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Había una vez un mercader que era extremadamente rico.

Él tenía seis hijos, tres muchachos y tres


hijas, y como este mercader era un hombre de espíritu, no ahorró nada para la educación de sus
hijos y dioles toda suerte de maestros. Sus hijas eran muy bellas; pero la menor, sobretodo, se hacía
admirar y se le llamaba, cuando era pequeña, la Bella Niña; en suerte que el nombre se le mantuvo,
éste que dio mucha envidia a sus hermanas.
Esta benjamina, que era más bella que sus hermanas, era también mejor que ellas. Las dos
hijas mayores tenían mucho orgullo porque eran ricas: ellas hacían de damas, y no querían recibir
visitas de otras hijas de mercaderes. Iban todos los días al baile, al teatro, de paseo, y se burlaban
de su hermana, que empleaba la mayor parte de su tiempo en leer buenos libros.
Como se sabía que estas chicas eran muy ricas, varios mercaderes imponentes les pidieron
matrimonio, pero las dos hijas mayores respondieron que no se casarían jamás, a menos que no
encontrasen un duque, o al menos un conde. La Bella agradeció honestamente los que querían
desposarla; pero ella les dijo que era demasiado (trop) joven y que deseaba tener compañía de su
padre durante aquellos años.
De repente (tout d’un coup), el mercader perdió su bien y no le quedó más que una pequeña
casa de campo, bastante lejos de la ciudad.
Él dijo llorando a sus hijos que les tenía que ll… y que trabajando como unos campesinos,
ellos podrían vivir. Sus dos hijas mayores respondieron que no querían dejar la ciudad y que
conocían a unos jóvenes que estarían muy contentos de desposarlas, aunque (quoique ou bien que)
no tuvieran más fortuna. Estas damiselas se engañaban: sus amigos no quisieron verlas más cuando
fueron pobres. Como nadie (personne ne) las amaba, a causa de su orgullo, se decía:
“¡Ellas no merecen que se les compadezca! ¡Estamos demasiado contentos de ver su orgullo
disminuido: que ellas sean las damas manteniendo los borregos!”
Pero

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