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Unidad 1 Ambiental
Unidad 1 Ambiental
En sentido estricto, los recursos naturales son aquellos bienes que la Naturaleza
produce espontáneamente y que el hombre utiliza para satisfacer sus
necesidades materiales y estéticas. Con este alcance absoluto, los recursos
naturales constituyen una creación originaria de la Naturaleza en la que no
interviene el trabajo del hombre. La Naturaleza sola los genera y preserva su
existencia, sin intervención de nadie. Cuando, en cambio, la actividad del
hombre participa en su creación o generación, estamos en presencia de un
recurso natural cultural, como acontece con los cultivos, el ganado de cría, las
plantaciones forestales o las especies de la fauna salvaje y la piscicultura,
reproducidas en cautiverio.
El art. 27, ley 25.675, define el daño ambiental como "toda alteración relevante
que modifique negativamente el ambiente, sus recursos, el equilibrio de los
ecosistemas, o los bienes o valores colectivos".
Con esa prudencia, el art. 4º, ley 25.675, impuso el principio precautorio que
reza que cuando haya peligro de daño grave o irreversible, la ausencia de
información o certeza científica no deberá utilizarse como razón para postergar
la adopción demedidas eficaces en función de los costos para impedir la
degradación del medio ambiente. En otros casos también se toman en
consideración estas características del daño ambiental para hacer que la
comunidad soporte algunos riesgos y siniestrosambientales, lo que limita o
alivia de algún modo la responsabilidad de la actividad generadora del riesgo.
Por su parte, la Constitución Nacional dispone que "el daño ambiental generará
prioritariamente la obligación de recomponer según lo establezca la ley" (art. 41).
Desde la sanción del nuevo texto constitucional alguien tendrá la obligación de
"recomponer" preferentemente en vez de la de reparar que impone el CCyC (art.
1716). El obligado por la norma será indudablemente el que ocasiona el
perjuicio, conforme la atribución de responsabilidad del art. 1740 de ese Código,
pero la ley que se dicte al efecto podría obligar también a la autoridad de
aplicación de la jurisdicción respectiva, como hace la ley 26.331 (art. 40) con el
bosque nativo, o al propietario del bosque protector o permanente dañado, como
hace la ley 13.273 (arts. 20, inc. b], y 21).
La responsabilidad por daño ambiental causado por los residuos que norma la
ley 25.612. La ley 25.612 de Presupuestos Mínimos presume iuris tantum que
los residuos de origen industrial o de actividades de servicio son la cosa
riesgosa a que se refiere el párr. 2º del art. 1757, CCC (art. 40).
La responsabilidad por daño ambiental causado por los residuos que norma la
ley 24.051. La responsabilidad civil por daño ambiental derivado de residuos,
normada por la ley 24.051 que se aplica a los residuos de jurisdicción federal
sometidos a su régimen (art. 1º), es similar a la de los residuos normados por la
ley 25.612, que se señala a continuación: a) presume iuris tantum que el residuo
es una de las cosas riesgosas a que se refiere el art. 1757, CCC (art. 45); b)
considera que la transmisión del dominio o el abandono voluntario del residuo no
es oponible a terceros (art. 43); c) mantiene la plena responsabilidad del dueño o
guardián de un residuo si hubiera podido evitar su acción dañosa con el empleo
del debidocuidado aunque demuestre la culpa de un tercero por quien no debe
responder (art. 47). En cambio, al generador sólo lo exime la mayor peligrosidad
que un residuo determinado adquiere como consecuencia de un tratamiento
defectuoso realizado en la planta de tratamiento o disposición final (art. 48).
Uno de los objetivos que la ley 25.675 General del Ambiente impone a la política
ambiental nacional es el de fomentar la participación social en los procesos de
toma de decisiones. Su art. 19 otorga a toda persona el derecho a opinar en
procedimientos administrativos que se relacionen con la preservación y
protección del ambiente (art. 19) y encomienda a las autoridades institucionalizar
procedimientos de consultas o audiencias públicas obligatorias, lo que se analiza
más adelante. Por su parte, el art. 16 obliga a las personas físicas y jurídicas,
públicas o privadas, a proporcionar la información relacionada con la calidad
ambiental referida a las actividades que desarrollan, y a las autoridades, la
información ambiental que administren, lo que se analiza más adelante. La
audiencia pública, previa a la toma de decisiones de repercusión ambiental,
constituye una aplicación muy difundida de la participación ciudadana.
