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Glosas psiconáuticas alrededor de

El existencialismo es un humanismo
por Adeï Berea Núñez,
psicoterapeuta gestalt

PREÁMBULO

Antes de entrar a desarrollar este breve ensayo es importante aclarar algunas cosas:

 No acudo a otras ideas de Jean Paul Sartre, ni directas ni por referencia, que las
incluidas en la edición de El existencialismo es un humanismo (escrita
originalmente en 1946) consultada (ver Bibliografía).

 No considero para mi disertación todo lo que está presente en dicha edición y que
no provenga de la pluma del propio Sartre.

 Por otra parte, para el aspecto psicológico de estas glosas, sí recurro a diversas otras
fuentes.

 Cuando hablo de “glosas psiconáuticas” quiero decir que no pretendo demostrar


filosóficamente nada, sino simplemente enlazar (vincular, glosar) algunos párrafos
escogidos del texto de Sartre, con ciertas reflexiones de corte psicológico.

 El objetivo personal que me ha guiado en la elaboración de estas glosas es


comprender mejor la importancia del existencialismo en el desarrollo de la
psicología humanista, a la vez que aclarar los límites de esta influencia.

 Como procedimiento citaré cada idea del texto sartreano que me interesó indicando
entre paréntesis la página de la que proviene, para en seguida pasar a desarrollar su
tema desde un punto de vista psicológico.

DESARROLLO

A. La realidad humana no descomponible

(p. 13)
“Respecto del compromiso sartreano, nos limitaremos por esta vez a la transcripción
de un pasaje incluido en la presentación de la revista Tiempos modernos: “Nuestra
intención es contribuir a que se produzcan ciertos cambios en la sociedad que nos
rodea. No entendemos por esto un cambio en las almas; dejamos muy a gusto la
dirección de las almas a los autores que tienen una clientela especializada. Nosotros
que, sin ser materialistas, no hemos distinguido nunca el alma del cuerpo ni
conocemos más que una realidad que no puede descomponerse -la realidad
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humana-, nos colocamos al lado de quienes quieren cambiar a la vez la condición


social del hombre y la concepción que el hombre tiene de sí mismo”.”

Pretendiendo aplicar cierto “rigor” en la lectura, podría decirse que este párrafo adolece de
una contradicción interna que salta a la vista desde la primera lectura. En efecto, si Sartre
afirma que él “jamás ha separado el alma del cuerpo”, puesto que la realidad humana “no
puede descomponerse”, entonces resulta incomprensible que pese a todo admita que las
almas puedan ser dirigidas por aquellos que “tienen una clientela especializada”. Así su
ataque a tales personajes (¿guías espirituales?) resulta débil.

Respecto a los materialistas (y no hay que olvidar que sin duda Sartre hace referencia a los
representantes del partido comunista francés de tiempos de la 2ª guerra mundial) el autor se
cuida de dejar sentada una diferencia clara; es como si dijera: “yo también quiero un
cambio, pero no por las mismas razones que ustedes ni para llegar al mismo fin”.

Podría antojarse que hubiera sido mejor si Sartre expusiera su posición y las intenciones de
la nueva revista, sin necesidad de recurrir a esa forma de crítica velada. Sin embargo, su
actitud se justifica por el peso de la última frase, pues cambiar “la concepción que el
hombre tiene de sí mismo” implica darse cuenta de los motivos y fines de la mudanza; en
otras palabras, un cambio consciente debe partir de una situación reconocida como
insatisfactoria y esto implica necesariamente algún tipo de crítica.

Pese a todo lo anterior, otra manera de resolver la aparente contradicción del párrafo en
favor de Sartre, es conceder simplemente que aunque él no descompone en partes la
realidad, comprende sin embargo a qué se refieren otros autores al hacerlo y que, por tanto,
puede hablar de ello sin contradecirse.

