ALFREDO DI PIETRO
VERBUM |
IURIS
ABELEDO-PERROTALFREDO DI PIETRO
Profesor de Derecho Romano en la Facultad de
Ciencias Juridicas y Sociales de la Universidad
Nacional de La Plata y en la Facultad de Derecho
de la Universidad Catdlica de La Plata
VERBUM
JURIS
Notas sobre la palabra en el Derecho RomanoTodos los derechos reservados
Queda hecho el depésito que marca la ley 11.723
IMPRESO EN LA ARGENTINA
“Mors et vita in manibus lin-
gua” (Prov. 18, 21; Regla de
San Benito, cap. VI, 5) (*)
Una de las mas esenciales de entre
las perdurables ensefianzas que nos de-
jaron los Romanos en materia de Dere-
cho, es la de su realismo, entendido és-
te en el sentido de que el Ius debe man-
tener ineludiblemente una concordan-
cia intima con la realidad que es su
objeto. Venir por lo tanto ahora a de-
dicar la atencién a un tema aparente-
fuente tan trivial y abstracto como el
(*) “La muerte y la vida estan en manos de la
lengua”. Es curioso destacar que este versiculo se ha-
Ih, en el Libro de los Proverbios junto a otros que se
relacionan con los tribunales y los pleitos.
7de la palabra, configura algo asi como
un contrasentido, ya que para el comin
de las gentes hacer un anélisis seme-
jante resulta propio de esos estudiosos
de gabinete que tanto gustan reflexio-
nar respecto de un mundo de papel y
no de juristas que se precien de poseer
un sentido cabal del Derecho.
Esta manera de pensar esta perfecta-
mente de acuerdo con la mentalidad
moderna, la cual entre todas las que
conocemos en el devenir histdérico “es
la Gnica que se ha desarrollado en un
sentido puramente material, la nica
también que no se apoya sobre ningtin
principio de orden superior”’("). Es por
esta anomalia aberrante que el hombre
actual se encuentra “cosificado” en el
(1) Cfme. René Guénon, Symboles fondamen-
taux de Ia Science sacrée, Gallimard, Paris, 1962,
cap. I: “La reforme de la mentalité moderne”, p. 27.
Singularmente elocuente es la frase que le sirve de
punto de partida de su otra obra Initiation et Reali-
sation spirituelle, Eds. Traditionnelles, Paris, 2° ed.,
- 1964, p. 13: “La sottise d’un grand nombre et méme
de la majorité des hommes, a notre époque surtout,
et plus en plus A mesure se généralise et s’accen-
tue la décheance intellectuelle caracteristique de l'ul-
time periode cyclique, est peut-étre la chose la plus
difficile a supporte qu’il y ait en ce monde”.
8
cosmos y al aceptar que la unica ver-
dad es la tangibilidad de la materia ha
rehusado comprender que entre lo con-
creto y lo material media una diferen-
cia conceptual importantisima, puesto
que ambos vocablos no se identifican,
sino que media entre ellos una distan-
cia. Hay desde este punto de vista reali-
dades intangibles que son “concretas”
pero que por sus esencias particulares
se mueven en el mundo sutil del espi-
Titu. Esto es precisamente lo que ocu-
tre con la palabra, que de materia sdlo
tiene el soporte morfoldgico formado
por un esqueleto de Jetras y de sonidos,
pero que no por ello es algo abstracto
sino que configura la existencia de una
substancia tan concreta como la de los
seres a los cuales hace referencia.
Entre nosotros, sin embargo, se esti-
ma tan poco dicha importancia tanto
como aquél labrador que descreia de la
presencia del aire cuando el viento no
soplaba. Pero la palabra —que es tam-
bién un soplo— a veces es un aura que
acaricia nuestra mente y otras un hura-
can desenfrenado capaz de sumirnos en
9le desesperacién. Este soplo —flatus
vocis— nace en lo mas recéndito de
nuestra interioridad, plasmandose mis-
teriosamente con el aire tibio de nues-
tros pulmones y atravesando los mil
secretos delicados de nuestra garganta,
se vierte por la pequefia abertura for-
mada por nuestros labios esparciendo
en el espacio —-al cual momentanea-
mente espiritualiza— esas ondas con-
céntricas que conservan en el calido sa-
bor de sus sonidos algo de lo vital de
nuestro ser(*). Pero bajo la suave in-
vestidura de su vibracién posee el te-
trible poder de lograr la paz espiritual
al par que el de desatar las mas san-
grientas conflagraciones. Por ello, antes
de atribuir caracter de abstracto al ana-
lisis de su esencia, piénsese que la pa-
labra puede unir dos almas en una su-
blimacién mds intima que la que pueda
quedar establecida entre las moléculas
de dos cuerpos por una reaccién qui-
mica, y puede también con el filo ace-
(2) Cfme. Louis Lavelle, La Parole e¢ PEcri-
ture, Ed. L’artisan du livre, Paris, 1947, p. 65.
10
tado de su acento, abrir un abismo de
confusién y desdicha en los espiritus
mucho mas profundo que el desquicia-
miento fisico provocado por la mas tre.
menda explosién termonuclear.
11I
Para una mente cristiana se hace in-
eludible tomar como punto de partida
de este tema el relato adamico de la pa-
labra. En Génesis (II, 19) se narra que
“Yahvé Dios model6é también del suelo
todos los animales salvajes y todas las
aves del cielo y los condujo al hombre
para ver como éste los llamaria: cada
uno debia llevar el nombre que el hom-
bre les hubiera dado”. Se hace necesa-
rio remarcar bien los detalles para la
inteleccién intima del texto. Fue Adan
quien designé las cosas. Yahvé simple-
mente las hace pasar ante sus ojos, pero
la labor de nombrarlas recayé sobre el
hombre. Ni el angel con su mayor per-
feccién espiritual ni tampoco la mujer
que fue creada después, gozaron de se-
13mejante privilegio. Sélo y Gnicamente
el hombre.
Es curioso examinar bajo este as-
pecto la dinamica del proceso de la
Creacién, en el cual podemos anotar
tres etapas sucesivas: la creacién de las
cosas, luego la del hombre y finalmen-
te la de la mujer. El hombre, hecho a
imagen de Dios (imago Dei) para \o-
grar su semejanza (similitudo Dei) (*),
fue el punto maximo de intensidad
esencial en el trabajo divino. Fue la ci-
ma de la labor con dos laderas a cada
vera: antes que él fueron creadas las
cosas, después fue creada la mujer, pe-
ro ambas, si nos fijamos bien, no existen
“per se” sino enfocadas en relacién al
hombre, que adquiere los atributos del
Rex Naturae. Las cosas y la mujer no
estan en el orden de la “perfeccién”,
(3) Génesis, I, 26, El texto hebreo implica para
el hombre la posesién inmediata de la “imagen” (co-
mo cliché dado) y la realizacién progresiva de la “se-
mejanza”’ (como ideal supremo). Cfme, A. Frank-
Duquesne, Cosmos et Gloire, Lib. Philos. J. Vrin,
Paris, 1947, pp. 9 y 88.3 S. Boulgakof Du Verbe in-
carné, Aubier, Paris, 1943, pp. 64 y ss. L. Arnal-
dich, Ei origen del mundo y del hombre segiin la Bi-
blia, Ed. Rialp, Madrid, 1958, pp. 111 y ss.
14
sino en el de la “perfectibilidad”. En
ellas se completa el hombre y en
la compleja relacién simbidtica que
se produce, llega éste a cumplir su mi-
sién terrenal trascendente.
Dios puso las cosas a los pies del
hombre. Estaban creadas, pero entre
Adan y ellas habia un vacio, una distan-
cia de extranjeria que se manifestaba -
no en una hostilidad, sino en un mar-
gen de creatibilidad, por cuanto espera-
ban ser mas perfectas al lograr su pun-
to de referencia esencial, esto es aguar-
daban 1a atadura del hilo invisible que
fevelando su ser las ligara a la com-
prehensién y al dominio del hombre.
Por ello es que a medida que Adan co-
mienza a proferir sus nombres las va
asimilando, poseyendo sus esencias in-
timas en los apretados sonidos de las
palabras. “Cada nombre —dice Lave-
Me— es para él un “sésamo Abrete” y
piensa que ha penetrado su secreto des-
de que las ha nombrado”(‘), pero al
mismo tiempo que las descubre desco-
——
(4) L. Lavelle, op. cit., p. 15.
15triendo los velos obscuros que ocultan.
el ser de cada una de ellas (recor-
dar que ¢)yéeiz verdad tiene en griego
el sentido de ir de - velando) coloca so-
bre las mismas en cada caso un sello
aprisionador distintivo que las resume
encerrando en las mallas sensibles de
sus letras el objeto de posesién.
Esa relacién hombre-nombre-c2sas
se va a dar, a su vez, de una manera pa-
radigmatica en el hombre Romano en
quien va a existir la intima vinculacién
de la dupla nomen-numen, repitiendo
en cierto aspecto de manera natural la
experiencia primigenia de Adan. El
concepto de numen es demasiado com-
plejo para ser definido concretamente
en una frase. Etimolégicamente esta
formado por el verbo nuere, el cual
quiere decir “hacer un signo, general-
mente de la cabeza, a veces de la mano,
para expresar una voluntad, una acep-
tacién, un rechazo”(°). Varro dice pre-
(5) Cfme. G. Dumézil, Les dieux des indoeuro-
péens, Presses Univ. de France, 1952, p. 109. En «1
campo sociolégico se ha estudiado la asimilacién en-
tre numen y mana: ver M. H. Wagenvoort, Roman
16
cisamente que el vocablo numen deriva
de nutus (signo), referido siemprd a
una .manifestacién divina(*); para el
Romano lo divino esta presente en to-
das las cosas 0 mas precisamente en
cada una de las acciones del hombre
vinculadas a cada cosa, de tal modo que
cada una de ellas es el receptaculo de
una fuerza, del imperium majestuoso
de una divinidad. Asi como cada hom-
bre se manifiesta por su uirtus, el accio-
nar de cada cosa se muestra esencial-
mente potente por su numen. Por ello
es que se trata en todo momento de asi-
milar esa esencia por medio del nomen.