La ley 25.675 encomienda a las autoridades institucionalizar procedimientos de
consultas o audiencias públicas obligatorias para la autorización de aquellas
actividades que puedan generar efectos negativos y significativos sobre el
ambiente. Dispone que la opinión u objeción de los participantes no será
vinculante pero que, en el caso de no aceptarlas, las autoridades convocantes
fundamenten y hagan público su eventual disenso con "los resultados
alcanzados" en la audiencia o consulta pública (art. 20). Específicamente manda
que la participación ciudadana se asegure, principalmente, en los
procedimientos de evaluación del impacto ambiental y en los planes y los
programas de ordenamiento ambiental del territorio, en particular, en las etapas
de planificación y evaluación de resultados (art. 21).
El uso sustentable del territorio y sus recursos naturales promueve que las
actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer
las de las generaciones futuras y minimiza los impactos negativos que podrían
ocasionar los diversos usos del territorio; garantizando el derecho a gozar de un
ambiente equilibrado y logrando mayor calidad de vida.
Categorización (screening)
Participación ciudadana
Toma de decisión
Si bien las atribuciones de policía no han sido resignadas por las provincias en
beneficio federal, puede suceder que, en virtud de la materia sobre la que incida
el poder de policía, la Nación deba ejercitarlo en tanto resulte necesario para el
cumplimiento de los fines que el constituyente puso en manos de las autoridades
federales. Particularmente en materia ambiental, antes de la enmienda del texto
constitucional, la doctrina mayoritaria se inclinaba por la tesis de la competencia
concurrente. No obstante, y pese a lo concreto del tercer párrafo del art. 41, la
cuestión de la competencia regulatoria ha dado lugar al debate doctrinario y al
desarrollo de distintas posturas.
El agua, sin embargo, ha recibido hasta ahora una atención menor de los
agraristas, no obstante la importancia creciente que asume como fuente
alternativa de producción de animales y plantas, por el proceso de la acuicultura,
en espacios controlados.
Las leyes agrarias, a diferencia de las leyes mineras, no han instituido un tipo de
propiedad especial, sea con referencia al suelo, o los bienes muebles o
semovientes, aunque pueden establecerse diferencias en cuanto a su destino
específico y a la forma de acreditar la misma, como ocurre en el caso de los
ganados, sujetos al régimen de las marcas y señales. El esfuerzo realizado por
algunas leyes, marcadamente protectoras, tendientes a instituir una propiedad
agraria particularísima, con referencia a los predios rurales y sus pertenencias,
no ha tenido aceptación general y puede afirmarse que la propiedad agraria, a
pesar de constituir una fuente generadora de bienes naturales que la distingue,
no presenta diferencias importantes que hagan de ella una categoría especial
del dominio, aunque su destino, como ningún otro tipo de propiedad, sea servir
al bien común, a través del proceso biológico de la producción de animales y
plantas. Si bien el concepto del dominio es único, para todo tipo de propiedad,
las formas de uso y distribución de la misma han tenido, en cambio, diversas
soluciones en las leyes. La propiedad agraria está ligada, no sólo a la
producción de bienes indispensables para la existencia humana, sino también -y
muy especialmente- a las formas de vida de un sector muy importante de la
población de cada país, razón por la cual las leyes han intervenido para
asegurar que ésta cumpla, además de su destino económico, su función social,
mediante la asignación y goce de una parcela mínima a la población campesina,
como base de asentamiento del núcleo familiar, inquietud ésta que no se ha
puesto de manifiesto en igual grado, en cambio, con las poblaciones urbanas, en
que la tierra tiene por principal destino la residencia.
El Código Civil regula el dominio sobre las cosas estableciendo las condiciones
generales que lo caracterizan y dejando librado a las leyes especiales
determinar sus limitaciones, restricciones y formas de explotación. El concepto
del dominio es uno, pero las formas de uso y aprovechamiento son diversas y
este tema debe quedar librado a las legislaciones que regulan cada actividad,
sea ésta agraria, industrial, minera, forestal, pesquera o de simple asentamiento
poblacional. Lo que no pueden hacer estas leyes, es modificar el concepto del
dominio que la ley civil atribuye sobre las cosas, sea al Estado o a los
particulares, o considerándolas cosas sin dueño, o comunes, porque este tema
es exclusivo de la legislación de fondo que lo tiene asignado.
