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LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS,

UNA TAREA QUE NO TERMINA


La primera y la más importante misión de los
padres - papá y mamá -, es el cuidado de sus
hijos, y su educación como personas de bien.

No es necesario explicar mucho esto. Se


deduce fácilmente del hecho mismo de la
paternidad y la maternidad, que, como nos dice
el Papa Francisco, es “un don de Dios” (cf. A
las familias numerosas, 28/12/2014).
Habiéndoles transmitido la vida, que viene de
Dios, lo obvio es que los padres ayuden a sus
hijos a desarrollar adecuadamente esa vida.

Los cuiden, los protejan y los guíen en su


caminar por el mundo.

Dándoles las herramientas que necesitan para


que esa vida crezca, como tiene que crecer, y
para que llegue donde tiene que llegar.
Un papá y una mamá nunca pueden renunciar a su
condición de padres, y por tanto, su misión, la
tarea que Dios mismo les encomendó al concederles
el regalo de la paternidad y la maternidad, no
termina nunca.

No importa que los hijos hayan crecido; no importa


que ya se hayan ido de la casa, a construir su
propia familia; no importa que hayan estudiado más
que sus padres. Los hijos seguimos siendo hijos
siempre y los padres son padres siempre.
Enfocándonos ya en el tema de la educación
de los hijos, podemos empezar haciéndonos
tres preguntas fundamentales, que vamos a
tratar de respondernos:

1. ¿En qué consiste educar a un hijo?


2. ¿Qué elementos abarca la educación de
los hijos?
3. ¿Cómo se educa a un hijo?
Miremos la primera pregunta:

¿En qué consiste educar a un hijo?...

¿Qué piensan ustedes?...

(Diálogo)
Educar a un hijo es, sin duda, una tarea compleja que
abarca muchas cosas, entre las cuales podemos
mencionar como las más importantes:

1. Ayudarlo a crecer como persona, es decir, como


ser humano integral, y esto abarca, el aspecto
físico, el aspecto emocional, el aspecto
intelectual, y el aspecto espiritual.
2. Para que pueda enfrentar la vida con sus
circunstancias positivas y negativas, de la mejor
manera posible.
3. Y llegue a ser lo que Dios quiere que sea, lo que
quiso que fuera desde que lo creó.
Dice el Papa Francisco:

Educar es un acto de amor... Y el amor es


exigente, pide utilizar los mejores recursos,
despertar la pasión, y ponerse en camino,
con paciencia, junto a los niños y a los
jóvenes.
¿Qué elementos abarca
la educación de los hijos?

¿Qué piensan ustedes?

Ya dijimos algo...
Para que sea adecuada, es decir, para que
la educación sea lo que tiene que ser, y
consiga lo que tiene que conseguir, debe
abarcar todos los aspectos de la persona:

1. El aspecto físico,
2. El aspecto emocional,
3. El aspecto intelectual,
4. El aspecto espiritual
1. En cuanto al aspecto físico, la educación
implica, en primer lugar, el cuidado de la
vida como tal, y la atención al desarrollo del
cuerpo, en las diferentes etapas; esto
supone, buscar darle al niño una buena
nutrición, estar pendientes de su salud, y
también, por supuesto, procurar que no
adquiera costumbres que lo perjudiquen en su
crecimiento y desarrollo: que no se aficione a
la bebida, al cigarrillo, a tomar riesgos
fuertes en sus juegos, en fin.
2. En cuanto al aspecto emocional, la educación
busca el desarrollo adecuado de la personalidad
del niño y del joven; el desarrollo de su
afectividad, es decir, el desarrollo de los
sentimientos frente a los demás; los niños y
jóvenes aprenden en el hogar, con el papá, la
mamá y los hermanos, a querer a la gente, a
perdonar sus fallas, a compartir lo que son y lo
que tienen, y también, desgraciadamente, a
guardar rencor, a ser aprehensivos, a ser busca-
pleito, a ser egoístas. El fundamento, la base de
nuestra conducta, siempre tiene su raíz en el
hogar; en general, los hijos repetimos lo que
vemos hacer a nuestros padres.
3. El tercer aspecto que debe tener en cuenta
la educación, es el aspecto intelectual, y para
esto los papás y mamás mandamos a los hijos
a la escuela, con los profesores y con otros
niños. Pero a nosotros nos corresponde
mantenernos atentos para exigir que esa
educación sea adecuada y completa, de parte
de los profesores, y para que los niños y
jóvenes cumplan sus deberes de estudiantes,
que hagan las tareas, que asistan a clase con
puntualidad, que en la escuela se comporten
adecuadamente con sus compañeros y sus
maestros.
El Papa Francisco habla de la necesidad de
un "pacto educativo" entre los profesores y
los papás y mamás, de modo que su trabajo
en el colegio y en la casa, se complemente,
en favor de los niños y jóvenes. Y cuenta una
anécdota de su infancia...
Una vez, cuando estaba en cuarto grado de la
escuela primaria he dicho una mala palabra a la
maestra y la maestra, una buena mujer, ha llamado
a mi mamá. Ella ha ido el día siguiente, han hablado
entre ellas y después me han llamado. Mi mamá
delante de la profesora me ha explicado que aquello
que yo había hecho era algo malo, que no debía
hacerlo; pero mi mamá lo ha hecho con tanta
dulzura y me ha pedido pedirle perdón a la
maestra. Yo lo he hecho y después me he quedado
contento porque he dicho: ‘ha terminado bien la
historia’. ¡Pero eso era el primer capítulo! Cuando
regresé a casa, comenzó el segundo capítulo…
Ahora se dicen muchas cosas sobre la educación de
los hijos. Que tiene que ser así o asá. Que no se
puede regañar. Que no se puede castigar. Que los
niños se traumatizan.