No obstante reconocer que no hay vin-
culacién etimolégica entre los vocablos
de la aliteraci6n mencionada(’), no po-
Dynamism, cap. Il; M. H. J. Rose, Primitive Cul-
ture in Italy (1926) y Ancient Roman Religion
(1950); ver también Mircea Eliade, Traité d’histoire
dex religions, Payot, 1959, p. 30, n? 7.
(6) Varro, De ling. Jat. VII, 85: “Numen di-
cunt esse imperium, dictum ab nutu quod cuius nutu
omnia sunt, eius imperium maximum esse videatur”
(Dicen numen por imperium, derivado de nutus, ya
que por dicho signo son todas las cosas, y se consi-
dera estar en ellas el méximo imperium).
(7) Como ejemplo de esa polarizacién vale la
17demos dejar de remarcar la feliz polari-
zacién lograda: en la esencia de cada
cosa reside un numen, al cual descubri-
mos mediante la profericién del nomen,
y ello permite que en la yesca aproxi-
mativa surja la vigencia del Jumen que
resplance en la ignea exclamacién de
la palabra(*).
Es debido a esto que para el] hombre
Romano la naturaleza entera aparecid
iluminada por la fuerza de los numi-
na(°), es decir por “una nube o mejor
cita de Varro (op. y loc. cits.) respecto de Accius:
“Multis nomen vestrum numengque ciendo” (Invocar-
do con muchos yuestro nomen y vuestro numen).
Respecto de la aliteracién de los vocablos, efme. C. A.
Disandro, El lenguaje poético, en Rev., de Educaciéa,
La Plata, afio I, n? 2, febrero de 1956, p. 460;
O. Spengler, La decadencia de Occidente, Espasa-
Culpe, Madrid, 1958, t. TI, p. 166.
(8) Sobre Ja vinculacién entre Verbum y Lux,
ver R. Guénon, Apercus sur Initiation, Etudes Tra-
ditionneles, 38 ed., 1964, cap. KLVII.
(9) Ver, por ejemplo, Virgilio, Eneid., VII,
351-352: “Hoc nemus, hunc”, inquit “frondoso uer-
tice collem (quis deus, incertum est) habitat deus”
(Este bosque —dice—, esta colina de frondosa cresta
jo habita un dios, ¢Cudl? No se sabe, es incisrto); ¥
también V, 94-96, donde Eneas frente a la tumba
de su padre Anchises, ve salir un reptil de las santas
profundidedes del sepulcro y duda asombrado si se
trata del genio del lugar o del servidor de su padre
18
aun una nebulosa de personajes fantas-
males que no son propiamente mas que
nombres y nombres de los cuales cada
uno expresa un solo acto o adn la frac-
cién de un acto”('®). Esto quedé asen-
tado magistralmente por Cicer6n cuan-
do caracterizé esta vivencia numinosa
del cosmos como rasgo distintivo de su
pueblo: “no superamos en niimero a los
Hispanos, ni en fuerza a los Galos, ni
en astucia a los Fenicios, ni en las artes
a los Griegos, ni tampoco a los Italicns
ni a los Latinos en cuanto al sentido
innato del suelo natural, pero si supera-
mos a todos los pueblos y a todos las
Naciones por la pietas, por la religio y
por la sapientia, que consiste en que
nosotros tenemos la evidencia profun-
da de que todo esta regido y gobernado
por el numen de los dioses”(''). Ese
fincertus, feniurmne loci famulumne parentis esse pu-
tet).
(10) G. Dumézil, on. cit, p. 118.
(11) De hAarusp. resp., 19: “quam volumus Heet
ipsi nos amenus, tamen nec numefo Hispanos, ec
robore Gailos, nec callidate Poenos, nec artibus Grae-
cos nec denique hoc ipso huius gentis et terrae do-
mestico nativoque sensu Italos ipsos ef Latinos, sed
pietate ef religione atque hac una sapientia quod deo-
19numen ——como hemos dicho— debia
ser descubierto por el Romano merced
a la apropiacién de los nomina que hi-
cieran referencia a esas fuerzas particu-
larizadas en las cosas. Se explica asi que
desde los tiempos primitivos se vieron
obligados a tener que recopilar todos
esos nombres en esas listas intermina-
bles y perennemente abiertas que eran
los Indigitamenta("*), los cuales eran
registros de las denominaciones de los
dioses, computados las cosas y los dis-
tintos quehaceres humanos("). Y aqui
rum numine omnia regi gubernarique persoeximus,
omnis gentes nationesque superavimus”.
(12) Cfme. Servius, ad Georg.: I, 21: ‘in indi-
&itamentis inveniuntur, id est in libris pontificalibus
qui et nomina deorum et rationes ipsorum nominum
continent” (se los encuentra en los indigitamenta, es
decir, en los libros pontificales que contienen el nom-
bre de los dioses y la razén de Jos mismos). En vit-
tud de la gran cantidad de numina es que Petronio
(Sat., 17) puede decir que “nuestro pais esté tan
poblado de divinidades que es mucho mas fAcil en-
contrar un dios que un hombre”; y en general Poli-
bio, siendo griego, escribir que “los Romanos son mas
religiosos que los mismos dioses”.
(13) La enumeraci6n abarca todas las etapa:
la vida humana. Asi, San Agustin (De Civ. Dei, VI,
9, 5): “Varroa comienza a referir y enumerar los dio-
ses desde la concepcién del hombre, y dicha enumera-
cién comienza por Ianus, Y esta serie la estira hasta
de
20
se hace necesario comprender que esta
forma de politeismo romano tuvo una
dimension apta para ser receptada bajo
un cierto aspecto muy especial por el
Cristianismo, no precisamente en la
concepcién torpemente panteista de al-
gunos pueblos salvajes que supone el
antropoformismo de sus dioses referido
la muerte del hombre decrépito, y cierra la enumera-
cién de los dioses propios del hombre con Ia diosa
Nenia, es decir, con el himno que se canta en los
funerales de los viejos”. La particularizacién es tan
minuciosa que abarca los fragmentos del accionar hu-
mano. Asi la lista de los numina que protegen al ni-
fio: Vaticanus (el que preside el primer grito del
nifio); Fabulinus (el que le hace pronunciar su pri-
mera palabra); Educa (la que le ensefia a comer);
Potina (la que le ensefia a beber); Cunina (la que
cuida de la cuna); Cuba (la que protege su sueiio);
Abeona y Adeona; Iterduca et Domiduca (las gue
acompafian al nifio cuando da sus primeros pasos:
dos lo acompaiian cuando sale de la casa y dos cuan-
do entra), etc. Lo mismo ocurre en cualquier fabor,
por ejemplo en la agricultura: Messor (el que pro-
tege las cosechas); Insitor (el que preside el rcto del
sembrado); Segetia (la que Heva el control de las
mieses); Prosetpina (la tutora de los granos en zer-
men); Nodutus (el que preserva las yemas y nudos
de las cafias); Volutina (la que cuida de las vainillas
de las mismas); Patelena (la que asiste a la abertura
de las vainillas para que salga Ia espiga); Hostilina
(la que iguala a las espigas); Flora (la que est4 pre-
sente en la floracién); Mafuta (la que esta >resente
cuando maduran las espigas); Stercolinus (el que
tavorece el abono), etc. (cfme. S. Agustin, op. cit.
21particularmente a cada una de las co-
sas —lo cual es una degeneracién de la
religion primordial— sino més bien
como la comprensién de que no hay na-
da en el cosmos que no tenga algo que
ver con el mundo de lo divino, esto es
que la potentia divina satura el espacio
estando presente en cada organismo y
en consecuencia contenida en ellos("*).
IV, 8; Servius, ad Georg, I, 21). Y a tanta minu-
ciosidad se entregan que debemos también Jeer esa
lista de pequefios numina que protegen la primera
noche de la doncella casada, donde con una indiscre-
cién cada vez més creciente que hace enrojecer a
San Agustin, narra cada una de las divinidades asis-
tentes al acto sexual (ob. cit., VI, 9). Recordemos,
asimismo, el curioso ejemplo que trae Dumézil (Rev.
Hist. Relig, CKXXIX, 1951, pp. 209 y ss., n° 4) so-
bre la presencia del numen en la vaca que da leche.
(14) Por supuesto que el Cristianismo no acep-
ta la proliferacién politeista que en su forma mas de-
cadente Ilega al panteismo, la cual fuera tan atacada
por S. Agustin en De Civitate Dei, donde el autor
se preocupa fundamentalmente por hacer resaltar ia
veracidad del Deus unus, pero tal cual lo decimos en
el texto se trata aca de rescatar lo esencial de la ex-
periencia romana, que se da en la visién numinosa del
cosmos, esto es, que la presencia divina nutre todo lo
viviente (recuérdese el hina e ho Théos tan panta en
. pasin: para que sea Dios todo en todas las cosas;
T Corint., 15, 28; ver A. Frank-Duquesne op. cit., -a-
pitulos IV-VI). Se logra conceptuar esto cuando con-
cebimos que cada uno de los numina es mas bien un
atributo de la Divinidad que dioses separados (cfme.
22
G. Boissier, La religion romaine d’ Auguste aux Anto-
niu, Lib. Hachette, Paris, 1892, 4% ed. t. I, p. 6).
En ese sentido nos resulta clarificador el “ovis om-
nia plena” (Todas las cosas estén Ilenas de Jupiter)
virgiliano (Eglog., II, v. 60), asi como los versos
221-222 de su Georg., IV: Deum namque ire per om-
_nes ferrasque, tractusque maris, caelumque profun-
dum” (Dios se halla expandido en todas partes, en las
tierras, en los espacios del mar y en las profundida-
des del cielo), los cuales son criticados por el obispo
de Hipona en su ataque al paganismo, pero que nos-
otros subrayamos en su excepcional valor numinoso
en tanto que sea lograda la parafrasis “Dei omnia
plena”, que sefiala en el poeta romano la vivencia na-
tural de la divinidad. Precisamente como ejemplo ti-
pico de la asuncién cristiana de vivencia numinosa,
podemos citar las letanias, tales como las de la Sma.
