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Luca se entera de su
boda

—B uena suerte —dijo Matteo con una sonrisa retorcida. Lo ignoré y


me dirigí a la oficina de nuestro padre. Odiaba ir corriendo
cuando me llamaba. Era la única persona que podía ordenarme y
el maldito lo disfrutaba. Se sentaba detrás de su escritorio con esa sonrisa narcisista
que odiaba más que cualquier cosa—. Me llamaste, padre —dije, tratando de sonar
como si me importara una mierda.
Su sonrisa se ensanchó.
—Te hemos encontrado esposa, Luca.
Levanté una ceja. Sabía que él y la Organización de Chicago habían estado
discutiendo una posible unión durante meses, pero mi padre nunca había estado
dispuesto a dar mucha información. Le encantaba tener ese poder sobre mí.
—¿De la Organización?
—Por supuesto —dijo, moviendo los dedos sobre la mesa y observándome.
Quería que le pregunte quién era, quería prolongar esto, quería verme avergonzado.

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Que se joda. Metí las manos en mis bolsillos y lo miré directo a los ojos.

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Su expresión se oscureció.
—Es la mujer más hermosa que la Organización puede ofrecer. Una
verdadera maravilla. Cabello dorado, ojos azules, piel pálida. Un ángel que
descendió a la tierra según Fiore. Espero que disfrutes rompiendo sus alas.
Esperé el “pero”. Padre parecía demasiado satisfecho consigo mismo, como
si estuviera ocultando algo que sabía que odiaría.
—Quizás has oído hablar de ella. Es Aria Scuderi, la hija del Consigliere,
cumplió quince hace unos meses.
No fui lo suficientemente rápido para ocultar mi sorpresa. ¿Quince años?
Maldición, ¿estaba burlándose de mí?
—Pensé que querían que la boda tuviera lugar pronto —dije cuidadosamente.
Padre se reclinó en su asiento, sus ojos buscando un destello de debilidad.
—Y así es. Todos lo queremos.
—No me casaré con una maldita niña —gruñí, dejando de actuar agradable.
Estaba harto de sus juegos.
—Te casarás con ella, y la follarás, Luca.
Exhalé antes de decir o hacer algo de lo que más adelante lamentaría.
—¿Realmente crees que nuestros hombres me mirarán con respeto si actúo
como un maldito pedófilo?
—No seas ridículo. Nos miran con respeto porque nos temen. Y Aria no es
tan joven. Tiene la edad suficiente para abrir las piernas y la folles.
No era la primera vez que consideraba ponerle una bala en la cabeza. Era mi
padre, pero también era un bastardo sádico al que odiaba más que nada en el mundo.
—¿Qué dice la chica sobre tu plan?
Padre soltó una carcajada.
—No sabe nada todavía, y no es que sus sentimientos son importantes. Hará
lo que se le diga y tú también.
—¿A su padre no le importa darme a su hija antes de que tenga la mayoría de
edad?
—No.

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¿Qué clase de bastardo era Scuderi? Pude ver cuánto disfrutaba padre con mi

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furia.
—Pero la madre de la chica le pidió a Fiore Cavallaro posponer la boda.
Asentí. Por lo menos, una persona no estaba mal de la jodida cabeza.
—Claro que todavía no hemos decidido qué hacer. Te lo haré saber una vez
que se tome la decisión.
Me fui, sabiendo que con eso había terminado la discusión. Matteo estaba
apoyado contra la pared frente a la oficina de padre. Pasé junto a él, intentando
controlar la ira que ardía por mi cuerpo. Quería matar a alguien, preferiblemente a
nuestro padre. Fui directamente hacia el área del bar en la sala de la casa.
—¿Qué hizo ahora nuestro sádico padre? —preguntó Matteo mientras se unía
a mí.
Lo fulminé con la mirada.
—Quiere que me case con una maldita niña.
—¿De qué mierda estás hablando? Pensé que estaba tratando de emparejarte
con la mujer más bella de la maldita Organización —dijo Matteo burlonamente.
—Deben tener una concepción diferente de mujer bonita allí, porque quieren
casarme con Aria Scuderi y tiene quince malditos años.
Matteo silbó.
—Santa mierda. ¿Han perdido la maldita cabeza? ¿Qué hizo la pobre chica
para merecer tal destino?
No estaba de humor para sus bromas. Quería golpear algo… con fuerza.
—Es la hija mayor del Consigliere, y luce como un ángel que descendió a la
tierra si crees en Fiore Cavallaro.
—Así que la casan con el diablo. Una pareja hecha en el infierno.
—Estás empezando a enojarme, Matteo. —Llegué a la barra del bar y agarré
la botella de whisky más cara, la que nuestro padre guardaba para ocasiones
especiales.
La llevé a mis labios y tomé un profundo trago.
Matteo me arrebató la botella de la mano y bebió, tomando una cantidad
considerable de líquido ámbar antes de deslizarla hacia mí. Nos pasamos la botella

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durante un rato antes de que Matteo hablara otra vez.

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—¿De verdad harán que te cases con esa chica? Quiero decir, estoy a favor de
las cosas pervertidas, pero follarse a una chica de quince años es demasiado grotesco
incluso para mí.
—El idiota de su padre me la entregaría mañana si fuera necesario. A ese
bastardo no parece importarle.
—Entonces, ¿qué vas a hacer?
—Le dije a padre que no me casaría con una niña.
—Y él te dijo que te crecieran un par de bolas e hicieras lo que tu Capo te
ordena.
—Sí. Eso es lo que dijo. No puede entender por qué la chica necesita ser
mayor de edad para la boda. Todo lo que tiene que hacer es abrir sus piernas para
mí.
Matteo entrecerró los ojos en esa maldita manera en que lo hacía cuando
estaba intentando averiguar algo.
—¿Y lo harás?
—¿Haré qué? —Sabía lo que quería decir, pero me molestó como el infierno
que tuviera que preguntarlo. Esperaba esa pregunta de todos los demás, pero no de
él. Sabía que incluso yo tenía ciertas líneas que no estaba dispuesto a cruzar.
Todavía. La vida podía ser una perra, especialmente si eres parte de la mafia, así que
había aprendido que “nunca digas nunca” era un lema con el que debías vivir.
—¿Te la vas a follar?
—Soy un asesino, no un pedófilo, estúpido imbécil.
—Hablando como un verdadero filántropo.
—Vete a la mierda y deja de leer el maldito diccionario.
Matteo sonrió satisfecho, lo que me hizo sacudir la cabeza con una sonrisa.
Ese maldito sabía cómo hacerme sentir mejor.

Matteo apenas había dejado de hablar desde que bajamos del avión. Estaba a

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pocos segundos de darle un puñetazo en la garganta.