La realidad es que lo que está fallando, es que los


padres – papá y mamá – han dejado su misión de
educadores sólo en las manos de los profesores, que
en realidad hacen mucho, pero no pueden hacerlo
todo. Además, ellos actúan en el colegio, en la
escuela, y en la casa están los papás.

El trabajo de los dos es complementario, y deben


estar de acuerdo.
4. Y en cuarto lugar, está el aspecto
espiritual. Es la educación en la fe y la
educación en los valores humanos y cristianos
en nuestro caso. En este plano, la tarea
fundamental es, indudablemente, de los
padres – papá y mamá -, pero también ayudan
los maestros en la escuela y los catequistas en
la parroquia.
¿Qué necesitan un papá y una mamá,
para ser buenos educadores de sus hijos?
1. Lo primero que se necesita es tomar
conciencia de la responsabilidad personal que
tenemos en este asunto. Cada papá y cada
mamá tienen que tener claro en su mente y
en su corazón, que ellos, ambos, son los
primeros responsables de la educación de sus
hijos, y nadie puede hacer por ellos lo que
ellos no hagan. Hay muchas cosas que sólo el
papá y la mamá pueden hacer, muchas cosas
que sólo el papá y la mamá pueden enseñar,
y si no lo hacen, siempre quedará faltando.
2. Lo segundo. Ser un buen papá o una buena
mamá, no se improvisa. Por eso hay que
aprender a ser padres. Los hijos no pueden
llegar al mundo de manera sorpresiva, como
en paracaídas. Hay que prepararse para
recibirlos y acogerlos con el amor que es
debido, y con las posibilidades de darles los
cuidados y la atención que necesitan.
3. Ahora bien, como todos somos limitados,
también es importante buscar la ayuda de
.
otras personas o de instituciones, a medida
que va siendo necesario. La educación
escolar, la catequesis parroquial, los grupos
parroquiales, los equipos deportivos, son
parte del proceso educativo de los niños, y
los papás deben apoyar la participación de
sus hijos en estos grupos.
4. En cuarto lugar, un elemento
imprescindible en la educación de los hijos
es, sin duda, vivir la relación con los hijos
como una relación de amor y de respeto
mutuos. Sabemos que los hijos deben
respetar a sus padres, pero igualmente, los
padres deben respetar a sus hijos, y esto
implica saber corregirlos sin humillarlos.
San Pablo dice en una de sus Cartas (este
texto se lee el Domingo de la Sagrada
Familia, que es el domingo siguiente al 25 de
diciembre):

«Ustedes, hijos, obedezcan a los padres en


todo; porque esto agrada al Señor. Ustedes,
padres, no exasperen a sus hijos, para que
no se desalienten» (Col, 3, 20-21).
5. En quinto lugar, en la educación de los
hijos influye de manera altamente positiva,
el ambiente de comunicación y de confianza,
que hay en la familia, entre los esposos, los
padres y los hijos, y los hermanos entre sí.
En el hogar es donde se aprende a convivir
con los demás.
6. Finalmente, es necesario entender y
mantener siempre presente en la mente y en
el corazón, que las palabras solas no bastan,
sino que es fundamental el ejemplo. La
cantaleta no forma, no educa; y tampoco los
castigos físicos o las humillaciones; lo único
que educa realmente es la coherencia, que lo
que pedimos a los otros que hagan, también
lo hacemos nosotros.
Dice el Papa Francisco:

La familia es la primera escuela donde aprendemos


a apreciar nuestros dones y aquellos de los demás,
y donde comenzamos a aprender el arte del vivir
juntos.

