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UNIVERSIDAD NACIONAL DE

SAN ANTONIO ABAD DEL CUSCO

ESCUELA PROFESIONAL DE
ECONOMÍA

LA ECONOMÍA DE
LA FELICIDAD
UNA META MAS LOABLE QUE EL PBI
DISCENTE
ALEX GALLEGOS BALLON

ASIGNATURA
ECONOMÍA DE LAS POLÍTICAS SOCIALES

DOCENTE
MGT. JULIO OLGER DUEÑAS CABRERA

SEMESTRE ACADEMICO
2019-II
INTRODUCCIÓN
El interés de los economistas por la felicidad no es nuevo. Tal y como lo sugiere el epígrafe de
Malthus, los economistas clásicos ya se interesaban por la felicidad de los seres humanos.
Pasinetti argumenta que la felicidad siempre estuvo en el interés de los economistas clásicos; sin
embargo, en sus albores, la disciplina económica optó por el estudio de la riqueza material de las
sociedades, quedan do pendiente el estudio de la felicidad de sus habitantes.

La felicidad es, quizá, el concepto que más se acerca a la visión de bienestar de los utilitaristas;
aunque éstos hacían un gran hincapié en las experiencias de tipo hedónico y soslayaban otros
tipos de experiencia humana pertinentes a la felicidad. Es muy conocido el interés de Bentham
por realizar un cálculo de la felicidad (felicific calculus); el cual, en su opinión, comprende el
agregado de los placeres y dolores del ser humano. La teoría de la utilidad cardinal asumió que
el bienestar es medible y comparable. Sin embargo, Pareto mostró que es imposible revelar la
naturaleza de la función de utilidad a partir de la observación del comportamiento de los
consumidores, con lo cual el interés de los economistas se desplazó de la visión cardinal a la visión
ordinal de utilidad. Es cierto que la teoría de la utilidad ordinal es superior como teoría de la
elección humana, pero deja por fuera el estudio directo del bienestar humano. Es importante
anotar que la teoría de la utilidad ordinal supone que en la expresión de las preferencias subyace
un concepto de bienestar o felicidad, el cual motiva a los seres humanos en su elección y en su
acción. Por ello, la teoría de la utilidad ordinal no descarta la existencia ni la importancia de la
felicidad, sencillamente manifiesta que su estudio directo no es necesario para elaborar una
teoría de la elección.

El potencial de la teoría de la utilidad ordinal para explicar la elección humana sin necesidad de
recurrir a supuestos de medición de la utilidad generó un desinterés por tener una medición
directa del bienestar. Con ello, los economistas pudieron explicar la elección, pero se vieron
sumamente limitados para estudiar temas de bienestar. Esto ha obligado a los economistas a
recurrir a resultados provenientes de teorías no corroboradas para hacer afirmaciones acerca del
bienestar. Por ejemplo, con base en ciertos supuestos de racionalidad se postula que la utilidad
es no decreciente en el ingreso; sin embargo, esto es insuficiente para saber cuánto bienestar
genera un mayor ingreso y cuánto más feliz es una persona que tiene más ingreso. Otro ejemplo:
los estudios de pobreza suponen que el bienestar es sumamente bajo cuando el ingreso cae por
debajo de una línea de pobreza previa y arbitrariamente definida; sin embargo, la teoría de la
utilidad ordinal no permite derivar resultados del bienestar de la persona para distintos ingresos,
ni saber cuánto bienestar se pierde al caer por debajo de la línea de pobreza.

Es por esta razón que muchos economistas interesados en la acción pública han tenido que
recurrir al uso de la tradición filosófica para participar en el debate de política pública que aspira
a aumentar el bienestar humano. Los filósofos han reflexionado respecto a la felicidad durante
siglos; la tradición filosófica no sigue el método científico y, por lo contrario, se basa en la
utilización del método del discernimiento para identificar los factores relevantes para la.
Hace más de 2 siglos el economista Robert Malthus se preguntaba acerca del propósito
final de la disciplina económica. Malthus afirmaba: «El objetivo manifiesto de la
investigación de Adam Smith es la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones. Sin
embargo, hay otra investigación, quizás aún más interesante y que ocasionalmente se
confunde con esta; me refiero a la investigación sobre las causas que afectan la felicidad
de las naciones». Tuvieron que pasar cerca de 2 siglos para que la disciplina económica
hiciera un esfuerzo por investigar la felicidad en los países, así como por reconocer que la
felicidad no debe ser confundida con el ingreso.