En otro orden de cosas, esas mismas ideas de que la realidad humana sea la “única
realidad” y de que “no puede descomponerse” -al no separar el alma del cuerpo., tienen una
relación profunda con la psicología de la gestalt (y a través de ella con la psicoterapia
gestalt, que no son lo mismo) que se hace patente a la luz del siguiente texto: “Los
psicólogos de la gestalt (…) eran opuestos a la idea de que pudiera estudiarse algo tan
complejo como la conciencia analizándola en forma de elementos. Una vez que esto se
hacía, sostenían, quedaba destruida la unidad de los fenómenos que estaban siendo
estudiados.

(…) Justamente así como el cuadrado es mucho más que cuatro líneas rectas, todos
los objetos y procesos son más que la suma total de sus partes componentes. Por
tanto, la objeción primaria de la psicología de la gestalt a la psicología que la
precedió radicaba en su carácter antiatomista.
(…) esta idea básica (…) se ha introducido virtualmente en todos los aspectos de la
psicología moderna (WHITTAKER, 1971, p. 9).

Las formulaciones de los psicólogos de la gestalt –Wertheimer (1880-1943), Koffka (1886-


1941) y Köler (1887-1967)– son ciertamente anteriores a la publicación de El
existencialismo es un humanismo (1946, como se dijo antes). Sin embargo, el texto de
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Sartre citado para esta glosa, no proviene de esta obra sino -como se mencionó- de la
presentación a la revista Tiempos modernos, suceso ocurrido en 1945.

Considerando que:

a) “A mediados del decenio de los treinta la teoría de la gestalt se había convertido en un


sistema completo con repercusiones tanto en la pedagogía, como en la psiquiatría y la
medicina psicosomática” (HARSCH, 1983, pp. 97-98);
b) la afirmación de Sartre en el sentido de que “leí por primera vez a Husserl, Scheler,
Heidegger y Jaspers en 1933, durante mi estadía de un año en la Casa francesa de
Berlín, y fue en ese momento (…) cuando sufrí su influencia” (p. 8); y
c) que por lo tanto su filosofía existencialista estaba todavía en ciernes tempranas,

parece atinado concluir que la idea antiatomista (opuesta, dicho sea de paso, al “mente sana
en cuerpo sano” de los clásicos griegos) es muy anterior a los planteamientos de Sartre.
Esto no implica que él haya tomado prestado nada de la gestalt, sino sencillamente que
intuyó y coincidió con ella en ese punto (pues no menciona a los psicólogos alemanes de tal
corriente, a diferencia de su reconocimiento a los filósofos de dicho país que precedieron su
pensamiento).

Lo que sucedió fue que la “fenomenología de Husserl influyó directamente en los pioneros
de la escuela gestalt de psicología y en las concepciones filosóficas de Karl Jaspers (n.
1883) y Martin Heidegger (n. 1889), Jean Paul Sartre (l905-l980) y Merleau-Ponty”
(HARSCH, op. cit., p. 96). Lo que significa que Sartre recibió de Husserl de primera mano,
lo mismo que antes recibieron los psicólogos de la gestalt; esto los hermana, pero no los
eslabona.

Por otra parte, la cualidad “no-descomponible” de la experiencia humana es algo que Sartre
maneja como una premisa dentro de El existencialismo es un humanismo pues, aunque no
es un aspecto que discuta particularmente en ningún momento, se le halla implícito en uno
de los fundamentos del existencialismo -quizá el más importante-: la subjetividad. En
efecto, arrancando en el “pienso, luego existo” de René Descartes y arribando a la
fenomenología de Edmund Husserl, que se fijó “como tarea una investigación científica no
de los hechos, sino de las formas de la conciencia de los objetos” (HARSCH, op. cit., p. 96)
quedó establecido el descubrimiento de que el ser humano, al ver hacia el exterior de sí
mismo e incluso al verse a sí mismo, lo hace con su yo-total (la expresión es mía), y que no
puede hacerlo “sólo con su mente” o “sólo desde el presente”, ni todos los etcéteras que
pudieran plantearse. En esa “completud” inmanente a la subjetividad radica, sostengo, la
particularidad individual.

