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Etiología de la ansiedad
Existe una ansiedad orgánica que aparece en el momento del trauma del
nacimiento, momento en el cual el niño pasa desde un ambiente
homeostático y gratificador de todas sus necesidades, a un mundo externo
repleto de estímulos hirientes, produciéndose una brusca interrupción en la
satisfacción de sus apetencias básicas de nutrición, respiración,
temperatura adecuada, etc.
Las frustraciones inevitables, vividas como otras tantas pérdidas del objeto,
son experimentadas por el débil yo del niño como amenazas contra la vida
misma. Cuando los estímulos internos: hambre, sed, sensaciones de frío y
calor, etc., sentidos como un sufrimiento creciente, no son rápidamente
eliminados mediante la satisfacción de las correspondientes necesidades,
ya sea por ausencia del objeto materno o por otras circunstancias, el yo se
siente abrumado por la ansiedad traumática originada por su incapacidad
de resolver adecuadamente la dolorosa excitación causada por dichos
estímulos.
Más adelante, el yo aprende a anticipar el peligro que supone la situación
traumática, anticipación a la que se denomina “situación de alarma”. En ella
se genera la ansiedad de alarma, la cual impulsa al organismo a hacer todo
lo posible para evitar la instauración de la situación traumática.
La aparición de impulsos instintivos sentidos como peligrosos, por la posible
destrucción del objeto o por provocar la pérdida del amor del mismo,
desencadena la ansiedad de alarma, la cual, a su vez, pone en marcha los
mecanismos de defensa que originan los síntomas neuróticos. Las neurosis
se desarrollan a partir de los estados de ansiedad, como una
superestructura destinada a neutralizar las tensiones producidas por los
conflictos inconscientes.
Melanie Klein: Existen actitudes y fantasías de con predominio en las
primeras etapas infantiles, pero que de manera latente coexisten y
permanecen durante el resto de la vida. Estas dos posiciones son la
esquizo-paranoide y la depresiva, y a cada una de ellas corresponde una
ansiedad básica: la persecutoria y la depresiva, respectivamente.
En la fase esquizo-paranoide, predominante durante los cuatro primeros
meses de vida, el bebé siente que todo el dolor y sufrimientos provocados
por el trauma del nacimiento, así como por la pérdida de la gratificación
total de las necesidades, propia del estado intrauterino, fueron originadas
por el primer objeto (es decir, la madre que da el alimento).
Por otra parte, los impulsos destructivos del instinto de muerte,
exacerbados por la frustración de las necesidades, son proyectados
también hacia el objeto, el cual es sentido, por esta causa, como
perseguidor y agresivo. Cuanto más predominan las fantasías agresivas en
las que el bebé muerde y ataca al objeto (concretamente, el pecho materno:
masoquismo oral), más se siente perseguido y atacado por éste, que se
constituye en el prototipo de todo objeto perseguidor, interno y externo. La
relación con este primer objeto es fundamentalmente parcial, puesto que el
niño no tiene aun capacidad para conocer a la madre como objeto total.
Al mismo tiempo, las vivencias de satisfacción de las necesidades
estimulan, en el bebé, los impulsos libidinales dirigidos hacia el objeto, de
manera que éste es sentido a la vez como «bueno)) y como «malo»,
respectivamente, en la medida en que gratifica y en la medida en que sea
cual fuere la actuación de la madre, es experimentado por el niño como la
fuente de su frustración. Uno de los más primitivos mecanismos de defensa
utilizados por el débil yo del niño, ante la ansiedad provocada por las
frustraciones y por los instintos de muerte, es el mecanismo de escisión
dentro de sí mismo y en relación con el objeto, gracias al se produce la
disociación entre objeto bueno y objeto malo a que me he referido.
El bebé proyecta sus impulsos amorosos y los atribuye al objeto gratificador
(«bueno»), y también, por proyección de ellos, atribuye sus impulsos
agresivos al objeto frustrador («malo»). Coexiste asimismo un proceso de
introyección, a través del cual estos dos objetos, bueno y malo, son
internalizados formando el núcleo del superyó.
A partir de los cuatro primeros meses de vida aproximadamente, se inicia el
predominio de la posición depresiva. En ella, los aspectos bueno y malo,
amado y odiado del objeto se integran. Melanie Klein la considera como la
posición central del desarrollo infantil. Cuando el yo ha podido introyectar a
su objeto como un todo, es cuando también es capaz de sentir que éste ha
sido atacado y destruido, en su fantasía, por los impulsos agresivos
dirigidos contra él; impulsos agresivos que aún persisten, puesto que en
esta época de la vida el sadismo se encuentra en todo su apogeo.
Por otra parte, la introyección del objeto total, mediante la cual el niño trata
de asimilar al objeto amado, es sentida también como una forma de
destrucción de éste, dada la importancia de los impulsos sádicos orales y la
íntima conexión, en este periodo, entre comer y destruir. A causa de todo
ello, el niño se enfrenta con la pérdida del objeto amado, de quien depende
su vida, lo cual da lugar a la ansiedad depresiva y a los fuertes sentimientos
de culpa que caracterizan esta posición.
Aun cuando continúa el mecanismo de escisión o disociación como defensa
contra la ansiedad, de forma que el objeto queda dividido ahora en objeto
vivo y objeto dañado o muerto, el yo experimenta un proceso de integración
equivalente al del objeto, gracias al cual el conflicto entre el amor y el odio
se hace para el niño más evidente e intenso.
