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Genius Loci

Los paisajistas británicos fueron pioneros de un nuevo modo de entender la arquitectura de


jardines con una aproximación más «natural», promovida por el poeta Alexander Pope en el
siglo XVIII. Esta idea de que los edificios y los jardines deben respetar la naturaleza y el espíritu
del lugar mantiene su vigencia en nuestro concepto actual del campo, los paisajes, los lugares en
general.

La idea de que un lugar tiene un espíritu guardián, un ser sobrenatural que lo protege, y de que
los que visitan el lugar o viven alli deben respetarlo o venerarlo, se remonta a las primeras
formas de religion. En las creencias locales, desde Japón hasta África, abundan espíritus del
lugar, las deidades de las montanas, de los bosques y de los árboles.

Deidades Locales

El respeto a las deidades locales adoptó forma diferente según el lugar y la cultura; se esperaba
que los viajeros hicieran una ofrenda a la deidad de la región por la que pasaban, y si se
comportaba de forma irrespetuosa era de esperar que el espíritu de vengara de ellos, poniendo
obstáculos a su viaje o algo peor. El vínculo entre lugar y espíritu podía ser muy poderoso.

Los romanos fueron quienes nos transmitieron la expresión más conocida para designar el
espíritu del lugar: las palabras latinas genius loci denominaban a la deidad concreto —una
localidad o un rasgo de la topografía, cómo un volcán, una montaña o un árbol singular—. Los
autores del siglo XVIII adoptaron esta expresión latina, que tuvo una influencia importante en
los gustos artísticos de Gran Bretaña y otros paisajes.

Pope y los paisajistas.


Alexander Pope fue el autor más conocido de los que usaron la expresión genius loci. Pope, que
escribió principalmente sobre arquitectura de jardines, pero también aplicaba esta expresión a su
arquitectura de jardines en el siglo anterior, una época en que hombres cómo el gran paisajista
francés Andre Le Nôtre, cuya obra maestra se encuentra en Versalles, crearon jardines de diseño
muy regular. Para Pope y los paisajistas del siglo XVIII estos jardines complejos, trazado cómo
alfombras intrincadas, eran antinaturales. Ellos proponian un estilo de jardines que estuvieran
más en consonancia con el paisaje circundante.

Pope, en su ​Epistola IV a Richard Boyle,​ conde de Burlington, destaca la importancia de respetar


la naturaleza y el espíritu del lugar cuando se trazan los planos de un edificio o unos jardines. En
esté poema el poeta se interesa especialmente por la arquitectura de jardines, y admira la
habilidad de los grandes paisajistas para armonizar el jardín con el paisaje circundante. Pero
también aplica sus ideas a la arquitectura de edificios, cuando le dice a Burlington:«construir,
plantar, sea cual sea la intencion...jamas se ha de olvidar la naturaleza»

El movimiento de los jardines paisajistas

Cómo dice Pope, el genio del lugar controla los rasgos del paisaje y sigue controlando el efecto
de una escena mientras el paisajista la modifica. El paisajista debe trabajar con el, no contra el. Si
lo hace, el resultado es satisfactorio. Esta idea inspiró a los paisajistas del siglo XVIII y XIX
―como Charles Bridgman y Lancelot ​Capability Brown― cuando crearon los grandes paisajes
«naturalistas» que aún rodean muchas casas de campo.

Trataron de adaptarse a la naturaleza con gruesas pinceladas, plantando franjas de arbolado y


excavando largos y sinuosos lagos. Los edificios —construcciones de jardín y casas colocadas
con aparente naturalidad en medio de estos paisajes artificiales— también desempeñaron su
función en estas creaciones.

Por supuesto, esta aparente despreocupación se lograba con una esmerada planificación y trabajo
duro; a veces se desplazaban pueblos enteros para acomodar estos paisajes artificiales. El
propósito era crear edificios y espacio que estuvieran en consonancia con la naturaleza y el
genius loci.​
Aunque la época de los grandes jardines paisajistas y las villas campestres desapareció hace
mucho tiempo, la noción de ​genius loci mantiene su vigencia. La idea subyace en las normas
urbanísticas que limitan el desarrollo industrial en suelo rústico, o los edificios altos en los
pueblos y ciudades de zonas rurales, e influyen en nuestra sensibilidad cuando elogiamos el
trazado de los canales y las vías férreas del siglo XIX, que se adaptan a las curvas de nivel y por
lo tanto parecen respetuosas con la naturaleza, a diferencia de las carreteras, que con frecuencia
no lo son. También influyen en los arquitectos neorracionalistas, cómo el italiano Aldo Rossi,
que proyecta edificios con un estilo fuertemente inspirado en la arquitectura tradicional y
vernácula, y en general en todos aquellos que aprecian las peculiaridades locales de cada ciudad
y comarca. De los psicogeógrafos a los ecologistas, el ​genius loci sigue siendo un espíritu
poderoso.

Edificios de jardin
Durante ciento de años se habían construido edificios en los jardines para tener espacios
acogedores desde donde contemplar el paisaje, o para protegerse de la intemperie bajo techo.
Pero los jardines paisajistas del siglo XVIII incluyeron más edificios que nunca de esta clase:
cenadores, templetes, rotondas, marquesinas y otras estructuras. Muchas de ellas son puntos
focales, pensados para dirigir la vista hacia un lugar concreto del jardín y para crear una
atmósfera particular.

Los paisajistas recurrieron a templos cómo el de Stourhead (ver foto 1) para simular valles
«arcádicos», y a falsas ruinas para evocar el pasado gótico. También podían usar estos edificios
para expresar ideas filosóficas. En e gran jardín inglés de Stowe, por ejemplo, Lord Cobham y
sus herederos erigieron edificios simbólicos –como un Templo de las Virtudes Antiguas y un
Templo de Británicos Ilustres– para expresar sus convicciones filosóficas y políticas.
Foto 1

Templo de Apolo Stourhead

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