Está en la página 1de 1

22

DOMINGO

DICIEMBRE 2019

PORTADA CALENDARIO RADIO TEMAS AUTORES NEWSLETTER BUSCAR

6 AGOSTO 2015 · CRÓNICA MODO LECTURA

PORTADA › DIARIO › 2015 › AGOSTO › HISPANISMO PARA DUMMIES

SOBRE EL AUTOR

HISPANISMO PARA Mercedes Cebrián (Madrid, 1971) es escritora y


traductora. Su úl ma novela es El genuino sabor

DUMMIES
(2014). Sus textos han aparecido en El País , La
Vanguardia , Público , Gatopardo , Eñe , Revista de
Occidente y The Massachuse s Review .
Actualmente vive en Filadelfia, donde realiza un
Así se explica España en los campus estadounidenses doctorado en estudios hispánicos en la Universidad
de Pensilvania.
Mercedes Cebrián

MÁS DE ESTE AUTOR

Ni tan gordos ni tan sanos

EN LA REVISTA

Ni tan gordos ni tan sanos


2 Cartas antipersona

EN OTROS PROGRAMAS:

EL CUARTO DE JUGAR

Vacaciones

MODO LECTURA    EEM, SOCIAL Me gusta   Seguir

H
   
asta hace bien poco, cuando escuchaba la palabra “hispanista” se me venía
indefectiblemente a la cabeza un irlandés o un angloamericano vinculado tan
Error: no se ha podido conectar con el
estrechamente a un personaje español como un ventrílocuo a su muñeco: Ian Gibson,
servidor de Twitter
por ejemplo, fiel arqueólogo de Lorca, o Paul Preston, con su Generalísimo
acompañándole en su periplo por congresos internacionales en tanto que objeto de estudio.
Podríamos decir entonces que Gibson y Preston, como hispanistas, se han dedicado a leer España, a
interpretarla y, por ende, a explicársela al mundo. 

Ante esta realidad, quizás alguno de los que llevan una pegatina en el coche con el lema: “Ser
español, un orgullo; madrileño, un título” pegue un respingo: “¿Y por qué estos ingleses nos tienen
que explicar España?”, sería la queja. Yo misma, de buenas a primeras, no tendría una respuesta
válida para los de la pegatina en el parabrisas. Voy a ver si aquí la puedo ir desgranando entonces,
preguntándome antes de nada qué es esa actividad a la que llaman hispanismo.

Como una Second Life bastante más exitosa que el invento en sí, el hispanismo podría asemejarse a
un microcosmos que acaba enganchando a quienes se dan cita en él. Cuenta con sus sedes, la Pompa y circunstancia
LUCTUOSO
mayoría ubicadas en los departamentos de español de universidades angloamericanas, con sus
Álex Portero | Bruno Galindo
revistas oficiales —que ojalá tengan más lectores que las propias de Second Life— y con sus estrellas
En las encrucijadas
mediáticas de artículo académico electrónico: los professors con dos eses, ellas y ellos, que se
DEL BARRO AL BARRIO
dedican a escarbar temas de estudio y autores poco explorados. ¿Y si desempolvamos a Gustavo David Prieto

Adolfo Bécquer y lo leemos a la luz de la teoría queer? —podrían decidir—, ¿o si nos ponemos a
Colorín colorado
estudiar todos al unísono a Carmen Bravo-Villasante, que ya no la lee ni el apuntador, y así CASTRO & CASTRO
repensamos su obra desde la crítica feminista?: esa sería otra posibilidad. Y así hasta la Ernesto Castro

extenuación. Vara & Endrinas


PRIMO DE RIVERA: ESE
CHULO QUE CASTIGA
Rasomon López | Mister Satan
Pero cuando uno estudia filología hispánica en una universidad española, ¿por qué no se pasea por
las calles adoquinadas de Salamanca declarando “soy hispanista”? Pues porque el término se suele Vaya tres cuerdas para un banjo
MÚSICA DE PORCHE
emplear para designar a aquellos que, como Gibson y Preston, no tuvieron que memorizar la Javier Lucini
Canción del pirata de Espronceda en la infancia y decidieron hacerlo de mayores, desde sus climas
con frecuencia lluviosos. Y ya se sabe que en la distancia se idealiza más y mejor, de ahí que los
amores transatlánticos siempre proporcionen grandes momentos de satisfacción y el hispanismo
produzca algunos de sus más sabrosos frutos desde lugares remotos.

