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ANNIE GRINTON
Copyright © 2014 Annie Grinton
ISBN: 4786971
ISBN-13: 978-1499322941
DEDICATION
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Son las 2 am, ¿Por dónde empiezo?
Hay lágrimas en mi rostro otra vez. El sonido silencioso de la soledad que quiere venir
conmigo a la cama. Soy el fantasma de una chica que estuvo en la cima. Soy la cáscara de
una chica a la que solía conocer bien.
Bailando lentamente en un cuarto vacío, ¿Puede la soledad tomar el lugar que dejó mi
antigua yo? Me canto a mí misma una dulce canción de cuna, imaginando que es ella
quien está aquí para cantarla. Entonces el recuerdo se va y deja a la soledad entrar, para
llevarse mi corazón otra vez. Demasiado temerosa, me encierro en mí misma a causa del
dolor de una noche más sin amor. Porque sé que la soledad se quedará conmigo, y que me
abrazará hasta que me quede dormida.
Piezas rotas de una historia que apenas me permito recordar, donde una vez hubo amor y
ahora sólo quedo yo, y la soledad...
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PRÓLOGO
Mis pies se arrastraban por el suelo, sin querer moverse realmente. Mis
zapatos estaban destrozados, mis pantalones rotos y cubiertos de mugre, mi
camiseta completamente manchada de sangre. Pero no era mi sangre. ¿Por
qué no pudo haber sido mi sangre? Mi cabello caía enmarañado sobre mis
ojos, como si tratara de evitar que estos, rojos e hinchados, observaran algo
que no desearan ver. Como si ya no hubiese visto suficiente.
Cerré mis ojos y detuve mi caminata. Me apoyé de la pared más cercana y
me deje caer al suelo de rodillas, metiendo mi cabeza entre ellas y
rodeándola con las manos. ¿Por qué? ¿Por qué ella? Un sollozo se escapó
de mi pecho, y apreté mis brazos a mí alrededor con más fuerza. Si tan
solo… Si no hubiese insistido en que me llevara… Si le hubiese dicho que
estaba bien tomar el autobús… Quizás ella estuviera en casa en estos
momentos, tratando de ver por la ventana, esperando el momento en que
apareciera en la entrada de la casa, para salir corriendo a recibirme.
Entonces yo correría también a su encuentro, entrando en el calor de sus
brazos.
Otro sollozo se abrió paso por mi garganta, y luego otro, y otro, hasta que
las lágrimas comenzaron a bañar mi rostro y descender hasta mi pecho,
mojando mi camiseta ensangrentada. Su sangre… mi sangre… Las personas
pasaban a mi lado por el estrecho pasillo del hospital sin detenerse; y no
esperaba que lo hicieran. Me sentía sola… abandonada… desdichada… con
el peso de la culpa aplastándome. Tal vez por eso nadie se detenía. Tal vez
todos pensaban, al igual que yo, que tenía toda la culpa de que ella hubiese
muerto. ¿Quién sino yo era la responsable? ¿Quién sino yo la había matado?
Apreté mis puños y golpee con fuerza la pared en la cual reposaba mi
espalda, sintiéndome como la peor escoria.
Un par de manos se aferraron a mis brazos, y tiraron de mí hacía arriba.
Noté que era Ethan mucho antes de mirar su rostro, y supe que no estaba
enojado conmigo. ¡Debería estarlo! Había matado a mamá. Yo la había
matado. Era mi culpa. Mía. Me aferré a él, envolviendo mis brazos en torno
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fuerza, apretando los puños. Iba a alejar a Ethan lejos y quedarme indefensa
frente a mí padre cuando se detuvo.
El timbre había sonado.
Me estremecí de terror cuando vi en ese rostro demacrado y malvado un
amago de sonrisa, anticipándose a una carcajada. La persona que esperaba
abajo no podía traer nada bueno, al parecer. Pero demonios, este día ya no
podía ir peor.
Papá bajó las escaleras limpiándose las manos en sus pantaloncillos, que ya
le quedaban muy ajustados debido a su gorda y ancha barriga de borracho.
Mi hermano y yo permanecimos abrazados, con el oído aguzado,
escuchando claramente los pasos de nuestro padre al bajar pesadamente las
escaleras, y luego al abrir la puerta. Por el pasillo subió una voz fina y
delicada, la voz de una mujer; que luego, con zapatos de tacón según
imaginé, subía a encontrarnos.
Lo primero que noté fue su largo, liso y plateado cabello; similar al cabello
de los señores muy ancianos, pero ella debía tener alrededor de unos
veinticinco. Sus ojos azules parecían querer salir de sus cuencas, y estaban
rodeados por unas espesas pestañas. Su cuerpo era delgado y delicado, tal
como una muñeca de porcelana. Se quedó levemente paralizada al vernos,
aún abrazados, pero luego sonrió con pesar. De seguro nos había visto tal y
como estábamos: completamente destrozados.
—Ellos son mis pequeñas criaturas—susurró papá, con la voz entrecortada.
Hice hasta lo imposible por mantener la boca en su lugar. Ethan se había
puesto rígido a mi lado, así que supuse que también había notado la gran
actuación de papá. No estaba loca… todavía. Incluso se le estaban
derramando un par de lágrimas. <<Denle un GRAMMY al
cabrón>>pensé, enojada.
—Ya veo—susurró la mujer. Suspiró, dio un paso al frente y se arrodilló
frente a nosotros— ¿Quién de ustedes es el mayor?
Ethan levantó la mano tímidamente. Ella asintió.
—Chico… tienes que venir conmigo—susurró.
Mi corazón se detuvo por unos segundos. ¿A qué se refiera con eso de ir
con ella? ¿De qué estaba hablando? No podía llevarse a mí hermano. ¡No
podían quitarme a mi hermano!
—Ir… ¿A dónde?—pregunté, con los ojos llenos de lágrimas.
La mujer me las secó delicadamente, casi con ternura. Pude ver en su rostro
que no le agradaba hacer lo que sea que estuviese haciendo.
—Su madre era la persona que mantenía este hogar. Ahora que no está…
Por ley debemos hacernos cargo de ustedes; pero como aún tienen un padre
vivo, nos haremos cargo de uno solo. Él se ha comprometido a mantener…
sólo a uno. Por lo general siempre es al menor—susurró, mirándome.
Luego miró a Ethan—Tú debes venir conmigo.
— ¡No!—grité. Por favor, que no se lleven a mi hermanito. ¡No!—Por
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CLARISSA BLACK
DESCANSE EN PAZ
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que suspendas este curso” del profesor. Saqué mis libros de la mochila,
junto a una pluma y comencé a escribir lo que estaba en la pizarra algo así a
la velocidad de la luz. No entendía ni una mierda lo que estaba garabateado
allí, joder.
—Señorita Hathaway, podría decirme por favor, ¿Qué resultado
obtengo de esta ecuación?—preguntó el profesor, mirándome con un
amago de sonrisa en la esquina de sus labios.
Mierda. Apreté los puños, irritada; él bien sabía que no tenía ni la menor
idea de qué era lo que estaba haciendo, mucho menos podía esperar a que le
respondiera.
—Pues no tengo la menor idea—respondí, claro y fuerte, encogiéndome
de hombros.
—Pues claro que no. ¿Sabes por qué?—era una pregunta retórica.
—Porque odio esta materia y no le pongo la atención necesaria, lo sé. —
dije, sin pesar—Además de que su forma de explicar me aburre.
Su sonrisa desapareció, justo como deseaba. Ahora sí, definitivamente
iba a ser el responsable de que suspendiera esta materia. Tendría que
cambiarme de profesor esta semana. Señor odio-a-este-monstruo apretó los
puños y frunció el ceño. Se escuchó una risita detrás de mí, y me giré. Un
chico de piel blanca, con cabello castaño-rubio y ojos azules me miraba con
una sonrisita en sus labios. Vestía una camiseta de algodón de color blanco,
debajo de una cazadora negra; unos Ray-Ban reposaban en su escritorio,
junto a las llaves de lo que imaginé sería una motocicleta. Era bastante
guapo, por lo cual me irritó. Odiaba a los chicos guapos. Eran unos
imbéciles.
—Acompáñeme a ver al director, señorita Hathaway—ordenó el
profesor.
Recogí mis cosas aún sin apartar la mirada del chico, el cual no borraba
esa estúpida sonrisita de sus labios. Estuve tentada a aplastar su rostro con
mi libreta de dibujos, pero amaba demasiado esa libreta como para
ofenderla de ese modo. En fin… le di la espalda y seguí al profesor fuera de
clases. Pasó todo el trayecto riñéndome por ser irrespetuosa y blablablá. No
le prestaba atención. Mi mente todavía vagaba en dirección ese chico de
ojos azules, y a su sonrisita estúpida.
— ¿Qué ha sucedido ahora, Annie?—preguntó el director, cansado.
Me encogí de hombros.
—Que lo diga él—respondí, señalando al profesor.
Comenzó con una perorata de mis impertinencias, mi falta de atención,
y concluyó con que era una mala estudiante, lo cual me hizo enojar, puesto
que tenía el mejor promedio de toda la institución, joder. Afortunadamente,
y antes de que comenzara a maldecir al mundo entero, el profesor se me
adelantó y lo desmintió, cosa que a él lo hizo cabrear también. Yo sonreí.
—Como sea—prosiguió, tratando de mantener la poca dignidad que le
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otros cuatro, porque era el que estaba en el centro y el que parecía más
enojado.
—Está bien. —se limitó a responder sonrisa.
¿Todo esto era por una chica? Tenía que ser una broma.
— ¿Está bien? ¿Eso es todo?—preguntó súperman, atónito. — ¿No vas
a pelear?
Sonrisa bufó, riendo.
—No peleo por mujeres, idiota. Ellas pelean por mí—respondió.
Vaya jodido imbécil que era.
—Pero—continuó—Si quieres pelear… Tal vez podría complacerte.
Hace días que no te mando al hospital.
Y comenzaron a pelear. Bien pensé que los cinco iban a matarlo, pero
nada de eso. Chico sonrisa parecía estar bastante acostumbrado a las peleas
desiguales, porque se las arregló bastante bien con los otros él solo. Yo no
me movía, ni decía nada. No era muy fanática de la violencia, bastante tenía
con Peter en casa, en vivo y directo y en carne propia; pero no tuve esa
necesidad de detener la pelea sino hasta que vi que cuatro de esos cinco
salían corriendo, dejando sólo a súperman, que ya estaba a punto de perder
la consciencia. Supe que era en serio eso de mandarlo al hospital, así que
salté del árbol, cayendo justo en medio de ambos estúpidos.
—Ya basta—le dije a sonrisa.
Él me miró, luego hacia el árbol, luego a mí de nuevo. Por un segundo
pareció perdido, y al otro volvió a regalarme esa sonrisita estúpida que tanto
me irritaba, y que ya había dibujado. Algo se removió en mi estómago
mientras observaba esos labios desiguales, ¿Iba a vomitar? Lo más probable.
—Vaya, vaya; miss problemática aparece—dijo.
Tenía la voz gruesa y… ¿Por qué no admitirlo? Un poco sexy. Desvié
mis ojos de los suyos, sin replicar en eso de “problemática”. Por favor, ¿La
problemática era yo, cuando era él quien iba a mandar a un pobre chico al
hospital? Seguro. Me incliné sobre súperman y lo ayudé a levantarse.
— ¿Estás bien?—le pregunté, aunque me pareció una pregunta estúpida.
Tenía el rostro ensangrentado; su ojo derecho estaba comenzando a
hincharse y ya estaba morado, casi negro. Estaba segura de que no podría
usar ese ojo en un par de días.
—Estoy bien, gracias—susurró.
Como pudo se mantuvo en pie, y comenzó a alejarse. Sonrisa se acercó a
él.
—Hey, no he dicho que terminé contigo—dijo.
Hizo el intento de agarrarlo por los hombros, pero lo empujé lejos: con
mis dos manos en su pecho, y un empujón con bastante fuerza que casi
hace que caiga de espaldas.
—Pues yo digo que esto ya se ha acabado—le espeté. Él volvió a
sonreír, pero esta vez era una sonrisa perversa. Una sonrisa que me hizo
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estremecer—Vete, chico.
Súperman me obedeció, y se marchó susurrándome un ligero “gracias”
que se llevó el viento. Chico sonrisa todavía me miraba con esa sonrisa
perversa en sus labios, la cual provocaba sensaciones extrañas en mí. No era
miedo, era algo peor, estaba segura. Miré hacia arriba, en el árbol, dónde
había dejado mi mochila, y le pasé por un lado al chico mientras escalaba de
nuevo para buscarla. El uniforme del instituto era de falda, por lo cual lo
odiaba; pero siempre había llevado un short bastante corto debajo, para que
cuando el viento soplara, los chicos no vieran nada interesante. O, podría
pasar que subiera al árbol y alguien desde abajo estaría mirando; tal y como
lo hacía sonrisa. Iba a darle un puñetazo si no apartaba la mirada.
— ¿Por qué usan short debajo de las faldas?—preguntó, mientras bajaba
de nuevo.
—Para que imbéciles como tú no estén mirando—le espeté, mientras
alisaba mi falda (que por cierto, me llegaba más arriba de los muslos) con
mis manos.
Ya sabía que tenía buenas piernas. Por lo general corría todas las tardes,
cuando ya el sol iba a ocultarse (Me gustaba hacerlo en la playa, ya que a mi
madre le gusta mucho mirar el mar, y a mí también), pero no me gustaba
que toda la población masculina clavara sus ojos en ellas, tal y como estaba
haciendo este chico. Y lo hacía sin ninguna delicadeza en observar
discretamente.
—Pero, ¿es que no fueron creadas para mirarlas?—preguntó.
—Pues te equivocas conmigo. Yo fui creada especialmente para pasar
desapercibida.
—Pues con esas piernas, lo dudo mucho. —dijo, enarcando las cejas de
modo apreciativo y metiendo su mano en el bolsillo trasero de su pantalón.