La familia es maestra de acogida y solidaridad.

La familia enseña a no caer en el individualismo, y a


equilibrar el yo con el nosotros.
¡Qué precioso es el valor de la familia,
como lugar privilegiado para transmitir
la fe!

Desde la experiencia fundante del


amor familiar, el hombre crece
también en su apertura a Dios como
Padre.
En la familia aprendemos los valores humanos y los
valores cristianos. Aprendemos a amar, a
compartir, a servir, a ser honestos, a decir
siempre la verdad, a ser justos, a esforzarnos, a
respetarnos en nuestras diferencias, a tolerar las
diferentes opiniones o modos de ser, a convivir con
personas de diferentes edades, a trabajar, a ser
buenos amigos de los amigos, a ser pacientes, a ser
pacíficos...

En la familia aprendemos a creer en Dios, a


confiar en Él, a entregarle nuestra vida, a honrarlo
como se merece....
Pero también aprendemos todo lo
contrario de esto... El egoísmo, el odio,
la agresividad, la intolerancia, la pereza,
el alejamiento de Dios

Así que nos toca escoger lo que queremos


que nuestros hijos sean, y actuar en
consecuencia.
Sobre la formación espiritual y religiosa de los hijos,
en el seno de la familia, nos dice el Papa Francisco:

Las madres transmiten a menudo el sentido más


profundo de la práctica religiosa; en las primeras
oraciones, en los primeros gestos de devoción que
aprende un niño, está inscrito el valor de la fe en la
vida de un ser humano. Es un mensaje que las madres
creyentes saben transmitir sin muchas explicaciones:
éstas llegarán después, pero la semilla de la fe está en
esos primeros, valiosísimos momentos. Sin las madres,
no sólo no habría nuevos fieles, sino que la fe perdería
buena parte de su calor sencillo y profundo. (Audiencia
General 07/01/2015)
La escuela es una ayuda para la educación de los hijos,
sobre todo en el aspecto intelectual, pero los maestros
nunca pueden sustituir o reemplazar a los padres, por
muy buenos y amorosos que sean.

Y lo mismo sucede con los catequistas. El catequista


ayuda a los padres en la formación espiritual de los
hijos, enseñando a los niños y jóvenes la doctrina, de
una manera metódica, rigurosa, pero la vida del papá y
de la mamá, lo que ellos nos enseñan con su manera de
ser y con sus acciones, es lo que llega más profundo al
corazón, lo que permanece en el tiempo, lo que uno
recuerda, vive, y luego transmite a sus propios hijos.
Por eso no puede haber contradicción. Enviar a los
niños a la catequesis para que les enseñen una cosa, y
en la casa ellos ven que sus papás hacen otra, o no
hacen nada. Esto crea desconcierto en el alma del niño.

Por ejemplo: cuando los niños se están preparando para


la Primera Comunión o para la Confirmación, se les dice
que deben ir a Misa todos los domingos, y se les da un
"pasaporte" que deben hacer firmar del sacerdote al
terminar la Eucaristía. Ellos lo hacen. Pero luego,
cuando se termina la preparación y reciben el
sacramento, no vuelven a la iglesia, y si vuelven es
muy esporádicamente, de vez en cuando.
O también, vienen ellos a la Misa, pero nunca
ven que su papá o su mamá lo hagan.
Entonces piensan que es simplemente una
tarea más, como cualquier tarea de la
escuela, de la cual se podrán "liberar" muy
fácilmente, cuando la preparación se termine
y ya no haya que mostrar el "pasaporte" a
nadie.
Hace algunos días, el Papa Francisco fue a una
parroquia romana, como hace con cierta frecuencia los
domingos. Allí se reúne con matrimonios, con niños y
jóvenes, con enfermos y anciano, celebra la Eucaristía,
en fin. En esta ocasión se reunió con las familias que
habían llevado a bautizar a sus niños en lo que va de
este año, y les insistió a los padres en la necesidad
de que esos niños fueran educados verdaderamente en
la fe, y que todo no se redujera a dejar pasar seis o
siete años para volver a llevarlos a la iglesia a hacer la
Primera Comunión, y más adelante otros seis o siete
años para la Confirmación, y luego quién sabe cuánto
más para el Matrimonio.
Y les insistió.