Lo transatlántico es clave para entender el enfoque de los estudios hispánicos en el mundo


angloamericano. Puesto que el español se habla y escribe a ambos lados del Océano, es impensable
no tener en cuenta los puntos de encuentro y desencuentro entre las diversas realidades lingüísticas
y culturales. Se acabó lo de blandir la espada del Cid por doquier en las aulas: no es que su Cantar,
con sus infantes de Carrión dispuestos a afrentar a cualquiera que se adentre en los bosques, se
haya dejado de estudiar, pero no recibe mayor atención que la obra de Sor Juana Inés de la Cruz o
que la del cronista virreinal Guamán Poma. España, pues, camina por los pasillos de estos
departamentos sin sacar tanto pecho como antes: los estudios peninsulares han dejado de ser el rey
de la casa, y ya era hora de que eso sucediera. Por eso, no resulta extraño que un profesor de poesía
modernista española, al comentar la obra de Antonio Machado, pregunte a sus estudiantes si han
visitado alguna vez Castilla. Probablemente más de la mitad no hayan pisado ninguna de las dos
submesetas, y ante eso, los de la pegatina en el parabrisas se llevarían de nuevo las manos a la
cabeza: ¿cómo se puede ser experto en Machado o en Alfonso X el Sabio y sus Cantigas sin conocer
Castilla? Pues igual que se puede tocar free jazz sin haber vivido en la Nueva York de los sesenta. De
ahí que el hispanismo esté más emparentado con el jazz que con el flamenco, pues sí que parece
complicado ser una estrella del cante si una no se ha criado en las tres mil viviendas de Sevilla,
rodeada de primos que empiezan a cantar más temprano que el gallo.

REAL FÁBRICA DE HISPANISTAS, INC.

El hispanista no nace: se va haciendo a fuego lento en Texas, Rhode Island o New Jersey. Las encías
del hispanismo en Estados Unidos están sanas y coloradotas, no así las de los estudios eslavos o
italianos, cuyos departamentos no viven precisamente un momento de gloria. Y no es que La divina
comedia haya dejado de interesar sin razón aparente: es más bien que Italia no es un mercado por
descubrir. Si nos ponemos conspiratorios, podemos pensar que cuando las multinacionales
estadounidenses necesitan conocer bien un mercado potencial, fomentan el nacimiento de
departamentos universitarios especializados en esa lengua y cultura en las mejores universidades
del país: el auge actual de los estudios sobre Asia Oriental podría corroborar esta teoría
conspiratoria, así como el hecho de que se abrieran tantas secciones de español en los años
posteriores a la Segunda Guerra Mundial.  

Pero hay otras variables más fácilmente constatables que han influido en la creación de estos
departamentos: una de ellas se llama exilio, y su horrísono motor fue la guerra civil española. Otra
podría resumirse así: “soy escritor, editor o traductor literario y aquí puedo encontrar un medio de
vida afín a mis aptitudes”. De este modo, centenares de letraheridos hispanohablantes de ambos
lados del Atlántico pueblan esos cientos de campus esparcidos por el inmenso país norteamericano,
en una especie de mili civil por la que muchos escritores o licenciados en literatura hispánica
desean pasar. Desde Ricardo Piglia y Alan Pauls, que han dado clases en Princeton ya en este siglo,
hasta Antonio Orejudo, con su flamante doctorado de la Universidad Estatal de Nueva York en
Stony Brook. Y obviamente, los escritores y filólogos que desembarcaron mucho antes, como Pedro
Salinas, Carlos Blanco Aguinaga, Jorge Guillén o Josefina Ludmer.

Muchos de ellos, además de arrojar luz sobre escritores del pasado y presente, han generado
novelas de campus en lengua castellana. Como sus lectores comprobarán, la novela de campus en
lengua castellana no es un mero remedo de su hermana mayor en inglés, sino una variante del
género al que aporta como elemento idiosincrásico el extrañamiento que sienten —y por ende
narran— los personajes recién aterrizados en esos paisajes, a menudo aislados en el Medio Oeste de
la geografía estadounidense, como les ocurre al protagonista de Ciudades desiertas del mexicano
José Agustín y al de Donde van a morir los elefantes, del chileno José Donoso.

Una misión que se autoimponen los narradores de estas crónicas ficcionadas es trazar un mapa del
hispanismo, de las luchas intestinas entre peninsularistas y latinoamericanistas, de sus artículos y
tesis de temas tan insólitos como “la figura del gaucho en la literatura gauchesca”, según parodia
Antonio Orejudo en Un momento de descanso. Otra manera de enterarnos de cómo era el clima del
hispanismo estadounidense de hace décadas es leer las memorias de los exiliados que aterrizaron
en la academia: Víctor Fuentes, desde Santa Bárbara, o Carlos Blanco Aguinaga desde San Diego,
nos cuentan chismes de la hija de Jorge Guillén, del concurso de tortillas de patata que tenía lugar
entre los profesores del curso de verano del Middlebury College y otras lindezas.