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—Deja de estar malhumorado, Luca. Deberías estar feliz. Hoy conocerás a tu
prometida. ¿No tienes curiosidad de cómo luce? Podría ser muy fea.
No lo era. Padre no dejaría que los de la Organización nos engañaran así.
Pero no había encontrado una foto de ella en internet. Parecía que Scuderi mantenía
a su familia fuera del ojo público.
—Estoy sorprendido de que la sirvienta no nos siguiera. Parece un riesgo
dejar que los enemigos potenciales caminen por la casa sin supervisión. Me hace
preguntarme si esto es una trampa —dijo Cesare mientras seguía mirando por
encima su hombro.
—Es un juego de poder. Scuderi quiere mostrarnos que no está preocupado
por nuestra presencia —dije a medida que nos dirigíamos en la dirección que la
sirvienta nos había indicado.
Pude escuchar a personas corriendo en nuestra dirección. Mi mano fue a mi
pistola. Cesare y Matteo hicieron lo mismo mientras doblábamos la esquina. Cuando
vi lo que causaba la conmoción, me relajé. Niños persiguiéndose, precipitándose
directamente hacia nosotros. El chico se las arregló para detenerse, pero una
pequeña niña agitando los brazos se precipitó y estrelló contra mí. Mis manos
salieron disparadas para atraparla. Me miró con los ojos muy abiertos a medida que
la sostenía por los hombros.
—Liliana —gritó una de las otras chicas. Mi mirada se desvió hacia ella
rápidamente, luego a su cabello dorado, y supe quién era. Aria Scuderi, mi futura
esposa. Era la más grande de todos, pero maldita sea, se veía jodidamente joven.
Quiero decir, no era que esperara a una mujer adulta, pero esperaba que no fuera tan
jodidamente obvio que solo tenía quince años. No estaba seguro de lo que hubiera
hecho si Cavallaro y mi padre no hubieran aceptado esperar hasta que ella cumpla
los dieciocho.
Era bonita de una manera muy infantil, pero había la promesa de verdadera
belleza bajo sus rasgos jóvenes. Era pequeña, pero con mi tamaño la mayoría de las
mujeres lo eran. En unos cuantos años cuando se convirtiera en mi esposa, sería
impresionante. Es mejor que aprenda a ocultar mejor sus emociones para ese
entonces. Lucía jodidamente aterrada. Estaba acostumbrado a que la gente me
mirara de ese modo, pero con las mujeres prefería la admiración y el deseo que el
terror cualquier día.
—Liliana, ven aquí —dijo. Era bastante obvio que estaba intentando parecer

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fuerte y adulta. Habría sido más convincente si su voz no temblara y si no tuviera

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ese brillo de temor en sus ojos. Aflojé mi agarre en su hermana Liliana quien se
dirigió hacia Aria como si el diablo estuviera tras sus talones. ¿Acaso estas chicas
nunca habían conocido a otros hombres? Scuderi probablemente las mantenía en una
jaula de oro, lo que me venía muy bien.
—¡Ese es Luca Vitiello! —exclamó una pelirroja, de hecho, arrugándome su
maldita nariz. No estaba acostumbrado a tanta grosería. La gente sabía
perfectamente que no debía faltarme al respeto. Pero al parecer los mocosos de los
Scuderi no lo sabían.
Hubo un siseo, y el chico se lanzó en mi dirección y de hecho me atacó.
—¡Deja en paz a Aria! ¡No la tendrás!
Cesare hizo un movimiento para interponerse como si necesitara ayuda contra
un enano.
—No, Cesare. —Miré fijamente al niño. Su fervor era casi admirable si no
fuera tan inútil. Lo agarré de las manos.
Aria se lanzó hacia mí como si pensara que podría romper el cuello de su
hermano y luego el suyo. Mierda, ¿qué le había dicho su familia sobre mí? Debieron
mentirle. Sabía que tenía una reputación y estaba jodidamente orgulloso de ella, pero
Aria no necesitaba saberlo… todavía.
—Qué cálida bienvenida. Esta es la infame hospitalidad de la Organización
—dijo Matteo, dejando que su bocaza hablara libremente como de costumbre.
—Matteo —advertí antes de que dijera algo más. Eran niños, incluso mi
futura esposa, y no necesitaban escuchar su colorido vocabulario.
El enano se retorcía en mi agarre, mordiendo y gruñendo como un perro
salvaje.
—Fabiano —dijo Aria, lanzando su mirada hacia mí por un milisegundo
antes de agarrar el brazo de su hermano—. Es suficiente. Esa no es la forma en que
tratamos a los invitados.
A pesar de su apariencia frágil, Aria parecía tener algún poder sobre sus
hermanos. Su hermano dejó de luchar y la miró.
—No es un invitado. Quiere robarte, Aria.
Lo siento amigo, nada de este maldito arreglo fue mi idea. Y sin embargo,
tenía que admitir que después de haber visto a Aria, no dejaría que escapara de mi

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agarre por nada del mundo. Ahora era mía.

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Matteo rio entre dientes.
—Esto es demasiado bueno. Me alegro de que padre me convenciera de
venir.
—Te lo ordenó. —Nuestro padre nunca intentaba convencer a nadie.
Ordenaba, sobornaba o chantajeaba.
Aria tuvo un momento difícil al encontrarse con mi mirada; obviamente
estaba avergonzada por mi atención. Un rubor profundo se había extendido por sus
mejillas. Solté a su hermano y ella lo atrajo hacia su cuerpo de manera protectora.
Era tan tímida y estaba aterrada que me pregunté si se atrevería a oponerse a mí si de
verdad hacia un movimiento contra su hermano. No es que lo fuera hacer. No había
ningún honor en atacar a mujeres y niños.
—Lo siento —dijo Aria débilmente—. Mi hermano no tenía la intención de
ser irrespetuoso.
—¡Si la tenía! —gritó el chico. La mano de Aria salió disparada y le tapó la
boca. Casi reí. Había pasado tiempo desde que una mujer me había hecho querer
reír, incluso por accidente.
—No te disculpes —siseó la pelirroja—. No es nuestra culpa que él y sus
escoltas ocupen tanto espacio en el pasillo. Por lo menos, Fabiano dice la verdad.
Todo el mundo piensa que necesitan rebosar de cariño ya que él va a ser Capo…
Le lancé una mirada a Matteo. Esa chica tenía el mismo mal genio que él.
Después de más discusiones, Aria finalmente consiguió que sus hermanos se
fueran. Me alegré de verlos desaparecer. Me ponían de nervios. No era de extrañar
que Scuderi deseara casar a sus hijas tan pronto como le fuera posible.
Aria se retorció cuando me miró.
—Me disculpo por mi hermana y mi hermano. Son…
—Protectores contigo —la ayudé—. Este es mi hermano Matteo.
Aria apenas miró en su dirección, pero en realidad, tampoco se encontró con
mi mirada.
Asentí hacia mi lado.
—Y este es mi mano derecha, Cesare.

