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APORTES DESDE EL TABLADO PARA RENACER POR LA IZQUIERDA

A diferencia de años anteriores, los tablados parecen cargados de información esta temporada. Y no
es para menos, de alguna forma las murgas están comenzando a procesar una revisión de lo vivido
en los últimos 15 años. Esa revisión que hoy no encuentra espacios en la orgánica partidaria
empieza aflorecer tímidamente en agrupaciones carnavaleras que en buena medida expresan el
sentir de sectores de la clase media montevideana vinculados al movimiento obrero y a la izquierda.

Por una parte, el largo período electoral no facilita que dicha evaluación se establezca de forma
orgánica. Y es que en tiempos electorales los partidos tienden a atrincherarse en sus identidades
para confrontarlas con las de los demás, dejando poco espacio para el diálogo, para el debate sano, y
mucho menos para la autocrítica. Es éste, irónica y lamentablemente, también el momento en el que
las grandes mayorías se sienten más cerca de “la política”. Cada 5 años las mayorías asisten desde
un lugar expectante a los discursos de los líderes y a la vorágine propagandística. ¿Cómo no podría
resultar exitosa esta fórmula si no es más que la cultura del consumo llevado al plano político? El
lugar del ciudadano como consumidor electoral le otorga la tan ansiada comodidad al coste de un
debilitamiento de sus derechos cívicos. En la cultura del Fbk llevada al plano de la política, el lugar
de los ciudadanos consta de pasearse por la galería de candidatos tildándolos con Me encanta o No
me Gusta.
Por otra parte, esta dificultad es reforzado por un segundo elemento que no carece de ironía: en el
discurso hegemónico “la política” es asimilada a los “partidos”, pero estos sufren hace ya tiempo un
proceso de profunda despolitización. La economía es asunto de “técnicos” y el gobierno de
“gestores”, las ideologías no están bien vistas por “políticos” entre los que el discurso empresarial
predomina. Debates superficiales que permiten adivinar agendas ocultas y consensos nunca
discutidos no resultan a la altura de las numerosas encrucijadas de carácter civilizatorio que enfrenta
nuestro tiempo.
No es extraño entonces que muchos de los debates estratégicos en la izquierda se den hoy muy por
fuera de las estructuras partidarias. Me refiero a eso que suelen denominar “organizaciones
sociales” y que algunos preferimos llamar “pueblo organizado”. Son estos grupos los que están
marcando el camino, abriendo nuevas brechas hoy en el continente, como lo marcaron en los
últimos meses los casos de Chile, Ecuador o Colombia. Son además, quienes están en el territorio
enfrentando el despojo, poniendo el cuerpo a la represión y a la muerte que se les oferta desde
arriba. Los abajos se organizan para resistir y también para sacudir estructuras anquilozadas y así
sacarles el óxido.
Las luchas del abajo trascienden los tiempos electorales, aunque por momentos dialoguen con éstos,
como vimos en nuestro país en el 2005 con el aluvión popular que llevó al Frente Amplio al
gobierno, o en este último noviembre para intentar revertir los resultados electorales que en octubre
anunciaban una inminente embestida de la derecha más retrógrada.
Desde este lugar debería nacer la necesaria autocrítica ya que muy poco podemos esperar de lo que
pueda aportarnos una dirigencia atada a una visión cortoplacista propia de la dinámica electoral y
centrada en ganar y mantener lugares de poder. Elementos estos que significan hoy a la izquierda un
límite conceptual, como puede ejemplificarse en el nacimiento en julio del año pasado del Grupo de
Puebla, establecido anacrónicamente para fomentar un revival del progresismo con poca autocrítica
mediante ¿seremos capaces de tropezar 2 veces con misma piedra o tendremos algo para aprender
de la historia reciente?

LA CRÍTICA

Buscando dar respuesta a dicha pregunta han aparecido en los últimos meses varios argumentos que
desde diversos pensadores de la región, pero también desde la militancia y desde las murgas han
dado comienzo a una necesaria revisión. Tal como podría suceder en el ámbito personal, la
externalización de las responsabilidades, la búsqueda de culpables, “los cabeza de turco”, son el
más frecuente resultado de procesos introspectivos que en la mayoría de los casos no logran vencer
la barrera de lo superficial. A continuación paso a enumerar algunas de dichas posturas:

