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Ensayo N° 2
Cuerpo y (de/pluri)subjetividad en El obsceno pájaro de la noche (1970) de José
Donoso y Frente a un hombre armado (1981) de Mauricio Wacquez
Quid corpus possit, nemo hucusque determinavit, hoc est, neminem hucusque experientia
docuit quid corpus ex solis legibus naturae, quatenus corporea tantum consideratur, possit
agere et quid non possit, nisi a mente determinetur1.
1
“Nadie ha determinado hasta aquí qué puede el cuerpo, esto es, a nadie condujo hasta aquí la experiencia qué
puede hacer el cuerpo a partir de las solas leyes de la naturaleza, en cuanto es considerada solamente corpórea,
y qué no puede si no es determinado por el alma”
saber”, en el que “el narrador no es ya más una instancia soberana, el depositario de un saber
confiable sobre las cosas y el mundo” (Novela chilena 32). De esta manera, la narrativa
chilena del siglo XX irá dando muestras de experimentación sobre estos nuevos márgenes,
en los que las obras irán explorando nuevos límites en torno a la figura del narrador, en lo
que veremos, de manera más extrema, un desplazamiento y destrucción de un espacio estable
de la subjetividad. Sin embargo, es interesante revisar bajo qué términos se articula dicho
desplazamiento de la subjetividad, esto es, en qué momentos se evidencia una sublimación
estética de dicha fragmentación y crisis del sujeto. En el presente ensayo, nos avocaremos a
analizar en El obsceno pájaro de la noche de José Donoso y Frente a un hombre armado de
Mauricio Wacquez cómo se articula este desplazamiento, en pos de evidenciar la manera en
que ambas novelas, en contraposición de un “desparramo negativo” ininteligible, proponen
nuevas formas de subjetividad, de manera múltiple, que se presentan justamente en el devenir
desplazado. Particularmente, veremos cómo el espacio de la (de)subjetivación se propone
desde una isotopía textual en las obras a analizar en torno al cuerpo. Vemos cómo Humberto
Peñaloza/El Mudito y Juan de Warmi van experimentando una en-carnación, una “carnación”
diferida constantemente, en un juego de múltiples subjetividades, desde las nominaciones
con las que vemos identificado al protagonista en la obra de Wacquez, hasta el
enmascaramiento constante y huidizo con el que vemos al Mudito en la narración. Todos
estos desplazamientos, como veremos, se originan siempre desde un espacio del cuerpo,
desde el erotismo, la copulación, o el desmembramiento. En consecuencia, la dinamización
que se ofrece desde el espacio textual, como lo es la indeterminación originada por la
multiplicidad de pronombres, o el lugar de enunciación de las voces narrativas, se condice
con la pluralidad corporal y espacial que se encuentra en las obras a trabajar.
Ligado a la superficie ahuecada que encarna el Mudito, la obra presenta una interesante
consonancia con la tesis del huevo y del Cuerpo sin Órganos sostenida por Deleuze y
Guattari. Para los franceses, la constitución de un CsO consiste en el vaciamiento deliberado
de cualquier principio de organicidad que oriente de manera previa la corporeidad. Se trata
de una desubstancialización en pos de flujos de intensidades y de agenciamientos. Se sostiene
que “[e]l CsO es el huevo. Pero el huevo no es regresivo: al contrario, es contemporáneo por
excelencia (…). Es el medio de intensidad pura, el spatium, y no la extensio” (168). En virtud
de su potencia, el CsO deleuziano se articula como un plano de entrecruce de flujos y de
producción constante de deseo. En términos prácticos, vemos cómo el cuerpo del Mudito se
presenta como máquina médica, productora de sangre y de órganos naturalizados y receptora
de la enfermedad de los monstruos de la Rinconada. De esta manera, el proceso de
identificación subjetiva es algo que siempre va cambiando, que no se estabiliza bajo ningún
parámetro fijo, por lo que existe una carencia de fijación del yo. Lo sostenido por el propio
Mudito es elocuente en este caso: “he perdido mi forma, no tengo límites definidos, soy
fluctuante, cambiante, como visto a través de agua en movimiento que me deforma hasta que
yo ya no soy yo, soy este vago crepúsculo de conciencia poblado de figuras blancas que
vienen y me pinchan la vena”2 (283). De tal modo, se trata de constantes devenires del sujeto,
que no se anclan en ninguna estructura física organizada, sino que se ve entrecruzado por un
flujo de intensidades. En consonancia con esto, explícitamente el Mudito declara la
incapacidad de reconocerse, en el doble sentido de la palabra: no es idéntico nunca a sí
mismo, no se reconoce; por otro lado, no puede ‘volver a conocerse’, en cuanto su
corporalidad no expone ningún punto de anclaje sobre el cual predicar alguna significación:
“Yo también soy de algodón. Con mis manos recorro mi cuerpo. No siento su forma ni su
consistencia porque es de algodón y mis dedos son de algodón y el algodón no puede explorar
ni sentir ni reconocer, sólo puede continuar siendo blando, blanco” (287).
2
Las cursivas son mías.
3
Ídem.
“El grupo que formamos para presenciar el espectáculo se ha estrechado tanto alrededor de
Romualdo y la Iris que nuestras piernas me ocultan... hace cinco minutos que no me ves, Iris,
y ya te has olvidado de mí: eres la Pantera de Broadway, la que baila en las esquinas y en la
ventana de la casa, arrastrada por este nuevo juego que borra los anteriores y los suplanta,
bailando una danza salvaje alrededor del cuerpo yaciente de tu víctima” (121).