Respecto al uso del suelo, todos los recursos naturales son esenciales para la
supervivencia humana. El recurso suelo, sin embargo, tiene un significado
especial, ya que constituye el lugar habitual de los asentamientos humanos y la
principal fuente alimentaria del hombre. El suelo, o tierra propiamente dicha,
ocupa un veinticinco por ciento de la superficie del planeta, ya que el resto está
representado por la masa acuosa que constituye los mares y océanos. De
acuerdo con la población mundial, a cada habitante le corresponderían, para
asentamiento y actividades productivas, aproximadamente, tres hectáreas.
Los factores que más inciden en el deterioro del suelo son la erosión, la
degradación, el agotamiento y la decapitación. A ellos se refieren nuestras leyes
agrarias y los códigos rurales provinciales. El anegamiento, aunque sea
transitorio, es también un factor perjudicial, sobre todo si adquiere cierta
periodicidad o frecuencia.
La erosión es la pérdida de las partículas fijas del suelo, principalmente por obra
de las aguas y los vientos.
Actualmente está regulado en la ley 25.113, la cual establece que habrá contrato
de maquila o de depósito de maquila cuando el productor agropecuario se
obligue a suministrar al procesador o industrial materia prima con el derecho de
participar, en las proporciones que convengan, sobre el o los productos finales
resultantes, los que deberán ser de idénticas calidades a los que el industrial o
procesador retengan para sí. El productor agropecuario mantiene en todo el
proceso de transformación la propiedad sobre la materia prima y luego sobre la
porción de producto final que le corresponde. El procesador o industrial asume la
condición de depositario de los productos finales de propiedad del productor
agropecuario debiéndolos identificar adecuadamente; estos productos estarán a
disposición plena de sus titulares. En ningún caso esta relación constituirá
actividad o hecho económico imponible.
El Código Civil, puesto vigencia el año 1871, estableció otro régimen para
acreditar la propiedad de las cosas muebles, entre las cuales se encuentran los
semovientes, conforme a lo establecido en el artículo 2418, determinando en su
artículo 2412 que la posesión de buena fe de las cosas muebles hace presumir
la propiedad a favor del poseedor, siempre que la cosa no haya sido robada o
perdida. Frente a esta discrepancia entre ambas clases de normas -una que
otorga preeminencia a la marca y la otra a la posesión- sin duda la que debía
prevalecer era la del Código Civil, dado que se trataba de una disposición
concerniente al dominio de las cosas, cuya regulación es de su competencia
exclusiva.
El SENASA deberá:
Las áreas protegidas no son espacios sin uso, son porciones que representan
para la sociedad activos muy importantes desde el punto de vista económico en
atención al ordenamiento territorial ambiental como instrumento de gestión,
denominándoselas por algún sector de la doctrina como “activos sociales”. La
génesis de áreas protegidas es de suma importancia para la preservación y
promoción del desarrollo sustentable del medio ambiente y de los recursos
naturales existentes, ya que de esa manera se procede a la constitución de un
velo legal sobre determinadas zonas, respecto a las cuales se exigirá la toma de
conciencia sobre las consecuencias que la actividad humana puede ocasionar
en ese lugar. En ese sentido, las áreas naturales protegidas, constituyen un
instrumento de gestión necesario para logar un manejo racional de los recursos
naturales y por ende un desarrollo económico responsable y comprometido con
el medioambiente.
Por último, dicha ley dispone que el Estado Nacional tendrá derecho preferente
de adquisición, en igualdad de condiciones, en todos los casos que propietarios
de inmuebles, ubicados en las áreas declaradas Parques Nacionales resuelvan
enajenarlos. La autoridad de aplicación es la Administración de Parques
Nacionales, la cual tiene residencia en CABA.
b) La zona tampón, que rodea el núcleo o colinda con él, y donde se realizan
actividades compatibles con prácticas ecológicas acertadas que pueden
contribuir a la investigación, el seguimiento, la capacitación y la educación
científica. En esta zona se pueden realizar actividades como la educación
ambiental, la recreación, el turismo ecológico y la investigación aplicada y
básica.