Virgen Maria, que miradas bajo este aspecto son una
lista de potestades que pretende abarcar todo el acon-
tecer césmico, proclamando a Maria como Virgo, Ma-
ter, Regina, etc. de las cosas, las acciones y los hom-
bres. Es sugestivo sefialar que una de dichas letanias
presenta a Maria como Ianua Coeli, la cual rescata
para el Cristianismo en sus rasgos tradicionales tras-
cendentes e imperdurables el simbolo Janus-Ianua tan
caro a los Romanos.
23TI
Hay, pues, una primer circunstancia
que nos debe servir de punto de parti-
da para cualquier analisis de la pala-
bra y que resulta esencial para la valo-
racién del verbum iuris: el nomen tie-
ne para el hombre Romano la capaci-
dad de descubrir el mysterium de cada
cosa. Pero logrado ello, hay que desta-
car que la palabra desarrolla una divas
que se sefiala primariamente en el po-
der magico que adquiere el poseedor
del nomen revelador del secreto divino
insito en ta cosa("). En efecto, el mero
(15) Resulta interesante recordar que fo mismo
que ocurre con el nombre en cuanto a su fuerza dind-
mica, sucede en el hombre primitivo con las repre-
sentaciones pictéricas, “El pintor y cazador paleoli-
tica pengaba que con el retrato del objeto habia ad-
quirido poder sobre el objeto; creia que e) animal de
25acto de la profericién implica un estado
de sujeccién de lo nombrado respecto
de aquél que posee la clave del nombre,
tal cual se da en los cuentos populares
orientales donde el genio —también es-
condido en la cosa— es esclavo de
quien ostenta el talisman para invocar-
lo. Por ello es que a medida que crece
la importancia de un nombre, su pro-
nunciacién no sélo es motivo de vene-
racién sino también de que se tomen
toda clase de precauciones para mante-
nerlo secreto y en consecuencia alejado
del conocimiente profano: de ahi el res-
trictivo monopolio que la clase sacerdo-
la realidad sufria la misma muerte que se ejecutaba
sobre el animal retratado...”. “Las representaciones
plasticas eran una parte del aparejo técnico de esa
magia; eran la «trampa» en la que la caza tenia que
caer; 0 mejor, eran la trampa con el animal captura-
do ya, pues la pintura era al mismo tiempo la repre-
sentacién y la cosa representada, era el deseo y Ja
satisfaccién del deseo a la vez...” “El arte no era;
por tanto, una funcién simbélica, sino una accién ob-
jetivamente real, una auténtica causacién, No era el
pensamiento el que mataba, no era la fe la que eje-
cutaba el milagro; el hecho real, la imagen concreta,
la caza verdadera dada a la pintura eran las que rea-
lizaban el encantamiento” Arnold Hauser, Hist. social
de Ia literatura y el arte, Eds. Guadarrama, Madrid,
3? ed., 1964, t. I, p. 22).
26
tal siempre se reservé respecto del ri-
tual de las oraciones y otras formulas
sagradas("*), a
Se ve esto bien claro cuando el no-
men es referencia directa de una divini-
‘dad, puesto que el mero hecho de cono-
cerlo significaba un gran poder sobre
ella("). En las oraciones, el nomen dei
(16) Esta es una circunstancia coman a todos
los pueblos antiguos. Asi los sacerdotes egipcios re-~
tienen el control de los jeroglificos (nétese que la
particula {gp4¢ _refiere la substancia sagrada de la
escritura); los Druidas, tal como lo recuerda César,
no dejaban nada escrito, confiando todo a la memo-
tia, lo que aseguraba el mantenimiento del secreto
y el alejamiento de su profanacién. A su vez, los
Brahamanes también se reservaron el control de los
textos y en un comienzo hicieron imposible el conoci-
miento del sdnscrito a los kshatrya (casta militar),
Y por supuesto a las demas castas. Obvio resulta se-
falar el control de las formulas por parte de los Pon-
tifices Romanos.
(17) Ver ejemplos de éstos en los pueblos anti-
guos en A. M. Besnard, Le mystére du nom, Les édi-
tions du Cerf, Paris, 1962, pp. 23-24, notas. Merece
citarse el pdrrafo biblico que le sirve de referencia
a este autor y es el leiv-motiv de su obra: “Todo
aquel que invocare mi nombre (el de Yahvé) se sal-
vara” (Joel, 3, 5; recordada en Hechos, 2, 21), Es sa-
bido que cada una de las cuatro letras hebreas que
componen dicho nombre tienen en si un alto valor.
mistérico. Ver también Etiemble, Littératures clérica-
Jes, en Hist, des littératures, Enc. de la Pléiade, Pa-
ris, Gallimard, 1955, t. I, pp. 27 y ss. :
27iba al comienzo de la imprecacién y los
Romanos eran tremendamente meticu-
losos en no errar la adecuacion entre el
nombre y la divinidad: “la incertidum-
bre sobre el verdadero nombre de ésta
engendra una dificultad, que se confi-
guraba en una ansiedad de la cual las
formulas mismas conservan el ras-
go”(**). Poseer el nomen era el tnico
medio por el cual uno consigue hacerse
oir por los dioses y obtener su protec-
cién graciosa. Por ello es que la invoca-
cién del dios por su nombre propio, en
(18) Cfme. Besnard, op. cit. p. 25. Asi, en la
férmula de la evocatio: “Si deus si dea est cui popu-
jus ciuitasque Carthaginiensis est in tutela...” (Si
el dios 0 la diosa bajo el cual el pueblo y el Estado
. Cartaginense esta en tutela...; Macrob., Sat., III, 9).
También en la que narra Servius (ad Aen., II, 351,
in fine), que figuraba en un escudo del Capitolio:
“Genio Romae, siue mas siue femina” (Genio de
Roma, sea varén o mujer); y en la oracién invocada
por los Pontifices: “Iuppiter optime maxime, siue quo
alio nomine te appellari volueris” (Servius (op. y
loc. cit.: “Maximo, éptimo Jupiter, o que por otro
nombre quisieras que se te Ilamara”). Besnard, op.
cit., p. 25, cita a su vez estas otras férmulas rituales:
“Dis pater Veiovis Manes siue quo alio nomine fas
est nominare”; “Regina coeli, siue tu Ceres .., seu
tu coelestis Venus ... seu Phoebi soror ... seu Pro-
serpina ... quoquo nomine, quoquo ritu, quaqua fa-
cie te fas est invocare”.
28
alta voz, era quiza el mas solemne y el
mas grave de todos los actos de las re-
ligiones antiguas("”).
Y respecto de estas ideas, no pode-
mos dejar de hacer referencia, como
‘ejemplo caracteristico de lo que veni-
mos diciendo, al misterio con que los
Romanos cubrieron el nomen urbis. En
efecto, el nombre de la “ciuitas” era se-
creto y ladenominacion Roma noes sino
la caracterizacién exotérica para llamar
vulgarmente la ciudad (*”). Ese nombre
estaba coordinado con el numen urbis,
vinculada a la diosa Angerona, repre-
sentada precisamente por una mujer
con los dedos en los labios enunciando
el silencio ritual y prohibiendo la pro-
fericién. Tan grave era la revelacién del
nomen urbis que Valerius Soranus, tan
iecordado por Cicerén(*), acusado del
(19) Cfme. Besnard, op. cit. p. 25.
(20) Sobre conjeturas acerca del nombre secreto
de Roma, ver V. Basanof, Evocatio-Etude d'un ri-
tuel militaire romain, Press. Univ. de France, 1947,
pp. 27 y ss.
(21) El elogio figura en el discurso de Crassus,
De oratore, IX, 11, 43 “litteratisimus togatorum om-
nium’ (el més letrado de todos los que llevan toga).
29crimen de haberlo revelado sufrid los
efectos de la crucifixién(*’).
El motivo de este secreto era bien
precisamente el peligro que se corria
de que el numen urbis sufriera los efec-
tos de una evocatio enemiga(*). A su
vez, es de especial cuidado de los Ro-
manos el descubrir los nombres de los
numina de las ciudades que debian con-
quistar, pues ello era proficuo para el
desarrollo de la ceremonia evocativa
que se debia efectuar antes de la bata-
lla. Uno de los Pontifices, en presencia
del praetor al frente de sus legiones, de-
bia invocar cara a cara a la divinidad
tutelar de la ciudad enemiga, impre-
(22) Servius, ad Aen., 1, 277: “tribunus plebet
quidam Valerius Soranus, ut ait Varro ut multi alii,
hoc nomen ausus enuntiare, ut quidam dicunt, raptus
a senatu et in crucem levatus est, ut alii, metu supli-
cii fuguit et in Sicilia comprehensus a praetore pre-
cepto senatus occisus est? (Como dicen Varro y mu-
chos otros, un tal Valerius Soranus os6 enunciar este
nombre, y algunos dicen que aprehendido por el Se-
nado fue levantado en una cruz; otros, que por miedo
al:suplicio huyé y fue tomado prisionero en Sicilia
y muerto por el pretor cumpliendo el precepto del
Senado); cfme. Plut, Q. R., 61; Solin, I, 4; se duda
si se traté de una crucifixion real o virtual: ver V. Ba-
sanof, op. cit., p. 26.
(23) Cfme. V. Basanof, op, cit. p. 27 y nota 1:
30
: ne
candole el abandono de su residencia
en dicha ciudad y la transmigracion a
Roma donde se le ofrecia morada de
culto y promesa de veneracién. Recuér-
dese al respecto para apreciar sustan-
cialmente la trascendencia de este ri-
tual, lo que hemos dicho en otro articu-
lo sobre la concepcidn agricola del hom-
bre Romano, en el sentido de que cada
ciudad debia ser des-arraigada de la
tierra para ser conquistada, esto es ex-
tirparle la raiz esencial que la nutre y
la tutela: en este caso, la divinidad
protectora(**).
La 2ivzs:; de la palabra no sdlo se
ejercita como un poder capaz de reali-
zacion respecto de los dioses, sino que
también lo es respecto de las cosas. Asi,
cabe recordar la extrafia cita que trae
Plinius acerca de una de las disposicio-
nes de la ley de las XII Tablas: “Qui
malum carmen incantassit.. .” (Quien
por medio de un cantico maligno en-
(24) Iustissima Tellus, en ITustitia, Bs. Aires,
eno I, n? 3, pp. 51-68.
