar”.
Reconozco que, aunque fue solo un momento de ese gesto de cercanía de mi mamá
y aunque yo me resistí a que me abrazara, en el fondo de mi corazón me sentí
querida por mi mamá; ese recuerdo fue muy bonito para mí.
Durante el periodo de secundaria, entre mis amigas comenzaban a surgir los
comentarios de niños que les gustaban, sin embargo, yo seguía sintiéndome
temerosa de que alguien se acercara a mí, negando toda posibilidad de establecer
alguna relación que significara cierta intimidad.
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Mis amigas comenzaban a tener novio y aunque siempre llamaba la atención de
alguno de mis compañeros, yo me mantenía hermética sin permitir que alguien se
acercara. No permitía ningún acercamiento de mis compañeros o que expresaran
algún interés por mí.
En mi etapa de desarrollo, mi cuerpo rápidamente comenzó a cambiar, mis senos
crecieron y el cambio se notaba muy rápido. Recuerdo que un día mi mamá me
compró un vestido color amarillo que me pareció muy bonito. La tela de ese vestido
era de las que se ajustan al cuerpo.
En la escuela se iba a tener un evento de festejo del estudiante y me puse el vestido
amarillo que tanto me gustó para ir. No olvido que mis compañeros de salón, se
sorprendieron mucho de verme con ese vestido, aunque no era escotado si se
ajustaba a mi cuerpo. Al descubrir que me miraban fijándose en mí, la sensación
que tuve fue de angustia porque yo llamaba la atención y me sentí muy atemorizada.
Lo peor fue descubrir que algunos de mis profesores también me miraban con la
mirada de alguien que llama la atención y me sentí desnudada, me afectó saber que
pudiera llamar la atención de alguien, por lo que ese vestido lo guardé y no volví a
usar.
Nunca más volví a usar ese vestido. Cuidaba muy bien que no vieran mi cuerpo,
que éste no llamara la atención. Se reían en mi casa y me hacían burla porque
nunca quería quitarme el suéter, aunque hiciera mucho calor, siempre tenía mi
suéter puesto y la ropa holgada.
Un compañero de clase me buscaba mucho, me hacía regalos y yo sentía terror de
pensar que él tenía interés en mí. El primo de unas vecinas también era amable
conmigo y pronto comenzó a buscarme, mostraba interés por mí y buscaba
acercase a mí, pero eso se hizo un martirio, el solo hecho de que él se me acercara,
me causaba mucho temor: siempre lo rechacé y hasta era grosera con él. Esa fue
siempre la actitud que yo tenía con cualquier chico que se acercara a mí.
Una forma segura de escapar de mis miedos profundos en el tema sexual fue
adoptar una actitud de rechazo y ser gruñona, eso me ayudaba y daba la seguridad
de alejar a los que intentaran acercarse.
Me hice una niña retraída y acomplejada; yo no quería que nadie me viera, mucho
menos tener un cuerpo bonito para llamar la atención de nadie; a los doce años que
empezaba a formarse mi cuerpo creciéndome los senos y ensanchándose mis
caderas, deseaba que ese desarrollo se detuviera.
Casi como un efecto secundario, era llamativo verme en fotografías de doce años,
con el mismo cuerpo desarrollado a los dieciocho o más edad, como si literalmente
se hubiera frenado mentalmente el desarrollo físico de mi cuerpo.
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En relación a mis padres, me sentía siempre enojada con ellos, sin saber el porqué,
tenía actitudes de mal humor siempre. No me sentía contenta con casi nada, la casa
no me gustaba, mis hermanos me fastidiaban, me molestaba que mi papá, sobre
todo él, sólo se dirigiera a mí para decirme lo que hacía mal o para mandarme a
misa, me hice gruñona por casi todo.
En algunas ocasiones me asaltaba la idea de que yo no fuera parte de esa familia,
sobre todo cuando yo experimentaba celos por algunos de mis hermanos, siempre
pensé que a mi hermano lo consentían más que a mis hermanas y a mí.
El vacío existencial en mí se agudizaba en muchos momentos sintiéndome sola y
que no era del todo aceptada por mis padres y hermanos. Era una especie de
círculo vicioso, porque yo no me sentía parte de mi familia cercana y de muchas
formas les cobraba con rechazo mi sentirme así.
Mamá me decía con frecuencia que si seguía siendo gruñona nadie iba a querer
estar cerca de mí. En algunas ocasiones eso me dolía, pero en otras me parecía
que no me importaba, que si me quedaba sola sería mucho mejor que estar con
personas a las que yo no les agradaba.