Sacó un cigarrillo delgado y largo de una pequeña caja aplastada de
Lucky Strike y encendiéndolo se lo llevó a la boca. Tuve la oportunidad de
detallar más a profundidad sus labios, notando de nuevo esa diferencia de
relleno entre el labio superior y el inferior. También los tenía ligeramente
rojizos, lo cual tendría que tener en cuenta si quería pintar el dibujo que
había hecho. Bien, no tenía que hacerlo.
Me encogí de hombros, queriéndole decir “es lo que hay” y comencé a
alejarme de él, con mi mochila al hombro, pero me detuvo. Su mano se
había aferrado a mi brazo, y sin querer solté un gemido de dolor. Maldita
sea, me había sujetado justo dónde tenía los golpes. Me miró curioso,
pasando su mano con delicadeza sobre el lugar dónde me había sujetado.
Como si me acariciara.
— ¿Qué te ha pasado?—preguntó.
Alejé su mano con fuerza.
—Como si te importara—le espeté.
— ¿Y tú qué sabes?
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ejemplo.
Abrí la boca para decirle que era mi padre quién me golpeaba cada vez
que llegaba a casa y no me encontraba, o encontraba alguna mancha en el
suelo, o algún plato sucio, o la comida fría, o algo por el estilo. A veces
incluso lo hacía para divertirse; siempre me llamaba “pequeña perra” o
“jodida zorra” y reía. Odiaba esos momentos. Pero la gran salchicha
amarilla se acercaba, así que mantuve mi boca cerrada.
—Tengo que irme—le dije, señalando el autobús escolar.
Le di la espalda. Las puertas del transporte se abrieron, y justo cuando
iba a subir a él me tomaron de la mano. La piel era suave, caliente,
desprendía cierta electricidad que subió por todo mi brazo, esparciéndose
por todo mi cuerpo. Se me escapó un gemido de sorpresa, y alejé mi mano
de la suya. ¿Qué demonios había sido eso?
—Yo te llevo—me dijo, girándome y colocándome de pie frente a él.
Le hizo señas al conductor para que se marchara, y así lo hizo, joder.
Ahora bien, me quedaban dos opciones: O esperaba dos horas hasta que
volviera a pasar, o me iba con chico sonrisa.
—No tienes muchas opciones—dijo, sonriendo.
Y allí estaba de nuevo esa sonrisa.
—Ya lo sé, idiota—gruñí.
Miré la moto, luego a él, luego la moto.
—Caminaré—le dije.
Después de todo, tenía que ir a trabajar, y la librería no quedaba
demasiado lejos. No me hacía mal una caminata, ¿no?
— ¿Siempre eres tan jodidamente terca?—preguntó.
—Mmmm—pensé—Casi siempre.
Asintió, sonriendo, como queriendo decir “ya, lo supuse”.
—Bien. Pues yo también lo soy, así que de aquí no te mueves si no es en
mi moto.
Me crucé de brazos, y miré la hora. Mierda, se estaba haciendo tarde.
Volví a mirar la moto, y luego a él, y en su rostro se extendió la sonrisa.
Supuse que ya intuía que me había ganado.
—No voy a casa—le advertí.
Se encogió de hombros.
—Te llevaré a dónde quieras.
Suspiré, dándome por vencida.
—Vas a llevarme directamente a donde te diga, sin paradas en lugares
extraños, ni segundas intenciones. —le advertí, con un dedo presionando
en su pecho—Nada romántico, ni pervertido, ¿Entiendes?
Asintió. Se subió a la moto, y me pasó su casco para que me lo colocara.
No supe como carajos se me había enredado en el cabello, pero a la final
tuve que pedirle ayuda a ese chico para poder colocármelo bien.
—Por cierto, soy Jack. —dijo.
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—Ya.
— ¿No vas a decirme tu nombre?
—Me parece que estabas muy atento a ello cuando el profesor de
matemáticas me sacó de clases—le dije.
—Si mal no recuerdo, te llamó por tu apellido. ¿Quieres que te diga
“señorita Hathaway”?—preguntó, imitando la voz chillona de Frank.
—Soy Annie.
—De acuerdo, Ann.
—Annie. Mi nombre es Annie—refunfuñé.
—Ya, pero imagino que así te llama todo el mundo. Yo soy diferente.
Yo te diré Ann.
¿Diferente? Ningún hombre era diferente. Todos decían serlo sólo para
ganar la confianza de la chica que les gustaban y… Oh, Dios, no.
—Por favor, prométeme que no intentarás tener algo conmigo, o
parecido—le supliqué.
Sonrió.
—Te juró por los demonios del infierno que jamás te prometeré algo
así.
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2 LAS MUERTAS EN VIDA NO SONRÍEN
Mi corazón había latido con fuerza por alguna extraña razón que, por más
que intenté, no comprendí. Jack tomó mis brazos y los cruzó por delante de
su pecho, antes de arrancar la moto. Pude palpar la dureza de su abdomen
mientras hacía el débil intento por tratar de no salir volando debido a la
corriente de aire que creaba la vigorosa velocidad a la que conducía. A mí
particularmente, me encantaba; podía sentir que volaba.
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Volvió a reír.
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Hacía dos años que el señor Thomas había desarrollado una enfermedad
que, aunque nunca me había querido decir cuál era, deducía que era letal y
dolorosa debido a las veces en las que arrugaba el rostro sin motivo
aparente, y a las constantes medicinas que tomaba.
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cada vez que estaba enojada, y por extraño que parezca, siempre me hacía
sentir mejor. Como dicen, qué la música amansa a las fieras.
—Eh, ¿Qué?
—Te he visto llegar con él. —Refunfuñó— ¿Qué le has dado para que te
traiga en su moto?
—No te creo.
Se acercó a mí con paso cauteloso, como si midiera que tan peligrosa podría
llegar a ser.
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—Jackie es mío, así que te pido que te alejes—Se acercó más—La próxima
vez no te lo pediré tan amablemente.
¿Jackie?
Sonrió.
—Un Walker no podría estar con alguien tan bajo como tú.
—Oh, ¿Eso fue toda la ofensa? Bien, dame un momento para poner una
expresión de ofendida—hice una extraña mueca y la miré— ¿Te parece
bien así?
Pude observar los tendones de su mano tensarse cuando las hizo un puño.
Ah, eso era todo. Estaba celosa de que señor sonrisa estúpida me trajera en
su moto y que, seguramente, a ella la ha dejado con las ganas en más de una
ocasión. De no ser porque había perdido la costumbre de reír, hubiese
estallado en carcajadas.
—Bien, a mí me ha traído.
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Me encogí de hombros.
—Preguntó por los libros de la saga Hush, Hush y le dije que estaban
agotados. Ya sabe cómo se ponen las fanáticas de Patch cuando no
encuentran los libros. ¿Recuerda como me puse yo?
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Peter llegó justo cuando acaba de terminar la limpieza del lugar, gracias a
Dios. Le llevé el plato de comida al sofá, junto con una cerveza, como
siempre hacía. Lo dejé en la mesita que estaba junto a él, y le di la espalda
para subir a mi habitación a darme una ducha rápida para subir al ático. Sin
embargo, cuando iba a mitad de las escaleras, me llamó. Solté una maldición
por lo bajo, y me giré para encararlo. No estaba en el sofá, se encontraba en
la cocina.
—Comida—le espeté.
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No me maquillé por dos simples razones; primera, sólo poseía una mínima
cantidad de maquillaje que guardaba especialmente para esos días en los que
a Peter le daba por desfigurarme el rostro; y segunda, no me gustaba.
Colocarme esa máscara en la cara me hacía sentir tan igual a las demás, y yo
no era así. Me gustaba ser diferente.
Abrí uno de los cajones que tenía junto a la cama para sacar un par de
medias, de los tres juegos que tenía. La madera estaba algo maltratada y
desvencijada, y la gaveta tenía un pequeño agujero en el fondo, pero aún me
servía para guardar algunas cosas. Como la jodida carta de Alec West. No
sabía por qué la conservaba todavía, ni por qué motivo mis manos se
encontraban abriéndola justo ahora; pero no pude detener a mis ojos
cuando comenzaron a leer las mismas palabras que habían observado años
atrás.
Annie…
No puedo dejar de recordar ese momento en el que te vi por primera vez, ¿Tú lo
recuerdas? Me sentí tan avergonzado de haberte lastimado con mi maleta, Dios,
deseé que me tragara la tierra. Recuerdo también que lo primero que pensé al ver
tus ojos fue: Estoy de pie frente a un ángel. Fue como si con esa mirada mortal
que me echaste, me hubieses hechizado. Me sentí tuyo desde el momento en que me
arrancaste la maleta de las manos y la arrojaste detrás de ti, porque estaba tan
petrificado ante tu belleza que me fue imposible articular palabra alguna para
pedirte disculpas.
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primera; no sé si serás la última, pero créeme que no deseo otra cosa más que estar
contigo por el resto de mi vida. No deseo nada más que quererte, cuidarte y
valorarte de tal manera que nadie nunca lo ha hecho. Quiero que cada chica que
nos vea sienta celos de ti; no por mí, sino por no ser como tú. Quiero que cada
chico que nos vea tomados de las manos reviente de impotencia; esta vez si por mí,
pero no me malinterpretes, me refiero al hecho de que van a envidiar a
sobremanera estar en mi lugar. Dios, ¿Estoy diciendo muchas tonterías? Bien,
pues sigue leyendo, que para tonto estoy esta noche, especialmente si es para ti.
No recuerdo la primera vez que pensé en besarte, fue sólo una idea fugaz que
cruzó mi mente, pero sólo fue eso, la primera vez. No sabría decir si el primer
deseo llegó al verte a la mañana siguiente, cuando pasé por tu salón de clases.
Desde la ventana podía ver tus labios fruncidos ante la cantidad inmensa de
números en la pizarra, y di gracias al cielo por haberlo notado. Tenía ya una
excusa para acercarme a ti.
Una vez tras otra la idea aparecía en mi cabeza, y a veces no sólo como una idea,
sino como un fuerte deseo. Quería abrazarte contra mí y fundirme contigo, pero
jamás lo creí posible. Era como ese sueño inaccesible que debes contentarte sólo con
soñar, como ese amor imposible que nunca podrás tener, pero, bien sueño, bien
amor, me valía con que existiese, pues me hacía sentirme bien, divertido, en
ocasiones llegaba a avergonzarme de mis pensamientos tanto que los colores
poblaban mi rostro. Afortunadamente nunca lo notaste.
Pero el otro día, un rayo de esperanza iluminó mi deseo, descubrir lo que habías
escondido en tu corazón y tu mente tanto tiempo, me hacía temblar de emoción, me
hacía estremecerme. ¿Recuerdas que me lo habías dicho todo desde el computador
de la biblioteca? Yo lo recuerdo. Y casi no podía escribirte en mi ordenador. Si te
hubiese tenido aquí, frente a mí, no habría podido resistir el no pegarme a ti hasta
quedarme sin aliento. Lo que había deseado y temido a la vez, ¡se estaba haciendo
realidad! También habías pensado besarme, también querías hacerlo, y no podía
creerlo. Dejé que hablaras, dejé que te confesaras conmigo, que sacases todo
aquello que te agobiaba, y luego, fue mi turno. El corazón quería salírseme del
pecho, apenas atinaba a escribir, y las lágrimas empañaban tanto mis ojos que
casi no podía ver la pantalla. Sólo el ordenador me unía a ti y, precisamente, era
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Sé que es demasiado pronto pero, estoy enamorado de ti. Tan enamorado que
haría una locura con tal de mantenerte siempre a mi lado. Tan enamorado, que
haría lo que fuera para que no mirases a alguien más.
-Alec.
Arrugué el papel con mi puño, cerrando los ojos con fuerza. Maldita sea,
era tan jodidamente sentimental a veces. Respiré profundamente mientras
obligaba a las lágrimas a retroceder, en un intento desesperado por no
romper mi promesa de no llorar por ningún chico, jamás. Pero lo había
amado tanto, tantísimo, que en ocasiones era complicado no desempolvar
una vieja herida. Ya no sentía lo mismo por él, por supuesto que no, pero la
humillación que me había hecho pasar jamás iba a olvidarla.
<<No puedo dejar de recordar ese momento en el que te vi por primera vez, ¿Tú lo
recuerdas?>> Pues claro que lo recordaba. Pero no quería hacerlo, nunca
quería. Pero lo hacía.
“Me senté en las escaleras del instituto, observando unos pájaros sobrevolar la copa de un
árbol que se encontraba en el jardín. El instituto se encontraba particularmente vacío, a
excepción de aquellas personas que limpiaban el lugar. Yo no deseaba irme a casa, no
todavía. Mamá había muerto, y papá me pegaba mucho, y muy fuerte. Aquí estaba bien.
Aquí podía respirar con tranquilidad unos momentos.
Cerré mis ojos e inspiré el aire primaveral que chocaba en mi rostro, también incliné un
poco la cabeza hacia atrás, relajándome. Hasta que unos pasos apresurados resonaron
por las escaleras y algo me golpeó la cabeza. Solté una maldición.
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—Joder, ¿Qué te pasa?—le espeté a ese chico de ojos claros muy guapo. Su cabello
castaño casi cubría sus ojos, y sus labios rojizos estaban ligeramente abiertos. Sin
embargo, no decía nada—Oye, estoy esperando una disculpa—gruñí, mano en la cabeza.
Nada, sólo me miraba. Me enojé, porque bastante que me había dolido el golpe, y este
idiota sólo me miraba como si estuviera idiotizado. Le arranqué la maleta de las manos,
tocando su piel suave y caliente. Me estremecí, pero lo ignoré. Arrojé la maleta por encima
de mi cabeza, enarcando mis cejas para que protestara.
Nada.
Sin embargo, no pude sacarme la imagen de ese enfermo por el resto de la tarde”
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Señaló detrás de él, dónde un par de lápidas juntas rebosaban con flores
nuevas y preciosas. Vivas. Llenas de colores.
—Lo siento…
Sonrió, soltando una pequeña carcajada que no tenía ni una gota de humor
ni alegría.
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—No pienso que sea tu culpa, Ann. Y estoy seguro de que nadie lo cree.
—Se lo diré.
Lo miré.