31cantara...) (*), la cual luego nos
aclara debidamente Séneca, se entien-
de en el sentido de una prohibicién 1e-
gal respecto de aquéllos que por medio
de férmulas magicas echaran a perder
las cosechas ajenas(**). Ademas, es
creencia cierta entre los primitivos Ro-
manos que proferidas ciertas palabras
se puede hacer caer un rayo del cie-
lo(*"), lo mismo que por medio de una
(25) Plin., Hist. nat., 28, 2, 10-17; Tab. VIM,
25? (Textes, Girard, 4* ed., p. 20); Bruns, Fontes, ta
coloca en el n? 1.
(26) Cfme. Séneca, Q. N., 4, 7, 2: “et apud nos
in XII tabulis cavetur, ne quis alienos fructus excan-
tassit: rudis adhuc antiquitas credebat et attrahi can-
tibus imbres et repelli, quorum nihil posse fieri tam
palam est, ut huius rei causa nullius philosophi schola
intranda sit” (Y entre nosotros se castigé en la ley
de las XII Tablas a quienes mediante encantamien-
tos echaran a perder cosechas ajenas. Creia la ruda
antigiiedad que mediante cdnticos se atraian y repe-
lian las Muvias. Tan evidente es que nada de esto
puede ocurrir, que para saberlo no hay ninguna nece-
sidad de entrar en la escuela de ningin filésofo. In-
teresante es también la disposicién del Cédigo (10,
15) donde se pena al que recurre a artes magicas
para hallar un tesoro —“ac puniendis sacrificiis aut
alia qualibet arte legibus odiosa”—, entre las cuales
debieron existir f6rmulas verbales a tales efectos.
(27) Cfme, Plin., H. N., XXVIII, 3 (II). En I,
53-54, cita el caso de Numa, quien poseia este poder
32
simple oracion de las Vestales se puede
detener a los esclavos fugitivos y mas
aun el mismo Plinius se cuestiona se-
riamente acerca del poder de las fér-
mulas orales para curar una enferme-
dad(**).
Por ultimo, también la éivayusde la
palabra opera sobre el hombre. Quien
da su palabra de hacer o dejar hacer
algo, esta revelandose a si mismo, esto
es pronunciandose esencialmente. El
ejemplo mas Hamativo —que incluso
motivé la admiracién del mismo San
Agustin(**) fue el del jefe del ejército
Romano Marco Atilio Régulo, quien
habiendo sido tomado prisionero por los
cartagineses, fue enviado a Roma a
efectos de convencer a sus compatriotas
respecto de la conveniencia de un cam-
bio de prisioneros propuesto por los
—segiin Lucio Pisén—, habiéndolo ejercido :ambién
el rey Tullius Hostilius, quien al errar el procedi-
miento dirigié mal la corriente del rayo y :ayé ful-
minado.
(28) Cfme. Plin., H. N., 28, 2.
(29) Cfme. S. Agustin, De civ. Dei, 1, 15, 1.
33.pinicos. Pero previamente sus :apto-
res lo obligaron a dar su palabra jura-
mentada de que debia volver a Cartago
luego de cumplido su cometido. Marco
Atilio Régulo fue a Roma —con la pa-
labra dada pesando sobre su ser— y con-
vencido de lo que resultaba mejor para
la salud de su patria, persuadié al Se-
nado de lo contrario de lo que deseaban
sus enemigos. Y hecho ello, sin que
nadie lo convenciera de quedarse jun-
to a los suyos, fue é1 mismo quien vol-
vié a Cartago cumpliendo lo que habia
jurado. Su figura se yergue, pues, para-
digmatica respecto del hombre de pala-
bra. Al darla, entregé su honor, su pro-
pia esencia de hombre, esto es del ser
especifico que se llamé Marco Atilio
Régulo. Vertida la f6rmula juramenta-
da, ésta se retrovierte dinamicamente
sobre é1 mismo, desde que la objetivi-
dad de su realidad espiritual lo esta
obligando a cumplir lo prometido. El
hecho de hacer lo contrario lo des-hon-
tafia, y mas ain lo des-esencializaria,
aniquilando su propio ser espiritual. Por
34
ello es que prefirié el cruel tormento a
que se lo sometié y al cual se entrego
como sacrificio por la palabra dada a
los dioses (*°).
(30) “Porque metiéronle en un estrecho made-
ro, donde por fuerza habia de estar de pie, traspasado
por todas partes de clavos agudisimos, de tal forma
que no podia inclinarse hacia parte alguna sin dolores
atrocisimos y acabaron con él a fuerza de vigilias”
(S. Agustin, op. y loc. cits.).
35IV
Todo lo que hemos venido diciendo
sobre la esencia de la palabra en cuan-
to a su poder de descubrir el misterio
de las cosas, asi como también las mues-
tras eficientes de la 3ivzu:¢del verbum
proferido, conforman un trasfondo vi-
vencial que nos resulta imprescindible
para comprender el alto valor dado a la
palabra juridica en Roma. Asi, la profe-
Tici6n solemne de la férmula juridica
es principalmente la nuncupatio, y el
analisis de la misma nos descubrira que
no se trata sino de uno aplicacién mas
de cuanto hemos ya analizado.
Lo primero que sorprende al jurista
cuando investiga la palabra nuncupatio,
es que se la encuentra aplicada a la
ciencia de los augures, con un significa-
do ambivalente puesto que hace refe-
37rencia a una férmula sacra y al mismo
tiempo otorga a ésta el valor de ley.
Servius(™) nos recuerda que “legum
dictio autem est cum condicio ipsius
augurii certa nuncupatione verborum
dicitur’ (Se dice que hay legum dictio
cuando las condiciones del augurio son
mostradas por la nuncupatio certa de
las palabras). A su vez, el texto mas
antiguo que conservamos de este voca-
blo en la ciencia juridica es la vieia
norma de la ley de las XII Tablas(*):
“Cum nexum faciet mancipiumque uti
lingua nuncupassit, ita ius esto” (Lo
que yo usando la lengua nuncupara,
cuando haga el nexurm y el mancipium,
que ésto sea derecho). Y ya hay algo
que debemos dejar remarcado en esta
interpretacién de ius y fas, que aparece
coincidente en ambas citas: la pala-
bra humana pronunciada de acuerdo
a un determinado ritual tiene valor de
ley.
(31) Servius, ad Aen, III, 8, 9.
(32) Cfme. Girard, Textes, 4éme. ed., p. 15
(Tab. VI, 1). Ver Festus, v? Nuncupata; Cic., De
otra., I, 57, 245; Paulus, Frag. Vat., 50.
38
Los autores no hablan en principio
sino de tres nuncupationes: 1°) la que
ocurre en la mancipatio, que determina
la transmisién de la propiedad ex iure
Quiritium del objeto transmitido(*), a
la cual Cicerén calificara de lex manci-
pii(™*); 2°) la que ocurre en el nexum,
que ocasiona la situacién de ob-ligatus
respecto de quien la pronuncié(™) y
3°) la que ocurre en el testamento “per
aes et libram’, donde la diccién de la
férmula producira el efecto de la insti-
(33) Cfme. Gaius, Insts., I, 119: “El procedi-
miento es asi: en presencia de no menos cinco testi-
gos ciudadanos romanos piiberes y de un otro de la
misma condicién que debe sostener una balanza de
bronce y el Iamado «libripens», aquel que recibe «in
mancipio», teniendo la cosa dice: (Hun ego hominem ex iure Qui-
ritium meum esse aio isque mihi emptus esto hoc aere
aeneaque libra), Luego golpea con el cobre la ba-
lanza y se lo da a aquel de quien recibe «in manci-
Pio» como si fuera el precio”.
(34) Cfme. Cicer., de officiis, III, 16, 65.
(35) Ei nexum representa la forma mas vieja
de obligarse en Roma; es un acto solemne que ul
igual que la mancipatio es un acto per aes et libram,
variando solamente las palabras de la nuncupatio,
que debian ser adecuadas al fin querido, esto es, la
obligatio.
39tucién de heredero(*"). Pero si bien en
los textos no aparecen mas especifica-
ciones de nuncupationes, lo cierto es
que —siempre y cuando admitamos
que esa denominacién adquiere un va-
Jor genérico respecto de la profericién
solemne de la férmula juridica(*” )—
podemos hablar de otras mas, y deci-
mos esto concretamente respecto de las
vindicationes, tales como las que ocu-
tren en la legis actio per sacramen-
tum(*), en la “in iure cessio(*’), en el
(36) Cfme. Gaius, Insts. Il, 104. La formula
era ésta: “... el testador, teniendo las tablas del tes-
tamento dice asi: «De acuerdo con lo que est4 es-
crito en estas tablas y en esta cera, yo doy, lego y
testo, y por lo tanto yosotros, Quirites, dadme testi-
monio de ello» (Haec ita, ut in his tabulis cerisque
scripta sunt, ita do ita lego ita testor itaque vos, Qui-
rites, testimonium mihi perhibetote)”.
(37) Cfme. P. Noailles, Du droit sacré au droit
civil, Paris, Rec, Sirey, 1949, p. 301, autor al cual
seguimos en esta parte.
(38) Para el caso de una actio in rem respecto
del dominio de un esclavo, “aquel que hacia la “vin-
dicatio” tenia la varita (festuca); luego aprehendia
la cosa, por ejemplo el esclavo, y decia asi: «Yo digo
que este esclavo es mio de acuerdo con el derecho
de los Quirites, Segiin su causa, como lo he dicho, he
aqui que te he impuesto la vindicta» (Hunc 2g0 dixi
ecce tibi vindictam imposui), y al mismo tiempo co-
Jocaba Ia varita sobre el esclavo, Su adversario de-
cia y hacia lo mismo” (Gaius, Insts., IV, 16).
