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Podríamos tener en cuenta cuatro signos de que uno está espiritualmente muerto. Por
lo general se presentan juntos y no de forma aislada.
Primer signo:
No hay esfuerzo. ¿Qué quiero decir con esto? Que hay una resignación apática hacia
el statu quo y ninguna aspiración por un futuro mejor. En otras palabras: “Mis
defectos son permanentes; así soy yo. Las virtudes me resultan imposibles; no soy
ese tipo de persona”. La ausencia de esfuerzo conlleva una semejanza de parentesco
con el pecado mortal de la pereza (acedía), ¿no es cierto?
Segundo signo:
No hay compasión. ¿Qué quiero decir con esto? Un corazón frío y duro ante la
presencia del pecado y el sufrimiento. Sin compasión, en presencia del pecado no
hay indignación por los derechos y la dignidad de Dios; no hay aflicción por la
pérdida de un alma humana. En la presencia de sufrimiento, no hay empatía por los
afligidos, mucho menos hay acción en nombre de aquellos que sufren. Simplemente,
hay una falta de movimiento en el cuerpo, la mente y el corazón.
Tercer signo:
No hay aprendizaje. ¿Qué quiero decir con esto? Una negativa a recibir enseñanzas
sobre la santidad de Dios o sobre el pecado. Cuando estamos enamorados, con
frecuencia le pedimos a la persona amada: “Cuéntame más”. ¿Qué persona cuerda no
diría “¡Cuéntame más!” cuando Jesús dice: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”?
(Juan 14,6).
Cuarto signo:
No hay arrepentimiento en las personas que pecan sin dudar, sin remordimientos y
sin vergüenza. Una cultura que valora la autoestima más que la contrición es poco
probable que produzca muchos grandes santos y santas. Como un alma, una cultura sin
arrepentimiento no trae buen fruto ni futuro.
Pidamos en oración a Nuestro Señor que nos revele dónde han arraigado estas malas
hierbas en el huerto de nuestra alma. Pidamos ayuda divina para arrancar de raíz
estas malas hierbas y reemplazarlas por las virtudes que se les oponen.
Podríamos tener en cuenta cuatro signos de que uno está espiritualmente muerto. Por
lo general se presentan juntos y no de forma aislada.
Primer signo:
No hay esfuerzo. ¿Qué quiero decir con esto? Que hay una resignación apática hacia
el statu quo y ninguna aspiración por un futuro mejor. En otras palabras: “Mis
defectos son permanentes; así soy yo. Las virtudes me resultan imposibles; no soy
ese tipo de persona”. La ausencia de esfuerzo conlleva una semejanza de parentesco
con el pecado mortal de la pereza (acedía), ¿no es cierto?
Segundo signo:
No hay compasión. ¿Qué quiero decir con esto? Un corazón frío y duro ante la
presencia del pecado y el sufrimiento. Sin compasión, en presencia del pecado no
hay indignación por los derechos y la dignidad de Dios; no hay aflicción por la
pérdida de un alma humana. En la presencia de sufrimiento, no hay empatía por los
afligidos, mucho menos hay acción en nombre de aquellos que sufren. Simplemente,
hay una falta de movimiento en el cuerpo, la mente y el corazón.
No hay aprendizaje. ¿Qué quiero decir con esto? Una negativa a recibir enseñanzas
sobre la santidad de Dios o sobre el pecado. Cuando estamos enamorados, con
frecuencia le pedimos a la persona amada: “Cuéntame más”. ¿Qué persona cuerda no
diría “¡Cuéntame más!” cuando Jesús dice: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”?
(Juan 14,6).
Cuarto signo:
a admitir que la muerte espiritual ya nos
Podríamos tener en cuenta cuatro signos de que uno está espiritualmente muerto. Por
lo general se presentan juntos y no de forma aislada.
Primer signo:
No hay esfuerzo. ¿Qué quiero decir con esto? Que hay una resignación apática hacia
el statu quo y ninguna aspiración por un futuro mejor. En otras palabras: “Mis
defectos son permanentes; así soy yo. Las virtudes me resultan imposibles; no soy
ese tipo de persona”. La ausencia de esfuerzo conlleva una semejanza de parentesco
con el pecado mortal de la pereza (acedía), ¿no es cierto?
Segundo signo:
No hay compasión. ¿Qué quiero decir con esto? Un corazón frío y duro ante la
presencia del pecado y el sufrimiento. Sin compasión, en presencia del pecado no
hay indignación por los derechos y la dignidad de Dios; no hay aflicción por la
pérdida de un alma humana. En la presencia de sufrimiento, no hay empatía por los
afligidos, mucho menos hay acción en nombre de aquellos que sufren. Simplemente,
hay una falta de movimiento en el cuerpo, la mente y el corazón.
Tercer signo:
No hay aprendizaje. ¿Qué quiero decir con esto? Una negativa a recibir enseñanzas
sobre la santidad de Dios o sobre el pecado. Cuando estamos enamorados, con
frecuencia le pedimos a la persona amada: “Cuéntame más”. ¿Qué persona cuerda no
diría “¡Cuéntame más!” cuando Jesús dice: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”?
(Juan 14,6).
Cuarto signo:
No hay arrepentimiento en las personas que pecan sin dudar, sin remordimientos y
sin vergüenza. Una cultura que valora la autoestima más que la contrición es poco
probable que produzca muchos grandes santos y santas. Como un alma, una cultura sin
arrepentimiento no trae buen fruto ni futuro.
Pidamos en oración a Nuestro Señor que nos revele dónde han arraigado estas malas
hierbas en el huerto de nuestra alma. Pidamos ayuda divina para arrancar de raíz
estas malas hierbas y reemplazarlas por las virtudes que se les oponen.
Podríamos tener en cuenta cuatro signos de que uno está espiritualmente muerto. Por
lo general se presentan juntos y no de forma aislada.
Primer signo:
ha corroído, si nos negamos con empecinamiento a admitir que necesitamos
confesarnos, arrepentirnos y reformarnos, entonces estaremos dándole la espalda a
las gracias de la Cuaresma y las bendiciones de la Pascua. ¡Es como si Lázaro se
negara a levantarse de la tumba porque requiere demasiado esfuerzo! Dios nos libre
de un escándalo así…