Diversos son los instrumentos legales que, con mayor o menor amplitud, eficacia
y eficiencia, tienen como objetivo proteger y conservar a los distintos
componentes de la fauna nativa de nuestro país. La generación de áreas
protegidas (conservación “in situ”) debe tenerse como principalísimo instrumento
para preservar los ecosistemas, su dinámica y sus distintos componentes, entre
ellos, la fauna silvestre. La conservación denominada “ex situ”, es otro
instrumento útil, aunque en casos extremos y puntuales, como lo es la
reproducción de cóndores en el Zoológico de Buenos Aires para su posterior
reintroducción en su ambiente natural. Asimismo, la información y educación
ambiental sobre la fauna silvestre, su valor y estado, resultan también de suma
importancia.
Todas las provincias han dictado, además, sus leyes y disposiciones con
respecto a la fauna silvestre; su protección, uso y captura. Establecen en
general lugares prohibidos, requisitos para ejercer la caza, modos con los cuales
se la puede practicar y sanciones, las que en general consisten en multas,
decomisos y retiro de licencias. Por medio de decretos y resoluciones suelen
determinarse las especies cuya captura se encuentra prohibida o permitida, se
determinan las especies consideradas “plaga”, y las épocas y cupos de caza. La
provincia de Buenos Aires cuenta con el Código Rural y la Ley de Faltas
Agrarias. Además, a nivel nacional contamos con una ley específica, la 22.421
que regula la caza de fauna silvestre. Otras leyes y convenios internacionales,
como el de diversidad biológica, el convenio internacional sobre tráfico de
especies de la fauna y flora silvestres (CITES), la convención sobre especies
migratorias, el de humedales o sitios Ramsar.
La ley define a la caza como: “ la acción ejercida por el hombre, mediante el uso
de artes, armas y otros medios apropiados, persiguiendo o apresando
ejemplares de la fauna silvestre con el fin de someterlos bajo su dominio
apropiándoselos como presa, capturándolos, dándoles muerte o facilitando estas
acciones a terceros” (art. 15). Deja en claro que tanto el poder ejecutivo
nacional, como las distintas jurisdicciones provinciales, dentro de sus
competencias, establecerán las limitaciones a la práctica de la caza, tanto por
razones de protección y conservación como de seguridad pública (art 16). Pero
determina, como requisitos indispensables para llevar adelante acciones de
caza, contar con la pertinente autorización del propietario, administrador,
poseedor o tenedor a cualquier título legítimo del fundo y haber obtenido la
correspondiente licencia de caza, la que deben expedir las autoridades
competentes en cada jurisdicción.
A nivel nacional, la ley de fauna ha sido reglamentada por el decreto 666/97. Por
medio del mismo se determina la autoridad de aplicación, la que deberá
promover y coordinar la realización de estudios y evaluaciones técnicas, para
determinar la situación de la fauna silvestre, con la finalidad de que los planes de
manejo y protección se realicen con conocimientos técnicos adecuados.
El artículo 25 dice: “Será reprimido con prisión de dos (2) meses a dos (2) años y
con inhabilitación especial de hasta cinco (5) años el que cazare animales de la
fauna silvestre cuya captura o comercialización estén prohibidas o vedadas por
la autoridad jurisdiccional de aplicación. La pena será de cuatro (4) meses a tres
(3) años de prisión con inhabilitación especial de hasta diez (10) años cuando el
hecho se cometiere de modo organizado o con el concurso de tres (3) ó más
personas o con armas, artes o medios prohibidos por la autoridad jurisdiccional
de aplicación.” Se trata de una norma penal en blanco, pues será la autoridad de
aplicación, normalmente provincial, la que definirá cuales especies de la fauna
silvestre, donde y durante qué época, puedan o no cazarse; de modo que
incurrir o no en la conducta descripta por la norma penal, dependerá de cómo
sea “completada” la misma por la autoridad de aplicación.