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Me encogí de hombros.
Asentí.
Me sujeto de nuevo.
—Repítelo—me dijo.
Sacudió la cabeza.
—Parece ser que tienes problemas con lo moderno—dijo, y aquí va, otra
risa.
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4 SONRÍE, ES GRATIS
—Buenas.
Al principio su voz me sobresaltó, pero poco a poco fui relajándome de
nuevo. Abrí los ojos y miré hacia abajo, observando a Bel con la mochila al
hombro y las manos en sus bolsillos. El viento alborotaba su cabello rojo, y
le daba un aspecto encantador. Era bastante guapa.
—No sé qué tiene de buenas—le dije.
Soltó un suspiró y miró detrás de ella.
—Escucha, no sé qué fue lo que hice, pero lo siento ¿vale?
—No te disculpes, no es tu culpa.
No lo era. Ella no era adivina para saber que mi vida era un asco, así que no
la culpaba por el hecho de mostrarme precisamente esa canción. En fin, de
igual forma yo ya tendría que haber aprendido a superarlo. Bajé del árbol de
un salto, cayendo justo a su lado. Su mandíbula cayó abierta formando una
perfecta O mientras me miraba el rostro, y las manos.
—Santo cielo, niña, ¿Qué has hecho?—preguntó.
Sacó un pañuelo blanco de su mochila y se acercó lentamente, para
limpiarme el rostro. Era extraño, me sentía bastante indefensa y expuesta
mientras dejaba que me limpiara, pero agradecí al acto. No deseaba que
todo el mundo me viera el rostro manchado de sangre.
—Por cierto, ¿Por qué te has salido de clases?—le pregunté.
Se encogió de hombros.
—La clase era una verdadera lata, y el profesor pidió que alguien viniera a
por ti así que… Me le adelanté a mi hermanito—dijo, con una sonrisa.
Asentí. Uff, más agradecida estaba de que fuese ella y no “Jackie” quien se
hubo atrevido a seguirme. Primero, porque eso le daría una razón más para
creer que entre su hermano y yo pasaba algo, y segundo, porque no quería
seguir soportando su sonrisita estúpida. Tomé mi mochila y me la colgué al
hombro, y le devolví el pañuelo a la chica. Iba a lavárselo, pero ella me dijo
que no había problema.
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De su bello color.
Me sentí prisionero en su piel
Trate de su voz retener
Aunque fuera una sola esperanza
Algo que sirva para entender
Que nos haga comprender la razón.
Amor a primera vista
Tocaste mi corazón
Llegaste con tanta prisa
Me atrapaste con tu amor
Yo siento que eres mi vida
Que llenas cada rincón
Que envuelves mis ilusiones
Me llene de tu atracción.
Me sentía como en un trance, como si algo me hubiera atado con fuerza y
me llevara en alguna dirección, sin rumbo fijo, atraída por la canción que
salía de sus labios. Hasta que se detuvo.
Abrí los ojos sin saber que los había cerrado, y parpadeé varias veces para
aclarar mi cabeza.
—Vaya, no sabía que cantabas—murmuré.
Él soltó una pequeña carcajada. El sonido se metió bajo mi piel.
—Hace años que no lo hago. —dijo, aun riendo.
—Bien, pues no has perdido práctica.
Me miró.
—Pues tú deberías practicar la sonrisa. Hace tiempo que perdiste práctica,
supongo.
Suspiré.
—Pues sí, hace bastante tiempo—admití.
—Pues venga. Sonríe, es gratis.
—Pero no es sencillo.
Se quedó pensativo unos segundos, en silencio. Y justo cuando iba a
preguntarle qué sucedía, se abalanzó sobre mí. Su cuerpo era caliente, suave,
y olía a hierbabuena y canela. Era extraño, pero delicioso. Con una mano
sujetó las mías sobre mi cabeza, y la otra la colocó en mi estómago.
— ¿Tienes cosquillas?—preguntó.
Iba a gritarle que se me bajara de encima cuando comenzó a mover sus
dedos en mi panza. La reacción fue instantánea, lo cual me sorprendió. Fue
como si una corriente eléctrica disparara toda su energía a través de mis
venas. La risa fluía de mí como si nunca hubiese desaparecido, como si riera
cada día.
No se detuvo incluso cuando le grité que parara, ni cuando comenzaron a
salirme las lágrimas por tanto reír. Ni siquiera dejó de hacerme cosquillas
cuando juré que me dolía todo el cuerpo ya, pero me alegré de que no lo
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preguntó, nerviosa.
—Estoy bien—susurré—Sólo quiero que me lleves a casa.
Pasó su brazo por mis hombros y me ayudó a levantarme. Estuve a
punto de decirle que yo podía sola, pero la verdad es que no sería cierto.
Mis piernas habían renunciado a su trabajo.
Cuando subía al coche, la chica pelirroja que lloraba anteriormente
apareció frente a mí.
—Vamos a sepultarlo esta noche—dijo—Será cerca de medianoche,
porque él amaba ese momento. Puedes venir, si quieres.
Me quedé de piedra. No quería, no, no quería. Significaría despedirme,
llorar, y sufrir. Claro que no iría. ¡No lo haría!
—Iré—susurré.
Ella asintió, y se marchó.
—Bien, ahora sí que no entiendo nada—dijo Bel.
Giré mi rostro en su dirección, y la miré a los ojos.
Supuse que había entendido, porque no volvió a decir absolutamente
nada. Ni siquiera me miró cuando una lágrima se derramó inesperadamente.
Llorar era un asco.
Condujo en silencio por los siguientes cinco minutos, hasta que el coche
se detuvo en una casa que, definitivamente, no era la mía. Tenía tres pisos,
grandes ventanales y puertas de vidrio. El jardín era el doble de mi propia
casa, y no quería ni imaginar cuán grande serían las habitaciones. Había una
piscina a la derecha, con un trampolín de al menos unos tres metros de
altura, más o menos. A esto es lo que cualquiera llamaría una casa de ricos.
—Debí suponer que eran ricos—murmuré, y la miré— ¿Por qué me has
traído aquí? Te pedí que me llevaras a casa.
—Estás en casa—respondió.
Bien, eso me hizo sentir un poco mejor.
—Me refería a mí casa—susurré.
Me ignoró. Se apeó del coche y dio la vuelta hasta situarse a mi lado,
abriéndome la puerta y tomándome del brazo para llevarme fuera. El sol me
dio de lleno en el rostro, por lo que tuve que cerrar los ojos un momento
mientras me acostumbraba, dejándome ser arrastrada por Bel hasta su casa-
mansión-millonaria-de-lujo.
—Por cierto, hablaba en serio cuando dije que estás en casa—dijo,
mientras seguíamos caminando—Puedes venir cuando quieras, a la hora
que quieras. Y… Oh.
Nos habíamos detenido abruptamente, y el sol ya no me molestaba en
los ojos, por lo que supuse que habíamos entrado. Abrí mis ojos
automáticamente y mi corazón cesó de latir una fracción de segundo. Sobre
el sofá, en el centro del salón, se encontraba Jack con la rubia-sofisticada-
deja-en-paz-a-Jackie tragándose mutuamente. Deseé volver a cerrar los ojos,
pero ya era demasiado tarde. Jack se había percatado de nuestra presencia, y
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tenía sus ojos clavados en los míos. Ya no quería cerrar los ojos, ahora
quería desaparecer.
— ¿Podemos subir a tu habitación? —le susurré a Bel, lo
suficientemente bajo como para que solo ella lo escuchara.
Me tomó de la mano y me arrastró a la derecha, dónde se encontraban
unas escaleras enormes que seguí rápidamente tratando de no pensar en
nada que no fuera en mí, y en el Sr. Thomas.
—Ann…—llamó Jack desde abajo.
Bel se giró y lo fulminó con la mirada.
—Está ocupada, palomita. La próxima vez que quieras venir a ensuciar
mí sofá con cualquier basura con faldas que se te cruza avísame para no
traer a mis amigas a casa y que terminen vomitando con el espectáculo—
dijo, bastante enojada—Y por favor, asegúrate de dejarlo limpio, es de
colección y es bastante costoso.
Dicho eso, terminamos de subir las escaleras.
La habitación de Bel era la tercera al fondo, con vista al jardín trasero.
Estaba en lo cierto cuando imaginé cuán grande eran estas habitaciones. Mi
casa podría caber perfectamente en esta habitación, y posiblemente sobrara
espacio. Ya, estaba exagerando, pero era bastante grande. En el centro se
encontraba una cama con doseles blancos y dorados, a la derecha una
biblioteca repleta de al menos unos doscientos libros, y más allá un
computador conectado a un equipo de sonido con cornetas de mi tamaño,
lo cual debía sonar estupendo.
—Si me caso contigo, ¿Todo esto será mío? —le pregunté, en broma.
Ella sonrió.
—También lo sería si te casaras con mi hermano—respondió.
Me quedé en silencio. Definitivamente eso no iba a suceder nunca. Bel
se sentó en unos pequeños sofás que estaban al fondo, y me hizo señas para
que la imitara.
—Cuéntame, ¿Quién es él? —preguntó, cuando me senté a su lado.
Sabía que se refería a mi exjefe, y no estaba completamente segura de
querer contárselo.
—Está bien, no me lo cuentes si no quieres. Sólo quería ayudar—dijo
ella.
¿También leía mentes? Joder.
—Era mi jefe, el dueño de la librería dónde trabajaba. —murmuré,
medio en contra de mi voluntad.
—No entiendo, ¿Querías tanto a tu jefe?
Sabía que no entendería, no a menos de que se lo explicara con detalles.
Y no era muy amante de los detalles. Pero sentía esa necesidad de contarle a
alguien lo que me pasaba, quería que por primera vez en muchísimo tiempo
alguien se preocupara por mí.
—Hace dos años, mi madre murió—comencé. —Mi hermano fue
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un vistazo”.
—Creo que estás lista, llevas ropa íntima negra. ¿Quién va a… ya
sabes… ser enterrado?
Oh, Dios, que jodido imbécil que era.
— ¡No me refiero a… ese tipo de entierro, mente sucia! —grité,
avergonzada. —El Sr. Thomas… Él…
—Ah, sí, tu jefe—murmuró, aflojando su agarre—Por un momento lo
había olvidado, lo siento.
—Suéltame—pedí por última vez.
—No saldrás corriendo, ¿verdad? Aún no te he explicado lo que pasó
allá abajo con Melanie.
Suspiré.
—Jack, de verdad, no tienes que explicarme nada. No me interesa en lo
más mínimo lo que ha pasado o no, sólo quiero irme a casa—le dije,
cansada.
Él se quedó en silencio, mirándome con intensidad nuevamente. Luego
se levantó, soltándome. Inmediatamente me abalancé sobre él, golpeándolo
en su estómago y en su pecho, hasta finalmente darle una bofetada.
— ¿Por qué mierda ha sido eso? ¿Estás loca? —gritó.
—Eso fue por la “miradita” que me echaste—le espeté, enojada.
Y salí corriendo de la habitación.
Belinda me esperaba en el salón, leyendo un par de revistas de música.
Se levantó enseguida en cuanto me vio, y agitó las llaves en su mano.
—Te llevo—dijo.
Asentí y la seguí fuera, tratando de escapar lo más rápido posible de Jack
y de sus ojos inquietos que odiaba. Y de su sonrisa estúpida que también
odiaba. Y de sus labios sensuales que, ¿Qué creen? También odiaba.
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No puedo llevarte a medianoche; Paul (oh, Dios, recuérdame que tengo que hablarte
de Paul), ha reservado un lugar para pasar la noche. Sin embargo, no puedo dejar que
vayas sola a ese lugar. La medianoche me aterra, especialmente en los cementerios. Le
diré a Jack que pase por ti. Por favor, Annie, POR FAVOR, no te vayas sin él. Si se
porta mal, sólo tienes que decírmelo, ¿Vale? No hagas que me preocupe demasiado por
ti.
PD: Si te llegas a ir sin mi hermano, considérate chica muerta porque voy a acabar
contigo. Si es que no te secuestran o te violan en el camino, claro. En ese caso, sería luego
de rescatarte, o de recuperarte.
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y seis.
— ¿Los dibujos son tuyos? —preguntó.
Enarqué una de mis cejas.
— ¡Nah, que va! Simplemente los había robado por diversión. Me encanta
robar el trabajo ajeno, ¡Idiota! —le espeté.
Sonrió con malvado encanto. Me estremecí.
—Puedo verlo. —Dijo, aún sonriendo—Me pregunto si es una idea propia,
o si has visto a ese ángel en otra parte.
Ah, bueno.
—No es un ángel. Es un arcángel.
Se quedó en silencio, poniendo los ojos en blanco, como diciendo “no me
importa que sea, solo responde a mi pregunta”.
—Es una idea propia; o al menos eso creo. Lo vi en un sueño. —continué,
sentándome a su lado y cerrando el cuaderno.
Sin embargo, antes de guardarlo, tomó mi muñeca y tuve que ahogar un
gemido. Su contacto envió chispas de electricidad por todo mi torrente
sanguíneo, justo como había sucedido ahora. Fingiendo no haberse
percatado de mi reacción, acercó mi mano a su cuerpo, arrancándome el
cuaderno de las manos. Me miró de tal forma que decía “No he terminado
aún” y luego de soltarme la mano, se puso a revisar todos mis dibujos. Al
menos los de ese cuaderno.
— ¿Tienes alguna obsesión con los tipos que tienen alas? —preguntó.
Me aclaré la garganta, ya que su contacto me había puesto los órganos de
gelatina. Algo que hasta ahora ningún chico había sido capaz de hacer,
maldita sea. Fijé mi atención en el cuaderno de dibujos, y recordé que para
el momento en que lo dibujaba, yo recién leía Hush, Hush. Por lo que todo
el cuaderno estaba repleto de tipos con alas.
—Podría decirse—respondí, encogiéndome de hombros.
Me miró, ladeando la cabeza y mostrándome una sonrisa torcida.
— ¿Qué hay de los tipos con cuernos?
Le arranqué el cuaderno de las manos.
—No creo en ellos.