Lo único que cabe añadir, antes de terminar este punto, es que las psicologías de corte
existencial humanista, conocidas en conjunto como la “3ª fuerza de la psicología” (en
oposición a la 1ª y 2ª fuerzas, representadas respectivamente por el conductismo y el
psicoanálisis) utilizan el análisis fenomenológico como método fundamental.
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B. Responsabilidad del hombre de sí mismo

(p. 34)
“Pero si verdaderamente la existencia precede a la esencia, el hombre es responsable
de lo que es. Así, el primer paso del existencialismo es poner a todo hombre en
posesión de lo que es, y asentar sobre él la responsabilidad total de su existencia.”

(p. 36)
“(…) El existencialismo suele declarar que el hombre es angustia. Esto significa que
el hombre que se compromete y que se da cuenta de que es no sólo el que elige ser,
sino también un legislador que elige al mismo tiempo (que) a sí mismo a la
humanidad entera, no puede escapar al sentimiento de su total y profunda
responsabilidad.”

(pp. 37-38)
“(…) ¿Quién me prueba que soy yo el realmente señalado para imponer mi
concepción del hombre y mi elección a la humanidad? No encontraré jamás ninguna
prueba, ningún signo para convencerme de ello. Si una voz se dirige a mí, siempre
seré yo quien decida que esta voz es la del ángel; si considero que tal o cual acto es
bueno, soy yo el que elegirá decir que este acto es bueno y no malo.”

De estos párrafos atrae mi atención el orden en la presentación de las ideas, pues parece ser
que es fundamental en la experiencia humana como la percibe Sartre.

Primero es el compromiso -supongo que se implica aquí la acción comprometida, por lo


cual se puede defender con razón que el existencialismo no promueve una actitud
contemplativa. Después, y sólo después, para seguir el orden señalado por el autor, viene la
conciencia de que al elegir para sí, se elige también para todos. Finalmente, dicha
conciencia conlleva la sensación -filosóficamente angustiante- de la responsabilidad. En
efecto, no se puede ser consciente, y por ende tampoco responsable, de lo que aún no se ha
hecho; ni se puede hacer algo antes de haberlo elegido. Con todo, cuando ya se ha tenido la
experiencia completa de tal proceso, la persona –“el hombre”, como dice Sartre– puede
“prever” y “asumir” no su responsabilidad por lo que todavía no existe, sino más bien (creo
yo) su capacidad de responsabilizarse por los procesos similares que conforman la
cotidianidad del ser humano. Hasta aquí, sospecho que Sartre no estaría en desacuerdo
conmigo.

El problema que atiende la psicología existencial-humanista es que el paso entre el elegir /


actuar y el concientizarse / responsabilizarse no siempre se da. Agrupo así los términos, en
dos pares, porque la elección se expresa en la acción, y la conciencia engendra la
responsabilidad o, dicho de otro modo, una elección sin acción no significa nada, y la
responsabilidad no se da sin la conciencia. ¿Acaso alguien puede elegirse asesino y nunca
matar? ¿Alguien que mata en un estado de inconciencia demencial puede responsabilizarse
por su asesinato?

Estamos aquí ante el hecho de la diversidad humana, en cuanto hace a la salud mental; un
asunto que Sartre sencillamente no toca. Y puede puntualizarse que “por falta de salud
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mental” no se entiende sólo la ausencia absoluta de contacto con la realidad, sino también
el caso muy común de los neuróticos, pseudoadaptados con mejor contacto con la realidad
que los psicóticos graves, pero a la vez con un contacto deformado. De este modo, el
primer axioma de Sartre, de que “si la existencia precede a la esencia” ello conduce
automáticamente a que “el hombre es responsable de lo que es”, me parece idealismo puro,
pues no funciona para todos, no tan expedita ni necesariamente como él pretende. Su
filosofía puede ampliar la conciencia de “algunos”, de aquellos que están en tal capacidad.
“El que tenga oídos para oír que oiga”, dice la Biblia, pero, ¿y el que no?