- La mayoría de las miradas apuntan en un primer momento a errores de campaña, a lo tarde que
impregnó la misma en la militancia, al giro que tuvo que dar luego de la primera vuelta el FA y que
llevó a cambios en el comando de campaña, al poco entusiasmo expresado por una formula con
dificultades para aproximarse a la sensibilidad de la gente de a pie. “Tu parte oratoria esta brava” le
señala Agarrate Catalina a Martínez en una crítica más que superficial a la que la murga Un Título
Viejo parace responder “en eso ningún candidato se rescata, la democracia no precisa instituciones,
precisa un foniatra”. Señala acertadamente también dicha murga el poco alcance que tuvo una
fórmula muy montevideana en una población del interior que no se vio representada, algo propio de
una izquierda muy alejada de las problemáticas del interior del país como cuestiona la Mojigata.
En este punto lo medular sería señalar que la propia elección de Martínez como candidato debería
establecerse como un punto de llegada y no de partida de un proceso de deterioro del discurso
popular dentro del Frente Amplio. Un discurso que entre otras cosas hace tiempo dejó de hacer
referencia a la concentración de la riqueza para centrarse en el “combate la pobreza”, siguiendo al
pie de la letra los lineamientos del BM que buscan ocultar las raíces sistémicas de la misma. Ya no
se trata de atacar la concentración de los medios de producción en pocas manos, ni “el problema de
la tierra” que apuntalaba Sendic y que supo vertebrar muchos de los programas de izquierda, sino
de generar las oportunidades para que cada quien pueda escapar de su propia miseria. A la par de
esto se fue imponiendo el lenguaje empresarial dentro de la esfera política. Aquí es donde aparece
Martinez como abanderado de la política como “gestión”. Esta incursión del discurso empresarial
en la política se asienta en un ideario civilizatorio póstumo que pregona que ya no hay nada para
transformar, que lo único que queda es gestionar. Lo realmente peligroso para la izquierda es el
carácter performativo de este discurso que termina alimentando el discurso hegemónico de que esta
es la única forma de vida posible.

-Cayó la Cabra cuestiona el rol de los medios, sumándose de esta forma a las muchas voces que a la
hora de buscar explicaciones ponderan la capacidad mediática y conspirativa de una derecha que
renace a nivel continental.
Cierto es que el bombardeo mediático generando inseguridad es constante y en buena medida los
medios marcan los ejes temáticos y el clima de la campaña electoral. Metele que son Pasteles en su
actuación pone también en este mismo paquete a las empresas encuestadoras que tuvieron un claro
rol desmoralizador hacia del balotaje.
Todos estos elementos deben tenerse en cuenta, pero poco pueden decirnos en relación a la
particularidad de esta coyuntura, ya que la derecha siempre estuvo allí esperando el momento de
asentar el golpe ¿Porqué pudieron ahora conseguir triunfos impensados en la primer década del
milenio? ¿Se trata realmente de una derrota ante un enemigo superior o deberíamos hablar más bien
de agotamiento de un modelo? Resulta ilustrativo que la “pírrica” victoria electoral haya sido
establecida por una derecha débil, que nació ya en crisis, encabezada por un personaje con un
apellido más que deslegitimado y sin nada nuevo para proponer. En este sentido, las pasadas
elecciones más que una victoria de la derecha marcaron una derrota de la izquierda.

-Dentro del mismo campo reflexivo encontramos quienes argumentan sobre la creciente
derechización de una clase media mal agradecida, haciendo referencia a todas aquellas personas que
lograron asentarse con otras posibilidades en la sociedad de consumo gracias al crecimiento del
salario real y a políticas sociales compensatorias.
Este argumento fue un pésimo recurso de campaña, ya que culpabilizá al otro alejándolo en lugar de
intentar ver que hay de sincero y legítimo en lo que tiene para decir.
Por otra parte, ¿no resulta esperable que una sociedad más consumista se repliegue en valores
alejados de la solidaridad, la austeridad y la empatía? Medidas como la promoción de la
bancarización ¿no habrán alimentado en algún punto una derrota cultural de la izquierda? ¿no
habrá en estas posturas críticas problemáticas que necesitan ser atendidas?

Todas las posturas hasta aquí enumeradas tienen la elegancia de evadir enfrentarse al espejo para
sumergirse en uno mismo, son críticas más que autocríticas. Tampoco nos ayudan a ampliar la
perspectiva, algo que resulta imprescindible cuando observamos que el derrotero del modelo
progresista es de carácter continental, pudiéndose encontrar asombrosas similitudes con los
procesos de los demás países de la región.