Los ataques dirigidos hacia la madre internalizada son también sentidos
como ataques contra la madre externa, por lo que el niño necesita la
presencia de la madre real para asegurarse de que ésta no ha muerto o no
se ha convertido en mala a causa de los ataques destructivos dirigidos
contra ella. En ambos casos significan para él que ha perdido a su madre,
el temor a la pérdida del objeto bueno internalizado se transforma en una
fuente perpetua de ansiedad, por miedo a que la madre real muera.
Por otra parte, cualquier experiencia que sugiera la pérdida del objeto
amado real estimula también el temor de perder el internalizado. A su vez,
la ansiedad depresiva y los sentimientos de culpa por el temor de haber
destruido el objeto amado dan lugar a los impulsos reparatorios, de cuyo
buen desarrollo depende la superación de las ansiedades persecutoria y
depresiva, así como la posibilidad de establecer una productiva relación
amorosa con los objetos internalizados.
Lo que mueve al desarrollo neurótico de angustia es el conflicto
inconsciente entre un deseo tenido por prohibido por una parte y el
sentimiento de culpa y amenaza por otra parte. Desde este punto de vista el
individuo se mueve entre la tendencia a satisfacer el deseo y la inhibición
del mismo. Esto se llama en psicología “ambivalencia”.
Los objetos internos procedentes de los primeros años de nuestra vida (es
evidente que la madre es el principal y mas significativo) formaron parte de
las primeras interacciones y “representaciones de objeto” que constituyeron
funciones del YO, las cuales contribuyeron a generar la autoestima o no, en
la medida en que predominó el sentimiento de capacidad o el de
incapacidad. Esas “representaciones de objeto” junto con las
“representaciones del “SELF”, actúan dirigiendo o marcando la conducta de
la persona, siendo la principal como dijimos mas arriba, la “representación u
objeto interno –madre-” (recordemos que conlleva la relación e interacción
con esta, la forma en que se troqueló esta relación y los sentimientos que
surgieron en el seno de tal relación). O sea que aprendemos de nuestras
primeras experiencias en las interacciones con las personas significativas
que nos rodearon, y consigo mismo. Si determinadas situaciones se
vivieron como peligrosas o dañinas, posteriormente este tipo de situaciones
así troqueladas generarán angustia o bien conductas de evitación
automáticas tan eficaces que ni siquiera se acompañan de afecto o
emoción alguna. Todas las competencias o capacidades básicas del niño
se ponen a prueba en las relaciones interpersonales tempranas y lo que
entonces tenía un matiz libidinal, ahora de adulto será emocional.
Incluso puede ocurrir que haya personas que con tales rasgos de
personalidad no hayan tenido aún trastorno alguno de angustia o que nunca
lleguen a tenerlo, pero tienen una estructura de personalidad que se llama
“fóbica”. Se trata de personas que tienen lo que podríamos llamar una
“melladura” en su YO la cual, tuvo lugar en la relación con su madre
durante una época critica en el desarrollo del YO. En unos casos, cuando el
niño empezaba a tener habilidades motoras y a andar, distanciándose de
su madre con toda la autonomía que le era posible, su madre vivía esa
nueva capacidad o competencia llena de angustia y su reacción era limitar y
frenar la autonomía del niño, tendía pues a retenerle y controlarle
demasiado; en otros casos la madre se mantiene excesivamente distante
del niño en esa época, lo que dificulta el aprendizaje del niño con la madre.
Se trata pues de dos tipos distintos de madre: la madre tipo A, que es una
madre a la que le angustia que el hijo ande, se mueva y sea autónomo; es
una madre por lo tanto angustiosa, retentiva y asfixiante; y la madre tipo D,
que deja que el niño se responsabilice de su vida y movimientos demasiado
pronto, cuando aún no puede prescindir de la ayuda de la madre; es por lo
tanto una madre distante y poco atenta o torpe. Estos dos tipos de madre
son obviamente dos extremos de un continuo entre los que se encuentra
una gamma de tipos intermedios tanto menos interesantes para nosotros
cuanto mas en el centro estén pues no serían patógenos .
Los dos tipos de madre mencionados, actúan alterando el desarrollo de la
autoestima, no consiguiendo el niño un estímulo suficiente para la buena
evolución de la estructura yoica.
Ansiedad como señal de alarma
Psicodinamia de la agorafobia
Necesidad de que una persona los acompañe cada vez que tienen que salir
a la calle. Este compañero, verdadero sustituto de los padres, satisface las
necesidades de cuidado y dependencia del sujeto, utilizándosele como una
«buena madre», que protege contra los miedos y los peligros. Pero en otras
ocasiones, o al mismo tiempo, el compañero representa también a los
padres contra quienes se dirigen los deseos de muerte, de manera que el
fóbico precisa de su constante presencia para asegurarse de que sus
impulsos destructivos no han surtido efecto y de que los padres,
inconscientemente odiados y atacados, continúan viviendo. Es también
frecuente, en la neurosis fóbica, la presencia de un temor morboso y
extremado acerca de que alguna persona querida pueda haber sufrido
algún daño.. El análisis de este tipo de temor demuestra que existe un
conflicto amor-odio en relación con esta persona o en relación con quien es
representado por ella, de manera que los peligros de los que debe ser
protegida son los propios impulsos agresivos del sujeto.
En algunas ocasiones, el compañero es sentido como una protección
contra los propios impulsos prohibidos. La necesidad del compañero puede
obedecer al secreto deseo de dominar y controlar a las otras personas a
través de la fobia.