Pues bien, aquí es donde entra la terapia psicológica en general que, según mi opinión, lleva
a cabo esfuerzos más realistas para cambiar “la concepción que el hombre tiene de sí
mismo” (para usar las palabras del propio Sartre); tomando para ello lo que es útil del
existencialismo e incluso, si se quiere, usándolo de parámetro para diagnosticar la salud
mental que requiere el asumir la propia responsabilidad.

Uno de los mayores obstáculos para conciliar al existencialismo con la psicología


(particularmente de la línea psicoanalítica) es su adhesión implícita a la creencia de que la
única esfera viable de acción para el ser humano, es la conciencia; el no conceder ninguna
posibilidad a la dimensión “no consciente”, pues para Sartre toda elección es consciente y
por tanto susceptible de responsabilizarse por ella. Pero, aun algo tan aparentemente
“elegible” como la escala de valores morales que limitan y matizan el accionar de cada
individuo, ha llegado a ser considerado como absolutamente inconsciente en la opinión
radical de un Sigmund Freud:

“Cuando se liquida el complejo de Edipo, se produce una introyección


compensadora de las imágenes parentales. El niño hace suyos el modo de juzgar y
de sentir de sus padres. El resultado de este mecanismo de identificación es la
formación del súper yo. Es así como Freud explica, desde el punto de vista de un
empirismo estricto, la génesis de la conciencia moral (…)” (DALBIEZ, 1948, t. I, p.
448).

La psicología existencial-humanista no admite que la moralidad se ubique, completa, en el


ámbito de los introyectos; sin embargo reconoce la necesidad de aplicar ciertas técnicas
especiales para ayudar al individuo a percatarse de sus motivaciones no conocidas. Dichas
técnicas se ligan, en su método, con la fenomenología. El psicoanálisis, en cambio, diseñó
sus técnicas para penetrar en el inconsciente, con base en un método interpretativo.
Cronológicamente esto ocurrió antes, y es la razón por la cuál se llama al psicoanálisis 2ª
fuerza de la psicología.

En todo caso, creo que se puede decir que Sartre, en su filosofía, propone una respuesta al
sentido de la vida humana; pero su propuesta, como expresé antes, no está al alcance de
todos. La terapia psicológica, en general, permite, a través de sus técnicas, “ampliar” el
grupo de seres humanos que puedan asumir la responsabilidad total de sus decisiones. Esta
actitud “realista” de la psicología, contrasta con el “idealismo” sartreano. Por su método
analítico fenomenológico, la psicología humanista es más afín al existencialismo que el
psicoanálisis, con su método interpretativo, o que el conductismo, que niega por completa
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la elección humana en aras de la idea de la conducta predeterminada por el hábito


inconsciente. Estas observaciones se aumentarán en el apartado que sigue.

C. El poder de nuestras pasiones sobre nosotros

(p. 41)
“El existencialista no cree en el poder de la pasión. No pensará nunca que una bella
pasión es un torrente devastador que conduce fatalmente al hombre a ciertos actos y
que por consecuencia es una excusa; piensa que el hombre es responsable de su
pasión.”

Sartre no define la pasión y por eso, precisamente, el término me ha sugerido la siguiente


reflexión, pues su afirmación en el sentido de que la pasión no tiene poder sobre la persona
puede prestarse a una álgida discusión si se enfoca desde al ángulo de la doctrina freudiana.
En ella -y como se mencionó brevemente en el apartado anterior B.- el inconsciente -ya sea
que se considere como “cualidad” o como “instancia” en el complejo del aparato psíquico-
juega un papel preponderante. La raíz etiológica y ontológica de la pasión (o sea, el cómo
surge y lo que es en esencia) se halla en el inconsciente, y de lo inconsciente no se puede
ser enteramente responsable, como prescribe Sartre. De lo que se puede ser responsable es
de los productos secundarios de la pasión, si se les puede llamar así.