Permanentemente estaba atenta a descubrir que el trato que me daban a mí mis
padres era el mismo que daban a mis hermanos. Me afectaba descubrir que hubiera
alguna diferencia en lo que me daban a mí y a ellos, siempre estaba atenta a los
detalles y tenía cuidado de medir siempre el cariño que mis padres me daban.
Aunque realmente siempre nos trataron igual, yo siempre tendía a pensar que a mí
me querían menos.
Con las ideas de inseguridad del cariño de mis padres, mi autoestima estaba por el
suelo, nunca tenía la seguridad de sentirme valiosa para ellos o para mis hermanos,
con frecuencia sólo señalaban los defectos o los errores que cometía, pero no
mencionaban las cosas buenas que yo hacía o que yo era valiosa en algo.
Nunca recibí castigos físicos por parte de mis padres, pero me dolía tanto no
sentirme querida que hacía algunas travesuras que podían haberme castigado con
justa razón. Recuerdo el día que no estaba mamá en casa, convencí a mi hermana
María Elena, de cortarle sus trenzas, sobre todo porque yo sabía que le gustaban
mucho. Le dije que se vería mejor con el cabello corto y ella accedió, pero cuando
ya estaba cortándole el cabello, comenzó a llorar. Me encerré en el baño con ella
tratando de convencerla de que se iba a ver mejor. Mi hermana Laura le avisó a
mamá, que en ese momento llegaba a casa y me regañaron mucho por esa acción.
Siendo adolescente, muy dentro de mí tenía la idea de que yo era valiosa para los
de fuera pero no para los de mi familia: mis padres y hermanos.
Mi padre siempre nos mandaba al catecismo y nos recordaba que teníamos que ir
a la iglesia y a misa, no porque nosotros tuviéramos ganas, sino porque era un
deber.
Por coincidencia, conocí a unas religiosas que pronto me invitaron a formar parte
de un grupo de reflexión; comencé a ir y ahí comencé a escuchar sobre el sentido
de vida, yo me planteaba la pregunta interiormente sobre lo que yo quería dedicar
mi vida.
Participaba con las religiosas en actividades de ayuda a otros y sentí que mi vida
era para algo más que un esposo y unos hijos. En mi interior no me sentía ser una
persona buena para ser mamá, tenía la idea de que iba a ser una mamá fría, estricta
y que eso sería doloroso para mis hijos y siempre tuve la idea de que yo no quería
echar a perder a mis hijos.
Comencé a preguntarme por el sentido de mi vida y me di cuenta que, de todas
formas, en casa no iba a importarle nada de lo que yo quisiera hacer.
Pronto descubrí que el matrimonio no era algo que me llamara la atención, de todas
formas, me daba miedo pensar que alguien iba a tener intimidad conmigo si yo me
casaba y era algo que de ninguna manera yo quería soportar, esos eran mis
argumentos razonables para decir que no me gustaba el matrimonio.
Me gustaba estar fuera de casa en actividades de ayuda a otros. Me hacía sentir
bien hacer algo por los demás. Con forme fui creciendo, prescindí de la necesidad
de yo sentirme querida para ayudar a otros. Eso rompía con mi imagen de hermana
mala y gruñona que siempre tuve en casa.
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Entre mis varias creencias, estaba la de que mi vida tenía sentido siendo útil a los
demás y se fue consolidando con los años. En ese mundo de relaciones marcadas
por los ideales de fraternidad, no pusieron a prueba mis necesidades de mostrar
afecto o de sentir la necesidad de recibirlo.
Las relaciones de funcionamiento eran útiles para mí, porque siempre me dio miedo
demostrar amor o ser cercana, eso me hacía mostrarme vulnerable, pero poner
inconscientemente barreras, me hacían sentir vacía y sin sentido.
En la comida aprendí a perder el gusto por lo que comía, solamente debía comerlo
y ya, eso sí, sin desperdiciar absolutamente nada, y aunque no me gustara la
comida, comía ávidamente porque siempre tenía hambre; me caracterizaba la
necesidad de comer, no me sentía satisfecha con lo que nos ponían en el plato, yo
siempre quedaba con hambre.
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En relación a la castidad, ese voto me salvaba del problema de las relaciones de
intimidad con alguien, eso era un gran alivio para mí.
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En esta etapa de mi vida yo racionalizaba todo, para todo tenía una explicación, se
hizo imperiosa en mí la necesidad de encontrarle una razón a todo; eso me hacía
cubrir la frustración de no saber el porqué de mi vacío y estado de insatisfacción
pese a que ya tenía un sentido de vida.
Pese a tener una vida resuelta en muchos sentidos me sentía sin rumbo y
desencantada de una vida comunitaria porque había siempre una comunidad de
cinco o seis miembros y aunque fuera del número que fuera, me sentía en soledad,
aislamiento y en algunas situaciones, incluso hostilidad.