Hizo un sonido que fue mitad bufido, mitad carcajada.
—Deberías. Ellos creen ti.
Me puse rígida.
—Es broma—dijo, riendo.
— ¡Eres un idiota! —le espeté, golpeando su brazo.
—Eh, cuidado. Podría creer que estás coqueteando conmigo.
No pude evitarlo, mi boca se abrió unos centímetros a causa de la sorpresa.
— ¿Qué estoy… qué?
—Coqueteando. Conmigo.
—Yo no coqueteo. Con nadie. No sé cómo hacerlo—admití.
— ¿Y cómo has tenido novios? —preguntó.
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Vaya, el tema de los novios. No tenía muchas ganas de decirle que sólo
llegué a tener uno, y que se llevó todo cuanto pude darle. Las cosas me
pasaban por idiota.
Supuse que Jack malinterpretó mí silencio.
—Qué, ¿Vas a decirme que nunca te has enamorado? —preguntó,
golpeando su rodilla con la mía. Sonreí melancólicamente.
—Oh, no. Sí me he enamorado. Una vez. Y fue suficiente.
— ¿Qué sucedió? —preguntó, poniéndose serio.
Miré hacia otro lado.
—Bueno, no es algo de lo que me guste hablar…—murmuré.
—Está bien, no tienes que decirlo si no quieres—dijo.
Pero sí quería. Ese era el problema. Tenía esa enorme necesidad de contar
mis cosas, de aligerar esa carga que siempre llevaba encima. Y aunque con
Bel existía cierta confianza, con Jack estaba un poco más segura.
— ¿Te importa si lo cuento en tercera persona? Es que me resulta más fácil.
Me hace imaginar por un momento que no soy yo.
Asintió, entrelazando sus manos con las mías.
—Bien, voy a contarte mi historia. —le dije, mis ojos fijos en nuestras
manos. Tomé aire, poniéndome repentinamente seria—Había una vez, una
chica que se sentía sola, vacía, incompleta. No tenía a nadie con quien
sentarse en los recreos, tampoco con quien hacer su tarea. Nadie deseaba
explicarle los temas de matemática que no entendía, y nadie quería prestar
sus apuntes. Ella amaba a un chico, mucho, muchísimo, incluso más de lo
que se amaba a sí misma. Y ese fue el problema. Él era simpático, dos años
mayor, atento con todos; incluso con ella. Por eso se enamoró. Él se ofreció
a darle clases de matemáticas. Ella le devolvió el favor ayudándolo con las
horas de servicio comunitario. Resultó ser que el chico atento no era más
que el mejor actor que había conocido nunca. La engañó, para que ella
cayera en sus redes. Él había apostado con sus amigos que en menos de un
mes la tendría sudando y gritando en su cama. Y sí, fue así. —Cerré los
ojos, tratando de desechar esos recuerdos—Bien, diez segundos luego de
vestirse me dijo que me largara, que él jamás se fijaría en alguien como yo, y
que había sido divertido jugar conmigo. Me dio las gracias por hacerlo ganar
cien dólares, y prometió que ese juego no saldría del círculo de sus amigos.
Me sacó de su casa y, al menos, tuvo la decencia de pagarme un taxi. Y yo
quedé como “el juguete” para ellos durante el resto del año en la escuela;
hasta que se graduó. Hace ya dos años de eso, yo tenía catorce. Fin.
Jack estaba en silencio, mirando hacia el infinito, pensando en algo. Por un
momento no quise interrumpir sus pensamientos, y menos cuando me
sujetaba la mano tan fuerte como lo estaba haciendo. Mis ojos no se
apartaban de su rostro, ni de sus labios, que estaban ligeramente fruncidos.
Acaricié suavemente el costado de su mano con mi pulgar, que estaba libre.
Me miró.
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—Voy a matarlo—dijo.
No pude evitarlo, reí. Últimamente la risa me salía con facilidad, cuando
estaba con él.
—No digas babosadas—le dije.
Me miró serio.
—No estoy bromeando, Ann. Quiero matarlo—dijo.
Dejé de reírme. Mierda. Le sonreí con un poco de tristeza, y pasé mis dedos
por su rostro. A veces me hacía sentir tan… bien. Pude sentir como otro
pequeño trozo de mi corazón se reparaba.
—No vale la pena, Jack. —susurré. —Además, se ha ido. Hace ya dos años
que no ha venido a joder.
—Pues más le vale que no regrese, porque voy a patearle el culo si lo llego a
ver por aquí.
—No sabes quién es.
—Oh, pero me dirás.
—No lo creo. Lo más probable es que te lo diga mi expresión cuando lo
vea—murmuré.
Jack se puso rígido.
—Ann…
No le miré. No quería ni siquiera imaginar cómo me sentiría si Alec
regresaba a la ciudad.
—Ann… ¿Le amas? ¿Todavía le amas? —preguntó, mirándome con
intensidad.
— ¿Cómo se puede amar a alguien que te destrozó completamente? —
pregunté, en lugar de responder a su pregunta.
—Se puede, Ann. Se puede—murmuró.
—Sí, pero ¿Cómo?
—Como siempre lo has hecho: Amándolo. Sólo que con cada fragmento
que quedó de tu corazón.
Agaché la mirada, observando mis converse. ¿Lo amaba? ¿Después de tanto
tiempo? Si me hubiesen hecho esa pregunta unas semanas atrás, podría
decir que tal vez aún lo hiciera. Porque me dolía recordar esos tiempos, y si
no lo amara no hubiese dolor. Pero… Ya no había tanto dolor como antes.
Sopesé la pregunta unos largos segundos, hasta llegar a una respuesta.
—No. No lo amo. Ya no—susurré.
— ¿Estás segura?
—Sí.
—Bien.
Siguió mirándome. Lo miré. Sonreímos. Y de nuevo sentí que me
estremecía. Sí, estaba segura de que ya no amaba a Alec.
— ¿Qué hay de tu mamá? —preguntó.
Mi turno de ponerme rígida. Si había algo de lo que no me gustaba hablar,
era de ella. Me deprimía en grado sumo. Me quedé en silencio, esperando a
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que siguiera hablando. Faltaba algo. Estaba segura de que preguntaría algo
más.
— ¿La extrañas? —preguntó.
Sip. Ya sabía. Me quedé en silencio otro par de segundos, respirando
pausadamente.
—Es extraño alejarse de alguien con quien pasabas horas y horas
hablando—acepté—Alguien que te prometía muchas cosas, alguien que te
juraba que no te abandonaría, que siempre estaría a tu lado. Alguien que
planeó un futuro junto a ti… Claro que la extraño. La extraño demasiado.
Jack envolvió sus brazos a mí alrededor y depositó un beso en mi cabeza.
Escondí mi rostro en su cuello, y aspiré su aroma a menta fresca. Su mano
descendió por mi espalda, y me estremecí, cerrando mis ojos por un
momento. Me sentía tan bien estando con él… Me sentía completa.
—Sé que mi cuerpo es bastante deseado, pero cariño, sigo esperando mi
vaso de agua—dijo.
Solté un sonido que era mitad bufido mitad carcajada.
—Tú sí que sabes arruinar un momento agradable—le dije.
Sonrió.
—Me han dicho que esa es mi especialidad.
Bajé las escaleras en silencio, adentrándome en la cocina para buscar el
jodido vaso de agua. Mientras la servía en el vaso, no podía sacarme de la
cabeza el momento agradable que acabábamos de vivir. Se sentía bien
contarle mis cosas. Él me escuchaba, tal vez no me entendía, pero podía
jurar que hacía el intento. Lo odié un poquito menos por eso, pero continué
odiándolo. Tenía que odiarlo porque, ¿Quién sabe y si no lo hago termino
enamorándome?
Subí de nuevo a mi habitación y le entregué el agua. Se la bebió de un solo
trago y pasó su mano por su boca para limpiarse.
—Creo que me voy, mañana tenemos clases y es tarde—dijo, levantándose
de mi cama.
—Vale, ten cuidado al manejar.
— ¿Te preocupa que pueda pasarme algo, cariño? —preguntó, con una
sonrisa burlona.
—Sí.
Sus ojos se dulcificaron y me guiñó. Luego salió por la ventana.
Me quedé parada ahí hasta que observé al coche perderse en la oscuridad de
la madrugada.
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inocencia fingida.
¡Maldita sea! Me tenía atada de pies y manos. ¿Doscientos cincuenta
dólares?
—Sé que necesitas el dinero, puedo ver reflejada en tu mirada esa lucha
interna que tienes ahora mismo. —Dijo—Acepta, por favor.
—Creo que es demasiado dinero, Bel—admití, a mi pesar, aunque vaya si
no necesitada todo ese dinero.
—Bah. Con lo que nos ha dejado nuestros padres, puedo pagarte cinco mil
dólares por día por el resto de tu vida y seguiríamos siendo millonarios.
Contuve el impulso de sujetarme la boca, ya que hice todo mi esfuerzo por
mantenerla cerrada. De no haber podido, mi boca llegaría al suelo de la
sorpresa. Niños ricos. Genial.
—Bel…
—Annie…
—No lo sé… Yo…
—Que sean cien por día. —Casi me ahogué con mi propia saliva. —Y si te
sigues negando aumentaré la cuota.
Bien, esto era sencillamente genial.
—Está bien, acepto. Pero que se quede en veinte por día, con eso puede
bastarme. Era lo que me daba el señor Thomas—refunfuñé.
—Nop. Nada de eso. Cien.
—Entonces me negaré, y podrás subir a cinco mil, diez mil si quieres, pero
siempre diré no.
—Vale, que sean ochenta entonces.
—Bel…
—Setenta.
— ¡Belinda!
— ¡Cincuenta! Y ya no bajo más.
Suspiré derrotada y asentí.
—Está bien, ¿Cuándo comienzo?
—Esta tarde, al salir de clases—dijo, y corrió hacia mí, lanzándoseme
encima con un abrazo— ¡Gracias!
Le devolví el abrazo con torpeza, y con una débil sonrisa.
Sé que voy a arrepentirme de esto.
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7 UNA APUESTA DELICIOSA
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mejillas sonrojarse al extremo. Sus labios eran suaves y dulces, pero tenían
cierto toque rudo que me hacía querer más, que moviera sus labios, que me
besara realmente. Pero no lo hizo.
Lo empujé con toda la fuerza de la que fui capaz en ese momento, que
no fue mucha, y me levanté corriendo de la cama aprovechando su
desconcierto. Bajé las escaleras a las carreras, deseando desesperadamente
no caerme en el descenso. ¡Y lo que me faltaba! Bel estaba llegando.
—Oye, ¿Estás bien? —preguntó, observándome con el ceño fruncido
mientras bajaba.
Claro, estoy bien. ¡Si estar a punto de colapsar puede llamarse bien!
—Perfectamente—respondí con brusquedad, y luego crucé la puerta de
salida— ¡Te llamaré en una hora!
Corrí calle abajo, con la oscuridad de la noche echándoseme encima. La
casa de los Walker quedaba bastante distanciada de la mía, así que imaginé
que llegaría bastante tarde, y Peter me daría la paliza del año.
Mis piernas seguían temblando debido al roce-medio-beso que me había
dado Jack, y no lograba entender el porqué. No era como si me hubiese
gustado… ¿O sí? ¡Maldita sea, joder!
Estaba tan perdida en mis pensamientos, que casi me llevo por delante
un coche que pareció de la nada. O, más bien, el coche casi me lleva por
delante a mí. Le grité unas vulgaridades típicas de cuando me enojaba o
asustaba, y pateé el capó. El coche era un Mustang de color negro, con los
vidrios polarizados. Continué caminando, hasta que escuché la puerta del
conductor abrirse.
— ¡Hey! —gritó un hombre.
Me di la vuelta, y efectivamente, un hombre de cabello negro estaba
recostado sobre la puerta del precioso coche. Llevaba un traje negro, con
una corbata roja y unos mocasines negros. Tenía una asquerosa sonrisa en
su rostro, con tres de sus dientes delanteros de un color amarillo; eran de
oro.
— ¿Eres la hija de Peter Hathaway? —continuó.
Di un paso hacia atrás instintivamente.
— ¿Quién eres? —pregunté, un poco nerviosa.
Se encogió de hombros.
—Eso no es importante ahora, tenemos todo el tiempo del mundo para
charlar sobre eso. Sube al coche, ahora—ordenó.
Retrocedí otro paso, ahora sí, bastante asustada.
— ¿De qué d-demonios estás h-hablando? —tartamudeé.
—Tu padre me debe una alta suma de dinero, y te ofreció como pago.
Debo decirlo, ha sido un pago delicioso—murmuró, perdiendo su mirada
en mis piernas, que estaban al descubierto debajo del maldito vestido.
Hice lo más lógico que pude hacer en ese momento: Correr.
Sin embargo, una mirada hacia atrás me hizo ver que el hombre venía
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rápidamente.
— ¡Levántate, maldita sea! ¿Te crees muy machito para abusar de una
chica y no puedes aguantar una jodida pelea? ¡Arriba! —gritó, dándole una
patada en las costillas.
—Jack… suficiente—volví a susurrar, mi voz sin querer aclararse.
Nada. No me miraba, no reaccionaba, era como si estuviese poseído por
algo. Algo que era mucho más fuerte que él. Me acerqué unos pasos a su
espalda.
—Jack, vas a matarlo… —añadí, temblando ligeramente.
— ¿Matarlo? Eso fue lo que dije. Voy a matarlo—gruñó.
Retrocedió y agarró el cuchillo que antes había estado en las manos de
mi agresor, para luego caminar en su dirección. Me interpuse en su camino.
—Jack, ya basta. Es suficiente—susurré, asustándome de nuevo. —No
lo mates, no te conviertas en algo que no eres.
Me miró, deteniéndose unos segundos. Sus ojos viajaban de mí al
hombre tirado en el suelo que, ¡Gracias a Dios! Apenas y se movía.
—Regresa a mí, por favor—mis manos en su pecho, aferrándome a su
camiseta.
Frunció el ceño, confundido.
—Estoy aquí—respondió, con voz fría y neutral.
—No, no lo estás. Regresa, Jack.