En De mal asiento (Caballo de Troya, 2010), Carlos Blanco distingue entre un “ellos”, los españoles
que permanecieron en la península durante el franquismo, y un “nosotros” compuesto por todos los
exiliados en México y Estados Unidos que conoció a lo largo de su estancia en ambos países, y que
se sabían privilegiados por las oportunidades de las que disfrutaron: “nosotros teníamos a mano
maestros, libros, cine; ellos, oprimidos, reprimidos y en gran desventaja cultural, vivían en una
realidad que era la suya, en tanto que nosotros no acabábamos de saber dónde vivíamos.”

Y en ese no saber donde se vive, en esa falta de barandillas a las que agarrarse, se cuela el
desvalimiento: la soledad del hispanista en Estados Unidos es igual o superior a la del corredor de
fondo. De nuevo Carlos Blanco, desesperadamente alienado desde su puesto de catedrático en la
Universidad Johns Hopkins de Baltimore, según él, “el corazón del solipsismo”, se sincera: “Había,
pues, que irse a donde hubiese mucha gente más o menos como uno, gente que, poco o mucho, bien
o mal, hablara –más o menos– como uno; gente también desplazada; gente con alguna variante de
nuestra situación; gente que estaba donde estaba porque lo importante es seguir tirando, y la
verdad, tanto monta, monta tanto un país como otro, lo importante es saber which side are you on,
de qué lado estás, como decían los sindicalistas americanos de los años treinta”.

Y de esa imposibilidad para ser testigo del día a día de la lengua, de la llegada de palabras como
“fistro” o “piticlander” al castellano peninsular, es de la que más se resienten los hispanistas que
viven lejos, por bien dispuestos que se hallen para estudiar todo lo pop o lo basuril que se les ponga
a mano: el mejor ejemplo es el de Paul Julian Smith, que cambió a Quevedo por Almodóvar, por
Antonio Mercero y por la teleserie El Barco, y los estudia desde su despacho neoyorquino de
CUNY. A profesores como ellos les toca formar a los hispanistas del mañana, que ya están ahí, en la
catapulta, esperando ser propulsados como académicos que a su vez formarán a las siguientes
generaciones.

Pero no pensemos que hay miles de estudiantes de Massachusetts, Connecticut y otros lugares con
nombres plagados de dobles consonantes que desde los quince años sueñan con entrar en un
departamento de estudios hispánicos para, por fin, analizar en profundidad el dualismo eros-
tánatos en El libro de buen amor —estudio que muy bien podría figurar en el programa de uno de los
cientos de congresos de crítica literaria que tienen lugar anualmente—.

Los muchachos y muchachas norteamericanos llegan a la universidad sin haber decidido qué
estudiarán, pues así es como funciona el sistema estadounidense: una vez allí, escogen entre
diversas asignaturas para fabricarse ellos mismos su licenciatura, y a menudo se decantarán por un
curso de español como lengua extranjera, por su masiva presencia en EEUU.  Pongamos que
Karen, estudiante en Minnesota, se anime a escoger una asignatura sobre el cine de Buñuel tras su
curso de español intermedio, y después, alguna otra de título atrayente como “El Madrid de
Almodóvar” o “Perspectivas sobre el cómic latinoamericano”, pues los profesores han de saber
vender bien su curso para lograr reclutar el suficiente número de estudiantes.

Tras un par de años, Karen empieza a tener una idea de la cultura en español en sus diversas
manifestaciones; maneja los nombres clave de ayer y hoy —Cervantes, Borges, Buñuel, Frida Kahlo,
García Márquez—, e incluso algunos menos frecuentes como el de Jess Franco, cuyas películas vio
en una de las clases de introducción al cine español de serie B. Ya está acariciando la idea de cursar
un doctorado con una beca del departamento, pero antes pasará un año en algún enclave específico
de la cultura española. En efecto: acaba de nacer una hispanista.

