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Mundos Novos - New world New worlds
Debates | 2007

La cordillera de los Andes como espacio de


circulaciones y mestizajes: un expediente sobre
Chile central y Cuyo a fines del siglo XVIII

Jaime Valenzuela-Márquez

Editor
Mondes Américains

Edición electrónica
URL: http://nuevomundo.revues.org/7102 Este documento es traído a usted por
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Referencia electrónica
Jaime Valenzuela-Márquez, « La cordillera de los Andes como espacio de circulaciones y mestizajes:
un expediente sobre Chile central y Cuyo a fines del siglo XVIII », Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En
línea], Debates, Puesto en línea el 10 julio 2007, consultado el 11 noviembre 2016. URL : http://
nuevomundo.revues.org/7102 ; DOI : 10.4000/nuevomundo.7102

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La cordillera de los Andes como espacio de circulaciones y mestizajes: un exp... 1

La cordillera de los Andes como espacio


de circulaciones y mestizajes: un
expediente sobre Chile central y Cuyo a
fines del siglo XVIII
Jaime Valenzuela-Márquez

1 Tradicionalmente vista e imaginada como un murallón telúrico, que aísla y obstaculiza las
circulaciones humanas y los intercambios materiales entre Argentina y Chile, la cordillera
de los Andes fue, por el contrario, durante la época colonial, un espacio permeable,
transitado en forma regular y frecuente por personas diversas y con intenciones
disímiles. Desde pehuenches hasta terratenientes, y desde el comercio hasta el pillaje, la
circulación transcordillerana marcó latitudinalmente la historia social, económica y
política de estas dos macrorregiones coloniales.
2 En efecto, la dinámica que vinculó a Chile central con Cuyo, a través de los numerosos
pasos que se abrían entre las montañas, nos permite romper el carácter aparentemente
longitudinal de los procesos coloniales chilenos, integrándolos en un espacio continental
que abarcaba hasta las pampas y Buenos Aires1. De esta forma, insertamos el eje
trasandino en el contexto de una frontera interoceánica, desde el Atlántico al Pacífico,
donde también debemos incorporar el limes del río Bío-Bío, generalmente estudiado en
forma aislada y en función de los problemas propiamente “chilenos”2.
3 Además de esta aproximación transversal en el análisis del espacio, nuestro estudio
incorpora los conceptos y perspectivas desarrolladas por la llamada “historiografía
fronteriza”. En este sentido, nos hacemos parte del énfasis que se ha puesto en la frontera
hispano-araucana como un espacio de interrelaciones, privilegiando los contactos
humanos por sobre los de ocupación de territorios3; una noción de frontera geográfica -
como la cordillera de los Andes- entendida como un área de contactos y de convivencia
entre personas de diferentes orígenes étnicos y sociales, donde se producen flujos
materiales y humanos en ambas direcciones; un espacio de violencias y de alianzas, de

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controles armados y de límites tácitos, de autonomías consuetudinarias y anomias


oficiales; un núcleo, en fín, generador de mestizajes y de nuevas formas culturales 4.
4 Por su parte, los avances en los estudios etnohistóricos de la última década nos permiten
profundizar en la complejización de dichas realidades fronterizas, al presentarnos las
relaciones interétnicas y los subsecuentes procesos de mestizaje como un universo de
actores donde no operan sujetos puros ni asimilaciones pasivas. El intercambio cultural e
interétnico, desde esta perspectiva, operaría sobre la base de estrategias de captación de
la diferencia y de adaptación económica y política de los elementos del “otro”, que
formarían parte del funcionamiento habitual de los pueblos indígenas americanos. Para el
universo indígena que observaremos en nuestro estudio, entonces, la etnicidad no habría
sido -ni continuaría siendo- una realidad estática, factible de ser “contaminada” por la
irrupción del “otro”, sino que, por el contrario, se basaría en un constante y esencial
intercambio, una apertura al mestizaje como sustento de la identidad. En otras palabras,
se trata de privilegiar una aproximación que considera un dinamismo estructural en las
entidades sociales y culturales. Los agentes sociales, colectivos e individuales, participan,
así, en la producción, reproducción y transformación etnogenética de las estructuras a
través de una praxis y de la elaboración de estrategias diversas cuya lógica conlleva la
reinterpretación, apropiación, acomodación, asimilación o rechazo de los factores
externos que permanentemente están interactuando. Es una propuesta que, como afirma
Guillaume Boccara, restituye los regímenes de historicidad a estos procesos5.
5 Serían estos procesos de fusión, hibridación interétnica y etnogénesis los que habrían
sustentado la extensión de la territorialidad mapuche transcordillerana -la llamada
“araucanización de las pampas”- insertándolo, así, en un proceso interoceánico; y, en
sentido contrario, la circulación de productos y de personas provenientes del universo
pehuenche y pampeano en la Araucanía y en el valle central chileno6.
6 Es en esta perspectiva, justamente, donde insertamos nuestro trabajo. Primeramente, éste
contempla un panorama de los contextos geográficos, económicos, étnicos y sociales que
identificaron la realidad fronteriza específica que estudiamos. Luego, proponemos una
lectura analítica e interpretativa de una serie de cartas, oficios y disposiciones que se
encuentran reunidas en un expediente custodiado en el fondo Capitanía General del
Archivo Nacional Histórico de Chile. Se trata de documentos reunidos para dar cuenta del
paso de personas (“chilenos” e indios) y de productos (vino, sal, brea,…) por la cordillera,
entre 1786 y 1801. Al tratarse de documentación oficial -orientada principalmente a
prohibir la entrada de vino a las tolderías pehuenches-, no extraña que se enfaticen los
problemas que dicha circulación traía aparejados para el orden colonial; pero, al mismo
tiempo, la lectura de dichos textos permite aproximarnos a la riqueza de los contactos
multiculturales e interétnicos y a los intereses económicos y estrategias políticas que
estaban en juego en aquel vasto espacio chileno-rioplatense.
7 No obstante lo anterior, es necesario establecer una diferencia sustancial en dicho
espacio, que tiene directa relación con el contexto en el cual desarrollaremos nuestro
estudio. En efecto, los escenarios geográficos que se despliegan a ambos lados de la
cordillera están marcados por sus diferencias en términos de la presencia del sistema
colonial. Así, en la vertiente occidental se estaba ante un territorio más o menos
controlado, explotado económicamente y, durante la segunda mitad del siglo, en un
avanzado proceso de “colonización”, a partir del establecimiento de algunas
urbanizaciones intermedias en el valle central de Chile7.