Me acerqué a él lo suficiente como para que bajara su mirada a mis
labios, y supe lo que tenía que hacer para traerlo de vuelta. Éste no era mí
Jack, este era un monstruo que se había apoderado de su cuerpo.
Subí mis manos hasta su cuello, dónde entrelacé mis dedos y lo atraje
hacia mí. Mi boca entró en contacto con la suya por segunda vez en este
día, y pude sentir como mis piernas se adormilaban de nuevo. El cuerpo
tenso de Jack comenzó a relajarse, y supe que había regresado a ser él
mismo cuando sus manos se colocaron a cada lado de mi rostro.
Consideré oportuno ese momento para alejarme, pero él no quiso
soltarme. Abrí mis ojos, aún con nuestros labios unidos, para encontrarme
con que él también estaba mirándome. Me estremecí, porque esa era su
mirada cautivadora de siempre. Intenté alejarme de nuevo, pero sus ojos me
gritaron que no, que estaba loca si me creía que este beso terminaba aquí.
Una de sus manos descendió con delicadeza por mi espalda, hasta colocarse
en mi cintura y apretarme con más fuerza contra él. Cerró sus ojos, yo cerré
los míos y abrí ligeramente mi boca para posicionar mejor nuestros labios.
Esto era una locura, lo sabía perfectamente. Pero dicen que un gramo de
locura al día no hace daño, por el contrario, relaja tensiones y emociones.
¡Qué blasfemia! Mis emociones no estaban relajadas, estaban a punto de un
colapso. Los labios de Jack se movían suavemente y con delicadeza sobre
los míos, como si tuviese miedo de que en cualquier momento pudiera
romperme, como si quisiera disfrutar del momento porque de un segundo a
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teléfono, lo siento—mentí.
La verdad era que ni siquiera me acordaba de ese aparato. Tanteé en mis
bolsillos y no lo sentí, supuse que estaría en la mochila. Era lo más
probable.
—Está bien—dijo, con un tono más suave—Imagino lo que la habitación
de Jack te haría, pobre.
Solté una risita.
—La verdad es que la habitación de tu hermano está mucho más ordenada
que la mía—admití.
Sus ojos se abrieron de par en par, en una clara muestra de horror.
—Pues llévame a tu casa. Necesito darle una buena limpieza—exigió.
Me congelé. Bien, eso claramente no sería posible.
—Escucha… No creo que sea buena idea—murmuré.
Frunció el ceño.
— ¿Por qué no?
—A Pe… Mi padre no le gusta las visitas. Si de por casualidad llega a verte
por allí, va a matarme.
Se cruzó de brazos y me evaluó con la mirada, tratando de descubrir si
mentía. No lo hacía. Si tan sólo ella supiera cuanta verdad contenían mis
palabras…
—Está bien. —Se rindió—Por cierto, Jack anda buscándote, ¿Qué pasó
ayer?
— ¿Qué pasó… de qué? —Inquirí.
—No lo sé, por eso pregunto. Anoche Jack llegó completamente
desorientado a la casa. Estaba mitad enfadado mitad eufórico, y no
entiendo una mierda. No quiso decirme cuando se lo pregunté.
—Pues, ¿qué te hace pensar que lo sé?
—Salió corriendo detrás de ti cinco minutos después de haberse marchado.
— ¿Qué te hace pensar que corrió detrás de mí? Pasaron cinco minutos,
después de todo.
—Porque iba diciendo tú nombre una y otra vez, Annie. Incluso se llamó
así mismo “idiota”. Lo cual fue extraño, porque nunca lo había visto hacer
eso.
Me mordí el labio, sin saber qué decir. Bel estaba esperando una respuesta,
la misma respuesta que estaba intentando no darle.
—Oye, Annie, ¿Vas a ir a clases o qué? —preguntó él.
Sentí que el alivio corría por mis venas. Salvada por la campana.
Me giré para ver a Josh y le regalé una sonrisa de alivio, y él me miró
incrédulo.
— ¡Josh! Claro, no hay problema. Por cierto, oye, esta es mi amiga
Belinda—le dije, señalando a la pelirroja.
Él la miró, y le sonrió. Y ella se quedó embobada con su sonrisa. ¿Tan
guapo era Josh?
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Contuve el impulso de soltar una carcajada ante la cara que tenía mi amiga,
y me limité a sonreír. Se había olvidado del tema.
Josh vería historia conmigo en estos momentos, por lo que nos
encaminamos al salón de clases. La profesora Suzanne no había llegado
todavía, así que fui a sentarme con mi amigo al final del salón de clases,
recordando que tenía la libreta de dibujos en el fondo de mi mochila. Tomé
una de las mesas, saqué mis cosas, e ignorando deliberadamente a mi
compañero, me puse a lo mío.
Creo que es la tercera vez que dibujo esta sonrisa estúpida, pero era como si
se apoderara de mí. No podía detenerme. Tracé los contornos de sus labios
con mis dedos, suavemente, recordando la textura de su piel contra la mía.
Sentí que me ruborizaba y continué pintando, sintiendo esos extraños
animales con alas en mi estómago. No quería saber qué me pasaba, aunque
ya me lo imaginaba. La relación que había tenido con Alec había sido
bastante trágica, y no quería que se repitiera, por lo cual tenía que sacar a
Jack de mi cabeza. Pronto. Antes de que algo verdaderamente trágico
sucediera. Como enamorarme de él, por ejemplo.
La profesora entró, seguida de un par de estudiantes más. Mi mano se
quedó congelada alrededor de mi lápiz cuando vi quién venía detrás de ella.
Jack Walker.
Y sin Melanie.
Cerré el cuaderno automáticamente y con un poco de brusquedad, haciendo
algo de ruido. La mayoría de los estudiantes del salón me miraban
confundidos, especialmente Josh. Jack, sin embargo, no me miraba a mí.
Estaba fulminando con la mirada a mi antiguo amigo, que debo decir, se
encontraba bastante cerca de mí.
— ¿Estás bien? —preguntó él, tomándome de la mano. —Pareces bastante
nerviosa. ¿Estás mareada?
Negué con la cabeza, aclarándome la garganta. Bien, suponía que ese era un
efecto Jack.
—No, no. Estoy bien—dije, y añadí antes de que protestara: —De verdad.
Me sonrió, asintiendo, tomando mi palabra.
Suspiré.
Jack pasó junto a mí, colocándose en la mesa que estaba justo a mi lado.
Maldije por lo bajo, porque su acercamiento me había hecho estremecer, y
mis dedos estaban temblando ligeramente. En parte porque su mirada sobre
mí me estaba poniendo nerviosa, y en parte porque me moría por terminar
el dibujo de su sonrisa que tanto odiaba.
Otro chico se sentó junto a él, y comenzaron a platicar del partido anterior,
cosa que no me atraía mucho. Dejó de prestarme atención. Y menos mal,
porque la profesora había comenzado la clase, y no estaba segura de poder
prestar atención con sus ojos sobre mi cara.
Una bola de papel aterrizó en mi mesa.
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Suspiré.
Jack, lo conozco desde que andaba en pañales.
Idiota.
Pues arráncate las manos.
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10 A ESTE JUEGO JUEGAN DOS
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ENCUÉNTRAME.
HEATORN HIGH.
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ANNIE.
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Eso, definitivamente eso era lo que faltaba. Que se creara una guerra
entre Jack y Josh. Aunque bueno, no hacía falta. Jack y yo no teníamos
absolutamente nada, y él no tenía por qué celarme, ¿no? Dios. Colapso
mental.
—Venga ya, quita esa cara. Vamos a lanzar nuestros globos—dijo,
levantándome de un tirón.
Lo seguí, aun medio aturdida. Encendimos las cerillas y lanzamos los
globos al aire, observándolos perderse entre la pobre luz del atardecer.
Luego de eso, Josh se acercó al lugar dónde estaban las guitarras. Oh
Dios mío, oh Dios, por favor, que no piense hacer lo que estoy pensando
que va a hacer.
—Director, voy a dedicar una canción, pero espero que no le moleste
que no se la dedique a la institución.
No, no, no, no. Sentí que Jack me clavaba la mirada en la cabeza desde
el otro lado del lugar.
—No hay problema—respondió zanahoria, con una sonrisa. — ¿Será a
tu novia?
—A la que espero que sea mi novia, sí.
Mi cara estaba oficialmente roja. Especialmente porque todos me
miraban. Iba a matar a Josh. Sí señor, lo haría. Lento y doloroso.
—La canción original es This song saved my life, pero voy a cambiarle
un par de cosas.
Y sí, comenzó a tocar.
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Mi vida, mi vida
Ella salvó mi vida
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No pasaba.
Diez minutos después, tampoco pasó.
Así que sí, comencé a caminar a mi casa. Y me encontré con Jack
besando a Melanie al final de la calle, con la mano debajo de la camiseta de
la chica. Otro retortijón en mi estómago, y un pinchazo más en mi corazón.
Apreté mis puños.
Recordé que había decidido que a este juego podían jugar dos, y se me
ocurrió algo bastante oportuno para hacer enojar a Jack. Saqué su chaqueta
de cuero de la mochila, y me acerqué a ellos con una falsa sonrisa en el
rostro.
— ¡Jack! —grité, llegando a su lado— Oh, Dios, gracias por interrumpir
ese momento tan embarazoso hace unos minutos—le dije, estando
consciente de la mirada mortal que me daba Melanie. Le tendí su
chaqueta—Gracias, por lo de anoche. De verdad. Fue la mejor noche de mi
vida. Deberíamos repetir, ya sabes.
Y dicho esto, coloqué una mano en su cuello y bajé sus labios a los
míos.
Pude sentir que se ponía rígido, pero no detuvo el beso. Imité su
movimiento de la última vez, soplé aire entre sus labios y pasé mi lengua
sobre ellos con suavidad. Finalmente, siguiendo el ejemplo de uno de mis
libros, mordí su labio inferior y tiré suavemente de él.
Luego, acerqué mis labios a su oído y susurré:
—Sigue sin significar nada. Somos amigos, ¿no?
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11 VEN CONMIGO
Si me preguntan qué demonios sentí cuando vi a Jack tragándose a Melanie
frente a mis narices, podría decirte que en un primer plano sentí ira. Pero
ahora que me detenía a pensar un poco sobre esto, estaba completamente
horrorizada, frustrada y furiosa. O sea, ¡Hola! ¡Se acostó con el novio de tu
hermana, por Dios! ¿Sería mucho pedir un poco de pudor?
Jack me miraba medio aturdido, como si no se acabara de creer lo que
acababa de hacer. Bien, yo tampoco era que me lo creía mucho, sabía que
más tarde podría arrepentirme de esto, pero tan furiosa como estaba, no le
presté atención.
Di media vuelta y seguí mi camino a casa, notando que estaba
peligrosamente cerca de anochecer. La actividad que se había realizado esta
tarde había durado bastante; sólo esperaba que Peter no hubiese llegado ya.
Sería un poco difícil entrar a la casa sin hacer ruido, ya que las ramas que
utilizaba para subir por la ventana hasta mi habitación emitían un poco de
ruido.
Estaba cruzando la calle próxima cuando una motocicleta se detuvo a mi
lado con un rugido sordo. Miré al conductor.
— ¿Qué, te cansaste de jugar con la plastilina de tu chica? —pregunté,
irritada.
Él solo se rió.
—No es mi chica. Al menos, ya no más—respondió, encogiéndose de
hombros.
Bufé.
—Claro, ya te acostaste con ella, ya no sirve de nada—espeté.
—Cierto.
Mi boca se abrió sin poder evitarlo. No era tanto la respuesta en sí, sino la
manera despreocupada en la que lo había dicho. Como si ella hubiese sido
un simple objeto de diversión y nada más. Apreté mis puños para no sacarle
los dientes de un puñetazo. Rodeé mis ojos y seguí caminando, porque se
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hacía cada vez más tarde. Tenía que llegar antes que Peter.
—Ann, no te vayas.
Y mis piernas obedecieron, deteniéndome a mitad de zancada.
Me sentía estúpida y enojada, porque era como si mi cuerpo obedeciera
todas sus órdenes. Estaba segura de que si me pedía que me lanzara desde
un acantilado con ese tono de voz sensual, provocador y sexy que acababa
de utilizar, lo haría sin pensármelo dos veces. Otra cosa que sumar a las
cosas que odiaba de Jack Walker.
— ¿Qué pasa? —pregunté, sin mirarlo, sin girarme.
Se colocó detrás de mí, su chaqueta de cuero rozando mi espalda.
—Te llevo—susurró cerca de mi cuello.
Me estremecí.
Y me di cuenta, que Jack pensaba que yo también era un juego. ¿El beso?
¿Su cama? ¿La sonrisa burlona y estúpida? Todo formaba parte un patético
plan por demostrar algo. Pero yo no era fácil, y sobre todo, no era un
juguete. Lancé mi codo hacia atrás y lo hice retroceder.
—No te acerques tanto, necesito espacio personal—le lancé, caminando
nuevamente.
Pude sentir su perplejidad incluso sin mirarlo. La motocicleta se puso en
marcha, pero no dejándome atrás, sino manteniéndose a mi lado mientras
caminaba. El gesto me hizo recordar la noche que me salvó de ser violada,
cuando sujetó mi mano al confesarle que le tenía miedo a la oscuridad, el
cementerio… ¿Podría ser parte de su juego, también?
— ¿Qué sucede? —preguntó.
—Nada. No sucede nada—respondí sin mirarlo todavía.
—Y un demonio si no pasa nada. ¿Qué es lo que he hecho ahora?
Me detuve por segunda vez y lo fulminé con la mirada. Tal vez tendría que
decirlo, tal vez tenía que bajarle los humos a este jugador.
—Pasa, que me enoja bastante que trates a Melanie como si fuese un
juguete. Vaya, es zorra, sé que lo es. Tu hermana me contó lo de Paul. Pero,
¡Sigue siendo una mujer, por Dios! ¿Cómo osas hablar así de ella, como si
no te importara todas las veces que te la llevaste a la cama? ¡Como si no
hubieses compartido con ella un vínculo sentimental!
