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El aliento de los Kami

PACK DE DINASTÍA

Tempestades y mareas
Por Annie VanderMeer Mitsoda

Las suaves olas de color verde azulado parecían burlarse de ella, y aunque el cielo
estaba totalmente despejado, Asahina Maeko se sentía como si una nube gris colgara
sobre ella. La shugenja suspiró profundamente y miró por la borda del Pato Leal, que
navegaba lentamente desde la Costa Solitaria para regresar a la Ciudad del Viento
Frío. Por muy aburrido que haya sido este viaje, reflexionó, no tengo ningún deseo de
volver a casa. El plácido mar y el cielo claro no barruntaban las misteriosas tormentas
que la habían conducido hasta allí, y lo único que haría sería regresar fracasada al lado
de su señor.

La joven suspiró, conjurando una pequeña tempestad que se arremolinó sobre la


palma de su mano. Su estrecho vínculo con los kami de aire le había hecho sospechar
inmediatamente de todos los informes acerca de naves perdidas en el mar como
consecuencia de las tormentas. Abundaban las historias de borrascas repentinas
surgidas del océano como demonios furiosos; los marineros afortunados llegaron a lo
botes salvavidas y acabaron siendo arrastrados a la orilla con historias que contar,
mientras que los más desgraciados se hundieron entre los restos del naufragio o
desaparecieron bajo las olas. Se le antojaba excesivamente conveniente que hubieran
aparecido tantas pequeñas tormentas sin que la costa sufriere sus efectos, pero tras el
desastroso tifón de hacia algunos años, ningún funcionario Grulla parecía interesado
en investigar el tema… o estaba demasiado ocupado con el conflicto contra el Clan del
León, al norte, como para preocuparse por ello.

Maeko, sin embargo, no se desanimaba con tanta facilidad, especialmente después de


que su primo Kenji se contase entre los desaparecidos. Sus solicitudes para ver los
itinerarios de los buques y la información de los cargamentos habían sido tan
reiteradas que la propia hija del daimio había intercedido por ella. Aunque su posición
en la familia no era muy elevada, Maeko se había ganado un mayor respeto por la
fuerza de su devoción y el aprecio que sentían los kami por ella. Así que la dama
Takako le concedió su deseo: un pequeño estipendio, un guardaespaldas y un pasaje a
la Ciudad de la Costa Solitaria para determinar la veracidad de los rumores.

Lo que no se esperaba era lo aburrido que resultaría el viaje en el Pato Leal, llamado
así por un insulso cuento infantil sobre las mascota favorita de un joven emperador.
Los marineros la ignoraban, e incluso el yojimbo que le habían encomendado se
mantenía distante. La joven había declarado abiertamente que esperaba sufrir ataques
continuos hasta llegar a su destino, y su embarcación iba cargada de barriles de brea.
Sin embargo, llegaron al concurrido puerto sin incidentes.

Frustrada por el fracaso y empeñada en demostrar que no se equivocaba, Maeko gastó


hasta el último koku que se le había entregado para procurarse su propia mercancía a
fin de asegurarse de que el Pato Leal navegase con la línea de flotación baja, dando así
la impresión de ir abarrotado de suministros. Los comerciantes protestaron por aquel
añadido y al principio se negaron a embarcar los productos, aceptando finalmente el
compromiso de amarrarlos a la cubierta bajo lonas embreadas para poder arrojarlos
fácilmente por la borda en caso de necesidad. Había zarpado del puerto comercial
segura de su plan… pero aquella confianza se fue disipando a medida que se acercaban
a su hogar.

Un grito del vigía la sacudió como un trueno.


- ¡Tormenta! ¡Tormenta a la vista!

Maeko se giró hacia el capitán, que se mostraba desolado.


- ¿Con este tiempo? ¿Dónde? – gritó a su vez el capitán.
- ¡Desde el sur, y ganando terreno con rapidez! ¡Que las fortunas nos protejan, se
acerca muy rápido! ¡Nunca he visto nada semejante!

El rostro del capitán se torció en una mueca casi teatral.


- ¡Todos a sus puestos! – exclamó - ¡Preparad los botes salvavidas! ¡Si no
logramos dejar atrás la tormenta, no acabaremos convertidos en un relato para
marineros!
Maeko ahogó un grito, sacudiendo violentamente la cabeza.
- No, no capitán, no debemos huir! ¡Es lo que hemos estado esperando, la prueba
que necesito!
El marino resopló de forma desdeñosa.
- ¿Prueba de qué? ¿De piratería? ¿En un temporal? No, haced lo que queráis,
shugenja. Mi deber hacia vos termina en el instante en que mi tripulación corra
peligro. Vos y vuestro guardaespaldas estáis solos.

Maeko se hizo torpemente a un lado mientras los marineros corrían a su alrededor,


preparándose para lo peor, y vió como las hinchadas nubes de tormenta avanzaban de
forma inexorable. El viento tiró de su ropa, y a su alrededor los hombres comenzaron
a murmurar asustados, agolpándose en torno a las bordas del Pato Leal y afanándose
por desatar los cabos que sostenían los botes salvavidas. Maeko intentó gritarles que
esperaran, que había algo extraño en todo aquello, pero apenas se le oía entre el
rugido del viento. El corazón le palpitaba fuertemente en el pecho mientras trataba de
concentrarse.

¿Y si me equivoco? Miró fijamente a la tormenta que se acercaba, enfurecida y temible,


y tragó saliva. ¡Pero ya estoy tan metida en esta locura que bien podría seguir adelante!

Abandonando a su protector, Maeko echó a correr en dirección a popa, haciendo que


sus ropajes de color azul pálido ondeasen a su alrededor, y subió por la escalerilla
posterior. Entrecerrando los ojos, levantó un brazo y agitó su mano como si limpiase
el rocío de una hoja.
- ¡Kaze-no-Kami, señor de los vientos, escuchad mi oración! ¡Os ofreceré lo que
me pidáis, si me ayudáis ahora!

El gesto de la joven shugenja provocó una gran ráfaga de viento que se estrelló contra
la tormenta. Las oscuras nubes se disiparon, y se produjo un instante de calma tras el
cual Maeko logró entender por completo lo que había tras ellas: un barco se
aproximaba a ellos, aparejado con velas negras y la proa repleta de marineros
fuertemente armados, todos ellos ataviados con fajas de color verde azulado.

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