Ante ese panorama, después de diecisiete años de vida religiosa, apareció el
cuestionamiento del sentido de mi vida nuevamente.
Por situaciones de la misión que desempeñábamos, el instituto religioso me pidió
llevar la dirección de un colegio como directora general de los niveles de Preescolar,
Primaria y Secundaria. Me informaron que la hermana administradora del colegio
sería una hermana que siempre había sido superiora en otro lugar, estaba
acostumbrada a tener siempre el mando y además me mi triplicaba la edad.
Comenzaron las diferencias entre la administradora del colegio, que además era mi
superiora y yo que era la directora; la comunidad religiosa en la que en ese momento
me encontraba, comenzó a tener actitudes de hostilidad hacia mí.
La comunidad religiosa se polarizó y me sentí sola, incomprendida y rechazada por
mi grupo cercano.
Después de un tiempo de intentar conciliar las cosas con las hermanas de la
comunidad, caí en depresión; inicié un tratamiento con antidepresivos y a la par,
solicité un permiso de exclaustración para iniciar un proceso de discernimiento.
Después de un tiempo de lucha por clarificar la opción de vida y apoyada en distintos
acompañamientos para discernir el sentido de mi vida, solicité a la congregación
religiosa la salida definitiva de la institución.
La necesidad más apremiante para mí, era estar con mi familia nuevamente, no
porque estuvieran sanadas todas las heridas de mi infancia, sino precisamente
porque experimento la necesidad de regresar y darme la oportunidad de seguir
sanando los asuntos pendientes.
CAPITULO VI
DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA
Dolores Rocío López Pérez
Al regresar me sentí acogida y apoyada. Después de mucho tiempo, fui
reconociendo a cada uno de los miembros de mi familia en una especie de voluntad
de sanar las heridas de infancia.
Mis necesidades afectivas y sexuales han tenido un despliegue, de tal suerte que
hoy en día me siento más yo y más plena.
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En la toma de conciencia de mis heridas existenciales, he podido reconocerme y
valorarme y ser responsable de mi proceso de sanación que continuará siempre.
Considero que las heridas de infancia son una tarea que continúa aún.
Descubro que en la relación con los demás, aún me cuesta establecer lazos
afectivos sólidos.
Evito crear vínculos por miedo a sufrir rechazo o por miedo al compromiso; quizá en
eso se exprese mi condición de soltería, convencida de que no estoy hecha para el
matrimonio.
En mis relaciones de pareja siempre establezco distancia y me siento cómoda en
soledad física, no emocional.
No obstante, a creer que he venido sanando mis heridas primarias de infancia, la
huella más marcada sigue siendo el miedo al rechazo. En las relaciones que
establezco en diferentes niveles, tiendo a tomar distancia y no me expongo a sufrir
rechazo y la inseguridad afectivamente hablando, me sigue pasando la factura
permanentemente.
Como resultado de no conflictuarme con los demás, se pone de manifiesto el miedo
a expresarme y he limitado mi capacidad de decir lo que pienso, eso entre otras
cosas, me ha generado situaciones de angustia y dolor.
Considero que una de las manifestaciones más claras de que mis heridas afectivas
siguen pasándome la factura han sido algunas complicaciones de salud
manifestadas de distintas formas. Hace sólo dos años presenté síntomas graves
intestinales nuevamente y después de los estudios médicos diversos que me
realizaron, fui diagnosticada con CUCI (Colitis Ulcerosa Cónica Inespecífica) y es
una enfermedad autoinmune, inflamatoria del colon / intestino grueso. La
caracteriza la inflamación y ulceración de la pared interior del colon y entre los
síntomas que se presentan están la diarrea con manifestaciones de sangrado y con
frecuencia dolor abdominal, entre otros múltiples trastornos.
Esta enfermedad tiene en la base un componente emocional importante ya que se
agrava en periodos de ansiedad agudos y descubro que me generan ansiedad
algunas relaciones personales.
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Dolores Rocío López Pérez
Actualmente las situaciones laborales que he vivido, me han generado
especialmente estados de estrés muy altos y quiebre significativo con un
componente muy claro de dificultad para manejar las situaciones en las que percibo
rechazo.
El proceso de sanación debe continuar porque sin duda, aún aguardan en mi interior
las heridas existenciales que tuvieron que ver con mi historia personal aquí
expuesta.
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Dolores Rocío López Pérez
Mi enfermedad CUCI -
Mis actuales conflictos laborales
Sentir miedo de expresarme, de decir lo que pienso por temor a ser rechazada
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