El Bautismo es un camino, se inicia un camino


de fe, que hay que seguir caminando con los
hijos.

Porque la mejor herencia que les podemos


dar a los hijos es la luz de la fe, junto con
el testimonio cristiano.
No se puede ser auténtico cristiano, visitando la iglesia
sólo para recibir cada sacramento en una fecha
determinada. De esta manera se nos vuelve un
cristianismo de "eventos sociales" y nada más, y la
verdadera fe en Jesús, tiene que darse a lo largo de
toda la vida, en todas las circunstancias.

Por otra parte, los sacramentos no son sólo el


momentico en el que se desarrolla le celebración, sino
que los sacramentos auténticamente recibidos y
acogidos, son la vida misma con todas sus
circunstancias. El Bautismo lo vivimos cada día y todos
los días de nuestra vida. Lo mismo la Comunión. Lo
mismo la Confirmación.
Tenemos que entender que la fe religiosa no es
un añadido a nuestra vida humana, sino un
elemento esencial de ella; de tal manera que si
la vivimos como tiene que ser, con intensidad,
con sinceridad, con amor, nuestra vida será
para nosotros más llevadera y también más
alegre y más plena, aunque nos sobrevengan
dificultades y problemas.

Por eso, educar a los hijos en la fe, es un


regalo grande que les damos; algo que les va a
servir siempre.
La educación de los hijos exige:


Tiempo,

Cercanía,

Atención,

Amor,

Ternura,

Confianza,

Respeto,

Ejemplo.
Todo con la certeza de que, como nos dice, el Papa
Francisco:

Cada uno de los hijos es una creatura única, que no se


repite nunca más en la historia de la humanidad. Cuando se
entiende esto, es decir, que cada uno ha sido querido por
Dios, ¡nos quedamos sorprendidos de cuán grande es el
milagro de un hijo! ¡un hijo cambia la vida! (A las Familias
numerosas, 28/12/2014)

La familia sigue siendo la célula básica de la sociedad y la


primera escuela en la que los niños aprenden los valores
humanos, espirituales y morales, que los hacen capaces de
ser faros de bondad, de integridad y de justicia, en
nuestras comunidades.
Es muy claro y muy válido lo que nos enseña
el Papa Francisco a este respecto:

Los padres están a veces tan concentrados


en sí mismos y en su propio trabajo y a
veces en su propia realización individual, al
punto de olvidar la familia. Y dejan solos a
los niños y a los jóvenes. (Audiencia General,
28/01/2015)
La ausencia de la figura paterna en la vida de los
pequeños y de los jóvenes produce lagunas y heridas
que pueden ser muy graves... Las desviaciones de
los niños y de los adolescentes en buena parte se
pueden atribuir a esta falta, a la carencia de
ejemplos y de guías competentes en su vida de
todos los días, a la carencia de cercanía, a la
carencia de amor de parte de los padres. El sentido
de orfandad que viven tantos jóvenes es más
profundo de lo que pensamos. (Audiencia General,
28/01/2015)
A veces pareciera que los papás no supieran
bien qué lugar ocupar en la familia y cómo
educar a los hijos. Y entonces, ante la duda,
se abstienen, se retiran y descuidan sus
responsabilidades, tal vez, refugiándose en
una relación imposible “a la par” con los
hijos. Es verdad que debes ser compañero de
tu hijo, pero sin olvidar que tú eres el
padre... Si solamente te comportas como un
compañero... Esto no le hará bien al
muchacho. (Audiencia General, 28/01/2015)
La primera necesidad es que el padre esté presente
en la familia. Que esté cerca de la esposa, para
compartir todo, alegrías y dolores, fatigas y
esperanzas. Y que esté cerca de los hijos en su
crecimiento: cuando juegan y cuando se empeñan,
cuando están despreocupados y cuando están
angustiados, cuando se expresan y cuando están
taciturnos, cuando osan y cuando tienen miedo,
cuando dan un paso equivocado y cuando encuentran
el camino. Padre presente, siempre. Pero decir
presente no quiere decir “controlador”... Porque los
padres demasiados “controladores” anulan a los
hijos, no los dejan crecer. (audiencia general,
04/02/2015)
Los padres tienen que ser pacientes. Muchas veces
no queda más que esperar, rezar y esperar con
paciencia, dulzura, magnanimidad, misericordia.
(Audiencia General, 04/02/2015)