EL TÍO GILITO VISITA EL CAMPUS

¿De qué hablamos cuando decimos que las universidades estadounidenses “tienen recursos”? Pues,
por ejemplo, de los abundantes caterings que acompañan cada charla de un profesor invitado: en la
Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia, los sándwiches contienen un mínimo de seis lonchas de
fiambre que impiden la formación de esos resquicios donde la boca solo accede al pan; las enormes
cookies de mantequilla de cacahuete, por su parte, son la perdición de hispanistas y golosos de
cualquier disciplina. El despliegue de medios de ese gran pueblo con poderío, que dirían los
protagonistas de Bienvenido Mr. Marshall, también se dejó ver en el Empire State Building el 20 de
mayo del 2014, pues aparecía iluminado en violeta para celebrar la graduación de los estudiantes de
NYU (New York University), cuyo color corporativo es precisamente ese.

Pero, así entre nosotros, ¿qué medios se necesitan para pensar y requetepensar a Lorca y su
relación con las vanguardias, o para releer Nada de Carmen Laforet a la luz de Foucault o Judit
Butler? ¿Acaso unos microscopios de alta precisión con unas lentes esperando ser calibradas para
analizar morfemas? No parece probable, pero es cierto que a un estudioso de la literatura en
español no le viene pero que nada mal tener acceso a la correspondencia y a los cuadernos de notas
de escritores como Reinaldo Arenas, Elena Garro o Miguel Ángel Asturias, por ejemplo. Y comprar
ese material vale dinero, mucho más que lo que la familia de Miguel Hernández le pidió al
Ayuntamiento de Elche por su legado y que, por desavenencias, provocó el encierro en una caja
fuerte de los documentos, que finalmente acabarán en Jaén. A esa compra sin pestañear de legajos
de escritores, y no sólo a la posibilidad de adquirir aceleradores de partículas, es a lo que se le llama
“tener recursos”. En la Universidad de Princeton los tienen: lo pude comprobar en mi excursión a
su biblioteca, la Firestone, llamada así en honor al fabricante de neumáticos, convertido aquí en
filántropo. La Firestone posee documentos personales de más de sesenta escritores
latinoamericanos. Antes de pasar a consultar las cajas pedidas (cualquier persona que muestre su
pasaporte puede hacerlo, tras una espera inferior a media hora) viene el momento de las
abluciones: el siempre correcto personal te insta a lavarte y secarte las manos en un diminuto
lavabo estratégicamente situado cerca de la entrada. Y todo ello bajo la atenta mirada de otro SOBRE EL AUTOR
filántropo, John Foster Dulles, desde su retrato al óleo que preside la sala que lleva su nombre.
Mercedes Cebrián (Madrid, 1971) es escritora y
traductora. Su úl ma novela es El genuino sabor
Y cuando hay dinero, el tiempo para trabajar también abunda, porque como sabemos, “time is
(2014). Sus textos han aparecido en El País , La
money” —o “el tiempo es un maní”, que dirían Les Luthiers en su spanglish particular—. Estaremos
Vanguardia , Público , Gatopardo , Eñe , Revista de
de acuerdo en que la vida intelectual requiere unos hábitos pausados, cosa que exaspera a muchos,
Occidente y The Massachuse s Review .
que esgrimen la cantinela de que todos tendríamos que ser como Cervantes o Fray Luis de León,
Actualmente vive en Filadelfia, donde realiza un
que escribieron parte de su obra en la cárcel. Pero si hacemos caso a las palabras del narrador de El
doctorado en estudios hispánicos en la Universidad
camino de ida, la última novela de Ricardo Piglia, los campus universitarios aislados “han
de Pensilvania.
desplazado los guetos como lugares de violencia psíquica”, así que emparentarlos con Alcalá-Meco
no resulta un disparate total.

MÁS DE ESTE AUTOR


A los que preguntan para qué sirve estudiar cuestiones tan específicas, que no son pocos, sólo se me
ocurre responderles que para lo mismo que el cambio cíclico de estética en el logo de una cadena de Ni tan gordos ni tan sanos
televisión o marca de yogures, o dicho de otro modo, para otorgarle un sentido a nuestra estancia en
el planeta. Y así están las cosas en el hispanismo, desde cuyo epicentro –uno de sus múltiples y
rizomáticos centros– retransmito en directo este ensayo.
EN LA REVISTA
 
Ni tan gordos ni tan sanos
 

Foto de portada: Eva P. Bueno, profesora de Español y Portugués del Departamento de Idiomas de la University de San 2 Cartas antipersona
Antonio, Texas (St. Mary University). 
Foto Biblioteca: Firestone Library de Princeton (Andreas Praefcke)
Foto The Hispanic Society of America (HSA) EN OTROS PROGRAMAS:

Manuscrito original de María Zambrano EL CUARTO DE JUGAR

Vacaciones

El Estado Mental, S.L.


Tamayo y Baus, 6; 28004 Madrid. Quiénes somos Aviso Legal Contacto

También podría gustarte