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CHARLAS CUARESMALES 2005

EUCARISTÍA Y PALABRA

En la encíclica sobre la Eucaristía, nos dice el Papa Juan Pablo II: "La Iglesia vive de
la Eucaristía. Esta verdad […] encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Esta
experimenta […] la promesa del Señor: «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo» (Mt 28,20); en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y
el vino en el cuerpo y en la sangre del Señor, se alegra de esta presenciaron una intensidad
única"1

La cuaresma es el tiempo de preparación para celebrar el misterio pascual: pasión,


muerte y resurrección del Señor. Es del misterio pascual de donde nace la Iglesia. Por eso la
Eucaristía, que es el sacramento por excelencia del misterio pascual, está en el centro de la
vida eclesial. Es, ciertamente, desde los orígenes de la Iglesia que sus fieles "perseveraban
asiduamente en la escucha de la enseñanza de los apóstoles, en la comunión fraterna, en la
fracción del pan y en las oraciones" (Hch 2,42). Dos mil años después seguimos
reproduciendo aquella imagen de la Iglesia primitiva. En la celebración de la Eucaristía,
nuestra mirada se dirige hacia el Triduo pascual, a lo que sucedió la tarde del Jueves Santo,
durante la Última Cena y después de ella2.

El Concilio Vaticano II, en la constitución dogmática «Dei Verbum» subraya la


conexión de la Escritura con la Eucaristía:

"La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo
del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de
la Palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la sagrada liturgia. […] Es
necesario, por consiguiente, que toda la predicación eclesiástica, como la misma religión
cristiana se alimente de la Sagrada Escritura y se rija por ella. Porque en los sagrados libros, el
Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos; y es tanta la
eficacia que radica en la Palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor para la Iglesia, y
fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida
espiritual"3.
1
JUAN PABLO II, Ecclesia de Eucaristía, nº 1.
2
Cf., íbidem, nº 3.
3
DV, nº 21.
"Como la vida de la Iglesia se desarrolla por la participación asidua del misterio
eucarístico, así es de esperar que recibirá nuevo impulso de vida espiritual con la redoblada
devoción a la Palabra de Dios, que permanece para siempre (Is 40,8; cf. 1 Pe 1,23-25)"4.

Esa unión forma parte de la tradición muy antigua que, probablemente, ha


influenciado la redacción del relato de los discípulos de Meaux (Lc 24,13-35), en el cual
Cristo resucitado les explica las Escrituras y luego parte el pan. Más allá de la historicidad del
relato, Lucas expone una catequesis sobre la celebración de la Eucaristía y, sin duda, nos
presenta, en forma de relato, la celebración litúrgica de la Eucaristía de la comunidad cristiana
en tiempos de Lucas con sus dos parte: celebración de la Palabra y la fracción del pan. Este
esquema litúrgico la Iglesia lo ha conservado en sus grandes líneas a través de los siglos.

Ciertamente, palabra y banquete eucarístico están estrechamente relacionados en la


tradición evangélica, sobre todo en la de los sinópticos (Mc 14,17-31; Mt 26,20-35; Lc 22,14-
38). También el evangelio de Juan, aunque de ellos hablaremos más tarde.

Ya en el AT, la Palabra de Dios (Torah, la Ley), manifestación de la voluntad de Dios,


es alimento del creyente (Sal 119,103; Jr 15,16; Ez 3,1; cf. 2,9-10). Esta voluntad de Dios,
revelada en las Escrituras es el alimento de todo miembro del Pueblo de Dios, porque "no sólo
de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Dt 8,3). Esta es la
respuesta de Jesús en su primera tentación en el desierto (Mt 4,4), porque el alimento de Jesús
es hacer la voluntad del Padre que lo ha enviado (cf. Jn 4,34).