—Nunca hubo vínculo sentimental. Ella sólo quería sexo. —Dijo,
mirándome de una manera extraña—Alguna vez me atrajo, cuando la
conocí. Pero lo primero que dijo en nuestra primera cita fue “No te
enamores, porque yo no soy de un solo chico” ¿Qué se supone que tengo
que pensar de eso? ¿Qué es una buena chica que le gusta compartir?
Bien, eso se eleva en la categoría de mucho más allá de puta. Tal vez Jack
no tuviera exactamente toda la culpa de tratarla así. Tal vez ella se había
ganado esa reputación. A la mierda, tal vez no. Ella se lo había ganado. Pero
había algo en lo que Jack comentó que hizo picar mi curiosidad, y que por
más que intenté no pude contener la pregunta:
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Cuando abrí los ojos, estaba rodeada de blanco. Paredes blancas, sábanas
blancas, una bata blanca. Había un extraño aparato metido en mi nariz,
soltando un aire frío y que apestaba a hospital; así supe dónde me
encontraba.
Me llevé la mano lentamente a mi rostro, y estuve a punto de arrancarme
esa cosa de mis fosas nasales cuando una mano me detuvo.
—No puedes respirar bien. Es mejor que dejes esa cosa en tu cara.
Jack se encontraba a mi lado, con su camisa del uniforme manchada de
sangre todavía puesta. Tenía un aspecto bastante demacrado, con ojeras
rodeando sus ojos.
— ¿Qué haces aquí? —pregunté en voz baja.
—Conteniéndome de ir a cometer un asesinato—respondió, con voz neutra
y sin emociones. — ¿Por qué no me lo habías contado, Ann?
—Si se tratara de ti, ¿me lo habrías dicho?
Su mirada se intensificó, provocando que un súbito calor recorriera mi
cuerpo.
—Sí, Ann. Te lo hubiese dicho—Tomó mi mano y la llevó a sus labios,
depositando un beso en la palma. Me estremecí—Tuve miedo, ¿sabes?
Miedo de que ese imbécil te hubiese hecho un daño que no se pudiera
reparar.
—Me rompió, Jack—susurré—Desde hace dos años que lo viene haciendo.
Besó cada uno de mis dedos con delicadeza, sin dejar de mirarme.
—Eso tiene arreglo. Afortunadamente, dispongo de pegamento extrafuerte.
—Sonrió—Estoy aquí, voy a cuidarte, y no dejaré que nadie más vuelva a
hacerte daño.
Los recuerdos de ese momento regresaron a mi cabeza sin haberlos
llamado.
—Fuiste mi héroe—susurré, con un nudo en la garganta.
Peter me hubiera matado. Mis ojos se humedecieron.
—Eso es lo que siempre quiero ser.
— ¿Lo prometes?
—Lo prometo.
Suspiré, haciendo regresar a las lágrimas a su lugar de origen.
—Jack, pero no tengo a dónde ir.
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TE ENCONTRÉ.
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con eso!
— ¡Podría ser útil, nena, Si me dejaras! —Gritó de vuelta.
Eso tampoco me decía nada, pero se había dibujado una patética sonrisa
en mi rostro y podía sentir mi rostro ardiendo. Se escuchó el golpe sordo de
la puerta al cerrarse dos pisos más arriba y regresé a mi labor de la cena. Bel
se unió a mí cinco minutos después, con un rostro satisfecho al percibir el
buen olor de la comida. Sacó la vajilla y preparó la mesa, silbando la
melodía de una canción que desconocía.
Jack bajó luego de un momento, con unos vaqueros gastados y una
camiseta de los Gun’s And Roses. Su cabello húmedo estaba ligeramente
despeinado hacia atrás, dándole un aspecto un poco rudo. Imaginaba que
esa era la imagen que esperaba transmitir.
—Huele bastante bien—dijo, sentándose junto a su hermana.
Tomó otro panecillo y se lo llevó a la boca, mirándome descaradamente.
Me ruboricé, di media vuelta y saqué la pizza del horno. La piqué en ocho
pedazos y los coloqué en el centro de la mesa, para que cada quien pudiera
tomar los que desease. Yo agarré sólo uno.
— ¿Han escuchado hablar de ese parque de atracciones que inauguraron
en la calle 23? Dicen que es bastante bueno—Intervino Bel, pizza en mano.
Jack se encogió de hombros.
—Algo me comentó Lucas, sí—Dijo, masticando—Voy a llevar a mi
chica esta noche.
Mi mano se detuvo a medio camino de llevar la pizza a mi boca. Joder,
ya no tenía hambre. ¿Cómo era tan descarado para hablar de “su chica”
frente a mí? ¿Qué no se daba cuenta que a nadie le interesaba si salía o no?
Quiero decir, a mí no me interesa en absoluto. Negativo. Nada.
—Porque vamos a ir, ¿No, Ann? —Continuó.
Eh… ¿En qué pensaba hace unos segundos? Porque no recuerdo nada.
—Acabas de decir que Ann es tu chica, ¿O me estoy volviendo loca? —
Quiso saber Bel.
Mi hambre había regresado, y la pizza llegó finalmente a la boca.
—Bueno… no ahora. —Dijo Jack.
—Ni nunca—murmuré.
Sí, bueno, seguía manteniéndome firme. La verdad era que, con los
besos olvidados y tratándonos solo como amigos, estaba tratando
desesperadamente por ignorar el hecho de que quizá estuviese sintiendo
algún tipo de sentimiento no rencoroso hacia él. Me había salvado la vida,
dos veces; ¿Qué clase de persona agradecida sería si no le tomara un poco
de afecto?
Jack sonrió de tal forma que se vieron marcados un par de hoyuelos en
cada comisura de sus labios. Lo hacía ver tierno, y… Mierda. Desvié mi
atención hacia Bel, que me miraba extrañada. Volví a desviar mis ojos y los
posé en mi pizza. Sí, era mejor tenerlos allí.
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Él se encogió de hombros.
—Pues cómprate una Ducati y te aseguro que la tendrás de vuelta—Le
respondió él.
Encendí la moto y aceleré, en dirección al instituto. Amaba la sensación del
aire en mi rostro, era épico. Aceleré un poco más, sintiendo a Jack pegarse a
mí, buscando mi oído con sus labios.
—Te gusta la adrenalina, Ann—Susurró.
Me estremecí, pero si tenía un poco de suerte, él asumiría esa reacción
como consecuencia del frío aire filtrándose en mi cuerpo. Tenía una sonrisa
tonta en mi rostro mientras observaba de vez en cuando sus manos
entrelazadas en mi estómago, apretándome contra él. Que me encadenaran
al infierno si llegaba a decir que esto no me gustaba.
Me detuve en algún lugar cerca de la entrada principal de la escuela, dónde
un grupo de chicos estaban reunidos. Nos miraron, primero a mí y luego a
Jack, y rieron a carcajadas. Jack frunció el ceño, un poco divertido.
— ¿Ahora son las chicas quienes te traen? ¿Qué ha pasado contigo, Walker?
—Escupió uno de ellos.
Jack simplemente se encogió de hombros, y me señaló.
—Ya quisieras que semejante bombón estuviese delante de ti, tan pegada a
tu delantera que podrías violarla si te placiera. Y, debo añadir, con una
motocicleta vibrando debajo de ustedes. Puedes envidiarme—Respondió él,
guiñándole.
Oh, por Dios. Me ruboricé.
— ¿Es ese el único motivo por el cual me dejas conducir tu moto? —Le
pregunté a Jack, luego de cruzar las puertas y dejar a ese grupo de chicos
con una extraña mueca en el rostro.
—Tal vez. Todavía no lo he pensado—Se encogió de hombros una vez
más.
—Eres un jodido pervertido.
Me encontré con Josh en la puerta del salón de clases, y lo saludé. Parecía
un poco…. ¿Nervioso? No lo sabía. Pero había algo detrás de esa emoción
que me ponía los pelos de punta y el corazón un poco agitado. Caminamos
hasta el fondo del salón, dónde tomamos asientos juntos en una de las
mesas desocupadas, y sonreí al ver que Jack se sentaba con otro chico, no
con Melanie.
— ¿Qué te pasa, hombre? —Le pregunté a Josh antes de que llegara el
profesor.
—No es nada—Se limitó a responder, tratando de parecer aburrido. Pero
ese brillo en los ojos me decía otra cosa.
—Sé que hay algo. Cuéntamelo.
Suspiró, y desvió la mirada a la puerta, por la cual acababa de entrar el
maestro. Se llevó una mano a la cabeza y alborotó un poco sus cabellos,
para luego entrelazar sus dedos sobre la mesa.
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Entonces, Jack lo tomó por la camiseta azul eléctrica que tenía puesta y lo
empujó hacia atrás, lejos de mí. Me protegió con su cuerpo, y lo fulminó
con la mirada.
—Quita tus asquerosas manos de ella—gruñó, dando un paso hacia
adelante.
Bel me tomó de la mano y comenzó a arrastrarme lejos cuando vi que Jack
tomaba impulso para lanzar su puño contra la cara de Et. Todos,
absolutamente todos nos miraban.
— ¡Es mi hermano! —Grité, en el momento justo en que Josh tomaba a
Jack y lo hacía retroceder.
Jack se petrificó. Bel me miró boquiabierta. Todos nos miraban a nosotros.
Josh miraba a Ethan, Ethan miraba a Josh. Se abrazaron también, y rieron
porque, joder, eran mejores amigos desde que andaban en pañales.
— ¿Dónde demonios habías estado? —Le dijo Josh, alborotando sus
cabellos con el puño.
—Es una larga historia. Pero tú… ¿No estabas con tu padre? ¿Cuándo
llegaste?
—Hace unas semanas… Dios, no puedo creer que estés aquí. Tu padre
estaba tan…
—Josh, cállate.
Pero de nada sirvió pedirle que se callara, porque Ethan había entendido.
Sus ojos se oscurecieron, y me miró.
—Nunca dejó de hacerlo, ¿verdad? —Preguntó, en un susurro.
Me limité a mover mi cabeza de un lado a otro, con la mirada en el suelo.
—Oh, Dios… Voy a matar a ese maldito.
— ¡Por fin! ¡Alguien que tiene la misma reacción que tuve yo! ¿Podríamos
matarlo muy lentamente, por favor? Necesito que vea al demonio antes de
mandarlo al infierno a hacerle compañía—Intervino Jack.
— ¿Se refieren a los golpes, no? —Preguntó Bel.
Se lo había contado todo aquella noche que me llevaron a su casa, así que
me limité a asentir con la cabeza. No le había quitado la mirada de encima a
Ethan. Aún no me creía que estaba aquí.
— ¿Podríamos regresar a la mesa? Todos nos están mirando—murmuré.
—Claro, hablaremos de esto más tarde, cuando regresemos a casa—Dijo
Ethan, pasando un brazo por mis hombros y encaminándome a la mesa
dónde me había visto.
Jack lo detuvo, posando una mano en su pecho. Ethan miró primero su
mano, luego su rostro. Supe inmediatamente que aquello no le gustaba. Lo
último que necesitaba era que Ethan lo odiara, joder.
—Ella se va conmigo. —Dijo—No dejaré que la lleves a tu casa. No
mientras ese hombre siga ahí.
Ethan frunció el ceño y apretó los puños.
—Yo voy a cuidarla—Gruñó.
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— ¿Sí? ¿Así como la has cuidado estos dos años que han pasado? —Le
espetó Jack, y pude ver en los ojos de mi hermano que ese comentario le
había dolido.
—Jack…—Comencé, pero me interrumpió.
—No, Ann. Nada de “Jack” con ese tono. —Dijo, mirándome—Este chico
estuvo desaparecido dos años. No envió mensajes. No envió cartas. No te
llamó ni una sola vez, y ni mencionar que jamás ha venido a visitarte.
—Es mi hermana—Escupió de vuelta Et—Si a alguien le debo
explicaciones, es a ella. Y a ella se las daré.
—Ethan—Advertí. Suspiré, poniéndome en medio de estos dos hombres;
Bel y Josh luciendo incómodos, el resto de la escuela esperando por una
pelea—Tranquilízate.
— ¿Qué me tranquilice? Lo haré cuando este tipo me quite las manos de
encima—dijo.
Miré a Josh, y este entendió mi mirada rápidamente.
—Oye hermano, tranquilízate. En serio. —Lo tomó del brazo y comenzó a
hacerlo retroceder—Vamos a charlar sobre esto civilizadamente en la mesa,
por favor, ¿De acuerdo?
Luego de unos segundos en silencio, asintió. Sin embargo, antes de girarse y
comenzar a caminar, le espetó a Jack:
—Quita tus manos de mi hermana.
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14 DESORDEN MENTAL
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hecho ahora?
—Señorita Hathaway, acompáñeme a la oficina—dijo.
Fruncí el ceño, extrañada.
— ¿Qué he hecho ahora?
—Oh, nada en absoluto. Su padre la está esperando.
Mi corazón se aceleró rápidamente, en conjunto con mi respiración. La
tensión invadió la mesa sólo una fracción de segundo antes de que Jack y
Ethan se levantaran con brusquedad, con el mismo objetivo en sus mentes.
El director los miró confundido, y susurró algo a mis espaldas que no
entendí. Estaba más preocupada persiguiendo a esos dos chicos que corrían
como alma que lleva el diablo por los pasillos.
Este encuentro no sería nada épico.
El primero en entrar bruscamente a la oficina fue Jack, quien abrió la
puerta de una patada. Un gesto bastante dramático, a mi parecer.
—Tienes tres jodidos segundos para que salgas de aquí ahora mismo—
Le espetó él, apretando sus puños a los costados.
Peter sonrió; una sonrisa que decía a gritos que se avecinaban
problemas.
—Vaya, vaya… Tú eres el chico que estaba en la habitación de esta
perra ese día, ¿no?
Jack cerró sus puños, tomó impulso y lo estampó contra la nariz de
Peter. Él inmediatamente retrocedió, llevándose una mano a la parte baja de
su espalda y sacando un arma. Ahogué un grito cuando apuntó
directamente a la cabeza de Jack.
