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33° Conferencia de Psicoanálisis. La Feminidad.

En ésta conferencia Freud, partiendo del supuesto de la bisexualidad constitucional del ser
humano, propone indagar cómo deviene, cómo se desarrolla la mujer a partir del niño de
disposición bisexual. El desarrollo de la niña pequeña hasta la mujer normal es más difícil y
complicado, puesto que incluye dos tareas adicionales que no tienen su correlato en el
desarrollo del varón.
Además de la diferencia en la conformación de los genitales, también surgen diferencias en
la disposición pulsional, que según Freud, permiten vislumbrar la posterior naturaleza de la
mujer. Sin embargo, esas diferencias entre los sexos no cuentan mucho, y ambos parecen
recorrer de igual modo las primeras fases del desarrollo libidinal.

La niña pequeña se comporta como un pequeño varón. Durante la fase fálica, el niño se
sume a una gran actividad onanista respecto de su pene; y lo propio hace la niña con su
clítoris. En ella, todos los actos onanistas se dan en este “pequeño pene”, y la vagina,
genuinamente femenina, permanece sin ser descubierta por ninguno de los dos sexos.
Esto autoriza a establecer que en la fase fálica de la niña el clítoris es la zona erógena
rectora. Sin embargo, no está destinada a seguir siéndolo; con la vuelta a la feminidad el
clítoris debe ceder en todo o en parte a la vagina su sensibilidad y con ella su valor, y ésta
sería una de las dos tareas que el desarrollo de la mujer tiene que resolver.

La segunda tarea destinada al desarrollo de la niña es el cambio de objeto: el primer objeto


de amor del niño (varón) es la madre, quien lo sigue siendo también en la formación del
Complejo de Edipo y, en el fondo, durante toda la vida.
También para la niña tiene que ser la madre el primer objeto, puesto que las primeras
investiduras libidinales se producen por apuntalamiento en la satisfacción de las
necesidades vitales, y las circunstancias de la crianza son la misma para ambos sexos.

En la situación Edípica de la niña es el padre quien ha devenido objeto de amor y a partir de


él encuentra el camino hacia la elección definitiva de objeto. La niña debe trocar de zona
erógena y objeto mientras que el varoncito mantiene ambos.
La niña pasa de una fase masculina a una femenina. Los vínculos libidinosos con la madre
atraviesan por tres etapas o fases y cobran los caracteres de cada una de ellas: deseos orales,
sádico-anales, y fálicos; esos deseos subrogan tanto mociones activas como pasivas, y son
ambivalentes, tanto de naturaleza tierna como hostil-agresiva.
El destino es que ésta ligazón con la madre se vaya a pique y dé sitio a la ligazón con el
padre. En este paso del desarrollo no se da un simple cambio de vía de objeto, el
extrañamiento de la madre se produce con hostilidad, y acaba en odio; una parte de él se
supera y otra permanece. Hay generalmente una larga lista de acusaciones y cargos contra
la madre, destinados a justificar los sentimientos hostiles del niño –se reprocha haber
suministrado poca leche (falta de amor), se le reprocha el hermanito, al cual se le dio el
alimento que se le sacó a él. Se siente destronado, arroja un odio celoso sobre el hermano y
desarrolla hacia la madre infiel una desobediencia e involuciona sobre el gobierno de las
excreciones—
Pero estos factores ocurren en ambos (niño y niña), sin producir la misma enajenación en el
niño con la madre.
El factor específico que impulsa a la niña a abandonar la ligazón-madre es el Complejo de
Castración, la diferencia anatómica entre los sexos se imprime en consecuencias psíquicas.
La niña hace responsable a la madre de su falta de pene y no le perdona ese perjuicio.

En el varón el Complejo de Castración surge por la visión de los genitales femeninos, y el


hecho de darse cuenta que el miembro no es necesario en el cuerpo; por lo que empieza a
creer en las amenazas, y cae bajo el influjo de la angustia de castración.
En la niña se inicia por la visión de los genitales del varón, quien se siente perjudicada al
notar y entender la diferencia; y expresa que le gustaría tener algo así, por lo que cae presa
de la envidia del pene que deja huellas imborrables en su desarrollo y en la formación de su
carácter. Se aferra al deseo de tener algo así, y conserva este deseo en lo inconsciente,
reteniendo una considerable investidura energética.

