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Tras los pasos de una obra singular

MANUEL PUIG. DESPUES DEL FIN DE LA LITERATURA

La amable deriva por las inteligentes páginas de Manuel Puig. Después del fin de la
literatura permite al lector olvidar por momentos que el libro habla sobre el autor de El beso de la
mujer araña y sobre su obra. Y el olvido resulta feliz e iluminador porque el cine y la plástica,
el pop , el camp y el kitsch , en el marco de la revolución estética de los años sesenta son también
objeto del libro de Graciela Speranza. El deslizamiento da cuenta de la pertinencia de la mirada.
La recurrencia a la pintura y al cine y a las innovaciones del arte de los sesenta en Nueva York
actúan como iluminadoras de la literatura de Puig y permiten comprender una obra que
sorprendió a los círculos literarios por su radical singularidad e imprevisibilidad y que pronto
alcanzó un espectacular éxito de público, un reconocimiento internacional poco frecuente para
la literatura nacional y la admiración de pares y especialistas. Para Speranza, ése es justamente
el núcleo resistente a la teoría que ofrece la literatura de Puig, ese resto inapresable, lo que
explica el atractivo de una obra que desveló a los críticos en el intento de definir su singularidad.
El prólogo del libro de Speranza ofrece una versión miniaturizada del ensayo que se desarrolla
en seis capítulos y un epílogo: una visión o epifanía ilumina la obra del autor de Boquitas
pintadas y opera sobre ella por analogía. Se trata de la transfiguración de la
archiconocida Marilyn de Andy Warhol, uno de los mentores del pop art, en la Marilyn vernácula
del plástico Guillermo Kuitca: en ella la estrella cinematográfica se convierte en una muchachita
bonaerense con pretensiones de star (un personaje de Puig, podría decirse). Como la pintura de
Kuitca, la literatura de Puig resulta impensable sin la gran revolución estética de los sesenta, con
las nuevas relaciones que posibilitó entre alta cultura y cultura de masas, arte experimental y
formas populares, originalidad e imitación. Como ella, obliga a preguntarse qué hay del autor en
esas novelas que simulan reproducir voces ajenas y lugares comunes del lenguaje y que no se
apartan de géneros ultracodificados como el folletín y el policial. Como ella, encierra un enigma:
si en la mera figuración o en un estilo deliberadamente ausente hay alguna transfiguración
posible.
El libro comienza con la reconstrucción de los avatares de las primeras novelas del escritor (las
dificultades de publicación, su circulación y recepción) y los intentos de la crítica por definirlas.
Enseguida analiza la revolución estética de los años sesenta como marco de los comienzos
literarios de Puig y como clave para leer su obra. Según Speranza, para Puig el pop no es sólo un
contexto de referencia que posibilita su literatura, es su propia matriz estética: Puig realiza en la
lengua lo que el pop en el campo de la plástica, como el borrado, engañoso, de la marca personal
del autor. Por último, investiga el cine de Hollywood porque de él provienen los modelos
estéticos de Puig ("no tengo modelos literarios evidentes, ese espacio está ocupado por las
influencias cinematográficas", afirmó en una entrevista). Speranza vio todo el cine que fascinaba
a Puig y que formaba parte de la gran videoteca del autor (mucho Hitchcock y von Sternberg,
especialmente), y rastreó en esos films el origen de los procedimientos innovadores de su
literatura. Contagiada por la pulsión narrativa de Puig y sus personajes, Speranza también
cuenta películas, y el lector, aunque sabe que esos relatos hablan de otra cosa y son argumentos
de una tesis, no puede dejar de perderse en el encantamiento de las historias.

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