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Line tyumde UN SONETO DE QUEVEDO En un estudio anterior, al referirme a las distintas versiones de varios sonetos de Quevedo, me ocupaba, entre ellos, del cono- ido soneto A una nariz. Precisamente, la defensa que alli hacfa yo de I versién tredi- ional (es decir, la trasmitida por Gonzilez de Salas) se spoyaba en Jo que consideraba clara intencién « racial » de Quevedo. No limi- tada a unos pocos versos, muy directos, sino —decla— que puede verse en Ia totalidad (0 casi totalidad) de la composici6s Completo ahora —dentro de las dimensiones permitidas en una comunicacién— el estudio del soneto, haciendo hincapié sobre todo en niveles del significado y del sentido, que ligo, no menos, 1 moti- ..¥os personales y politicos. Finalmente, aspiro a deducir del material presentando Ja cronologia del soneto, al que muestro como un poe- ma de postrimerfas y en contraposicién con otras cronologias de- El « narictsimo » parédico En su reciente y metitoria edicién de La hora de todos, Luisa Lépez-Grigera, al anotar el discurso del negro esclavo (cap. XXXVID), fen que se contraponen narices africanas y judias, no puede menos que sefialar algunas coincidencias entre este pasaje y el soneto A una aria: El pérrafo de La hora de todos es el siguiente: «Muchos blancos pudieran ser esclavos... y fuera més justo que Jo fueran en todas partes los naricisimos, que traen las caras ‘como proas y se suenan como peje espada, que nosotros, que ‘traemos los catarros a gatas y somos contrassyoncs...». Fécilmente se advierte, a propésito de naricisimo, que se trata de un superlativo construido sobre un sustantivo. Sobre los supetla- tivos, en general, contamos con los importantes testimonios de Gon- zalo Correas y Aldrete, si bien de las dos formas conocidas la intro- 1, Ver Quevedo, Le bora de todos, ed. de Madrid, 1975, plg. 179. 23 Ti Centro Virtual Cervantes duecién de Jos superlativos en -fsimro fue tardla. Asi lo entendemos a través de la declaracién de Aldrete cuando, al referirse a lo que “ hoy lamamos espafiol medieval, dice: « Aquel tiempo no conocié os superlatives, los quales con po- nerse tanto en latin, no los vi en el Romance, Porque estonces 10 los admitia, si no sélo afadian al positivo, mui, 0 mds...»! ©» Enel caso especial del superlative que vinculamos al verso de “ Quevedo es justo decir que las letras espatiolas de comienzos de! si- glo XVII, oftecen a través de Cervantes y nuestro poeta un tico ma- terial, En rigor, Quevedo no ofrece tanta abundancia de ejemplos como Cervantes si bien su alarde es, por una parte, igual, y, por otra, distinto, Eso los podemos ver a través de 1a cémica conformacién gramatical del nariclsimo infinito del soneto y los naricisimos de La hora de todos. En relacién al soneto, no esté de més putualizar que su’ segundo verso (« ...érase una nariz superlativa... ») anticipa —es tun decir— el detonante y original maricisimo del terceto final. La intenci6n cervantina es parodiar ¢l habla afectada de corte- < sanos y servidores (no olvidemos que el superlativo en -fsimo tar- 6 en imponerse y sonaba, al principio, como latinismo o italianismo). Juego y parodia, especialmente a través del habla de Sancho, en que ‘se muestra la abundancia y transparencia luminosa. Lo amo tam- bién « parédico » porque no lo relaciono sélo con el hecho inten- cionado que, sobre la base conocida, pudo determinar en Quevedo | Ta creacién del neologismo cémico. Es decir, primero, las dimensio- nes de una nariz, de cualquier nariz voluminosa. En segundo lugar, con pensar que esté hablando de la nariz de un judio. Pero, por este camino, quiero hacer hincapié en Ja relacién que me parece més su- til, mAs « quevedesca » (y hasta més solapada y no ajena a nuestro autor): el superlative como « hebraismo ». Recordemos que Quevedo dio pruebas, desde temprano, de su versacién en Ia lengua hebrea. De manera especial, en determinadas cobras, como ocurre con las Lagrimas de Hieremias castellanas y con el tratado Expaita defendida. Después, la ostentacién se debilita al- 0, para reaparecer en obras del final de su vida. Pues bien zno podemos pensar que el narictsimo esti no sélo di- rigido a un judio (0 sospechado, 0 « acusado » de judfo) sino que 2, Ch, Bernardo Aldrete, Del origen y principio de 1a lengus castellane 0 ro- mance, Roma, 1606, pig. 184. 4 Ti Centro Virtual Cervantes esté remedando una particularidad de la lengua de los judfos? Es decir, su propensién a los superlativos. De nuevo, me parece més convincente el respaldo del propio Quevedo. Asi, recurro a su famoso capitulo de La Isle de los Mono- antos (cap. XXKIX de La hora de todos) como pista més firme. Como sabemos, Quevedo describe alli la reunién que en la Si- nagoga de Salénica realizan los judfos importantes de Europa, bajo la direccién de Pragas Chincollos. No voy a repetir los conceptos que Quevedo les aplica, tanto en sus rasgos morales como en Jo referen- te al culto del dinero, todo Jo cual forma parte de su diatriba. Lo que aquf importa, en concreto, es la posible traduccién de nombres judios en relacién al valor superlativo. Asi, Rabbi Isaac Abasniel, «vale Padre maestro de Dios, o sapientisimo »; Rabbi Chamanil, «vale grasisimo»; Rabbi Gabirol, «vale fortisimo »... (Doy las « traducciones literales » que publica Ferninde Guerra, debidas al catedrético Antonio Maria Garcia Blanco)? ‘Ahora bien, esta « necesidad » de traducir los nombres propios por superlativos gno esté indicando una modalidad de la lengua? Yo creo que sf, y que Quevedo se apoya especialmente en ese rasgo pa- ta subrayar su neologismo, rasgo en el cual nosotros preferimos ver mejor el lado que sutiliza, que el lado mordaz u ofensivo... Las formas verbales « érase-era » y el texto biblico Por pereza, distorsién, engafio ingenioso del autor, 0 lo que sea, acompafié desde temprano al soneto de Quevedo una serie de equivoces. Y quizés la culminacién de los aspectos negatives esth en el detalle, inocente en apariencia, que ligamos al extraordinario re- curso anaférico usado por el autor. En efecto, esa abundancia notable ya da que pensar: préctica- mente se trata casi de 14 reiteraciones en 14 versos. Como quien dice (salvo algiin subterfugio, hacia el final) a uno por verso. Siendo asf gcomo contentarnos con machacar o repetir —como se hace— que la forma érase (0 era) es la que da comienzo a cuen- tos y consejas infantiles? ¢S6lo eso? * Y otra pregunta: ¢Qué tiene que ver este soneto con « cuentos y consejas »? Ademés, no veo que 3. CE, Biblioteca de Autores Espatoles, XXIII, pag. 415. 4. Un ejemplo —y no es el Gnico—: Alberto Sinchez, Expliceciin de wn so- eto de Quevedo.. (ea Ia Revtta de Educacién, Madsid, 1956, XVI, n. 43, ple. 4). 25 + Centro Virtual Cervantes t - ganemos gran cosa subrayando (aunque no lo negamos) el valor da- “ tivo (0 « dativo intrinsico ») del érase. Se empequeiece el soneto cuando, por un lado, se subraya esta acumulada y poco comin anéfora, y, en definitiva, todo se limita a decir que es una simple manifestacién popular o folklérica. Yo creo, por el contrario, que también aquf Quevedo recurre, intencionada- ‘mente, a su juego de relaciones biblicas. Por lo tanto, hecho no ca- sual o aislado (y, menos, inocente), sino nuevo recurso que emplea ‘con estudiada habilidad, en medio de tantos dardos sutiles o filosé- ficos que retine para su ataque racial. En efecto, para respaldar lo que digo recurriré, una vez més al texto biblico, 0, mejor, al Evangelio que Quevedo suele usar con frecuencia para citas: de més esta decir que me refiero al Evangelio segtin San Juan. Pues bien, este Evangelio comienza con un Prélogo, en el cual encontramos —o « traducimos »— también en Ilamativa acumulacién, la forma verbal era: Al principio era el Verbo. Y¥ el Verbo era Dios. Y la vida era Ia luz de los hombres... Cuan] No era 4 fa hoz, sino que vino a dar testimonio de la luz. Era laluz verdadera..