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Ella parpadeó. Parecía como si fuera a salir corriendo si daba un paso en su

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dirección.
—Debería ir con mis hermanos. —Dio la vuelta y se alejó rápidamente hasta
que su cabeza rubia desapareció de vista.
—Todavía lo tienes, Luca. Atemorizando a las chicas a diestra y siniestra con
tu encanto áspero —dijo Matteo.
—Vamos. Scuderi se estará preguntando qué nos está tomando tanto tiempo.
—Scuderi era la última persona a la que quería conocer, a menos que dicha reunión
involucrara cuchillos, armas de fuego y un baño de sangre. Lo odiaba sin conocerlo.
¿Qué clase de padre casaba a una chica como Aria con un tipo como yo? Parecía un
ángel, y era tan tímida e inocente como uno, mientras que yo no tenía ninguna
ilusiones de lo que era: un frío bastardo en el mejor de los días y un monstruo el
resto del tiempo. Por lo menos, tenía tres años más antes de que tuviera la
oportunidad de destruir su vida con mi oscuridad.

No había suficiente alcohol en el mundo para hacer que la presencia de


Scuderi y Fiore Cavallaro fuera más soportable. Solo quería cortar sus gargantas y
verlos sangrar hasta morir. Matteo me lanzó una mirada de soslayo, probablemente
sabiendo exactamente lo que estaba pensando. Él no dudaría ni un segundo si le
pedía que sacara sus cuchillos.
Matteo siempre estaba listo para clavar el cuchillo en la siguiente persona que
lo molestara.
—Es una verdadera belleza, Luca —dijo Scuderi con orgullo—. No te
arrepentirás de tu elección.
Realmente no hubo una elección por mi parte, pero guardé las palabras para
mí. No servía de nada iniciar una discusión, especialmente con padre observándome
como un halcón.
—Es completamente pura. No se le permite ir a ningún lado sin sus
guardaespaldas. Es solo tuya.
Forcé una sonrisa. No es que no lo apreciara. No me gustaba compartir. Era
un imbécil posesivo.

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—No hay nada mejor que quitarles la virginidad —dijo Raffaele, primo de

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Aria. Era una cabeza más bajo que yo. Si esta noche terminaba en un baño de
sangre, sería al que mataría hasta el final, así podría tomarme mi tiempo con él. Ya
veríamos si todavía sería capaz de poner esa fea sonrisa con mi cuchillo
sobresaliendo de su ojo.
Alguien tocó la puerta.
Cuando la puerta se abrió y Aria entró dándonos la espalda, me puse duro. No
se parecía a la chica que había visto ayer. Llevaba un vestido muy corto, revelando
largas y contorneadas piernas, piel cremosa y un buen trasero. Maldición. Cuando
finalmente se dio la vuelta, encontré que el frente era igual de agradable a la vista.
Entonces mis ojos viajaron más arriba. Aria mantenía la cabeza baja, sus ojos
clavados en el suelo y pude verla temblando de miedo y malestar.
Algo protector y furioso se formó en mi pecho. ¿Cómo su madre podía
dejarla andar por aquí con este atuendo? Apostaría mi bola izquierda a que Aria no
había tenido voz ni voto en la elección de ese maldito chiste de vestido. Había
follado a chicas con vestidos más cortos, pero esta era mi futura esposa, y solo tenía
quince años. Sus padres deberían protegerla, no tratarla de esta forma. Finalmente se
arriesgó a levantar la mirada y se encontró con la mía. Por el amor de Dios, parecía
que quería llorar. Si alguna vez tenía la oportunidad, mataría a Scuderi y maldita
sea, lo disfrutaría. Me deshice de mi vaso antes de que pudiera arrojarlo contra la
pared.
Los ojos Aria revolotearon alrededor con nerviosismo. Los otros hombres en
la habitación la miraban con el respeto necesario, pero ese hijo de puta de Raffaele
la estaba desnudando con la maldita mirada.
Si esto fuera Nueva York, le quitaría la carga de ver algo de nuevo. Y tal vez
lo haría de todos modos si no dejaba de mirarla lascivamente. Ajeno a la falta de
respeto de Raffaele, Scuderi condujo a Aria hacia mí. Me miró como si esperara que
mi mandíbula cayera al suelo por Aria. Era hermosa y en tres años podría apreciar
que estuviera vestida así, pero ahora solo me enfurecía que Scuderi intentara que
Aria luciera como una maldita bomba-sexual cuando obviamente lo odiaba.
—Esta es mi hija, Aria —dijo Scuderi con aspecto impaciente, como un
pastor alemán a la espera de que su amo lanzara un palo.
Fiore me dio una sonrisa satisfecha.
—No exageré con lo que prometí, ¿verdad?
Vete a la mierda.

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—No lo hiciste.

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El hermano pequeño de Aria se acercó a ella y deslizó su mano en la suya.
Mis ojos se posaron en sus piernas por un momento, pero luego los alejé
rápidamente.
—¿Quizá los futuros esposos quieren estar a solas durante unos pocos
minutos? —dijo padre con una mirada que conocía muy bien. Probablemente
pensaba que me estaba haciendo un maldito favor. Noté la expresión de pánico de
Aria, y la manera en que prácticamente le rogó a su padre con la mirada que lo
prohibiera.
Por supuesto que Scuderi no lo hizo. Probablemente me dejaría maltratarla
frente a él siempre y cuando no robara su virginidad antes de la boda.
—¿Debería quedarme? —preguntó su guardaespaldas.
El alivio cruzó el rostro de Aria.
—Dales unos pocos minutos a solas —dijo Scuderi, y Aria se quedó inmóvil.
¿Qué pensaba que iba a hacerle? ¿Violarla en el sofá? Padre me guiñó el ojo.
Obviamente pensaba que iba a manosear a mi prometida de quince años. Él
probablemente lo habría hecho.
Todos comenzaron a salir hasta que solamente quedó el niño, aferrándose a
su hermana de manera protectora. Tenía que darle crédito al enano, era el único en la
Organización con una pizca de coraje.
—Fabiano. Sal de ahí ahora —gruñó Scuderi y el chico soltó a Aria y me
lanzó una mirada mordaz antes de irse. Me agradaba ese mocoso insolente.
La puerta se cerró y Aria y yo nos quedamos solos. Me miró a través de sus
largas pestañas, mordiéndose el labio. ¿Tenía que verse tan jodidamente aterrada?
Sabía cómo me veían los demás, y para una pequeña chica como ella probablemente
me veía como un gigante amenazador a punto de aplastarla, pero definitivamente no
tenía ninguna intención de lastimarla, y mucho menos de manosearla por muy
deliciosa que se viera. No era tan depravado.
—¿Tú elegiste el vestido? —pregunté para distraerla de su evidente terror.
Negó con la cabeza y sus ojos se abrieron como platos.
—No. Mi padre lo hizo —dijo en voz baja y gentil.
Por supuesto que lo hizo. Decidí terminar esta ridícula reunión y tomé el
anillo que había comprado para Aria hace un par de días. Mi pequeña prometida se

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estremeció, y mi estado de ánimo cayó aún más. Le mostré la caja de terciopelo con