Las pasiones, por otro lado, se presentan tanto en personal sanas mentalmente, como en
otras que no lo son tanto. Digamos que las primeras manejarán con mayor asertividad los
productos secundarios de sus pasiones: no se harán responsables por el hecho de sentir
ciertas cosas, contra lo que no pueden hacer nada, pero sí de lo que harán con eso que
sienten. Entonces, lo que Sartre postula es correcto para el caso de la persona
psicológicamente sana, carente por completo de neurosis tipificables por el sistema
psicoanalítico o la psiquiatría y, desde luego, carente en absoluto de patologías más graves.

Tómese, por ejemplo, un lugar común del suspense cinematográfico norteamericano: el del
psicópata que, después de ser juzgado por sus crímenes rituales, es declarado inocente por
causa de su enfermedad. Pareciera que se reconoce su irresponsabilidad y no su incapacidad
para ser responsable; después, so pretexto de la ley, se actúa irresponsablemente respecto a
él, dejándolo en libertad. Sin analizar más a fondo el asunto, sirva tan sólo para ilustrar su
dificultad en un caso extremo.

Las psicologías de signo existencial-humanista, dentro de la cuales se ubican la terapia


centrada en el cliente de Carl Rogers, la terapia del sentido de la vida o logoterapia de
Vicktor Frankl y la terapia gestal de Fritz Perls y Paul Goodman,

“(…) no niegan la existencia de factores ocultos, pero suponen que la parte más
importante se halla en relación con la mente consciente y la voluntad; el neurótico o
el psicótico toman decisiones dolorosas e inadaptadas (¿responsablemente?) debido
a la falta de experiencia para elegir acertadamente en el ambiente desfavorable en
que les tocó nacer, crecer y vivir; el análisis existencial ofrece la oportunidad de
explorar el fundamento del ser y reexaminar las elecciones a la luz de nuevas
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perspectivas. Consideran que la dinámica de la conducta ha de examinarse en


términos de cómo funciona el individuo en el mundo del presente, no del pasado”
(HARSCH, op. cit., p. 105).

El aceptar la presencia de “factores ocultos” está en claro desacuerdo con Sartre, pues como
dice en los párrafos citados para la glosa B., “siempre seré yo quien decida que esta voz es
la del ángel”, o sea, que para él puede existir la imaginación, pero no los factores ocultos.
El enfatizar el presente y no el pasado coincide con Freud, para quien tales factores ocultos
no son otra cosa sino el inconsciente, que guarda inaccesibles determinados eventos del
pasado que marcan la personalidad y su psicodinamia actuales del individuo, con sus
“pasiones” inexplicables.

D. El problema de la autenticidad

(pp. 62-63)
“(…) cuando en el plano de la autenticidad total, he reconocido que el hombre es un
ser en el cual la esencia está precedida por la existencia, que es un ser libre que no
puede, en circunstancias diversas, sino querer su libertad, he reconocido al mismo
tiempo que no puedo menos de querer la libertad de los otros. Así, en nombre de
esta libertad, implicada por la libertad misma, puedo formar juicios sobre los que
tratan de ocultar la total gratuidad de su existencia, y su total libertad. A los que se
oculten su libertad total por espíritu de seriedad o por excusas deterministas, los
llamaré cobardes; a los que traten de mostrar que su existencia era necesaria, cuando
que es la contingencia misma de la aparición del hombre sobre la Tierra, los llamaré
inmundos. Pero cobardes o inmundos no pueden ser juzgados más que en el plano
de la estricta autenticidad. Así, aunque el contenido de la moral sea variable, cierta
forma de esta moral es universal.”

