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Norbert
Brieskorn
Filosofía
del derecho
Herder
F IL O S O F ÍA D E L D E R E C H O
CURSO FUNDAMENTAL DE FILOSOFÍA
14
BARCELONA
EDITORIAL HERDER
1993
N O R B E R T B R IE S K O R N
FILO SO FÍA D EL D ER EC H O
B A R C ELO N A
EDITORIAL HERDER
1993
Version castellana de C laudio G ancho, de la obra de
N orbert B rieskorn, Rechtsphilosophie.
Verlag W. Kohlhammer GmbH, Stuttgart 1990
I S B N 84-254-1816 -X
Introducción
1. Programa, posición y status del ensayo .. .*........................................ 11
2. Él caso introductorio ......................................•................................... 13
Parte primera
El carácter preceptivo del derecho: su concepto y sus relaciones
con otros ordenamientos
5
c) Thomas Hobbes ........................................................................... 49
d) Immanuel K an t.............................................................................. 50
é) Georg Wilhelm Friedrich H e g el................................................ 52
f) Karl Marx y Friedrich Engels ...................................................... 53
g) La denominada «teoría de los imperativos» en la exposición
de John Austin............................................................................... 54
h) Gustav Radbruch ........................................................................ 55
i) Max W eber.................................................................................... 56
j) Delimitación al juego ................................................................... 58
k) Hans Kelsen ................................................................................ 62
l) Niklas Luhmann ........................................................................... 64
4. ¿Qué grado de realidad le corresponde al derecho? ........................ 65
5. ¿Quién es sujeto de derecho? ..... ...................................................... 67
a) El hombre individual como sujeto de derecho ........................... 67
b) ¿Otros sujetos jurídicos? ¿La naturaleza? ................................. 69
c) ¿El pueblo sujeto de derecho? ¿El Estado? ............................... 71
d) ¿Autoridades judiciales sujetos exclusivos delderecho? ............ 73
6. Divisiones de la materia jurídica........................................................ 74
a) Derecho objetivo y subjetivo....................................................... 74
b) «Ius cogens» y «ius dispositivum» .............................................. 75
c) «Ius aequum» y «ius strictum» .................................................... 75
d) Reglas primarias y secundarias .................................................... 76
7. ¿Qué significa «tener un derecho»? ........................................ .......... 77
8. Derecho subjetivo y obligación......................................................... 79
6
a) Los conceptos ............................................................................... 98
b) Toma de posición.......................................................................... 101
3. La estimación crítica de cada obra humana.................................... 103
Parte segunda
Las formas del derecho
7
a) Ley y espacio ................................................................................. 142
b) Ley y tiempo.................................................................................. 143
c) La exigencia de la obediencia ....................................................... 144
4. El proceso legislativo .......................................................................... 145
5. La interpretación de la ley .................................................................. 147
a) Los intérpretes .............................................................................. 147
b) Los medios de la interpretación................................................... 148
6. Lós desarrollos recientes y su valoración .......................................... 148
7. Legalidad y legitimidad ...................................................................... 149
a) La génesis de dos conceptos ........................................................ 149
b) Toma de posición.......................................................................... 150
8
c) La teoría de la disuasión del pueblo o teoría de la preven
ción general ............................................................... ................... 174
d) La teoría de la enmienda............................................................... 175
e) La teoría de la seguridad............................................................... 176
f) La teoría del sím bolo..................................................................... 176
6. ¿Por qué no un único castigo para todas las transgresiones?........... 177
7. El derecho penal en la era de los medios de comunicación y de
la electrónica................................................................... 177
a) El derecho a la información contra el éxito de las pesquisas ..... 177
b) La tentación de la protección total .............................................. 178
8. Absolución, indulto y amnistía.......................................................... 179
9. La aplicación de la pena ...................................................................... 180
Parte tercera
El derecho en las relaciones
9
II. Economía y derecho.................................................................................. 202
1. La economía necesita del derecho...................................................... 202
2. Posibilidades de abuso..................................................................... 203
3. El derecho necesita de la economía ................................................... 204
4. El derecho como un bien económico................................................ 205
Parte cuarta
El eje segundo de la filosofía del derecho
10
IN TRO D U CCIÓ N
11
guntas de por qué tiene que darse el derecho y un ordenamiento
jurídico y cómo se puede comprender conceptualmente el dere
cho. Hay que definir la relación del derecho con otros órdenes
de cosas. Otras investigaciones sobre problemas de la justicia,
sobre el conocimiento de las exigencias sociales y sobre la teoría
de las normas cierran esta parte, que ha de proporcionar la base
y fundamentación del presente ensayo.
En la parte segunda se discuten y valoran las formas en que
puede encontrarse el derecho. El poder legislativo, el judicial,
pero también todos los que conciertan un contrato establecen
derecho. De ahí que deban tratarse la ley, el contrato, el juicio y
la pena. En el derecho a la resistencia y en los derechos humanos
adquieren forma jurídica las exigencias humanas.
Después de haber investigado el derecho en sus formas de
aparición más frecuentes, en la parte tercera se discuten impor
tantes relaciones de derecho, aunque no todas, estudiando, por
ejemplo, la relación del derecho con la economía, con la políti
ca, al igual que la relación ética con el derecho. Al final se
analizan los problemas del «eje horizontal» (parte cuarta).
2 La posición puede delimitarse así: en el hombre se yergue el
deber de afirmar sus estructuras vitales. Y en el ensayo se pre
senta una antropología jurídica. Estudia al hombre con su ca
pacidad de libertad y en sus relaciones sociales, como un ser
vivo e histórico y como una relación de dentro-afuera. De
acuerdo con esa antropología los hombres están entregados a la
configuración de su propia vida; la configuración de su libertad
tiene que conformarse con la de los demás. Por ello es indispen
sable la forma y la configuración del derecho.
Y aquí hay que hacer referencia explícita a la necesidad de
tomar posición una vez más no sólo frente al deber, sino tam
bién frente a su descripción y a lo descrito en la misma. Este
ensayo pone el acento en las exigencias que constituyen al hom
bre, en el esfuerzo humano que transforma las exigencias en
derecho. Entre «exigencia» y «derecho» se establece una clara
diferencia conceptual, pues el derecho se mide por las-exigencias
del hombre. Sin un trabajo en el derecho el hombre se atrofia.
No se trata, pues, de cualquier tipo de utilidad.
Se ha puesto de relieve el carácter del derecho como coor
dinación de hombres, de modo que la figura de los «derechos
subjetivos» se concibe desde la coordinación, y no a la inversa.
Cuando el «derecho» no responde a las exigencias, no por eso es
12
ya «nada», si cumple la función de una coordinación: el derecho
no pertenece exclusivamente al individuo, sino también a los
otros.
Las consideraciones anejas a todas las partes de este libro
hacen referencia a los datos antropológicos.
Ni se ha pretendido ni se pretende una neutralidad en el
presente ensayo, si es que tal neutralidad es posible. La presente
introducción se entiende como digna de mejora y ojalá que
también como digna de discusión.
Con el status se traza y fija con mayor precisión el lugar de 3
esa filosofía del derecho dentro de otros planteamientos del
pensamiento. El propósito es tener en cuenta, dentro de lo posi
ble, todos los fenómenos jurídicos —también esto condiciona
las decisiones previas —, sin pretender alcanzar unos criterios
meramente inductivos ni querer dar por justificado lo que ha
ocurrido en la historia, por el mero hecho de que ha ocurrido.
Se impone una distinción entre establecer y justificar. La justi
ficación de las afirmaciones centrales del ensayo se define desde
las decisiones básicas del autor del presente ensayo.
2. El caso introductorio
13
que ambos cónyuges al contraer matrimonio supieran que había sobrevivido a la
declaración de muerte.
2. Con la celebración del nuevo matrimonio se disuelve el matrimonio pre
cedente. Queda disuelto, incluso cuando se anula la declaración de muerte.
§ 39.1. Si el cónyuge declarado por muerto vive todavía, puede el cónyuge
primero demandar la anulación del nuevo matrimonio, a no ser que al contraer
matrimonio supiere que el cónyuge declarado por muerto había sobrevivido a la
declaración de muerte.
2. Si el cónyuge primero hace uso del derecho que le concede el párrafo 1 y se
anula el nuevo matrimonio, mientras viva su cónyuge del primer matrimonio
puede contraer un nuevo matrimonio sólo con él. Por lo demás, las consecuen
cias de la anulación se determinan según §37.1. Si el cónyuge demandado sabía al
contraer matrimonio que el cónyuge declarado por muerto había sobrevivido a la
declaración de muerte, se aplica el § 37.2, 1 y 2.
14
deraciones racionales ni a sus sentimientos y, mucho menos, a la
violencia.
En nuestro caso el legislador ha tomado una determinación.
Tiene que estar de acuerdo con el derecho superior, que es la
constitución. A su vez, los órganos vinculados a las leyes, como
son los tribunales, tienen que orientar sus dictámenes de con
formidad con la ley y la constitución. De ese modo la sociedad
políticamente organizada en cada regulación jurídica está en fa
vor de su palabra «cuajada» en la constitución.
Los §§ 38 y 39 se remiten al derecho establecido, ya sea
dentro o fuera de la ley, como es, por ejemplo, la institución del
matrimonio, contemplada en la constitución, y el procedimien
to del divorcio, que está regulado en el código civil. Cada ley se
encuentra en un código, se inserta regularmente en él a la vez
que lo marca. La situación de una reglamentación particular en
un conjunto de reglamentaciones condiciona la interpretación.
En una perspectiva histórica siempre se han dado ciertos antece
dentes de las distintas reglamentaciones, y ninguna puede a su
vez pretender ser la última e insuperable.
La-regla no se fundamenta ni tan siquiera se justifica en la ley
misma. Cada fundamentación proporciona razones posibles pa
ra el uso restringido de la norma. La experiencia enseña que
añadir una fundamentación restringe la aplicación de una regla
mentación onerosa para los destinatarios. De este modo se ma
nifestarían las intenciones del legislador, que por sí solas, y no
por la reglamentación misma, podrían inducir al rechazo por
parte de los destinatarios o de los tribunales. Así, pues, los
silencios y omisiones favorecen la aplicación de la reglamen
tación. La brevedad del texto, más que su prolijidad, garantiza
su vigencia duradera.
En ambos §§ puede descubrirse un rasgo conservador —pri
mera característica—, ya que se «salvaguarda» el matrimonio
primero: la declaración de muerte, a diferencia de la muerte
misma, no disuelve en efecto el primer matrimonio. Sólo «con la
celebración del nuevo matrimonio se disuelve el matrimonio
anterior» (§ 38 I I 1 Ley del matrimonio). También se protege al
matrimonio primero, por cuanto que en el caso de la anulación
del matrimonio segundo sólo pueden celebrarse las nupcias en
tre las dos partes del matrimonio primero '(§ 39 II 1 Ley del
matrimonio). Por lo demás, la anulación del matrimonio segun
do sólo puede obtenerse dentro del plazo de un año después de
15
tener conocimiento de que vive el cónyuge primero (§ 35 I Ley
del matrimonio).
También se protege al matrimonio segundo. Es válido, aun
que el cónyuge declarado por muerto viva en el momento de la
celebración del segundo matrimonio y al menos uno de los cón
yuges del matrimonio segundo actuase de buena fe al momento
de su celebración (§ 38 I Ley del matrimonio). Sin embargo, el
matrimonio segundo no tiene protección alguna después, en el
caso de que ambos cónyuges al momento de contraer el nuevo
matrimonio tuviesen conocimiento de la supervivencia del cón
yuge declarado muerto. La declaración de nulidad (§ 38 I Ley
del matrimonio) tiene que pronunciarla el tribunal. La decla
ración pueden proponerla tanto el fiscál como los dos cónyuges
del matrimonio segundo y el cónyuge que ha aparecido (§ 24 I
Ley del matrimonio). De todos modos el matrimonio segundo
también puede ser anulado, cuando el declarado (o la declarada)
por muerto falsamente muere de hecho tras la celebración del
segundo matrimonio.
Una segunda característica de esta reglamentación jurídica es
la prescripción «puede» (§ 39 I Ley del matrimonio). El cón
yuge de buena fe del matrimonio primero, que ahora vive en un
segundo matrimonio, puede pedir la anulación del segundo ma
trimonio, aunque no está obligado a hacerlo. Tras la anulación
del matrimonio segundo el cónyuge que ha regresado puede
negarse a vivir con el cónyuge primero. En consecuencia al cón
yuge primero le está permitido volver al matrimonio segundo,
cuya anulación él mismo había demandado y obtenido. Si eso
no es posible o resulta inaplicable, puede contraer un tercer
matrimonio.
Se tiene en cuenta con ello la libre decisión del cónyuge que
regresa, de manera que no tiene que mantener el matrimonio
primero —es necesario un nuevo contrato matrimonial— y
pueda permanecer soltero. Si se casa antes de la disolución del
primer matrimonio, habrá contraído un doble matrimonio que
puede anularse.
¿Cuál es la provisión jurídica en favor del tercero en la
unión, es decir, en favor del otro cónyuge del segundo matri
monio, fuera del derecho y a mencionado de que puede deman
dar la anulación al saber de la supervivencia desde el momento
de la declaración de muerte? En razón de su buena fe se le
concede exigir la anulación del matrimonio (que para su cón-
16
yuge es el segundo matrimonio), si ha sido víctima de engaño
(§ 33 I Ley del matrimonio).
Había que presentar aquí tales reglamentaciones para mos
trar las valoraciones del legislador respecto del matrimonio pri
mero y del segundo, así como respecto de los distintos contra
yentes y para mencionar los compromisos legislativos.
Mediante la promulgación de la ley el legislador hace que los
afectados tomen conocimiento de sus derechos y obligaciones y
que puedan orientar su conducta de acuerdo con los mismos.
Regular un caso significa también el no permitirlo todo con
la reglamentación. En el caso que estudiamos el fiscal no tiene
ningún derecho a demandar la anulación para reincorporar al
primer matrimonio al cónyuge del que fue declarado por muer
to; tampoco al declarado por muerto le asiste ningún derecho
para exigir la anulación del nuevo matrimonio (§ 39 I y II Ley
del matrimonio).
Atención especial merecen los casos, que no están regulados
directamente, como el caso de la negativa de alguno de los cón
yuges, o de ambos, del matrimonio primero a volver a convivir
después de la anulación. La jurisprudencia ha tenido y tiene que
resolver aquí. Mas también los comentaristas pueden ya haber
trazado las líneas directrices de los dictámenes.
Como primeras indicaciones sobre la singularidad del dere
cho cabe, pues, mencionar las siguientes: en toda regla subyace
una cierta frecuencia en la presentación del caso tipo que ha de
regularse. La reglamentación ha de encajar, a su vez, en un
contexto jurídico y tiene una función limitada o extensa para la
formación del consenso, o una función que pone en entredicho
el consenso social. La preservación de la institución matri
monial, el respeto de la libre decisión y la oferta de ayuda en el
conflicto del cónyuge del primer matrimonio, que tiene que
elegir entre el compañero del primer matrimonio y el del segun
do, hay que anotarlos como valores. Asimismo, hay que su
poner en el legislador un conocimiento del carácter imprevisible
e incontrolable de los sentimientos y la voluntad de respetarlos -
en la medida de lo posible. Mas, por poco previsibles que los
sentimientos sean —y ciertamente que jamás se les puede for
zar—, bien puede suponerse un conflicto afectivo en el cónyuge
entre el compañero que reaparece y el nuevo que ha elegido.
Una consideración provisional descubre que la ley no puede
hacer justicia plenamente a todos los intereses en juego. Mas,
17
precisamente por ello, puede reconocerse el esfuerzo por lograr
un compromiso, que todos puedan aceptar, y la renuncia a cual
quier arbitrariedad.
6 El escueto comentario de este texto legal proporcionó ya
algunas respuestas a la pregunta acerca del porqué del derecho,
de su conocimiento y de los elementos de un concepto pro
visional del propio derecho, que ha de entenderse en los térmi
nos siguientes: el derecho es un ordenamiento obligatorio que,
con vistas a una sociedad humana digna de tal nombre, ha sido
dispuesto en un procedimiento judicial y que se considera como
vigente. Tal ordenamiento contribuye a la conciliación de las
libertades así como a la estabilización de esas conciliaciones
logradas. Existen instituciones que cuidan de la aplicación del
derecho.
Sobre el trasfondo de este que llamos «caso introductorio»
discutiremos las cuestiones fundamentales.
Bibliografía sobre la filosofía del derecho en general-. Henke 1988; Henkel 1977;
Kaufmann y Hassemer 1989; Küchenlioff 1973; Legaz y Lacambra 1965; Marcic
1969; Naucke 1986; Villey 1978.
18
PARTE PRIMERA
1. El silogismo práctico
Sección primera:
(1) ¡Tienes que realizar tu vida! *
(2) Esta vida tiene como campos: la red social de las re
laciones a la vez que las relaciones con el entorno; el pasado y el
futuro, que se encuentran en el hombre, y el exterior y el in
terior del hombre.
(3) La realización de tu vida tiene que darse en esos campos.
21
Sección segunda:
(1) ¡Tienes que vivir tu libertad en esa red de relaciones, que
es como decir, teniendo en cuenta la libertad de los demás!
Desde el punto de vista de la libertad hay que conciliar pasado y
futuro. Y en todo ello poniendo la máxima atención posible al
exterior y al interior del hombre.
(2) En tanto que red de relaciones de libertades esa red se
caracteriza por una inconstancia y una indeterminación radica
les. La relación de pasado y futuro como «ya no» y «todavía
no» requiere una labor de mediación, que el hombre ha de llevar
a cabo. No hay conciliación alguna dada de antemano. Tanto el
desarrollo como la protección del exterior y del interior re
quieren un equilibrio, que el hombre ha de establecer.
Quien afirma la libertad afirma también y ante todo la pro
tección de la vida del portador de la libertad. En segundo lugar
la libertad no es sólo una decisión, sino también un «apurar» a
fondo la decisión, y exige por lo mismo el poder sondear en la
vida el contenido de la decisión tomada. Tal sondeo conduce a
unos retos ulteriores. Mas con ello se echa de ver también, en
tercer lugar, la libertad cual capacidad siempre nueva de «ex
cederse», de cara a la cual la repetición o el retorno a un nivel de
decisión anterior sólo tiene justificación como prolongación y
ahondamiento. Los ordenamientos pueden proporcionar apoyo
a estos tres aspectos de la libertad.
Con ello el imperativo «tienes que realizar tu vida», habida
cuenta de su afirmación de la libertad, puede adquirir la forma
de:
(3) ¡Tienes que vivir en unos ordenamientos!
Sección tercera:
(1) ¡Tienes que vivir en unos ordenamientos!
(2) En la pluralidad de ordenamientos siempre dispone el
hombre de uno como posibilidad, que, por una parte, procura la
protección de la vida, el afianzamiento de las decisiones to
madas y la estabilidad en la red de relaciones, haciendo posible
nuevas decisiones y su realización; y, por otra parte, puede
equiparse de tal manera que con su fiabilidad cumple ese rol y
hace posible su planificación. El equilibrio hay que establecerlo
entre el afianzamiento de las relaciones y la mayor satisfacción
posible del hombre.
22
En una sociedad con pluralidad de formas de vida y de pro
fesiones, con una cantidad enorme de relaciones sociales y, por
tanto, también de ordenamientos, un tal ordenamiento se pre
senta como indispensable en tanto que marco y cumplimiento
de ordenamiento de vida abiertos en otras direcciones.
Un ordenamiento así es lo que llamo derecho.Y síguese que:
(3) ¡Debes vivir en el derecho!
23
9 b) Sobre la relación entre ser y deber
Esa relación (cf. Ricken 1989, números 52-54) hay que ex
plicarla también en la filosofía del derecho y hay que buscar una
respuesta adecuada al planteamiento antropológico y jurídico.
Y hay que distinguir el derecho como ordenamiento del deber y
al deber del ordenamiento mismo. Aquí se trata de lo último: si
tiene que darse ese ordenamiento del deber. Hay que señalar el
alcance y las fronteras de la relación entre ser y deber para
el campo del derecho.
Si se admite con Hume (Hoerster 1969, 12) que un juicio
normativo no puede derivarse de otro descriptivo, también hay
que decir que el problema expresado por Hume se debe precisa
mente a una determinada concepción de los conceptos de ser y
deber. «Sobre todo allí donde —como ocurre, por ejemplo, en
la tradición aristotélica y hegeliana— se piensa el ser con unos
conceptos de realización óptima de la esencia, ni las premisas
son de índole meramente descriptiva ni la conclusión tiene el
status de un puro deber», escribe Höffe con razón (1980, 10; cf.
Marquard 1964, 103ss). La observación de Hume sobre el trán
sito apenas observable del ser al deber está condicionada por su
concepto del ser, limitado a lo observable y sin una concepción
teleológica. Pero al mismo tiempo el propio Hume dirigía ya la
mirada a unas posibles vinculaciones entre ser y deber anejas al
concepto del ser, como las que Höffe encuentra en determina
dos autores.
10 El propósito de Hume lo sitúo yo en la historia de la liber
tad, lo afirmo y lo interpreto desde la misma. Del hecho de que
exista una ley de determinado contenido, un ordenamiento ju
rídico, un Estado y su poder, no se sigue que tengan que darse
tales ordenamientos e instituciones. Se mantiene una distancia
respecto de lo existente. Y es indispensable el análisis de si tiene
que existir lo que existe de hecho; y, en el caso de que deba
darse, en qué forma tiene que existir. Se pone de relieve la in
dependencia de la valoración, y no se decide ya de forma tácita y
concluyente mediante la toma de conocimiento de lo que existe.
Además, al deber, que aparece bajo múltiples formas, se le cues
tiona por vez primera el fundamento que justifica su existencia,
y se impone la búsqueda de unas bases firmes.
Esta distinción entre «ser» y «deber» no quiere decir que
cualquier tipo de «deber» pueda cambiarse a discreción —lo que
24
significaría su fin— o que todas las relaciones sean fluidas y
formen un frente cerrado contra los estados existentes. La dis
tinción no aclara todavía por qué se decide el hombre ni qué
plenitud de contenido confiere a su deber. Se abren, en efecto,
tanto el sí como el no al ordenamiento existente o bien una toma
de posición matizada.
La tesis de Hume sobre la imposibilidad de derivar un juicio
normativo de uno descriptivo no afecta, sin embargo, a la va
lidez de un silogismo, en el que una de las premisas es de índole
normativa y la otra descriptiva. La conclusión es siempre de
carácter normativo (cf. Hoerster 1969, 14s).
También merece una observación la relación del deber con el 11
ser. El deber apunta a la realización; pero no afirma que se le
preste atención. El mandamiento de llevar una conducta impar
cial no debe adormecer la desconfianza ni la actitud vigilante.
Concluir, a partir de la prohibición del trabajo infantil, que ese
trabajo no se da, no deja de ser un testimonio de ingenuidad. El
historiador que se tropieza con mandamientos o prohibiciones
tiene que concluir regularmente la ausencia de lo debido o, al
menos, su situación crítica.
En cualquier caso para poder clasificar la relación «ser-de- 12
ber» conviene tener en cuenta que es uno mismo el hombre que
existe y el que valora, tanto a sí mismo como las relaciones. No
escapa a la decisión. Incluso quien se resiste a decidir se decide.
La cuestión es el grado de conciencia y el tipo de visión de
conjunto con que se obtiene la orientación para «dirigir» la vida.
Frente a cualquier visión del mundo —y lo mismo cabe decir
para cualquier idea del ordenamiento y del cosmos— se ha
adoptado y se adopta una posición. Cada visión del mundo ha
de entenderse como una invitación a tomar posiciones, no como
su sustitutivo.
Por el hecho de que su vida sea así, el hombre personalmente
no puede ni debe entenderla como debida en esta forma. El
hombre está abierto a múltiples posibilidades de proyecto. La
negativa a una fijación es una fijación a su vez, como lo es la
orientación consciente y querida de su vida. Cuando el hombre
ha conseguido semejante realización, el deber asumido por él se
encuentra inscrito en su vida gracias a su empeño y esfuerzo.
25
2. Esbozo de una antropología del derecho
26
presenta como incardinado a un grupo. En tanto que «nos
otros» el hombre se desmarca y deslinda de otros grupos, que
tienen igualmente un concepto común de sí mismos, o bien se
deslinda de un individuo. También puede comportar el conflic
to. El yo puede en sí mismo, en la lucha interna, enfrentarse con
el «nosotros» y arriesgarse a separarse del grupo. Acerca de
otros grupos cabe hablar en plural: «aquellos» de allí, «éstos» de
aquí. Se trazan fronteras y se prevén aperturas.
Al mismo tiempo el hombre entra en unos roles: se ve a sí
mismo expuesto a una suma de expectativas de comportamiento
normativo por parte de su grupo de referencia. Aquí hay que
mencionar los roles, que la vida en derecho impone y brinda,
como son los de juez y deudor. La capacidad de reflexión y la
facultad decisoria impiden que el hombre se identifique por
completo en un rol o en todos ellos a la vez. Como el rol hay
que atribuirlo al «tener», nunca puede responder del todo a las
pretensiones del yo. La concepción de los roles y su expresión
son configurables. También un grupo de personas o un pueblo
pueden desempeñar algunas funciones.
b) El eje pasado-futuro
27
15 c) La relación dentro-fuera
28
d) La configuración indispensable
29
permite al hombre verse libre de cara a otros cometidos y re
laciones. El «descargo» tiene por objeto establecer una relación
de tal manera que puedan sustraerse de la misma la atención y el
esfuerzo y aplicarlos a la anudación de nuevas relaciones. El
descargo supone una estabilización, porque el hombre sólo al
canza un desarrollo de su vida cuando establece unas determina
das relaciones, que ya no se cuestionan y que, en cualquier caso,
puede considerar como aseguradas para largo plazo.
Así como en el eje temporal hay períodos de la vida que
pertenecen al hombre de forma inalienable, que escapan al cam
bio —no a nuevas tomas de posición—, así en el eje espacial
tampoco puede aplicarse el hombre simultáneamente a todas las
relaciones que le son propias. Cada concentración de la vista se
logra con la renuncia a la panorámica general, y cada aplicación
atenta del oído se paga con la falta de atención o la nula audición
de otros sonidos. Por lo que a la vida libremente configurada se
refiere, el hecho de esa liberación conduce a una especie de
construcción escalonada, en la cual las decisiones se sobreponen
unas a otras teniendo que dejar desatendida en cada caso la que
está debajo —según libre decisión—. Si en cada momento hu
biera que ocuparse renovadamente de todo y regularlo todo,
cada momento seguiría siendo el tiempo de un nuevo comienzo
universal en la solicitud por lo más indispensable para la vida. El
retorno constante a la seguridad más elemental de la vida se
impondría en cada momento y la vida humana sólo se ocuparía
obsesivamente por su supervivencia.
Sólo las mentadas negociaciones permiten el avance y el
mantenimiento en la dirección elegida, y por ello son humanas.
Sin ellas apenas cabría imaginar un «progreso». Las ne
gociaciones fiables vienen a ser así la condición previa para una
sociedad política que se desarrolla, para las ciencias y para el
arte. La vida «detenida» es parte esencial de una vida en libertad.