(39) “La in jure cessio tiene lugar de la ma-
40
legado per vindicationem(*"), todas
ellas formulas nuncupativas que afir-
man un derecho o que obligan, y ade-
mas en la vindicatio del adsertor liber-
tatis(‘'), en la manumissio per vindic-
nera siguiente: ante el magistrado del pueblo Ro-
mano, por ejemplo ante el pretor (o ante el gober-
nador de provincia) aquél a quien diga la cosa es
cedida “in iure”, teniendo la cosa en la mano dice
asi: “Yo digo que este esclavo es mio de acuerdo
con el derecho de los Quirites” (Hunc ego hominem
ex iure Quiritium meum esse aio). En seguida, des-
pués que éste ha hecho su “vindicatio”, el pretor
pregunta a aquél que cede si hace la “contra-vin-
dicatio”; si el niega o se calla, el pretor efectéia ia
“addictio” de la cosa a aquél que ha hecho la “vin-
dicatio”. Cime, Gaius, Insts., I, 24.
(40) “Se lega «per vindicationem» de este mo-
do: “«Doy, lego a Titius —por ejemplo— mi escla-
ve Stichus» (Titio v. gr. hominem Stichum do Ie-
go) ...” Cfime. Gaius, Insts., TI, 193. Ver P. Noai-
Nes, op. cit., ps. 59-62.
(41) Se trata ac4 del caso de una rei vindicatio
de un esclavo, cuando la contraparte (adsertor liber-
fatis) defiende la libertad del mismo. La férmula
seria asi: “Hunc ego hominem liberali causa ex iure
Quinritium manu adsero” (Yo pongo la mano al
mismo tiempo que ta sobre este esclavo por causa
de libertad —es decir porque es libre—); cfme.
Plautus (Poenulus, v. 905, 964, 1102; Curculio, v.
491, 668, 709); Terencio (Adelph, v. 119); Cicer.
pro Piacco, 17, 40); Marcial (Epigr., I, 15, 8).
41tam(*) y en la vindicatio del vin-
dex(*), todas ellas férmulas libera-
torias.
Hay una primera circunstancia que
debemos analizar: en el Ambito juridico
de estas formulas, no resulta valida la
profericién de cualquier palabra, sino
que éstas quedan siempre pre-estable-
cidas; de ahi la repeticién constante de
los textos de que se tratan de “certa et
solemnia verba”. La precisién en las pa-
labras determina la eficacia de las for-
mulas, siendo el ejemplo mas caracte-
ristico el mencionado por Gaius respec-
(42) Cfme. Festus, v? Manumitti: “Manumitti
servus dicebatur quum dominus ejus, aut caput ejus-
dem servi aut aliquid membrum tenens, dicebat:
Hunc hominem liberum esse volo et mittebat eum
e@ manu” (Se decia que un esclavo era manumitido
cuando su “dominus”, teniendo su cabeza o algén
otro miembro decia: “Quiero que este hombre sea
libre” y lo liberaba de su mano). Luego, se estilard
que uno de los lictores obrando como adsertor liber-
tatis realice el gesto, teniéndose como dichas a las
verba sollemnia (Dig. 40, 2, 23).
(43) El vindex era el tercero que intervenia en
la manus iniectio, liberando al iudicatus (ver Gaius,
Insts., IV, 21 y s3.). Festus, v? Vindicia: “Vindex ab
eo quod vindicat quominus is qui prensus est ab
aliquo teneatur” (Vindex por aquél que hace la vindi-
catio a fin de que quien esta preso de alguien que-
de liberado).
42
to de las “legis actiones”, donde nadie
puede errar en la invocacién de los vo-
cablos: asi, por ejemplo, “si alguien ac-
cionase por el corte de vides y nombra-
se la palabra “vides” (vites) en la ac-
cién, por esta denominacién ha perdido
el pleito, puesto que quien accionaba
deberia haber nombrado la palabra “ar-
boles” (arbores) ya que la ley de las
XII Tablas, sobre la cual reposa esta
accién por corte de vides, habla de
una manera general de Arboles cor-
tados” (**),
cA qué se debe esto? El mismo Gaius
—que escribe en una época en la cual
los principios primigenios estan obscu-
recidos— caracteriza al procedimiento
de odioso(*). Sin embargo, la funda-
mentacién que el docente Romano pa-
rece ignorar, fluye nitidamente de los
(44) Cfme. Gaius, Insts., IV, 11. La accién pre-
vista en la ley de las XII Tablas es la actio de
arboribus succisis (Tab, VIII, 11; Girard, Textes 19).
(45) Cfme. Gaius, Insts, IV, 30: “Pero todas
estas «legis actiones» se volvieron odiosas en forma
paulatina, pues a causa de la precisién exagerada de
los antiguos que en ese entonces crearon estos dere-
chos, llegé esto a tal punto que el menor error hacia
perder la litis”.
43caracteres que anteriormente hemos
explicado respecto de la profericién del
verbum. Denotamos, en efecto, la par-
ticularidad meticulosamente enfatica
con que el hombre Romano enuncia en
las oraciones sagradas el nombre exac-
to del dios invocado, puesto que el no-
men debe corresponder exactamente al
numen. Y debemos agregar también
que esa misma escrupulosidad debia
observarse en la diccién de todas las
palabras que componian la oracion. Asi
como el nomen dei descubre el numen,
del mismo modo sdlo el pronuncia-
miento de palabras determinadas y so-
lemnes puede mover la voluntad de los
dioses en el sentido querido. En una
oportunidad, una imprecacién ha sido
elevada a una divinidad solicitandole
un favor gracioso y la misma resulto
eficaz por cuanto la gracia se obtuvo.
En consecuencia, para volver a obt:
nerla en otra oportunidad se torna ne-
cesario repetirla exactamente igual, sin
cambiar un solo vocablo, pues de lo
contrario la experiencia resultaria int-
til. Por ello se tomaban todo género de
44
precauciones para no errar en el mo-
mento de la profericién: un hombre
pronuncia la formula que lee sobre el
ritual, otro a su lado se encarga de ir
siguiendo la diccién correcta de todas
y cada una de las palabras y un tercero
que esta encargado de hacer observar
silencio, ejecuta suavemente una melo-
dia en la flauta para que ninguna otra
palabra o ruido sea escuchado, evitando
el rumor profano que pudiera sumarse
al acto ritual(**).
En el caso concreto del “sacramen-
tum”, no hace sino cumplir con la regla
religiosa de la escrupulosidad. Sabido
es que en las Jegis actiones, el juicio 0
sea la resolucién del diferendo estaba
precedido del juego de una serie de ri-
tos consistentes en palabras y gestos
que formaban la legis actio propiamen-
te dicha y lo mas nutritivo del procedi-
(46) Cfme. Plin, H. N., XXVIU, 3 (2): “vidi-
musque certis precationibus obsecrasse summos ma-
éistratus. Et ne quid verborum praetereatur, aut
praeposterum dicatur, de scripto praeire aliqguem:
rursusque alium custodem dari qui attendat, alium
vero praeponi, qui faveri linguis jubeat: tibicinem
canere, ne quid aliud exauditur”.
45miento, los cuales comportaban un acto
teatral con netos ribetes religiosos(‘").
En la mas antigua de estas acciones,
que fue la legis actio per sacramentum,
ambas partes concurren ante el ma-
gistrado —en la Roma primitiva ante
el rex—— y recitan cada una de ellas una
vindicatio, y comprobado el diferendo
existente deciden hacer intervenir la
voluntad divina para que ésta dirima
la cuestién, para lo cual cada uno
de los litigantes provoca al contrario
a presentar un sacrificio —en esto
consiste el sacramentum— que deter-
minara segtin sea su resultado la di-
lucidacién de la litis. Se conjetura
incluso al respecto que la decisién
era hecha averiguando la voluntad di-
vina en las entrafias de los animales
ofrecidos en los sacrificios propiciato-
rios, determinando el rex sacrificulus o
rex sacrorum cual era el sacramentum
iustum y cual el sacramentum inius-
tum(**). Comprendemos entonces por
(47) Ver P. Noailles, 0b. cit., sobre todo cap. IV:
Justice privée ou manifestations rituelles?
(48) Sobre el sacramentum se han dado varias
46
qué las partes no pueden errar en cuan-
to a las formulas pronunciadas, ya que
la correcta expresién de las mismas sig-
nificaba la eficacia del requerimiento.
Equivocarse en cuanto a la mencién de
un nomen es elegir una via no correcta
para dirigirse al numen; decir “vites”
en lugar de “arbores” es quitar eficacia
al poder enunciativo del verbum, y por
ello resulta claro que quien accionaba
asi perdia el pleito. Cada palabra era
un talisman que abria el acceso a las
esencias y éstas debian estar correcta-
mente proferidas(*).
interpretaciones, Seguimos aca la linea de H. Lévy-
Bruhl, Quelques problémes sur le tres ancien droit
Romain (1934), p. 171 y ss.; Recherches sur les Ac-
tions de Ia Loi, Sirey, 1960, p. 23 y ss.; Noailles, ob.
cit. p. 72 y ss.; Fas et Jus, Les Belles Lettres, 1948,
Pp. 45 y ss.; Monier, Manuel, 5* ed., 1945, p. 141.
Ver resumen de la cuestién en nuestra traduccién
de Gaius, Institutas, La Plata, 1967, Lib. Juridica, IV,
notas 14 y 16,
(49) “No habr4 nadie que comprenda, por ejem-
plo, al jurisconsuito de la vieja Roma con aquel
apego obstinado a los textos, que caracterizé su pro-
fesién durante tantos siglos, y su método de encajar
n férmulas inflexibles, método que, hasta hace poco,
no ha desaparecido de Inglaterra, si no se le repre-
senta como habiendo sido sacerdote o pontifice” (H.
Summer Maine, El antiguo derecho y Ia costumbre
47Se ve, pues, a través de esto que la
3uvaut¢ de la palabra es algo bien con-
creto, de tal modo que el verbum era
para el Romano algo mas que el mero
vestido de las cosas, para pasar a ser
directamente el corpus de la objetivi-
dad enunciada. Pensemos a este res-
pecto en la existencia de los contractus
verbis existentes en el Derecho Roma-
no. Los hombres, por la mera diccién
de palabras predeterminadas se encon-
traban ob-ligados. En las formulas de
la stipulatio, el mas vulgar y usado de
los contratos, bastaba que alguien pre-
guntara: “Promittis. ..P y la otra res-
pondiera “Promitto”’, para que entre
ambas naciera un ligamen juridico(),
es decir una ob-ligatio, un “iuris vin-
culum quo necessitate adstringitur ali-
cuius solvendae rei, secundum nostrae
civitatis iura’(™).
