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Realmente nosotros nunca podremos comprender la profundidad del plan de salvación porque el
mismo fue concebido en la mente infinita de Dios. Sin embargo, este plan de salvación a su vez es
tan sencillo que todos nosotros con mentes sanas podemos entenderlo y encontrar nuestra propia
salvación.
Mientras hagamos este estudio, desde el principio hasta el fin, debemos recordar que llevar a cabo
nuestra salvación es obra de Dios. Ciertamente nosotros tenemos una parte que hacer, pero nunca
pudiéramos realizar la misma sin la gracia y la ayuda de Dios. “Porque Dios es el que en vosotros
produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2.13).
Nosotros sugerimos estudiar este plan de salvación por medio de cuatro puntos:
A. La parte de Dios en la salvación
B. Nuestra parte en la salvación
C. Los resultados de la salvación
D. La seguridad de salvación
4. ¿Qué ha hecho Dios para que los pecadores podamos escapar la pena de muerte?
7. ¿Serán salvas todas las personas por las cuales murió Jesús?
B. Nuestra parte en la salvación
1. Reconocer que somos pecadores
Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la
muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron (Romanos 5.12). Por cuanto todos
pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3.23).
El pecado entró al mundo cuando Adán y Eva pecaron. Nosotros somos pecadores porque de ellos
recibimos, por medio de nuestros padres, una naturaleza pecaminosa. (Véase Salmo 51.5.) Nadie
es justo. (Véase Romanos 3.10.) Todos nos hemos descarriado de Dios. (Véase Isaías 53.6.) Esta
naturaleza pecaminosa o tendencia a descarriarse de Dios está aun en los niños pequeños. Sin
embargo, ellos no son responsables hasta que tengan edad de conocer su propia culpa delante de
Dios. Pero nosotros que somos ya adultos no podemos negar nuestra culpa ante Dios. (Véase 1 Juan
1.8; Jeremías 17.9.)
2. Arrepentirnos de nuestro pecado
Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente (Lucas 13.5). El Señor (...) es paciente para con
nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento (2 Pedro
3.9).
El arrepentimiento es absolutamente necesario para la salvación. Arrepentirse es sentir una
tristeza profunda por nuestros pecados. Esta tristeza profunda nos hace rechazar el mal camino.
(Véase 2 Corintios 7.10–11.) Nosotros tenemos que confesar a Dios nuestros pecados y nuestra
naturaleza pecaminosa para que él nos salve. Si no dejamos de pecar y si nos negamos a confesar
nuestra culpa ante Dios y los hombres, mostramos que no sentimos una tristeza profunda por el
pecado.
Juan el Bautista anunció el arrepentimiento. (Véase Mateo 3.1–2.) Jesús también lo predicó como
un paso esencial para la salvación (Mateo 4.17), y los apóstoles hicieron lo mismo en la iglesia
apostólica. (Véase Hechos 3.19; 17.30; 26.20.) De modo que nosotros en ninguna manera debemos
menospreciar su importancia.
3. Creer en Jesús como nuestro Salvador
Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo
por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no
ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios (Juan 3.17–18).
Jesús vino al mundo para salvarlo, pero su venida y obra no lograrán nada en nuestra vida a menos
que creamos en él. Tenemos que creer que él es el único Salvador. (Véase Hechos 4.12; Juan
14.6.) La fe verdadera en su poder para salvarnos nos guiará a recibirle en nuestro corazón y a
entregarnos completamente a él. De otra manera, no podemos ser sus hijos. (Véase Juan 1.12.)
No lograremos jamás la justicia delante de Dios sin la fe verdadera. (Véase Romanos 5.1.)
4. Confesar a Cristo como nuestro Señor
Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó
de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se
confiesa para salvación (Romanos 10.9–10).
Debemos confesar abiertamente ante todo el mundo que Cristo es nuestro Señor. Esto lo debemos
hacer tanto con nuestra boca como también con nuestra vida. El testimonio de nuestra boca nada
valdrá a menos que rindamos de buena gana nuestra vida al señorío de Cristo.
El bautismo es también una confesión de nuestra unión con Cristo. (Más adelante estudiaremos
acerca del bautismo.) No nos avergoncemos, pues, de Cristo. Si le confesamos delante de los
hombres, él nos confesará delante de su Padre. (Véase Mateo 10.32–33.) Confesar a Cristo no se
hace sólo una vez, sino muchas veces —cuantas veces tengamos oportunidad. (Véase 1 Juan 4.15.)
5. Restituir los males
Entonces, habiendo pecado y ofendido, restituirá aquello que robó, o el daño de la calumnia, o el
depósito que se le encomendó, o lo perdido que halló (Levítico 6.4). Entonces Zaqueo, puesto en
pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he
defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a
esta casa (Lucas 19.8–9).