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la esperanza de tranquilizarla, pero solo se quedó mirándola. Quise hacerle entrar en
razón, pero eso solo daría razón a sus temores. Extendí la mano con la caja hacia ella
y finalmente la aceptó. Cuando sus dedos rozaron los míos, se alejó de prisa con un
jadeo. Tuve que reprimir mi molestia, no solo con ella, sino con sus padres,
Cavallaro y mi padre que nos habían metido en este lío. Solo podía esperar que
ganara algo de confianza en los próximos tres años. No quería una esposa que
temblara ante mi presencia.
—Gracias —dijo después de contemplar el anillo. Sus ojos se encontraron
con los míos. Le tendí mi brazo. Lo tomó casi sin vacilar y la llevé a la sala con las
personas que la habían traicionado.
El rencuentro después
de tres años
—Entonces, ¿estás nervioso, Luca? —preguntó Matteo sonriendo.
—No. Nunca estoy nervioso.
—Pero no has visto a Aria en tres años. ¿Y si no luce sexy? Entonces tendrás
que follar con una mujer horrible por el resto de tu vida.
Como siempre, el pasatiempo favorito de Matteo era molestarme.
—No es como si fuera a ser la única mujer a la que voy a follarme.
Llegamos a la puerta de la suite de Aria. Me detuve, buscando al
guardaespaldas que debía estar vigilando. No estaba allí.
—Debí enviarte para proteger a Aria hace años —le dije a Romero, luego
toqué la puerta.
Unos pasos ligeros se precipitaron hacia nosotros y la puerta fue abierta por
una chica con el cabello rubio oscuro vestida como una groupie de una banda de
rock. Obviamente estaba intentando impresionarme con sus escasas caderas y pecho

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moderado. Tuve problemas para recordar su nombre. Tenía que ser la hermana

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pequeña.
—Hola Luca —dijo sonriendo de una manera coqueta. Tuve que reprimir una
risita. ¿En serio creía que no veía lo joven que era? Y entonces todo hizo clic
finalmente.
—Eres Liliana, la hermana más joven.
—Ya no soy tan joven.
—Sí, lo eres —dijo una suave voz familiar—. Ve con Gianna.
Y allí estaba ella. Maldición. Hace tres años había demostrado ser
prometedora, pero hoy parecía un maldito sueño húmedo hecho realidad. Largo
cabello rubio, piel suave, piernas largas y contorneadas y tetas firmes. No podía
esperar a ver cada maldito centímetro de su cuerpo.
—No sabía que nos encontraríamos en mi suite —dijo con un tono de
desaprobación. Qué cálida bienvenida.
—¿Vas a dejarme entrar?
Se hizo a un lado. Le hice un gesto a Cesare para que esperara afuera antes de
que el resto de nosotros entráramos a la suite. Matteo se dirigió directamente hacia
la pelirroja. Como siempre, siendo atraído por las problemáticas. Mis ojos fueron
atraídos una vez más por el sensual cuerpo de Aria. Solo unos días más y sería mía.
No podía esperar.
—No deberían estar aquí a solas con nosotras. No es apropiado —murmuró
Gianna.
Por supuesto que no lo era. Por eso se suponía que hubiera un guardia
vigilando su puerta.
—¿Dónde está Umberto? ¿No debería estar custodiando esta puerta?
Aria se encogió de hombros.
—Probablemente está en el aseo o fumándose un cigarrillo.
—¿Sucede a menudo que las deja sin protección?
—Oh, todo el tiempo —dijo Gianna burlonamente—. Verás, Lily, Aria y yo
nos escapamos cada fin de semana porque tenemos una apuesta de quién puede ligar
con más chicos.

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Matteo me lanzó una sonrisa. No estaba seguro cómo él podía estar en un

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estado de ánimo tan repugnantemente bueno. Si tuviera que pasar más tiempo con la
bocazas de la pelirroja perdería la paciencia.
—Quiero tener unas palabras contigo, Aria —dije.
Gianna por supuesto se entrometió de nuevo.
—¡Estaba bromeando, por el amor de Dios! —La mocosa de hecho trató de
interponerse entre Aria y yo. Afortunadamente, Matteo la alejó. Realmente esperaba
que el brillo de fascinación en sus ojos oscuros fuera solo eso.
—Suéltame, o te voy a romper los dedos —gruñó Gianna. Matteo levantó las
manos con una amplia sonrisa. Esos dos era más de lo que el santo más paciente
podía manejar.
—Vamos. —Me volví hacia Aria y apenas toqué su espalda baja. Tragó
fuerte y se puso tensa. ¿Todavía no había superado el miedo que me tenía?—.
¿Dónde está tu habitación?
No, definitivamente no lo había hecho. Generalmente solo veía ese tipo de
mirada en los rostros de mis enemigos después de poner mis manos sobre ellos. Aria
señaló la puerta a nuestra derecha y la empujé en esa dirección, tratando de ignorar
la forma en que temblaba bajo mi toque. Realmente estaba empezando a
molestarme.
Por supuesto, la bocazas tuvo la última palabra.
—¡Voy a llamar a nuestro padre! No puedes hacer eso.
Como si a Scuderi le importara.
Entramos en la habitación y cerré la puerta antes de enfrentar a Aria, quien
me veía con los ojos bien abiertos y con miedo.
—Gianna estaba bromeando. Ni siquiera he besado a nadie, lo juro. —Se
ruborizó deliciosamente mientras lo decía. ¿Por eso estaba tan asustada? Tenía que
admitir que el oírla confirmar lo que ya sabía hizo que una bestia posesiva en mi
pecho alzara la cabeza.
—Lo sé.
Sus malditos labios besables se separaron de sorpresa. Maldición. Quería
empujarla contra la puerta y besarla.
—Oh. Entonces, ¿por qué estás enojado?

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—¿Me veo enojado contigo?

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Su expresión era como un libro abierto. Me facilitaría las cosas.
—No me conoces muy bien.
Ella me lanzó una mirada de enojo.
—Esa no es mi culpa. —Esta era la primera señal real de desafío en ella, y
estaba jodidamente contento por ello. Realmente no podía vivir con una esposa
aterrorizada. No era el tipo más sensible y perdería mi paciencia bastante rápido si
tuviera que andar de puntillas alrededor de Aria como si fuera rompible.
Tomé su barbilla entre mi pulgar y el índice. Se puso rígida, y el desafío
quedó reemplazado por la preocupación.
—Eres como una cierva nerviosa ante las garras de un lobo. No voy a
atacarte. —Le haría muchas otras cosas, pero disfrutaría de todas ellas.
Aria apretó los labios, obviamente sin creerme. Se veía jodidamente hermosa
y su piel era como un terciopelo debajo de mis dedos. ¿Cada centímetro de ella se
sentiría tan suave? Me incliné para besarla, deseando saber si me dejaba.
Sus ojos se abrieron de par en par.
—¿Qué estás haciendo?
Hombre, ¿tenía que actuar como si fuera un viejo decrépito que la había
atrapado en un callejón oscuro?
—No voy a tocarte así si eso es lo que te preocupa. Puedo esperar unos días
más. Después de todo, he esperado tres años.
La furia destelló por su hermoso rostro, y maldición, me encantó verlo.
—Me llamaste niña la última vez.
¿Recordaba eso? Dejé que mis ojos se deslizaran por su increíble cuerpo,
luego sonreí.
—Pero ya no eres una niña. —Maldita sea, la quería más de lo que alguna vez
había querido a una mujer, pero el brillo horrorizado en sus ojos impidió que mi
polla tuviera cualquier idea. Me acerqué aún más—. Estás haciendo esto realmente
difícil. No te puedo besar si me miras de esa manera.
—Entonces tal vez debería darte esta expresión en nuestra noche de bodas —
dijo la pequeña arpía. Dos podían jugar ese juego.