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8 En la vertiente oriental, en cambio, la situación era muy distinta. Salvo la población


asentada en las estancias de los valles de Uco y Xaurúa, hacia el sur del río Tunuyán
prácticamente no existía presencia hispanocriolla, imperando la autonomía indígena.
Recién en 1771 se construyó el fortín de San Carlos, precisamente en Xaurúa, con el
objetivo de dar seguridad a aquellas propiedades e intentar controlar el tráfico ilegal de
ganado y caballares que se dirigía a Chile a través de los principales pasos de la zona (ver
mapa adjunto)8.
9 Los portillos cordilleranos permitieron un tráfico material creciente e intenso, organizado
casi cronológicamente en función de los deshielos anuales. Tráfico que ayudó, por
ejemplo, a masificar el uso de ponchos trasandinos en Chile y que popularizó el consumo
de vino y de aguardiente entre los Pehuenches, mientras que, en las pampas, los textiles
provenían casi en su totalidad del lado chileno y el trigo occidental comenzaba a ser una
necesidad alimenticia para los otrora recolectores de pehuen9. Fue justamente esta
dependencia económica y el interés por mantener el flujo de intercambios lo que llevó a
una relativa calma en la zona controlada por los Pehuenches.
10 Otra faceta no menos importante y aún más frecuente de este tráfico la constituyeron las
partidas de campesinos, milicianos y buscavidas que penetraban en la cordillera para
obtener sal y brea. La primera era fundamental, en una economía ganadera donde se
debía conservar la carne y convertirla en charqui, alimento clave en la dieta de la
población que trabajaba en las faenas mineras del norte de Chile, Perú y Alto Perú. La brea
o alquitrán, por su parte, era necesaria para sellar las tinajas de barro y botijas destinadas
a almacenar vino10.
11 Por cierto, los Pehuenches también participaban activamente en este tráfico hacia el lado
chileno, sobre todo al tener bajo control las salinas de Llancanelo y los manantiales de
brea que brotaban entre los numerosos volcanes cordilleranos11.
12 Ganado, ponchos, plumas, objetos de cuero, sal, alquitrán, yeso, vino, aguardiente, trigo,
armas y objetos de hierro, muestran no sólo un amplio repertorio de objetos diversos,
sino que auguran un tráfico intenso y complejo, en términos geográficos y culturales. Son
una muestra, también, de las dependencias simbólicas y materiales, así como de la
flexibilidad económica y política con que se revistió el amplio escenario fronterizo que
abarcaba las Pampas, los Andes y la Araucanía. Dependencia y plasticidad que había
llegado a transformar los mecanismos internos de los grupos involucrados 12.
13 En este mismo plano, destacamos la existencia de verdaderas ferias estacionales, donde
los pehuenches bajaban a intercambiar sus productos. En Colchagua y Maule fueron
bastante comunes, gracias a la utilización de los pasos “Las Damas”, “Planchón” y
“Pehuenche”, cercanos, accesibles y con abundantes pastos de altura para los animales.
14 Estas ferias, por cierto, se convirtieron en un factor importante para el auge económico
de las nuevas ciudades fundadas en la región durante el siglo XVIII 13. A esto debemos
agregar el trajín frecuente de indígenas que traían sal y otros productos para venderlos a
los estancieros chilenos y, en sentido inverso, los chilenos hispano-mestizo-criollos que
cruzaban con sus “cargas” al otro lado de la cordillera; actores que circulaban entre
ambos “mundos”, operando en los toldos pehuenches o en las estancias y haciendas
rurales, trayendo y llevando artefactos, costumbres, lenguajes y representaciones.
15 El contexto geográfico donde se desarrolla esta circulación humana y material tiene como
base los más de cuarenta pasos –boquetes, boquerones, portillos o portezuelos– que se
abrían entre las montañas de los Andes chileno-rioplatenses.

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16 El paso del “Planchón” era el más utilizado, debido a su corta extensión, su menor altitud,
la presencia de potreros intracordilleranos, el ancho mismo del boquete y su cercanía con
la sal, el alquitrán y el yeso. De ahí también las numerosas solicitudes de licencia que -
conforme a la legislación vigente- elevan los vecinos de Colchagua y de Maule, para ir con
sus recuas de mulas a las faldas orientales14.
17 No obstante, el mayor tráfico por este paso se debía también a necesidades e intereses del
mundo indígena. En efecto, en las nacientes del río Teno, a la altura de Curicó, vivía un
grupo numeroso de Pehuenches y el boquete mismo estaba a cargo del capitán Nicolás
Vergara, conocido por su connivencia comercial con los naturales15.
18 El “Boquerón del Atuel” o “Pehuenche” también se contaba entre los más transitados por
los indígenas, entre otras cosas, porque, al parecer, no juntaba nieve en el invierno y
porque permitía acceder a la protegida zona de Isla de Maule y a las ricas estancias
vecinas al río de este mismo nombre. Más al sur, el paso de “Achigüeno” posibilitaba el
tráfico hacia y desde el mundo fronterizo vecino a la villa de Chillán, también muy fértil
en producción agropecuaria.
19 Hacia el norte, destacaban los pasos “Portillo” (o “Tupungato”) y “Piuquenes”, que
permitían la interacción entre los productivos -y, por mucho tiempo, desprotegidos-
valles de Uco y Xaurúa, y la región al sur de la capital chilena. Le seguía, finalmente, el
paso de “Uspallata” (o “Las Cuevas”), en la antigua ruta del incario, convertido en la vía
de comunicación tradicional entre Santiago y Mendoza. Por este boquete circulaban
prácticamente todos los productos que llegaban a Chile desde el Río de la Plata -a través
de la ruta que pasaba por Río Cuarto y San Luis- o los que, provenientes del Perú y Chile,
pasaban hacia tierras transandinas.
20 Los numerosos portillos y portezuelos que poblaban la cordillera a lo largo de Chile
central fueron testigos del flujo constante de una pluralidad de indios, mestizos e
hispano-criollos, que circulaban cómodos y con relativa libertad en ambas vertientes
andinas. Numerosos testimonios muestran, así, la presencia habitual de indígenas
transandinos en los pueblos y estancias rurales chilenas, o deambulando por las regiones
del Valle Central cercanas al Planchón o a otros boquetes. Otros mencionan que era
común, también, que a su venida fuesen agasajados por los terratenientes locales, en una
clara muestra del interés que les portaba su circulación.
21 La cordillera, entonces, no sólo se había transformado en un espacio de circulación, sino
también de transculturación. Los indios que la frecuentaban estaban en contacto con
mundos distintos, de los cuales dependían en muchos frentes de su cultura material y
simbólica, mostrándose permeables a sus influencias y atentos a sus potencialidades
miméticas, siguiendo aquella ruta de “etnogénesis activa” que ha definido Boccara 16.
22 Capítulo aparte -aunque complementario- merecen los llamados “tenientes” y
“capitanes de amigos”. Verdaderos passeurs institucionales, estos hispanocriollos y
mestizos, destinados a servir de intermediarios políticos y a vigilar el comportamiento de
los grupos indígenas con los cuales estaban en contacto, surgieron en el siglo XVII para
mantener una relación más directa y permanente con el Estado colonial; por ello, muchas
veces residían en las mismas comunidades. Posiblemente, como apunta Villalobos,
derivasen de los intérpretes, considerando cierta similitud en sus funciones. Lo cierto es
que llegaron a constituirse en verdaderos jefes de las reducciones indígenas a su cargo y
tuvieron un control real sobre los “indios amigos”, aquellos que colaboraban con los