También aquí es interesante recordar una regulación del dere
cho romano; subraya la función de descargo, por cuanto que
menciona explícitamente una excepción a la misma. «La volun
tad del hombre es inconstante hasta su muerte» (Ulpiano 33 ad
Sab: Dig. 34.4.4): sólo vale el testamento último, y no el que se
ha dictado anteriormente. En vida sólo excepcionalmente
pueden revisarse las «últimas» disposiciones. El carácter fiable y
exonerante de las disposiciones relativas a la herencia sólo se
echa de ver, cuando resulta imposible una disposición ulterior.
30
Cada logro de estabilización y descargo hay que medirlo por
lo que aporta a los hombres en su situación histórica del afian
zamiento que les es necesario y provechoso y por las posibi
lidades que da al avance necesario. Lo que el hombre es no lo
ilustra por completo su desarrollo hasta el momento presente.
Cuando las relaciones están afianzadas de ese modo —lo que 18
no excluye ni su examen ni su modificación —, sirven también
de orientación. Las relaciones de tipo duradero señalan una di
rección. Si la estructura de relación puede modificarse rápida
mente, se despoja de su función señalizadora, como la pierde el
cartel anunciador que repetidamente se cambia de sitio. Un or
denamiento jurídico estable permite examinar otras relaciones,
que a su vez son controlables, desestimarlas en forma duradera
y también habituarse a las relaciones normalizadas.
Las negociaciones cumplen asimismo una función orien
tadora, por cuanto proporcionan soluciones de cómo se ordena
ron recíprocamente unos espacios de libertad con éxito o con
fracaso. Una de tales soluciones, que no se ve expuesta a nin
guna presión justificativa desmesurada, suena así por ejemplo:
«En unas relaciones confusas siempre hay que buscar la so
lución menos gravosa» (Ulpiano 15 ad Sab: Dig. 50.17.9): tam
bién esta regla de interpretación válida principalmente —pero
no exclusivamente— para el juez, cumple aquí el cometido de
ejercitar unos criterios, que aquí son los de humanidad.
31
El sí al imperativo (número 8), que nadie nos quita y que de
manera necesaria e inevitable exige una respuesta, conduce con
secuentemente a la afirmación de unos medios, que permiten
unas relaciones sociales más dignas, más estables, menos gra
vosas y más adecuadas para la orientación.
De ahí que se hable de una doble necesidad: una vida hu
mana, que siempre ha de vivirse en unas condiciones radical
mente inseguras aunque asegurables, encuentra un apoyo en un
determinado tipo de seguridades. Las necesita. La necesidad
moral del derecho no se sigue directamente de la naturaleza del
hombre o de sus necesidades, sino de la afirmación del deber de
configurar la vida de acuerdo con ciertos principios, que inclu
yen y tienen en cuenta a los demás hombres en su obligación de
configurar su vida. La configuración de la vida se realiza dentro
de unas relaciones y está expuesta a la inconstancia de la activi
dad volitiva del hombre y a la falta de claridad y previsión. De
ahí que necesite de unas relaciones fiables y de descargo. Quien
afirma el fin aboga por los medios. El derecho es necesario para
alcanzar los objetivos humanos.
32
sumen otras obligaciones complementarias. Lo que está sin re
solver es cómo pueden asegurarse tales obligaciones.
Uno de los medios sería la amenaza de violencia contra el
respectivo interlocutor en ese nivel de las tentativas estabili-
zadoras. Pero la violencia es altamente insegura, pues constan
temente tiene que cuidar de ser en cada caso la más fuerte. Con
lo cual no se alcanzaría ciertamente la estabilización de las re
laciones. Puede también ocurrir que el otro, el interlocutor o
pactante de la relación, se debilite de tal modo que a la larga sea
impotente; pero eso significaría tender en definitiva a su elimi
nación física e impedir así la relación.
Mas si ni uno ni otro pueden cuidar de la seguridad —desde
la perspectiva del interlocutor en cada caso —, se requiere un
tercero. Los recursos al juramento, incluso en Hobbes (Levia-
than, cap. 14), muestran el esfuerzo secular por introducir a
Dios como el tercero, como el fiador y garante. Mas la solución
tiene que llegar de los hombres, como recalcó el propio Hob
bes. Hay que buscarla en la creación de una instancia, de un
tercero, establecido como fuerza garantizadora por encima de
los dos o más sujetos de la relación.
De lo cual se deriva, sin embargo, que el establecimiento de
una institución que cuide de la comunidad y que, por tanto, esté
enfrente de ella, responde al cometido de garantizar la vida de
los interlocutores y garantizar unos espacios de libertad. En el
núcleo de ese cometido se encuentra el oficio de árbitro, que
acomete la ejecución controlada. Si con ello tal institución se
ordena por entero a los hombres y a la puesta en marcha de su
libertad —la vida es condición indispensable para la práctica de
la libertad —, esto quiere decir que, con la obligación de una
mediación estabilizadora entre dos o más interlocutores, a dicha
institución se le confiere un mandato, que un individuo no
puede retirar por su cuenta ni puede modificar en su favor
ni puede poner en entredicho de una forma válida para la insti
tución.
Lo cual vige no solamente porque tal institución no perte
nece a ningún individuo ni a todos ellos, sino únicamente por
que un tal ordenamiento consigue reclamar unas propiedades
del hombre y asignar unos campos de actividad, que sin dicha
institución quedarían yermos (número 23). Ni siquiera la socie
dad en su conjunto como tal tiene semejante derecho de deroga
ción, pues dicha institución posibilita los espacios de libertad,
33
con lo que es la condición indispensable para la comunidad. La
institución puede juzgar sobre la configuración concreta del co
metido, mas no puede cambiarlo unilateralmente ni arrogarse el
derecho de establecerlo. Es cierto que debe su origen a los hom
bres, pero también lo es que a partir de la admisión de su activi
dad está sustraída a la arbitrariedad humana en lo que concierne
a dicha actividad. Aunque creación del hombre, no está sujeta a
su poder de disposición, pese a las posibilidades de configura
ción en concreto.
Pero, en segundo lugar, la forma y configuración concreta
de esa institución está a su vez justificada como actividad media
nera en tanto que responde a su cometido. Se encuentra bajo
una presión de rendimiento: si lleva a cabo su prestación, no es
algo que puedan establecer unilateralmente los que trabajan en
ella por oficio. También a ellos se les aplica el proverbio de que
nadie es buen juez en propia causa (número 112). Además de
que ningún individuo es capaz de tal enjuiciamiento. Tal enjui
ciamiento es más bien obra comunitaria, el cual a su vez sólo
puede efectuarse con la mediación de los espacios de libertad y,
consiguientemente, por medio del derecho (número 150).
21 Mediación significa determinar distancia y proximidad. La
institución del derecho necesita del poder para llevar a cabo el
trazado de fronteras entre los espacios de libertad. De acuerdo
con ello, su cometido primero y preeminente no es el de regular
la práctica de la libertad dentro de esos espacios. El poder apun
ta ante todo al límite, y no preferentemente a los contenidos de
la práctica. Mas, como toda regulación del contenido afecta al
menos a otro espacio de libertad, tiene que demostrarse como
un trazado de frontera que sea aceptable para ambos sujetos
libres.
Con esto queda demostrada la necesidad de ese ordenamien
to, que nosotros llamamos derecho, como señalizador de fron
teras y como guardián de las mismas.
34
máxima protección posible de lo interior, pero también de lo
externo.
Aquí se podría trazar una historia de la relación jurídica, que
ciertamente tuvo que suponer algún tipo de igualdad entre los
sujetos de la única relación; pues, se trataba de una relación y de
una relación entre ellos, pero de forma que sus configuradores
también pudieron hacer y de hecho hicieron de la igualdad
económica, social y política objeto de la política jurídica.
Habría que escribir otra historia sobre el derecho, a saber:
cómo mediante la comunicación humana el derecho se destacó
cada vez más del conglomerado de las ordenanzas, se hizo más
independiente y acabó por separarse de los otros ordenamientos
de la vida social.
35
sociedad en sí misma. La libertad no sólo es el motivo deter
minante del derecho, sino que constituye también su objeto
determinante.
36
II
EL CO NCEPTO DE DERECHO
1. Aproximación etimológica 25
37
ius, dio esta respuesta: «est autem a iustitia appellatum» (1 in-
stit: Dig. 1.1.1. prc.). Tomás de Aquino se revocaba asimismo a
esa vinculación entre «ius» y «iustitia» (Summa Theologiae II-II
57,1), aunque la derivación etimológica de Isidoro de Sevilla
aportaba un apoyo complementario: «Ius dictum est quia est
iustum» (Etymol. lib. V, c. 3). El jurista romano Paulo (14 ad
Sab: D. 1.1.11. prc.) subraya explícitamente, y así lo vio tam
bién Tomás de Aquino, que ius se dice ante todo de una «causa
justa» (II-II 57, 1 ad 1), y en segurué» término como «ars boni et
aequi». Francisco Suárez derivaba «ius» de «iustum», con lo que
vinculaba «derecho» y «mandato», y de ese modo llegaba a la
«ley» como la expresión del derecho acentuando la disposi
ción y el carácter de mandato del derecho (Tract. de legibus ac
legislatore Deo, lib. I, cap. II, n° 1,6 y 11 in fine).
La palabra «derecho» está en relación con «recto» y con
«dirección». La elección entre dos posibilidades, de las que una
es «falsa» y la otra «recta», alienta y vibra en el concepto de
«derecho». Tal decisión puede vivirla el hombre en sí mismo
como «izquierda» y «derecha», aunque no exige necesariamente
la coronación de una imagen dualista del mundo. «Derecho»,
droit y diritto remiten asimismo al comportamiento recto, a la
actitud de la rectitudo, que ha de entenderse en una acepción
más amplia que la de justicia (cf. Villey 1987, 114).
Una institución como el derecho, que viene dada con una
vida humana social o no social, pero nunca asocial, no pudo
preservar el concepto propio frente al uso lingüístico variado y
cambiante. El concepto es impreciso, tiene muchos matices
y está «en boca de todos». En el lenguaje cotidiano el concepto
de «derecho» está cargado de valores.
Con cierta cautela cabe resumir la situación diciendo que la
estrecha vinculación de «derecho» y «justicia», que resultaba
evidente en la doctrina jurídica griega y romana, hoy se ha aflo
jado, sin que por ello haya desaparecido enteramente de la con
cepción corriente todavía hoy.
38
de libertad, cuya posición y contenido los ve como obligatorios
un círculo determinado de personas, y cuya imposición se ase
gura en definitiva mediante un procedimiento organizado y me
diante determinadas instituciones.
La definición del derecho recoge lo que queda expuesto en
los números 16-20. Y tiene que conducir, además, a una clara
delimitación frente a otros ordenamientos sociales. De ahí que
se haga hincapié en el establecimiento —la positividad— y en
los procedimientos de formación y aplicación.
1) Derecho es el ordenamiento y coordinación de al menos 26
dos espacios de libertad. Recuérdese el caso introductorio del
cónyuge que reaparece, cuando se le había dado por muerto. El
caso ilustra cómo las tres personas directamente afectadas, con
sus decisiones y sus intereses, tenían que entrar en una red de
relaciones, que debía establecer una estabilidad en las mismas.
El derecho ordena y aúna las acciones, omisiones y opciones de
los hombres. En nuestro caso introductorio el ordenamiento
incluye a los tres cónyuges, pero no a otras personas, como
podrían ser los hijos que eventualmente existiesen.
Una de las condiciones del «ordenamiento» es su claridad.
Siempre se hace abstracción de algo. El caso introductorio
muestra cómo los derechos subjetivos se derivan del entramado
jurídico. En tanto que ordenamiento para hombres, el derecho
nunca se refiere a una persona, ni está puesto a disposición de
uno solo; ni siquiera el «derecho humano». La posición del
derecho es ya un asunto público. Al derecho se le puede aplicar
lo que Locke decía de las palabras: que «no son propiedad pri
vada de uno, sino la medida común para la comunicación recí
proca» {An Essay Concerning Human Understanding III, cap.
XI § 11: 1968, 2, 152). Las reglamentaciones jurídicas son reglas
de coordinación. El «derecho» aparece siempre como «ordena
miento jurídico». En mi ensayo no cabe diferenciar ambos con
ceptos.
2) Se impone una determinada coordinación. El derecho es 27
una regla. En tanto que ordenamiento del deber, el derecho está
al servicio de la comunicación, de la toma de contacto y del
mantenimiento de unos espacios de libertad, de la estabilización
y apertura, del descargo y la orientación. En nuestro caso intro
ductorio los matrimonios primero y segundo han sido valora
dos por el legislador desde el punto de vista de la mayor conci
liación posible de las libres decisiones y de las relaciones esta-
39
blecidas. Había que encontrar un equilibrio, que fuese estable;
de ahí que la demanda de anulación sólo se otorgase dentro del
plazo de un año. Desde el momento en que ya no se permite una
ulterior configuración jurídica de la relación de derecho, perfec
tamente determinada, aparece en las relaciones una estabilidad
que puede calcularse, y con ello también un descargo: o bien el
cónyuge del matrimonio primero se mantiene en el segundo
matrimonio, se atiene al mismo y es capaz de continuarlo con
sus libres decisiones, o bien ha renovado el matrimonio primero
y vive en el mismo sobre nuevas formas (§§ 11-14, 17): en tal
sentido el derecho está siempre en contra de una mentalidad
circular y contra ciertas ideas de un continuo retorno, como la
libertad misma.
No se han mencionado explícitamente la aseguración de la
libertad, la regulación del conflicto ni la tarea de planificación.
Se ha dado satisfacción al valor de la paz de una comunidad
mediante la mediación de los espacios de libertad, cuando se
sigue con vistas a hacer posible y asegurar la libertad. La paz es
consecuencia del cumplimiento de unos deberes, no un bien al
que se pueda aspirar de inmediato. Mas con ello también se
afirma que la duración de la paz social descansa sobre el proceso
de comunicación, estabilización y descargo que ha de hacer jus
ticia a todos los afectados.
28 3) El derecho sólo se da allí donde se ha establecido el or
denamiento; es decir, allí donde goza de positividad y obligato
riedad. Hay una duplicación innecesaria, cuando se habla de
«derecho puesto». La posición implica la redacción explícita y la
publicación del derecho. Sin embargo, el «derecho» no se en
cuentra sólo en la ley formalmente entendida (número 97), sino
también fuera de la ley. A la promulgación como divulgación
del derecho le corresponde una importancia constitutiva. No
existe derecho alguno, previo a la promulgación. La «posición»
ayuda a orientarse, a calcular las consecuencias de unas de
cisiones y a garantizar la estabilidad de las relaciones. El dere
cho transporta informaciones. Atinadamente calificó Marsilio
de Padua al derecho como regula y doctrina (Defensor Pacis I,
cap. X § 4: 1958, 1, 97).
El círculo de los destinatarios ha de poder ser señalado, aun
que sólo sea para poder establecer el hecho de la promulgación.
No sólo comprende a los afectados de una manera directa, y por
consiguiente —en el caso introductorio— no sólo a los cón
40
yuges que vuelven a casarse o a los que han sido declarados
muertos. Ese poder ser señalado es además necesario para esta
blecer si el derecho está visto como obligatorio.
Ese carácter «obligatorio» ¿qué significa en concreto? Hay
que distinguir entre el concepto de obligatoriedad y el de «vi
gencia»: la dimensión de la vigencia es la de la observancia efec
tiva de la regla jurídica. La «eficacia» se mide por el grado de
realización de los objetivos que el derecho persigue, mientras
que el «efecto» del derecho valora las consecuencias previstas y
no previstas de su aplicación (cf. Blankenburg 1977, 31-58).
Considerar obligatoria una regulación significa asumir unas
obligaciones por sí mismas.
Hay que distinguir entre las razones para considerar obli
gatoria una ley y los motivos para obedecerla. En principio lo
único que se puede establecer empíricamente es el cumplimien
to. Para investigar la obediencia u observancia son necesarios
otros sondeos complementarios. Lo que decide sobre la existen
cia del derecho no es la dimensión de su cumplimiento externo;
esa vinculación prohíbe la separación de ser y deber. La acep
tación, que vincula al derecho, es constitutiva. Por lo demás,
ambas pueden expresarse en el acto externo casi sin que sea
posible distinguir una de la otra. Son el desprecio y el rechazo
del derecho como norma obligatoria los que juzgan sobre su
existencia, no el simple hecho de violación y desprecio.
Dentro del círculo señalable hay que distinguir tres roles del
hombre: el de ciudadano, el de persona sometida al derecho y el
de persona directamente afectada por la reglamentación. En
modo alguno se superponen esos tres roles: alguien puede en
contrarse únicamente en alguno de los tres grupos, como el que
no está afectado directamente por la reglamentación y a la vez
carece de derecho electoral, mientras que otro puede encontrar
se en los tres roles mencionados. Nadie de los tres grupos ha de
ser excluido del uso de los derechos humanos (número 138).
Por lo que respecta al círculo de personas afectadas por el
derecho legal, su extensión puede ser diferente, cuando se pien
sa en quienes no gozan de derechos para las elecciones políticas,
pero que muy bien pueden estar obligados a numerosas regla
mentaciones del derecho comunal y del derecho constitucional.
Por lo que se refiere a la responsabilidad frente a la redacción
del derecho, no hay coincidencia. Quienes gozan del derecho
electoral tienen una responsabilidad indivisa frente al ordena
41
miento jurídico configurado por ellos, con independencia de
que se vean afectados por determinadas reglamentaciones con
cretas. Para los ciudadanos es su propia obra —aunque también
sobre un camino negociado —, a la que obedecen o la desobe
decen.
El grupo de las personas afectadas directamente por una
reglamentación se subdivide en otros dos grupos. La cuestión
aquí puede ser la de qué importancia adquiere su protesta o su
docilidad de cara al reconocimiento de la reglamentación, o la
de si, por ejemplo, sólo «se toma en serio» a los ciudadanos con
voto directamente afectados. También puede regularse de ma
nera diferente la posición de los destinatarios del derecho res
pecto del problema de la aceptación.
Por motivos tales como la unidad de la sociedad, la respon
sabilidad frente a la misma y la solidaridad con ello, yo sostengo
que los tres grupos han de situarse con los mismos derechos en
la valoración de la obligatoriedad.
Ahora bien, en la declaración de la obligatoriedad hay que
distinguir:
a) Hay que denegar la nota de «derecho» a un ordenamien
to puesto, que se hace pasar, por un «ordenamiento jurídico»
pero que no cumple sus cometidos (número 27). Pero en prin
cipio desde el plano de la pura teoría no se puede dar ningún
dato preciso acerca del todavía posible o del ya imposible cum
plimiento de los cometidos mencionados. A los tres grupos les
compete el dar con esa decisión.
b) En el período previo al decreto se debería otorgar algún
derecho a poder expresarse de alguna manera no sólo a los
ciudadanos, sino también a todos los futuros destinatarios ju
rídicos.
c) Con la promulgación del ordenamiento respectivo son
varios los casos posibles, cuando el ordenamiento del cumpli
miento de unos cometidos, que se presenta como «derecho», se
observa o no se observa: los destinatarios en su mayoría niegan
su obediencia al ordenamiento —las más de las veces una ley, y
muy rara vez al ordenamiento en su totalidad — y no le conceden
obligatoriedad; debería ser irrelevante el que la mayoría de los
renuentes fuesen o no ciudadanos; lo mismo cabe decir respecto
de su afirmación o aceptación. En segundo lugar obedecen la ley
como destinatarios, pero comprometen a los ciudadanos entre
ellos para que anulen la ley. Coincide entonces el sí del ciuda-
42
daño con el no del destinatario, o el no del ciudadano con el sí
del destinatario. Sería insuficiente prestar valor en exclusiva a la
reacción de los afectados directamente. ¿Hay que tolerar cual
quier reglamentación de cualquier contenido, antes de que lle
gue a aplicarse? Su mera existencia puede vulnerar la dignidad
humana.
d) Por motivos de estabilidad hay que establecer de forma
clara y fehaciente un rechazo o un asentimiento. Las votaciones
proporcionan ciertos indicios.
4) El derecho se diferencia de otros ordenamientos por el 29
procedimiento de amenazar con imponerse por la fuer2a y con
el eventual empleo de la coacción.
El énfasis recae sobre la organización de la amenaza, que
empieza con la promulgación de la ley. Se rechazan las po
siciones, que consideran la violencia como un elemento externo
y renunciable del derecho. La posibilidad de imponerlo por la
fuerza constituye un elemento de la definición.
Por encima del apremio, las exhortaciones y la radical aper
tura de vías judiciales, esa amenaza llega hasta el empleo, previs
to y regulado de antemano, de la coacción.
Con ello el derecho vigente entre los Estados no se desvía
del «derecho», dispone de procedimientos y tribunales y tolera
que uno recurra a la defensa propia o tome las represalias, pero
sólo en el marco de autorización perfectamente definido (cf.
Kimminich 1975, 33-43; 275-303). La protección de los dere
chos humanos en el derecho internacional o de gentes hay que
valorarla de otra manera. En buena medida está asegurada de un
modo insuficiente.
El derecho consuetudinario tampoco pierde su carácter ju
rídico, ni como consuetudo secundum legem ni como consuetu-
do praeter legem (número 95). Incluso la consuetudo contra le
gem hay que clasificarla como derecho, en el caso de que fije
determinados procedimientos con los que se puede contribuir a
imponer los derechos y a observar las obligaciones. Se mantiene
el principio de la posible imposición por la fuerza, aunque el
legislador exceptúe algunas normas de esa imposición por la
fuerza, como por ejemplo, el § 888 II ZPO (Zivilprozessord-
nung) que permite una condena para restablecer la vida con
yugal, pero rechaza la coacción.
Habría que añadir que un ordenamiento o incluso una nor
ma no pierde el carácter jurídico, aunque en un caso concreto y
43
durante algún tiempo no se imponga por la fuerza —sin que
tampoco aquí sea posible una indicación precisa—. De todos
modos, si a lo largo de una generación no ha sido posible la
imposición de un ordenamiento o de una norma, habrá que
analizar si no es el momento de incorporar al derecho nuevas
relaciones cayendo con ello en desuso unas relaciones antiguas,
porque el derecho es la mediación de espacios de libertad de
personas vivas, por ejemplo entre israelíes y palestinos, entre
polacos y alemanes.
30 El que, por ejemplo, se acepte o no como vinculante una ley
(número 102), también se echa de ver en el comportamiento de
las instituciones competentes en la posición, aplicación e im
posición del derecho, en el comportamiento de las autoridades
judiciales (cf. Weber 1956, 17): el poder legislativo, el ejecutivo
y el judicial, y no sólo las autoridades ejecutoras en sentido
restringido, que se subordinan al brazo ejecutivo. El hecho de
que las autoridades judiciales apliquen el derecho y cuiden de su
imposición testimonia una actitud afirmativa frente al derecho.
También en el nivel de las autoridades judiciales hay que distin
guir entre la vigencia normativa y la que puede comprobarse de
una manera exclusivamente empírica.
En casos extremos una coacción contra las autoridades ju
diciales se hace necesaria e ineludible. ¿A quién corresponde el
derecho de la coacción? La pregunta pone de manifiesto cuán
limitado es el instrumento de la coacción, prescindiendo de los
límites financieros y políticos, que se imponen a la organización
de un aparato coactivo que quiera estar en todas partes. Hablar
de la posibilidad de imponer algo por la fuerza significa suponer
unas personas que, sin coacción alguna, se ponen al servicio de
la imposición del derecho. La equivocación está en poner a esas
personas, que están fuera de la zona de la imposición por la
fuerza, fuera también del derecho (número 39). En ese sentido
también la reflexión sobre la coacción acaba desembocando en
la idea de que el ordenamiento jurídico tiene que ser merecedor
del reconocimiento tanto de los ciudadanos como de los desti
natarios, de los individuos particulares como de las autoridades
judiciales. De ahí que sea un error considerar la coacción como
la forma última de asegurar el ordenamiento jurídico. Su último
apoyo, y eso quiere decir el más firme, lo saca el ordenamiento
jurídico del asentimiento.
31 El derecho se deja ver en una organización de la vida social.
44
Aunque hoy en día semejante organización es una organización
estatal en casi todas las culturas, el derecho no deriva de la
forma de Estado tal como cristalizó desde el siglo X V I.
En principio tampoco ha de concebirse el derecho a partir
del Estado; es la medida para fijar en sus condiciones mínimas
las organizaciones, incluido el Estado (número 20). El derecho
existe ya, cuando en un determinado procedimiento, que consta
de algunas diligencias por mínimas que sean, se ha encontrado la
norma a cuya imposición se ha contribuido o se contribuye
mediante el tal procedimiento. Como ejemplo del período de
transición de la cultura nómada a la cultura agraria permítasenos
recordar una vez más el acuerdo entre Abraham y Lot (número
20). La estrecha conexión de los intereses y la mayor participa
ción posible de ambas partes en el logro de la «solución» permi
tieron un resultado del que quedaron excluidos los reproches y
las discusiones.
Parecidas vinculaciones de intereses, que de por sí permiten
la conciliación de las libertades y garantizan su estabilidad,
pueden también encontrarse tras la constitución del Estado. Ahí
se echa de ver el esfuerzo, elogiable desde el punto de vista de la
libertad, por aplicar lo menos posible la coacción en una socie
dad organizada ya políticamente. Así, al legislador Solón se le
presentaban dos exigencias; la primera pretendía otorgar a los
padres el derecho de contar con la asistencia de los hijos en su
ancianidad; la otra perseguía imponer a los progenitores el de
ber de procurar una formación a sus hijos. Ambos objetivos los
fusionó Solón en una norma resolviendo que aquellos progeni
tores, que no hubieran proporcionado formación alguna a sus
hijos, no pudieran exigirles nada en su ancianidad (Plutarco,
Vidas paralelas, Solón, cap. 17).
En este contexto hemos de recordar que a finales del siglo
pasado aún se discutía seriamente si existe el derecho en un
territorio sin Estado (cf. Stammler 1925, 1, 349-374). Contra la
posición, que calificaba la región sin Estado como territorio sin
derecho per definitionem, se alzó otra que defendía la existencia
del derecho en cualquier sociedad humana, incluso la que ca
recía de Estado, pero que pretendía atribuir al propio Estado el
derecho de extender su ordenamiento jurídico a los territorios
sin Estado. Dentro del Estado existe un espacio carente de dere
cho, cuando en principio se ha renunciado a la posibilidad de
imponerlo por la fuerza.
45
32 Este nuestro resultado cabe ilustrarlo con tres pasos.
El individuo y la comunidad experimentan ciertos valores en
la convivencia y los reconocen y admiten para sí y para su vida
política. Cuando algunas asociaciones humanas ya no consi
deran esos valores como meros puntos de discusión o simple
mente como consignas, sino que los tienen como reglas de la
vida social, se ha alcanzado el paso segundo. Tras luchas políti
cas o de acuerdo con un procedimiento previsto la legislación
estatal incorpora en un tercer paso esas normas de los pasos
primero o segundo y las incorpora al catálogo de las prescrip
ciones a la vez que las provee —en última instancia— de fuerza
para su imposición. O bien esas normas continúan configuran
do el trato de los hombres entre sí, afianzado ya en el paso
segundo y ulteriormente transformado en el derecho consuetu
dinario.
Mi propuesta es hablar de derecho en los pasos segundo y
tercero. Y ello porque también en el paso segundo vive una
comunidad esas normas y establece asimismo una capacidad de
imposición con su asentimiento. Este concepto de derecho no se
identifica por ello con el que ve el derecho únicamente como un
derecho impuesto por el Estado, aunque eventualmente podría
corresponderse con el concepto de derecho como la «suma de
todas las normas de derecho positivo de un Estado» (Hoerster
1987, 129).
De conformidad con esto un ordenamiento X puede de
nominarse derecho y ordenamiento jurídico, cuando están da
dos los tres elementos de ordenamiento: coordinación perfecta
mente definida de cara al cumplimiento de unos cometidos,
posición reconocida como obligatoria y procesos de imposición
organizados de alguna manera.
Otra distinción, de la que no se ha tratado al examinar la
definición de derecho, es la que se da entre derecho que en
tiempos fue obligatorio y derecho que lo es o derecho que ha de
llegar a imponerse como obligatorio. La historia y la política del
derecho las defino desde el concepto de derecho antes expuesto.
46
3. La comparación con otras concepciones y definiciones del de
recho
47
boni et aequi se refiere a la legislación, a la aplicación de las
normas establecidas y a la jurisprudencia. En la definición pre
sentada en mi propuesta se consideran proceso y resultado en
un contexto, por cuanto que se habla de encontrar, establecer e
imponer, y del ordenamiento mediador.
La estrecha relación —que Ulpiano da como evidente— en
tre mores, cargados de contenido moral, y ius, entre buenas
costumbres y derecho, es algo que para nosotros hoy no resulta
tan sencillo, y preside la separación y autonomía de tales or
denamientos. Ulpiano vio atinadamente que sólo vive en el de
recho quien no vive únicamente en el derecho.
De la descripción del derecho romano yo admito que la
función mediadora —como la que configura, por ejemplo, el
caso introductorio— es y debe ser la actividad de una ars boni et
aequi. Ninguno de los tres sujetos de la relación tiene que en
contrarse de antemano en el lado de los perdedores, a ninguno
se le deniega un interés digno de ser protegido, cuando se confi
guran las relaciones como unas relaciones jurídicas.
El espacio de libertad, que necesita del derecho (número 23),
en la segunda fórmula del derecho romano puede situarse tam
bién como suum, en el suum caique tribuere.
48
capacidad de distinción. Seguirla es un deber, y el haberla segui
do justifica la acción. El derecho es una regla racional, que or
dena la relación con el otro y con los demás, por cuanto que
gestiona de una forma objetivamente adecuada los bienes y los
intereses. La regla tiene que justificarse por la vía de la argumen
tación. Cuando se logra, tenemos un ordenamiento que merece
el título de derecho.
3) El esfuerzo, manifiesto en Tomás de Aquino, por la ra
cionalidad se precisa en el presente ensayo con la fijación de
unos cometidos. Reclamándose al filósofo Aristóteles, que con
el término dikaion designaba tanto el ordenamiento de la polis
como las sentencias de los tribunales (La política I, 2, 1253 1
35-37), Tomás de Aquino ponía de relieve la communitas como
comunidad jurídica (Summa Theologiae I-II, 90,4). Yo he ha
blado únicamente del círculo de personas que puede señalizarse
(número 28), que consideran el derecho como obligatorio, no
de la polis como el espacio de la configuración jurídica. Mas la
medida para la extensión del círculo es en todo caso la posibi
lidad de la configuración en el derecho.
49
desde fuera. Y donde el «derecho» se fija sin limitación alguna,
hay que trazarle fronteras también desde el exterior. Para Hob-
bes toda vida en sociedad está mediatizada por la potestad del
Estado. Mientras el ordenamiento jurídico funcione, se desvía el
trato por fuerza de las personas; pero, por lo mismo, sólo se
difiere. Se dice de forma más precisa de qué hay que temer; pero
el temor persiste.
Bibliografía: Brandt 1980, 41-56; Brieskorn 1988, 172-190; Fetscher 1976, IX-
LXIV.
1) ... Derecho es... el conjunto de condiciones, bajo las cuales el libre albedrío
(Willkür) de uno puede conciliarse con el libre albedrío del otro, según una ley
común de la libertad (Metaphysik der Sitien [1797], Einleitung in die Recbtslebre
§ B; VI, 230).
5C
recho como un ordenamiento y no como un poder arbitrario
subjetivo.
Al parecer Kant deja sin resolver la cuestión de a quién
compete la facultad de obligar, que va ligada al derecho. «Así
pues, derecho y facultad de obligar son una misma cosa.» El
derecho se ordena a la libertad, mientras que la coacción se
ordena a impedir cualquier estorbo para la libertad. El énfasis,
sin embargo, es notable: «derecho» acentúa la mediación de los
albedríos bajo una ley de libertad, en tanto que la «coacción»
sólo puede concebirse desde el impedimento.
¿Quién puede coaccionar? Kant no excluye que un tercero
pueda ejercer la coacción (VI, 231-233). Con mayor claridad se
expresa en el «derecho público». En el § 42 (VI, 307) califica
Kant de justa la acción que pretende prevenir un impedimento,
imaginado como posible. El «libre albedrío» individual necesita
del «poder suficiente (que no es el propio sino uno exterior)»
(VI, 312). En mi opinión Kant reserva de antemano al Estado el
derecho de «asociación de una multitud de personas bajo leyes
jurídicas» (VI, 313), pese a poner de relieve el derecho pro
visional que se da en espacios preestatales, que sin embargo
carece de la sanción de las leyes públicas, de la justicia pública y
de la fuerza que hace realidad ese derecho (VI, 312).
Kant esboza atinadamente el derecho como producto de un
trabajo de asociación y reunión. Incluso cuando un tercero
acomete la coordinación entre ambas, afirma su espacio de li
bertad frente al de ambas y al de cada uno de ellas. Entendido
así el derecho, resulta que aquel que trata y coordina con dere
cho no está fuera del ordenamiento jurídico, sino en una igual
dad de principio y en el mismo nivel que el otro, el destinatario
del derecho. Para decirlo en un lenguaje metafórico: la justitia,
que sostiene la balanza, mide a la vez su relación con lo pesado.
Quien traza una frontera entre él mismo y otro, se pone a sí
mismo y pone al otro en un mismo plano de contigüidad jurídi
ca. Cierto que Kant deja esa conexión al margen; pero desde su
planteamiento se puede concebir muy bien la relación jurídica
entre Estado e individuo.
51
37 e) Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831)
52
f) Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895) 38
53
confianza de que en ese estadio sería posible renunciar a los
instrumentos de represión.
3) Queda por consignar que la cuestión del origen y del tipo
de influencia sobre el derecho así como el tema de su instrumen-
talización pertenecen a las cuestiones irrenunciables, si hay que
posibilitar unas libertades humanas con vistas a la liberación.
Pero Marx reconocía también que muchas leyes, en tanto que
reglamentación universal, podían ser internamente útiles para
los propósitos de los obreros industriales.
54
la multitud de los sometidos al derecho la que puede, en efecto,
derribar cualquier derecho y la que debe calificarse de soberana?
b ) Cuando una gran mayoría de la población hace caer un
poder soberano negándole la obediencia ¿no se introducen en el
pensamiento jurídico los valores de la autoorganización sin una
estructura de mandato y los de un derecho perfectamente vá
lido, pues que de otro modo resulta difícil concebir la negativa a
obedecer?
c) Aun cuando sólo se proyecte una estructura sin ningún
contenido del ordenamiento jurídico, la forma no deja de influir
en el contenido. ¿Es indiferente la forma de mandato a cuales
quiera contenidos posibles? ¿No cambian los contenidos con la
forma?
d) ¿Cómo tiene que influir la fijación sobre la imposición,
sobre la dirección responsable de la comunidad? ¿No se ve el
valor estabilizador de unas convicciones de contenido común?
e) Puesto que la teoría de los imperativos contempla el dere
cho como un producto humano, llega a la conclusión de que el
productor no puede estar en definitiva por debajo de su produc
to (número 101).
La consecuencia de que el soberano está libre de cualquier
atadura jurídica da ya por sentadas varias hipótesis: ante todo la
hipótesis de una estructura unilateral entre redactores del dere
cho y sometidos al derecho; y asimismo la hipótesis de un único
productor, que se enfrenta al gran número de los destinatarios.
Pero ¿son hipótesis fundadas?.
1) Bien común, justicia, seguridad jurídica (son) los objetivos supremos del
derecho, mas no en perfecta armonía sino en abierta desavenencia recíproca (Der
Zweck des Rechts [1937-1938], conferencia pronunciada en Roma).
55
lucha de los grupos sociales se centra en determinar el concepto
de bien común y reglamentar el que más le conviene.
3) La tríada de la seguridad jurídica, la justicia y la atención
al bien común representa para Radbruch una tentativa por pro
porcionar al ordenamiento jurídico una orientación de conte
nido. Yo también tengo en cuenta ese propósito con los cometi
dos esbozados en los números 16-19, y completo, según creo,
los objetivos de Radbruch. Así, el objetivo de la seguridad ju
rídica se corresponde con el de la estabilización; pero a la vez
me refiero a la ineludible apertura a una actuación ulterior. La
seguridad es sólo un aspecto de la mediación, mediación que se
justifica porque hace posibles otros actos reforzadores de la paz.
La «justicia» se inserta en el bien de la libertad como suum,
aunque incluye la vida y las relaciones sociales, sin las que no se
da una libertad de este hombre concreto.
Tras la desaparición de la dictadura nazi, Radbruch insiste
en su artículo Gesetzliches Unrecht und Übergesetzliches Recht
(Injusticia legal y derecho supralegal, 1961, 111-124) en que la
ley positiva puede oponerse a la justicia en una medida tan
insoportable, que la ley tiene que retroceder ante la justicia. Al
tema me refiero en los números 1, 20 y 26. El objetivo del bien
común lo entiende más tarde Radbruch como el cometido cul
tural del derecho y habla —aunque ya lo había hecho también
en 1932— de la «conveniencia» a la que el derecho tiene que
servir. El presente ensayo remite en este punto al cometido de
posibilitar el paso del pasado al futuro a través del presente
mediante decisiones ponderadas y mediante la responsabilidad
frente a los muertos y a los que aún no han nacido.
56
derecho, cuando externamente estí garantizado por la posibilidad de la coacaón
(física o psíquica), mediante una acción tendente a forzar la observancia o a
castigar la transgresión, que lleva a cabo un estamento de personas, instituido
expresamente para ello (§ 6; 1956, 17),
57
de compromisos. Científicamente no se puede resolver la dispu
ta acerca de los valores finales.
3) Pese a la descripción weberiana de la «modernidad» co
mo un cosmos disperso y roto, empiezo por el concepto de
derecho y lo completo.
En general, y sin referirnos a Weber, conviene observar que
del hecho incontrovertible de la pérdida de la unidad axiológica
no se sigue que la vida humana carezca de valores. El hecho del
conflicto no excluye que se den posiciones justificadas e injusti
ficadas, que en la lucha ideológica no necesariamente han de
obtener la victoria. Insisto en el cometido de lograr un consenso
como algo indispensable. Espero, sin embargo, tener en cuenta
el planteamiento moral de M. Weber de no sugerir valores.
El derecho como tal tiene determinadas funciones, que yo
no describo directamente desde la justicia, sino desde la red de
relaciones en la que los hombres viven. «Derecho» no es el
concepto vacío de un ordenamiento, que sólo se legitima y da a
conocer como un ordenamiento jurídico desde la implantación
y la amenaza de una posible imposición. Se le plantea un co
metido. Por motivos de comprensión la definición del derecho
se mantiene en un nivel muy general, dándole los tres ejes de la
vida humana como contenido del discurso jurídico-antropoló-
gico. Mas no me parece necesario añadirle nada más; bastantes
son los cometidos que le están asignados al derecho.
Al mismo tiempo el planteamiento elegido por mí es más
amplio que si lo hubiese recortado principalmente en vistas al
conflicto, más aún, a la lucha a ultranza entre los hombres, para
demostrar la necesidad del Estado y del derecho. El derecho
contribuye a la humanización (número 23).
Bibliografía: Gneuss y Kocka 1988; Kronman 1983; Peukert 1989; Rossi 19S7.
42 j) Delimitación al juego
58
de los dados puede representar el tipo primero, mientras que el
ajedrez y el fútbol entrarían en el tipo tercero. Las investi
gaciones versan por lo general sobre el tipo tercero, en el que
pueden enmarcarse los juegos estratégicos. Se distinguen los
juegos cooperativos y los no cooperativos, los juegos de dos
personas y de más personas, juegos con una ganancia constante
y con ganancias variables.
Los juegos son competiciones. Como el parchís o como el
ajedrez los «juegos» imitan el mundo, por lo general sin derra
mamiento de sangre. El juego es un modelo del mundo. Conoce
al fullero, al jugador con suerte y al que más pierde que gana.
El juego puede preparar a la lucha de la vida, mas puede
también desentenderse de ese cometido y convertirse en un fin
en sí mismo.
Una primera comparación con el derecho descubre que la
tentativa por instituir una vida jurídica perfectamente deter
minada se ha dado una y otra vez, que el derecho aparece como
subordinación tanto de dos como de un número mayor de per
sonas y que la cooperación y la contraposición aislada pueden
definir la vida jurídica. El «juego» de las instituciones jurídicas
puede desarrollarse como un fin en sí mismo y perder la trans
parencia de sus cometidos.
El derecho parece darse a conocer parcialmente en el juego,
por cuanto que éste no sólo imita unas relaciones jurídicas, co
mo en el Monopoly, sino que constituye asimismo una red de
relaciones sociales: en la igualdad de las jugadas y del someti
miento a unas reglas, así como en la igualdad de los jugadores,
siguiendo todos un orden y sin que se pueda pasar a ninguno,
como en el juego de los dados.
El juego tiene sus reglas. Las reglas del juego pueden enten
derse como «fijaciones normativas sobre el conjunto de las
operaciones permitidas a los jugadores que participan así como
sobre el conjunto de las posibilidades para obtener informa
ción sobre la situación del juego y sobre los posibles resultados
(ganancia, empate, pérdida)» (Klaus 1968, 40). Las reglas pueden
ser «limpias» y «sucias». Las reglas del juego cumplen también
los cometidos de una cierta racionabilidad y, por tanto, los co
metidos de estabilización y orientación. Las concepciones de
juego se hallan reproducidas en el derecho: así, por ejemplo,
unas normas jurídicas, como las que rigen un tratado inter
nacional, son las reglas del juego que presiden las relaciones de
59
los Estados entre sí. El enjuiciamiento criminal puede decirse
que contiene unas reglas de juego para el arreglo entre defensor,
inculpado, fiscal, juez y público. En uno y otro caso se habla de
jugar limpio, que es como decir imparcialidad.
Sin embargo, entre el juego y el derecho hay semejanzas
estrechas a la vez que profundas diferencias.
2) Las reglas se «convienen» antes del juego. Pueden existir
acuerdos para que sea posible cambiar las reglas durante el
juego. Tanto si las reglas han sido negociadas como si el jugador
antes de empezar el juego se somete a unas reglas firmes y
establecidas, siempre puede el jugador negarse a jugar o a re
tirarse del juego.
La libre configuración del ordenamiento jurídico se realiza a
través de estadios intermedios de elecciones políticas, influen
cias, peticiones, etcétera. N o es raro el sometimiento a las reglas
del derecho en la confianza de que son equitativas. Por el con
trario, apenas es posible que alguien se retire de la vida ordenada
por el derecho y se exima de tener que someterse. El caso de
Otanes, que Heródoto describió, ha encontrado pocos segui
dores. En un debate constituyente, tenido en Persia, Otanes
votó por la democracia; pero perdió y fue instituida la monar
quía. El monarca admitió que quedase fuera de la clase gober
nante, que él y sus descendientes se mantuviesen libres de la
jerarquía y sólo les exigió que no violasen las leyes (Heródoto,
Historias, libro III, 80-82: 1961, 85-87).
Las reglas jurídicas están condicionadas por los intereses de
un modo más decisivo y profundo que en el juego, precisamente
cuando los participantes con mayor poder político o económico
influyen en las reglas jurídicas.
3) En tanto que sistema de reglas, las que rigen el juego
lógicamente no pueden ser contradictorias. Ésta es una diferen
cia respecto del derecho, que incluso dentro de un ordenamien
to conoce normas contradictorias y tiene que funcionar con
ellas. Por lo demás, también en el derecho se apunta a evitar las
contradicciones.
4) El juego conoce un vencedor. Cierto que el ganar no
significa la destrucción del adversario, ni siquiera en el boxeo.
En forma pervertida puede también un ordenamiento, que sólo
en apariencia lleva el nombre de «derecho», crear perdedores y
ganadores y fijarlos en sus posiciones respectivas, Mas el dere
cho como derecho no apunta a la victoria, sino al compromiso.
60
El cometido de mediación intenta evitar la amenaza total. Y es
dentro de ese marco de la preservación de los espacios de liber
tad donde comparecen el vencedor y el perdedor de un proceso.
5) En el juego los jugadores se someten a diferentes esfuer
zos. También esto representa una diferencia respecto del dere
cho, que no sólo tiene que preocuparse de los participantes
activos. En el juego puede entrar como «jugador» incluso la
naturaleza o alguno de sus elementos (cf. Klaus 1968, 35). Para
el derecho la naturaleza está excluida como sujeto jurídico, aun
que como objeto de la resistencia del hombre también la natura
leza preocupa al ordenamiento jurídico, como en el caso de la
construcción de un dique.
Los intereses de la naturaleza pueden percibirlos quienes se
presentan como «representantes de la naturaleza» —aunque
¿delegados por quién?— en el plano del derecho (número 48).
Habilidad, fuerza corporal, preparación, etc. desempeñan tam
bién un papel en el manejo del derecho. Uno tiene éxito en la
elección de su defensor o la movilización de los medios para su
caso, y otro no. El disfrute del derecho de asilo, tanto en el
antiguo Israel como en la baja edad media, dependía de la ve
locidad del perseguido: tenía que alcanzar la zona protegida por
el derecho de asilo antes que sus perseguidores. Una presen
tación hábil y una forma de expresión elevada pueden demos
trarse beneficiosas para el desarrollo del proceso.
El desarrollo de la configuración del ordenamiento jurídico
ha desembocado y sigue desembocando en un desacoplamiento.
En razón de la igualdad de los hombres el tener o no tener
derecho se ha separado del «tener» en las más variadas formas,
incluidos también los bienes económicos y las facultades corpo
rales. El derecho se ordenó —en el paso siguiente— al ser y al
obrar responsable. Mas semejante «falta de miramientos» —esta
vez justificada— no se logró por doquier y es siempre difícil
porque, primero, las cámaras de diputados, los jueces y los fun
cionarios de la administración actúan también siempre de acuer
do con las simpatías y la familiaridad con las formas de vida, y,
segundo, el adueñarse del derecho y monopolizarlo siempre
exigirá un esfuerzo y en tal sentido chocará con diferentes ca
pacidades de rendimiento.
Bibliografía: Engelkamp 1989; Hóffe 1975; Huizinga 1939; Klaus 1968; Kuss-
bach 1968; Neumann y Morgenstern 1973.
61
43 k) Hans Kelsen (1881-1973)
62
La eficacia social del ordenamiento jurídico es condición
para la vigencia, pero no el fundamento de la vigencia.
3) La «agudeza de pensamiento, sorprendente a todas luces,
de la pura doctrina jurídica», acreditada con razón (Beyer 1972,
931) persigue también hacer saber a los hombres que el «dere
cho» no indica ya por sí mismo un contenido valioso y digno de
atención y que a cada destinatario le incumbe el cuidado
de configurar el contenido del ordenamiento jurídico.
Cuando H. Kelsen en su Reine Rechtslehre razona y explica:
«Así como las condiciones lógico-trascendentales del conoci
miento de la realidad natural en modo alguno determinan el
contenido de las leyes de la naturaleza, así tampoco las normas
básicas pueden [szc]... definir el contenido de la norma jurídica»
(1960, n. 208), ciertamente puede discutirse con razón la exac
titud de semejante apuntalamiento (cf. Oberer 1977, 92ss).
Y hay otra pregunta que se refiere a la pureza de la Reine
Rechtslehre: ¿Acaso es posible tal pureza?, ¿no resulta absolu
tamente inevitable la referencia a unos valores? Salta a la vista
«algo así como una libertad inalienable», pero ahora «no como
un derecho natural, innato en el hombre, sino como una conse
cuencia de la posibilidad, técnicamente limitada, de una regla
mentación positiva del comportamiento humano» (1960, 45).
¿Es inofensivo semejante manejo de los valores? También hay
que mencionar la afirmación de que derecho equivale a Estado y
•Estado es igual a derecho (1960, 289ss).
¿Está dada la pureza, si el rechazo o la aceptación de la
mayor parte de los destinatarios del derecho es condición para
su vigencia? La pureza reclama que el derecho se considere ahis-
tórico y se conciba únicamente como una estructura. «Común a
todos los sistemas posibles de moral es su forma, su carácter
obligatorio y normativo» (1960, 67). Resulta provocador el que
H. Kelsen trabaje incesantemente con un lenguaje de carga axio-
lógica: «Es moralmente bueno lo que responde a la norma social
que establece un determinado comportamiento humano; y mo
ralmente malo lo que contradice a semejante norma» (1960, 67).
H. Kelsen ha contribuido notablemente al conocimiento de
la unidad del ordenamiento jurídico, de la construcción escalo
nada y de la sanción.
63
44 /) Niklas Luhmann (n. 1927)
64
ciones de vida de los hombres. Es una autoposición ajena al
sujeto. El derecho, incluso establecido en el contexto de com
plejidad y contingencia, se ocupa en buena medida de sí mismo.
El caso introductorio muestra cómo la reglamentación es
selección y aminora la complejidad, pero de modo que esas
prestaciones las habría logrado asimismo cualquier otra de
cisión. La teoría de N . Luhmann no ofrece ayuda alguna de cara
a la ponderación de los valores y de los intereses.
Todos los subsistemas sociales suponen el derecho. ¿Existen
asimismo supuestos previos para el sistema del derecho? A
quien sigue preguntando en tal sentido le señala N. Luhmann
un lugar en su sistema y en el sistema de la sociedad donde hay
que tratar tales cuestiones. Pero el señalar un lugar a quien
busca una respuesta no equivale a responder.
¿Se justifica la reducción de la teoría por el cambio radical de
paradigmas que marca el paso de la edad moderna a la moder
nidad? ¿O el acortamiento es adecuado a la estabilidad, que
necesariamente hay que pensar, para poder reconocer todavía el
derecho?
65
que lo son realmente, puede hablarse de la realidad de la re
lación. En sí misma la relación no es nada. Tomás la valoraba
como un minimum, esse o un ens minimum (In IV Metaph. lect.
574; I Sent. d. 26 q. 2 a. 2 ad 2; cf. Krempel 1952, 79-85).
Semejante tratamiento de la relación apenas hace justicia al sen
tido de las relaciones interhumanas (cf. de Vries 1980, 38s y
78s).
2) Para K. Popper el derecho pertenece al «mundo 3», por
que ni puede clasificarse como un estado físico ni tampoco psí
quico. El conocimiento del derecho va más allá de los productos
materiales del ordenamiento jurídico, como el texto de una ley o
la columna de un asilo, que entran en el «mundo 1», y no se
detiene, presa del miedo que provocan las prescripciones jurídi
cas —lo que constituye el «mundo 2» —, sino que como una
institución social, a la que le corresponde «un cierto grado de
autonomía», el derecho es objeto del «mundo 3» (cf. Popper y
Eccles 1982, 65). Dicha autonomía es perfectamente conciliable
con el hecho de que en el derecho se trata de un producto del
hombre.
3) De acuerdo con H. Kelsen, a las normas no les corres
ponde en absoluto ningún ser. Las normas son un deber, y ser y
deber se distinguen netamente (número 43). El ser corresponde
al acto voluntario, que emite una norma y cuyo sentido es la
misma norma (1960, 5). «Puesto que la vigencia de la norma es
un deber, y no un ser, la vigencia de la norma tiene que diferen
ciarse también de su eficacia, que es el hecho ontològico de que
se aplique y se obedezca de hecho, de que se siga efectivamente
una conducta correspondiente a la norma» (1960, 105).
4) O. Weinberger prefiere hablar de la realidad de la norma.
Su realidad se expresa en que existe una vivencia del deber y un
conocimiento del mismo, en que la norma actúa sobre la con
ducta humana motivándola (1979, 103s). En la medida en que
O. Weinberger se esfuerza por delimitar el ser real de la norma
—diferenciándolo de la realidad de los actos que la establecen-
de la expresión de la norma y del comportamiento de los desti
natarios jurídicos, en la misma proporción vuelve a acercar am
bos planos en el curso de su exposición. «La existencia real de la
norma está estrechamente relacionada con la existencia de unas
instituciones sociales, como las autoridades administrativas, los
tribunales, los órganos legislativos, etc., cuyo funcionamiento
está sujeto a la consideración sociológica» (1979, 104).
66
5) El presente ensayo define la realidad del derecho desde la
realidad del hombre. A causa de su realidad necesita el hombre
de otras realidades. Tales son, con vistas a conseguir su propia
realidad, ante todo los otros hombres. Puesto que nadie está por
encima del otro, no todas las relaciones pueden y deben estar a
disposición de un individuo, y sobre todo no deben estarlo en
modo alguno las que tienen una importancia vital. Las re
laciones con el hombre y por causa del hombre adquieren así un
grado de indisponibilidad, que impide que éste o el otro porta
dor de la relación llegue a disponer de nadie (número 20). El
estar referido y la autonomía de ambos condiciona la indispo
nibilidad de la relación jurídica, cuya realidad consiste tanto en
la resistencia contra la arbitrariedad de la disposición como en el
fundamento ineludible. Su realidad se experimentará en el en
frentamiento con tal relación.
67
determinados hechos puede perder unos derechos fundamen
tales. Es la opinión que, de manera particular, ha proporcionado
un argumento para justificar la pena de muerte. Se trata de una
suposición abstracta y general de la pérdida del derecho, pues el
criminal muy raras veces vincula a su acción la renuncia a su
derecho a la vida o la conciencia de la pérdida de un derecho.
En la medida en que tal construcción no quiere pasar por
arbitraria, tiene que fundamentar la pérdida del derecho. 1) Una
renuncia del derecho a la vida, en el caso de querer admitirla en
el núcleo de la pérdida del derecho, necesita de la admisión para
ser válida; y en principio tiene que concederla quien ha otor
gado el derecho. Ahora bien, ése no es la comunidad constituida
políticamente. 2) Incluso cuando el criminal tuviera que entre
garse a la comunidad, ésta tendría que justificar su relación o
trato con él desde su propio derecho, pues de lo contrario se
degradaría a ser un simple órgano ejecutor de los deseos de los
individuos, contraviniendo así el derecho como regla de coor
dinación o atentando al derecho a la vida del individuo. Y ello,
porque éste no puede salir de sí mismo, de manera que con su
decisión llega a convertirse en un objeto aniquilable: «La totali
dad general de la actividad externa, la vida, no es algo externo
frente a la personalidad, en tanto que ésta es ella misma y de
manera directa» (Hegel, Grundlinien § 70). 3) Derivar un dere
cho exclusivamente de un acto choca contra la separación entre
ser y deber, que aquí se ha demostrado. 4) Incluso admitiendo
que se diera tal efecto de la acción, aún sería necesario justificar
cualquier reacción de la comunidad constituida políticamente.
La teoría de la pérdida del derecho es cobarde, por cuanto
que intenta desviar hacia el criminal la responsabilidad de la
ejecución. Con ello no se toma posición alguna frente al proble
ma del suicidio después de sopesar los bienes. Tampoco con este
excursus está dicho todo acerca del problema de la pena de
muerte.
Hay que entender por derecho un ordenamiento que han de
crear los hombres. Con el mismo vienen dadas ciertas ventajas a
la vez que se imponen ciertas obligaciones (números 13-22). Los
hombres pueden cumplir o no tales imposiciones. Y así, puede
hablarse de un ordenamiento más o menos adecuado a los hom
bres o que los molesta más o menos (número 21).
47 A. Comte (1798-1857) podría ser un ejemplo de los que
miran el derecho con la mayor desconfianza, y especialmente el
68
derecho subjetivo. Quien desde su derecho proyecta una re
lación social no hace, según Comte, más que excitar un deseo
abiertamente insaciable de otros derechos, desgarra la sociedad
y se entrega a una moral pasiva, por creer que el cumplimiento
de los deberes para con la sociedad no es más que un mal ne
cesario. La filosofía de la era postmetafísica, proyectada por A.
Comte, que se llama «sociología», exige que «cada uno tenga
obligaciones para con todos; pero nadie tiene un derecho en
sentido propio. La conveniente protección del individuo se de
riva simplemente de la reciprocidad general de las obligaciones,
que cobija el contenido moral de derechos precedentes, mas no
sus graves riesgos políticos. Dicho con otras palabras: nadie
tiene más derecho que el cumplimiento constante de su deber»
(extracto del Discours sur l’ensemble du positivisme, obra postu
ma publicada en 1907; la cita está tomada de Schellens 1965, 53).
Según A. Comte, el hombre individual tiene que organizarse
desde los valores públicos y orientar su vida por los mismos; no
debe entenderse como causa, sino como efecto. Desde la obser
vación de los inconvenientes actuales saca Comte unas conse
cuencias, que no hacen justicia a la responsabilidad personal del
hombre ni a su capacidad de configurar la realidad. El presente
ensayo concibe el derecho preferentemente como una regla de
coordinación (número 26). De ese modo el otro respectivo y la
comunidad política quedan incorporados en cualquier exigencia
jurídica, pero justamente en tanto que exigencia de derecho.
69
2) En el caso de que sea deseable una actuación autónoma
de la «naturaleza», tienen que representarla los hombres. Toda
representación necesita de un poder. Y así, son sólo los hombres
los únicos que por la ley autorizan y son autorizados para la
representación (número 42). La responsabilidad de la naturaleza
no puede confiarse o devolverse a ésta misma. Es el hombre el
que sigue siendo responsable, y no sólo en razón de los daños
que él ha causado.
3) Y en razón del mismo derecho en una relación jurídica se
prohíbe también la degradación de un interlocutor a simple
cosa.
Pero las cosas sí que son perfectamente objeto de la relación
jurídica. N o existe ninguna relación de derecho, en la que no se
establezca alguna relación con las «cosas». La transmisión de
una herencia, los contratos de intercambio y compra, son ejem
plos clásicos de tales relaciones. ¿Qué ocurre con el contrato de
trabajo? En tanto que relación jurídica se objetiva una parte del
hombre, el hombre se «cosi-fica». Si ha de continuar siendo una
relación jurídica el contrato laboral debe redactarse de tal modo
que evite la degradación del trabajador a la condición de máqui
na. N o una de las partes, sino las dos han de convenir en si se da
o no un «uso» y hasta un «abuso» del hombre (Kant, Meta-
physik der Sitien § 30: VI, 283).
4) Sin embargo, la afirmación de que una relación jurídica
sólo es posible entre personas, oculta ciertos contenidos que en
cualquiera de los casos son victorias a njedias en favor de la
dignidad personal. Esa dignidad ha sido puesta al servicio de
intereses económicos y políticos. Lo cual requería crear «perso
nas», como por ejemplo patrimoine del Code civil o «persona
jurídica» o «bienes inmuebles», de las cuales se derivaban las
relaciones jurídicas determinantes para las personas vivas como
derecho de dominio sobre las mismas. Las teorías del contrato,
entre otras, movieron batalla contra una «persona», que a me
nudo se presenta como un poder anónimo. En el rechazo de
tales cosifi.caciones también se planteó la cuestión de si son posi
bles en principio unas relaciones jurídicas con el Estado como
parte contraria.
70
c) ¿El pueblo sujeto de derecho? ¿El Estado? 49
71
pueden chocar entre sí y hasta entrar en contradicción. Si se
cumple la exigencia de la autodeterminación de un «pueblo», se
actúa en contra de los deseos de aquellos «miembros del pue
blo» que habían abogado por el mantenimiento de la inserción
política en que venían viviendo. Quien cede a las minorías im
pide el derecho de las unidades mayores. Así pues, hay que
conciliar aquí la autodeterminación y la protección de las mi
norías.
Exigir la autodeterminación como pueblo y negársela a los
grupos en el propio ámbito vital resulta contradictorio. Cada
una de las agrupaciones tiene que respetar la capacidad de vida
de los demás. La libertad vive del intercambio y se agosta y
muere con el enquistamiento.
50 4) ¿Cuál sería la respuesta desde un planteamiento antro
pológico del derecho? A cada individuo le corresponde la
reivindicación de que a su comunidad, constituida políticamen
te, se le otorguen unas opciones que, de cara al individuo, son
indispensables en el entramado social a causa de los cometidos
de la conciliación de los espacios de libertad, estabilización,
descargo y orientación. Existe por ello la reivindicación de que
la comunidad, que pertenece constitutivamente al individuo
marcándolo y sujeta por su parte a una posible modelación,
reciba un determinado reconocimiento por parte incluso de
otros ajenos a la comunidad o que asuma unas exigencias que
dentro de la misma contribuyen al cumplimiento y salvaguardia
de las pretensiones de mediación y estabilización. Cada derecho
particular está siempre en conexión con los demás derechos.
5) Aunque los derechos denominados colectivos se entien
den como derivaciones de los derechos individuales, de modo
que son creación del hombre en tanto que animal sociale et
politicum, y con su existencia escapan a la arbitrariedad por
cuanto que se asientan en el marco del interés general y lo confi
guran, no por ello deja de ser su nota característica la vincu
lación al individuo y la atención a los derechos individuales.
El «derecho de un pueblo a la autodeterminación» hay que
calificarlo de derecho, cuando incorpora las aspiraciones de to
dos los que pertenecen a ese pueblo para realizar la libertad
como comunidad y en la comunidad. Por consiguiente, la auto
nomía externa no puede lograrse a costa de la opresión o de la
alienación cultural en el interior.
6) La vida comunitaria conduce, además, a la configuración
72
de una forma de vida del individuo, en la cual nunca puede
llevar a término el conjunto de sus propósitos y deseos. En vez
de hablar de «limitaciones» y «renuncias», hablo del hallazgo de
una forma, cuya calidad se define por la labor mediadora y por
las posibilidades de vida que desarrolla. La socialización puede
impedir, y muy a menudo hasta prohibir, la preservación de los
derechos. La justificación de tales prohibiciones hay que lograr
la mostrando que representan un logro de vida y de libertad. El
caso introductorio demuestra qué caminos jurídicos están cerra
dos y qué otros se encuentran abiertos.
7) Por lo que respecta a las relaciones de los Estados entre
sí, hay que insistir en la necesidad de un ordenamiento inter
nacional, en el que se regulen los derechos y las obligaciones de
los mismos Estados, y de cuyo cumplimiento o no cumplimien
to respondan las personas que están en los órganos o insti
tuciones representativas. Ese ordenamiento necesario no puede
renunciar al derecho.
8) Semejante proyecto para la construcción de la realidad
social sigue siendo conciliable con la idea de que las creaciones
sociales, como la familia o el Estado, cuya realización y puesta
en práctica se debe a los hombres, surjan dentro de un espacio
de aspiraciones y, por tanto, también —mediante un proceso de
configuración humana— en el espacio jurídico, y lo llenen y
desarrollen.
Habrá, pues, que mantener, primero, que el individuo es el
sujeto originario por antonomasia de los derechos; pero, segun
do, que en tanto que con otros constituye una comunidad, ésta
adquiere a su vez del individuo «social», y en forma irrevocable,
unos derechos y deberes en la configuración de la dimensión
social.
73
El derecho, por tanto, ya no es una relación necesaria de
cada hombre. Llamar autoridades judiciales a todos los ciuda
danos de la comunidad organizada democráticamente, para dar
les así una participación en el derecho, no cambia en nada esa
reducción, pues incluso de acuerdo con esa concepción de la
teoría ligeramente ampliada, el derecho no corresponde propia
mente a los hombres como tales, sino sólo a los funcionarios
que actúan en nombre del Estado, y tan sólo como derecho que
sirve al funcionamiento de la comunidad política.
Dicha teoría cambia por completo la concepción del dere
cho. Sirva como ejemplo el juicio. Según la teoría de las auto
ridades judiciales el juicio es derecho. Pero en un sentido estric
to el juicio no resolvería ningún litigio jurídico, puesto que
derecho lo es el juicio, y sólo el juicio. Asimismo, estando a
dicha teoría, no hay sitio para el derecho consuetudinario. Se
mejante concepción limitada del derecho se lo confía y entrega a
un Estado que —si bien conforme a derecho— ya no es contro
lable.
74
El énfasis que se pone en uno u otro derecho refleja unas
posiciones ideológicas, como es la preferencia que se otorga al
individuo, visto en su aislamiento personal, o a la sociedad
constituida políticamente. El caso introductorio señala la ne
cesidad irrenunciable de conciliar unos «derechos subjetivos»
dentro de un ordenamiento jurídico.
75
en dos el derecho, cuando describe un plano profesional que
tiene como contenido «el mantenimiento del derecho judicial
estricto (y) del facultativo, en que cuentan la prudencia y la
habilidad del actuante» (libro I, cap. 8, 97).
76
1,30) citando al jurista A. Brinz: «El derecho contiene sobre
todo disposiciones acerca de sí mismo» (1873, 87). A mí me
pareció que una distinción entre un complejo de normas jurídi
cas, que regula la actividad de los tres poderes políticos, y otro
complejo, constituido por sus mismos productos —ley, acto
administrativo, juicio— era más adecuada para la división de las
normas que no la distinción introducida por Hart. Una rule of
recognition quedaría fuera del derecho. Mas con el derecho pro
cesal se le podría dar una seguridad institucional.
77
transformar el querer extrajurídico en una obligación que ha
de cumplirse. La consecuencia sería una indigna dependencia
del Estado respecto de los deseos de los ciudadanos. Lo cual se
aplica también en el caso tercero, en que el Estado fija las obli
gaciones. Es una fijación en el efecto, pues ¿no sigue siendo tal
la obligación que, bajo las presiones del Estado, alcanza la po
sición de causa?.
Según mi respuesta, el derecho tiene que llevar-a cabo la
conciliación de los espacios de libertad, con esto el derecho no
se ha de determinar ni a partir del derecho subjetivo ni desde la
obligación «subjetiva». -Más bien hay que verlo como concilia
ción de los dos sujetos de la relación. No siempre tiene que
constar también el obligado. Puede tratarse de un círculo de
obligados, que no se puede fijar de antemano.
3) La tercera interpretación de «tener un derecho» es acer
tada para el caso en que, dentro de una relación jurídica, el
sujeto de derecho A puede determinar cómo usa su derecho
frente al sujeto de derecho B, que es el obligado. El caso intro
ductorio señala algunas posibilidades de elección del cónyuge
del primer matrimonio. Mas hay que hacer hincapié en que la
denominada «soberanía» está previamente marcada por la re
lación jurídica. Asimismo, muchas veces las disposiciones del
acreedor sólo son eficaces a través del acuerdo del deudor, como
la remisión de deudas. En tanto que conciliación, el derecho no
puede ser ya una «soberanía» sobre otro.
4) Fr. Bassenge esboza de otro modo el derecho subjetivo:
«Me está permitido aquello que no debo» (1930, 20). El derecho
consiste en la ausencia de una obligación negativa. «La facultad
de disponer... se da allí donde, desde el punto de vista de la
disposición, no hay motivo alguno para no hacerlo» (Reiner
1964, 32).
Tener un derecho significa llenar un espacio de libertad
abierto por el Estado. Aquí se concibe el estar permitido desde
la prohibición: ello es posible —todavía o de nuevo—. Frente al
libre desarrollo se alza un no radical. El presente ensayo parte
de la libertad, que debe poder concillarse. Las prohibiciones
sólo surgen con la mediación.
5) Hubo otro planteamiento, que concebía el derecho desde
la libertad para el abuso. En los debates sobre la confiscación de
los bienes de la Iglesia, tenidos en el otoño de 1789, el diputado
Treilhard justificaba la «expropiación» con estas palabras: «La
78
propiedad consiste en el pleno derecho de utilización y disposi
ción de una cosa a voluntad. Es así que el clero no puede abusar
de una cosa, luego no es propietario» (Aubry, vol. 1, 204).
79
Ill
MORAL Y DERECHO
58 a) Los «mores»
80
te resulta esa moral, con tanta mayor cautela se opera el cambio;
y cuanto más vital y pujante es el consenso, tanto más parca
puede ser la producción de unas reglas jurídicas explícitas. Por
ello no hay necesidad de que se cotice más el poco derecho,
porque la moral cuida de los asuntos importantes. Mas en nin
guna sociedad faltan quienes no se incorporan ni quieren incor
porarse al consenso.
81
poique el enlomo apuesta por la observancia de la costumbre y,
al vriH' desengañado, castiga el desengaño.
I lay quien cumple la costumbre sin cálculos ni premedi-
lación. Quien se alejó de ella siempre puede someterse por
miedo a la sanción. Son varios los grados posibles de conciencia
frente a la costumbre.
Ethos significa una actitud de carácter, elaborada por uno
mismo, ante la vida (Reiner 1972, 814).
59 Aunque ninguno de los autores —como Funke, Fikent-
scher, Henkel, etc. —, que se han ocupado de la relación entre
derecho y costumbre, ha entendido explícitamente la vida «bajo
la costumbre» como un mero vegetar instintivo, siempre está en
juego la cuestión de qué participación sorda y «animal» del
hombre hay que salvar y utilizar para la regulación de la vida
social. Las formas de conducta, que precisamente funcionan
bien cuando no se adoptan de manera consciente, se pueden
poner al servicio y modelación de la vida social de una forma
permitida sólo en la medida en que no cosifican al hombre (nú
mero 48).
82
lo que se vive como costumbre, puesto que las consecuencias de
unas decisiones particulares, tomadas de forma consciente, tam
bién marcan y configuran el estándar en cuestión.
83
consecuentemente, el valor del. empleo moderado del instru
mento —consecuencias de la orientación en libertad— como
base del derecho, tendrá gran interés en los consensus, «conven
ciones» y «costumbres». Es difícil mantener el equilibrio, pues
se excluye que puedan producirse expresamente unos ordena
mientos que tienen como características el crecimiento, la adop
ción y admisión tácita y el arraigo sin oposición. Un ejemplo de
tan difícil relación entre norma jurídica explícita y consenso se
encuentra en el libro III de los Essais de Montaigne: «El esclavo
que reveló el escondrijo de Publio Sulpicio, su amo, fue ma
numitido, de conformidad con la promesa de la orden de pros
cripción de Sulla; pero, según lo exigía la equidad pública, una
vez manumitido fue despeñado por la roca Tarpeya» (1956,
617).
Una retirada del ordenamiento jurídico es recomendable,
siempre que se vislumbre que ciertos usos razonables y justos
asumen la reglamentación.
3) Quien prescribe expresamente unas formas de conducta
que ya se practican y viven irreflexivamente, les quita su p la c i
bilidad, tiene que justificar las normas prescritas y necesita de la
amenaza explícita de la sanción. Se comporta de una forma an
tieconómica, políticamente imprudente e inadecuada en el plano
humano.
Puesto que una conducta según la norma, prescrita de modo
explícito, puede convertirse de fado en un hábito «arraigado»,
es lícito buscar esta seguridad, que permita renunciar a la pre
sión exterior sin introducir la inestabilidad. De esa manera el
ordenamiento jurídico no sólo alivia al destinatario, sino que se
aligera en sí mismo. Ahí puede verse el valor moral de ese ca
mino que conduce hasta el hábito.
El valor de descargo para el destinatario jurídico individual
se mide por el modo en que se aprovecha la energía liberada y el
tiempo libre y por cuáles son las consecuencias del hábito.
En muchas teorías jurídicas se puede vislumbrar cómo la
característica de la costumbre se traspasa al ordenamiento ju
rídico y cómo cesa de hecho cuando no es obedecida. También
en el derecho son la obediencia mayoritaria o el rechazo do
minante los que deciden si el derecho «vige» o no. Me remito
para todo esto a los números 9-13 y 28.
84
2. Moralidad y legalidad
a) En la concepción de Confucio 61
85
(VI, 219). Cuando la acción se ha hecho deber, mas no se sigue
ninguna fijación definitoria en la cuesdón del estímulo, tenemos
un acto de legislación jurídica. Cierto que también esa acción
puede realizarse por deber; pero al legislador sólo le interesa el
cumplimiento, no el tipo de estímulo. Kant agrega que podría
partir de una actitud de repulsa contra la ley «constrictiva».
3) Se da la legalidad o, lo que es lo mismo, una acción u
omisión legal, conforme a la ley, cuando tal acción u omisión
concuerda con lo legislado. Los motivos que han inducido al
comportamiento legal o ilegal únicamente interesan, cuando se
otorgan'recompensas y se inflingen castigos. Existe una actua
ción moral, cuando el hombre observa la ley, se sabe obligado a
obrar de ese modo y actúa desde tal obligación.
4) Por lo que respecta al contenido de las leyes de ambas
legislaciones, hay que decir que la legislación jurídica sólo
puede imponer unos deberes externos; es decir, unas acciones,
concesiones y omisiones perceptibles y que pueden controlarse
de forma intersubjetiva. Volviendo una vez más al caso intro
ductorio: al legislador y al juez les son indiferentes los motivos
por los que el cónyuge del matrimonio primero demanda la
anulación del segundo matrimonio. Unicamente hay que probar
si no existe nulidad del matrimonio y si se han cumplido los
plazos y otras prescripciones de procedimiento. La legislación
ética, por su parte, «se interesa por todo lo que es deber», por
las actuaciones internas y externas; «tiene en común con el dere
cho unos deberes, mas no el modo de obligación» (VI, 220). La
actuación moral se contrapone de dos modos a la ley externa:
examina el contenido de la ley y conoce el estímulo que ha de
impulsar a la observancia o a la desobediencia.
5) Para Kant un comportamiento legal no es una forma pre
via de comportamiento moral, ni la moralidad es perfecciona
miento consumado de la legalidad. Se trata más bien de dos
legislaciones, ninguna de las cuales elimina a la otra. La separa
ción de la legislación jurídica por la moral no es una degra
dación de la primera. Lo que se persigue no es despojar de
moralidad al derecho, pero sí descargar a ese derecho del co
metido de tener que servir directamente a la moralidad —en el
sentido kantiano —.
Los factores de seguridad y de tiempo son determinantes en
la legalidad. Los resultados no deben hacerse esperar, porque el
legislador jurídico penetra en el campo de los estímulos y con
86
tribuye a la definición del estímulo mediante la amenaza de
coacción. El legislador establece un motivo o —como dice
Kant— levanta un estorbo contra el obstáculo a la libertad.
Cuando desaparece la conducta legal, es que la amenaza ha fra
casado; cuando el destinatario del derecho se comporta de for
ma correcta, el dato no demuestra sin más su eficacia.
6) A manera de conclusión habría que anotar acerca de la
distinción kantiana entre moralidad y legalidad, que Kant no
apoya la coacción al bien; pero sí la coacción para conseguir la
seguridad del orden necesario y, por tanto, de la libertad ciuda
dana, de la que hay que distinguir la libertad (interna) trascen
dental (número 36).
El derecho no debe permitir los impedimentos para el libre
desarrollo de las personas o, una vez aparecidos, ha de eliminar
los. Cuando'esos impedimentos surgen, la libertad cívica se re
duce de forma inadmisible o acaba desapareciendo. Pero el vivir
en una situación de libertad cívica es asimismo un deber moral
de los hombres, así como el de darse un ordenamiento jurídico
externo y cumplirlo. Sólo que, aun desapareciendo esa situa
ción, el hombre continúa siendo un ser moral e —incluso en
esta situación— no debe ser utilizado como un medio (cf.
Schnorr 1989, 221ss).
7) Desde el planteamiento del presente ensayo hay que
asentir a esa definición de las relaciones.
87
4. Los planteamientos clásicos sobre las relaciones entre derecho
y moral
88
obligatoriedad: las infracciones de la ley las presenta la «socie
dad» como delito de honor, los usos se persiguen con el derecho
penal.
2) Ahora bien, cuando nosotros equiparamos el ordena
miento del derecho con la «moralidad», la imagen resultante es
ésta: el asentimiento al deber del derecho, en la forma de ley, de
juicio y de contrato, fundamenta y explica su obligatoriedad
(número 28). Sin el asentimiento se trata de un simple ordena
miento. La obligación moral, por el contrario, se da con in
dependencia del asentimiento. En cualquier caso el asentimiento
es necesario para la configuración moral de la vida, porque la
aspiración por sí sola todavía no cambia la vida, sino que lo hace
únicamente la asunción activa del propio programa vital. Mas el
derecho como tal sólo existe por el asentimiento (número 28).
89
Los inores no son en principio ni más duros ni más condes
cendientes que el derecho en sus exigencias. También el derecho
puede exigir el sacrificio de la vida a quienes pertenecen, por
ejemplo, a las unidades especiales de rescate. A las personas hay
que darles una especial compensación para que se sometan a
tales exigencias jurídicas. Por otra parte, el derecho conoce la
equidad y el perdón.
Los mores no tienen por qué ser necesariamente más progre
sistas ni más retrógrados que el ordenamiento jurídico. Así, una
constitución puede prohibir la imposición de la pena de muerte,
mientras que la opinión social y pública sigue considerándola
justificada. De otro lado, la moral puede abogar por la igualdad
de los sexos en un tiempo en que la ley todavía mantiene di
ferencias.
Derecho y mores se fijan en el «exterior» del hombre y,
según las circunstancias, tienen también en cuenta la «interiori
dad», donde el derecho procura buscar metódicamente la culpa
cuando se trata de un proceso penal.
2) ¿Es el derecho un «mínimo ético»? O, vistos en su conte
nido, ¿son asimismo morales todos los preceptos y prohibicio
nes? Y todos los preceptos morales ¿son también jurídicos?
a) Si también los deberes para consigo mismo se ven como'
parte de la moralidad, ya desde ahí se sigue una diferencia: la de
que no puede darse un derecho respecto de uno mismo. Pero,
aunque solo el conjunto de los deberes sociales se compute co
mo objeto de la moralidad, no se da una coincidencia completa.
Kant insistía en la misma para el catálogo de obligaciones; pero
mientras que el derecho habla de derechos y obligaciones, la
moral —en la acepción kantiana, no en la de Hegel (cf. Enzy
klopädie 1830, § 515)— sólo habla de obligaciones.
El ordenamiento jurídico tiene que instituir colectivos e ins
tituciones, y ponerlos bajo derecho y obligación. La aspiración
moral, por el contrario, sólo se dirige de forma directa a la
persona individual, a través de la cual esa aspiración puede tam
bién manifestarse mediante las instituciones.
b) ¿Tiene el derecho que ocuparse de la virtud? ¿Tiene que
hacerlo de una vida moralmente buena? ¿No es más bien un
estorbo?
El planteamiento antropológico, que aquí hemos elegido, no
permite ese cometido, que va más allá del cometido de orien
tación. Mas no puede darse discrepancia alguna entre derecho y
90
moralidad hasta el punto de que no deban tenerse en cuenta la
libertad, su desarrollo en unas relaciones sociales libremente
elegidas y su interpretación en el espacio y en el tiempo.
Mas la «coacción al bien» no puede contentarse con el cum
plimiento externo y ha de preservar al hombre del mal «con
todos los medios». Con lo cual semejante política de coacción
desemboca en un control ilimitado, en una coacción intran
sigente, en el terror incontrolado, y pronto incontrolable, como
programa.
c) Lo propio de muchas normas jurídicas es sin duda el que
su contenido haya podido establecerse de esta o de la otra ma
nera, como en el caso, por ejemplo, de la circulación por la
derecha o por la izquierda. También el caso introductorio indica
que habría cabido defender una cierta preferencia del matri
monio primero. De todos modos hay que tener presente que la
elección, el mantenimiento y el cambio de las normas jurídicas
origina una serie de planteamientos éticos, como el de la justi
ficación financiera de la introducción de una reglamentación
determinada y del cambio, como sería el caso de que se preten
diese cambiar todo el tráfico, pasando de circular por la derecha
a hacerlo por la izquierda.
91
67 e) La relación desde el punto de vista de cómo se reacciona a la
transgresión de una norma
5. Visión panorámica
92
IV
1 . Positivismo jurídico
a) Los conceptos 68
93
El Système de politique positive lleva el subtítulo de Traité
de sociologie instituant la religion de l’humanité. Tal subtítulo
provocó numerosos malentendidos, pues a menudo se identifi
có religión con teología. A. Comte, que deriva religio de religa
re y la traduce por «síntesis», ve como religioso todo lo que
induce y fortalece la unidad del hombre, de los hombres entre sí
y de la sociedad. La «religión» de A. Comte, en tanto que re
ligion positive, consiste en conocer a la humanidad, llamada
Grand-Étre, amarla y servirla. Comte considera la historia de la
humanidad como un camino de emancipación.
En un sentido más restringido hay que entender el denomi
nado «positivismo empírico». Se trata de la hipótesis central de
que todo conocimiento ha de tener su base en la experiencia. En
definitiva, sólo otorga valor a las sensaciones y vivencias (cf.
Hegselmann 1978, 126s; Eley 1978, 425-472).
¿Cómo influyeron los «positivismos» en el pensamiento ju
rídico?
1) Si los datos productores de derecho se toman exclusiva
mente del campo de los hechos externos, puede hablarse de un
positivismo naturalista. La labor legislativa y la misma ciencia
jurídica se limitan al uso de las «fuentes», cuya existencia y
contenido pueden comprobarse de modo intersubjetivo en una
sociedad calificada como plural y escéptica.
2) Cuando el material previo a la producción e interpre
tación del derecho son conceptos, se utiliza el concepto de po
sitivismo racionalista. Ese material, dado de antemano, ha de
elaborarse con el fin de conseguir una construcción sistemática
lo más clarificadora posible y que dé respuesta a los casos. La
manera de proceder la ilustra una frase de K. Bergbohm, del año
1892: «La definición del derecho tiene que constituir en cierto
modo una envoltura herméticamente cerrada de todo el material
jurídico. Cuando está elaborada de una manera precisa, incor
pora todo el derecho sin dejar nada fuera, y sólo incorpora lo
que tiene naturaleza jurídica» (cf. Maihofer 1973, 86).
La seguridad jurídica puede alcanzarse en la medida en que
el legislador formula unos «datos legales generales y abstractos,
que están construidos sobre unos elementos que han de descri
birse y valorarse con una significación inequívoca; y, además,
mediante la subordinación del legislador a la voluntad de la ley.
Sin embargo, se excluye la posibilidad de ampliar y corregir el
contenido de las leyes reclamándose a unos principios políticos,
94
morales y sociológicos, que no fueron aducidos directamente en
contrario» (Baratía 1968, 332).
3) Mas por positivismo jurídico se entiende también la doc
trina, que sólo califica como «derecho» las normas puestas por
los hombres en el espacio y en el tiempo y que han sido estable
cidas con poder. Puede calificarse como positivismo normativo.
Las normas jurídicas son válidas única y exclusivamente porque
han sido emitidas por los órganos jurídicos competentes y me
diante un procedimiento reglamentado.
4) En la medida en que la implantación la llevan a cabo por
lo regular en forma de ley los órganos e instituciones estatales
puede aplicarse también el concepto de «positivismo legal». Del
mismo se habló en el siglo X IX en oposición al «positivismo del
derecho consuetudinario» de la escuela histórica del derecho
(Fr. C. von Savigny, K.F. Eichhorn, J. Grimm). Por una parte,
contraponía a la concepción del derecho suprahistórico la alta
categoría del derecho histórico «surgido del ser íntimo de la
nación misma y de su historia» (von Savigny, en: Wesenberg
1976, 158). Por otra, la escuela histórica del derecho no de-
valuaba por completo el derecho «hecho», porque el espíritu
nacional podía expresarse tanto en el poder legislativo como en
el judicial.
La impotencia de cualquier política social y jurídica frente a
un espíritu nacional arbitrario puso el fundamento para la di
ferenciación de los sistemas sociales. Con la importancia cre
ciente de las regulaciones legales el concepto del positivismo
legal también borró de la conciencia el positivismo del derecho
consuetudinario; más aún negó a este último incluso la justifica
ción, partiendo sin duda del valor de la seguridad jurídica y de la
necesidad de una planificación central del Estado.
5) Existe también un tipo de positivismo, que sólo contem
pla como derecho aquello que está vigente como derecho en la
opinión general de la sociedad y como tal se aplica. Así escribía
K. Bergbohm en 1892: «... sólo lo que funciona como derecho
es derecho, y nada más; y todo eso es derecho sin excepción»
(cf. Maihofer 1973, 94).
95
69 b) Toma de posición
96
tos la neutralidad afirmada o tácitamente supuesta. K. Berg-
bohm es consciente del «círculo vicioso en el que acaba desem
bocando toda formación de conceptos. Cuando fijamos los ob
jetos, en los que se dan las características que han de incor
porarse a su concepto, ese mismo concepto lo aducimos ya para
enjuiciar la congruencia de dichas características en tales ob
jetos» (1892; en Maihofer 1973, 93).
3) En el significado tercero del positivismo encontramos la
neta separación entre «derecho como es» y «derecho como debe
ser». Derecho y moral no deben confundirse, según e\positivis
mo normativo. Al derecho establecido como tal no le corres
ponde ninguna valoración moral. Quien obedece no puede re
clamarse a una valoración moral del derecho instituido como tal
derecho, sino únicamente al examen y valoración, que él lleva a
cabo, del derecho establecido como moralmente positivo.
Es posible que esto no siempre se entienda así o que se evite
decir en un determinado clima de marcada lealtad al Estado. El
positivismo normativo se formó en la época del Estado autorita
rio; pero dando por sentada la mayoría de edad de los ciuda
danos. Visto así, el positivismo llegó demasiado pronto y antes
de tiempo.
4) Una cuestión que se plantea es la de si el énfasis se ha
puesto siempre en el procedimiento de la posición del derecho o
simplemente en el hecho de la misma. ¿Y en qué tipo de po
sición se quiere decir? ¿Acaso también en una posición de dere
cho consuetudinario por parte de una comunidad, en cuanto
que se mantiene por largo tiempo una determinada práctica o en
una posición puramente estatal?
2. Derecho natural
97
70 a) Los conceptos
98
y la prohibición de la esclavitud como afirmaciones del derecho
natural absoluto. Y era el derecho natural relativo el que justi
ficaba a sus ojos la alianza de sacerdotium e imperium en deter
minadas épocas, así como que fuera admisible la esclavitud en
un cierto clima.
2) ¿O acaso se entiende por «naturaleza» un núcleo esencial
otorgado al hombre de modo definitivo, inmutable e inaliena
ble, que a su vez impone unas exigencias precisas y reconoci
bles? Con lo cual la «naturaleza» significaría una naturaleza de
esencia metafísica. Ser y deber se hallan en estrecha conexión; y
cuanto más mutable es el ser, tanto más cambia el deber.
Mas ¿cómo encontrar ese núcleo? Quien compara el conjun
to de normas respetadas en todos los pueblos y saca lo que
tienen de común, se mueve en el campo de lo fáctico y jamás
podrá presentar sus resultados como inmutables y válidos para
siempre.
a) En su Etica a Nicómaco Aristóteles parte del supuesto
que determinados derechos son «conformes a la naturaleza»;
pese a lo cual, o precisamente por ello, son también mutables:
«... entre nosotros (los hombres)... hay algo que ciertamente es
conforme a la naturaleza, pero perfectamente cambiable» (V 10,
1134b 28ss).
Lo pbysei dikaion es lo justo; su realidad han de elaborarla
los ciudadanos; y aproximarse a ello es su obligación. Es el
derecho adecuado a ellos (cf. Verdross 1970, 534). ¿Qué ocurre
con la justificación de la esclavitud? Aristóteles no pone en duda
la institución de la misma. Pero al referirse al hecho de que en el
tipo de un hombre que sirve como esclavo puede vivir alguien
que tiene capacidad para ser libre, así como que puede presen
tarse como libre en la polis alguien que sólo es apto para ser
esclavo, en mi opinión, Aristóteles cuestiona radicalmente tal
institución privándola de su evidencia (Política I 5s, 1254a
17-1255b 16).
b) Tomás de Aquino une el concepto de synderesis, la con
ciencia formada (II Sent 24, 2,3), con las inclination.es naturales:
en el hombre hay disposiciones, que reclaman un determinado
trato del hombre consigo mismo y con los demás (Summa theo-
logiae I-II 94, 4 ad 3). Mas también aquí entre las exigencias sólo
se da con seguridad el precepto de «Haz el bien y evita el mal» o
una limitación negativa, que señala de forma segura lo que es
injusto.
99
3) ¿Se identifica «naturaleza» con la «naturaleza biológico-
fisiológica»?
a) Esa concepción de la naturaleza ¿exige acaso que quien es
física y p síquicam ente-,m ás fuerte domine al más débil, según
hace decir Platón a Calicles en el Gorgias (483a-e)?
b) ¿Quizá los hombres se muestran tan esencialmente igua
les que, visto desde el derecho natural, se puede negar la justi
ficación de las diferencias sociales (cf. H .L.A . Hart 1961, 182ss,
en Hoerster 1987, 121s) ?
4) El «derecho natural» puede también aparecer como po
der «jurídico» del estado de naturaleza en las teorías que ad
miten un estado presocial.
Hobbes trabaja con un tal .concepto de naturaleza en su
Leviathan (cap. 14). Ese derecho natural está ordenado al in
dividuo. No es una relación con los demás hombres configurada
de antemano, sino el dominio informe de la propia seguridad. El
estado de derecho natural de los hombres es de radical disensión
y de amenaza constante, que es como para no poder vivirlo
(número 35). Mas la razón sabe también el modo de salir de una
situación desesperada.
Se impone aclarar previamente las diferentes maneras en que
se emplea el concepto de «derecho natural» o, en cualquier caso,
tener conciencia de tal diversidad.
5) Por otra parte, hay que preguntarse hasta qué punto y
con qué seriedad puede hablarse de «derecho» en el contexto de
la respectiva teoría de derecho natural. Tampoco aquí es unita
rio el cuadro.
a) Kant otorga al status naturalis un derecho, que él llama
«derecho natural», que realiza la coordinación de los hombres
—en oposición por tanto a Hobbes—, pero al que niega la fuer
za de imponerse (Metaphysik der Sitien, Einleitnng in die
Rechtslehre: VI, 242; parte II § 44: VI, 312). Dos son las carac
terísticas de ese derecho: es provisional, por cuanto que es «in
seguro». Tal carácter provisional sólo lo pierde el derecho,
cuando el Estado lo formula de forma clara y le confiere la
fuerza para imponerse. Kant insiste así en que el Estado no crea
el derecho, aunque ciertamente que lo asegura.
En segundo lugar, las personas que viven en tal status se
encuentran bajo la exigencia de tener que abandonarlo y entrar
en el status civilis. El estado de «derecho natural» es «proviso
rio», pues que permite prever. Así que, por encima de las fron-
100
teras estatales, tanto el derecho natural como el status civilis
reclaman una comunidad jurídica a escala planetaria. Y ello por
que sólo su establecimiento garantiza la persistencia plenamente
segura del estado de derecho. El Estado particular no puede por
sí solo privar al derecho de su carga de carácter provisional.
b) Quien dice «derecho natural» puede señalar «princi
pios», «normas básicas para un ordenamiento de deber», «dere
chos morales», «líneas directrices», etc. (cf. Küchenhoff 1962) o
un «metaderecho» (Menne 1983, 198s). El concepto «derecho»
encuentra una extensa aplicación dentro de ese contexto.
El concepto de «derecho natural» adquiere una variedad
desconcertante de acepciones en sus dos elementos.
b) Toma de posición 71
101
poliandria representó en el Tibet el único medio humano y ra
zonable; en otros lugares lo representó, en cambio, la monoga
mia.
2) Prescindiendo de las mentadas dificultades a propósito
del concepto de «naturaleza», ¿no resulta imposible distinguir
entre naturaleza y cultura, toda vez que para el hombre es una
necesidad natural el desarrollar «cultura»? No es posible. La
distinción de los pueblos en pueblos primitivos y pueblos civili
zados hay que rechazarla. Una emancipación de la naturaleza
no puede darse, como tampoco se da un desprendimiento de las
formas y creaciones históricas.
3) Las teorías del derecho natural ¿acaso no han acentuado
la posición o lo han hecho con demasiada parsimonia? La
exigencia de la posición, aun cuando haya sido una posición de
derecho consuetudinario, nunca quedó por completo al margen
en la doctrina clásica del derecho natural, enseñada sin reduc
ciones, ni siquiera en la neoescolástica, pese a su concentración
en el problema del contenido auténtico.
Cierto que en más de un fanatismo, empeñado en poner de
relieve el contenido de la norma de derecho natural —compá
rese la Sittliche Rechtslehre (1928) de E.E. Hölscher—, se pasa
por alto o se desvirtúa la posición que habría de valorarse como
un hecho positivo.
4) Se ha reprochado que la deducción del ser al deber se ha
hecho en forma irreflexiva y sin garantías. La inculpación señala
el empleo de un círculo vicioso en la doctrina del derecho na
tural. Primero se cargaría de valor el «ser» para luego sacar las
conclusiones adecuadas a partir de algo previamente preparado.
Hay que analizar con precisión el concepto (número 9). La
falta de atención se ha hecho patente tanto en las teorías sobre el
derecho natural como en muchos razonamientos acerca de la
denominada «naturaleza del asunto». Yo pongo una separación
entre ser y deber atendiendo a la libertad del hombre; por lo que
la separación sigue vinculada una vez más al hombre (números
10- 12).
5) La crítica ha señalado asimismo como vacíos de conte
nido los principios presentados cual normas de derecho natural.
Cierto que el imperativo «Haz el bien y evita el mal» necesita de
la concreción tanto de ese «bien» como de ese «mal», así como
de los conceptos de «hacer» y «evitar». Se impone un examen
atento de los conceptos, es necesario sopesar bienes y hay que
102
analizar la situación respectiva. La redacción lingüística muestra
ciertas marcas: así, no se habla de «combatir el mal», sino me
ramente de «evitar» y «omitir». La omisión se refiere al «mal».
El punto de vista de que también puede omitirse el «bien» que
da confuso.
6) No falta el reproche de que el derecho natural afianza el
dominio establecido. Seguramente que contribuye a la estabili
zación del dominio; pero ¿más como derecho o como derecho
natural? Hay que pensar en la legitimación jurídico-natural de
la propiedad privada o de la monarquía.
Por otra parte, la llamada al derecho a la dignidad y verdad,
indestructible aunque reprimido, sirvió para derribar los re
gímenes de Filipinas en 1986 y los de los países del bloque
europeo oriental en 1989. Es cierto que tal derrocamiento con
mucha frecuencia se dio una vez más a la manera de una «re
volución» y, en definitiva, como una vuelta a un estado de cosas
anterior o reclamándose al mismo. Como hicieron los campe
sinos del año 1525 en su lucha por «el derecho antiguo y
bueno», los revolucionarios de 1789 y de 1793 apoyándose en
los droits naturels, o como ocurre en la inculpación de la ley
artificial por parte de Hipias (Platón, Protdgoras 337d).
103
Quien los instituye no escapa a las tomas de posición y, en
definitiva, a su postura frente a las relaciones entre libertad e
igualdad, entre ordenamiento y orientación.
Bibliografía: Bóckle 1967; Bóckle y Bóckenfórde 1973; Dux 1976; Hóffe 1987,
88-187; Krawietz 1987; Maitiofer 1962; Reiner 1964; Schelauske 1968.
104
V
105
tanto que vis compulsiva puede influir de modo determinante en
la decisión de la voluntad, hasta el punto de que el afectado no
vea ya otra elección posible.
El concepto de violencia se ha extendido cada vez más en la
época contemporánea y certifica, por una parte, una sensibili
dad creciente de la sociedad a las influencias de unos hombres
sobre otros; y demuestra, por otra, el juego oculto y cada vez
más refinado en el empleo de la violencia.
Cuando Esquilo llevó al escenario la «violencia» con su Pro
meteo encadenado hacia el 457 a.C., le asignó un papel mudo. Y
con todo acierto, porque en la «violencia» hay algo sordo, sór
dido e infrahumano. Aplicada a las relaciones interhumanas de
grada al hombre a la condición de objeto carente de lenguaje. Es
una acción sobre el hombre eliminando o pasando por alto lo
que tiene de humano.
75 3 . E l poder de la definición
76 4. Violencia y derecho
106
Existen teorías (número 38) que en el ordenamiento jurídico
de la sociedad burguesa, por ejemplo, sólo quieren ver una for
ma de violencia, y que lanzan el reproche de que la fuerza
económica, y por tanto política, de un grupo social, que tiene
«la palabra», disimula su prepotencia bajo las formas del dere
cho. Los análisis de sistemas políticos, que llegan a ese resul
tado, tienen que preguntar ante todo a quién aprovechan (cf.
Galtung 1978, 7-36).
2) Pero así como esa violencia no puede generar un poder
político (cf. Arendt 197C, 54), así tampoco se logra jamás que
surja el derecho de la violencia salvaje. Omnis enirn violentia
inri obviat, dice Nicolás de Cusa (De concordantia catholica III
§ 328). Fundamentar un ordenamiento jurídico sobre la violen
cia significa pretender construirlo sobre la fuerza física y psíqui
ca, que irremediablemente es insegura e inestable. En 1762 for
mulaba J.-J. Rousseau esta sentencia lapidaria: «El más fuerte
no lo es nunca lo bastante como para ser siempre el amo, si no
transforma su fuerza en derecho y la obediencia en deber» (Du
contract social I 3). Mas ¿cómo transformar tal violencia en de
recho? La transformación sólo puede llegar a través del libre
asentimiento de todos los afectados.
3) Un caso especial es la aportación de la violencia para que
la gente acceda a un estado jurídico. Este caso típico lo trata
Kant al hablar del derecho del héroe a la violencia para conducir
a las personas que confían en él a un estado seguro de derecho
(Vorlesungsmitschrift Vigilantius: AA XXVII, 514s).
4) El derecho se sirve de la violencia para imponerse (nú
meros 29s). Ya la misma amenaza de la violencia asegura experi
mentalmente un poder político (Heller 1934, 246).
Explícitamente hay que referirse a la pobreza de la lengua
alemana, que emplea la palabra Gewalt para designar tanto la
violencia física como el poder soberano en la forma de «mo
nopolio de la potestad», como «potestad política» y como «di
visión de poderes» (cf. Schiedermair 1985, 457s). Otras lenguas
distinguen aquí claramente utilizando de una parte la vis y de la
otra la potestas; o bien contraponen forcé, fuerza, a power, po
der, y también violence, violencia, a pouvoir politique, poder
político.
107
77 5. Poder y derecho
108
ciación de los hombres entre sí. Al final de la segunda parte de
su escrito De la démocratie en Amérique (1840) A. de Tocque
ville esbozaba una sociedad que se convirtió en un despotismo.
109
VI
JUSTICIA E IGUALDAD
78 1. La justicia
110
quien daña a otros con pasión y de manera singular, así como el
que por cobardía o malicia o bajeza no responde a las exigencias
de la virtud (V 4, 1130 a, 17s), aunque directamente no haya
pretendido hacer daño a sus semejantes ni haya actuado con
voluntad del propio lucro. De ahí que Aristóteles vea también la
ilegalidad en la acepción de concepto más amplio: «Doquiera
hay injusticia existe también un obrar ilegal, pero donde hay un
obrar ilegal no siempre se da la injusticia» (V 10, 1134 a 32).
a) La justicia legal
b) La justicia distributiva 79
111
no en que A obtenga el bien a, sino en que la relación A-a se
corresponda con la que media entre B y b y la que se da entre C
y c.
¿Quién distribuye? Entran en cuenta la polis, el individuo
que ha sido constituido sobre los demás, y también A, B y C,
cuando se someten a esa regla de justicia.
Se distribuyen unos bienes. Una única cosa puede dividirse
o se instala para un uso comunitario y proporcional. Lo que no
es divisible puede crecer en determinadas circunstancias. En el
caso de la disputa de las dos rameras por el derecho sobre
el niño (IRe 3,16-28) no había posibilidad ni de dividirlo ni de
aumentarlo o multiplicarlo. Salomón lo supo aprovechar y, me
diante la simulada pretensión de partir al niño en dos mitades
otorgó el derecho a la verdad y el objeto intacto de la disputa a
aquella que con más probabilidad era la verdadera madre de la
criatura.
Al acto distributivo siempre le precede una relación, al me
nos: aquella que establece obligatoriamente el criterio o el asen
timiento comunitario al criterio. El caso introductorio muestra
los supuestos y los límites de un tal procedimiento distributivo.
De conformidad con la terminología elegida en este ensayo, esa
relación ha de medirse en definitiva por las exigencias de los
hombres.
Uno de los límites de esa forma de justicia es el de que de ella
no procede ninguna dinámica para una distribución igualitaria
de los bienes, como puede ser la tierra o el derecho al voto.
La justicia reparte, pero ella misma no es divisible, no se
puede compensar con cualquier otro bien. Arma togae cedant:
cuando la justicia ha hablado, las armas tienen que callar.
80 c) La justicia conmutativa
112
asimismo indiferente el modo en que los hombres se ven en esa
transacción mutua (cf. V 7, 1132 a lss).
Se avienen entre sí dos miembros, no dos relaciones de dos
miembros, como en el caso de la justicia distributiva. El cambio
de los bienes de una esfera jurídica a otra no debe provocar
ninguna pérdida ni ganancia excesiva de una parte o de la otra:
A y B tienen respectivamente 100; A da 20 a B, que ahora tiene
120; la diferencia entre las dos cantidades de bienes está ahora
en 40; la compensación no llega porque B devuelva de su ganan
cia 20, o sea la mitad, a A; en tal caso A tendría 90, y B 110. Así
pues, la justicia no exige igual participación en la ganancia, sino
igual distribución de la ganancia y de la pérdida. Hay que pro
ceder según una proporcionalidad aritmética (V 7, 1132 a 29).
Puede intervenir un tercero en calidad de árbitro.
113
gan que darse ya de presente y de manera efectiva los objetos del
cambio— (V 8, 1133 b 10-28).
82 2. La igualdad
114
a) El principio de la igualdad formal 83
115
guir unas reglas generales. Seguramente que este principio per
mite cualquier comprensión del estado de la causa y cualquier
consecuencia jurídica.
3) ¿Pueden ser o entenderse las leyes en el sentido de la
antropología proyectadas como injustas y no lesionar el prin
cipio de la igualdad formal? De acuerdo con el dato jurídico-an-
tropológico previo los «estados de causa desiguales» y «las con
diciones iguales, reconocidas como relevantes» están sujetos al
examen. Cuando falta el reconocimiento de los cometidos y de
los medios exigidos por los mismos, corre peligro la designación
como «derecho».
4) ¿Pueden considerarse como justas las leyes y, pese a ello,
lesionar el principio de igualdad formal? Las manipulaciones en
la interpretación de la justicia encuentran muy poca resistencia
en el principio de igualdad.
Bibliografía: Del Vecchio 1950; Heidsieck 1970; Kelsen 1953; Perelman 1965;
Salomón 1937; Trude 1955; Verdross 1970; Weinberger 1979 /I /, 146-194; Wel-
ding 1987.
116
VII
EL CO NO CIM IENTO
DE LO Q UE COMPETE AL HOMBRE
117
exigencias desempeña así un rol determinado en la identifi
cación como derecho, en el cambio de la ley, el relleno de la
gunas y en la elección de unos principios jurídicos determinan
tes.
b) Quien discute que sea posible semejante conocimiento
de las exigencias de la vida social, tiene que replantearse la cues
tión de qué es lo que entiende al emplear el concepto de
«exigencia»; como evidentemente tiene una idea de lo que
quiere decir «exigencia», puede haber pensado que no se puede
reconocer la exigencia determinante en este caso y que compete
a este hombre, además de tratarse siempre de aproximaciones.
Por lo demás, éstas podrían aspirar a ser las menos injustas. O
bien el tal se reclama a las normas cambiantes en el espacio y en
el tiempo; si aquí resulta una injusticia lo que allí es un derecho,
equivaldría a decir que la arbitrariedad tiene la última palabra.
Pero, en tercer lugar, podría pensarse que la sociedad política
educa para una determinada concepción del derecho, de cuyo
hechizo ya no lograrían liberarse la mayor parte de los miem
bros de la sociedad. Así identificaron el derecho con lo que les
corresponde como hombres.
c) La primera posición señala atinadamente que en los
juicios de unas personas sobre otras falta en principió la norma
adecuada del enjuiciamiento. Debido a la separación en dentro y
fuera de los estímulos, tomas de posición y propósitos del in
dividuo —que no pueden transmitirse intersubjetivamente—, al
que por lo demás ni siquiera se le ha «abierto» por entero su
vida pudiendo percibirla sólo de manera aproximada en muy
raros casos, falta por todo ello el conocimiento preciso de las
exigencias y deberes. Sin embargo, aun en esa visión previa se
supone un conocimiento. Incluso quien se entrega simplemente
a la búsqueda de lo «menos injusto» dispone ya de una idea, por
confusa que sea, de lo que ha de corresponderle al hombre.
La posición segunda la he discutido ya parcialmente en el
número 71. La exclamación de Pascal de que no se da ningún
derecho ni injusticia alguna, «que no cambie su esencia con el
clima» (Pensées, n° 294), pierde su dramatismo, cuando se tiene
en cuenta que la diversidad del clima, de las condiciones del
suelo o de los usos exige diferentes reglamentaciones a causa de
las necesidades iguales de los hombres.
Si, no obstante la diversidad de las circunstancias externas,
las reglamentaciones fueran iguales, se pondría mucho más en
118
tela de juicio la unidad del género humano. Pese a las diferencia»
se expresa un conocimiento de lo que compete al hombre como
tal hombre. Lo medido se distingue externamente, pero la pauta
coincide. Pascal parte además de la necesidad general de un
ordenamiento jurídico. Se afirma también la historicidad del
hombre, que proyecta unos ordenamientos jurídicos para su
espacio y su tiempo, que en cada caso han de acomodarse a un
horizonte de valores históricos.
Acerca de la posición tercera, hemos de decir que quien
habla de derecho manipulado mide en definitiva la manipu
lación por las exigencias del hombre, y no el derecho por la
manipulación no reconocida. Con la historia en la mano cabe
aducir, por lo demás, que apenas se encontrará un régimen que
renuncie a una justificación ya sea ante Dios o ante la historia, el
pueblo, la clase, la virtud, la libertad o el provecho social, así
como a la distinción entre derecho e injusticia.
Con lo cual se supone la capacidad de contraponer el dere
cho y la injusticia. La permanencia de un gobierno se obtiene
experimentalmente mediante la prueba de una justificación le
gitimadora (número 76). La proclamada coincidencia con un ser
superior parecía otorgar a menudo una carta de franquicia al
obrar inferior.
a) Heráclito
119
b) Platón
c) Aristóteles
120
la ahonda y afina. La familia y la polis sólo surgen sobre el
fundamento de esa comunión axiológica y de ella se nutren. El
derecho tiene que ver con la alocución y la refutación, mientras
que la violencia es muda (número 74).
121
singularidad— se define la voluntad de igualdad y de desigual
dad. El hombre no está a merced de la misma.
Según esto, una relación se identifica cual conveniente para
el hombre, cuando responde a la conciencia de igualdad y des
igualdad y se aviene con las valoraciones. La protesta se alza,
cuando no se respeta la igualdad, que une a los hombres, o se
desprecia la desigualdad, que destaca a los hombres —de acuer
do con sus ideas— como especie sobre el resto del mundo o los
diferencia entre sí.
c) De ahí que la conciencia de desigualdad o singularidad
pueda tener efectos tanto destructivos como constructivos para
las relaciones interhumanas. Ahora bien, eso significa que el
conocimiento de lo que jurídicamente le corresponde al hombre
está amenazado de continuo por el propio hombre, por cuanto
que pone precisamente en tela de juicio aquella igualdad que le
permite identificar una relación como justa o injusta. El hombre
ambiciona la primacía.
La comparación sirve para equipararse con quienes siguen
siendo los preferidos: es la hora del derecho entre ambos «parti
dos». Se aspira a ponerse por encima del otro partido; lo cual
puede conducir a la injusticia.
88 4. El sentimiento jurídico
122
1986, 2). Para Henkel se trata de un «sentimiento emocional de
la obligación y capacidad jurídicas»; el sentimiento jurídico se
entiende como un «sentimiento valorativo de los hechos y de las
consecuencias jurídicas» (1977, 534). El sujeto es cada hombre.
Su sentimiento jurídico está marcado por su propia índole, la
educación, las influencias sociales en un sentido amplio y por
la formación y elaboración de sus objetivos personales.
b) Hay que distinguir entre sentimiento jurídico y senti
miento de justicia, el cual se preocupa exclusivamente de la justi
cia, y no de otros fines del derecho, como la seguridad, el des
cargo y la orientación. La conciencia jurídica se distingue del
sentimiento jurídico en que aquélla somete todas las cuestiones
al tribunal de la propia conciencia, mientras que éste juzga más
bien de un modo intuitivo y emocional.
Tampoco se corresponde exactamente con el sentimiento de
respeto al orden jurídico existente, aunque el sentimiento jurídi
co, sin una decisión positiva previa, guarda en todos los actos
una posición frente al derecho establecido. La conciencia jurídi
ca hay que buscarla en otro plano. Hay que calificarla como
elemento indispensable de la vida comunitaria del hombre, en
juicia la propia actuación y precede al enjuiciamiento de las
distintas normas. El «sentimiento jurídico de todos cuantos
piensan con justicia y equidad» puede denominarse como senti
miento jurídico «oficial» y ser sancionado jurídicamente.
c) Las dificultades de cualquier teoría sobre el sentimiento
jurídico radican en la forma en que puede establecerse intersub
jetivamente tal sentimiento y en cómo pueden explicarse las
diversas manifestaciones del mismo. Es grande el riesgo de en
tender como deseo originario lo que no son más que medidas
culturales adquiridas y de interpretar un criterio pasajero como
la medida inamovible e indispensable.
Sólo nos queda insistir en que el examen tranquilo y objeti
vo de las manifestaciones emocionales resulta imprescindible.
Pero a su vez es necesario cultivarlas. Entonces, y sólo entonces,
el «sentimiento jurídico» será una ayuda para encontrar la so
lución más adecuada para todos los interesados y para mostrar
como fiables tanto el rechazo como la aceptación del derecho
establecido.
123
VIII
89 1. L a norma
124
dado, o la decepción que se espera, conduce a la estabilización
de una relación de expectativa.
A mi entender, la «norma» ha de concebirse preferentemen
te desde el horizonte de las respectivas necesidades de un parti
cipante. La norma debe preceder y anticiparse a las experiencias
desfavorables; una idea que han formulado tanto Hobbes {Le-
viathan, cap. 13-17) como Kant (Metaphysik der Sitien, Rechts-
lehre § 42: VI, 307). Queda sin expresar lo que puede esperarse.
Si el concepto de necesidad ha de mantener unos perfiles sin que
se aplique a todos y cada uno de los deseos, pueden descubrirse
otras causas en el origen y formación de las normas.
El caso introductorio señala ya la necesidad de proporcionar
espacios de libertad y brindar un procedimiento que presenta
los intereses de una reglamentación. En esta perspectiva la nor
ma se concibe no tanto desde la necesidad de los individuos
aislados cuanto de la sociedad, la libertad y su realización social.
El derecho no ha de proyectarse para provecho de un parti
cipante o de una sociedad, sino como un instrumento al servicio
de todos los interesados.
c) También se designan como «normas» los estándares de
enjuiciamiento y valoración. Como estándares humanos están
sujetos asimismo al enjuiciamiento (número 72). Esto se aplica
también a las normas jurídicas. Especial atención hay que pres
tar al proceso de enjuiciamiento, que se desarrolla de acuerdo
con unas reglas explícitas, siendo indiferente que se enjuicie a
los destinatarios jurídicos o los productos del proceso de apli
cación jurídica, como por ejemplo las leyes. Organizador en
toda regla es el poder judicial. Como audiencia de lo criminal
juzga al inculpado o, como tribunal constitucional, decide sobre
la constitucionalidad de una ley. Cualquier monopolio de enjui
ciamiento obliga —especialmente desde el valor de la subsidia-
ridad— a su justificación.
d) El llamar «normas» a unos sistemas generales de referen
cia deriva de la psicología social (cf. Sherif 1936). Se interesa por
la pluralidad de las normas, que sirven como sistema de referen
cia: proporcionan criterios para comportamientos futuros, ayu
dan a enjuiciar un comportamiento realizado y hacen posible la
estimación ajena y propia. Las normas cumplen además la fun
ción de contribuir al apaciguamiento de los distintos participan
tes, a darles un sentimiento de seguridad y a preservarlos de
sorpresas. Al mismo tiempo mantienen unida a la sociedad me
125
diante unos enjuiciamientos lo más similares posibles de los
sucesos y acontecimientos sociales.
Sin embargo, en el presente ensayo el objetivo supremo del
ordenamiento jurídico no puede ser el de contribuir al apacigua
miento y la unificación. Se trata de crear, en tanto que ordena
miento jurídico, un espacio dilatado dentro del cual puedan
preservarse y asegurarse campos abiertos a la libertad de los
hombres.
e) Si «norma» se interpreta a partir de «normal», expresa un
comportamiento medio. Es objeto de la sociología del derecho;
la estadística lo recoge.
90 2. La configuración de la norma
126
de la investigación, que no se acepta en modo alguno por mo
tivos de oportunidad, incluyendo la negativa a la prestación y
cualesquiera otros tipos de obstáculos o la promesa de protec
ción en conformidad con el derecho.
c) La estructura básica de la norma puede presentarse como
una «conexión de si..., entonces»: «si se da X, síguese Y». A
diferencia de la conexión de esa índole, que se establece por la
vía científico-natural, es necesaria una labor expositiva de todos
los conceptos más abundante que en las ciencias naturales. Hay
que explicar qué conceptos constituyen X , cómo hay que inter
pretarlos en conjunto y si A incluye también el caso X que ha de
juzgarse.
En segundo término, la conexión de X e Y no está sujeta al
«automatismo» de las conexiones que se dan en las leyes de la
naturaleza. Mientras que un determinado metal con una deter
minada temperatura y habida cuenta de otros factores se dilata
tantos y tantos milímetros, sin que los hombres intervengan, la
sanción Y contra el autor de X sólo se aplica, cuando el hecho es
conocido, cuando está aclarado y cuando con antelación se han
establecido unas penas jurídicas contra quien así obre. Pero
también entonces hay que atribuir por tercera vez al pronuncia
miento humano el tipo y gravedad de la sanción.
3. El manejo de la norma 91
127
libre decisión hay que aceptarlo, que «creerlo» (Hegel 1820,
§ 4), pues no es deducible de unas premisas.
c) Reducir una norma a otra superior es lo que yo llamo
fundamentarla. Tal fundamentación es una respuesta a la pre
gunta de ¿por qué? La fundamentación puede entenderse como
un «procedimiento lingüístico con ayuda del cual es posible
mover a alguien al reconocimiento de unos principios afirmados
como válidos» (Geddert 1984, 257). Los motivos son ante todo
—o de manera permanente— motivos para las personas respec
tivas .
d) La justificación de una norma intenta dar una respuesta a
la pregunta de por que hay que aceptar y seguir una norma.
Otra subdivisión se establece en el destinatario jurídico.
e) Es él el que cumple la norma jurídica, cuando desco
nociéndola hace lo preceptuado u omite lo prohibido. Obedece
la norma jurídica, cuando explícitamente se orienta por la mis
ma y acomoda a ella su conducta. La falta intencionada supone
conocimiento y capacidad de obedecer.
92 4. La lógica normativa
128
conceptos de mandato, permisión, prohibición e indiferencia, o
es necesario completarlos? ¿Cuál es la capacidad de rendimiento
de la lógica deóntica diádica? Asimismo hay que aclarar la re
lación con la lógica modal y con una doctrina de la actuación,
así como la relación con los cuantificadores (cf. Morscher y
Zecha 1972, 375-377). Gethmann (1978, 116s) insiste en que el
análisis sintáctico ha de completarse con uno de índole semán
tico.
c) Se impone una distinción entre la norma propiamente
dicha, su forma lingüística y el lenguaje sobre la norma. La
forma lingüística de la norma la llamo yo proposición norma
tiva (Normsatz), siguiendo la terminología de Weinberger; y a
la afirmación sobre la norma, una proposición deóntica (cf.
1979, 98s, 113). La norma es el significado de la proposición
normativa. A tales proposiciones no les convienen los atributos
de «verdaderas-falsas», y no son verificables. No son un tipo de
oración afirmativa, sino que constituyen una especial «categoría
expresiva».
La proposición deóntica es un juicio, que es objeto de la
lógica afirmativa. Se mide por la verdad, mientras que la norma
se rige por una norma de categoría superior o por un juicio de
valor. «Se manda X » es una oración deóntica y afirma que X
tiene aplicación en esta sociedad. «¡Se manda Á!» es una pro
posición normativa, que impone una obligación.
La prueba de que muchos destinatarios jurídicos se niegan a
cumplir el deber X afecta a la verdad de la proposición deóntica.
Sólo cuando la mayor parte de los destinatarios de la norma ha
pronunciado el juicio de valor sobre la norma de manera que ya
no debe regir, es cuando queda privada de fuerza. Mientras que
cualquiera tiene acceso para la falsificación del juicio deóntico
y cualquiera puede «orillarla»; por lo que a la norma respecta,
únicamente al que la ha dado y —eventualmente— a una deter
minada «multitud» de destinatarios de la norma les corresponde
revocar, cambiar o reforzar en parte o en todo la norma en
cuestión. Dentro de los preceptos y de las prohibiciones, y entre
preceptos y prohibiciones no pueden excluirse las colisiones de
deberes. La solución de las mismas requiere unas reglas especí
ficas.
d) La lógica normativa no es un subsector de la lógica mo
dal (cf. Weinberger 1979 [1], 104-107; Klami 1987, 212ss). «N e
cesario» no es igual que «ordenado» ni «posible» equivale a
129
«permitido», como tampoco pueden equipararse «imposible» y
«prohibido». Mientras que del «es necesario que X » síguese que
X existe, no se sigue que dé la prescripción de la acción X haya
que contar con el cumplimiento de dicha acción. Y cuando la
acción X se ha realizado no cabe concluir a su vez que estuviera
permitida, pero sí es lógico concluir que era posible.
Por todo ello, y al igual que para las normas en general,
también hay que distinguir entre «derecho», su forma lingüísti
ca, la «proposición jurídica» y el lenguaje acerca del derecho.
93 e) De cara a la exposición de las relaciones fundamentales
dentro de un sistema normativo (cf. Philipps 1964, 317-329),
sugiero esta nomenclatura:
130
no P». Pero si una acción no se permite de modo explícito, ¿está
prohibida? Concluir de la ausencia de una permisión explícita la
prohibición de una acción, refleja un modelo autoritario.
h) Lo que se permite no está prohibido: «Si P, entonces no
F»; y asimismo: «Si P que no, entonces no F que no».
131
PARTE SEG U N D A
135
do— y, según la concepción más reciente, también las ideas
jurídicas generales.
Reconocen como fuente de producción del derecho al dere
cho consuetudinario aquellas teorías —entre las cuales la aquí
representada—, que no niegan el carácter jurídico a las prácticas
duraderas hasta de las.sociedades menores. Se discute si las sen
tencias de los tribunales se cuentan entre tales fuentes. Unos
abogan por la no autonomía de la justicia en favor de la repre
sentación popular, otros quieren que se confíe la configuración
del derecho por principio a los tribunales, mientras que no fal
tan quienes confían la producción del derecho exclusivamente al
Estado.
El presente ensayo considera que sólo es justificable el uso
del concepto de «fuente de producción del derecho», si no se
oculta que en definitiva son únicamente los hombres esa tal
«fuente» y cuando se tienen en cuenta las exigencias del hombre
y de los hombres: exigencias al reconocimiento de su dignidad y
de los suyos, de la vida y de las relaciones sociales, así como la
exigencia a un ordenamiento jurídico.
136
I
EL DERECH O CO NSUETUDINARIO 95
137
II
LA LEY
96 1. Aproximación etimológica
138
razón se dice en Racine: «O charolante loi!». La tora es instruc
ción y guía; la obediencia a la tora es un caminar libre y gustoso
a lo largo de la vida. Los tres elementos fundamentales de la
concepción judía de la tora lo expresa el Salmo 1: la conciencia
de la liberación otorgada por Dios, el fortalecimiento en el recto
obrar y el gozo en la ley. Habiendo dado Moisés no menos de
613 preceptos, los judíos daban por excluido que se pudiesen
observar todos esos mandamientos. Por ello se recomendaba
siempre la indulgencia.
c) N o se puede establecer con certeza el origen de la palabra
latina lex. Isidoro de Sevilla la derivaba del verbo legere, «leer»
y «coleccionar» (Etymol. lib. V, c. 10; lib. I, c. 3); para Cicerón
procedía de eligere, «elegir» (De legibus, lib. I, 19), mientras que
para Tomás de Aquino venía de ligare, «atar», «sujetar» (Sum-
ma theologiae I-II 90, 1).
d) En el concepto anejo al vocablo alemán Gesetz subyacen
las ideas de «poner» y «asentar». El resultado de un ordena
miento firmemente fijado y mantenido asumió la designación de
«ley» (Gesetz), que conviene mejor al concepto de statutum,
estatuto.
140
obligatoria, patrón para el libre obrar del hombre y una dispo
sición racional, general y duradera cuyo fin es el bien común. Y
éstas son las características externas: disposición por parte del
legislador competente para una sociedad legal y la publicación.
La lex es una creación de la ratio, y sólo en la medida en que lo
es se le debe obediencia. Inserta en un contexto universal, con
unos objetivos determinados y con vistas a configurar la actua
ción humana, la ley expresa en el ámbito social la subordinación
del hombre al bien común. Pero, a su vez, el bonum commune
se ordena al bonum universale. Ningún bien universal puede
presentarse como el supremo o definitivo. Al igual que la lex,
también el hombre está inserto en un orden; y esto de dos
modos: como el que está sometido a la ley, la lex aeterna, la lex
naturalis y la lex humana insta-, y como quien dicta la lex hu
mana.
El hombre es competente sólo para la creación y configura
ción de esta lex, de la lex humana, y es el responsable de la
misma. La lex aeterna y la lex naturalis tienen a Dios mismo por
legislador y es él quien responde de las mismas. Mas, por lo que
respecta a la lex humana el hombre desempeña el papel de legis
lador, compartiendo con Dios la función legislativa. Dios asume
el cuidado de la comunidad, que todo lo abarca; al hombre le
queda la solicitud compartida por la communitas política. El
pueblo organizado políticamente como un todo o un funciona
rio particular puede asumir esa solicitud. La promulgación es
indispensable para la validez de la lex humana.
3) Para otros la ley es signo de los poderes políticos que han
de acercarse o que ya se han aproximado (Nietzsche) o es la
declaración de guerra, vertida en una forma lingüística general,
de un grupo de la sociedad contra otro (Colet, Laberthonniére).
4) El debate entre Cambacérès y Portalis a comienzos del
siglo X IX versaba sobre si la ley se había de hacer de manera que
preveyese soluciones y reglamentaciones para todos los casos
posibles. De acuerdo con ello a la justicia sólo le correspondía
funciones de aplicación, mas no creativas. ¿O no es acaso la ley
una guía cauta y prudente de los intereses sociales, révisable en
todo tiempo y necesitada de un juez, que la transforma y des
arrolla de un modo creativo? Con ello subiría la importancia de
la «constitución» como regla fundamental. En el fondo, sin em
bargo, se deja sentir el «savoir pour prévoir» de Comte (número
68).
141
En resumen, por ley hay que entender la reglamentación
general, establecida de forma duradera y publicada. La regla
mentación general y la situación singular están en tensión recí
proca.
La fijación jurídica, la aplicación ejecutiva del derecho y su
pronunciación prescinden siempre de la pluralidad y de la sin
gularidad: el arte está en regular el componente principal del
problema, trazar una línea general para la solución del conflicto
y, sin embargo, no pasar completamente por alto los matices
especiales de cada caso.
99 c) Cometidos de la ley
3. Propiedades de la ley
142
que el efecto de la ley recaiga sobre el territorio y sólo media
tamente sobre sus habitantes —y en tanto lo son—, de este
modo puede evitarse que afecte directamente a los destinatarios
del derecho. En eso se distingue la ley del pacto y del mandato,
que obligan directamente a los destinatarios: Lex afficit terri-
torium, praeceptum ossibus haeret.
b) Ley y tiempo
143
de ser tanto más révisable (y corregible) cuanto más decisiva es
para la vida humana.
144
instituciones,, no hay más ataduras que las que se derivan de la
libre afirmación y de las disposiciones sociales anejas a las mis
mas.
La alternativa a esa libre afirmación significa en cualquier
caso un «apearse» de la vida social, cuando no de la vida misma.
Hobbes intentó presentar tal «sometimiento» de modo más to
lerable introduciendo hábilmente otra libre decisión, en forma
de contrato social, anterior a la vida en sociedad (Leviathan,
cap. 14-18). Es atinada la visión de que el ordenamiento social y
jurídico debería aparecer de tal modo que cualquiera pudiese
afirmarlo. Pero el hombre puede renovar su sí y puede recha
zarlo a su voluntad.
145
valoración propia. Así no tendría que asumir la responsabilidad
frente a los ciudadanos ni sobre el propio obrar, sino meramen
te la responsabilidad concreta frente a la ley. Con vistas a des
cargar la propia conciencia cabe desear en las leyes una presen
cia más acentuada de la comunidad.
3) Caso de tomar la decisión en favor de la forma legal hay
que esbozar los elementos y reglamentaciones imprescindibles
de la ley en cuestión. Junto a los puntos de vista menciona
dos de la necesidad y aplicabilidad de la ley hay que añadir aquí
los de claridad y capacidad orientativa.
La forma que se da al contenido de la ley ha de ajustarse a los
postulados del derecho (números 22-32 y 72). N o ha de excluir
se por completo la posibilidad de una ley permisiva, es decir,
que permita durante un cierto período de tiempo algo por lo
demás prohibido (cf. Brandt 1982, 233s).
4) La pregunta inmediata es ésta: ¿Hay que dictar una ley
independiente o son preferibles las adiciones a leyes ya existen
tes? ¿Conviene un cambio del derecho o su complemento? ¿Ha
de regir la ley sólo por un tiempo determinado? ¿Hay que in
tentar llevar a cabo un proyecto piloto, limitado en el espacio,
haciendo depender de sus resultados su introducción en todo el
ámbito jurídico? ¿Cómo debe valorarse el «resultado»? De
acuerdo con nuestras pautas, el principio fundamental debería
ser aquí el del mínimo gravamen posible para las personas, así
como la estabilidad, la ampliación y la multiplicación de las
posibilidades vitales.
5) La ley ha de elaborarse en común teniendo en cuenta los
grupos de intereses y las opiniones de los especialistas, que
pueden contribuir a la mejora de la ley e informar sobre su
aplicabilidad. La ampliación del círculo de asesores ha de servir
para no darle a la ley el carácter de otorgamiento (cf. Weber
1956, 19s) y, en definitiva para conocer de dónde pueden surgir
las resistencias a la ley y qué tipos de impedimentos pueden
darse para su aplicación.
6) ¿En qué actitud debería darse la votación final sobre la
ley en el parlamento, para que la ley pudiera imponerse como
obligatoria? Cuando no se dicta para un determinado período,
no se dirige únicamente a quienes viven en ese momento. Por
eso es tanto más importante, desde el valor de la autodetermi
nación y de la creación de espacios de libertad que sostienen la
vida, exigir que el legislador esté legitimado desde el punto de
146
vista de los destinatarios. Estructura legal y democracia de un
Estado de derecho van estrechamente unidas.
Si la vida social ha de ser el encuentro de uno mismo en la
aceptación del otro, toda obligación necesita de la suprema afir
mación que arranca del asentimiento del interesado. No se trata
de una mayor disposición para aceptar los contenidos legales,
sino de la menor actitud posible de sentimiento de extrañeza,
incluso con vistas a los descendientes. Pero ¿qué ocurre cuando
los vivientes piensan justo de un modo egoísta en su bien como
tales vivientes? La aplicación del derecho sólo es válida, cuando
se aplica a uno mismo y a los demás, cuando se hace en nombre
propio y vicariamente en representación de los otros.
7) La ley adquiere su fuerza obligatoria mediante la promul
gación: la obligación supone un conocimiento. Entre la pro
mulgación y el momento en que la ley tiene fuerza jurídica está el
período intermedio, que se llama vacatio legis. Su fijación está
sujeta a los criterios mencionados.
5. La interpretación de la ley
147
fácil mantener una posición imparcial, cuando se trata de esta
blecer la existencia y el contenido de la costumbre.
4) A la interpretación mediante la ciencia jurídica se le aplica
el principio de tantum valet, quantum probat: «vale en la me
dida en que se demuestra».
148
c) El número y alcance de las leyes están en relación con el
conocimiento de las mismas. El desconocimiento y el abuso
inconsciente de las leyes contribuyen a la pérdida de su acata
miento.
d) Reformar frecuentemente las leyes, introducir en ellas
numerosas novedades o derogarlas para, eventualmente, volver
a restablecerlas, son hechos que reflejan ciertamente los cambios
de la opinión pública; pero sin duda que semejante proceder
resulta perjudicial a la inteligencia de la ley como «razón sin
pasión».
149
Asimismo, quien actúa legalmente puede alinearse en cualquiera
de las dos categorías de legitimidad e ilegitimidad.
4) Un ejemplo puede ilustrar el empleo contemporáneo del
concepto de legitimidad. Según S.E. Finer, un sistema político
alcanza su justificación por tres vías posibles, que también
pueden unificarse: primera, la legitimidad del régimen, que es el
apoyo de la autoridad y de las instituciones civiles en una amplia
mayoría de la población; segunda, la legitimidad del traspaso,
que se apoya sobre procedimientos universalmente admitidos
para el cambio político; y tercera, mediante las fuertes asocia
ciones sociopolíticas modernas, es decir, mediante los partidos
y sindicatos, mas no por organizaciones tribales y de castas.
b) Toma de posición
Son dos conceptos con una historia común: quien elige uno
acepta también el otro. En ambos hay que contar con el Estado.
¿Puede sacárseles a los conceptos algo más que un valor de
polarización en la arena política? El binomio conceptual puede
señalar la estimación crítica de las leyes respectivas, los juicios,
las directrices, así como la dificultad de la orientación del conte
nido.
Sólo cuando la ley se «ajusta» a las exigencias (números 22s),
la califico de ley legítima. De «derecho» sólo puede hablarse,
cuando las normas de la vida comunitaria, consideradas como
necesarias y tenidas en cuenta aunque todavía no positivadas en
una comunidad —también la que abarca más allá de los límites
de un Estado—, se han asociado con las ideas acerca de la
creación de espacios de libertad, así como con la presión con
vistas a la observancia e imposición de esos «derechos».
Bibliografía: Finter 1970; Noli 1973; Sel unir; 1932; Weber 1956.
150
III
EL CONTRATO
151
que mediante unas declaraciones coincidentes se persigue un
resultado jurídico (cf. Creifelds 1988, 1257).
152
que ya está constituido con anterioridad a la conclusión del
contrato, y el soberano que debe guiarlo. De un tal contrato se
jactaba Manegold de Lautenbach (t después del 1103): así como
un gran agricultor se procura un porquerizo y lo despacha,
cuando éste deja de cumplir su trabajo y no se muestra leal y
cuidadoso, así debería el pueblo despedir al soberano de su car
go y dignidad (Líber ad Gebehardum, cap. XXX).
d) En la doctrina del contrato político Hobbes introdujo
una ampliación de importancia decisiva, como es el contrato en
favor de terceros (Leviatban, cap. 14, 16 y 17). Cualquiera esti
pula con otro —exceptuado el futuro soberano— un pacto de
renuncia a la violencia. Y se hace necesario un segundo pacto:
en la marcha hacia la fundación del Estado cada uno designa a la
misma persona como su representante; esa persona, que tiene en
su mano todas las representaciones, convierte a los represen
tados en una comunidad política. Unicamente el representante
reúne a los individuos en una sociedad, de manera que de la
sociedad en cuestión —que es ante todo creación suya— no
puede ya recibir encargo ni autorización alguna. La otorgación
de poderes representa la entrada en el ámbito del derecho (nú
mero 35) y de una creación —nueva—, que hay que atribuir por
entero al soberano.
Mas el pacto en favor de terceros sólo se justifica, cuando el
tercero favorecido es libre de aceptar o rechazar el favor en
juego. Atinadamente escribía el jurista Paulo (sing. de adsig.
libert.: Dig. 50, 17. 69): «A nadie se le puede hacer un favor en
contra de su voluntad». La dignidad del hombre exige su auto
determinación, incluso en el campo en que los bienes se multi
plican y se robustece la posición de poder.
e) Por el contrario, y con toda razón, los ordenamientos
jurídicos no permiten el pacto en favor de terceros. En realidad,
la unión y acuerdo de los dos pactantes a menudo persigue el
desplazamiento de las cargas sobre un tercero o fue precisamen
te ese tal desplazamiento el requisito previo para el acuerdo, ya
se tratase de un país del Tercer Mundo o ya se tratase de los
descendientes.
f) Hay que distinguir de todo ello la alianza de dos o más
pactantes contra un tercero. Aquí el objeto del acuerdo no es el
intercambio de bienes o prestaciones, sino la unión de unas
posiciones débiles para constituir una fuerte. El comienzo de la
sociedad lo ponía Rousseau en el hecho de quedos pobres, en
153
candilados por los ricos y bajo su dirección, se unieron para
constituir una fuerza (Discurso II, parte II: O C III 177s).
g) Aunque el contrato sitúa sobre un plano incluso las des
igualdades económicas en las relaciones de intercambio, tam
bién es cierto que su poder político o económico puede hacer
que los pactantes obtengan su derecho. «Mi padre me ha en
señado que no debo comprar ni vender ni menos dar de fiado a
las personas ante las que hay que inclinarse o quitarse la gorra»,
se lamentaba una mujer a Eulenspiegel (historia XXV) para caer
enseguida en la trampa.
154
esos bienes inseparables del hombre, etc. El interés no consistía
en conseguir la libertad de los demás, sino en prolongar su
esclavitud. Rousseau ha expuesto el absurdo proceso de cosifi-
cación, que la libertad ha recorrido (Du Contrat social I 4: OC
III354-358; cf. Brieskorn 1988, 205-218). El hombre en su inte
gridad como tal hombre no puede convertirse en objeto de los
demás. Las motivaciones varían en sus detalles; pero en la línea
histórica de esa libertad se insiste una y otra vez en que la
libertad del hombre no es un bien que esté «a disposición» de
cualquiera.
Pero con ello se sigue una posibilidad permitida de autodis-
posición. Más todavía, no sólo permitida, sino más bien obli
gatoria: el hombre puede disponer de sí mismo y vincularse por
entero con todas las manifestaciones vitales y por todo el tiem
po de su vida, si de esa manera asegura y hasta acrece su liber
tad. Es la.lógica del «contrato social» en Jean-Jacques Rousseau
(I 6: O C III 360-362).
¿Quiere decir ello que quienes concluyen el contrato se ven
impedidos en todas sus relaciones y desde cualquier aspecto
para convertirse en objeto pactable? Ciertamente que no. De
hecho la sociedad industrial de los siglos XVIII y XIX prosperó al
«descomponer» en cierto modo y disociar al hombre: dispuso
de su capacidad de trabajo, de su capacidad corporal o de su
capacidad espiritual por separado.
El hecho no justifica la práctica. Una frontera de esa «di
ferenciación» aislante y de las distintas relaciones no hay que
verla simplemente en la exigencia desmedida dentro de un sec
tor determinado —como sería en las relaciones laborales —, sino
en si le es posible al hombre encontrar y asegurar una unidad
vital configurada desde él mismo.
2) ¿Puede ser objeto de un contrato la familia? Concebir las
relaciones de la pareja o las relaciones entre padres e hijos única
mente, o de forma primordial, desde los esquemas del derecho
contractual distanciador e igualitario con un tercero como juez,
no hace justicia a la familia, si se quieren tomar en serio y afian
zar su intimidad, la solicitud que necesariamente escapa al cál
culo y el cometido educacional. En todo caso, cuando los hijos
han crecido, la familia puede convertirse con el asentimiento de
todas las partes en una red de pactos (Rousseau, Du Contrat
social I 2: O C III 352).
3) ¿Puede ser objeto de contrato la relación entre los ciuda
155
danos y el «Estado»? Mientras que Hobbes sólo admitía la
creación del Estado por obra de un contrato sin confiar su fun
cionamiento al derecho contractual (Leviathan, cap. 18), para
Hegel la idea de la relación del individuo con el Estado ético
sólo podía adecuarse a su objeto, cuando esa relación expresaba
unos conceptos organológicos y no unos conceptos contractua
les, que hablan de derechos y deberes por ambas partes y que
conocen la posibilidad radical de abolición y revocación del
poder desde ambas partes (Grundlinien, § 258). Me he remitido
(números 20-22) al hecho de que pertenece a la vida humana la
configuración de aquello que el individuo no puede cambiar por
sí mismo.
4) ¿Qué ocurre con los bienes comunes, como son el aire, el
agua o el acceso a los lugares de esparcimiento? El cuidado de
tales bienes por parte del Estado no sólo ha de ponerse en mar
cha, cuando se demuestra que los mecanismos de derecho pri
vado fracasan. L&praesumptio mali, con la que Kant argumenta
(Metaphysik der Sitien, doctrina del derecho, § 42: VI, 307), es
tanto más pertinente cuanto que se trata de unos bienes de im
portancia vital.
109 a) El acuerdo
156
S u s lín e a s te m p o r a le s tie n e n q u e c o r ta r s e . K a n t se o c u p ó d e l
p r o b le m a d e c ó m o p u e d e s u r g ir u n a ú n ic a y c o m ú n v o lu n ta d
c o n tr a c tu a l, a p a r tir d e u n a s d e c la ra c io n e s v o lu n ta r ia s d e o fe r ta
y a c e p ta c ió n , q u e n e c e sa ria m e n te se su c e d e n en el tie m p o ,
« p u e s t o q u e en el tie m p o s ó lo se d a n a c to s q u e se su c e d e n , y
c u a n d o se d a u n a c to , el o t r o o a ú n n o se h a d a d o o se h a d a d o
y a».
Para concebir la unión de voluntades, se requiere —según
Kant— necesariamente la aceptación de una «relación puramen
te intelectual..., en la que ambos actos, el de la promesa y el de la
aceptación... proceden de una única y común voluntad...» (Me~
taphysik der Sitien, Rechtslehre § 19: VI, 272-274). Quien parte
de la estabilidad y renuncia de la oferta, que al expresarla deja de
estar a disposición exclusiva del que ofrece, a la vez que ofrece
un modelo de esa unión de voluntades; pero tiene que decidir en
qué momento hay que aceptar la conclusión del pacto: si con la
declaración de que se acepta o con su acceso al ámbito del que
ofrece o de su toma de conocimiento. Sólo en virtud de la esta
bilidad puede también darse la revocación de la oferta. Hay que
conciliar la libertad con la necesidad de proteger lo que se ha
ofrecido.
2) La fundamentación del contenido sólo puede hacerse de
común acuerdo. En virtud de la igualdad de todos por lo que a
la dignidad y libertad' se refiere, cada obligación necesita del
asentimiento del que queda obligado.
3) Desde nuestro planteamiento de la libertad el axioma
Qui tacet consentiré videtur sólo es válido allí donde el que calla
repetidas veces ha querido que se entienda su silencio como un
asentimiento.
b) La forma externa
157
timo término pueda forzarse jurídicamente a cumplir unas pro
mesas hechas deprisa e irreflexivamente.
110 c) El cumplimiento
¿Por qué hay que cumplirlo sin más? Las respuestas corrien
tes decían que es necesario cumplir el contrato en razón de la
confianza que los contratantes ponen y suscitan mutuamente
(teoría de la confianza). Deudor y acreedor están ligados por el
pacto en la medida en que ellos quieren atarse al mismo (teoría
de la voluntad). El pacto tiene que obligar, porque de otro mo
do se derrumbarían por completo las formas de comunicación
social (teoría de la comunicación).
Debo recordar el número 108. La libre decisión quiere su
cumplimiento y transformarse en la realidad jurídica. En segun
do lugar, el «mantener la palabra» significa un compromiso de
toda la persona, que «se empeña» con la palabra dada. El repro
che de haber quebrantado la palabra afecta al hombre, y no sólo
a sus manifestaciones o declaraciones. Y, en tercer lugar, las
promesas han de guardarse, porque la palabra pertenece al re
ceptor de las promesas en cuestión. Ahora bien, uno no puede
disponer por sí solo de lo ajeno. Es el otro el que puede librarme
de lo prometido.
111 5 . L a rescisión
158
6. Consideraciones finales
Bibliografía'. Bassenge 1930; Belirends 1984; Kersting 1984; Landau 1973; Ritter
1969, 256-280; Stammler I 1925, 333-347.
159
IV
EL PROCESO Y LA SENTENCIA
1. El juicio
160
Frente a los apetitos de venganza tras la caída de Robespie
rre levantó su voz Robert Lindet dirigiéndose a la Convención:
«Digamos a nuestros conciudadanos que el pasado no nos per
tenece a nosotros, sino sólo a nuestros descendientes.» Y Mon
taigne alababa a las gentes, «que en sus pleitos instituyen como
juez simplemente al primer extranjero que vaga por sus montes»
(Essais, libro III, XII: De la experiencia: 1953, 844). Los juicios
de Dios buscaban una salida en la dificultad de encontrar la
verdad; pero acabó imponiéndose el uso de instituir como
jueces a los miembros de la sociedad que pasaban por tener
experiencia de la vida y ser a la vez personas maduras: los ancia
nos. Para que los jóvenes pudieran juzgar a los mayores se re
quería una justificación especial. En el caso de Daniel, que salvó
a Susana y condenó a los ancianos, la justificación se presentó al
pueblo en el desenmascaramiento de la conducta de los dos
ancianos (Daniel 13,1-64): la capacidad de juzgar también se
anticipa.
A la proximidad se refería Dostoievsky, cuando en El
adolescente (parte II, cap. 5) hace decir al antiguo juez de paz
Wersilov: «En cierta ocasión me dijo una mujer prudente que
yo no tenía ningún derecho para juzgar a los demás, porque “ yo
no sabía sufrir” ; y, para poder ser juez sobre los demás, hay
antes que merecer el derecho a juzgar por el sufrimiento» (1922,
426).
161
una sentencia sobre el propio juez, sobre su visión personal de
los hombres y de la justicia.
A propósito de los procesos contra las brujas, que se cele
braron a finales de la edad media y en la edad moderna, lo
que hay que reprochar a los jueces no es tanto el hecho de que
admitieran la existencia de brujas, de pactos con el diablo, etc.,
cuanto que aceptasen un procedimiento judicial que permitía a
los acusadores y jueces aprovecharse de la hacienda de los con
denados. Las gentes pudieron equivocarse al admitir la existen
cia de seres como las brujas; pero quedaba excluido cualquier
error sobre los efectos de la codicia de los jueces en el descubri
miento de la verdad.
La imparcialidad no sólo se le exige al juez. Imparcial ha de
ser toda la justicia y cualquier poder político, cuando pretende
hablar en nombre de todos.
c) El juez legal
2. El proceso
162
en un tiempo determinado, con las personas que están a dispo
sición y de conformidad con el ordenamiento procesal, que no
puede estar concebido para ese proceso. Aguardar un juez, un
fiscal y un abogado ideales y proyectar un ordenamiento pro
cesal «cortado a medida» significa perder el tiempo a la vez que
el derecho y exponer el «caso» a un turbión de intereses de otra
índole.
163
poner fin a las investigaciones minuciosas en busca de un culpa
ble.
3) Con el culpable se monta un juego organizado y esceni
ficado, con el fin de que se «delate». Puede conducir a unos
primeros indicios o a completar los existentes y hasta puede
inducir a una confesión. Ese tercer tipo es un juego en el que se
le tiende una trampa al probable culpable. Hay que provocarle
para que se traicione a sí mismo. Hamlet intentó llevar a cabo
ese juego invitando al castillo a una compañía de actores. De
hecho, los supuestos culpables y sus colaboradores mostraron
unas reacciones, que apuntaban a su culpa (acto III, escena II).
La cuestión es saber hasta dónde pueden llegar tales
«juegos» y escenificaciones y qué valor pueden tener para el
descubrimiento de la verdad. ¿Qué grado de destrucción del
hombre produce semejante provocación, y qué ataduras ul
teriores establece con la desgracia? ¿Hasta qué punto puede el
hombre ser objeto e instrumento para el hallazgo de la verdad?
El rey Salomón representó el «juego» del descuartizamiento del
lactante (número 81). El convencimiento de que el rey lo man
daba en serio provocó las reacciones deseadas. Una de las mu
jeres pidió que se le perdonase la vida al niño y que se le entre
gase a la otra. La otra gritó; «¡Que lo partan!» Las dos reaccio
nes, provocadas por el juego, fueron decisivas para el rey. Salvar
al niño de la muerte no constituía aún una reacción inequívoca
por parte de una de las mujeres, ni siquiera su disposición a que
entregaran el pequeño a la otra. Para el rey el asunto quedó más
claro al exclamar la.otra: «N o sea para ti ni para mí; ¡que lo
partan!» Era muy probable que la verdadera madre no fuese
capaz de permitir tal cosa y, así, el niño tendría por madre la que
prometía serlo de verdad. Con todo, persiste un cierto grado de
inseguridad.
3. La sentencia
115 a) Su contenido
164
retirada de la demanda; en el proceso penal, el veredicto de
inculpabilidad, la suspensión del proceso y la condena. Esta
puede, a su vez, revestir formas distintas: trabajo, dinero, reclu
sión, castigo corporal y muerte.
1) Es inconcebible que la comunidad política investigue la
verdad del caso, pero que no se interese más por el culpable y
que se limite a preocuparse por la víctima y por unas mejores
medidas de protección para los bienes amenazados.
El inconveniente es que después de cada «delito» hay que
tomar amplias medidas de protección, que realmente son costo
sas y que resultan ineficaces para el volumen de los bienes.
2) Habría que discutir el hecho de limitarse a una sentencia,
que le «dice» al culpable lo que la comunidad piensa y cree de él.
Se daría así en la sentencia una «réplica» contra su acción y una
confesión de la comunidad política en favor de sus propios va
lores. Mas ¿por qué tal procedimiento deja insatisfechos a mu
chos? Excluyendo tal vez el caso, en que se reconoce que el
autor «ya lleva suficiente castigo con su acción».
3) Es de recomendar una sentencia, que comporte la repara
ción del daño en la medida de lo posible. La reparación puede
hacerse con dinero, cuando la víctima ha de someterse a opera
ciones y gastos de hospital, que originan a su familia gastos
supletorios.
4) En el proceso civil la sentencia persigue el restable
cimiento de un estado de cosas o sólo produce la compensación
justa, aunque siempre configura el futuro obligando a ciertas
prestaciones o haciendo respetar unos derechos.
165
que el poder sobre las personas se exprese en nombre de otro
y no en el propio? Y entonces ¿de dónde deriva el mandato?
Lo da la propia comunidad. ¿Y de dónde deriva su derecho? Su
derecho a juzgar, a otorgar y retirar el mandato, descansa sobre
su obligación de procurar la conciliación de las diferencias y el
castigo de los transgresores.
Se les ha confiado, pues, la obligación inherente a los hom
bres de proteger la libertad y la vida. Si ese poder no juzga o
castiga se hace desleal a sí mismo. No cualquier querella, pero sí
cada delito podría catalogarse como un fracaso de ese deber de
seguridad que a la sociedad le compete.
166
V
LA PENA
167
traron consecuentemente los culpables en la «sociedad» y se la
hizo responsable de los delitos de los individuos.
El castigo está justificado en la medida en que la sociedad
desempeña su deber de protegerse. En un mundo plural no es
posible disponer de otros títulos, aunque tampoco son necesa
rios. El castigo se encuentra en el campo de los cometidos que
son la seguridad, la estabilización y la orientación. Las penas
conminadas e impuestas constituyen una referencia a los valores
de esa sociedad, incluso cuando no se cumplen.
La fragilidad de las conexiones no la percibe quien piensa
que la persona que ha sido absuelta es porque era inocente, y
la que es condenada lo es por ser culpable (número 11).
118 a) El culpable
168
aliados contra el autor del delito es una forma de castigo. Pero
choca también contra la aspiración de la comunidad política,
cuando existe y es capaz de funcionar.
2) El culpable de un delito también puede ser víctima, ya sea
por una acción de la víctima —que entonces aparece también
como culpable—, por intervención de un tercero o de la misma
comunidad política. En los dos primeros casos ¿se da una com
pensación justificable de hechos y daños, que la comunidad
política puede asumir, de manera que ya no interviene propia
mente contra el uno, contra el otro o contra los dos?
Por lo que respecta a la exigencia de la comunidad constitui
da políticamente, hay que decir que esta exigencia persiste, por
que la injusticia no elimina la injusticia sino que la duplica. Una
concepción cosificada de dos acciones injustas, que se man
tienen en equilibrio, pasa por alto el hecho de que con la res
puesta del acto injusto se multiplican daños y sufrimientos.
Además de que toda lesión necesita de un título jurídico; ad
mitir un derecho a la injusticia es un verdadero absurdo. Y ver el
título jurídico en la acción injusta equivaldría a suponer que
cada hecho delictivo contiene a la vez injusticia y derecho, a
saber: el derecho al contragolpe y a la venganza.
3) ¿Pueden el culpable o la víctima tomar satisfacción? La
respuesta a este problema requiere la prueba de que hay que
distinguir entre el derecho y su actualización: siempre que ocu
rre el delito X, la sociedad constituida políticamente goza del
derecho de reaccionar con Y. Así, X es una causa de la apli
cación del derecho, pero no su motivo. El asesinato no crea el
derecho a imponer el castigo, quienquiera sea el que lo impone.
El derecho nace del deber de tener un ordenamiento jurídico
(números 19s). Sujeto del derecho es la comunidad constituida
políticamente, que desde su fundación es competente para el
castigo, pero no gracias a una delegación especial sino en tanto
que comunidad (números 20s y 116).
b) La comunidad política
169
de la sociedad constituida políticamente actúan contra otros ór
ganos o contra personas sin cargos, y eventualmente contra
«cualquiera», tenemos un caso extremo de abuso de poder que
es la forma de la tiranía (número 135).
La comunidad política en su conjunto puede ser la víctima
de otros Estados o sociedades. Cuando falta un poder judicial
con capacidad para imponer sus sentencias, se acopla en la re
lación exterior lo que está desconectado en la relación interna: el
derecho y la capacidad física de imponerse (números 42 y 76).
Aumenta el peligro de volver a hacer que el alcance y el conte
nido de los derechos dependan del éxito de la capacidad de
imposición, incluso en la relación interna. Se echa de ver que
todos los progresos, que sin duda alguna se dan en la desco
nexión, siguen corriendo peligro mientras pueda hacerse reali
dad la dependencia del derecho respecto de la capacidad de im
ponerse en cualquier ámbito.
c) La víctima
170
3. El castigo del culpable
171
sobre el hombre y subraya la inseguridad en la aplicación de los
criterios.
172
3) El sentimiento de culpabilidad supone en el hombre un
sujeto, ante el cual el hombre se siente culpable. Ese sujeto de
referencia es en Dostoievsky el prójimo que sufre, entrando
también en esa relación el pueblo que padece. Quien así piensa
no pretende escapar al castigo. Necesita de la proximidad de la
justicia. El año 1873 respondía Dostoievsky, en su Diario de un
escritor, a la pregunta de por qué el pueblo llama «desgraciados»
a los criminales: «... con el adjetivo “desgraciados” parece que
rer decir el pueblo a quienes lo son: “Habéis pecado y tenéis
que padecer, mas también nosotros somos pecadores. De haber
estado en vuestro puesto, tal vez habríamos hecho algo peor. Si
nosotros hubiéramos sido mejores, tal vez no tendríais vosotros
que vivir en presidio. Al mismo tiempo que, con la reparación
por vuestros delitos, habéis también cargado sobre vosotros el
peso de la injusticia general”» (1921, 29).
173
V, 309). Dios ordena el castigo del transgresor, no su muerte.
También el exilio quitaba el peso del país. Kant reclamaba san
gre por sangre (Metaphysik der Sitien. Rechtslehre § 49: VI,
333), ¿en razón de qué?
174
sorio en la sociedad y en el futuro sobre un número de ciuda
danos o habitantes, que no es posible precisar.
La conminación de que determinados actos podrán ser casti
gados por la ley se dirige ya a todos los delincuentes posibles.
Pero sólo el castigo, que se inflige al delincuente, confirma la
seriedad de la amenaza y la destaca.
La prevención general sólo actúa dentro de una cultura ju
rídica estable, en la cual se consigue el reconocimiento del delito
y los órganos de administración de justicia cumplen su co
metido.
Sin embargo, el problema fundamental está en saber hasta
qué punto una vida individual puede utilizarse para asegurar los
valores comunitarios. El individuo se usa como ejemplo y se
pone como un modelo negativo. La mediación de los espacios
de libertad reclama la posibilidad de un nuevo comienzo sin el
peso de la humillación.
A l ig u a l que la teoría de la d is u a s ió n d e lo s c u lp a b le s p r e te n
d e impedir una nueva c u lp a b ilid a d . E l c u lp a b le n o tie n e q u e
« s e r d is u a d id o » p o r el te r r o r , sin o q u e h a d e e x p e rim e n ta r
a y u d a s p a r a su tra y e c to r ia v ita l. T a le s a y u d a s h an d e c re a r en el
c u lp a b le u n c o n te x to d e m o tiv a c ió n , al q u e él p u e d a a se n tir
lib re m e n te y q u e le p e r m ita d is ta n c ia r se d e u n a c to m e re c e d o r
d e c a s tig o .
A l c a s tig o se le p u e d e n d a r d iv e r s o s s e n tid o s . P r im e r o ,
p u e d e im p o n e r se p a r a q u e s o p r e te x to d e l m ism o en la a p li
c a c ió n d e l c a s tig o se a d o p te n m e d id a s d e m e jo r a . P e ro n o es
n e c e sa rio q u e la s m e d id a s e d u c a tiv a s e sté n en c o n e x ió n in te rn a
c o n el c a s tig o . S e g u n d o , se h ac e d e l c a s tig o u n a p u r ific a c ió n . E l
tip o m is m o d e c a s tig o se u tiliz a p a r a m e jo r a r .
¿ N o se e x c e d e e s ta te o r ía ? L a lim ita c ió n d e la te o r ía d e la
sa tisfa c c ió n a lo e x te rn o d e l d e lito ¿ n o se tr u e c a a h o r a p o r u n
a te n ta d o c o n tr a la v id a ín tim a q u e re su lta p e lig r o s a p a r a la lib e r
ta d ?
175
126 e) La teoría de la seguridad
176
g) Resultado
177
hasta hacer fracasar la detención del delincuente. Por el bien de
la sociedad habrá que ceder la necesidad de informar ante la
exigencia de seguridad.
2) Los tratados de extradición se demuestran como un ins
trumento ineficaz para hacerse con el criminal, porque los dis
tintos pasos exigen mucho tiempo y en parte se dan con el
conocimiento de la opinión pública, de manera que el delin
cuente puede hacerse una idea del estado de las negociaciones.
Aun así, el cumplimiento de la necesidad de información sólo
puede demorarse, y sólo en muy raros casos —cuando se trata,
por ejemplo, de salvar o rescatar a una persona— puede elimi
narse por completo.
178
análogamente a la puesta en libertad son extremos que han de
garantizarse.
Mientras que el derecho penal aparece al final de todo un
arco de posibilidades de acción, asimismo y preferentemente
hay que actuar desde el comienzo. La política familiar, la políti
ca de creación de empleo y la política social han de considerarse
medidas preferentes. Eso es «prevención» y supone una protec
ción para las personas.
179
posibilita a unos órganos estatales mostrarse generosos, sin te
mer que rechazar eventuales confesiones de culpabilidad en el
proceso judicial. Es una solución elegante, aunque en ocasiones
puede resultar injusta.
180
VI
EL DERECH O A LA RESISTENCIA 132
1. Formas de resistencia
181
133 2. ¿Quién está justificado para llevar a cabo la resistencia f
182
declara responsable al pueblo y, en definitiva, a todo el mundo o
la responsabilidad se desplaza a unos poderes supraindividuales.
Cuando la injusticia se ha infiltrado en lo más profundo de
las estructuras y de las formas sociales, a la mayor parte
de quienes se mueven en estas estructuras la resistencia se les
aparece no como una liberación sino como una amenaza radical
a su sociedad. El rechazo victorioso de la resistencia se presenta
como la defensa de la sociedad. Así que con la destrucción de la
resistencia se afianza la injusticia y el sistema. A un régimen de
esas características le recomienda Maquiavelo en su Príncipe la
financiación de grupos de resistencia (cap. 20: 1965, 121).
183
humanidad haya que intervenir en favor de la dignidad de las
personas y a oponerse a la indignidad de la tiranía y a la humilla
ción de quienes sufren bajo ella.
Pues, en razón de la dignidad no se permite una retirada
discrecional e ilimitada: no discrecional, porque el hombre no
puede disponer en modo alguno libremente de la dignidad hu
mana, que es bien común de los hombres, y porque las ofensas a
la dignidad humana son también injurias que el ofensor se infie
re a sí mismo. Ni puede ser ilimitada la retirada en cuestión,
porque no existe ningún espacio interior en que el hombre
pueda seguir viviendo, toda vez que no puede dividirse su re
lación dentro-fuera (número 15).
La libertad tiene que percibirse con los sentidos; es decir,
tiene que estar representada institucionalmente. La huida y el
exilio pueden imponérsele al individuo. Ambos están justifica
dos, cuando la relación entre espacios vitales y espacios de liber
tad está en grave peligro. Poner la unidad de una comunidad
jurídica sobre los hombros de los expulsados o eliminar la pro
testa política mediante la extirpación de quienes protestan daña
gravísimamente la credibilidad del instrumental, que es relatio
ad altos y que ha de hacer posible y ha de asegurarse así la vida
como la libertad en las relaciones sociales.
Así pues, la resistencia deriva y se convierte en un obrar
responsable sólo cuando las posibilidades de una configuración
compartida de la sociedad, la búsqueda común de soluciones a
las deficiencias y el aguante responsable y consciente de las
violencias alcanzan el límite fronterizo del que ya no se puede
volver. Todas las vías e instancias, instituidas mediante actos
jurídicos de la comunidad política tienen que estar agotadas o ha
de constar de antemano que la reclamación a las mismas carece
de sentido y no es más que una pérdida de tiempo.
No hay que exagerar la exigencia de un pronóstico favorable
a la liberación. A causa de la dignidad del hombre la resistencia
está justificada incluso en una situación desesperada a todas
luces. Sin embargo, la práctica y realización de la resistencia no
debe significar la conversión directa de las demás personas en
víctimas forzosas (número 17).
184
5. La doctrina del tiranicidio y de la desobediencia civil
185
contra una ley, una ordenanza o un acto administrativo, reali
zada de una manera consciente. La acción se ejecuta tras un
maduro examen de conciencia y tiene como meta un cambio de
ciertas leyes o de la política gubernamental. Quien emprende
tales acciones quiere siempre dirigirse a la opinión pública y
ganarse la comprensión del paso que da así como un nuevo
enjuiciamiento de las leyes o de la política. J. Rawls agrega que
la desobediencia civil puede y debe darse en una sociedad cuyo
ordenamiento es justo en su mayor parte, pero que se ha permi
tido violar o atentar gravemente contra las bases de la conviven
cia de personas libres e iguales (1975, 402).
Por ello la desobediencia civil no es un medio adecuado,
cuando se rechaza o combate un sistema político en su totalidad
o en el caso de que el propio sistema político se haya vuelto en
gran parte injusto. Asimismo, una acción sólo puede clasificarse
como «desobediencia civil», cuando el agente no se reclama a
sus propios intereses o a unas concepciones sociales de tipo
particular, sino a las ideas comunes de justicia que subyacen en
el ordenamiento político. Y como tal es una forma de resistencia
justificada desde el planteamiento presente.
186
VII
LOS DERECH O S HUM ANOS
a) La experiencia de la inalienabilidad
187
b) La aportación del absolutismo
c) La idea de igualdad
188
MEW 1,362-370) deformó la idea de derecho humano, mas no
pudo impedir a la larga la apertura a todos los hombres. Llegó a
hacer comprensible que desposeer a la parte contraria de tales
«derechos» perjudicaba la propia situación jurídica (número
134). Porque ahora el reconocimiento de la igualdad de todos
los hombres forzaba a ese vulnerador de las aspiraciones funda
mentales a la autoconfesión de haberse perjudicado a sí mismo
—en tanto que hombre—.
De cara a su reconocimiento, los derechos humanos son
indivisibles: quien los exige, los reclama para todos los hom
bres; mientras que quien niega a una persona el reconocimiento
de sus derechos realmente se lo niega a todos los demás.
Se señala con ello una triple problemática sobre la compren
sión del derecho humano. El rechazo de la validez universal del
principio de cambio encubre el proceso de cosificación, al que
los hombres continúan sometidos. Cierto que el énfasis puesto
en los «derechos humanos» empuja ciertamente al hombre hacia
el centro, mas no rompe la vinculación al Estado ni la depen
dencia de él. El carácter abstracto del «hombre» hace que no
aparezca fácilmente la sospecha de unos tintes ideológicos o de
un empobrecimiento que recorta la imagen de hombre.
189
bre. De lo único que se habla es de la igualdad en la dignidad; el
individuo con sus peculiaridades carece de importancia. Su ca
rácter concreto se sacrifica al concepto. Y existe el peligro de
que eso ocurra también en la acción política. Se busca al «otro»,
sobre el que han de asentarse los «derechos humanos» en tanto
que ius y, por consiguiente, como relatio ad alterum; y así nos
encontramos con el Estado.
190
derechos humanos no sólo está amenazado por parte del Es
tado.
En la lógica interna del derecho de defensa entra el derecho a
participar en la configuración política de la sociedad. Sólo así se
obtiene una protección fiable contra intervenciones ajenas. Y, a
su vez, los derechos de participación reclaman la formación del
derecho de rendimiento, pues la igualdad formal de derechos
empuja hacia la igualdad material, o al menos hacia una igualdad
de oportunidades.
2) Su propósito exige la interpretación a partir del conjunto
de los textos, por lo general de un catálogo, y no contraponién
dolo ni bajo la eliminación de un derecho humano por otro.
Prolongar aún más la abstracción equivaldría a introducir con
los derechos la ilegalidad. Los derechos forman un todo. Aun
que sin duda hay que distinguir entre derechos fundamentales y
derechos derivados.
191
mo una restaurado inris, como la recuperación de un bien ex
poliado.
2) Estando al planteamiento aquí expuesto, los derechos
humanos —como cualesquiera otros derechos— se fundan en el
sí reconocido del hombre a sí mismo en tanto que hombre, y
por tanto, en el reconocimiento otorgado a todos los hombres.
Tal reconocimiento no crea los bienes de la libertad y de la
disposición a la racionabilidad y sociabilidad, pero traslada su
carácter de exigencia al propio ordenamiento del deber y al
mundo social. No hay ninguna alternativa equivalente a dicho
reconocimiento (números 10-12). Incluso quien niega tal re
conocimiento aspira a obrar de un modo libre y responsable y a
que todos los otros se lo reconozcan como tal.
141 6. Resumen
192
b) La necesidad de los movimientos pro derechos humanos
193
El fundamentalísimo rechaza los derechos humanos, como el
derecho a la libre elección de cónyuge, el divorcio y el cambio
de religión. Todavía está por llegar un consenso sobre las reglas
básicas de una convivencia planetaria. Y, sin embargo, es algo
irrenunciable. Y habrá de tener en cuenta las tradiciones, el
origen y la meta de cada una de las culturas. Las «declaraciones
de los derechos humanos» son producto de una cultura, aunque
multiforme en sí. Esos «derechos humanos» no pueden im
ponerse por la fuerza.
194
PA RTE T E R C E R A
142 1. La política
19S
en la importancia de un derecho procesal, que goce de confianza
y la justifique.
Por lo demás, el derecho ni completa ni suple lo que «falta»
a la política. El carácter sobrio y funcional de la vida estatal no
experimenta corrección ni ajuste alguno por parte del derecho.
El ordenamiento jurídico comparte la falta de brillantez y visto
sidad, así como, a menudo, la lentitud de los procedimientos
decisorios de la democracia. El parlamento de las democracias
actuales se reúne sin la brillantez del anden régime. La apli
cación de las penas carece asimismo de espectacularidad y di
versión.
El servicio es también entrega: la vinculación de derecho y
política no tiene por qué fortalecer necesariamente al derecho,
sino que puede también debilitarlo. La fortaleza y la debilidad
del derecho dependen en gran medida de la política jurídica.
199
ha de someterse a la decisión de la mayoría tiene que ser resul
tado de un discurso político propio.
El derecho no puede ponerse al servicio de intereses parti
culares ni politizarse unilateralmente. Y es que el carácter políti
co y el suprapartidista no se excluyen entre sí. La referencia al
formalismo de los procedimientos y a la nobleza del lenguaje no
deben agotar el reproche de ideología contra el derecho. Pero ha
de probarse con razones.
200
6. La reserva del derecho
201
II
ECONOM ÍA Y DERECH O
202
El derecho tiene que acomodarse a las necesidades: si a una
sociedad comercial le conviene una rápida circulación de los
productos, habrá de permitirse su adquisición por el no facul
tado de buena fe; si, por el contrario, se hace hincapié en desta
car la subordinación de los bienes a las personas, se podrá con
trolar la adquisición de la propiedad complementariamente por
medio de períodos de prescripción más o menos largos, como
ocurría en el derecho romano. También ayuda a la economía
una sentencia rápida.
203
d) El desplazamiento del plano legal al contractual resulta a
menudo beneficioso para el interés económico, con lo que la
protección del trabajador, que es de derecho público se convier
te en asunto de derecho privado, donde el económicamente más
fuerte tiene la palabra.
Repetidas veces puede observarse que desde una determina
da medida de seguridades jurídicas y de normas de protección
cambia a peor la situación interna de los trabajadores y de sus
condiciones de vida, como pueden ser el despido o la no ad
misión de trabajadoras o trabajadores. Pero ¿quién o qué de
ciden la medida de protección, seguridad o cogestión?
Si la norma se entiende como una conexión «si entonces»,
entonces o bien se pone en tela de juicio la misma conexión y si
es posible se rompe, o bien se impide la situación previa del
«si...».
é) ¿Cuáles son las fronteras que se imponen a la economía
en razón del bien común? Desde el punto de vista del descanso
del individuo no hay por qué dejar de trabajar necesariamente el
domingo; pero sí lo es, si se desea una sociedad, que no se divida
en diferentes departamentos estancos, y en la que de cualquier
modo se dé para la mayoría un ritmo común de trabajo y ocio,
de conversación y silencio y un fondo de experiencias comunes.
f) Las grandes potencias industriales y comerciales fuerzan
a los países licenciatarios con presiones económicas o políticas a
la «voluntaria» limitación de las ganancias o a unos orderly mar
keting agreements, «libremente» estipulados, les impiden el pre
cio justo y el aprovechamiento de sus ventajas competitivas.
204
gación de una sentencia, como la de una ley o un acto adminis
trativo requiere asimismo dinero.
b) ¿Son gratuitos el asesoramiento y la declaración jurídica,
que resultan necesarios por causa de la igualdad y libertad de los
ciudadanos? La falta de medios financieros de quienes deman
dan justicia no debe hacer fracasar la obtención de su derecho.
La medida para la administración de la justicia no es la econo
mía del sistema jurídico —¿y cómo podría medirse esa eco
nomía?—, sino que se otorgue a cada uno lo que corresponde
según derecho y con los medios financieros menos costosos.
Bibliografía: Hegel 1820, §§ 185-227; Locke 1690, V (§§ 25-51); Moles 1988.
205
III
206
neralis, como oposición a la justicia, como supra-justicia, como
justicia de un caso particular? Las interpretaciones del concepto
son muclias. Y de entre las enumeradas es la de la justicia en un
caso particular la que mejor responde a mi concepción de la
equidad. Y la describo como el esfuerzo por introducir un plus
en los factores a favor del interesado, exonerarlo y hacerle más
llevadera la «carga» del derecho. En tanto que corrige la senten
cia sostenida comúnmente sobre el caso particular y su singula
ridad, no contradice a la justicia sino que la completa. Así como
el trato amoroso supone el trato justo, y no lo suplanta, así
también ocurre con la equidad respecto de la justicia.
Se procede, por ejemplo, de acuerdo con la equidad, cuando
en los antecedentes de un proceso se introducen e incorporan
unas tentativas de ajuste y reconciliación no previstas por la ley,
se imponen castigos con indulgencia y miramiento y se pro
curan unas medidas de indemnización generosa.
c) Ahora bien, ¿puede aplicarse la equidad, cuando el or
denamiento jurídico está concebido con gran apertura? En tal
caso la equidad sería una forma de interpretación necesaria. Pe
ro nada de eso; también en un sistema jurídico con conceptos
claros y abundante casuística tiene su sitio la equidad. Dejarla
de lado equivaldría a pasar por alto el carácter abstracto que la
misma casuística lleva anejo. Quien piensa que la creciente le
galización haría innecesaria y superflua la equidad se equivoca
en el alcance de la misma. La equidad no se interesa por el
funcionamiento sin roces del derecho, sino por el manejo más
humano del mismo, no se cuida de la represalia sino de la expre
sión «de balde» y el comienzo nuevo, ni persigue una genera
lización sino la atención y respeto a lo particular.
207
unas obligaciones; siempre está dispuesta a rebajar el alcance de
las exigencias en cuestión y a mitigar y moderar la severidad del
juicio. La templanza desaconseja pretender agotar todas las po
sibilidades de actuación que el derecho permite.
Y es que quien hace valer todas las exigencias arriesga el
cambio de la reglamentación y con ello el empeoramiento de los
verdaderos necesitados. La renuncia a la promulgación de regla
mentaciones, y no sólo a sus reclamaciones, y la anulación de las
reglamentaciones existentes pueden insinuarse como pertinen
tes (número 72).
b) La virtud de la fortaleza confiere a la aplicación del dere
cho una especie de falta de miramientos, sin cuidarse de
opiniones o presiones o de las expectativas, tal vez expuestas
de una manera sutil, que podrían falsear el suum cuique tribue-
re, el dar a cada uno lo suyo.
c) La prudencia es necesaria para sopesar y valorar las cir
cunstancias de la vida. Es una virtud que tiene en cuenta al otro,
quiere facilitarle el uso de sus derechos y considera todos los
intereses en juego con vistas a la paz. La prudencia se pregunta
por el medio jurídico apropiado y busca el hacer aceptable el
derecho como coordinación.
208
PA R TE C U A R T A
211
múltiple. Las tensiones se negocian. ¿Qué tipo de vida sería la
que careciese de contradicciones? Sólo desde esa apertura a
la pluralidad de la vida humana se echa de ver qué tipo de
unidad cerrada es adecuado a la misma y a qué provocaciones
tiene que enfrentarse.
c) Así como hay que insistir en la lucha por la verdad, así
también salta a la vista en segundo lugar la finitud de las afir
maciones y la limitación de su posibilidad de certeza. Los apun
talamientos sobre una tradición, sobre un plan divino para la
creación, sobre la voluntad de la nación, que ya no se clasifica
como una creación humana, o sobre la razón, son apuntala
mientos que a su vez han de justificarse. Un discurso similar lo
necesita también quien se levanta sobre los hombres y su histo
ria, y por tanto, sobre sus ideas acerca del derecho. ¿Es aquí
menor el deber de probar?
Por lo demás hasta la acogida de los denominados datos
meramente empíricos depende de las decisiones ideológicas. No
hay que olvidar la dignidad y necesidad de la crítica de cualquier
obra humana. Sobre los ensayos sólo se puede discutir desde la
actitud de una gran cautela frente al ensayo propio.
d) La experiencia demuestra que desde un único principio
último no se puede desarrollar ninguna filosofía social y jurídica
completa (Hoerster 1978, 116). De ahí que el presente ensayo
arranque de la vida, la libertad y las relaciones sociales.
e) En cualquier caso hay que insistir en el procedimiento, es
decir, en una garantía de la libertad de información y de
opinión, de la libertad de resistencia y de una correspondiente
protección de la comunidad políticamente constituida.
Para ello hay que referirse a los valores que cada procedi
miento presupone y a los que le hacen funcionar. Incluso en el
caso de limitarse a una reglamentación normativa formalizada,
que se toma a pecho la igual estimación, y por tanto, el igual
tratamiento de todos los ciudadanos, es condición previa el re
conocer al otro y a los otros. Tal condición se distingue de la
admisión de carácter táctico y fáctico del otro (cf. Funke 1961,
79s). Todo indica que la vida se da y discurre desde el supuesto
del reconocimiento, y se vive para avanzar. Lo que tal avance
contiene y lo que o quién lo garantiza es algo que valdría la pena
preguntarse.
212
FU EN TES
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D IC C IO N A R IO S
226
INDICE DE NOMBRES
227
Foucault, M. 182 Kant, I. 50s 70 75 85ss 90 100 107 125
Funke, G. 82ss 92 212 152 156s 174
Kantorowicz, H.H. 96
Galtung, J. 107 Kaufmann, A. 18 180 186
GATT 153s 203ss Kelsen, H. 62ss 66 116
Geddert, H. 92 129 131 Kersting, \V. 51
Georges, FI. 151 Kimmei, H. 63
Gethmann, C.F. 129 Kimminich, O. 43
Gigon, O. 48 Kirchheimer, O. 166 201
Gneuss, Ch. 58 Klami, H.T. 129
Goethe, J.W. von 75 Klaus, G. 58s 61
Gorgias 100 Kluge, A. 182
Grathoff, R. 65 Kocka, J. 58
Grimm, J. 95 151 Korthals-Beyerlein, G. 131
Krawietz, W. 104
FFabermas, J. 64s Krempel, A. 66s
Haeffner, G. 25 36 Krings, H. 65
Haksar, V. 77ss Kronman, A.T. 58
Hamlet 164 Küchenhoff, G. 18 101
Hart, H.L.A. 56 76s 100 121 Kuhlmann, H. 74
Hassemer, W. 18 Kühnhardt, L. 194
Hegel, G.W.Fr. 24 52ss 68 79 90 128 Kussbach, E. 61
156 188 205
Hegselmann, R. 94 Laberthonnière, L. 141
Heidsieck, F. 116 Laclos, Ch. de 29
Heinrichs, J. 28 Lachance, L. 49
Heller, H. 107 Landau, P. 159
Henke, W. 18 Lautenbach, Manegold de 153
Henkel, H. 18 56 82 84 97 123 Layos 173
Heraclito 119s Ledig, G. 172 176 180
Herödoto 60 Legaz y Lacambra, L. 18
Heyen, E.V. 212 Leibniz, G.W. 122
Hipias 103 Liebrucks, B. 52
Hobbes, T. 33 49s 100 125 145 153 Lindet, R. 161
156 Locke, J. 39 205
Hoerster, N. 24s 36 46 55 97 100s 180 Lot 32 45 199
212 Luhmann, N. 64s 92 124
Höffe, O, 24s 61 104
Hofmann, H. 74 Maihofer, W. 94s 97 104
Hölscher, E.E. 102 Maquiavelo, N. 53 183
Hruschka, J. 46 Marcic, R. 18
Huizinga, J. 61 Marcuse, H. 186
Hume, D. 24s Marquard, O. 24s
Marsilio de Padua 40
Ihering, R. von 122 Marx, K. 53s 188
Isidoro de Sevilla 38 139 Mazurek, P. 77
Menne, A. 101
Jellinek, G. 77 Menôn 120
Jupiter 37 Meyer-Hesemann, W. 123
Justiniano 30 47 144 152 206 Moisés 139
Moles, R.N. 205
228
Montaigne 84 161 Rossi, P. 58
Montesquieu 98 Rousseau, J.-J. 107 121 153 155
Morgenstern, O. 61 Rümelin, G. 123
Morscher, E. 128s Rümelin, M. 208
Murhard, Fr. 186
Sade, A.-D. de 29
Naucke, W. 18 Salomón, rey 112 164
Negt, O. 182 Salomón, M. 116
Némésis 138 Sartorius, R. 65
Neumann, J. v. 61 Savigny, Fr. C. von 95 122
Nicolas de Cusa 107 Schelauske, H.D. 104
Nietzsche, Fr. 141 Schildermair, R. 107
Noll, P. 150 Schindler, D. 105
Schmidt, S.J, 114
Oberer, H. 63 Schmitt, C. 140 149s
Obermayer, K. 122s Schneider, P. 201
OIT 203 Schnorr, Ch. 87
Otanes 60 Schnur, R. 194
Ott, W. 97 Schröder, Fr.-Ch. 166
Schulthess, P. 67
Pascal, B. 119 Schwartländer, J. 194
Patzig, G. 93 Senger, H.V. 85
Paulo, jurista romano 38 153 Sherif, M. 125
Pawiowski, H.-M. 92 Snell, B. 119
Perelman, Ch. 116 Sócrates 37
Petev, V. 54 Sófocles 173
Peukert, D.J.K. 58 Solón 45
Philipps, L. 130s Soulez Lariviére, D. 166
Pieper, J. 208 Stammler, R. 45s 76 109 123 157ss
Platon 100 103 120 202 206 Steinvorth, U. 211
Plutarco 45 Stranzinger, R. 63
Popper, K. 66 Suárez, Fr. 38
Portalis, J.E.M. 141 Susana 161
Preuss, U.K. 77
Protomeo 106 Tammelo, I. 128
Protagoras 103 202 Thyssen, J. 36
Tocqueville, A. de 109
Racine, J. 139 Tomás de Aquino 38 48s 65s 98s 110
Radbruck, G. 55s 139s
Rawls, J. 186 Treilhard, C. 78
Reich, N. 54 Troeltsch, E. 101
Reik, Th. 172 Trude, P. 110 116
Reiner, H. 74 78s 82 104
Ricken, Fr. 24s Ulpiano 37 47s 80 206
Riedel, M. 52
Riezler, E. 123 Verdross, A. 48 99 116
Ritter, J. 159 Vico, G. 37
Robespierre, M. 161 Villey, M. 18 38 49
Rodingen, H. 55 Virt, G. 208
Rombach, H. 67 Voltaire, F.-M. Arouet 98
Rommen, H. 101 Vries, J. de 66
229
Wagner, R. 156 Wolf, Erik 101
Weber, M. 44 56ss 81 105s 109 146 Wolf, Ernst 101
149s 211 Wolzendorf, K. 186
Weinberger, Chr. 129 131 Wright, G.H. von 181
Weinberger, O. 66 114s$ 129ss
Welding, St.O. 116 Yocasta 173
Wersilov 161
Wesenberg, G. 95 Zecha, G. 128s
230
ÍND ICE ANALÍTICO
231
Costumbre(s) 57 80-84 88 147s Renuncia; Romano; Subjetivo;
buenas 48 122s Trabajo; Vida
derecho de 44 46 74 88 97s 137 147s Descargo 23 29-40 64 67 72 135 143
198 146 148 164 201 207
Crítica Deudor 27 78 158
estimación 54$ 103s 150 212s Diálogo 26 180
ideología 52s 106s 118s 189 200 Diferencia 83 151
Culpa (deuda) 81 163-180 193 Dinero 113 202-206
Cultura 26-36 71 lOls 167 175 189 194 Divide et impera 108 188 199
Divinización 138 212
Decisióri de la mayoría 58 63 72 84 Divorcio 15 194
200 212 Dualismo metódico véase Ser y deber
Defensa, legítima 79 184 Duración (permanencia) 15 119 156s
Democracia 74 109 l l l s 147 199-203 191s 206ss
Demostración 163s
Deóntica 24 128ss Economía y derecho 12 14 53s 60s 77
Dependencia de Dios 33 48 119 139 106 145s 154 187 200-206
141 152 191 194 212 Edad media 40 61 98s 115 151 187s
Derecho 192 199
aplicación del 103 Edad moderna 65 93 149s 155 188
carácter preceptivo del 21-36 Educación 120 123 155
como instrumento 13 32 52s 72s Ejecución, ejecutivo 175 180 192 198
198s 204
concepto de 18 23 37-79 90s 151s$ poder 44 47s 67 116 201 207
184 189s El oro del Rin 156
conocimiento del 117 Emancipación 94 102 146s 187-194
diferenciación del 34s 48 64s 95 Enmienda 175
154ss 163-168 170 Equidad 75 90 206s
fuentes del 135s 188 193s Esclavitud 99
imposición del 43-47 73s 76ss Estabilización 18 22 29s 31 36 38ss 43
137-151 170 53-56 64 67 72 83 87 lOlss
n o - 13 35 117 124s 135 142s 145s 168 199 201
obediencia al 36 42 Estado 33s 45s 49-55 57s 62ss 70-75 78
pérdida del 68 95 .147 156 181-194
política del 23 47 95 199s 202s desaparición del 52s
procedimiento del 11 39 43 45 76 89 Estoica, filosofía 191
95ss 103 112 124-149 160-167 Etbos 82
192 198s 212 Ético 87
prudencia en el 76 207s Europa, europeo 11 14 45 47 64
reconocimiento del 117 191
seguridad del 56s 98s; véase también Exigencias 12 117-123 135s 150 155
Estabilización 187 190s
sistema del 52 106 127-131 de los hombres 23-26 97$s 117ss
véase también Antropología; Arte; 158s 212
Canónico; Civil; Contrato; Exilio 174 184
Conveniencia; Costumbres; Experimento 145 201 21 ls
Defensa; Economía; Gentes,
derecho de; Historia; Hombre; Familia, familiaridad 45 71 83 101 121
Juez; Libertad; Moral; Natural; 155 179
Objetivo; Penal; Política; Falsificación 59 129
Privado; Prusiano; Público; Filipinas 103
232
Formalización 128-131 medio de 148
Fortaleza 207$ Ira 120
Fundamental, derecho véase Hombre Irrenunciabilidad 194
233
Ley(es) 12s 17 38 48s 51-54 70 75 89 Nupcias, nuevas 13 17 39s 73-76 78 86
137ss 91 114 117 140
abuso de 144s 148s
concepto de 137-142 148s Obediencia 42 49 54s 96 141 144
eterna (natural, humana) 141s Objetivo, derecho 12 70 74 126
lagunas de la 118 137 Obligación 30 36 40ss 68 85-90 123s
y derecho 38s 139 208
Libertad 12 24 28s 48 51s 63 71s 78s jurídica 73-79
87 102-106 119 128 148 152 moralista 32 36 48 72s
158 171-181 205 212 Omisión (abandono) 98 100 103 187
espacios de 18 22 28-40 45 53s 56 Oportunidad, principio 115 127
67s 72s 78s 125s 135 142 146s Oposición (resistencia) 42s 105s 188s
150 175 199 201 207
y derecho 12 35s 75s 148 Ordenamiento 18-25 38s 56ss 60ss 67s
Límite 34 50 63s 91 80s 87s 103 126 183 207
Lucha 57-62 Orientación 24s 31s 36-41 56s 64 67
72 90 104 117 135 146 168 177
Mafia 190 193-201
Mandamiento (mandato) 37s 54s 77s
124-131 144 País en vías de desarrollo 153 204
Matrimonio 13s 43 155 194 Pandectas véase Ciencia de las
Mayoría véase Decisión de la mayoría pandectas
Medidas 140 148 Participación 31-36 40s 49 54s 71 74
Medio ambiente 193 96 192 199
Militares 182 185 Pasión 14s 29 160s
Minoría 72 80ss Paz 40 53 56 99s 193 199 208
Misericordia 80 207 Penal, derecho 89 160-166 207
Moral moralidad 12 32 36 48 85-92 proceso de 60 90
y derecho 80-92 Perdón (indulto) 90 179
Mores 48 80ss 88-91 Permiso 16 128-131 146
Muerte 13-18 30 44 56 164 185 Plan, planificación 142 148
pena de 68 90 177 180 Pluralismo 57 149 168 21 ls
Poder 51 62 103-109 170 176s 192 198
Nacionalismo (espíritu nacional) 52 95 2Q0s 203
Nacionalsocialismo 56 96 170 206 división de 108; véase también
Naturaleza, natural 32 61s 69s 98-104 Ejecutivo; Judicial; Legislativo
187 monopolio de 33s 107 188
concepto de 102 —riqueza 153s; véase también País
derecho 63 93-104 117 149 en vías de desarrollo
véase también Positivismo Policía 29 192
Necesidad 22 31 77 113 118s 125 145 Política y derecho 12 111 179 185-206
206 Posición 40-44 46 187-194
Niño (hijo) 25 39 45 71 79 101 112 Positivismo 93-104
153 164 naturalista 94-98
Norma(s), normativo 12 15 60-64 66 normativo 95-98
124-131 204 racionalista 94-98
fundamental 62ss Precomprensión 117-123
lógica 25 128-131 Prevención 155s 174s 179
positivismo 95-98 Privado, derecho 75 204
verificación de las 129 Proceso 61 160-166 192 207
Ntilla poena sine lege 167 véase también Brujas;
234
Comunicación; Legislación; Ser y deber 12 21 24s 52 62-68 79
Penal, derecho 98-104 144
Prohibición 78 98 124-131 178 Si — entonces 24s 127 204s
Promulgación 17 40 117 141$ 147 Silencio 15 26 157 204
Propiedad 29 53 70 202s Silogismo práctico 21-25
Prusiano, derecho común 14 Sistema, teoría 64s 92 125
Publicidad 39 148s 177s Soberanía 54s 77s 160s 185
Público, derecho 51 79 Sociedad, social
Pueblo 27 85 122 152 ciencias 40s 57 62 66s 69 93ss 125
contrato véase Contrato, teoría del
Razón (ratio) 48s 96 98 141 149 191 e individuo 33 42 47 167-170 192
212 Solidaridad 42
Reciprocidad 50 69 154 Subjetivo, derecho 12 39 50 69 74s 79
Regla(s), reglamentación 200
concepto de 39 42 59ss 91 Subsidiariedad 23s 31-36 83s 125 143
no—, véase Renuncia al derecho 148 201
primarias 76$ Sufrimiento 161 172s
secundarias 76s Suicidio 68 168s
Relación, relacional 35 47s 65ss Sunm caique tribuere 48 53 56 208ss
168-171 178 212
Renuncia Técnica 63 177s 193s
a la violencia 153 Templanza 24 207
al castigo 173s Tener y ser 27 61 65s
al derecho 23s 30 49 68 78 103 201 Tíbet 101
208 Tiempo, factor 26 157 162s 203
al reproche de la culpa 174 Tiranos 140 170 180 185-188
Reparación 79 165 180 205 Torturas 28 164 180
Representación 61 141 144 147 161 Trabajo (derecho laboral) 25 70 155
165s 179 190s 199 204s
Resistencia 105 181-186
Responsabilidad 69s 160-166 180-186 Uso 57 81s 84 88s 118
Restitución (restablecimiento) 110-114 Utilidad 12 106 144 172 175 200
165 191s colectiva 119 200
Retroactividad 143 individual 36 106 200
Revolución 103 181 Utilitarismo 35 67 82
francesa 29 78 103 140 160 188 199
Rol 26 41 152 Validez (valor) 44 57ss 61-64 66 80s
Romano, derecho 152 203 83s 87-92 95 168
Ruso, jurado 179 Venganza 138 161 168-171
Verdad 52 57s 160-166 212
Sanción 63 123 126s Vida 25s 33 56 59 68 79 82 85 89
Satisfacción, teoría 169 173 206 144ss 161 212s
Seguridad 29s 157 188 derecho a la 33 56 68 106
de expectación véase Estabilización Violencia 15 33 105-109 121 169s 199
Sentimiento 15 17 120 salvaje 106
véase también Jurídico Virtudes 47 90 11Os 119 208
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CURSO FUNDAMENTAL
DE FILOSOFÍA
(
Volúm enes aparecidos tam año 12 X 2 0 cm ):
E d ito r ia l H e r d e r S .A ., P r o v e n z a 3 8 8 , 0 8 0 2 5 B A R C E L O N A
¿Por qué tiene que darse el derecho? ¿Cómo hay que
definirlo? ¿Por qué ha de estar permanentemente sujeto al
poder de los hombres en sus formas de ley, pacto y juicio?
¿Qué poder ha de ejercer el derecho sobre los hombres?
Son las preguntas a las que pretende dar una respuesta la
Filosofía del derecho. La configuración de la vida que se
le ha dado al hombre requiere un ordenamiento, que crea
los espacios de libertad de forma estable, exonerante y
orientadora. Ese ordenamiento irrenunciable es obra de los
hombres; por su propio bien tienen que someterse al
derecho. Y así como la libertad necesita del derecho, así el
derecho exige la libertad. De ahí el tratamiento especial que
merecen la política y la economía, campos en los que el
derecho es necesario. También ha sido objeto de estudio la
cuestión del manejo ético del derecho.
D is e ñ o d e la c u b ie r ta : A. Tierz
I ISBN 84-254-1816-X 1
I 9 l i l i l í l i l 167 i