—No quisiera matarte, jodido imbécil. No soy un asesino. Pero lo haré
si no te quitas y me dejas salir de aquí con ella—Me señaló con la cabeza.
Maldición, mi corazón golpeaba con fuerza las paredes de mi pecho,
amenazando con explotar en cualquier momento. Jack me miró, frunció el
ceño y me cubrió con su cuerpo.
—Adelante, dispara. Solo así podrás llevártela: sobre mi cadáver.
Y así, con sólo esa frase, terminó de reparar mi corazón. Me aferré a su
mano y la apreté, para luego salir de detrás de su espalda.
—Voy a ir, sólo deja que se vayan—Susurré.
Y justo en ese momento, Ethan cruzó la puerta.
—No vas a ir a ninguna parte. Y tú, suelta esa cosa—Dijo, avanzando
hasta donde él estaba.
Peter desvió su arma a su cabeza y quitó el seguro. Si mi hermano tenía
la idea de que él solamente estaba bromeando, pues estaba equivocado. No
había traído un arma simplemente para exhibirla.
—Ethan, retrocede—dijo Josh, apareciendo detrás de él.
—Vaya, vaya. El pequeño súperman ha aparecido. ¿Dónde está tu capa
y tus súper poderes?
—No intentes bromear conmigo. Déjala en paz.
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—A ver, las cosas están así: Mi vida está en riesgo si no entrego a esta
chica, ¿Me entiendes? No voy a morir por ella. Que se joda, ni que fuera tan
importante para mí.
Bien, eso me dolió lo suficiente como para hacer que mis ojos se
humedecieran. Me enojé bastante, ¿Por qué demonios tenía que sentir
alguna emoción a causa de este hombre? No lo merecía.
Jack intentó dar una zancada hacia adelante para golpearlo, pero coloqué
una mano en su pecho, adelantándome. Desafortunadamente, había
quedado expuesta con ese avance, por lo que Peter me haló del cabello y
me puso de espaldas a él, con el arma en mi cabeza.
—Los quiero fuera a todos, ahora. —Les dijo.
Ethan hizo el intento por abalanzarse, pero Jack lo detuvo.
—Aléjate, no voy a correr el riesgo—Le dijo a mi hermano.
Ethan se relajó, dando un paso hacia atrás, no muy convencido. Algo
brillaba en su mirada que me hacía saber que estaba pensando en qué hacer.
Solo esperaba que ese algo no nos matara a todos aquí y ahora.
—He dicho que salgan—Gruñó Peter, haciendo presión con el arma.
Ahogué un grito.
Jack se movió inconscientemente, pero Ethan lo retuvo. Sin embargo,
con el acercamiento quedó demasiado cerca de nosotros, y Peter no quería
correr ningún riesgo.
Separó el arma de mi cabeza, y le apuntó.
Todo lo que pasó a continuación, lo vi como en cámara lenta; como si
fuera la repetición de algunos de esos programas malísimos que pasan en la
tv y fingen un poco de suspenso. Ethan me miró a los ojos, y pude ver en
ellos el reflejo de mi mayor miedo… Peter acercó el dedo al gatillo, y sentí
mi corazón salirse por mi garganta, pero corrí el riesgo.
Con toda la fuerza que pude lo empujé hacia atrás, haciéndole perder el
equilibrio. Inmediatamente sentí un puño en mi estómago y luego una
patada que me envió directo a la pared, dónde me golpeé la cabeza. Todo se
puso negro, pero antes de sumergirme en la inconsciencia, escuché
claramente cuando el arma fue disparada.
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Luego del funeral de Josh, al que sólo asistimos unas diez personas,
incluyendo sus padres, Ethan me trajo a casa. Al principio Jack se tensó,
pero se quedó más tranquilo cuando le dije que podía acompañarnos. Así
que, aquí estamos, nosotros cuatro, sentados en el asqueroso sofá de Peter
que huele a cerveza rancia y a suciedad.
—Hogar, desgraciado y deprimente hogar—susurré.
—Necesito una cerveza. —Dijo mi hermano, levantándose— ¿Quieres
una, Jack?
—Seguro.
—Que sean tres, también necesito una—Dijo Bel.
Me crucé de brazos y me acurruqué en el zarrapastroso mueble.
—Que sean cuatro—Añadí.
Ethan se detuvo una fracción de segundo y me miró, enarcando una
ceja.
—Serán tres cervezas, y una 7up para ti—Advirtió.
Bufé.
—Lo único que hay en ese refrigerador es licor.—Protesté.
—Pues iré a comprar algunas cosas. Enseguida regreso—Dijo, tomando
las llaves de la casa.
Pude notar a Bel retorciendo sus dedos, como si quisiera acompañarlo.
Sonreí internamente.
—Bel puede llevarte. Tiene coche—Dije, mirándola. Ella se ruborizó.
¡Dios mío, de verdad le gustaba mi hermano! Belinda Walker ruborizada.
Qué novedad.
—Seguro, ¿No te importa?—Le preguntó él.
Ella simplemente negó con la cabeza, levantándose. Le dio la espalda un
segundo y me guiñó, agradecida. Solté una risita.
—Jack—Avisó mi hermano antes de cruzar la puerta—No quiero ver tu
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Ay, Dios.
— ¿Por qué no puedes decírmelo ahora mismo?
—Porque no planeo que tu hermano, o mi hermana, sean testigos de mi
lado cursi.
Estaba nerviosa. Muy, muy nerviosa maldita sea.
— ¿Tienes un lado cursi?
Soltó una ligera carcajada, y por un instante me pareció el mejor sonido
del mundo. Sí, tan jodida estaba.
—Te sorprendería—murmuró.
—Oh, créeme, ya estoy sorprendida.
—Vas a quedar inconsciente cuando me escuches, entonces.
—Por favor, dime que no habrá poesía ni nada parecido.
—No voy a decirte nada. Es una sorpresa.
—Ya no es sorpresa, ya me dijiste lo que harás, idiota.
Se detuvo antes de entrar a la sala y me miró.
—Te dije lo que haré, pero no cómo lo haré.
Bueno, tenía que intentarlo:
— ¿Cómo lo harás?
Por un instante tuve esperanza de que hablara, cuando vi sus labios
abrirse en una respuesta. Pero se calló, y luego sonrió.
—Buen intento—dijo.
Maldición.
—Tenía que hacerlo.
Me regaló un guiño y fue a quitar las cortinas y a lavar las maderas.
Suspiré, le hice señas a Bel para que se acercara, y cuando lo hizo, susurré:
— ¿Qué puedo usar esta noche para verme guapa?
Me miró divertida, enarcando una ceja. Sonreí.
— ¿Cuál es la ocasión?
—Una cena.
Miró a Jack, luego a mí, luego a Jack de nuevo.
—Bien, creo que Jack preferiría que te vistieras como tú misma. Eres
guapa así como estás.
Bufé.
—Por una noche, quiero verme más que guapa para él.
Sus labios se abrieron ligeramente, y yo me ruboricé al decir eso en voz
alta.
— ¿Qué pasará esta noche?—Quiso saber.
—No tengo idea—Admití. —Pero puedo asegurarte que esta noche
promete.
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16 ESTOY JODIDA
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Sonrió.
—Tanto como a ti te gusta Jack.
Parpadeé sorprendida.
—Demonios, ¿Tanto así? ¡La conociste hace como, tres días! —Dije.
Habían pasado tres días desde aquel accidente. La madre de Josh esperó a
que me recuperara para autorizar el velorio.
— ¿Tanto así? O sea, ¿Qué Jack te gusta excesivamente?
Jo. Der. Debí suponer que era una trampa.
—Sólo un poco—Gruñí, subiendo las escaleras.
—Pues vaya, ojalá yo le gusta ese “sólo un poco” a tu amiga.
—Créeme: Lo haces.
Y me encerré en mi habitación.
Ahora bien, el jodido dilema sería ver qué carajos iba a ponerme para
lucir hermosa esta noche. Jack mencionó que hablaría de sus sentimientos,
pero puede que esté sintiendo muchas cosas. Puede que se haya cansado de
esperar alguna reacción por mi parte y que se quiera distanciar, aunque
después del beso en la cocina, realmente lo dudo. Quizá quiera decirme que
le sigo atrayendo, pero que conoció a otra persona que no está tan jodida
como yo. Demonios, eso sí era probable. ¡Joder, tenía que dejar de pensar!
Me coloqué un vestido sin mangas que me quedaba realmente ajustado.
Me lo regaló mamá antes del accidente. El escote era azul cielo, y la falda de
color negro, uniéndose justo por debajo de mis pechos. Mis piernas
quedaban en gran parte descubiertas, así que los tacones negros le daban un
aspecto más estilizado. Agregué un anillo, una cadena plateada con
piedrecillas azules y un par de brazaletes. Levanté mi cabello en una coleta,
que me daba un aspecto elegante y me maquillé sólo ligeramente.
Mi corazón estaba acelerado, agitado, tembloroso, sufriendo
convulsiones y ¡qué sé yo qué más! Con sólo imaginarme a Jack entablando
una conversación sería me estremecía. ¡Jodido idiota, por eso me había
dicho que hablaría de sus sentimientos! Él sabía que estaría echa un manojo
de nervios. ¡Lo odiaba, demonios!
Mi teléfono sonó y me exalté. Lo cogí.
ESTOY YENDO A BUSCARTE. –JACK.
<<Muy bien, Ann. Respira. Inhala. Exhala. ¡Lentamente idiota, no estás dando a
luz!>>
Guardé el teléfono en la pequeña cartera que tenía en las manos y bajé
las escaleras con mis piernas temblando. Ethan detuvo la botella a medio
camino de sus labios.
—Da media vuelta y quítate ese vestido. Ahora mismo.
—No seas idiota.
—Hablo en serio.
—Yo también.
—Annie… ¿Tienes idea de lo que un vestido así puede hacerle a un
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hombre?
Bufé.
—Me lo imagino—murmuré.
—Entonces ve a quitártelo. Si quieres ir a cenar, usa unos jeans y un
suéter.
Fruncí el ceño.
— ¿No quieres que me eche una cobija encima, también? —Gruñí.
Se encogió de hombros.
—No sería mala idea.
Me crucé de brazos.
—No sé qué tipo de instinto sobreprotector se te ha desarrollado estos
últimos dos años, pero sé cuidarme sola. No voy a cambiarme. Me gusta
cómo me veo, y demonios si no me voy así.
—A…
—Et.
Suspiró.
—De acuerdo, está bien. Pero júrame que si se pasa contigo vas a
llamarme para que vaya a romperle el trasero. Más aún si te rompe el
corazón.
Sonreí con melancolía.
—Créeme: Sé cómo reponerme ante un corazón roto.
Y justo en ese momento, tocaron la puerta.
Mi hermano me miró a sabiendas de que teníamos una conversación
pendiente, y suspiré. Abrí la puerta.
Y sí, casi necesité de una cubeta para que recogiera la baba que estaba
segura que soltaba. Si había algo realmente sexy, era un hombre con
smoking. Y si había algo en lo que Jack Walker podía verse jodidamente
ardiente, era en un smoking.
—Cierra tu jodida boca, Jack. Y sube esa mirada—Le espetó mi
hermano, apareciendo detrás de mí.
Maldije por lo bajo.
—Vámonos—murmuré, arrastrando a Jack hasta su camioneta.
— ¡No quiero ver ese vestido arrugado cuando llegues! —Continuó
gritando.
— ¿Puedes cerrar esa maldita boca que tienes? —Le grité de vuelta.
¡Dios!
Jack me ayudó a subir al coche y cerró la puerta. Cuando subió al lado
del conductor, estaba riéndose.
— ¿Qué es tan gracioso? —Quise saber.
— ¿Tu hermano es muy observador? —Preguntó, en lugar de
responder.
—No lo sé, algo. ¿Por qué?
—Demonios. Realmente tenía intenciones de devolver ese vestido
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unos segundos y luego suspirando—Cuando te vi, aquel día que caíste del
árbol y me empujaste hacia atrás… lo único en lo que pensé fue: Esta chica
tiene que ser mía. Me volvió loco que fueras tan ruda, tan aislada, tan…
fuera de serie. Nunca había conocido a nadie igual, y te lo digo en serio.
Tenía esa costumbre de no llevar a nadie en mi moto, porque me dije a mí
mismo que el día que llevara a alguien, es porque esa persona era la que
había estado esperando toda mi vida. Así que me sorprendí a mí mismo
cuando me atacaron las ganas de llevarte a dónde sea. Y cuando vi tus
brazos… Joder, tuve ganas de quemar el mundo entero para saber quién
había sido. —Se llevó la copa a sus labios y dio un sorbo—Esa tarde,
cuando llegué a casa, estuve caminando de un lado a otro por horas,
pensando de qué forma podría acercarme. ¡Y tú no me dejabas! Y en lugar
de sentirme repudiado debido a tu constante rechazo, me sentí atraído. Más
con esa forma de mirarme que tienes… es como si pudieras ver dentro de
mí. Me ponías nervioso, no te salías de mi cabeza, te veía en todas partes…
Y así me di cuenta, que estaba enamorado de ti. Y que sea como sea, tenía
que hacer que te enamoraras de mí, porque sé que yo soy tu chico perfecto.
Yo te haré feliz. Deseo desesperadamente hacerlo.
Bien, me quedé en silencio unos segundos.
Y esos segundos se convirtieron en minutos.
Él se acercó a mí, con el ceño fruncido, esperando a que dijera algo. Que
lo rechazara, o que le correspondiera. Pude ver en su rostro que se
encontraba nervioso, y un poco asustado. Yo también estaba asustada,
porque lo que él me hacía sentir era aterrador para mí. Porque nunca sentí
nada tan fuerte, tan intenso, como lo que sentía ahora mismo bajo su
mirada. Lo que tuve con Alec fue fuerte, porque prácticamente fue mi
primer novio, y creí que el mundo terminaría con esa relación pero… Jack
me hizo ver que siempre vendrá alguien más que esté dispuesto a dar todo
por ti, tal y como tú diste todo por alguien alguna vez. Eso era más de lo
que tuve con Alec. Eso era más de lo que tuve alguna vez. Decidí que lo
mejor sería sacar todo, ser sincera, aceptar lo que no quería aceptar. Porque
estaba enamorada de él, tan jodidamente enamorada que dolía de solo
imaginar no tenerlo a mi lado.