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hispanos, como sucedía, en nuestro caso, con varias de las tribus pehuenches subandinas 17
.
23 Conviene destacar, entonces, en la línea analítica que estamos avanzando, que estos
mediadores jugaron un papel mucho más amplio que el que les estaba reservado
oficialmente, llegando a ser imprescindibles para ambos mundos. Convivieron
íntimamente con los indígenas, adoptaron algunas de sus costumbres, se mezclaron con
sus mujeres, y fueron activos agentes del intercambio. Su ascendiente con los indios -y
con los hispanos-, en este sentido, no derivaba necesariamente de su cargo formal, sino de
aquella convivencia en la vida cotidiana y de esta connivencia y mediación en los tráficos
económicos, de los que, por supuesto, no estaba exento su provecho personal.
24 No obstante, los indios no fueron los únicos usuarios de aquellos pasos. Desde la
contraparte chilena, como hemos adelantado, el contingente humano que vemos circular
por los boquetes, intercambiar productos y deambular por las cejas de montaña y llanuras
de ambos lados de los Andes nos presenta un panorama social y cultural bastante más
complejo y diversificado. Panorama que está asociado a la consolidación de una sociedad
mestiza y a la predominancia de un estilo de vida errante y marginal en buena parte de
los habitantes de las regiones chilenas involucradas en nuestro estudio18. Serán estos
actores mestizos y vagabundos a quienes veremos cruzando los boquetes en busca de sal,
intercambiando productos en la pampa cuyana o invernando en los toldos de sus
“amigos” pehuenches.
25 Lo señalado hasta el momento permite acercarnos a un expediente que agrupa una serie
de informes, oficios y circulares que abarcan los últimos catorce años del siglo XVIII, bajo
el título: “Sobre prohibir la entrada de españoles con venta de vinos, y de otros fines perniciosos, a
las tolderías de pehuenches por los boquetes de la cordillera, con motivo de algunas quejas de las
reducciones y del comandante de la frontera de Mendoza”19.
26 El expediente comienza con una carta enviada desde Mendoza en 1786, donde el
comandante Francisco de Amigorena informaba que había llegado a esa ciudad el cacique
pehuenche Huenucal “a tratar de sus conchavos”, acompañado por dos chilenos originarios
de San Fernando y otros tres peones sin identificar20. El grupo llevaba sal por el paso del
Planchón hacia la región del Maule, pero habían encontrado cerrado el boquete por una
nevazón y solicitaban permiso para invernar en Mendoza. A juzgar por el tono del
documento, se trataba de un grupo afianzado, que conocía el tráfico y que lo realizaba en
forma regular. Lo interesante, en todo caso, es que no era comandado por el cacique
mismo, sino por uno de aquellos chilenos, Josef González, que, además, era hijo de un
“teniente de indios”.
27 El panorama se hace más interesante pocos días después, cuando llega al lugar otro
cacique pehuenche -Lingay- con el mismo problema y similares compañías. Su grupo, en
efecto, comprendía a otros cuatro chilenos venidos, en este caso, del partido de Maule,
uno de los cuales, llamado Guenchuala, es definido como “indio” y “lenguaraz” 21. Este
segundo grupo no sólo conocía al de Huenucal, sino que incluso fue acogido en sus toldos.
28 Amigorena, por su parte, al saber que los maulinos de Lingay en realidad se hallaban
hacía meses en la zona, decidió encarcelarlos; pero estos aparentes vagabundos no
estaban solos: de inmediato intercedió la protección de un “vecino” del Maule -Josef
Ulloa-, que otorgó la fianza y permitió que saliesen en libertad “hasta que se regresen a su
vecindario”22. Este es un primer dato que nos confirma, por cierto, los intereses y las redes

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transversales que se tejían en el tráfico andino, tanto en términos geográficos como


económicos y sociales.
29 Otro documento que debemos conectar con el anterior es el oficio que por esos mismos
meses escribía el gobernador de Chile al subdelegado de San Fernando, reclamándole por
la falta de vigilancia en los boquetes de su jurisdicción, que se suponían resguardados por
partidas de milicianos23. Ciertamente, como apunta Mario Góngora y como veremos en el
caso específico del ya mencionado capitán Nicolás Vergara, estos vigías, o pecaban de
inoperancia y lenidad, o participaban en abierta corrupción de los beneficios de esta
circulación24.
30 Al año siguiente, el problema se traslada un poco más al sur, con la denuncia de otros
chilenos que habían entrado desde Maule por “el río grande y campanario” -probablemente
se refiera al río Colorado y al paso del Atuel, cerca del cual se encuentra el cerro
Campanario- con más de veinte cargas de vino, “a tratar ponchos” con los pehuenches del
cacique Ancón. Nuevamente estamos frente a una tropa -es decir, una caravana de
carretas y/o mulas, y el personal a cargo- que va y viene con comodidad, al margen de
todo control estatal, que es recibida por indígenas pacíficos e interesados en el
intercambio, y que vuelve a su región de origen, en este caso, con una suculenta carga de
textiles. Además de las consecuencias transculturales que hemos indicado más arriba
respecto a la difusión masiva de este producto entre la población rural chilena, interesa
subrayar el hecho de que se trata de circuitos autónomos, donde la ausencia del control
estatal funciona en forma paralela a la configuración de redes interétnicas e
interculturales regionales; y, cuando se hace presente el sistema colonial, es a través de
aquellos “capitanes de amigos” que, destinados a vigilar y a mediar, terminan formando
parte de esos mismos circuitos.
31 Sin ir más lejos, y volviendo al último caso que estamos analizando, el cacique Ancón
esperaba ahora la inminente llegada a sus toldos -seguramente por el Planchón o Las
Damas- del mismísimo capitán de amigos de la villa de San Fernando, “don” Agustín
Sepúlveda, que venía, junto a su teniente Mariano González, con otras sesenta cargas de
vino. Este último, recordemos, era el padre de aquel Josef González que comandaba la
tropa del cacique Huenucal, que hemos visto circulando con sal por el Planchón. A su
regreso a Chile, por lo demás, Sepúlveda pensaba cruzar la cordillera acompañado por un
grupo de “caciques y capitanejos” locales, entre los que se contaba, justamente, a dicho
Huenucal25, nuevamente activo luego de pasar el invierno anterior en Mendoza, según
hemos observado en el inicio del expediente. Llama la atención, en este mismo sentido,
que las palabras del comandante Amigorena, que denuncia el tráfico, traslucen el arraigo
y la normalidad consuetudinaria de estos flujos, al punto de destacar que estos
antecedentes los ponía en consideración “de modo que no llegue a noticia de los indios, por no
disgustarlos y precaver la amistad que se me encarga […] con ellos”26.
32 Siguiendo con los problemas de Amigorena frente a los incontrolados transhumantes que
circulan en su frontera andina, otro nombre comienza a aparecer entre las cartas y
oficios. Se trata de “don” Nicolás Vergara, a quien ya hemos mencionado en relación con
la alta frecuencia en el uso del Planchón. El propio gobernador Higgins lo menciona en
1791 como uno de los chilenos que eran bienvenidos en los toldos del cacique Ancón 27; y
en 1796 aparece organizando una tropa que atravesó los Andes, con el fin de ir a sacar
alquitrán a la zona de Malalhue, con cargas de “licores” para intercambiar caballos y
mulas a los indios28.