Este pasaje es, a mi modo de ver, el más feliz de todo el texto de El existencialismo es un
humanismo. Por un lado, lo considero como el más humanista, al poner de manifiesto la
equidad intrínseca entre la libertad del “yo” y la del “otro”. Además, me parece uno de los
construidos con mayor perfección en cuanto al rigor y la coherencia filosóficos (me resulta,
¿cómo decirlo?… ¡bello!).

De todos modos, lo que quiero tratar no es esto, sino propiamente el tema de la


autenticidad. En páginas anteriores me he pronunciado por la idea de que hay en el
existencialismo de Sartre mucho de idealismo y creo que éste surge de su apreciación de
que todo determinismo es una “excusa” y no otra simple elección. Pero no insistiré sobre
ello.

Quiero establecer una relación entre su idea de autenticidad y la así llamada “teoría
paradójica del cambio” en la terapia gestalt. Después procederé a señalar un aspecto del
humanismo que puede poner en riesgo los conceptos de Sartre al acercar su juicio basado
en la autenticidad a un nuevo determinismo que implicaría una peligrosa contradicción.

Sartre propone dos especies de inauténticos, los cobardes y los inmundos, a los que
obviamente, en el contexto de su estudio, considera responsable de su propia
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inautenticidad. Entonces, basados en lo dicho en la glosa A., respecto al deseo de Sartre de


“cambiar la concepción que el hombre tiene de sí mismo”, ¿se puede pensar que al
establecer esos juicios se propone alertarlos y crearles la conciencia del uso equívoco que
de su libertad hacen al tomar la decisión de su inautenticidad?

“Teoría paradójica del cambio” es el título de un artículo escrito por un terapeuta gestalt
llamado Arnold R. Beisser (BEISSER, en Fagan y Shepherd, 1970, pp. 77-80, que aquí
traduzco). “Dicho brevemente es esto: que el cambio ocurre cuando uno se convierte en lo
que es, no cuando trata de convertirse en lo que no es.”

En el ámbito de la terapia gestalt se habla con más frecuencia del neurótico que de la
neurosis, lo que deja entrever el enfoque fenomenológico (“no existe “la danza”, sino el
bailarín en acción”). En una concepción muy distinta de la psiquiátrica o la psicoanalítica,
Fritz Perls, uno de los fundadores de la psicoterapia gestalt, enlistó, sin intenciones de una
sistematización definitiva, muchos rasgos de la personalidad del neurótico, que representan
una serie de conductas y actitudes que manifiesta en su comportamiento (cfr. PERLS, 1976,
pp. 53-67). Sin entrar a discutir las ideas de Perls, encuentro adecuado el arriesgar la
siguiente definición para condensar su contenido: “La inautenticidad es la esencia de la
neurosis.”

Pero en términos del existencialismo la esencia está precedida por la existencia, de modo
que antes de la neurosis está propiamente el neurótico y antes todavía, de acuerdo con el
humanismo, está la persona libre. Me parece que este aspecto “universal” de la moral de la
autenticidad que maneja Sartre puede, en buena lógica -y hasta en justicia- ponerse del lado
de sus “cobardes” e “inmundos”, y así darles tiempo para cambiar y ser lo que realmente
son, seres auténticamente libres.

Después de todo, Sartre cree que el hombre siempre está en posibilidad de elegir si ser
auténtico o inauténtico; de otra manera, ¿por qué habría de hacer la crítica a los del segundo
grupo? Y esto querría decir que, en el fondo, el inauténtico, aunque todavía no lo manifieste
en su proyecto vital, es, con todo, “esencialmente” libre. Y si Sartre no lo cree así, entonces
no podría desear cambiar “la concepción que el hombre tiene de sí mismo”.