Un buen padre sabe esperar y sabe perdonar,


desde lo profundo del corazón. Cierto, sabe
también corregir con firmeza: no es un padre débil,
complaciente, sentimental. El padre que sabe
corregir sin humillar es el mismo que sabe proteger
sin limitarse... Debe castigarlos, lo hace
justamente y sigue adelante. (Audiencia General,
04/02/2015)
A lo largo de nuestra vida Dios va dándonos oportunidades,
y hay que saber aprovecharlas.

Este momento de la Confirmación de sus hijos es un


momento especialmente oportuno, para dos cosas:

1. Para retomar su vida de fe, con más entusiasmo, tanto


en el plano individual como en el plano familiar;

2. Para corregir los errores que hayan cometido o estén


cometiendo, en la educación de sus hijos.

Dios es el único que puede dar a nuestra vida su verdadero


sentido. El único que le puede dar a nuestra vida dimensión
de eternidad.
Quisiera terminar, leyéndoles algunos apartes de lo que
dijo el Papa Francisco en la Audiencia General en la
Plaza de San Pedro, el miércoles pasado, y que se
acomoda perfectamente a esto que hemos estado
hablando.

El Papa tomó como punto de partida las palabras de


San Pablo, que mencioné antes:

Ustedes, hijos, obedezcan a los padres en todo; porque


esto agrada al Señor. Ustedes, padres, no exasperen a
sus hijos, para que no se desalienten. (Col, 3, 20-21).
Esta es una regla sabia: el hijo es educado para
escuchar a los padres y para obedecerlos; los
padres no deben de mandar de un feo modo, para
no desanimar a los hijos. Los hijos, de hecho,
deben crecer sin desanimarse, paso a paso. Si
ustedes padres dicen a los hijos: ‘Subimos sobre
esa escalera’ y los toman de la mano y paso a paso
les ayudan a subir, las cosas irán bien. Pero si
ustedes dice: “Ve allá”; y el hijo responde: “Pero
no puedo”; y de nuevo le dicen: “Vé”; esto se llama
exasperar a los hijos, pedir a los hijos las cosas
que no son capaces de hacer.
La relación entre los padres y los hijos debe
ser de una sabiduría, de un equilibrio, muy
grande. Hijos obedezcan a sus padres, eso le
gusta a Dios. Y ustedes padres, no
exasperen a los hijos, pidiéndoles cosas que
no pueden hacer. Y esto es necesario hacer
para que los hijos crezcan en la
responsabilidad de sí mismos y de los demás.
En nuestros tiempos no faltan las
dificultades. Es difícil para los padres
educar a sus hijos a quienes ven sólo por la
noche, cuando vuelven a casa cansados del
trabajo. ¡Aquellos que tienen la suerte de
tener trabajo! Y aún más difícil para los
padres separados, a quienes les pesa esta
condición.
Es el momento en que los padres y las
madres regresen de su exilio, - porque se
han auto-exiliado de la educación de los hijos
-, y re-asuman plenamente su papel
educativo. Esperemos que el Señor conceda a
los padres esta gracia: de no auto-exiliarse
en la educación de los hijos. Y esto
solamente puede hacerlo el amor, la ternura
y la paciencia.
Si la educación familiar reencuentra el
orgullo de su protagonismo, muchas cosas
mejorarán, para los padres inciertos y para
los hijos decepcionados.
Y una recomendación importante:

Acompañen a sus hijos a recibir el Sacramento de


la Confirmación, de manera plena.
Confiésense y comulguen en esta ocasión. Esto les
hará mucho bien a ellos.
Si las circunstancias de su vida no les permiten
comulgar, de todas maneras participen en la Misa,
en esta oportunidad y todos los domingos.
Nadie está excluido de la participación en la Misa,
y antes bien, participar en ella con frecuencia,
puede ir abriéndonos el camino para solucionar esos
problemas.
Vivan la fe en la familia.

Recen con los hijos.

Participen juntos, en cuanto les sea posible, en la


Misa Dominical; encomienden a Dios, juntos como
familia, sus problemas y necesidades, materiales y
espirituales.

Alejarnos de Dios no nos ayuda en nada. Al


contrario. Sin Dios, todos los problemas se
agudizan y se hacen más difíciles de resolver.

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