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33 Para las autoridades chilenas, el trato libre y autónomo de hispanocriollos con los
indígenas no sólo era dañino en términos económicos, al burlarse todo tipo de cobro
tributario; por sobre todo, era un escenario peligroso en términos políticos, teniendo en
cuenta la fragilidad del control social que imperaba en los amplios espacios rurales de la
vertiente occidental y la inestable “alianza” o “amistad” que el Estado intentaba construir
con el mundo pehuenche de la vertiente oriental, con el fin de configurar aliados
necesarios en la débil frontera sur del impero, constantemente asediada por los asaltos
maloqueros.
34 En efecto, la amenaza se vislumbraba en esta presencia recurrente de hispanocriollos,
más o memos mestizos, que muchas veces eran recibidas e incorporadas en la vida
cotidiana y en el sistema de relaciones de las tribus. La actitud normal que aparece entre
los pehuenches, al menos en la documentación revisada, es la de aceptación e, incluso,
necesidad del contacto con los troperos y conchabadores. Los mismos indios que aparecían
por los boquetes en el lado chileno se lo solicitaban a las autoridades locales, ante la
prohibición de internarse en la cordillera sin autorización, so pena de confiscar todas las
mercaderías y animales que se hallaren29. Algunos llegaban incluso a ofenderse cuando se
intentaba aplicar con rigor esta medida30.
35 De ahí que la preocupación del Estado no se orientara sólo al conchavo de vino y licores,
sino a la circulación de las personas y, con particular atención, a la cercanía y confianza
que muchos de estos hispanocriollos habían tejido en el seno de las parcialidades,
comerciando y conviviendo en sus toldos. Cercanía que, para la autoridad, tenía como
consecuencia lógica la asesoría e influencia en las decisiones de los caciques, “siendo estas
mezclas de gentes perjudiciales a esta frontera”31. Esta ingerencia, por cierto, era vista como
“extorsiones a los indios”, pues normalmente apuntaban al propio beneficio de los chilenos
involucrados; pero, sin duda, éstos últimos podían llegar a constituir una amenaza si
opinaban o se involucraban en las relaciones “diplomáticas”; sobre todo en un contexto
donde este factor y lo comercial estaban tan confundidos.
36 Así, por ejemplo, desde Mendoza, el comandante Amigorena volvía a insistir en 1796
sobre que en su jurisdicción se encontraban muchos individuos provenientes de Maule
que migraban “con el pretexto de estar cuidando en los potreros de esa banda las haciendas de
campo, alegando habérseles cerrado la cordillera y ser necesario invernar en las tolderías de estos
pehuenches, abandonando la ley xptiana que profesan […]”. La experiencia confirmaba la
falsedad de esas excusas, “y que acaso serán algunos malévolos, que por sus delitos profúgan de
ese para este reino; y siendo esto un desorden consentido, y tal vez permitido por los comisarios de
esas fronteras, se lo participo a VS. por lo perjudiciales que son semejantes comunicaciones, pues
instruyen tales gentes a los indios de cuanto pasa en los pueblos, y les roban los caballos
cuando no son sentidos, como me lo tienen representado los caciques”32.
37 Más explícito había sido un par de años antes el propio Higgins, cuando, junto con repetir
una vez más las prohibiciones que pesaban sobre los “españoles” para pasar a la otra
banda de la cordillera “a morar ni conchavar con estos indios” sin autorización competente,
oficiaba al subdelegado de Curicó respecto al paso del Planchón:
“Los españoles que toman aquel destino, y hacen este tráfico [-apunta el
gobernador-] son ordinariamente fascinerosos perfidios, y malévolos que huyendo
aquí de la justicia van a inspirar de pronto entre los indios ideas diabólicas
contra el gobierno, y a la vuelta roban a los mismos indios, y les hacen otras mil
iniquidades por que estos confirman su avercional nombre español. Esto es
constante y su conocimiento es el fruto de 20 años de experiencia en el manejo de
estos indios”33.

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38 Lo cierto es que a comienzos de 1796 el comandante Amigorena celebraba un parlamento


