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ACOGIDA DEL OTRO EN SU DIFERENCIA…

Es acoger a Dios en nuestras diferencias personales y en el imprevisto (según


un monje cisterciense de la Abadía Notre-Dame de Tamié)

Dijimos con respecto a la diversidad en la comunidad que es un reflejo de la


infinita diversidad de la gracia. Somos muy de acuerdo para defender esta
diversidad, cuando se trata de nosotros mismos. ¿Pero somos siempre
consecuentes para aceptar con alegría esta diversidad en el otro? Querría
reflexionar con ustedes esta mañana sobre la dificultad que tenemos todos, más
o menos, para aceptar que el otro se comporta diferentemente de mí, que sienta
las cosas diferentemente… y asocio a esta dificultad esta otra que es la de acoger
el inesperado, el imprevisto en los acontecimientos. ¿No me siento molesto
demasiado a menudo, contrariado? Ahora bien, esta actitud de molestia ante el
otro o al evento no deja de tener consecuencias sobre mi acogida de Dios ni
sobre mi libertad en la oración. Dios es el Otro todavía, infinitamente diferente
y no puede unirse a nosotros sino de manera siempre inesperada.
La primera cuestión precisamente por plantearse es la quizá que San Benito hace
con respecto al novicio: Es de verdad Dios quien busco y solo él ¿o yo en primer
lugar y después a Dios? ¿Mi preocupación principal, la que me hace vivir, es
todavía la búsqueda del rostro de Dios? Dios, nadie nunca lo ha visto. Dios
permanece ocultado: en cada cara, en cada acontecimiento, en cada palabra o
lectura. Allí debemos buscarlo y esperarlo, sabiendo que siempre Dios nos
sorprende, nos desestabiliza, nos desorienta. Si Dios era la consecuencia de mis
previsiones, de mis proyectos, el resultado lógico de mi investigación, no sería
ya Dios quien encontraría pero un ídolo que me habría fabricado. Dios es
inaprensible (inembargable), siempre sorprendente. Debo dejarme sorprender
para que trastorne mis planes, mis previsiones, mis decisiones. Para acogerlo
mejor, debo desarrollar mi libertad, mi disponibilidad, mi recepción del inédito,
mi apertura al inesperado. El otro puede precisamente ayudarme ya que
también él es siempre diferente, inesperado: en eso consiste su alteridad (su
diferencia).

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Les propongo un proceso progresivo en tres etapas: acoger - aceptar - amar.
Cada una ya anticipa la siguiente.

1 – ACOGER, ES ESCUCHAR EL OTRO PARA ESCUCHAR DIOS

Cuando el otro me habla, a menudo me siento ya un poco agredido, atacado.


Buena experiencia que puede volverme atento a la forma en que me dirijo al
otro, ya que él también puede sentirse atacado, agredido cuando me dirijo a él.
Una palabra dicha con una gran confianza es una de las verdaderas alegrías de la
relación, así mismo que un gesto que expresa esta confianza apacible. Toda
nerviosidad, toda precipitación en el lenguaje o en los gestos, disminuye
inevitablemente la atención al otro: lo que tengo que hacer o decir toma
entonces más importancia que la presencia del otro. Lo sentimos todos, pero
algunos que no tuvieron durante su infancia todo el amor al cual tenían derecho
son aún más sensibles. Mucha vez se pasa al lado de la verdadera relación y no
nos damos cuenta. Es así que se hace sufrir sin quererlo, es así que las parejas se
agotan poco a poco.

Para sentirse escuchados, algunos necesitan más tiempo que otros. No es


porque comprendí bien lo que un hermano quería decirme que se sintió
escuchado. Esta observación de un sacerdote del Prado que habla de su
entrevista con el Padre Ancel es significativa: ¡“Me ha bien entendido1 pero no
me ha escuchado2!”[…] Si la verdadera escucha es ya difícil en el
acompañamiento, ¿que decir de los encuentros donde el otro me hace una
observación, me pide modificar mi proyecto? Allí, me siento directamente
atacado. Tanto me identifico a mi proyecto, a mi manera de pensar, que perdí la
libertad de oír otra cosa. Sintiéndome atacado, mi respuesta será una defensa,
una protección, con argumentos que a veces no tienen nada que ver con la
observación que se me hace… ¡Perdí mi libertad! Por qué no responder
apaciblemente como Jesús: « si hablé mal,” si actué mal, “muestra lo que dije de
mal” (en referencia a Jn 18,23) ¿muéstrame dónde me equivoqué? Muy a
menudo no se trata de un error sino de una otra manera de hacer en la cual no
había pensado o a la cual no había dado la importancia que le da este hermano

1
Entender: Tener idea clara de las cosas. Conocer el ánimo o la intención de alguien.
2
Escuchar: Prestar atención a lo que se oye.