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—Entonces tal vez voy a tener que tomarte desde atrás, así no tengo que

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verla.
Se trataba de una broma, pero Aria palideció y se alejó de mí y chocó contra
la puta pared. Mierda, por favor, ¿en serio pensaba que la arrojaría a la cama y la
montaría por detrás en nuestra primera noche juntos? No es que no tuviera la
intención de tenerla apoyada en cuatro patas delante de mí mientras me introducía
en ella, pero eso tendría que esperar hasta después. De su expresión temerosa, en
realidad pensaba que tomaría su virginidad como una bestia.
Asfixiando mi molestia, dije en una voz tan tranquila como fui capaz:
—Relájate. Estaba bromeando. No soy un monstruo.
—¿No lo eres?
¿Qué mierda? No había venido a dejar que me insultara. Si quería verme
como un monstruo, entonces con mucho gusto podía actuar como uno. La miré
fijamente.
—Quería discutir la cuestión de tu protección contigo. Una vez que te mudes
a mi penthouse después de la boda, Cesare y Romero serán responsables de tu
seguridad. Pero quiero a Romero a tu lado hasta entonces.
—Tengo a Umberto —dijo con el ceño fruncido.
Cierto. Por eso pude entrar en su suite sin que nadie intentara detenerme.
—Al parecer, él está tomando demasiados descansos para ir al baño. Romero
no dejará tu lado a partir de ahora.
—¿También va a vigilarme cuando me duche?
Ni en un millón de años.
—Si quiero lo hará.
El desafío volvió con toda su fuerza.
—¿Permitirías que otro hombre me vea desnuda? En serio debes confiar en
que Romero no tomará ventaja de la situación. —Intentó hacerse más alta, cosa que
todavía era poco.
—Romero es leal —dije, luego me incliné hasta que estuvimos a la altura de
los ojos—. No te preocupes, voy a ser el único hombre que alguna vez te vea
desnuda. No puedo esperar. —Hice una gran demostración al desvestirla con mis
ojos, y por supuesto ella envolvió sus brazos alrededor de sí, y pareció como si

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estuviera a punto de llorar. No podía lidiar con la mujer llorando.

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—¿Qué hay de Lily? —preguntó en voz baja. Si no dejaba de parecer tan
vulnerable, podría sentir la necesidad de consolarla, y esa sería una puta primera vez
para mí. No era la clase de hombre que consuela—. Ella y Gianna comparten esta
suite conmigo. Viste cómo puede ser Lily. Va a coquetear con Romero. Hará
cualquier cosa para llamar su atención. No se da cuenta en lo que podría meterse al
hacerlo. Necesito saber que está a salvo.
—Romero no tocará a tu hermana. Liliana solo está jugando. Es una niña. A
Romero le gustan sus mujeres maduras y dispuestas —le dije. Confiaba en
Romero. Se tomaba su trabajo en serio, y sin importar cuánto coqueteara la hermana
pequeña de Aria, no cambiaría el hecho de que era una niña. Sabía que había
hombres de la mafia que no dudarían en aprovecharse de una chica de esa edad, e
incluso algunos que las preferían tan jóvenes, pero esos pedazos de mierda nunca
estarían en mi círculo íntimo.
Los ojos de Aria encontraron la cama, y me pregunté lo que estaba
pensando. Antes de que mi propia mente sucia pudiera empezar a imaginar todas las
cosas que quería hacer con Aria en esa cama, le dije:
—Hay algo más. ¿Estás tomando la píldora?
—Por supuesto que no. —Fue casi lindo lo ofendida que estaba por mi
pregunta, si la palabra “linda” existiera en mi vocabulario.
—Tu madre podría haber hecho que empieces como preparación para la boda.
—No tenía ninguna intención de usar un maldito condón con mi esposa. Quería
enterrar mi polla en el coño de Aria sin nada entre nosotros. Era el único hombre
que la tendría, y siempre me había asegurado de usar un condón con las mujeres que
había follado en el pasado.
El labio inferior de Aria tembló.
—Mi madre nunca haría eso. Ni siquiera quiere hablar conmigo de estas
cosas.
Me encantaba que Aria fuera solo mía, pero no estaba acostumbrado a este
nivel de inexperiencia.
—¿Pero sabes lo que sucede entre un hombre y una mujer en una noche de
bodas? —pregunté, solo medio bromeando.
Mierda, si tenía que darle la charla sexual, tendría que matar a alguien, o en
serio perdería el maldito control.

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—Sé lo que ocurre entre las parejas normales. En nuestro caso, creo que la

Página
palabra que estás buscando es violación.
La furia estalló a través de mi cuerpo, haciéndome querer atacar a cualquier
cosa y a cualquiera alrededor. A lo largo de los años había mejorado mi control,
pero aun así, tuve que esperar un momento antes de que estuviera seguro que no iba
a gruñirle.
—Quiero que empieces a tomar la píldora. —Le di el paquete que el Doc me
había dado.
—¿No necesito ver a un médico antes de empezar a tomar el anticonceptivo?
—Tenemos un médico que ha estado trabajando para la familia durante
décadas. Esto proviene de él. Tienes que empezar a tomar la píldora
inmediatamente. Tarda unas 48 horas para que empiecen a funcionar.
—¿Y si no lo hago? —me desafío.
La ira seguía bullendo bajo mi piel, pero rara vez no lo hacía.
—Entonces voy a utilizar un condón. De cualquier manera, en nuestra noche
de bodas serás mía.

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Página
La noche de bodas

S i no tuviera cosas mejores que hacer, iría a dar una patada en el trasero
de Matteo.
—Cállate Matteo y ve a encontrar una puta a la que follarte —grité.
Por fin cerró su gran bocaza, o tal vez se había desmayado. De la cantidad de
alcohol que había bebido, no me sorprendería. Aria soltó un suspiro precipitado
detrás de mí y me volví hacia ella, mi cuerpo ya pulsando de deseo. Había tenido
que verla toda la noche con su vestido sexy, sin mencionar los tres años que había
pasado esperándola antes. Pero esta noche la espera finalmente había terminado.
Era jodidamente hermosa. Su cintura estrecha, la piel lisa, sus labios
rosados. No pude evitar preguntarme si sus pezones serían del mismo
color. Mierda. La necesitaba. Tiré mi chaqueta sobre el sillón. Realmente esperaba
que Aria estuviera lista para más de una follada esta noche. No creía que mi verga
estuviera satisfecha después de una ronda.
—Cuando mi padre me dijo que tenía que casarme contigo, me dijo que eras
la mujer más hermosa que la Organización de Chicago tenía para ofrecer, aún más
hermosa que las mujeres de Nueva York. No le creí —dije. Odiaba que mi padre
tuviera razón, pero maldita sea, en este caso había estado en lo cierto. Caminé hacia
Aria y agarré su cintura. Ella se detuvo completamente, sin mirarme. Me incliné,