En 1974, con el trabajo pionero del economista Richard Easterlin -y con el surgimiento de
la paradoja que lleva su nombre-, que la disciplina económica se interesa por investigar
acerca de la felicidad de las personas. La Paradoja de Easterlin afirma que el crecimiento
económico -el aumento generalizado del ingreso y la abundancia de productos- no viene
acompañado de un aumento de la felicidad de las personas. La investigación de la felicidad
ha crecido exponencialmente durante las últimas 3 décadas, obligando a los economistas
a recurrir al conocimiento generado en disciplinas cercanas, como la psicología, la
sociología y la neurología. La investigación ha sido tan numerosa que hoy es posible hablar
de una economía de la felicidad; donde los economistas, muchas veces desbordando las
fronteras tradicionales de su disciplina, buscan entender y explicar qué factores y políticas
públicas son relevantes para la felicidad humana.

En su surgimiento la economía de la felicidad tuvo que demostrar su solidez conceptual, así


como abordar temas metodológicos asociados a la medición de la felicidad. Hoy es claro
que la felicidad no es un constructo de académicos sino una vivencia de los seres humanos.
La felicidad se concibe como el conjunto de experiencias de bienestar (afectivas,
evaluativas y sensoriales) que los seres humanos viven cotidianamente y que les permite
hacer una apreciación global de sus vidas con frases como: «estoy a gusto conmigo
mismo», «estoy satisfecho con mi vida», o «soy feliz». Debido a que la felicidad es
experimentada por las personas, se acepta que cada persona tiene la autoridad para juzgar
su vida y que, en consecuencia, la mejor forma de conocer la felicidad de alguien es
mediante la pregunta directa. Sería no solo un error sino también un gran riesgo dejar que,
al igual que sucede con la pobreza, sean los académicos y funcionarios públicos los que
digan quienes son felices y quienes no.

La economía de la felicidad se basa entonces en una concepción de felicidad como vivencia,


y la investigación se hace a partir del reporte que las personas hacen de su situación, por
lo general respondiendo a preguntas acerca de su satisfacción de vida. Es claro que la
felicidad se puede medir, pero para ello hay que preguntarle a quien la experimenta. Hoy
varias oficinas nacionales de estadística siguen esta metodología de medición de la felicidad
y la información puede ser utilizada para realizar investigación acerca de las causas de la
felicidad y acerca de las oportunidades de acción para contribuir a tener sociedades donde
la gente sea feliz.
La investigación muestra que, tal y como la afirmaba Malthus, es un gran error confundir al
ingreso con la felicidad. Si bien el ingreso puede contribuir a la felicidad, nada garantiza que un
mayor ingreso venga acompañado de mayor felicidad; de igual forma, un alto ingreso no implica
necesariamente mayor felicidad, así como un bajo ingreso no implica infelicidad. Quizás la mejor
manera de abordar la confusión es reconociendo que los seres humanos son mucho más que
meros consumidores y que, por lo tanto, su felicidad no depende solo de su poder de compra. La
economía de la felicidad ha mostrado que hay necesidades no materiales que son tan
importantes como los materiales; los psicólogos mencionan las necesidades de competencia
(sentirse útil y de valor en sociedad), de relación (recibir y dar aprecio y cariño), y de autonomía
(actuar con base en la motivación intrínseca y poder marcar el rumbo propio). Por ello, las
personas derivan gran parte de su felicidad a partir de sus relaciones humanas, empezando por
las relaciones familiares y continuando con las relaciones con amigos, colegas y vecinos. De igual
forma, el tiempo de ocio -aunque improductivo en la generación de ingreso- puede ser muy
relevante no solo para el descanso, sino también para la recreación y la construcción de
relaciones humanas genuinas y desinteresadas. Muchas son las áreas donde la investigación de
la economía de la felicidad puede hacer una contribución importante.

POBREZA
Por décadas, y con no mucho éxito, los gobiernos y los organismos internacionales se han
preocupado por sacar a la gente de la pobreza. Más allá de la arbitrariedad con que se define el
término, dos son los temas centrales donde la economía de la felicidad puede hacer una
contribución. Primero, muchos son los que no salen de la pobreza, y no hay que resignarse a que
estas personas vivan una vida infeliz El deseo por sacar a la gente de la pobreza nos ha hecho
olvidar que se puede hacer mucho por aquellos que están y que, por muchas razones,
permanecerán en condiciones de pobreza. La obsesión por aumentar su ingreso no implica que
se dejen por fuera otras áreas de acción. Por ejemplo, hay que pensar en crear comunidades con
fuertes lazos vecinales, la educación debe enfocarse no solo a las habilidades y destrezas para el
trabajo sino a aquellas útiles para tener relaciones humanas gratificantes -empezando por las
relaciones de pareja y con los hijos-, los quebrantos de salud son catastróficos para la felicidad y
muchos pueden ser prevenidos si se dispone del conocimiento relevante, y con las
recomendaciones adecuadas es posible hacer un mejor uso del ingreso. Segundo, sacar a la gente
de la pobreza no es suficiente para garantizar su felicidad. Muchas son las recomendaciones que
la economía de la felicidad hace para que las personas no solo salgan de la pobreza sino para que
se ubiquen en una situación de vida satisfactoria
GRUPOS DE CLASE MEDIA
El énfasis en la pobreza como bajo ingreso ha generado la impresión de que las políticas de Estado
pueden desentenderse de las clases medias. Lo cierto es que no todos son felices en estos grupos
y que hay espacios de oportunidad para una acción pública que contribuya a su felicidad. La
economía de la felicidad investiga temas como trabajos satisfactorios; balance familia-trabajo;
construcción de comunidades y no solo de soluciones habitacionales; la importancia de la
infraestructura recreativa; el diseño urbano; y el diseño de programas escolares que den
conocimientos y habilidades útiles para generar relaciones humanas genuinas y gratificantes, así
como para hacer un uso gratificante del tiempo libre. Elevar la productividad laboral es
conveniente, pero no necesariamente para gastar más, sino para disponer de más tiempo para
fortalecer esas otras áreas donde se es persona, pero no necesariamente consumidor.

La investigación de la economía de la felicidad ha mostrado que la gente feliz tiene un


comportamiento más prosocial, que tiende a vivir más años y que se enferma menos, con
grandes beneficios tanto para el sistema de seguridad ciudadana como para el de seguridad
social. En el mundo de la empresa la gente feliz se ausenta menos, rota menos, es más creativa,
genera una mayor lealtad del cliente y pone mayor esfuerzo y pasión en lo que hace. Por ello, el
que los gobiernos y las empresas se interesen en la felicidad puede ser de conveniencia para
todos.

LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD
En realidad, hay muchas y muy buenas razones para estudiar la felicidad de los seres humanos,
pero quizá la razón más importante es que a las personas les interesa e importa ser felices. Hay
evidencia que muestra también que si a los políticos les interesa la reelección de sus partidos les
debería de interesar la felicidad de los ciudadanos.

En 2011, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas adoptó por unanimidad
la resolución titulada «La felicidad: hacia un enfoque holístico del desarrollo» en la cual se
establece que la búsqueda de la felicidad es un objetivo humano fundamental y se invita a los
Estados miembros a implementar políticas públicas orientadas a este fin. En la consecución del
desarrollo no debe olvidarse que el fin último no es alcanzar altos indicadores de ingreso per
cápita sino lograr que la mayoría de la gente esté satisfecha con la vida que lleva. Continuar
confundiendo el ingreso con la felicidad puede tener consecuencias perjudiciales; por ejemplo,
las altas tasas de depresión y, en general, de infelicidad en Chile -el llamado milagro económico
de Latinoamérica- así lo muestran.

En un discurso de 1968 y refiriéndose a las limitaciones del PIB como indicador del progreso de
las sociedades, Robert Kennedy manifestó «el producto nacional bruto no permite medir la salud
de nuestros hijos, la calidad de su educación o la alegría de su juego. No incluye la belleza de
nuestra poesía o la fortaleza de nuestros matrimonios, la inteligencia de nuestro debate público
o la integridad de nuestros funcionarios públicos. Tampoco mide ni nuestra inteligencia
ni nuestro valor ni nuestra sabiduría ni nuestro aprendizaje ni nuestra compasión ni nuestra
devoción a nuestro país, en definitiva, mide todo, salvo aquello por lo que vale la pena vivir». La
economía de la felicidad obliga a ampliar la mirada y a plantearse la pregunta ¿qué es aquello
por lo que vale la pena vivir?

Uno de los principales objetivos del quehacer científico es la ampliación del conocimiento con el
fin de hacer recomendaciones de política pública y de organización social que contribuyan al
aumento del bienestar de los seres humanos. Esta preocupación del mundo académico es
ampliamente compartida por los políticos y los funcionarios públicos. Al ser tan importante el
bienestar y tan apremiante el aumentarlo, no es de extrañar que los funcionarios públicos -y
muchos académicos- hayan concentrado sus esfuerzos en la acción. Sin embargo, si se quiere
aumentar aquel bienestar que concierne e importa a los seres humanos se hace imprescindible
profundizar en aspectos de su concepción y medición.

Pueden identificarse dos grandes tradiciones en la epistemología del bienestar (Dohmen, 2003;
Veenhoven, 2003). La primera tradición es la de la imputación del bienestar. Dentro de esta
corriente, muy utilizada en la ética y en los movimientos doctrinarios y moralistas, la vida de una
persona -y su bienestar- es juzgada por terceros. El filósofo o el experto apelan a su capacidad de
convencimiento para justificar los criterios utilizados en el juicio del bienestar de otros. Dentro
de este enfoque es irrelevante lo que las personas piensan (o experimentan) acerca de su
bienestar. El bienestar es, en consecuencia, imputado por el experto, y puede presentar es el
caso de que una persona sea clasifica da como debajo bienestar, aunque así no lo experimente.
En el enfoque de imputación es irrelevante lo que la persona experimenta e informe acerca de
su felicidad y satisfacción de vida.

La segunda tradición en la epistemología del bienestar es la de la pre sunción del bienestar.


Dentro de esta corriente, los expertos sí están interesados en el bienestar que las personas
experimentan. Sin embargo, antes que indagar directamente en el bienestar, los expertos
recurren a teorías y modelos de la naturaleza y el comportamiento humano para identificar los
factores pertinentes para el bienestar. Las teorías y los modelos se aceptan como válidos sin
realizar corroboración alguna. Antes que revisar las teorías y sus supuestos, la discusión pasa
rápidamente a temas de medición de aquellos factores que se presumen relevantes para el
bienestar, así como a la construcción de índices y a la elaboración, seguimiento y evaluación de
programas que influyan en esos factores.

La diferencia entre las tradiciones de imputación y de presunción es que a la primera no le


interesa la experiencia de bienestar de las personas, mientras que la segunda supone -pero no
corrobora- que las personas sí están experimentando el bienestar del que se habla. En principio,
los planteamientos hechos dentro de la tradición de imputación no son sujeto de corroboración,
y su análisis queda reservado al ámbito normativo doctrinario. Sin embargo, los planteamientos
hechos dentro de la tradición de presunción sí son objeto de corroboración si se dispone de un
indicador del bienestar que las personas experimentan; por ello, los planteamientos hechos
dentro de la tradición de presunción pueden ser vis tos como hipótesis por corroborar.
LA RELACIÓN ENTRE INGRESO Y FELICIDAD
a) Estadísticamente significante, relativamente pequeña y débil. Los estudios de corte transversal
sugieren que la relación entre ingreso y felicidad es positiva y estadísticamente significativa, pero
débil en el sentido de que aumentos considerables en el ingreso tienen, en promedio, un efecto
relativamente pequeño en la felicidad11 (Diener y Biswas-Diener, 2002; Frey y Stutzer, 2001,
2002; Fuentes y Rojas, 2001; Layard, 2006; Hagerty y Veenhoven, 2003; Schyns, 2002; Kenny,
2005).

Además, la relación entre ingreso y felicidad no es estrecha; por ello, la probabilidad de encontrar
personas de ingreso alto con baja felicidad y personas de bajo ingreso con alta felicidad no es
despreciable. Regresiones sencillas que suponen cardinalidad y que utilizan la técnica de mínimos
cuadrados ordinarios arrojan R2 no superiores a 0.15 (Fuentes y Rojas, 2001). Por tanto, si bien
el ingreso contribuye, en promedio, a aumentar la felicidad, no es apropiado hacer inferencia del
bienestar de las personas con base en su ingreso. Tampoco parece apropiado sobredimensionar
la importancia del ingreso.

b) Relación logarítmica. De manera sistemática, los estudios muestran que el logaritmo del
ingreso da un mejor ajuste; con lo que se comprueba que, en promedio, el ingreso presenta
rendimientos marginales de crecientes en la felicidad.

c) Sobre la causalidad. Aunque aún no hay estudios sólidos al respecto, es razonable afirmar que
puede existir una re versión de causalidad en la relación entre ingreso y felicidad (Saris, 2001;
Headey et al, 2004). Esto es, un mayor ingreso permite aumentar la felicidad al posibilitar la
satisfacción de más necesidades materiales; pero también puede ocurrir que las personas felices
sean más propensas a encontrar y mantener trabajos altamente remunerados. Otra posibilidad
es que una tercera variable -por ejemplo, las características de la persona li dad- influya tanto en
el ingreso como en la felicidad de las personas.

La hipótesis de una re versión de causalidad ha interesado a algunos economistas, a muchos


empresarios y administradores de empresa y a algunos funcionarios públicos, quienes ven en la
felicidad un instrumento para aumentar la productividad de obreros y el ingreso de los
ciudadanos. Sin embargo, esta perspectiva no sólo supone una re versión de la causalidad -la cual
puede ocurrir-, sino que también implica una re versión de los objetivos finales -la felicidad es un
objetivo fi nal, el ingreso no lo es.

Por tanto, la economía de la felicidad corrobora el hecho de que el ingreso presenta rendimientos
marginales de crecientes para generar bienestar. Sin embargo, la economía de la felicidad
muestra que se ha sobredimensionado la importancia que se ha puesto en el ingreso.

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