Y adn hay aqui un detalle curioso,
ya que el hecho de que el verbum tie-
primitiva, Madrid, La Espafia Moderna, s/f., ps.
29-30).
(50) Cfme. Gaius, Insts. III, 92 y ss.
(51) Cfme. Insts. Justin., HI, 13, pr.
48
ne de por si la fuerza y potestad de ob-
ligar a los hombres adquiere una espe-
cial dimension cuando se trataba de la
“sponsio”. Gaius nos dice que se trata
de una forma de contraer una obliga-
cién “propia civium Romanorum”, ya
que las formulas empleadas: “Dari
spondes...?” y “Spondeo”, solamen-
te podian ser pronunciadas por los ciu-
dadanos Romanos(*). Pero esta curio-
sidad juridica, repetida al correr las li-
neas de los manuales, no hace sino
plantearnos el enigma del por qué. Y la
explicacién la tenemos precisamente en
cuanto configuramos a esas férmulas co-
mo certa et solemnia verba, que por
ello s6lo podian ser proferidas por aqué-
Ios que comprendieran la solemne ex-
presién religiosa de las mismas. Segiin
Festus (°°), la palabra sponsio deri-
va etimologicamente del griego sxavéy,
y segin otro de crévéw, derivados a su
vez de la raiz sanscrita spand (pata
(52) Cfme. Gaius, Ins¢s., III, 93.
(53) Cfme. Festus, v? spondere.
49otros, skand) (*), significando el acto
de la libacién, o de verter vino. Tam-
bién, Dionisio de Halicarnaso nos na-
rra que en el antiguo derecho Ios pactos
se hacian ante el altar mayor de Hér-
cules, por medio de un juramento y de
una ofrenda(**), de tal modo entonces
que todo indica que el contrato primi-
tivo se celebraba en una libacién ver-
tida sobre dicho altar; resulta entonces
valido traducir la voz interrogativa
“Spondes...?” por la parafrasis grafi-
ca “Viertes tt la libacién sobre el ara
de Hércules y por ello te comprome-
tes?”, lo cual era seguida de la respues-
ta “Spondeo” que reflejaba la afirma-
cién respectiva. Todo esto revela que
en este caso particular estamos en pre-
sencia de una manera antiquisima de
obligarse, envuelta en un halo iniciati-
co, de la cual solo podian usar aquéllos
que estaban realmente imbuidos de su
significado. Las palabras empleadas no
(54) Cfme. A. Zocco Rossa, v? Sponsio, en
Dig. Italiano, vol. XXII, parte primera, p. 470,
(55) Dion. Halic., I, 40; cfme. Miada, III, 245 y
as; Aeneida, XII, 13; 118 y ss; 170 y ss.
50
son sino una altisimo calificacién de
certa et solemnia verba.
Y completemos esta ejemplificacién
de la fuerza dinamica del verbum iuris
con otro caso del antiguo derecho quiri-
tario. En la época de las legis actiones
el procedimiento se iniciaba con la ce-
remonia de la in ius vocatio. El que
conminaba a otro a concurrir ante 2l
magistrado lo debia hacer por medio
de una formula solemne: “in ius te vo-
co” (te conmino en derecho a que con-
curras) o “ambula in ius” (marcha ti
ante la justicia) (°°), de tal modo que
si el otro no concurria o se demoraba,
podia poner sobre él la manus(*"), y si
estaba enfermo, o es un anciano o por
cualquier otro defecto no puede cami-
nar, se le debe dar un jumento o ser
transportado en una litera apropiada al
enfermo (arcera) (°°). Todo parece in-
(56) Cfme. Plautus, Persa, 4, 9, 8 y ss.
(57) Cfime. Ley XII Tablas, I, 1/2. (Girard,
Textes, p. 12). P. Noailles, ob. cit., ps, 132-135, pien-
sa que se trata de una verdadera legis actio: la
manus iniectio vocati.
(58) Cfme. Ley XII Tablas, I, 3 (Girard, ob. y
loc. cits.); Aul. Gell, XX, 1, 25 y ss.
51dicar que se pudiera tratar de un proce-
dimiento de utilizacién de la mera fuer-
za fisica, a fin de que aquél que no qui-
siese concurrir a iniciar el procedimien-
to fuera llevado ejerciendo sobre él !a
energia de los brazos. Pero analizando
cautamente las circunstancias, veremos
que si existe la fuerza fisica ella esta al
servicio de una fuerza ritual, que ocupa
mas que aquéllas el centro del acto con-
minativo, y que emana de la pronuncia-
cién de las palabras de la f6rmula. Ima-
ginémonos en aquella Roma solemne la
importancia que debia adquirir el he-
cho de que alguien detuviera a otro en
plena via pablica y le profiriera la in-
timacién juridica. El que las oia se
debia sentir coaccionado por el solo he-
cho de escucharlas sin osar oponer la
mas minima resistencia fisica, puesto
que ello seria algo asi como interrum-
pir el suceder de un ritual religioso. Si
no lo entendemos asi ¢c6mo podriamos
explicar en la situacién planteada por
Tito Livio(*™) que el viejo usurero pue-
(59) Conf, Tito Livio, VI, 14.
52
de ejercer violencia sobre el joven y
robusto centurién, si no entendiéramos
que la fuerza de aquél reside en la que
emana de las palabras sacramentales
que han pronunciado?
Pero aparte del preciso detalle de los
“certa et solemnia verba” existentes 2n
la nuncupatio, hay otra circunstancia
que debe también destacarse: el ritual
de las palabras va siempre acompafia-
do del ritual de un gesto, consistente
en que el que las pronuncia debe tener
en su mano la cosa (rem tenens) a la
cual se hace referencia en la formula.
Asi en el momento de proferir la nun-
cupatio de la mancipatio debe tener en
su mano la cosa transmitida, o en el
caso del testamentum per aes et libram,
las tablas del mismo, o en la vindicta,
se debe tocar al esclavo que se manu-
mite, o en la vindicatio y contra-vindi-
catio de la legis actio per sacramentum
in rem, cada uno de los litigantes debe
tocar con la festuca el objeto reivindi-
cado. Y bien, si respecto de la presen-
cia de los “certa et solemnia verba” ano-
tamos su caracter derivativo de lo reli-
53gioso en cuanto que las palabras em-
pleadas deben ser solamente aquéllas
que resultan eficientes para el caso de-
terminado, respecto del gesto manual
del “rem tenens” encontramos también
su explicacién en la religi6n romana.
Cuando el alto magistrado de la ciudad,
asistido del pontifex dedicaba una cons-
truccién como templo de una divini-
dad, no solamente debia pronunciar la
lex dedicationis, sino que al mismo
tiempo debia tocar las maderas de la
puerta del templo(®). Cuando el augur
pronuncia las palabras correspondien-
tes a su acto, debe tocar las entrafias de
los animales propuestos. Cuando el im-
perator quiere dedicar a Jupiter y a
los Manes el ejército enemigo y pronun-
cia el nombre de la diosa Tellus, toca
con sus manos la tierra; cuando pro-
nuncia el nombre de Jipiter, levanta
sus manos y su vista al cielo(™). En
(60) Cfme. Servius, ad Georg, III, 16: “Nam
qui templum dicabat postem tenes dare se dicebat
aumini” (Pues aquél que dedicaba el templo tenien-
do la hoja de la puerta decia d4rsela a la divi-
nidad).
(61) Cfme. Macrob., Saturn., III, 9, 12.
54
esto se ve una remarcacidn asertiva del
nomen proferido, en el sentido de que
el mismo se refiere concretamente a es-
te numen determinado y sdlo a éste, que
habita la cosa que se toca o se mira.
Se desprende de todo esto que para
el Romano no es suficiente la solemne
Pronunciaci6n de la nuncupatio, que ya
de por si sola resultaria eficazmente ca-
paz dada la indole de los “certa et solem-
nia verba’, sino que es necesario el otro
gesto ritual, el del “rem tenens”, como
una acentuaciOén mayor de la aprehen-
sién de la esencia de la cosa referida. Y
nos encontramos de nuevo en presen-
cia de una polarizacién de vocablos:
nuncupare - rem tenere, que no hace
sino recordarnos la anterior polariza-
cién que hemos analizado: nomen-nu-
men. El nomen (como instrumento efi-
caz de adentrarse en el mystferium re-
rum) se traduce juridicamente en la
nuncupatio (vocablo que deriva etimo-
légicamente descompuesto en nomen
capere —tomar el nombre(*“*)—; a su
(62) Cfme. Varro, de fing. Jat., VI, 60: “nun-
55vez, el numen (como signo revelador
del imperium majestuoso de lo divino
que habita la cosa) se corresponde juri-
dicamente con la voluntad de referencia
acerca de la significacién de la esencia
del objeto juridico enunciado). Y vol-
vemos con ello —despojando los voca-
blos de sus meras circunstanciaciones
Paganas— a lo que sefialamos en un
comienzo: el andlisis de la palabra nos
ha llevado medulosamente a tener que
concebirla como un ritual revelador de
la realidad, de tal modo que en su ope-
rar dinamico transforma la relacién de
las cosas y de los hombres. Por ello po-
seer los verba iuris es detentar un gran-
disimo poder evocativo, que los primi-
tivos Quirites significaron tal alto que
las formulas respectivas debian estar
guardadas secretamente por los celosos
Pontifices.
cupare nominare valere apparet in legibus” (surge
de las leyes que nuncupare vale tanto como nom-
brar); Gaius, Insts., TI, 104: “nuncupare est palam
nominare” (nuncupare quiere decir evidentemente
nombrar-designar ).