La libertad (esencia) está precedida por el hombre (existencia); pero muy pronto, en cuanto
su desarrollo psicogenético lo permite, se presenta la libertad de elegir entre varias cosas.
Cada elección lo definirá como ser auténtico o inauténtico, pero sólo momentáneamente,
hasta la siguiente elección. Así, la “cobardía” o la “inmundicia”, si no se quiere caer en un
contradictorio nuevo determinismo, no es –no puede serlo– un rasgo esencial de nadie.

Para ligar estas consideraciones con la psicología, quizá valga la pena volver a citar una
frase mencionada antes en la glosa C.:

“(…) el neurótico o el psicótico toman decisiones dolorosas e inadaptadas [que


ahora podemos llamar inauténticas] debido a la falta de experiencia para elegir
asertivamente [ahora diremos, auténticamente] en el ambiente desfavorable en que
les tocó nacer, crecer y vivir” (HARSCH, op. cit., p. 105).
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Así, para concluir esta glosa, se puede observar que en tanto que la filosofía señala, la
psicología aplica:

“El terapista gestal (auténtico) rechaza el papel de “cambiador” (por esto es que no
es “inmundo”, pues no pretende ser indispensable), ya que su estrategia es animar,
aun insistir, para que el paciente esté y sea donde y lo que es (o sea, que promueve
la “no cobardía” y por lo tanto la autenticidad). Cree que el cambio no tiene lugar
por el forzamiento, la coerción, la persuasión, la introspección, la interpretación, u
otra cosa semejante. Más bien, el cambio ocurre cuando el paciente abandona al
menos por un momento, lo que le gustaría ser y procura ser lo que es” (BEISSER,
op. cit., p. 77, subrayado en el original, traducción mía).

E. La cuestión del otro y del amor

(pp. 66-67)
“(…) Esta unión de la trascendencia, como constitutiva del hombre –no en el
sentido en que Dios es trascendente, sino en sentido de rebase– y de la subjetividad
en el sentido de que el hombre no está encerrado en sí mismo sino presente siempre
en un universo humano, es lo que llamamos humanismo existencialista (…) porque
recordamos al hombre que no hay otro legislador que él mismo, y que es en el
desamparo donde decidirá de sí mismo; y porque mostramos que no es volviendo
hacia sí mismo, sino siempre buscando fuera de sí un fin que es tal o cual liberación,
tal o cual realización, particular, como el hombre se realizará precisamente en
cuanto a humano.”

De nuevo, y como ya antes he hecho notar, siento que Sartre se salta por completo un
aspecto de la realidad humana, que es el de la falta de salud mental. Creo que su propuesta
de cómo afrontar la existencia y asumir la responsabilidad total de uno mismo, no está al
alcance de la persona psicológicamente no-sana. Compárese la cita anterior de Sartre con la
siguiente:

“(…) la existencia humana –al menos mientras no está distorsionada


neuróticamente– apunta y se refiere al hecho de que cuanto más se olvida un ser
humano de sí mismo y se entrega, tanto más humano es” (FRANKL, 1984, p. 104).

Los paralelismos o coincidencias son extraordinarios y es más que probable que Frankl, el
autor de la cita inmediata anterior, haya leído alguna vez el texto de Sartre que la precede;
de hecho, en el Prefacio del libro de donde fue tomado el pasaje, dice:

“Se suele incluir la logoterapia (terapéutica mediante el logos, mediante el sentido


de la vida) dentro de las categorías correspondientes a la psiquiatría existencial, o a
la psicología humanística. Sin embargo, el lector de mis libros (Psicoterapia y
existencialismo y El Dios inconsciente: psicoterapia y teología) quizá esté
informado de que he hecho algunas observaciones críticas con respecto al
existencialismo; o al menos, a lo que es designado como existencialismo. De modo
similar encontrará en este libro ciertos ataques dirigidos contra el así llamado
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humanismo, o mejor dicho, contra lo que yo llamo pseudo humanismo (…)”


(FRANKL, op. cit., p. 11).