Para Freud, las consecuencias de la envidia del pene son indudables: el descubrimiento de
su castración es el punto de viraje en el desarrollo de la niña. Ante el descubrimiento de su
castración, la niña tiene tres posibles destinos:

1. La primera lleva a la inhibición sexual o a la neurosis. Aquí la niña, que hasta el


momento había vivido como varón, se procuraba placer por medio de la excitación de su
clítoris y refería este placer a la madre; ahora ve estropearse el goce de su sexualidad fálica
por la envidia al pene. Así, renuncia a la satisfacción masturbatoria en el clítoris y
desestima gradualmente su amor por la madre. Su amor se había dirigido a la madre fálica,
y con el descubrimiento de que la madre es castrada es abandonada como objeto de amor;
prevaleciendo los motivos de hostilidad. La mujer en este destino se excluye de la vida
sexual.

2. La segunda lleva al desarrollo de un fuerte complejo de masculinidad. Aquí la niña no


reconoce la falta de pene y mantiene su excitación clitorídea, buscando refugio en una
identificación con la madre fálica o con el padre. Se evita la oleada de pasividad que
inaugura el giro hacia la feminidad. La elección de objeto es homosexual, se da una
homosexualidad manifiesta.
3. Finalmente puede darse que con la envidia del pene, la niña abandone la masturbación
clitorídea y renuncie así a una porción de actividad; por lo que la vuelta hacia el padre se
consuma predominantemente mediante mociones pulsionales pasivas.
Dicha oleada de desarrollo, que remueve la actividad fálica, allana el terreno a la
feminidad. El deseo con el que la niña se vuelve hacia el padre es, originariamente, el deseo
del pene que la madre le ha denegado y que ahora espera del padre.
La transformación femenina sólo se establece cuando la niña se “desliza en la ecuación
simbólica” y sustituye el deseo del pene por el deseo del hijo. El hijo aparece en el lugar del
pene. Con la transferencia del deseo hijo-pene al padre, la niña ha ingresado en la situación
del Complejo de Edipo. La hostilidad hacia la madre experimenta un gran refuerzo, puesto
que ésta deviene en la rival que recibe del padre todo lo que la niña anhela de él.

En la niña, el Complejo de Castración prepara el Complejo de Edipo en vez de destruirlo;


por el influjo de la envidia del pene, la niña es expulsada de la ligazón-madre y desemboca
en la situación edípica como en un puerto. Ausente la angustia de castración, falta el motivo
principal que obligó al niño a superar el Complejo de Edipo.
La niña permanece dentro de él por tiempo indefinido, y sólo después lo deconstruye y aún
entonces lo hace de manera incompleta. Así las cosas, según Freud, sufre modificaciones la
formación del Superyó, que no alcanza la fuerza implacable como sí sucede en el niño.

La vida sexual está gobernada por la polaridad masculino-femenina. La libido, la fuerza


pulsional de la vida sexual, es una sola; que entra al servicio de la función sexual tanto
masculina como femenina. Es activa, pero también subroga aspiraciones de meta pasiva.
En la feminidad normal, se puede ver un alto grado de narcisismo, que influye en la
elección de objeto; de hecho, la necesidad de ser amada es más intensa que la de amar.
La elección de objeto sigue el ideal narcisista del varón que había deseado devenir: si la
niña permaneció dentro de la ligazón padre, elige según el tipo paterno (padre protector,
apuntalamiento anaclítico).

La identificación con la madre es de dos tipos: preedípica, que consiste en la ligazón tierna
con la madre; y el posterior derivado del Complejo de Edipo, que quiere eliminarla para
sustituirla junto al padre. La preedípica es decisiva para la adquisición de las cualidades con
que cumplirá su papel en la función sexual.

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