56
Vv
Pero atin hay mas, pues existe un
otro plano en el operar del verbum
juris: a la capacidad descubridora del
nomen (primer nivel), ala aivayss que
la palabra ejerce en la realidad juri-
dica concreta (segundo nivel) se viene
a sumar ahora la dimensién glorificante
que tiene respecto de la armonia del
cosmos. El verbum iuris es capaz de
funcionar en el nivel de la 3étz (),
esto es, capaz de proclamar la gloria
misma del orden al cual hace referen-
cia. Si la ley es la “summa ratio” que
(63) El vocablo griego g¢f tiene dos acep-
ciones: por un lado significa “opinién” (como cono-
cimiento vulgar e incierto de las cosas, opuesto a
@AnOsiz , cfme. Parménides, I, 29/30), pero ade-
57estA “insita in natura’(™), la palabra
juridica que es eminentemente ordena-
triz y armonizante, viene a sumarse a la
perfecta ordenacién de las cosas que son
su objeto.
La existencia de este nivel doxolé-
gico se denota gravemente en Roma
cuando investigamos los origenes del
concepto de ley. En efecto, retroce-
diendo en el tiempo nos encontramos
con que las normas primitivas estaban
enunciadas en carmina (canticos).
Cuando Tito Livio habla de la ley por
la cual se lo juzg6 a Horacio dice: “Lex
horrendi carminis erat” (*) y Cicerén
recuerda con sus interlocutores que
mas tiene un otro sentido menos frecuente pero ad-
misible: se trata de la opinién —no que nosotros
tenemos de las cosas—, sino la que se tiene de no-
sotros, es decir el sentido de “fama”; cfme. Kittel,
Theal. Wérterbuch, cit. por C, A. Disandro, Las
fuentes de Ia cultura, Ed. Hosteria Volante, La Pla-
ta, 1965, ps. 105/6, ,
(64) Cfme. Cicer, de Legibus, I, 18: “lex est
ratio summa, insita in natura, quae iubet ea quae
facienda sunt., prohibetque contraria” (La ley es la
razén suma, insita en la naturaleza, que nos ordena
lo que debemos hacer y nos prohibe 1o contrario).
(65) “De un c4éntico horrendo era la ley”, ab
urbe cond., I, 26.
58
cuando eran nifios aprendian la ley
de las XII Tablas como un “carmen
necessarium” (°°). Y en efecto, si nos fi-
jamos bien veremos que la redaccién de
la ley decemviral tiene caracteres muy
particulares. Sus palabras son tajantes,
justas, medidas, de tal modo que no hay
una de mas ni una de menos; con fre-
cuencia se utilizan quiasmos, anaforas y
la mayor parte de los parrafos conclu-
yen en versos adénicos, “tiltimas huellas
de los versos heroicos” (°"). No debe a
su vez, extrafiarnos la presencia de la
versificacién de los textos legales, pues
ello parece ser una generalidad comin
en las tradiciones antigiias: asi, Platén
(66) Cfme. de legib, 23, 59: “Discebamus enim
pueri XII ut carmen necessarium, quas iam nemo
discit”. (Puesto que siendo nifios aprendiamos el tex-
tode la ley de las XII Tablas como un canto neco-
sario; hoy nadie lo aprende). Contra nuestra inter-
pretacién, entre otros ver C. Lamarque, Hist, de Ja
litt. latine, Paris, 1901, p. 108, para quien “la tnica
conclusién a sacar de este pasaje es que, durante mu-
cho tiempo, se hizo aprender de memoria en Roma
a los alumnos de las escuelas la obra de los decem-
viros”, Ver sin embargo Rostagni, Hist. itt. lat. (ed.
1965) quien reconstruye incluso algunos pérrafos en
su cardcter versificado.
(67) Cfme. G. Vico, Pr. Scienza Nuova, Ul, 2,
5, n° 469,
59nos refiere que las leyes de los egipcios
fueron poemas de la diosa Isis (“*), las
leyes de Charondas, fueron segin Her-
mippus puestas en verso entre los ate-
nienses ("), y lo mismo ocurre con las
leyes de Licurgo entre los esparta-
nos (°).
La voz carmen, derivada de la raiz
sanscrita kri (de donde viene la voz
karma, de significacién paralela a nues-
tro caso) (“'), designa sobre todo una
accién ritual repetida constantemente,
que se traduce en un canto donde las
frases son entonadas de acuerdo con
reglas rigidas, porque su enunciacién
obedece a un fin determinado. En la
Roma primitiva el sentido de los cantos
a los cuales los Romanos eran tan afec-
tos respondia siempre a un afan glori-
(68) Cfme. Leyes, 657 a.
(69) Cfme. Athénée, Banquet des Sav., XIV,
eit. en Lamarre, ob. cit., p. 107.
(70) Cfme. Plut., Licurgo, 4, 2/3; Clem. Alex.,
Strom, I, p. 308.
(71) Ver R. Guenon, Symb. fondam. de la
Science sacrée, p. 78; id. Apercus sur PInitiation,
p. 119; id., Infrod. génér. a P étude des doctr. hind.,
Ed. Vega, Paris, 5? ed., ps. 185 y ss.
60
ficativo ("). Tal era la costumbre por
ejemplo, de los festines piblicos “donde
era costumbre cantar con el acompa-
Ramiento de la flauta las acciones y vir-
tudes de los grandes hombres” (™), la
de los cantos compuestos én ocasién de
la entrada triunfal de los vencedo-
tes ("*), asi como también la de las ne-
nias, es decir los cAnticos ftinebres don-
de se celebraba el elogic de los difun-
tos (), Estos canticos se unian tam-
bién de manera acompasada a los dis-
tintos trabajos que se realizaban. Asi,
la labor agricola (siega, trilla, etc.), in-
cluso los juegos de los nifios requerian
(72) Cfme. Cicer., de Oratore, III, 51, 197: “Na-
da esté en relacién intima con nuestras almas como
los ritmos y los sonidos, los cuales nos animan, nos
inflaman, nos aplacan, nos adormecen y a menudo
vuelven nuestro humor serena o triste. Este poder,
estrechamente ligado a los versos y a los cantos, me
parece que no ha sido descuidado ni por Numa, ese
rey tan cultivado, ni por nuestros antepasados, como
Jo atestiguan Jas liras y las flautas de los banquetes
solemnes, asi como los versos de los Salios”.
(73) Cfme. Cicer., Tusc., IV, 2, citando a Catén
“in Originibus”; id., I, 2.
(74) Cfme. Varro, de ling. fat., V1, 68; Horac.,
Od., I, v. 49; Tit. Liv., IV, 20.
(75) Cfime, Festus: “Nenia est carmen quod in
funere Iaudandi gratia cantatur ad tibiam’’.
61naturalmente el canto ritmico (“). Y
es precisamente la religion la que inten-
ta por estos medios musicales la sincro-
nizacién del actuar humano con la ar-
monia de la labor y de la naturaleza.
Prueba de ello es que las primeras for-
mas literarias de la antigua Roma estan
representadas por cantos enunciados
por sacerdotes: asi, los de los Fratres
Arvales y los de los Salios. Los primeros
imploraban la fecundidad de la tierra
por medio de formas ritmicas(™)
mientras que los misteriosos Salios, que
eran sacerdotes danzarines, ataviados
de purpura y de bronce, portando los
escudos rituales pretenden sumarse con
el triple redoble de sus espadas sobre
dichos escudos al canto césmico que es-
tA insito en las cosas mientras recorrian.
el] Ambito de Roma, saltando y entonan-
(76) Cfme. J. Bayet, Hist. Lit. Latina (ed.
franc, Lib. A. Colin, 1965), esp. Ed. Ariel, Bar-
celona, ps. 33 y ss.
(717) Varro, de ling. Iat., V, 85. El hombre de-
riva de arva (campos) y el culto se celebra en el
templo de Ja divinidad agricola Dea Dia, el cual es-
taba rodeado de un bosque sagrado y situado a cinco
millas de Roma. Para el texto de sus cantos ritmi-
cos, ver C. Lamarre, ob. cit., ps. 54 y ss.
62
me ate
do himnos antiquisimos (“*). No puede
sorprender entonces, dentro de esta
cosmovisién del Romano primitivo, que
los Indigitamenta fueran recitados en
forma ritmica ("°), que los ordculos fue-
ran dados en versos (*°) y que las leyes
estuvieran contenidas en carmina.
¢Por qué esa forma y no otra? La ex-
plicacién cabe ser hallada en el nivel
doxolégico de manifestacién. El fondo
tiranico —por ejernplo— al cual ya hi-
(78) Los Salios se Mamaban esi porque aparte
de los canticos que se empleaban, realizaban los ri-
tos por medio de danzas; cfme. Varro, de ling. Iat.,
V. 85: “Salii ab salitando” (se Waman Salios de
salitare: danzar, saltar); Ovid., Fast., TH, 387: “A
saliu nomina ducunt” (Toman el nombre por los sal-
tos o danzas). En Plut., Numa, 13, 1 y ss. se lee que
el origen de los mismos se remonta a un escudo de
bronce que cay6 milagrosamente del cielo a las manos
de Numa, siendo réplicas del mismo los que utiliza-
ban estos sacerdotes.
(79) Cfme. C. Lamarre, ob. cit. p. 54,
(80) La forma ritmica de las profecias y oracu-
los debié ser de ascendencia etrusca; ver C. Lama-
tre, ob. cit. p. 50. Recuérdese que Carmenta, la pro-
fetisa cuyos dones maravillaron a las gentes del La-
cio (Tit. Liv., I, 7), aparece en su nombre vinculada
alos cdnticos (carmina) y que Picus, que la leyenda
representa como el pajaro profético de Marte (Virg,,
Aon, VII, 190) esté en su simbolismo adecuado a un
ave canora reveladora de verdades (Plut,, Nuzna, 15,
3 y ss.)
63cimos referencia, de las palabras que
conservamos de la ley decemviral, con
una supremacia neta de substantivos y
verbos y rareza de adjetivos, entonado
de una manera especial pretende un or-
den de significacién ritmica que trans-
parente el orden césmico al cual se su-
ma glorificandolo (1). Para compren-
der esto nos tenemos que adentrar en
el alma de los pueblos tradicionales in-
doeuropeos, donde la nocién de Dere-
cho, de Ley y de Justicia adquiere siem-
pre una significacién césmica. Asi entre
los egipcios estuvo vigente ia nocién de
Maat, que se considera como la Verdad
o la Justicia, la cual configuraba divi-
namente la idea del orden que debe
reinar en el universo y que engloba tan-
to el concepto del orden social como
(81) Sobre celebracién de textos como forma
doxolégica, en los pueblos indoeuropeos, ver R.