Evidentemente, la primera cita de Frankl no es crítica ni del existencialismo ni del


humanismo, pero contiene el ingrediente que para mi gusto falta en Sartre, o sea, la
aclaración de que si la existencia humana está distorsionada neuróticamente, no podrá
alcanzar la trascendencia y, por tanto, tampoco la realización completa. En el entendido de
que Sartre escribe desde el punto de vista filosófico neto, y de que Frankl lo hace desde el
ángulo de su logoterapia, las palabras de Sartre podrán ser verificables sólo por unos
cuantos, los sanos, en tanto que las de Frankl calzan con todos: los sanos las verificarán, y a
los no-sanos les ayudarán a comprender un poco porqué no pueden verificarlas
íntegramente.

Otra idea, totalmente distinta, que me sugiere el texto de Sartre citado al inicio de esta glosa
E., es la relación que tiene con el amor. Como se vio anteriormente, para él el hombre no
tiene más remedio que aceptar su libertad y, con ella, la de todos los demás; en el
desamparo (su responsabilidad solitaria y sin “signos” externos que la guíen), tiene que
“decidir de sí mismo”; sin embargo, su realización “en cuanto humano” la logrará buscando
siempre fuera de sí mismo… Véase ahora la siguiente cita:

“Si estoy ligado a otra persona porque no puedo pararme sobre mis propios pies,
ella puede ser algo así como mi salvavidas, pero no hay amor en tal relación.
Paradójicamente, la capacidad de estar solo es la condición indispensable para la
capacidad de amar” (FROMM, s/f, p. 118).

Me resulta curioso que Sartre, al hablar de esa búsqueda “fuera de si” del hombre para
poder realizarse, no llegue a mencionar el término amor. Quizá se hubiera metido en un lío
filosófico, pero es probable que se hubiera ahorrado el prejuicio de su falso pesimismo. No
hay que olvidar, además, que para Sartre el hombre no es sino “lo que hace”, y que en todo
caso de lo que podría haber hablado sería de “hechos amorosos”, pues en efecto, pocas
palabras significan tanto y nada a la vez como la palabra “amor”, y lo que hay más bien es
el “amar”.

Cabría afirmar, glosando a los tres autores citados antes, que:

“El que no asume su libertad (Sartre), no puede entregarse (Frankl); el que no vive
su desamparo (Sartre) no puede amar (Fromm).”

Finalmente, esto último tal vez sirva para dar sustento a una forma particular de concebir el
objetivo de la terapia psicológica: “Coadyuvar a la restitución de la capacidad de la persona
para amar y ser amada.”

Enero de 2002
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BIBLIOGRAFÍA

BEISSER, Arnold R., “The Paradoxical Theory of Change”, en FAGAN y SHEPHERD, Gestalt
Therapy Now, Harper Colophon Books, New York, 1970.

DALBIEZ, Roland, El método psicoanalítico y la doctrina freudiana, Dedebec, Buenos Aires,


1948, t. I.

FRANKL, Viktor E., Psicoterapia y humanismo. ¿Tiene un sentido la vida?, FCE, México, 1984
(Breviarios 333).

FROMM, Erich, El arte de amar, Logos, Colombia, s/f.

GROSS, Bernard (director), La literatura, Mensajero, Bilbao, 1976 (Diccionarios del saber
moderno).

HARSCH, Catalina, El psicólogo, ¿qué hace?, Alhambra Mexicana, México, 1983.

PERLS, Fritz S., “Y aquí viene el neurótico”, en El enfoque gestáltico, testimonios de terapia,
Cuatro Vientos, Chile, 1976.

SARTRE, Jean Paul, El existencialismo es un humanismo, Quinto Sol, s/l, s/f, .

WHITTAKER, James O., Psicología, 2ª de., Interamericana, México, 1971.

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