con las parcialidades de su jurisdicción para elegir al nuevo “gobernador” pehuenche, que
serviría como nexo con la autoridad hispana. Cual no sería su sorpresa al ver aparecer,
“mezclados con varios caciques” que acudieron a la frontera mendocina, a tres “chilenos
christianos” que venían acompañando la delegación, y que andaban “con el pretexto de
extraer brea”34. Amigorena los identifica como troperos del capitán… Nicolás Vergara:
Nolasco González, que actuaba como capataz del grupo, Tadeo Herrera, como madrinero,
y un tal Pacífico Mundaca, originario del partido de Talca, donde era peón de don Antonio
Urzúa35. Hechas las averiguaciones en Chile, se supo que el grupo había atravesado el
Planchón llevando unas cargas de trigo que se le habían quedado en casa de Vergara… al
cacique Antipán36.
39 Lo cierto es que, más allá de los motivos circunstanciales, existía una relación estrecha y
permanente entre jefes indígenas y “jefes” hispanocriollos como Vergara, lo que se
manifestaba en la acogida y hospedaje brindados a uno y a otro lado de la cordillera. Sin ir
más lejos, los propios troperos de Vergara eran albergados en ese marco de confianza
mútua, a tal punto que el peón Mundaca tenía a uno de sus sobrinos viviendo en los toldos
de un cacique llamado Huayquinao37.
40 Pero hay otro elemento que aparece en el caso anterior y que es necesario destacar: la
aparición de un estanciero maulino involucrado, si bien de manera indirecta, en estos
episodios. En efecto, al igual que los maulinos de la tropa del cacique Lingay que hemos
visto a punto de ser encarcelados una década antes por el mismo Amigorena, Pacífico
Mundaca no era uno de aquellos vagabundos y desarraigados que circulaban
masivamente por las llanuras y montañas. Este peón aparece trabajando en forma
permanente para Antonio Urzúa e, incluso,”vive en su hacienda con mujer e hijos”38.
41 Los testimonios de los testigos difieren, como vemos, en las intenciones y compromisos
del viaje (para ir por brea, a dejar unos trigos o a intercambiar vino; como tropa de
Vergara o por iniciativa individual). Lo cierto es que, independientemente de quien dice
la verdad, nuestro recorrido por el expediente permite percibir una serie de contactos
múltiples, a nivel étnico y social, que nos muestran la riqueza y complejidad de lo que
sucedía en el escenario transcordillerano. También nos permite avanzar sospechas sobre
el papel jugado por las élites rurales en un sistema de tráficos y relaciones que se
perciben con bastante más regularidad e intensidad que lo que podría asociarse a un
aparente vagabundaje libre y autónomo.
42 Sin ir más lejos, nuestras sospechas se acrecientan al leer el documento donde Martín
Moyano, capitán de amigos encargado de los pehuenches cercanos al paso de Atuel,
denunciaba a los chilenos que habían pasado recientemente hacia la banda oriental,
normalmente en busca de sal. Dentro de ellos destacaba -no necesariamente integrando
una misma tropa-, a Flor Reyes y a Leandro Agriasola, que vivían en la estancia de don
Pascual Lamilla39.
43 Este asunto aparece con mayor claridad al analizar lo sucedido en el boquete de
Achigüeno durante el verano de 1794. El subdelegado de Cauquenes relataba cómo,
estando en la Isla de Maule, se había presentado ante él un cacique pehuenche “de los que
habitan a la parte del oriente de las cordilleras en las cabeceras del de Maule”, y que había
pasado -al menos por segundo año consecutivo- con su carga de sal, ponchos y plumas.
Este indio traía “pasaporte y carta de amparo” nada menos que del comandante mendocino
José Francisco de Amigorena. Lo más interesante, en todo caso, es que el indio

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mencionaba como su patrocinante y protector a un conocido estanciero de la región, don


José Barros, a quien denomina como “su amigo” y solicita lo nombren como su
acompañante oficial durante el tiempo que estuviese realizando el comercio. Las palabras
con las que el cacique se refirió a Barros denotaban una relación cercana y un
conocimiento mútuo en experiencias similares, a ambos lados de la cordillera. De hecho,
ese mismo año Barros aparecía en la lista que hemos citado en el párrafo anterior,
elaborada por el capitán de amigos del Atuel, para informar de los chilenos que, por
segundo año consecutivo, habían cruzado con “perjudicial comercio” de vinos hacia los
toldos pehuenches40.
44 Además de la “amistad”, esgrimida por el cacique ante el subdelegado de Cauquenes,
Barros representaba el referente de autoridad que un hacendado local y capitán de
milicias como él debían imponer, y que podía transformarse en protección interesada a la
hora de concretar estos flujos materiales interregionales. Así, la protección solicitada por
el indígena apuntaría a que “le patrocinase, escoltase, y defendiese de los malos españoles, y
acompañar en los caminos, como que es hombre de bien, y de respeto”41.
45 Tan habitual era este tráfico y tan lucrativa su importancia para los actores involucrados,
que el propio Barros se encargó de informar a la autoridad sobre sus características. Allí
menciona que la que había cruzado por Achigüeno, en realidad, era una gran caravana,
compuesta por más de trescientos indígenas. A su cabeza iban cuatro caciques, y su
interés era intercambiar los productos que hemos mencionado por trigo; cereal que, sin
duda, podían aportarles Barros y otros productores de la región. De hecho, el comunicado
menciona que entre los chilenos que salieron a los faldeos cordilleranos para recibir a la
comitiva pehuenche se encontraban, además de don José, varios de sus parientes: su hijo,
Pedro José, un hermano, Manuel, y otro individuo llamado Bailón Barros. Lo
acompañaban, además, los hacendados Agustín Elgueta y Agustín Pardo42.
46 Más aún, el hecho de haber aparecido, como hemos visto más arriba, entre los que
realizaban regularmente un tráfico ilegal de vino a través de los boquetes de la zona, no
tuvo ninguna consecuencia para el desempeño de Barros, pese a que en el mismo
documento donde aparecía involucrado se recordaban los castigos a los que se exponía,
que podían llegar incluso a la pena capital43.
47 Lejos de esto, algunos años después vemos a Barros encabezando una de las expediciones
que, en 1803, el entonces gobernador Joaquín del Pino encargó a una comisión dirigida
por el arquitecto Joaquín Toesca. Ésta tenía como fin el reconocimiento de la cordillera
para buscar un nuevo boquete que permitiera agilizar los intercambios trasandinos 44.
Nuestro terrateniente, en este caso, no sólo estaba haciendo gala de su poder local, de sus
contactos políticos y de sus intereses económicos vinculados al proyecto gubernamental;
también estaba usufructuando de su evidente conocimiento de la geografía local, fruto de
aquella vasta experiencia “en terreno” como conchavador interétnico de alta
envergadura. Conservando las distancias sociales y la diferencia de circunstancias, sin
duda que podemos establecer numerosos puentes que permiten vincular las experiencias
de los capitanes Nicolás Vergara y José Barros, y los de otros terratenientes mencionados,
como Josef Ulloa, protector de la tropa del cacique Lingay, como ejes de un proceso
transversal del cual aquí sólo hemos explorado sus aspectos más evidentes.
48 El último caso estudiado en los párrafos anteriores permite un corolario a la compleja red
de relaciones, intereses e intercambios fronterizos que hemos analizado a partir del rico
expediente propuesto para graficar el mundo fronterizo cordillerano de fines del siglo
XVIII.