(etc.)5 Esta es, fundamentalmente, Ia relacién que me intetesa subra- yar y que, dentro de los rasgos que el soneto va « descubriendo », no podemos dejar de lado. Sobre este apoyo, quizds fuera més for- zado establecer una relacién de paronimia entre la forma verbal éra- se y el sintagma era sed, como alusi6n a la sed 0 sedes de Cristo, y a Cristo y los sedientos, tan gréficamente mostradas en el Evangelio segin San Juan (La Samatitana, 4,7,10; 6,48-49; 7,35-39; Cristo en la Cruz, 19,28-30...). En fin, dentro de un valor complementatio, y tratindose —se- gin entiendo— de un poema antijudaico, la mencién reiterada de Ia Vida, Pasién y Muerte de Cristo tiene por objeto (como ocurre en otras obras de Quevedo) denunciar la « principal culpa o delito » de los judios.* 5. Utiizo la edicién de la Sagrada Biblia, en la versién de Elofno Nécar Pus. tet y Alberto Colungs, ©. P,, Madrid, 1960, No creo que cambie el sentido el hecho de que me apoye en une tmduccién de nuestro sgl. 6. Es tambiéa como si Ia abrumadoca endfors, con Ia excepcién Mamativa del verso onceno, reforare la idea de un «poss vinual»: nar descomunal que 216 Centro Virtual Cervantes Quevedo y el Conde Duque No creo que conozcamos como corresponde los capftulos im- prescindibles tanto en la biograffa de Quevedo como en la de Oli- vares, que vinculan a estos dos destacados hombres del siglo XVII espaol. Por una parte, el poderoso, soberbio Valido, que llega a un nivel que dificilmente alcanzaron otros ministros espafioles. Por otra, el gran poeta que alcanza, si no su plenitud literaria, su més recono- ida fema en los afios de valimiento del Conde Duque. Y que, final- ‘mente, choca con éste. No entraré en detalles sobre las relaciones que mantuvieron, y que los textos quevedescos a nuestro alcance permite reconstruir en buena medida. Sélo diré que, en un principio, Quevedo buscé con persistencia la proteccién del Conde Duque: lo prueban los diversos testimonios que van desde 1621 hasta 1632. A partir de aquf se ini- cia el distanciamiento. Primero, lentamente y, después, con mayor rapidez. Ya hacia 1635 no tenemos ninguna duda, 2 jugar por varios testimonios en que Quevedo se muestra hostil hacia su no lejano protector. Con més certeza, vemos el cambio en obras como La bora de todos (elaborada, en su primera versiGn, hacia 1635-1636). Des- pués, La Isla de los Monopantos (216392), incluida posteriormente en la versi6n definitiva de La hora de todos. También, en la segun- da parte de Ja Politica de Dios (21639-1641). Como sabemos, en 1639 entramos en un perfodo algo confuso de la biografia queve- desca: los afios del Memtorial (sin por esto « afirmar » que es obra de Quevedo), la prisién (a fines del 39), los afios de San Marcos de Léon, hasta su liberacién, en 1643. De manera especial, nos interesan proximidades entre La Isla de los Monopantos y el soneto A una nariz, porque en ninguna otra cobra de Quevedo (iy hay dénde elegir!) encontramos la cercania que se da entre el soneto y el pérrafo en que el africano compara a los negros con los judios tal como hemos tenido ya ocasién de ver al ocuparnos de! gréfico e inconfundible narictsimols), Tanto en la segunda parte de la Politica de Dios como en La bo- 1a