—Cuando te vi…—comencé. No había mejor comienzo que el
principio—Cuando te vi, me enamoré. Y tú sonreíste porque lo sabías.
Odié tanto esa sonrisa; la odié tanto que la veía en todas partes, la pinté
tantas veces que ahora podría hacerlo con los ojos cerrados, la odiaba tanto
porque hacía que todo se removiera dentro de mí. Traté de que no se
notara, traté de convencerme de que lo único que causabas en mí eran unas
inmensas ganas de vomitar. —Jack sonrió—Pero no. Tienes muchos
efectos en mí, pero ninguno de ellos es nauseabundo. Vértigo, adrenalina,
excitación, desesperación, y miles de emociones más… Hasta amor. Me
enamoré de ti cuando juré no volver a enamorarme de nadie más. Te odié
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17 ¡CORRE!
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este lugar a la perfección, y sé que hay un camino que nos llevará directo a
unas calles más debajo de mi casa. Vamos a escapar de sea quien sea.
—Jack, es de noche y el lugar está oscuro.
Se encogió de hombros.
—Una pequeña complicación. Nos la arreglaremos.
— ¿Y tu coche?
—Se quedará aquí. Con un poco de suerte, se interesará más por el
coche que por ti.
— ¿Y si se lo lleva? Jack, es tu coche.
—Ann, no estás entendiendo. ¡Se trata de ponerte a salvo! No me
importa el jodido coche, sólo me importa sacarte de aquí.
Entonces se escucharon disparos, y se me escapó un grito. ¡Maldita sea!
Me giré para ver hacia atrás.
—Uno de los tipos, el que va en el copiloto, sacó un arma—Le
informé—Están tratando de darle a las ruedas.
Volvió a maldecir, y trató de acelerar más, pero ya el coche estaba a todo
lo que podía.
—Escucha, se avecinan unas curvas. —Me dijo, hablando
rápidamente—Vas a saltar, ¿me escuchas? Rápido. Hay un montón de rocas
grandes cerca, escóndete entre ellas hasta que llegue. La oscuridad va a
cubrirte, no te verán. ¿Puedes hacerlo?
—No tengo miedo.
Al menos no de lo que pudiera pasarme a mí. Él sonrió y me miró.
—Sé que no.
— ¿Tú que vas a hacer?
—Voy a volcar el coche. ¡Saltaré antes de que me pase algo, te lo
prometo! —Añadió, cuando estuve a punto de replicar.
Santo Dios, esto no me gustaba nada.
— ¿Qué pasa si no puedes saltar? ¿Qué pasa si te ven?
—No seas negativa, no lo harán.
—Jack, tengo miedo de que te pase algo…
—Hey, Hey. No me pasará nada—Dijo, seriamente. — ¿Estás lista?
Mi corazón latiendo aceleradamente. Asentí. Abrí ligeramente la puerta,
y el frío aire invadió nuestra privacidad. Comenzaron a castañearme los
dientes, así que apreté fuertemente mi mandíbula.
—Tres… Dos… ¡Salta!
Y me arrojé fuera.
La gravedad me empujó hacia arriba y hacia atrás, haciéndome caer
rápidamente entre la maleza del lugar. Me golpeé el rostro con un par de
rocas al caer, pero me levanté rápidamente y corrí a esconderme,
tropezando innumerables veces. Me agaché y me quedé en silencio,
escuchando claramente como el metal del coche arañaba el suelo. Mi
corazón dio un vuelco y comencé a rezar para que no lo vieran, ni le pasara
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nada.
Pasaron un par de segundos en los que me quedé en suspenso, sin tener
una jodida idea de qué podría estar sucediendo. Me quité los tacones
sigilosamente, sintiendo la tierra fría bajo mis dedos. Entonces comencé a
escuchar disparos, y unas ramas rompiéndose rápidamente. Me levanté de
mi escondite, corriendo al lugar dónde imaginaba podría estar Jack. Pero la
oscuridad no me permitía ver claramente.
Me di de bruces contra algo cálido y fuerte.
—Demonios—gruñó, con su voz.
El alivio me embargó y corrió por mis venas. Coloqué mis manos en su
rostro y tanteé en busca de alguna herida.
—Oh, gracias a Dios. ¿Estás bien? ¿Te pasó algo?
—Después, ¡Corre!
Me sujetó la mano y me llevó en dirección contraria a la que venía,
corriendo rápidamente. Los disparos seguían resonando detrás de nosotros,
pero cada vez se escuchaban más lejos. No parecía haber señal alguna de
que nos estuviesen siguiendo.
—No… nos… siguen—dije, agitada.
—Deben estar en el coche, tratando de interceptarnos en la calle de
abajo—dijo, deteniéndose y tratando de calmar su respiración—Pero no
saldremos por ahí.
Continuamos caminando en silencio, atentos a cualquier ruido de la
noche. A menudo me tropezaba con algo, pero Jack me sujetaba firme para
no caerme. Sentí que algo rompía mi piel, y se me escapó un gemido de
dolor. Él me preguntó qué pasaba.
—Mis pies… están lastimándose—murmuré.
Él se detuvo un momento e hizo ademán de quitarse sus zapatos, pero
lo detuve.
—Tus pies son más grandes que los míos, idiota. No podré correr si me
los pongo. No soy una blandengue, estoy bien.
Pude imaginar una sonrisa adornando su rostro.
—Ann, yo…
—Te juro, Jack Walker—Lo interrumpí—Que si empiezas a tratarme de
manera diferente a la que has venido haciendo todo este tiempo, voy a
cortar contigo.
—De acuerdo, chica ruda.
—De acuerdo.
—Por cierto… Logré ver al tipo que conducía—dijo, quedándose en
silencio repentinamente.
La tensión bañó el ambiente.
— ¿Quién era?
—El mismo de aquella noche que… perdí el control.
Mi garganta se cerró.
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me hizo retroceder.
— ¿Con tu hermano al otro lado del pasillo?
—Podría estar detrás de la puerta, y no me importaría.
—Eso no lo pensabas hace cinco minutos.
—Las mujeres solemos cambiar de parecer con bastante rapidez.
Intenté besarlo de nuevo, pero me detuvo.
—Ann…—Comenzó.
—Jack. —Lo interrumpí, bajándome de su regazo y acostándome a su
lado—Dijiste que querías consentirme… darme todo lo que quiero. Te
quiero a ti, y te quiero ahora.
—Pero…
Me crucé de brazos, enarqué las cejas y me enfurruñé.
—Dije: ¡Ahora!
Lo último que vi antes de que me rompiera la ropa fue la sombra de una
sonrisa en la comisura de sus labios.
***
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pero nunca pensé que llegaran a esto. Annie, te dije cómo era mi hermano.
Sé lo que va a hacerte, posiblemente ya esté llamando a otra chica, y no
quiero que mi nariz vuelva a ser maltratada porque yo no…
—Vamos a casarnos.
—…Tengo la edad suficiente para… ¿¡Qué!?
—Lo que escuchaste.
— ¿Estás de broma?
—Nop.
— ¿Van a casarse?
—Sip.
— ¿Con anillo y todo? ¿Por la iglesia?
—Posiblemente.
—No me lo creo.
Reí.
—Sí, ya me lo imaginaba. Oye, pero es un secreto, no se lo cuentes a
Ethan todavía.
—De acuerdo.
Y hablando del rey de Roma, el idiota que se asoma.
—Buenos días mi am… Hola.
Belinda se ruborizó y desvió la mirada, y entonces lo entendí. Claro,
después de todo, ella no fue a buscarme a la habitación sino hasta esta
mañana, ¿no? Abrí mi boca ligeramente y la miré, ella sin mirarme todavía.
—Tú…—Comencé.
—Después—Me interrumpió.
¡Claro! ¡Ella me había comido viva y yo tenía que aguantarme hasta
después!
—Chaparra, tenemos que irnos a casa.
Parpadeé para regresar en mí.
—De acuerdo. Igual y tengo que cambiarme. Voy a despedirme de Jack.
Salí corriendo de la habitación de mi amiga, dejándola a solas con mi
hermano mientras subía a ver a mi prometido. Sonaba gracioso en mi
cabeza, no quería ni imaginar cómo sonaría fuera de mis labios. Entré a su
habitación sin llamar, y lo encontré todavía en cama, pero en bóxers.
Sí, bueno, ya podía solicitar botes para que navegaran en la laguna de
baba que había hecho.
— ¿Disfrutando de la vista? —Preguntó, sonriendo.
Saltó enseguida de su cama y corrió para cargarme y girarme. Reí a
carcajadas y le di un sonoro beso en el cuello.
—Bastante—admití.
Soltó una ligera carcajada.
— ¿Qué, lograste escapar de mi hermana?
—Sí, pero sólo vine a despedirme. Regresaré a casa con Ethan.
Su rostro se descompuso, pero luego se recuperó.
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con mis manos mientras le gritaba a Bel que llamara a una ambulancia.
—Te amo, Ann.
Sollocé, porque era la primera vez que lo decía.
—No, ¡No me lo digas aquí! Vamos a salir de esta, Jack. Ya verás que sí.
Tosió, y me llenó las manos de sangre, pero no me importó.
—Voy a seguir cuidando de ti, te lo prometo.
—No, Jack. ¡Cállate maldita sea! ¡Si te mueres te mato!
—Perdóname Ann. Perdóname.
Y cerró sus ojos, justo cuando la ambulancia se detenía.
— ¿Jack? —Susurré. —Jack, no es gracioso. ¡Jack, abre tus ojos! ¡Abre
esos malditos ojos, Jack! ¡JACK!
Belinda me sujetó, porque estaba golpeándolo para que despertara.
Pero no lo hizo.
El mundo empezó a darme vueltas, el tiempo se detuvo…
Y me desmayé.
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20 EL FINAL
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***
Cuando abrí mis ojos, estaba todavía sentada en el suelo con la espalda
reposando en la pared. La hojilla de metal se encontraba todavía sobre la
repisa, y mis brazos estaban en perfecto estado.
Un sueño.
Todo había sido un jodido sueño.
Cerré mis ojos de nuevo y suspiré, sintiendo el aroma de mi prometido
abrirse paso por mis fosas nasales. Iba a volverme loca, eso lo sabía. Este
dolor era simplemente el comienzo. Todo empeoraría cuando regresara al
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EPÍLOGO
Era una tarde de Julio, con el anochecer bastante cerca. La brisa soplaba
con fuerza y hacía estremecer las ramas de los árboles. El sol se ocultaba
cada vez más rápido por detrás de las montañas, y el frío se hacía cada vez
más presente.
Allí estaba yo, de pie frente al árbol donde comenzó todo. La toga se
arrastraba por las hojas que corrían por el suelo, y el birrete reposaba entre
mis dedos, colgando flácido y como si no estuviera allí. No podía quitar la
mirada de aquella rama en la que me colgaba siempre, escondiéndome para
que nadie observara los dibujos que con tanto esmero me empeñaba en
perfeccionar.
Si me concentraba lo suficiente, podía revivir aquella escena en la que
nuestros caminos se cruzaron. En la que lo toqué y me tocó. En la que…
—Deberías entrar, vas a coger un resfriado con este clima.
Me giré.
Un chico con el cabello alborotado, negro y rizado me sonreía. Sus ojos
verdes eran amables, reflejando en ellos que conocían la historia. Mi historia
con este árbol.
—No me importa enfermarme—Le respondí, mirándolo con expresión
seria.
Dio un par de pasos hasta detenerse a mi lado y contemplar mi árbol.
—Siempre he pensado que este árbol poseía cierta magia. Solía pasar las
tardes en sus ramas, ocultándome de los profesores y mis amigos.
No pude evitar sorprenderme.
— ¿Estudiaste aquí? —Pregunté, enarcando mis cejas.
—Me gradué hace tres años. Ahora estoy estudiando arquitectura en la
universidad de Londres.
—Vaya, allí es a dónde me iré en un par de días, junto a mi hermana.
Sonrió, y esa sonrisa me trajo muchos recuerdos. Memorias que hacía
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ESCENAS EXTRAS
NARRADAS POR JACK
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1 PRIMER ENCUENTRO
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—Pues claro que no. ¿Sabes por qué?—era una pregunta retórica.
—Porque odio esta materia y no le pongo la atención necesaria, lo sé. —
dijo—Además de que su forma de explicar me aburre.
¡Santa mierda, ella no acaba de decir eso! Se me escapó una risita ante la
cara del profesor, lo que casó que ella girara a verme. Tuve que esforzarme
para no perderme en su mirada, manteniendo la sonrisa diminuta en mis
labios. Ella no sonrió, me miraba como si fuese algo peligroso.
—Acompáñeme a ver al director, señorita Hathaway—ordenó el
profesor.
Recogió sus cosas aún sin apartar la mirada de mí, y deduje que estaba
pensando en decirme algo. Tal vez no le agradaba, no lo sabía. Pero ella me
había agradado, mucho.
Lo suficiente como para quererla como reemplazo de Melanie.
Recogió sus cosas y se marchó, siguiendo los pasos del profesor. Yo
todavía sonreía como un idiota.
—Oye, yo que tú, no me molestaría en intentarlo—Susurró León
Daviali, a mí lado—Es Annie Hathaway, nadie nunca ha logrado salir con
ella. Es tan cerrada, y asocial…
Mi sonrisa se hizo aún más amplia.
— ¿Cerrada? Genial. Soy un experto abriendo chicas. —Murmuré.
Él bufó.
—No es lo mismo abrir un corazón que un par de piernas.
Lo miré, enarcando mis cejas.
—Es parecido. Sólo tengo que cambiar la técnica.
Y lo haría. A esa chica tenía que lograr enamorarla, costara lo que costara.
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2 VISITA AL CEMENTERIO
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Sonreí.
Ya la besaría en otra ocasión.
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SOBRE EL AUTOR
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