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inhalando su dulce aroma—. Pero dijo la verdad. Eres la mujer más hermosa que he
visto jamás y esta noche eres mía. —La besé en la garganta pero ella me siguió

Página
ignorando. ¿Estaba jugando alguna clase de juego?
—¡No! —susurró y se alejó de mí con los ojos muy abiertos y horrorizados.
¿Qué demonios quería decir?
—¿No?
Me fulminó con la mirada, pero detrás de su bravata estaba otra emoción para
la que estaba demasiado enfadado para interpretar.
—¿Qué? ¿Nunca antes has escuchado la palabra “no”?
—Oh, la escucho a menudo. El tipo al que le destrocé la garganta la dijo una
y otra vez hasta que no pudo decirla más.
Ella retrocedió.
—Entonces, ¿también vas a aplastar mi garganta?
En serio sabía cómo presionar mis malditos botones. ¿En realidad pensaba
que hacerme enojar en nuestra noche de bodas era el camino a seguir?
—No, eso desafiaría el propósito de nuestro matrimonio, ¿no lo crees?
—No creo que mi padre esté feliz si me haces daño —dijo con altivez.
—¿Eso es una amenaza? —pregunté en voz baja, sintiendo que mi pulso latía
furioso en mis venas. Tuve que luchar contra la necesidad de arrojarla sobre la cama
y mostrarle lo que realmente quería hacer con ella.
Tal vez se parecía más a su mocosa hermana insolente, Gianna, de lo que
había dejado ver. Tal vez el tímido acto inocente había sido un show.
Pero entonces dejó caer su mirada y pude verla temblar mientras susurraba.
—No.
La ira aún latía bajo mi piel y no estaba de humor para dejarla zafarse
fácilmente.
—Pero me niegas lo que es mío.
—No puedo negarte algo que no tienes derecho a tomar en primer lugar. Mi
cuerpo no te pertenece. Es mío —dijo con ferocidad, sus ojos disparándome dagas
asesinas. No podía creer su audacia.
Busqué su hombro para empujarla contra mi cuerpo y silenciarla con un beso

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antes de que dijera cualquier otra cosa que me hiciera perder el control, pero Aria se
encogió violentamente y cerró los ojos con fuerza como si esperara un golpe. Dejé

Página
caer mi mano, aturdido por su reacción. ¿Pensó que la golpearía? Era un hombre
violento que no tenía mucha paciencia que digamos, y mi reputación brutal me
precedía, pero me juré que nunca abusaría de mi esposa. Había visto a mi padre
violar y golpear a mi madre antes de que ella se suicidara. No quería ser él en ese
aspecto al menos. En todas las otras áreas de mi vida, ya era demasiado similar a él.
—Podría tomar lo que quiero —dije porque no estaba seguro de qué más
hacer.
Aria no necesitaba saber que era una amenaza vacía. Aunque ciertamente
podría seguir adelante con mi amenaza, nunca lo haría.
Odiaba mi propia confusión. Siempre supe qué hacer, pero con Aria las cosas
eran más complicadas.
Apenas me miró con sus hermosos ojos.
—Podrías. Y te odiaría por ello hasta el fin de mis días.
El odio era la emoción predominante en la mayoría de los matrimonios en
nuestro mundo hasta donde sabía.
—¿Piensas que me importa eso? Esto no es un matrimonio por amor y ya me
odias. Puedo verlo en tus ojos.
De todos modos, esta discusión era una pérdida de tiempo. Teníamos nuestras
tradiciones. Tanto Aria como yo estábamos obligados por ellas. Señalé las sábanas
blancas.
—¿Escuchaste lo que mi padre dijo acerca de nuestra tradición? —Era una
tradición ridícula. No todas las mujeres sangraban la primera vez, a menos que el
hombre se cerciorara de ser brusco, cosa que algunos maridos de hecho hicieron
para garantizar la mancha esperada de sangre.
Aria se alejó de mí y hacia la cama, mirándola como si fuera su
destino. ¿Había pensado que podía convencerme a no consumir nuestro matrimonio
si no fuera por nuestra tradición? Entonces no me conocía muy bien.
Me acerqué a ella. Parecía una diosa. No podía esperar a sacarla de su
vestido, a saborear cada centímetro de ella. Puse mis manos sobre sus hombros
desnudos. Estaba cálida y suave, pero no se volvió. Suprimí mi disgusto por su
negativa a reconocer mi presencia. Sería paciente aunque me provocara. Pasé las

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manos por sus clavículas hasta la suave elevación de sus pechos. Podía sentir mi
polla respondiendo a la sensación de su piel perfecta, a su olor tentador. Maldición,

Página
moría por enterrarme en ella.
Algo mojado cayó sobre mi mano. No tenía que verla para saber que era una
lágrima, una puta lágrima. Estaba llorando. La agarré por los hombros y la giré antes
de enganchar mi dedo bajo su barbilla e inclinarla hacia arriba. Las lágrimas rodaron
por sus mejillas. Sabía que algunas mujeres podían llorar cuando querían, pero la
mirada en los ojos de Aria me dijo todo lo que necesitaba saber. Estaba aterrorizada
y sin esperanzas. Era un buen juez del carácter humano, tenía que serlo para
mantener a mis hombres en jaque. Aria no lucharía conmigo si la empujaba hacia la
cama, le quitaba la ropa y la tomaba. Se recostaría y dejaría que suceda. Lloraría,
pero no me rechazaría, ya no. Era mía para tomarla. Se esperaba de mí que la tome,
que la haga mía. Las lágrimas nunca habían debilitado mi determinación. Pero antes
de este momento, esas lágrimas jamás habían pertenecido a mi mujer, a la mujer con
la que debía pasar el resto de mi vida.
Maldita sea, no podía creer que la visión de mi esposa aterrorizada me
llegara. Me alejé, maldiciendo y tan furioso que apenas podía ver bien. Di un
puñetazo en la pared, contento por el dolor cegador que se disparó a través de mis
nudillos enterrados en la pared. Iba a ser Capo en unos cuantos años. Había matado,
chantajeado, torturado, pero no podía tomar la virginidad de mi esposa contra su
voluntad. ¿En qué me convertía eso? Padre me llamaría un marica. Tal vez decidiría
que no era apto para ser su heredero si ni siquiera podía follarme a mi esposa. Pero
sabía que no me estaba ablandando, no de forma en general. Podía salir ahora mismo
y matar a cada maldito miembro de la Organización de Chicago sin un parpadeo de
remordimiento.
Por supuesto, todavía necesitábamos asegurarnos que todos creyeran que me
había follado a Aria.
Solo había una manera de hacerlo. Volví a mi temblorosa esposa y saqué mi
cuchillo. No solo me negaba el placer de estar dentro de su coño apretado esta
noche, también iba a sangrar por Aria.
El pensamiento no me sentó nada bien; no porque me importara un
corte. Había sufrido lesiones mucho peores, sino porque no pude evitar sentir que mi
acción daría a Aria demasiado poder sobre mí. Pero sabía que ya había tomado una
decisión. Aria me estaba observando con una temeridad apenas oculta y cuando me
moví hacia ella, se estremeció. De nuevo.
Esperaba lo peor porque era un monstruo. Me corté el brazo, puse mi cuchillo
sobre la mesa y agarré un vaso para atrapar unas gotitas de sangre. La sorpresa de