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49 A lo largo del trabajo hemos visto que los troperos, que pueden ser incluidos dentro de la
lista de vagabundos y malentretenidos que confecciona la autoridad colonial, muchas
veces forman parte de una red más compleja y su papel es más polisémico y transversal.
Las fuentes estudiadas permiten verlos como verdaderos mediadores, que vivían
literalmente entre dos “mundos”; o, mejor dicho, en un mundo fronterizo, de contactos
múltiples y sumergido en un proceso de mestizaje cultural que implicaba compartir una
serie de referentes y de espacios simbólicos y materiales diversos45.
50 Pero también hemos visto que la circulación cordillerana se produce intensamente en el
sentido contrario. No sólo van los troperos mestizos e hispanocriollos hacia la banda
pehuenche, sino que también podemos ver a estos indios penetrar por los boquetes,
entrar en contacto y moverse con relativa comodidad y tolerancia en los llanos de Chile
central, e, incluso, acceder a aquellas redes de protección interesada de los
terratenientes.
51 En términos globales, por último, el estudio de estos casos nos lleva a pensar en la
cordillera como un limes político y geográfico permeable, un espacio de circulaciones,
intercambios materiales, biológicos y culturales que alimenta desde las configuraciones
políticas coloniales y las transacciones mercantiles, hasta los procesos de mestizajes y
transculturaciones de las regiones ligadas a aquellas dinámicas surandinas.

NOTAS
1. Esta mirada Oeste-Este es concordante con la propia representación cartográfica que se
tenía del espacio chileno, aún a mediados del siglo XIX: cf. Rafael Sagredo Baeza,
“Cartografía y nación. El Atlas de Claudio Gay y la representación de Chile”, en María
Teresa Calderón y Annick Lempériere (eds.), Estado, territorio, partidos. Estado-nación en las
américas a lo largo del siglo XIX, Bogotá, Universidad Externado de Colombia / Taurus, 2007.
El propio Ambrosio O’Higgins, en un informe elaborado en 1767, recomendaba “[…] que
desde las 30 leguas al surhuest de Buenos Ayres se establezca la cabeza de una Linea Fronteriza
tirada hasta las Cordilleras de Chile, construyendo por este cordon […], cinco o seis Fuertes […],
procurando que la dicha Linea Fronteriza pase tirada de Est a Huest en el frente de los Indios
Barbaros que viven esparcidos por los territorios hacia el Sur […]”: “Descripción del Reyno de
Chile, sus productos, comercio y habitantes”, reproducida en Ricardo Donoso, El marqués
de Osorno don Ambrosio Higgins, 1720-1801, Santiago, Universidad de Chile, 1941, p. 438. En
relación al área estudiada, Margarita Gascón, también ha contribuido a reforzar la tesis de
una frontera orientada en sentido W-E, del Pacífico al Atlántico, la que se habría
consolidado hacia 1730, cuando Buenos Aires se articula definitivamente a las dinámicas
de la “frontera sur”, a la que ya pertenecía Santiago y, luego Mendoza, desde el siglo
anterior. Este proceso se concreta cuando la capital porteña desplaza su atención -
incluyendo la militar- hacia las pampas del sur, en un contexto de agotamiento del
ganado cimarrón existente en la Banda Oriental y de presencia, en su jurisdicción, de
bandas aliadas de araucanos, pehuenches y puelches: “La articulación de Buenos Aires a la

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frontera sur del Imperio Español, 1640-1740”, Anuario IEHS, Tandil, Universidad Nacional
del Centro de la Provincia de Buenos Aires, nº 13, 1998, p. 213.
2. Esta mirada amplia y “continental” del proceso la encontramos, por ejemplo, en el
estudio sobre “la frontera sur del control español”, como la denomina Kristine L. Jones, en su
trabajo “Warfare, reorganization, and readaptation at the margins of spanish rule: the
southern margin (1573-1882)”, en Frank Salomon y Stuart B. Schwartz (eds.), The
Cambridge History of the Native Peoples of the Americas, Cambridge University Press, 1999,
vol. III, t. 2, pp. 138-171; de la misma autora, “Comparative Ethnohistory and the Southern
Cone”, Latin American Research Review, vol. 29, nº 1, 1994, pp. 107-115. En la historiografía
chilena, esta perspectiva ha sido incorporada en los trabajos de Leonardo León, “Las
invasiones indígenas contra las localidades fronterizas de Buenos Aires y Chile,
1700-1800”, Boletín americanista, Barcelona, nº 36, 1987, con una versión revisada en
“Malocas araucanas en las fronteras de Chile, Cuyo y Buenos Aires, 1700-1800”, Anuario de
estudios americanos, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, vol. XLIV, 1987; y
“Comercio, trabajo y contacto fronterizo en Chile, Cuyo y Buenos aires, 1750-1800”, Runa,
Buenos Aires, Museo Etnográfico, nº XIX, 1989-1990. Estos tres artículos de León están
reproducidos en el libro Maloqueros y conchavadores en Araucanía y las Pampas, 1700-1800,
Temuco, Universidad de la Frontera, 1991. A ellos habría que agregar el artículo -también
reproducido en Maloqueros…, pero más sintéticamente- “Maloqueros, tráfico ganadero y
violencia en las fronteras de Buenos Aires, Cuyo y Chile, 1700-1800”, Jahrbuch für
Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas, Köln, Böhlau Verlag, 26,
1989. Del mismo Leonardo León, Los señores de la cordillera y las pampas: los pehuenches de
Malalhue, 1770-1800, Santiago, DIBAM, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2005.
Además, debemos incluir los trabajos de Jorge Pinto (“Integración y desintegración de un
espacio fronterizo. La Araucanía y las Pampas, 1550-1900”) y de Holdenis Casanova (“La
alianza hispano-pehuenche y sus repercusiones en el macroespacio fronterizo sur andino,
1750-1800)”, publicados en Jorge Pinto (ed.), Araucanía y Pampas. Un mundo fronterizo en
América del Sur, Temuco, Universidad de la Frontera, 1996; del mismo Jorge Pinto,
“Araucanía y Pampas. Una economía fronteriza en el siglo XVIII”, Boletín de historia y
geografía, Santiago, Universidad Católica Blas Cañas, nº 14, 1998. Para una revisión de la
bibliografía producida en las últimas décadas sobre el área estudiada, véase la
compilación de Guillaume Boccara, “Etudios etnohistoricos sobre Araucania, Pampa y
Patagonia norte (1980-2000)”, Nuevo Mundo-Mundos Nuevos, Paris, EHESS, CERMA, nº 1,
2001, mis en ligne le 9 février 2005, disponible sur : http://nuevomundo.revues.org/
document558.html.
3. Preferencia que encontramos ya en el trabajo de Álvaro Jara, Guerra y sociedad en Chile, y
otros temas afines, Santiago, Editorial Universitaria, 1984 (3ª ed). En forma más sistemática,
el tema es trabajado en los textos clásicos y fundadores de Sergio Villalobos: Relaciones
fronterizas en la Araucanía, Santiago, Ediciones Universidad Católica de Chile, 1982, Los
pehuenches en la vida fronteriza, Santiago, Ediciones Universidad Católica de Chile, 1989, y
Vida fronteriza en la Araucanía. El mito de la guerra de Arauco, Santiago, Andrés Bello, 1996.
Una visión alternativa a los planteamientos de Villalobos, en Rolf Foerster y Jorge
Vergara, “¿Relaciones interétnicas o relaciones fronterizas?, Revista de historia indígena,
Santiago, Universidad de Chile, nº 1, 1996. Balances renovados de la historiografía
fronteriza, desde la perspectiva argentina, en Raúl Mandrini, “Frontera y relaciones
fronterizas en la historiografía argentino-chilena” y Silvia Ratto, “El debate sobre la
frontera a partir de Turner. La New Western History, los borderlands y el estudio de las
fronteras en Latinoamérica”, ambos en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana

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“Dr. Emilio Ravignani”, 3ª serie, nº 3, 1991 y nº 24, 2001, respectivamente. De Raúl Mandrini,
“Indios y fronteras en el área pampeana (siglos XVI-XIX): Balance y perspectivas” y “Las
fronteras y la sociedad indígena en el ámbito pampeano”, ambos en Anuario IEHS, Tandil,
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, nº 7, 1992 y nº 12, 1997,
respectivamente; Raúl Mandrini y Carlos Paz (comps.), Las fronteras hispano-criollas del
mundo indígena latinoamericano en los siglos XVIII-XIX. Un estudio comparativo, Tandil,
UCCPBA / UNSUR / UNCOMAHUE, 2003; Susana Bandieri (coord.), Cruzando la Cordillera…
La frontera argentino-chilena como espacio social, Neuquén, CEHIR/UN Comahue, 2001; y el
más reciente trabajo editado por Raúl Mandrini, Vivir entre dos mundos. Conflicto y
convivencia en las fronteras del sur de la Argentina. Siglos XVIII y XIX, Buenos Aires, Taurus,
2006. Para el ámbito mexicano, Micheline Cariño (et al.), “Viejas y nuevas concepciones
de la frontera: Aportes teóricos y reflexiones sobre la historia sudcaliforniana”, Estudios
fronterizos, México, Universidad Autónoma de Baja California, vol. 1, nº 2, 2000 (disponible
en: http://www.uabc.mx/iis/ref/REFvol1num2/EFV1N2-6.PDF). Desde el otro lado del
Atlántico, tenemos la compilación de Francisco de Solano y Salvador Bernabeau (eds.),
Estudios (nuevos y viejos) sobre la frontera, Madrid, C.S.I.C., 1991, y el trabajo de Carlos
Lázaro, Las fronteras de América y los “Flandes Indianos”, Madrid, C.S.I.C., 1997.
4. Margarita Gascón, “La formation de la frontière sud du Pérou, 1598-1740”, Histoire et
sociétés de l’Amérique Latine, Paris, Association Aleph, n° 7, premier semestre 1998, p. 165;
Carmen Norambuena, “Frontera, fronteras, límites y transgresiones”, Cuadernos de historia
, Santiago, Universidad de Chile, nº 20, 2000, p. 135. Pionero e iluminador, en este sentido,
es el ya clásico análisis de Mario Góngora, “Vagabundaje y sociedad fronteriza en Chile
(siglos XVII a XIX)”, Cuadernos del Centro de Estudios Socio-Económicos, Santiago, Universidad
de Chile, Instituto de Sociología, n° 2, 1966. Un análisis más general y renovado con los
aportes de la antropología en el trabajo de Guillaume Boccara, “Mestizaje, nuevas
identidades y plurietnicidad en América (siglos XVI-XX)”, Etnohistoria, Buenos Aires,
Noticias de Antropología y Arqueología, 1999 (disponible en: http://
www.etnohistoria.com.ar/).
5. Guillaume Boccara, “Antropología diacrónica. Dinámicas culturales, procesos históricos
y poder político”, en Guillaume Boccara y Silvia Galindo, Lógica mestiza en América,
Temuco, Universidad de la Frontera, Instituto de Estudios Indígenas, 2000 (reeditada en
Nuevo Mundo-Mundos Nuevos, Paris, EHESS, CERMA, mis en ligne le 14 février 2005,
disponible sur : http://nuevomundo.revues.org/document589.html). En el mismo libro
editado por Boccara y Galindo, véase el sugerente análisis conceptual que hace Carmen
Bernand en “Los híbridos en Hispanoamérica. Un enfoque antropológico de un proceso
histórico”. Boccara ha ampliado y actualizado la discusión en su artículo “Mundos nuevos
en las fronteras del Nuevo Mundo”, Nuevo Mundo-Mundos Nuevos, Paris, EHESS, CERMA, nº
1, 2001, mis en ligne le 8 février 2005, disponible sur: http://nuevomundo.revues.org/
document426.html. Sobre etnogénesis específica del mundo mapuche en su relación con
el “otro” hispanocriollo, este autor ha publicado “Etnogénesis Mapuche: resistencia y
reestructuración entre los indígenas del centro-sur de Chile (siglos XVI-XVIII), Hispanic
American Historical Review, vol. 79, nº 3, Aug. 1999, y su libro Guerre et ethnogenèse mapuche
dans le Chili colonial. L’invention du soi, Paris, L’Harmattan, 1998.
6. Boccara, “Antropología diacrónica…”, p. 29.
7. Véanse los trabajos de Pablo Lacoste, “El camino por el paso El Pehuenche (1658-1961):
aporte para el estudio de la integración binacional”, y de Ana Teresa Fanchin y Luz María
Méndez, “Demografía, comercio y tráfico entre Cuyo y Chile, 1778-1823”, en Revista de
estudios trasandinos, Santiago, nº 1, 1997, pp. 118-119 y nº 3, 1998, p. 123, respectivamente.