Ahora bien, si la Palabra es considerada como alimento en las mismas Escrituras,


podemos intentar también una comprensión de la relación entre palabra y comida desde un
punto de vista lógico y racional. Ya que una misma es la boca con la que hablamos y
comemos5, parece lógico que el banquete, como elemental convivencia humana, se realice en
la conversación. ¿Consideraríamos normal un banquete en silencio? De hecho, la palabra
"convite" incluye el prefijo "con" de simultaneidad y compañía, así como "con-versación".
Comer a solas nos parece algo biológico, animal, mientras que comer en compañía,
conversando, compartiendo, es un acto humano. Si nos molestan en un banquete los discursos
o la tele es porque impiden la comunicación, la conversación.

Esto que nos parece lógico y normal, se puede también aplicar a esa relación
eucarística de palabra y comida que se explican mutuamente. Por un lado, la conversación es

4
DV, nº 26.
5
Cf. LUIS ALONSO SCHÖKEL, La Palabra Inspirada. La Biblia a la luz de la ciencia del lenguaje (Madrid
19863) págs. 371-375. En esta parte seguimos a este autor.
2
como compartir un alimento espiritual, en la que los co-mensales (con-mesa = mesa en
común) se enriquecen sin empobrecerse. Decimos que gustamos, saboreamos y paladeamos
una conversación. Utilizamos expresiones como "sentencias leves como crema", "palabras
dulces", "confidencias amargas", "ocurrencias saladas", "críticas ácidas", "recuerdos jugosos",
etc. A veces recordamos mejor de un banquete la conversación que el menú. Por otro lado, un
"con-vite" es como una "con-versación" sabrosa: los comensales comparten los manjares en
régimen de igualdad con el anfitrión. En el banquete, es gloria del anfitrión poder ofrecer, de
modo que todos compartan. En la conversación triunfa el que más puede dar, de pensamiento
o expresión, aunque, por otra parte, salga ganando el que recibe. La conversación es
comunicación humana y así lo es el convite.

En el convite eucarístico se nos reparte el cuerpo, carne, sangre de Cristo glorificado y


también su espíritu. La historia de la salvación culmina y se condensa en Cristo: también su
vida se ofrece "bajo especies de palabra" en el evangelio.

Cristo es vida. Dio su vida terrena por nosotros, nos da su vida glorificada a nosotros.
Cristo se da enteramente, como palabra total, en una palabra final, Él que nos había dados sus
palabras. Con ellas nos había ido dando Espíritu: "mis palabras son espíritu y vida" (Jn 6,64).
Juan, aunque en su presentación de la Última Cena de Jesús, no habla de la institución de la
Eucaristía, inserta sus últimas palabras, su testamento, en el contexto de un convite, el del
banquete pascual (Jn 13-17), en ellas promete el don del Espíritu, de su Espíritu. De nuevo,
convite y conversación, alimento eucarístico y palabra. Todo queda sellado, rubricado en su
última palabra: "Todo queda terminado", tras la cual entrega su espíritu (Jn 19,30).

El Jesús que se nos da como alimento, dándonos a comer su cuerpo y su sangre, es la


Palabra eterna de Dios hecho hombre (Jn 1,14), es el "pan bajado del cielo" para dar vida al
hombre (Jn 6,32-33.35). Acoger fielmente sus palabras es acogerlo a Él, Palabra eterna de
Dios", y es fuente de vida eterna, de intimidad con Dios (Jn 14,23-24; 15,7.20; 17,6). Esta
Palabra compartida en la Eucaristía nos envía en misión, en una misión profética en medio del
mundo. Por ello es necesario alimentarse de esta Palabra, como Juan, el vidente del
Apocalipsis que debe comer el librito que le ofrece el ángel y que contiene la Revelación /
mensaje de Dios (Ap 10,1-7) — llamado evangelio en Ap 14,6 —, para continuar su labor
profética.

* Preguntas e interrogantes sobre las implicaci0ones cristianas en la vida diaria de la


relación Eucaristía y Palabra.

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