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Entrevista a Herzog & De

Meuron
Llevan treinta años juntos, en el mismo estudio y en la misma ciudad suiza
en la que nacieron, construyendo una obra que no deja indiferente.
Jacques Herzog y Pierre de Meuron son dos arquitectos indiscutibles en el
olimpo de los grandes. Su trabajo, de una plasticidad inequívoca, aporta
un gran esfuerzo experimental que regala a todos sus proyectos una
poderosa identidad

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acques Herzog pone la voz. Pierre de Meuron, el segundo plano, el de la gestión.


Los autores de algunos de los edificios más emblemáticos de las últimas décadas –
el Estadio olímpico de Pekín, la galería Tate Modern de Londres, el Caixa Forum
en Madrid, la VitraHaus en Weil am Rhein (Alemania), la tienda de Prada en
Tokio o las bodegas Dominus en California– nacieron en Basilea, Suiza, el mismo
año (1950) y se conocieron de niños, en el parvulario. “Nos hicimos amigos
porque somos diferentes”, cuenta Herzog. Todo lo cuenta él. De Meuron no
concede entrevistas. Pero su socio explica que a los niños les gusta la gente que es
diferente, pero les ayuda a ser lo que quieren ser. “Pierre era el manitas. Y yo
hablaba más que él”, recuerda. Herzog comenzó estudiando biología, y hoy las
infinitas posibilidades de la naturaleza están presentes en sus investigaciones como
arquitecto. De Meuron se inició en la ingeniería antes de estudiar arquitectura.
Todavía tiene esa mentalidad resolutiva, sin embargo decidió complicarse la vida
con la arquitectura, “un trabajo en equipo en el que ni los malos trabajan solos”,
explica Herzog sarcástico.

Llevan 30 años en el mismo estudio, en la calle Rheischanze de la zona medieval


de su ciudad natal. Solo que ahora la oficina ocupa varios edificios en las callejas
estrechas cerca del río Rin. Trabajan con 350 arquitectos y levantan proyectos por
todo el mundo. A pesar de eso, o por eso, no tienen un sello propio, y sin embargo
sus edificios comparten el aire de familia que proporciona la experimentación.
¿Cómo se puede trabajar por todo el planeta sin
exhibir un sello reconocible?
Somos el estudio de arquitectura experimental más grande del mundo. Tal vez
intentar cosas nuevas sea nuestro mayor logro. Nos da miedo la rutina.
Necesitamos probar cosas. Investigamos lo que la arquitectura puede dar de sí. Y
esa investigación define nuestro lenguaje.

Desde las fachadas al principio y desde las formas


después, siempre han defendido los edificios
sensuales.
La sensualidad y la belleza hacen que los edificios permanezcan en la memoria de
las personas. Es el arma que empleamos contra los promotores que solo quieren
construir rápido y barato, y que deciden cómo son las ciudades. La arquitectura
debe tratarse como un arte. Es el arte más cercano. El que usamos a diario.

Desde que recibieron el Premio Pritzker, en el año


2001, han apostado por una arquitectura muy formal.
Queremos saber hasta dónde puede llegar la arquitectura. Eso se puede investigar.
Y esa investigación nos interesa. La arquitectura debería ofrecer la misma riqueza
que la naturaleza. Ésta sigue siendo nuestro modelo más extraordinario para todo.

Les dieron el Pritzker con menos de cincuenta años.


Nuestro mayor premio fue ganar el concurso para hacer la Tate Modern, de
Londres. Con ese proyecto tratamos de escapar de las ideas preconcebidas. El
término minimalismo, aplicado a la arquitectura, no existía antes de que nosotros
hiciéramos algunos trabajos. La vía minimalista fue nuestra manera de escapar del
posmodernismo de los años ochenta y, como estilo, el minimalismo fue adoptado
por un país entero: se convirtió en sinónimo de arquitectura suiza. También algún
arquitecto inglés hizo de esa etiqueta su credo, una moda. Como resultado, el
minimalismo se convirtió en algo aburrido y decidimos escapar.