Schwab, Domaine Oriental, Hist. des litt., Enciclop.
de la Pleiade, t. I, ps. 128 y ss. En Philon (De Abra-
ham, XV) se expresa respecto de los-Caldeos: “Unien-
do las cosas de la tierra a aquéllas del cieto, ios
Caldeos nos han mostrado en la simpatia mutua de
todes las partes del universo una armonia que hace
reinar entre todas las cosas una especie de acorde
musical”,
64
también el dei ritmo de las estaciones
y el curso de los astros, de tal modo que
hacia asumir al érgano real de Egipto,
el papel de mantenedor del orden cés-
mico (*). Igualmente la encontramos
en la tradicién extremo-oriental en el
cumplimiento del Ming-Tang, que el
Emperador desarrollaba en el curso del
ciclo anual mediante una circunvolu-
cién en el sentido “solar”, ubicandose
sucesivamente en las doce estaciones
correspondientes a las doce aberturas
donde promulgaba las ordenanzas (yue
ling) que convenian a los doce me-
ses ("). La misma nocién de dharma
(82) Cfme, P. Derchain, Le réle du roi d’
Egypte dans le maintien de lordre cosmique, en
Le Pouvoir et le Sacré, Univ. Libre de Bruxelles,
1962, ps. 61 y ss, y la bibliografia por é1 citada, sobre
todo Henry Frankfort, Kingship and the Gods, Chi-
cago, 1948, lib. I, Egipto (trad, francesa. La Royau-
té et les Dieux, Payot, Paris, chap. V, pp. 98 y ss.).
(83) Cfme, R. Guénon, La Grande Triade, Ga-
limard, Paris, 1957, p. 142: “Esta circumbalacién se
efectuaba siempre con retorno al centro, marcando
el medio del afio —que se situaba en el equinoccio de
otofie cuando el afio comenzaba en el equinocie de
primavera—, lo mismo que cuando visitaba el im-
perio recorria las provincias en un orden corres
pondiente y regresaba Iuego a’su residencia central”;
este sentido césmico se coordina con la idea politica
65entre los hindties, vocablo vulgarmente
traducido por ley, reconoce en su etimo-
logia su ascendencia en la raiz dhri que
significa soportar, sostener, mantener,
de tal modo que configura a dicha ley
como un principio de conservacién de
la estabilidad de la realidad manifesta-
da (*). Es dentro de un orden de cosas
paralelo que debemos ubicar la proferi-
cién de la ley en la Roma quiritaria por
del gobierno: “Los soberanos de la antigiiedad, abs-
teniéndose de toda intervencién personal, dejaban a!
Cielo obrar por ellos... Por encima del universo, el
Primer Principio influencia el cielo y la tierra, los
cuales transmiten a todos los seres esta influencia,
que se Cconvierte en el buen gobierno de los hombres,
y hace florecer los talentos y las capacidades. En
sentido inverso, toda prosperidad viene del gobierno,
cuya eficacia deriva del Principio, por el intermedia-
rio del cielo y de la tierra, Es por esto que no da-
seando nada los antiguos soberanos, el mundo esta-
ba en la abundancia; ellos no obraban y todas las
cosas se modificaban segin la norma; quedaban abis-
mados en la meditacién y el pueblo se mantenia en
orden més perfecto. Esto es lo que el adagio antiguo
resume asi: para aquél que se une a la Unidad, todo
prospera; a aquél que no tiene interés personal, atria
Jos genios le quedan sometidos” (Tchoang-Tzeu, cap.
XI, A, Les péres du systéme Taoiste, trad. L. Wieger,
Paris, 1950, p. 294/295; id. R. Guenon, ob. cit.,
p. 157).
(84) Cfme. R. Guenon, La Grande Triade, p.
197; id., Int. gen. a Pétude des doct. Hindoues, ps.
185 y ss.
66
los Pontifices. El vocablo pontifex sig-
vifica literalmente “el que hace puen-
tes” y en el caracter religioso que les
estaba asignado cumplian la funcién de
mediadores entre el orden divino y el
orden humano, esto es ellos mismos
eran “el puente” que unia el Cielo y la
Tierra (*). El flatus vocis del sacerdo-
te es algo asi como un calco de la respi-
racién del mundo, de tal modo que por
la via de los sonidos y de los ritmos se
obtiene la adicién del sublime acorde
entre el micro y el macrocosmos. El sua-
ve silbo del canto recrea la ordenacién
de las cosas en una dimensién que re-
sulta imposible por medio de la palabra
humana pronunciada vulgarmente,
puesto que la severa entonacién del
carmen produce una suerte de “encan-
tamiento césmico” (*'), que por un lado
(85) Cfme. R. Guenon, Le Grande Triade, p.
149; id., Autorité spirituaelle et pouvoir temporel,
Ed. Vega, Paris, 1964, cap. IV.
(86) El vocablo “encantamiento” est4 etimolé-
gicamente vinculado al canto, como se dencta clara-
mente en la voz castellana; en tal sentido puede ser
asimilado como el efecto del canto; lo mismo en fran-
és, “charme” reconoce su ligamen con carmen (cfme.
67expresa la dimension glorificante de la
palabra y por el otro esencializa un ali-
mento espiritual de cuya asimilacién
depende la salud de los hombres y de
las cosas (*). La ley es realmente una
melodia y debe ser enunciada como tal.
Es caracteristico y significativo que
también los griegos para denominar a
la regulacién juridica tenian una voz
que significaba ambivalentemente “ley”
y “melodia”: Nomos.
Indudablemente que buena parte de
la doctrina compuesta por los investiga-
dores que descreen de la presencia de
estas ideas en el primitivo hombre Ro-
mano, nos pueda inferir el pecado de la
conjetura imaginativa, pero ello no obs-
tante —-aparte de que no nos resuitan
satisfactorias las explicaciones dadas
por los mismos a los textos menciona-
dos— las ideas que vertimos nos ayu-
R. Guénon, Symb. fond..., p. 78; id. Aperc. sut PIni-
tiation, p. 168).
(87) Confrontar con Pindaro, Oda Pitica, I, v.
1/16, donde el poeta expresa admirablemente los efec-
tos césmicos que se realizan cuando suena la cuerda de
Ia lira, tanto en el 2mbito de los dioses, como entre fos
humanos y en los infiernos.
68
dan a comprender otros de indudable
importancia, como por ejemplo aquél
donde Cicer6én habla (*) —-tomando-
lo de Platén (*)— de la importancia
politica que hay que atribuir a la co-
trupcién de los cantos y en general de
los ritmos musicales, negando que pue-
da existir la posibilidad de un cambio
de las leyes musicales sin un cambio
correlativo de las leyes publicas. La
concordancia entre las melodias exis-
tentes en un pais dado y sus leyes juri-
dicas resulta pues, de una relacién di-
recta (°°), A una sublimacién de las for-
mas musicales corresponde una legisla-
cién mas perfecta, del mismo modo que
a una corrupcién de los cantos corres-
(88) Cfme, Cicer., de leg. II, 15, 38/39.
(89) Cfme. Plat., Leyes, III, 700; VIII, 800.
(90) La vigencia de este principio surge por de-
mas claro comparando la importante armonia que
existe entre la misica polifénica de Bach y el dere-
cho vigente en su época, la resonancia concordante
de las obras de Haydn o de Mozart con las institu-
ciones mondrquicas, o de Beethoven con el derecho
revolucionario, clarificindonos el panorama actual
donde la aparicién de formas decadentes de los
ritmos musicales corresponde a la crisis contempo-
rénea del Derecho, sobre la cual todos estén de
acuerdo,
69ponde una corrupcién gradual de las
normas de derecho, de tal manera que
“gracias al mal gusto y a las teorias de-
leznables se provocara la repentina cai-
da de todos los Estados”. Por ello es que
en la austera Lacedemonia —-para evi-
tar la corrupcién politica— se mandd
romper las cuatro cuerdas que el poeta
y compositor Timoteo de Mileto habia
agregado a las siete cuerdas tradiciona-
les de la lira ('), puesto que una inno-
vacién de los ritmos ya establecidos po-
dia traer consecuencias insospechadas
en las regulaciones juridicas.
Pero también esa funcién doxolégica
que atisbamos en la profericién de la
ley primitiva en Roma, es decir en el
crdenamiento genérico del “populus”,
la vamos a encontrar curiosamente en
el otro extremo de la actividad juridica,
esto es en el momento del pronuncia-
miento particularizado del ius, que ocu-
tre cuando el pretor —magistrado en-
cargado de administrar justicia— ad-
(91) ‘Timoteo de Mileto es del s. IV a C. Bi
niimero tradiconal de las cuerdas era de siete desde,
Terpandro (s. VII a. C.).
70
judica a alguien el derecho que le co-
rresponde.
El pretor tenia en Roma el control de
las tres palabras juridicas que resumian
su actuacién de magistrado. Esas pala-
bras, portadoras de un fecundo signifi-
cado, eran tres formas verbales: do, di-
co, addico y los autores estan de acuer-
do que las mismas estan referidas a una
vinculacién religiosa.
En efecto, Varro(*) de quien po-
seemos el mejor testimonio al respec-
to nos refiere que precisamente por
la profericién de esas palabras se
distinguen los dias fastos de los dias
nefastos: “Dias fastos son aquéllos en
los cuales esta permitido a los pretores
decir todas las palabras sin tener que
ofrecer la ofrenda expiatoria”.. . “Dias
nefastos, son aquéllos en los cuales esta
prohibido por los dioses, decir a los pre-
tores: yo doy (do), yo digo (dico), yo
(92) Varro, de ling, dat., VI, 29: “Dies fasti, per
guos praetoribus omnia verba sine piaculo licet fati”:
id. VI, 30: “...dies nefasti, per quos dies nefas
fari praetorem «do», «dicor,