de todos insiste Quevedo en su ataque a los validos, pero, de ma- marca su_extremo en ese erg... En otro plano, distinto, acudo a un passje del crudito Fray Martin Sarmiento, en sus conoddss Menoria... (sobre la Biblia Hebrea y les «rims al principio», en sus claticos). Ver Fray Martin Sarmiento, Memoria... (1745), ed. de Buenos Aires, 1942, pig. 56. am Ti Contro Virtual Cervantes __ neta, especial, importa la referencia a La Isla de los Monopantos por- que, si por un lado, concentra allf su detonante ataque a los judios, su critica envuelve también el nombre de Olivares. Ya diversos criticos mostraron que « Pragas Chincollos » (prin- ipe de los Monopantos) es anagrama de Gaspar Conchillos, y que « Conchillos » no es sino enlace con Ia posible ascendencia judia (abuelo materno) del Conde Duque? Y que otros personajes, vin- culados al Conde Duque y los judios, pueden también identificarse con este tipo de clave, en la intencién de Quevedo. No es ningtin misterio que, en tiempo de Olivares, y con el fin de mejorar la muy decaida economia espafiola, se pensaba en Ja ayu- da que podfan prestar judfos de Salénica y de otros lugares. La me- dida era crudamente antipopular, atendiendo al fanatismo que no sélo haba determinado Ja expulsién de los judios, sino que achaca- ba a éstos, aparte de la muerte de Cristo, males contemporineos de Espafa, « El vulgo satitico y maleante —dice Fernéndez Guetra— Hamaba sinagoge a la camarilla del favorito »* Da ahi a buscar en Ja ascendencia de Olivares dudas sobre su pureza de sangre, habla poco trecho. Y, por lo visto, los buceadores de genealogias no tenfan mucho que recorrer para alentar tortuo- sas sospechas. + En fin, eso eta Jo que Quevedo necesitaba para su sétira: el re- sultado més directo es —claro— el que construye La Isle de los Monopantos, obra donde las acusaciones més o menos directas se ‘mezclan con otras, en forma de claves o anagramas (en taz6n del po- der que tiene entonces —1639— el enemigo). En forma paralcla, la segunda parte de la Politica de Dios, que elabora por aquellos afios, descubre igualmente, a través de comentarios biblicos, apoyados so- bre todo en el Evangelio de San Juan, relaciones entre el mal juez (Anés) y el «mal ministro », en el que cuesta poco descubrir a Oli- vvares. En relacién a estas dos obras, pienso que el soneto A una nariz fs un nuevo y contemporineo testimonio de Quevedo, testimonio que enlaza, aqui, un odio racial y una creciente rivalidad personal 7. CE, Autelisso Ferndnder Guerra, noticia en su edicién (BALE, XXIID; Lis Astrane Marin (en Quevedo, Obras. Verzo, ed. de Madrid, 1943, pig. XLVI). Ver, también, Julio Caro Baroja, Inquitcidn, brujert, criptoiudelomo. (Barcelona, 1972, plg. 36); Luisa Lépex Grigera, notas 2 su edicién de Quevedo, Le bora de ‘todos (ed. citada, pigs. 190191). 8. CE, Femdnder Gueres, noticia en su ediciin (BAL, XXIII, pig. 415). 218 di Centro Virtual Cervantes Ea Ia serie de acusaciones sobre connivencias entre Olivares y los judfos era posible la relacién entre « nariz desmesurade-natiz ju- diwnariz del Conde Duque ». ¢Podemos afirmar, con ciertos fun- damentos, que 1a narizota hebrea del soneto es ta nariz del Conde Duque? De acuerdo » grabados y referencias de Ia época, la nariz del Conde Duque era apéndice voluminoso, y resaltador en su ros- tro. El, 0 los famosos cuadros de Velézquer, asf también lo muestran (ain dentro de lo que imaginamos intencionada labor estética del pintor). Gregorio Maraiién no puede menos que aceptar ese rasgo fisco: se refiere, as, a la « nariz graesa » de Olivares, junto a la «mandlbula enérgica >? De tal manera, la « nariz » del soneto puede ser Ia del Conde Duque. Sobre todo, si sceptamos como comparacién —grotesca y al mismo tiempo més cercana— la metéfora del « elefante boca arti- ba». Aunque seria ingenuidad buscar una correspondencia razona- ble en aquello que corresponde a figuras descomuneles o desusadas hipésboles. Como un final refuerzo de mi tesis, creo que encaja con Ia men- talided singular de Quevedo, tan propensa # los juegos desconcer- tantes, este posible ataque # un enemigo tan poderoso come el Con- de Duque, entonces en la cima del poder. Ataque en el que no fue- tm ficil descubrir Ia verdadera intencién del autor. Es decir, un « si €5 no 5», aunque no hubiera misterios para aquéllos que estaban al tanto del juego, 0 conocfan sus claves, no muy ocultas.. Cronologta De acuerdo a las proximidades que he procurado establecer en- tre el famoso soneto, pérrafos de La hora de todos y la segunda par- te de Ia Politica de Dios, quizé resulte redundante Ia afirmacién de que el soneto, tal como Io conocemos a través de Gonzilez de Salas, fue elaborado por Quevedo en afios de postrimerfas. Y me inclino por el lapso 1639-1641. Esta posible cronologfa tiene alguna importancia, especialmen- te si atendemos a aquellos criticos que lo consideran catalogado co- ‘mo « burlesco », como obra juvenil, y, més recientemente, si atende- mos a la cronologia de Blecua, tan distinta a la que acabo de exponer. 9. Ver Gregorio MaraBo, El Conde Dugue de Oliveres, ed. de Madeid, 1945, 6466, ams fie Contro Virtual Cervantes Encarezco el papel respaldador de La hora de todas (con su de- batido capfeulo XXXIX: La Ista de los Monopantos) y la segunda par- te de la Politica de Dios, obras cuya cronclogia, si no totalmente precisada, las recorta con nitidez en los afios postreros de Quevedo.” Quiero puntualizar aquf algunas lamstivas coincidencias de vo- cabulario entre ef soneto y La hora de todos, aparte de! discurso del negro esclavo (cap. XXXVI), que ya mencioné al ocuparme del « na- ticfsimo » parédico. En efecto, encontramos allf también (cap. XXXIX, Monopantos) la alusién el « pico de nariz », la cita cercana de Ia na. riz larga de los judfos y su cautividad entre los egipcios, la referencia al gomon (« estilete del reloj de sol »), a las galeras y galeazas, y al «alambique de sangre de narices »..De més esté decir que no atri- buyo a esas coincidencias generales un valor absoluto, aunque creo que no podemos desecharlas dentro de nuestro inventario. ¥, como digo, contribuyen —a mi parecer— 1 reforzar la posible cronologla que propongo. Conclusion Como palabras finales, s6lo quiero reiterar mi idea de que el soneto de Quevedo A una nariz es mucho més que una serie de chis- tes e hipérboles, o de remedos inocentes, como muchas veces s¢ lo hha recordado. Por el contrario, creo que la versién que considero au- téntica y definitiva (y que no es otra que la que nos trasmite Gonzélez de Salas), elaborada por Quevedo en afios postreros, es no sélo un duro testimonio de acusaci6n racial (coloquémonos en la época), sino también una manifestacién de ataque personal a su entonces pode- oso enemigo. Y, en fin, que la situacién de notoria desventaja en que Quevedo se encuentra frente a Olivares es la que obliga al poeta a extremar sus juegos de alusiones veladas y sutilezas. ‘Quiero insistir, igualmente, en declarar que mi tarea ha sido mis bien agridulce. Ya que, si por un lado procuro subrayar mi admi- racién hacia los recursos extraordinarics de que —creo— se vale el eseritor Quevedo, por otro, claro esté que no me identifica con 1 odio racial que el gran poeta extrema hasta limites agobiantes. EMILIO CARILLA Universidad de Tucamin corresponden 2 la etipe final de la producciin quevedescs, fi Centro Virtual Cervantes

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