Para poder alcanzar una educación de calidad, es necesario ofrecer a los
estudiantes los espacios adecuados para el aprendizaje, dotándolos de las herramientas más eficaces que permitan su inclusión a su proceso de enseñanza y aprendizaje. Una educación de calidad implica innovar las prácticas de enseñanza, planteando nuevos retos para ofrecer a cada estudiante oportunidades de aprendizaje de manera integral, que tome en cuenta aspectos cognitivos, procedimentales, así como sus actitudes, valores y emociones, con el fin de formar ciudadanos libres, responsables, analíticos, críticos, reflexivos y competentes para afrontar los retos que la sociedad actual demanda. En consecuencia como docentes resulta fundamental promover y propiciar la construcción de redes de trabajo que favorezcan la colaboración entre los maestros y los estudiantes, centrando la atención en los alumnos para generar ambientes de aprendizaje óptimos que tomen en cuenta el contexto, las necesidades, los intereses y estilos de aprendizaje con el fin de lograr aprendizajes significativos para los alumnos, ya que una educación verdaderamente de calidad toma en consideración el desarrollo de las diferentes dimensiones de la persona, reconociendo de esta forma su integralidad.