Obedezco
La Tate Modern fue una rehabilitación más
transformadora que muchos edificios de nueva
planta...
También nos transformó a nosotros. Convertimos el museo en una gran plaza
cubierta, gigante, como una catedral. Pero podíamos haber fallado. Apostamos por
el vestíbulo, la sala de turbinas, un espacio de muchos metros de altura ganado
para los ciudadanos. Creemos que esa idea cambió Londres. Y también nos ayudó
a ser lo que somos hoy. En España, el edificio de CaixaForum de Madrid se
levanta para ceder su propio suelo a una plaza pública. Con eso ganamos todos.

¿Su arquitectura se ha transformado con ustedes?


Todos tenemos derecho a cambiar. Uno no es igual con 20 años que con 40. La
transformación es parte de la vida. Si hoy quisiéramos hacer los proyectos que nos
dieron fama hace 20 años nuestro trabajo sería predecible y aburrido, un ejercicio
de estilo. Creo que nuestra arquitectura es más rica que hace quince años.

¿Cómo se atrevieron a experimentar?


Sucedió cuando supimos que podíamos fallar sin hundirnos. Llegó con la
experiencia. Sabemos que incluso si nos dedicáramos a hacer un único edificio, no
sería perfecto. Hablamos con frecuencia de eso y llegamos a la conclusión de que
si solo hiciéramos un proyecto en cuatro años eso no lo haría mejor. Hemos
entendido con la experiencia que en cada proyecto enseñas tanto como aprendes.

Ustedes se conocieron en la escuela, cuando tenían


seis años.
Nos entendimos desde nuestras diferencias.

¿Por qué estudiaron arquitectura? ¿Sus padres eran


arquitectos?
No había ningún arquitecto en las familias. Mi madre era sastra. El gusto por la
ropa lo heredé de ella. Y mi padre, funcionario. El padre de Pierre trabajaba para
una empresa farmacéutica. Cincuenta y seis años después siguen viviendo en
Basilea, una ciudad que aparentemente no ha cambiado tanto como el mundo.
Vivir en Basilea nos hace pensar en la transformación de las ciudades. Porque ha
crecido con calma, haciendo visible su historia. Eso da riqueza a una ciudad. Hoy,
incluso en Suiza, muy poca gente juega en la calle. Y eso transforma las ciudades.
Los niños que jugaban en la calle cuando yo era pequeño eran más espabilados que
los que jugaban encerrados en un jardín privado.

¿Por qué han buscado la colaboración con artistas?


Nos gusta más su compañía que la de los arquitectos. Los arquitectos necesitan un
programa y un cliente antes de empezar. Los artistas, un papel en blanco. Los
arquitectos se quejan de los límites, pero serían incapaces de enfrentarse a un
lienzo en blanco. No están muy acostumbrados a desarrollar su propio mundo, a
imaginar un mundo.

¿Quién de los dos suele arriesgar más, Pierre o


usted?
Nos vigilamos mutuamente. En cuanto uno se adormece, el otro le despierta. Lo
importante para nosotros es mantenernos vivos. La arquitectura es como un equipo
de fútbol. No se trata de hacer el mejor edificio del mundo de todos los tiempos. Se
trata de hacer, en cada momento, el mejor posible, con las condiciones de las que
partes. Hacer eso te libra de obsesiones, incluso de ideologías políticas o religiosas,
que a mí, más que nada, me dan miedo. Esa gente que va por la vida con la
impresión de que tiene razón da miedo. Odio las obsesiones. Aunque las
obsesiones dan forma a las ciudades. La arquitectura y el urbanismo son muy
psicológicos. Y hay que emplear esas herramientas. Con todo, no me interesan las
interpretaciones en arquitectura, me interesan los hechos. Todo lo demás es
palabrería.

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