El artículo 26 dice: “Será reprimido con prisión de dos (2) meses a dos (2) años y
con inhabilitación especial de hasta cinco (5) años el que cazare animales de la
fauna silvestre utilizando armas, artes o medios prohibidos por la autoridad
jurisdiccional de aplicación”. Este artículo se ocupa de penar a aquel que,
cazando animales de la fauna silvestre cuya captura esté permitida y lo haga
con autorización del dueño del campo, utilice medios que estén prohibidos por la
autoridad de aplicación. El artículo 27 dice: “Las penas previstas en los artículos
anteriores se aplicarán también al que a sabiendas transportare, almacenare,
comprare, vendiere, industrializare o de cualquier modo pusiere en el comercio
piezas, productos o subproductos provenientes de la caza furtiva o de la
depredación”. Este artículo cierra, por decirlo así, el círculo, estableciendo penas
a quienes participan desde que culmina la caza propiamente dicha, hasta la
puesta en venta de piezas, productos y subproductos de la caza furtiva o de la
depredación. Por “caza furtiva” debe entenderse aquella que se practica en
fundo ajeno, sin autorización de quien legítimamente pueda otorgarla; y por
“depredación” aquella que se efectúa con respecto a fauna cuya captura esté
prohibida o vedada. Quedan incriminados entonces los que trasporten, compren,
vendan o de cualquier otra forma ingresen esos productos en el circuito
comercial.
La sección tercera del Código Rural está titulada “De Las Especies Silvestres
Animales y Vegetales” y dentro de dicha sección, el capítulo I está dedicado a la
“Caza”. El Código declara de interés público (igual que la 22.421) a la fauna
silvestre, que está compuesta, dice la norma, por todas aquellas especies de
animales que viven fuera del contralor del hombre, sea que lo hagan en
ambientes naturales o artificiales, pero con expresa exclusión de los peces,
moluscos y crustáceos.
Con ese fin, el de proteger a las especies silvestres del tráfico internacional, la
convención consta de tres apéndices. El I incluye aquellas especies en peligro
de extinción que son o pueden ser afectadas por el comercio, determinando la
norma que el comercio de estas especies deberá estar sujeto a una
reglamentación particularmente estricta y se autorizara en casos absolutamente
excepcionales. En el apéndice II se incluyen todas aquellas especies que
aunque en la actualidad no se encuentran en vías o peligro de extinción, podrían
llegar a estarlo si no se toman medidas de preservación, entre ellas que su
comercio sea regulado y restringido. El apéndice III incluye todas aquellas
especies que se encuentran protegidas internamente por alguno o algunos de
los países miembros, los cuales pueden incluirlas en este apéndice y así su
comercio deberá ser controlado mediante la colaboración de todos los países
miembros.
Esta convención tiene por objeto central proteger a todas aquellas especies de
fauna silvestre consideradas migratorias, las que en palabras de la propia
convención, son aquellas especies en las cuales “el conjunto de la población, o
toda parte de ella geográficamente asilada, de cualquier especie o grupo
taxonómico inferior de animales silvestres, de los que una parte importante
franquea cíclicamente y de manera previsible, uno o varios límites de jurisdicción
nacional.” La Convención se celebró en función de el reconocimiento de que la
fauna silvestre constituye un elemento irreemplazable de los ecosistemas, de
que su uso debe ser racional y que debe ser preservada para las futuras
generaciones, que tiene valor ecológico, genético, estético, científico, recreativo,
cultural, educativo, social y económico. Además de la preocupación particular
por aquellas especies silvestres que en sus migraciones franquean dos o más
jurisdicciones nacionales y asumiendo que los estados tienen el deber de
proteger dichas especies cuando se encuentran dentro de sus jurisdicciones.
Recursos pesqueros.
Así llegamos al régimen federal de pesca, aprobado por ley 24922, llamada ley
federal de pesca (en adelante LFP), publicada el 12 de enero de 1998, norma
anterior a la LGA.
Con la llegada del régimen federal de pesca de la ley 24922 el Estado pretende
jugar un rol más activo, fortaleciendo su intervención sobre la actividad de los
privados, con más facultades para limitar la explotación del recurso, con foco en
la utilización racional que es la sostenibilidad aplicada a este tema. Para ello la
base serán tres cuestiones: