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Diario Siglo XXI - Constantino - Creador de La Iglesia Católica Emperador Pagano Que Gobernó Con Mano de Hierro
Diario Siglo XXI - Constantino - Creador de La Iglesia Católica Emperador Pagano Que Gobernó Con Mano de Hierro
A lo largo del siglo III el Imperio Romano había sufrido diversas crisis de
variada índole –económicas, demográficas, pandémicas, políticas y
militares– que a punto estuvieron de destruirlo. A principios del siglo IV, tras
alcanzarse una solución de compromiso, el Imperio estaba dividido en dos
mitades, una oriental y otra occidental, y gobernado por dos emperadores
mayores o augustos, y dos emperadores menores o césares, que eran a su
vez los sucesores reconocidos de los primeros.
Diocleciano y Maximiano eran los augustos, y Constancio Cloro (padre de
Constantino) y Galerio, compartían el poder como césares. El joven
Constantino sirvió en la corte de Diocleciano en Nicomedia tras el
nombramiento de su padre como uno de los dos césares de la tetrarquía en
293. El año 305 marcó el final de la primera tetrarquía con la renuncia de los
dos augustos, Diocleciano y Maximiano. De esta forma los dos césares
accedieron a la categoría de augustos y dos oficiales ilirios fueron
nombrados nuevos césares. La segunda tetrarquía quedaba así formada:
Constancio Cloro y Severo II, como augusto y césar respectivamente, en
Occidente, y Galerio y Maximino en la parte oriental del imperio, también
como augusto y césar cada uno.
Majencio fue relegado por los tres augustos restantes y finalmente vencido
por Constantino en la decisiva batalla del Puente Milvio, en las afueras de
Roma, el 28 de octubre de 312. Una nueva alianza entre Constantino y
Licinio selló el destino de Maximino que se suicidó tras ser vencido por éste
en 313.
Una buena parte del ejército romano seguía el culto mitraico, de origen
oriental, aunque es cierto que el cristianismo también había ganado muchos
conversos entre los soldados y oficiales. Había una buena razón para ello:
ambas religiones prometían una vida después de la muerte. Aspecto éste
que siempre despertaba el interés de los militares, que arriesgaban la vida
constantemente en el combate.
Se cree que la influencia de Elena, su madre, que era una devota cristiana,
fue decisiva. No obstante, Constantino, siguiendo una extendida costumbre
de la época, no fue bautizado hasta estar cerca de la muerte (337), y fue un
obispo arriano, Eusebio de Nicomedia, que no católico, quien le bautizó.
Posiblemente, la elección del obispo de Nicomedia fuese un guiño político
hacia los arrianos. El arrianismo había sido condenado por la nueva Iglesia
católica surgida tras el Concilio de Nicea (325), pero eran muchos los
soldados y oficiales, de origen germánico sobre todo, que profesaban esta
doctrina cristiana. Eusebio, además, era amigo de la hermana de
Constantino, lo que probablemente facilitó el indulto y su vuelta desde el
exilio para bautizar al agonizante emperador.
Como resultado de todo esto, las controversias que habían existido entre los
cristianos desde mediados del siglo II, eran ahora aventadas en público, y
frecuentemente de una manera violenta. Constantino consideraba que su
deber como emperador designado por Dios, era acabar con los desórdenes
religiosos, y convocó el Concilio de Nicea (325) para, según él, terminar con
los cismas doctrinales que dividían a la Iglesia, especialmente el arrianismo.
Entre los títulos que solían ostentar los emperadores –aunque no todos–
estaba el de “pontifex maximus” o sumo pontífice, un vestigio honorífico de
la época republicana a la que los césares jamás concedieron demasiada
importancia. Pero en Nicea, durante el concilio, Constantino ejerció de sumo
pontífice a todos los efectos, tal vez, por primera y única vez en la dilatada
historia del Imperio Romano.
Habían existido otros concilios antes que el de Nicea, pero éste fue el
primero con carácter ecuménico universal y contó con la participación de
alrededor de 300 obispos, lo que supuso una minoritaria participación si
tenemos en cuenta que a lo largo del Imperio había alrededor de 1000
obispos.
Constantino fue también conocido por su falta de piedad para con sus
enemigos políticos. Ejecutó a Licinio, su cuñado, por estrangulamiento en
325, a pesar de que había prometido públicamente no hacerlo si accedía a
rendirse. Un año después, Constantino ejecutó también a su hijo mayor,
Crispo, y unos meses después a su segunda esposa, Fausta. Crispo era el
único hijo que tuvo con su primera esposa, Minervina, pero circularon
rumores sobre una presunta relación incestuosa entre Crispo y su
madrastra, lo que pudo ser la causa de la ira de Constantino, que vivió el
resto de sus días atormentado por haber ordenado matar a su hijo.
La cada vez más poderosa jerarquía eclesiástica entendía que era más útil
y perentorio emplear los recursos del Estado en la construcción de
iglesias y monasterios, y en la celebración de interminables sínodos, que
en mantener ejércitos para defender el Imperio. La Iglesia creía, o hizo creer
a los débiles emperadores del siglo V, que a través de su conversión al
catolicismo, los reyes germanos se convertirían en fieles súbditos del
Imperio sin necesidad de someterles por la fuerza de las armas. Los
cristianos siempre antepusieron los intereses de la Iglesia a los del Imperio.
En consecuencia, éste estaba abocado a su extinción.
Roma fue saqueada en el año 410 por el rey visigodo Alarico, que se llevó
de las bodegas del templo de Júpiter Capitolino el tesoro que a su vez los
romanos habían tomado en el templo de Jerusalén tras saquearlo y
destruirlo en el año 70. En el 453, Atila, el legendario rey de los hunos, se
presentó a las pertas de la indefensa Roma al frente de sus hordas. El
emperador había huido y no había tropas para defender la ciudad. El papa
León I se presentó ante el caudillo bárbaro y le disuadió para que levantase
el asedio y retirase sus tropas. Dos años después (455) fue el vándalo
Genserico el que saqueaba Roma, pero por intercesión del mismo papa, se
contentó con el botín y no tomó esclavos entre la desamparada población
romana.
La leyenda cuenta que el mismo ángel que varios siglos antes se le había
aparecido a Constantino, reapareció en la basílica de Santa Sofía mientras
los defensores, seguros de que iban a morir en el próximo asalto de los
turcos, celebraban su última misa. El evanescente ángel, concluida la
ceremonia, tomó el cáliz con el que se había oficiado el servicio religioso y
desapareció entre los muros de la basílica, después de prometer que
regresaría para devolver el santo cáliz cuando la basílica volviese a ser un
templo cristiano y se celebrase la primera misa.
Constantino pasaría también a la historia por las leyes que convirtieron los
oficios de carnicero y panadero en hereditarios, lo que en la Edad Media
serían los gremios de artesanos, y más importante aún, por convertir a los
colonos de las granjas en siervos, sentando las bases de la sociedad feudal.
Estos colonos, a su vez, eran libertos o extranjeros (“bárbaros”) que habían
sustituido gradualmente a los esclavos durante el siglo anterior. La escasa
productividad de la mano de obra esclava (no remunerada) había terminado
por imponer su lógica a los terratenientes romanos, que, influidos también
por el cristianismo –religión muy extendida entre los libertos– no tuvo más
remedio que variar su sistema de explotación agraria. Las terribles
hambrunas y las consiguientes pestes del siglo III, que diezmaron la
población, tuvieron un efecto demoledor sobre la sociedad romana de la
época y debilitaron considerablemente el Imperio occidental. Muchos
colonos abandonaron sus tierras de labranza para emigrar al este, y en las
fronteras muchos se convirtieron en bandidos errantes que se aliaron con
los pueblos bárbaros que esperaban su oportunidad para invadir el Imperio.
En épocas de abundancia, era fácil negociar con los puebles que habitaban
al otro lado del limes (frontera) y favorecer los intercambios comerciales.
Cuando el grano y los animales de granja escaseaban, los campesinos
hambrientos a ambos lados del Rin no tardaban mucho en trocarse en
hordas de salvajes dispuestos a tomar por la fuerza lo que antes podían
comprar u obtener mediante trueques.
Además de haber sido llamado «El Grande» por los historiadores cristianos
tras su muerte, Constantino podía presumir de dicho título por sus éxitos
militares. No sólo reunificó el Imperio bajo su mando, sino que obtuvo
importantes victorias sobre los francos y los alamanes (306–308), de nuevo
sobre los francos (313–314), los visigodos en 332 y sobre los sármatas en
334. De hecho, sobre 336, Constantino había recuperado la mayor parte de
la provincia de Dacia, que Aureliano se había visto forzado a abandonar en
271. Al morir Constantino, planeaba una gran expedición para poner fin a la
rapiña de las provincias del este por parte del imperio sasánida.
Fue sucedido en el Imperio por los tres hijos habido de su matrimonio con
Fausta: Constantino II, Constante y Constancio II, quienes aseguraron su
posición mediante el asesinato de cierto número de partidarios de
Constantino. También nombró césares a sus sobrinos Dalmacio y
Anibaliano. El proyecto de Constantino de reparto del Imperio era
exclusivamente administrativo. El mayor de sus hijos, Constantino II, sería el
destinado a mantener a los otros tres supeditados a su voluntad. El último
miembro de la dinastía fue su yerno Juliano, quien trató de restaurar el
paganismo a mediados del siglo IV y murió en extrañas circunstancias
cuando se aprestaba a presentar batalla a los partos. Se cree que fue
asesinado por los cristianos, a los que Juliano, apodado El Apóstata,
llamaba despectivamente “galileos”.
En tiempos del imperio carolingio, este documento se usó para aceptar las
bases del poder temporal del papa de Roma, aunque fue denunciado como
apócrifo por el emperador Otón III, y mostrado como la raíz de la
decadencia del Papado por el poeta Dante Alighieri. En el siglo XV nuevos
expertos en filología demostraron la falsedad del documento.