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Aria habría sido divertida, si no estuviera todavía enojado conmigo mismo. Me

Página
dirigí al baño para añadir unas gotas de agua a la sangre, de modo que pareciera
convincente. No había estado antes con una virgen. Mis gustos siempre habían
corrido hacia lo duro, así que las mujeres experimentadas parecían ser la mejor
opción. Pero había presenciado algunas presentaciones de las sábanas a lo largo de
los años, y sabía lo que se esperaba.
Aria no se había movido de su lugar cuando me dirigí de vuelta al dormitorio
y hacia la cama donde esparcí algunas gotas del líquido rosa. Por el rabillo del ojo,
pude ver a Aria acercándose con cuidado. Se detuvo a pocos metros de mí, la
esperanza mezclándose con la confusión en su cara bonita. Algunas chicas se veían
horribles al llorar. Supuse que Aria jamás podría verse nada menos que
impresionante. El rubor profundo en sus mejillas me hizo odiarme aún más por mi
debilidad. Podría haber tenido su hermoso cuerpo debajo de mí esta noche, pero en
su lugar estaba pintando una puta imagen con mi propia sangre para las malditas
arpías de mi familia.
—¿Qué estás haciendo?
—Ellos quieren sangre. Tendrán sangre.
—¿Por qué el agua?
—La sangre no siempre tiene el mismo aspecto.
—¿Es suficiente?
¿Qué le habían dicho las mujeres de su familia sobre las primeras veces?
—¿Esperabas un baño de sangre? Es sexo, no una lucha a cuchillo.
Se mordió el labio una vez más y una imagen de ella haciendo eso en la
agonía de la pasión se metió en mi mente.
—¿No van a saber que es tuya? —preguntó en voz baja. Mierda, se veía
demasiado hermosa con ese jodido rubor y esa pequeña sonrisa esperanzada. Quería
ver si podía hacer que su hermoso rubor se extendiera por todo su cuerpo.
Necesitaba una jodida bebida. Si no echaba un polvo hoy, por lo menos me
emborracharía. Maldito desperdicio de noche.
—No. —Me serví whisky en el vaso con la mezcla de agua y sangre.
Aria no quitó los ojos de mí a medida que echaba la cabeza hacia atrás y
bebía mi bebida. Me observaba con disgusto.
—¿Qué tal con una prueba de ADN?

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¿Hablaba en serio?

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—Van a aceptar mi palabra. Nadie va a dudar que he tomado tu virginidad
durante nuestro momento a solas. No lo van hacer porque soy quien soy. —Tenía
reputación. Jamás me negaba a hacer algo que se suponía que debía hacer. Entonces,
¿por qué no estaba sacando a Aria de su vestido para follarla?
El miedo llenó su rostro y dio un paso atrás como si pudiera leer mi mente y
pensara en correr.
Esa era la maldita razón. Aunque disfrutaba viendo el miedo en los rostros de
mis enemigos y ocasionalmente en mis propios soldados, la idea de tener a Aria
debajo de mí con una expresión similar no me excitaba en absoluto. No quería que
me tuviera terror.
—No —dije—. Esta es la quinta vez que retrocedes de mí esta noche. —Dejé
mi vaso y recogí mi cuchillo de la mesa antes de caminar hacia ella. Parecía que
estuviera a punto de salir disparada—. ¿Tu padre nunca te enseñó a ocultar tu miedo
de los monstruos? Te persiguen si corres.
No dijo nada, pero pude verla empezar a temblar cuando me miró. Mierda,
¿pensó que iba a cortarla? Si realmente fuera ese tipo de monstruo, no estaríamos
aquí. Estaría tendida en la cama, llorando a moco tendido por haberla follado.
—Esa sangre en las sábanas necesita una historia —comenté, esperando
calmarla de una jodida vez, pero se estremeció de nuevo—. Con esta son seis veces.
—Llevé el cuchillo hasta el borde de su vestido, asegurándome que la hojilla no
tocara su piel impecable. Corté la tela lentamente hasta que el vestido finalmente se
derrumbó y se juntó alrededor de sus tacones—. Es una tradición en nuestra familia
desnudar a la novia de esta forma. —Aria se quedó en nada más que un corsé
apretado y bragas blancas de encaje. Maldición. Era como el puto sexo con
piernas. Y entonces se estremeció otra vez—. Siete —dije, deseando poder arrancar
mis ojos de su cuerpo magnífico. La elevación de sus perfectos pechos pequeños, su
cintura estrecha, la delgada tela de sus bragas apenas ocultando su coño—. Date la
vuelta.
Mierda. La espalda de Aria era aún más tentadora que su frente. ¿Qué era esa
cosa que llevaba? Tenía un jodido lazo sobre su trasero perfectamente redondo,
prácticamente invitándome a deshacerla. Sería tan fácil desgarrar sus frágiles bragas
y enterrarme en ella. Olía dulce y perfecta, y era mía, solo mía. Tiré del lazo. Sería
tan fácil.
—Ya sangraste por mí —susurró en una voz pequeña—. Por favor, no. —Mi

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esposa me rogaba que no le hiciera daño. Tal vez era un monstruo. Pasé mis nudillos
sobre la sedosa piel de su espalda, necesitando tocarla, antes de cortar su corsé.

Página
Aria se agarró a su corsé antes de que pudiera echar un vistazo a sus
pechos. Envolví mi brazo alrededor de ella, empujándola contra mí. Ella jadeó y se
puso rígida cuando mi pene se clavó en su espalda baja, y el rubor en sus mejillas se
profundizó aún más.
—Esta noche suplicaste que te evite, pero un día me vas a pedir que te folle.
No creas que porque no reclamo mis derechos esta noche no eres mía, Aria. Ningún
otro hombre tendrá nunca lo que me pertenece. Eres mía. —Ella asintió
rápidamente—. Si atrapo a un hombre besándote, le cortaré la lengua. Si atrapo a un
hombre tocándote, le cortaré los dedos, uno por uno. Si atrapo a un hombre
follándote, le cortaré la polla y sus pelotas, y se las daré de comer. Y te haré
observar.
Sabía que no estaba bromeando. Había visto lo que le había hecho a su
bastardo primo hace años. Y eso no era nada.
La dejé ir. Su proximidad me estaba dando ideas que realmente no necesitaba
en este momento. Me acerqué a la silla y me preparé otro trago cuando Aria
desapareció en el baño. Escuché el clic de la cerradura cayendo en su lugar y tuve
que contener una risa. Mi esposa se escondía detrás de una puerta cerrada con
llave. Todo el mundo en esta maldita mansión probablemente estaba teniendo más
acción que yo esta noche. Maldición.
Había terminado con tres vasos más de whisky cuando Aria salió
finalmente. Esta era una puta tortura. Llevaba un delgado camisón transparente que
no ocultaba nada. Mierda, ¿estaba bromeando?
—¿Eso es lo que eliges usar cuando no quieres que te folle?
Sus ojos se dispararon entre la cama y yo. No necesitaba leer su mente para
saber que todavía no confiaba en mí. En ese traje, probablemente tenía razón en no
confiar en ningún hombre.
—Yo no lo escogí.
Por supuesto que no.
—¿Mi madrastra? —Esa mujer era una perra sádica entrometida.
Ella asintió rápidamente. Estaba harta de su expresión aterrorizada. Dejé mi
vaso y me levanté. Como de costumbre, Aria se estremeció. Ni siquiera me molesté
con un comentario. Mierda, estaba demasiado molesto. Así no era cómo nuestra
noche de bodas se supone que sería. Sin decir nada más, me dirigí al cuarto de baño