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que viene a sugerírmela… Escuchar no quiere decir obligatoriamente suscribir la
opinión del otro sino tenerlo en cuenta verdaderamente, ser con él, de su parte,
en esta sugerencia, esta observación… Así salimos de sí para ir al encuentro del
otro.

Así como se puede hablar una hora con alguien sin encontrarlo verdaderamente,
así mismo hacemos frente a muchos hechos que no pasan a ser para nosotros
`eventos'. Ya que, como lo dice al Padre Scholtus “El evento, el acontecimiento
es en cierto modo impedido producirse allí donde reina la vida acostumbrada, la
rutina ( “como de costumbre”). Es decir que si por definición el acontecimiento
es irrupción del imprevisible, para tener lugar requiere sin embargo nuestra
vigilancia y nuestra respuesta.3 ” Nuestro miedo del imprevisto nos impide mirar
el imprevisto con objetividad. Demasiado deprisa nosotros comenzamos por
juzgar o condenar a priori, que se trate de un retraso, de una comentario, de un
error, de un accidente…

2. ACOGER AL OTRO, (en su diferencia) ES ACEPTARLO EN LO QUE EL ES


Aceptar va más lejos que escuchar pero si se lo escucha en verdad, ya el otro se
siente aceptado. Los dos son indisociables. Es necesario empezar por escuchar
para ser seguro que se acepta el otro tal como es y no tal como se lo imagina
(¡hay una gran diferencia!). Ya que eso también llega y da grandes decepciones
un día: es muy frecuente en las parejas. Descubrir que el otro no es tal como me
lo imaginé4 puedo causar una grave crisis o al contrario un descubrimiento
demasiado tardío (es una invitación a pedir perdón, porque la imaginación es la
imaginación, no la realidad). ¿Pero se lo había escuchado suficientemente?

Aceptar el otro en su diferencia va a implicar en mí un cambio, va a desplazarme.


¡Vivir a dos, vivir a treinta, no es la misma cosa que vivir solo! ¿Estoy dispuesto a
cambiar, (no solamente durante los algunos meses de postulado), pero todos los
días de mi vida? El evangelio nos pide sin cesar convertirnos, es decir, a cambiar,
y también a dejarlo todo, a ir, a partir… para seguir a alguien. La vida es a este
precio. No se lo comprende siempre lo porqué ni dónde el otro me lleva. ¡Se
comprenderá más tarde! ¡Es saber hacer un cachito de camino con otro, incluso
3
Pequeño cristianismo de insolencia, Bayard 2004, p.99
4
Imaginar: Representar idealmente algo, inventarlo, crearlo en la imaginación. Presumir, sospechar. Creer o
figurarse que se es algo.

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2000 pasos si me solicita para 1000! (Ref. Mate 5,41)… (una pista de reflexión a
propósito de mi impaciencia…)

Lo que es verdadero de la aceptación del otro lo está también de la aceptación


de los eventos. Molestarse, enfadarse, crea un paro al amor; es también un
derroche, un malgasto de energías que suscita cansancio, afecta al sueño,
suprime el apetito… (estos puntos invitan a la reflexión sobre mi pecado y sobre
todas las consecuencias que olvidamos tantas veces de confesar) ¿A que puede
servir de rechazar un hecho? No se lo cambiará. Está allí que se impone. Es a mi
cambiar por, no solamente para adaptarme, pero aceptarlo y hacerlo servir a la
construcción de mi vida. Es así que puede convertirse en `acontecimiento' para
mí. Me asombra siempre y estoy apenado cuando oigo decir que hay algunas
protestas debido a cosas o hechos que perturban algunos en sus prácticas, en su
horario, su carta alimentaria, […]. Todo contratiempo, toda contrariedad, todo
imprevisto oculta una gracia ocultada de recepción, libertad y amor. Ante la
sorpresa hay allí la gracia del posible. (Perdóname Señor, ¡no he acogido lo que
querías para mí! Y consecuencia: la amargura el desanimo, la decepción…) Todo
es posible a aquel que cree. Todo es posible también a aquel que ama. Amar crea
la confianza en el otro tanto que en sí, y abre un camino de vida.
Lo importante para un ser verdaderamente libre es poder construir su vida al
lugar de sufrirla. Ahora bien, si yo padezco los eventos sin adhesión interior, sin
sí profundo, no creo ya mi historia. Pierdo mi libertad de decisión, no soy ya
capaz de inventar mi vida. Tengo entonces la impresión que se me robó mi vida,
que otros o los eventos decidieron a mi lugar. La vida cristiana, […]5, es
esperanza, esperanza de porvenir, esperanza de transfiguración, de
resurrección. Para eso debo dejar el inaudito de la Resurrección entrar en mi
vida. (Podemos reconocer las veces que hemos rechazado la verdadera vida y
escogido “la muerte”! perdóname Señor!)