Así, es en la utilización del cuerpo en la que vemos la difuminación del Mudito a través del
cuerpo textual: la confusión de cuerpos en la danza que celebra la muerte de la cabeza como
Unidad, como lo Uno arbóreo, en un juego de cuerpos que se desplazan.
“Sí, empezó hablando de eso, pero después todo se deformó mucho. Humberto no tenía la
vocación de la sencillez. Sentía necesidad de retorcer lo normal, una especie de compulsión
por vengarse y destruir y fue tanto lo que complicó y deformó su proyecto inicial que es
como si él mismo se hubiera perdido para siempre en el laberinto que iba inventando lleno
de oscuridad y terrores con más consistencia que él mismo y que sus demás personajes,
siempre gaseosos, fluctuantes, jamás un ser humano, siempre disfraces, actores, maquillajes
que se disolvían…” (503).
Así, vemos una articulación acéfala de la escritura y del cuerpo –de manera literal y a modo
de sentido-, ya que se pierde la estructuración de identidad corporal y escritural, la narración
se difumina en términos pronominales, los fragmentos que se repiten dan cuenta de una
presentización del proceso escriturario; en paralelo, el cuerpo del Mudito deviene y transita,
desestructurando determinadas oposiciones binarias, como lo son lo adulto-lo niño, hombre-
mujer, etc.
El proceso de confusión identitaria se refuerza en una obra como Frente a un hombre
armado de Mauricio Wacquez, ya que vemos los procesos cómo la escritura va develando, a
partir de un estilo particular, cómo los cuerpos se van confundiendo a través de un contacto
entre sí, que permite la circulación de nombres hacia un devenir de identidades inscritas en
un devenir de cuerpos sexuados.
Los procesos de identidad y subjetividad se ven cruzados, como dice Nancy, por la
suposición del sujeto: se trata de un sujeto supuesto, puesto debajo en relación con una unidad
substancial de la cual vendría; sin embargo, ante metafísica extracorporal, conviene entender
la subjetividad como una fractura de la identidad-de-sí, de la incapacidad de predicar de
manera estable cualquier tipo de quididad que conforme al sujeto. Frente a esto, conviene
evaluar la subjetividad como existencia de un quis, en su singularidad que adviene, nunca
fijándose en una esencia, sino que se proyecta hacia un fijo en devenir. De esta manera, la
subjetividad es pura existencia: se trata de un existente, pero existente precisamente en tanto
que la existencia no se sostiene en una esencia. O en tanto que la existencia es aquello cuya
esencia toda consiste en estar ahí, singularmente ahí; así mismo, la singularidad de la
existencia se multiplica, es múltiple, de manera que la pluralidad es lo que hace que cada uno
de los singulares esté en su singularidad radical y absoluta, distinto de los otros (Nancy, ¿Un
sujeto? 67-68). Todo esto nos permite ver cómo la identidad de Juan de Warni es algo que,
a partir de su nominalidad singular, se proyecta hacia una confusión. Es interesante ver las
relaciones que mantiene la subjetividad con el espacio en el que se despliega la obra, ya que
desde el comienzo vemos como esta espacialidad se condice con una suerte de “desorden”,
con un vaciamiento del sentido, en un barroquismo que resalta la superficie, la cáscara: se
trata de un CsO arquitectural: “El padre de Leon desdeñó desde la partida el ornamento
interior, porque, pensó, eso no requería arte ni imaginación (…). Algo que se parecía al
disparate gobernaba la apariencia imponente de esos miles de enclaves clausurados, puestos
ellos mismos fuera del alance por el sensato trazado d sus parques” (Wacquez 15). Lo relativo
a la confusión se articula como isotopía semántica dentro de la obra, pero se trata de una
confusión productiva, insertada en el ámbito de la existencia patente de los sujetos. En la
obra misma se tematiza el asunto de la posibilidad (“Ya veremos lo que encuentra, lo que
encontraré: en este momento todo es posible, una vez más es mejor imaginar la vida que
vivirla” (20)), lo que nos permite dar cuenta de cómo las proyecciones de la imaginación
alcanzan el espacio de lo corporal. Citando a Spinoza, “el alma se esfuerza cuanto puede en
imaginar aquellas cosas que aumentan o favorecen la potencia de actuar del cuerpo” (136).
Así mismo, la subjetividad se concibe en la obra como un proceso construido a partir de la
existencia de una alteridad: “Siempre me ha interesado el mecanismo mediante el cual
debemos rebotar en los demás para contemplar nuestro propio rostro” (24).
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“Entre nosotros el árbol se ha plantado en los cuerpos, ha endurecido y estratificado hasta los sexos. Hemos
perdido el rizoma o la hierba” (Deleuze 23).
Bibliografía
Agamben, Giorgio. Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida. Valencia: Pre-Textos,
2010.
Deleuze, Gilles y Felix Guattari. Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Valencia: Pre-
Textos, 2002.
Foucault, Michel. Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Buenos Aires: Siglo Veintiuno
Editores, 2010.
Nancy, Jean-Luc. 58 indicios sobre el cuerpo. Extensión del alma. Buenos Aires: Ediciones
La Cebra, 2007.
de Spinoza, Baruj. Ética demostrada según el orden geométrico. Trad. Atilano Domínguez.
Madrid: Editorial Trotta, 2000.