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y dejé que la puerta se cerrara detrás de mí. Me quité la ropa y me metí en la
ducha. Bajo el agua tibia, me masturbé con las imágenes del delicioso cuerpo de

Página
Aria. Me sentí como un puto adolescente, e incluso entonces nunca tuve que usar mi
mano cuando compartí la habitación con una hermosa chica. Disparar mi semen en
los azulejos de la ducha no me dio ningún tipo de satisfacción, pero al menos mis
bolas no seguían sintiéndose como si estuvieran a punto de estallar.
Cuando regresé al dormitorio quince minutos más tarde, Aria estaba
escondida en su mayoría bajo las mantas, solo su cabello dorado se extendía como
un halo en la almohada. Apagué la luz y me metí en la cama. Aria estaba tan quieta,
que bien podría no haber estado allí en absoluto. Sabía que no estaba dormida. Su
respiración se sentía apagada. Gritaba miedo.
Crucé los brazos detrás de la cabeza y me quedé mirando hacia la oscuridad,
luego lo oí, un sollozo. Pronto seguido por más y pude sentir el colchón vibrar a
medida que Aria temblaba bajo la fuerza de su llanto. Estaba furioso, pero más allá
de eso, había una emoción de la que no creí que fuera capaz: compasión. Quería
consolarla. Odiaba esa parte débil de mí. Un Vitiello nunca demostraba simpatía, y
ciertamente nunca se inclinaba ante los ridículos caprichos de una mujer. Eso es lo
que mi padre nos enseñó a Matteo y a mí.
—¿Llorarás toda la noche? —pregunté bruscamente, dejando que mi ira se
libere. Era la opción más familiar.
Aria no respondió, pero todavía podía oír sus sollozos apagados.
—No puedo ver cómo podrías haber llorado mucho más, si te hubiera
tomado. Tal vez debería follarte para darte una verdadera razón para llorar.
Este era el hombre que mi padre me había criado para ser. Dejar que mi furia
escape siempre se había sentido bien, entonces, ¿por qué no lo hacía esta vez?
Aria se movió, pero sus sollozos empeoraron. Encendí la luz y me senté. Por
un momento, me sorprendió ver a mi esposa acurrucada en una posición fetal a mi
lado, sus hombros curvados en forma protectora y su cuerpo temblando del llanto.
Era difícil mantener mi rabia al verla así. Había hombres que se excitaban si una
mujer lloraba. Nunca los entendí.
El problema era que no tenía ni idea de qué hacer con una mujer
llorando. Nunca había consolado a nadie en mi vida. Toqué su brazo. Esa
obviamente no era la manera de seguir ya que se estremeció y habría rodado fuera
de la maldita cama si no la hubiera agarrado por la cadera y la empujé hacia mí.
—Es suficiente —dije, intentando mantener mi frustración a raya. Ya estaba
completamente asustada, si descargaba mi ira sobre ella, las cosas definitivamente

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empeorarían.

Página
La rodé sobre su espalda. Ella permaneció inmóvil, con los ojos cerrados
como si estuviera esperando que le hiciera algo.
—Mírame. —Sus ojos se abrieron lentamente, grandes y azules, y llenos de
lágrimas—. Quiero que dejes de llorar. Quiero que dejes de estremecerte por mi
toque.
Ella parpadeó una vez, luego asintió. Habría aceptado cualquier cosa en ese
momento. Ya había visto esa mirada en los ojos de otras personas.
—Ese asentimiento no significa nada. ¿No crees que reconozco el miedo
cuando me devuelves la mirada? Para el momento en que apague la luz, estarás de
nuevo llorando como si te hubiera violado de una jodida vez. —La violación era una
de las pocas cosas despreciables de las que no era culpable, y no tenía ninguna
intención de cambiar eso—. Así que para darte paz mental y callarte, voy a hacer un
juramento.
La esperanza inundó su rostro, haciéndola ver aún más impresionante. No
estaba seguro de por qué me importaba. No debería. Se lamió los labios, y casi gemí.
—¿Un juramento?
Tomé su pequeña mano y la presioné contra el tatuaje sobre mi corazón. Su
palma se sintió cálida y suave, y tan bien. Pronuncié una parte de las palabras que
había dicho hace muchos años durante mi iniciación.
—Nacido en sangre, jurado en sangre, juro que no voy a tratar de robar tu
virginidad o lastimarte de ninguna manera esta noche. —Si Matteo pudiera verme
ahora, no me habría dejado en paz. Señalé mi corte—. Ya sangré por ti, así que eso
lo sella. Nacido en sangre. Jurado en sangre. —Cubrí su mano, luego esperé a que
ella dijera las palabras.
—Nacido en sangre, jurado en sangre —dijo suavemente. Hubo la más
pequeña sonrisa tirando de sus labios y verlo no debería haberme hecho sentir tan…
contento, pero así fue. La solté y apagué las luces. No volvió a llorar. Finalmente, su
respiración se tornó más profunda. Por supuesto me quedé muy despierto, pero ni
siquiera podía dejar la habitación. Si alguien me veía escapando cuando debería
estar follándome a mi esposa, no iría nada bien. Nadie podía averiguarlo.

FIN
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Página
Sobre la Autora
Cora Reilly es autora de romance erótico y novelas New Adult. Vive en una
de las ciudades más feas del mundo con muchas mascotas y solo un marido. Es
amante de la buena comida vegetariana, vinos y libros, y no quiere nada más que
viajar por el mundo.

Serie Born in Blood Mafia Chronicles:


1. Bound by Honor
2. Bound by Duty
3. Bound by Love
4. Bound by Hatred
5. Bound by Temptation
6. Bound by Vengeance
7. Bound by…

29
Página
Créditos
Moderadora
LizC

Traductoras
LizC
M.Arte

Corrección, recopilación y revisión


LizC

Diseño
Cecilia.

30
Página
Sigue la serie en…

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Página

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