LA AUTOCRÍTICA

Adentrándose de forma muy tímida en el plano de la autocrítica podríamos señalar la tan mentada
“batalla cultural”. Concepto muy difuso y poco claro como magistralmente señala La Mojigata.
Para muchos “cuadros” de la izquierda la “derrota cultural” se da desde el momento en que no
pudieron educar a la “masa”. Esta visión partidista pone su foco en la incapacidad de la militancia
para enamorar a la población y “transmitirle los logros del gobierno”. Frase muy repetida en los
últimos meses y que me trae a la mente la imagen bizarra de un montón de militantes recorriendo
las barriadas cual mormones pregonando el paraíso. Imagino también a muchos de ellos retornando
a sus casas con un huevo en la cabeza como supo sucederle al candidato.
Cierto es que la vorágine consumista, la financierización forzosa, la creciente despolitización, la
ruptura de lazos de solidaridad a nivel territorial, son todos problemas que se vieron acrecentados en
los últimos 15 años y que podrían ser combatidos con lo que desde la perspectiva de la educación
popular Frai Betto denomina “Alfabetización Política” (Frai Betto, 20 de enero, Caras y Caretas).
Ahora bien, resultara frustrante encaminar una campaña de este porte sin promover a la vez
transformaciones estructurales. De hecho, en muchos casos, el foco puesto en “la batalla cultural”
demuestra la incapacidad para plantearse dar batalla en otros frentes como el económico.

-Por otra parte están quienes centran la autocrítica en la falta de políticas claras para enfrentar y
transformar instituciones vertebradoras del poder reaccionario como ser las Fuerzas Armadas y los
medios de comunicación. En esta línea camina Atilio Borón al analizar la “tragedia” boliviana.
(Atilio Borón, El golpe en Bolivia: cinco lecciones. 10 de noviembre)
En el caso de nuestro país una más que tibia ley de medios no llegó nunca a cuestionar el poder de
los grandes medios de comunicación privados como moldeadores del sentido común.
En relación a las políticas dirigidas a la institución armada es claro que se precisaba mucho más que
cambiar los programas de la educación castrense. En este sentido, no solo no se cumplió con
promesas previas a la llegada al gobierno, como la de acabar con las misiones mal llamadas
“humanitarias” de los cascos azules , sino que desde los sectores mayoritarios del FA se terminó
reforzando la impunidad al oponerse a la derogación de la ley de caducidad, a la vez que se dotó de
mayor infraestructura a las 3 fuerzas.
De todas formas, casos como el venezolano con un fuerte control gubernamental hacia las fuerzas
armadas y buena parte de los medios de comunicación, nos enseña que no pueden ser estos los
pilares en el que los gobiernos de izquierda sustenten su poder, ya que esto puede servir a los
gobiernos para perpetuarse en el poder más allá de que el modelo económico que los sustenta se
haya agotado, como sucede claramente en el país caribeño.

-En un muy recomendable artículo Aram aronian (Aram Aharonian, Uruguay, el paisito que
había olvidado a la derecha, la que hoy se vuelve pesadilla, 2 de diciembre) deja en evidencia la
contradicción existente entre la reivindicada imagen de humildad de los uruguayos y la soberbia de
buena parte de´la dirigencia progresista.
Soberbia que sufrimos en carne propia quienes desde las organizaciones populares formamos parte
de las experiencias “participativas” o de “cogestión” abiertas desde el gobierno. Desde el debate
educativo, el de defensa nacional, hasta las comisiones de cuenca o la reforma del sistema de salud,
el espacio abierto a los “representantes sociales” no dejó mas que marcas testimoniales, sirviendo
unicamente para que las autoridades se saquen la foto con “el Pueblo”, lavando quizás con ello su
conciencia de buenos progresistas.
Siguiendo esta línea, me gustaría señalar que, así como la soberbia, existieron otras actitudes en
estos 15 años que claramente chocan con los valores éticos reivindicables desde la izquierda.
Muchos ejemplos se me vienen a la mente: la “Ley Mordaza” que exige autorización gubernamental
para la publicación de investigaciones en los cursos de agua, las negociaciones secretas con UPM,
el decreto de esencialidad de la educación, solo por citar algunos de este último período de gobierno
porque los etcéteras pueden ser muchísimos. Más allá del pragmatismo, existen principios que la
izquierda no debería tranzar, ya que hacerlo supone cruzar esa línea que nos tendría que diferenciar
de lo que enfrentamos.

LEVANTANDO LA MIRADA

Las respuestas nunca son unívocas y las explicaciones siempre multicausales, por lo cual muchos de
los elementos hasta aquí mencionados deberían entenderse como piezas de un gran rompecabezas
que nunca llegaremos a armar. Sin embargo, debería llamarnos la atención el carácter regional del
proceso que estamos viviendo. De hecho, cualquier análisis que intente comprender las vicisitudes
de nuestras naciones deberá tener en cuenta que desde que estas tierras eran propiedad de los reyes
españoles nuestras suertes parecen caminar juntas.

El modelo neoliberal fue impuesto en Latinoamericana por las dictaduras y alcanzó su más clara
expresión en el Consenso de Washington de 1992. Este modelo fue llevado contra las cuerdas por
un ciclo de luchas que desde el Caracazo de 1989 atravesó todos nuestros países y fue sustituido en
el primer decenio del milenio por lo que Maristella Svampa denominó Consenso de las
Commodities (Maristella Svampa, Consenso de las commodities y lenguajes de valoración en
América Latina) Este nuevo consenso llevado a la práctica por gobiernos de diferentes signos se
caracteriza por la derivación productiva del capital financiero, que acompañado por un alza de los
precios de las materias primas a nivel internacional promovió el auge extractivista en el continente
y trajo aparejado un proceso de reprimarización de nuestras economías.
Como consecuencia de la crisis mundial del 2008 los precios de las diferentes materias primas
comenzaron a desplomarse, por ello es que desde el 2012-13 los gobiernos autodenominados
progresistas empezaron a verse en dificultades para continuar redistribuyendo unas ganancias que
venían mermando. Como la concentración de la riquezas nunca estuvo en el foco, al achicarse la
torta los gobiernos, tanto progresistas como de los otros, eligieron apretar el cinturón de los de
siempre. Así es que el caracter redistributivo de los progresismos se agotó al no animarse a discutir
la riqueza.
Muchas puntas habría para profundizar de este escueto resumen, sin embargo me interesaría poner
énfasis en 3 puntos más que entiendo deberían estar presentes a la hora de una autocrítica:

1. Como primer punto me interesa resaltar el abandono de la militancia territorial. Este es uno de los
pilares de la izquierda y fue un factor clave tanto en el nacimiento como en el crecimiento del
Frente Amplio. “En 15 años gobernando abandoné los comité”, señala un partido gobernante
representado por la murga Un Título Viejo. En este sentido, al igual que los clubes electorales de los
partidos tradicionales los comité de base limitaron sus actividades fundamentalmente a los períodos
electorales.
Sin embargo el problema es mucho más amplio que los comité de base y la estructura partidaria.
Los territorios han dejado de ser un espacio de disputa para una izquierda centrada en conseguir y
mantener el poder. 2 factores potenciaron esta tendencia de apaciguamiento de la militancia
territorial desde el 2005: 1) la cooptación de buena parte de esa militancia hacia cargos en el
gobierno y 2) la no apuesta a una movilización popular como forma de sostener y profundizar los
cambios. En relación a este último punto, si algunos sectores del FA no apuntaron a movilizar a la
población o no supieron como hacerlo, otros directamente promovieron la desmovilización de
forma consciente.
A la par de esto, la mayoría de la militancia oficialista vió con reticencia las expresiones críticas al
gobierno, y centrados en una dicotomía similar a la que impulsó Bush para con los talibanes (o estás
con nosotros o estás con ellos) apuntalaron cualquier cuestionamiento a la “gestión” como un juego
a la derecha. Referentes con invalorable experiencia en el plano territorial preocupados en mantener
la gobernabilidad fueron impulsando la subordinación de la militancia de base a una dinámica
partidaria con tiempos muy diferentes a los ritmos de las organizaciones populares, promoviendo
desde el miedo la amortiguación de los conflictos, esos que le dan impulso a los proyectos
transformadores y son semillero de militancia y pensamiento crítico.
Este retiro de buena parte de la militancia de los ámbitos territoriales dejó un vació ocupado en el
mejor de los casos por ONGs encargadas de aplicar planes gubernamentales (generalmente con
poca o nula proyección transformadora) y en el peor de los casos por grupos evangelistas que vieron
crecer exponencialmente su rebaño en dichas barriadas. “Entre la Iglesia Universal y la adventista,
tenemos más aparato que el partido comunista”, menciona al respecto La Mojigata.
Los vínculos de solidaridad se construyen en buena medida allí, y la inseguridad, tema incómodo
para la izquierda, también se combate allí, como demuestra una de las pocas políticas exitosas del
continente en la materia, me refiero a las policías comunitarias articuladas en la Coordinadora
Regional de Autoridades Comunitarias (CRAC) con acción en algunos municipios del Estado de
Guerrero, en México. Se trata de grupos organizados desde las comunidades indígenas que en su
momento consiguieron reducir la delincuencia en un 95% (La Jornada, 27 de setiembre de 2005).
Cierto es que distamos mucho de la cohesión identitaria que posibilita el sentido comunitario para
generar estas respuestas, pero el problema es que los últimos 15 años hemos caminado en el sentido
inverso, dejándole vía libre a las respuestas represivas que tienden a acrecentar tanto la violencia
como la inseguridad, encerrando a la población en un círculo vicioso, como podemos ver en varias
partes de América.

2. La apuesta a un modelo productivo nocivo desde el punto de vista social y ambiental. Eje
vertebrador de una agenda de gobierno nunca discutida que se asentó como una política de Estado a
partir de un consenso interpartidario establecido de forma implícita.
En el olvido quedó entonces el problema de la tierra, punto central en la histórica agenda de la
izquierda e ineludible para aquellos que se digan seguidores de Artigas o de Raúl Sendic (el viejo,
claro esta). La tierra se encuentra hoy más concentrada y extranjerizada que hace 15 años. Y a pesar
de los avances desarrollados en el plano de Colonización, parece lejos de imponerse la idea de
fortalecer un sujeto productivo que fomente la transformación del modelo. Han optado por emigrar
del campo 12 500 pequeños productores producto de la expansión de la forestación y los productos
de secano. Una izquierda muy montevideana que ha hecho poco por fortalecer a un sujeto
productivo que le permita establecer transformaciones en el campo, al punto de evadir el concepto
de “campesino”, prefiriendo el título menos conflictivo de “productores familiares”.
Falto mirar al pasado para entender cómo procesos históricos con reformas bastante más profundas,
como ser el batllismo y el neobatllismo, encontraron su talón de Aquiles también en la falta de
políticas que transformen el aparato productivo. (Real de Azúa, El impulso y su freno)
¿Cuándo y cómo la izquierda eligió profundizar este modelo? ¿Es el que más nos conviene?
¿Cómo podemos esperar que la derecha no salga fortalecida de este proceso? Para la mayoría de la
dirigencia frentista preguntarse esto carece de sentido, es cosa de soñadores, ya que se entiende a
este modelo productivo como el ÚNICO POSIBLE.

3. A mi entender la mayor derrota la sufrimos en el plano de la esperanza. Es allí donde el sistema


tiene hoy su mayor fortaleza, ya no busca convencer de sus bondades ni de que es la mejor forma de
organizar la sociedad, sino demostrarnos que es la única forma de vida posible en el presente. Nos
gana la desesperanza, y el que hoy en día resulte “más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del
capitalismo” (Frederic Jameson, Arqueologías del Futuro) muestra que tan jodidos estamos.
La economía deja de ser entonces un campo de disputa política para ser un campo dominado por
técnicos. Las ideologías no tienen mucho que decirnos en un plano político dominado por
“gestores”. Quienes se atreven a problematizar esta realidad incuestionable son tildados de
“soñadores” o “poetas”, como llamó recientemente Mujica a los militantes “ambientalistas”.
(Mujica, Semanario Voces, 20 de diciembre)
Como nos recuerda Mark Fisher al analizar lo que el denomina “realismo capitalista”: el slogan de
campaña de Margaret Tatcher que rezaba “No hay alternativa” parece haberse impuesto en nuestras
sociedades (Mark Fisher, Realismo Capitalista). Lo triste es que esto también sea impulsado por
quienes ayer eran referentes del campo popular.
Deberíamos preguntarnos si es posible consolidar un proyecto político de izquierda basado en un
modelo que concentra las riquezas y excluye a buena parte de la población.

Desde el campo popular la tarea que tenemos hoy es la de reencontrarnos en la calle, rehacernos
para renacer y retomar el camino varias casillas atrás de donde creíamos encontrarnos. Eso si, con la
necesidad hoy de aprender las lecciones que la vida nos enseñó para no volver a jugar las mismas
cartas, no rehacer el mismo derrotero.
Y sobre todo, viendo los enormes desafíos civilizatorios por delante, es necesario reconstruir la
esperanza que nos permita ir generando grietas de vida en este muro que nuestra complicidad hace
aparentar inexpugnable.
Para culminar tomo prestada la frase con que se despide la Mojigata: “Que lo nuevo venga que este
canto tenga razón de ser.”

Joaquín Pisciottano

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