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8. Margarita Gascón, “Comerciantes y redes mercantiles del siglo XVII en la frontera sur
del Virreinato del Perú”, Anuario de estudios americanos, Sevilla, LVII-2, julio-diciembre
2000; Leonardo León, Osvaldo Silva y Eduardo Téllez, “La guerra contra el malón en Chile,
Cuyo y Buenos Aires, 1750-1800”, Cuadernos de historia, Santiago, nº 17, 1997.
9. Cf. Villalobos, Los pehuenches…, pp. 166-167.
10. Pablo Lacoste, “Instalaciones y equipamiento vitivinícola en el Reino de Chile. Vasijas,
pipas, lagares (siglo XVIII)”, Revista de historia social y de las mentalidades, Santiago, año X,
vol. 1, 2006, p. 96.
11. José Fernández Campino, Relación del Obispado de Santiago [ca. 1744], Santiago, Editorial
Universitaria, 1981, pp. 38-39 y 88.
12. Cf. Pinto, “Araucanía y Pampas...”, op. cit.; José Bengoa, Historia del pueblo mapuche,
Santiago, SUR, 1988; Leonardo León, “Mestizos e insubordinación social en la frontera
mapuche de Chile, 1700-1726”, en Julio Retamal A. (ed.), Estudios coloniales II, Santiago,
Universidad Andrés Bello, 2002. También, Raúl Mandrini y Sara Ortelli, “Las fronteras del
sur”, en Mandrini (ed.), Vivir entre dos mundos…, p. 31; y, en un plano más general, Raúl
Mandrini, “Procesos de especialización regional en la economía indígena pampeana (s.
XVIII-XIX): el caso del suroeste bonaerense”, Boletín americanista, Barcelona, nº 41, 1991.
Véase también la reciente tesis doctoral de Julio Esteban Vezub, “Valentín Saygüeque y la
‘Gobernación Indígena de las Manzanas’. Poder y etnicidad en la Patagonia noroccidental
(1860-1881)”, Buenos Aires, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos
Aires, 2005.
13. Pablo Lacoste, El sistema pehuenche. Frontera, sociedad y caminos en los Andes Centrales
argentino-chilenos (1658-1997), Mendoza, Gobierno de Mendoza/Universidad Nacional de
Cuyo, s/d, p. 51; Miguel Angel Palermo, “La compleja integración hispano-indígena del sur
argentino y chileno durante el período colonial”, América indígena, México, vol. LI, nº 1,
1992.
14. José Vera Rodríguez, Sal y sociedad. Las salinas de Boyeruca, 1644-2001, tesis de Magister
en Historia, Santiago, Universidad de Chile, 2003 (http://www.cybertesis.cl/tesis/
uchile/2003/vera_j/html/index-frames.html).
15. Sergio Sepúlveda, “Otro aspecto del tráfico colonial con la provincia de Cuyo”,
Informaciones geográficas, Santiago, año IX, 1961, p. 14.
16. Guillaume Boccara, “Antropologia diacrónica”, op. Cit.
17. Sergio Villalobos, “Tipos fronterizos en el ejército de Arauco”, en Villalobos (et al.),
Relaciones fronterizas…, pp. 187-194; Andrea Ruiz-Esquide, Los indios amigos en la frontera
araucana, Santiago, DIBAM, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 1993. Cf. Daniel
Villar y Juan Francisco Jiménez, “Indios amigos. El tránsito progresivo desde la autonomía
a la dependencia étnica en un sistema de contactos múltiples. El caso de Venancio
Coihuepan en sus momentos iniciales (1827, frontera Sur de Argentina)”, en Pinto (ed.),
Araucanía y Pampas…, op. cit.
18. Góngora, “Vagabundaje…”, op. cit.
19. Archivo Nacional Histórico, fondo “Capitanía General” (en adelante, ANH.CG), vol.
507, pza. 10. A menos que se indique lo contrario, todos los documentos que se citan a
continuación provienen de este mismo expediente.
20. Carta de 24 de junio de 1786, ANH.CG, vol. 507, pza. 10, fj. 72.
21. Ibidem.
22. Ibid., fj. 72v.
23. Santiago, 18 de agosto de 1786, fj. 75.
24. Góngora, “Vagabundaje…”, pp. 24 y 27. También, León, Los señores…, pp. 149 y ss.

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25. Mendoza, 21 de enero de 1787, fjs. 76-76v.


26. Ibid., fj. 77v.
27. Oficio de 14 de marzo de 1791, fj. 79.
28. Mendoza, 29 de febrero de 1796, fj. 94v.
29. La petición indígena la recoge el subdelegado de Curicó, en 1796: fj. 100v.
30. Curicó, 6 de febrero de 1795, fjs. 91-91v.
31. Mendoza, 29 de febrero de 1796, loc. cit., fj. 94v.
32. Mendoza, 25 de enero de 1796, fjs. 92-92v [destacado nuestro].
33. Santiago, 29 de enero de 1794, fj. 83 [destacado nuestro].
34. Santiago, 7 de julio de 1796, fj. 97.
35. Mendoza, 28 de mayo de 1796, fj. 96.
36. Curicó, 19 de agosto de 1796, fj. 100.
37. Mendoza, 28 de mayo de 1796, fj. 96.
38. Talca, 16 de agosto de 1796, fj. 98v.
39. “Lista de los que han estado dentrando a la tierra”, enviada por Moyano al
subdelegado de Talca, 11 de septiembre de 1794, fj. 89v.
40. Ibidem.; oficio fechado en Talca, 29 de septiembre de 1794, fjs. 88-89; oficio fechado en
Concepción, 10 de noviembre de 1794, fj. 90.
41. Cauquenes, 7 de enero de 1794, fj. 85.
42. Llepu, 22 de marzo de 1794, fj. 86.
43. Talca, 29 de septiembre de 1794, fj. 88.
44. Humberto Lagiglia, “Relaciones prehistóricas e históricas intercordilleranas en el sur
de Mendoza”, Revista de estudios trasandinos, Santiago, Asociación Chileno-Argentina de
Estudios Históricos, nº 1, 1997, p. 51
45. Sobre estos problemas, me remito a la renovada compilación bibliográfica publicada
por Capucine Boidin, Alejandro Gómez, Gilles Havard, Frédérique Langue, Monica
Martinez y Mônica Raisa Schpun, “Métissages. Une bibliographie collective axée sur les
Amériques”, Nuevo Mundo-Mundos Nuevos, nº 7, 2007, mis en ligne le 16 juin 2007,
disponible sur : http://nuevomundo.revues.org/document6813.html.

RESÚMENES
A través de un expediente administrativo sobre la circulación de productos y de personas entre
Chile y el Río de la Plata, se exploran los contactos interétnicos, las relaciones sociales, los
intereses materiales y los mecanismos políticos que se desarrollaron a través de los numerosos
pasos que atravezaban la cordillera.

A partir d’un dossier administratif portant sur la circulation de produits et de personnes entre le
Chili et le Río de la Plata, seront analysés les contacts inter-ethniques, les relations sociales, les
intêrets matériels et les mécanismes politiques qui se sont developpés dans la région des cols
permettant de traverser la cordillère des Andes.

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ÍNDICE
Mots-clés: Chili, Rio de la Plata, Cordillére des Andes, circulations
Keywords: Chile
Palabras claves: Cordillera de los Andes, circulaciones, relaciones interétnicas.

AUTOR
JAIME VALENZUELA-MÁRQUEZ

Profesor del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Correo


electrónico: jvalenzm@uc.cl

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