Otra condición necesaria para comenzar debidamente la vida cristiana es reparar los daños que
hemos causado a otras personas. Dios dio mucho énfasis a esto en el Antiguo Testamento y Jesús
lo reafirmó en el Nuevo Testamento. El verdadero arrepentimiento siempre se manifiesta en la
buena voluntad de cambiar lo malo que hemos hecho por lo correcto. Debemos hacer todo el
esfuerzo necesario para llevar a cabo la restitución debida. (Véase Éxodo 22.2–4; Proverbios 6.30–
31.) La restitución llega a ser una prueba de nuestra sinceridad en la vida cristiana. Dios promete
la vida a aquellos que hacen esto. (Véase Ezequiel 33.14–15.) Sin dudas no podremos prosperar
espiritualmente sin antes cumplir con este requisito. Esta es la única manera de tener una
conciencia sin ofensa no sólo ante Dios, sino también ante los hombres. (Véase Hechos 24.16.)
Preguntas
1. ¿Acaso hay alguien que no haya pecado?
2. ¿Qué es el arrepentimiento?
3. Mencione algunas evidencias que demuestran que una persona está arrepentida.
3. ¿Qué es la santificación?
5. Mencione algunos motivos correctos para formar parte de una hermandad de cristianos.
6. Exprese su testimonio de cómo el Señor cambió, santificó y consagró su vida. Exponga sus
motivos para formar parte de la hermandad de cristianos.
D. La seguridad de la salvación
1. Podemos tener seguridad
Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que
tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios (1 Juan 5.13).
Podemos saber que nuestros pecados han sido perdonados, que somos hijos de Dios y que tenemos
vida eterna —ahora. Dios quiere que cada cristiano tenga esta seguridad. Esta es una razón por la
cual nos dio la Biblia. Lea en 2 Timoteo 1.12 y 4.6–8 el testimonio del apóstol Pablo cuando se
acercaba al final de su vida. Él sabía con seguridad que le esperaba un galardón eterno. Si seguimos
fieles hasta el fin, nosotros también podemos tener la seguridad de que seremos salvos
eternamente. (Véase Mateo 24.13.)
2. Podemos saber cuál es el fundamento de la seguridad
El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho
mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo (1 Juan 5.10).
La palabra de Dios provee un fundamento seguro para nuestra salvación. Si hemos cumplido las
condiciones detalladas en la Biblia, podemos descansar sobre las promesas de Dios, asegurados de
nuestra salvación. Dios siempre hace lo que ha prometido con tal que nosotros pongamos de
nuestra parte. Repase las siguientes condiciones y las promesas que Dios ofrece con ellas: Juan
1.12; 3.36; Romanos 10.9–10; y 1 Juan 1.9. ¿Acaso ha puesto usted de su parte? ¿Puede creer en
Dios y así cumplir lo que él ha prometido? Tener fe en las promesas de Dios trae paz al alma
abatida.
Existen muchos mandamientos en la palabra de Dios que el cristiano deseará cumplir tan pronto
tenga la oportunidad. Si tan sólo rechazamos uno de ellos entonces destruimos el fundamento de
nuestra seguridad. La Biblia dice: “Y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado”
(Santiago 4.17). ¡Dios no quiere que nos sintamos seguros estando en el pecado! Pero si hemos
cumplido las condiciones de la palabra de Dios y estamos obedeciendo sus mandamientos con
sinceridad y en santidad el Espíritu Santo confirma en nuestro corazón que somos hijos de Dios.
(Véase Romanos 8.14–17.)
3. Podemos examinar nuestra vida
Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de
Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado (1 Juan 1.7).
Dios nos proporcionó la epístola de 1 Juan para que pudiéramos examinar nuestras vidas y así tener
seguridad y serenidad. Este libro contiene el criterio que podemos usar para medirnos a nosotros
mismos. Resaltemos, pues, algunos de los puntos que se mencionan en 1 Juan:
• Guardar sus mandamientos (2.3)
• Andar como Cristo anduvo (2.6)
• No amar al mundo (2.15)
• No practicar el pecado (3.6, 9)
• Amar a los hermanos (3.14, 4.7)
• Tener el Espíritu Santo en nuestra vida (4.13)
• Vencer al mundo (5.4).
Si perseveramos en estas cosas y escuchamos la voz de nuestro buen pastor, ¡qué bendita seguridad
podemos tener! Examine su vida. Luego lea las siguientes promesas de Dios acerca de su poder
para guardarnos hasta el fin: Juan 10.27–28; 1 Pedro 1.4–5; Judas 24–25. Dios hará su parte. ¿Hará
usted la suya?
Preguntas
1. ¿Podemos tener la seguridad que somos salvos?
3. ¿Tendremos esta seguridad si no cumplimos todas las condiciones que Dios pone en su
palabra?
4. ¿Acaso hay alguna razón por la cuál debemos dudar de nuestra salvación si hemos cumplido
estas condiciones?