3 – ACOGER DIOS SUPONE UNA ESPONTANEIDAD DEL AMOR


Sólo el amor nos permite tomar las grandes decisiones de nuestra vida que a
menudo exigen cambio: empleo, estudio, vocación, misión… Solamente el amor
también nos permite aceptar pruebas: lutos, una dimisión, una enfermedad, una
enfermedad definitiva… Se puede aceptar plenamente si se está movido por una

5
« pero aún más la vida religiosa”

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llamada, un amor, una confianza… Dejando todo, lo siguieron… (ref a Mateo
4,20.22 Marcos 1,18 Lucas 5,11). Pero, el amor no se reduce a algunos
momentos de grandes decisiones. Debe transfigurar todas las pequeñas
decisiones o aceptaciones de nuestros días. Si amamos verdaderamente al
hermano por quien nos son propuestas y a veces impuestas, las viviremos en el
mismo dinamismo que estas grandes decisiones que han orientado nuestra vida,
en este mismo dinamismo pascual: que se trate de una solicitud de servicio, de
un retraso, de una contrariedad, de un fracaso, de un accidente, de una avería,
de una negligencia, de una falta de comida o bebida, de un cambio de horario,
de un día (nublado) mientras que se esperaba del sol…
Para nosotros, solteros, quienes hemos hecho voto de estabilidad6, la gran
tentación es instalarse en una denegación del cambio y hacer de esta actitud una
virtud. Eso se llama pasar a ser `solterón'. Se vuelve a cerrarse sobre sí, sobre su
salud, su empleo, su tiempo libre, su siesta… Se acepta muy difícilmente ser
molestado, trastornado. Afortunadamente, la comunidad a la cual se vinculan
por la estabilidad, paradójicamente está siempre allí para desestabilizarnos. (Lo
que hablo el monje en su enseñanza es fácil de traducir para nuestros estados
de vida en el mundo me parece ¿no?)

¡Dios se presenta siempre en el inesperado y nunca en el fijo de la rutina, si no


para sacarnos de ella! Dios es el inédito, el imprevisible, que ponga fin a una larga
espera como para Ana (1Sam 1) o Sara (Gen 17.18) o que nos da apenas el tiempo
de prever lo que nos llega como para María, novia de José (Lc 1). Dios trastorna
(sacuda) y realiza al mismo tiempo que él propone, dejando exactamente el lugar
a un SÍ rápido, espontáneo y alegre. Si se niega, Dios no insiste y se retira; volverá
de nuevo quizá más tarde bajo otra forma, pero la ocasión pasó. Dios no se para
nunca y no fuerza nunca una libertad a pesar a veces de las apariencias. Cuando
Jesús llama en el Evangelio él, es siempre en marcha, una media hora más tarde
está ya más lejos. Es necesario seguirlo para recuperarlo como Jean y Andrés.
Dios es paciente y sin embargo se presenta a menudo con la impaciencia del
amor. Un sí de amistad, en efecto, se da espontáneamente y no se hace esperar
semanas o meses. (referencia a Jean 21, 15-22) “¿Me quieres? tú sabes que te

6
los Benedictinos, Cisterciense, y otros monjes sometidos a la Norma de San Benito, así como los Castrenses,
sólo pronuncian los votos de estabilidad en el monasterio, obediencia y conversión de las costumbres (Véase.
Norma de San Benito, chap. 58). Consideran generalmente que los deseos de pobreza y castidad se incluyen en
el deseo de conversión de las costumbres (Conversio morum, a veces traducido en “vida monástica”).

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quiero. Entonces ¡Sígueme! ¿Y éste, ¿qué? ¿Qué te importa? Tú ¡sígueme!”

La mayor sorpresa, el evento más inesperado, el que cambia nuestra vida es


saber que somos amados y de creerlo. ¿Basta con mirar qué gracia y qué cambio
fue para María, para Pedro, para Magdalena, por Elías, Jeremías, Moisés o el
profeta Oseas… reconocer y aceptar ser amado abre en nuestra vida una nueva
aventura… ¿Pero cómo descubrir que somos amados por Dios si no amamos de
verdad a nuestro hermano?

Mi acogida de Dios se hace a menudo en momentos de silencio y de oración pero


el sí que se dará entonces ya se expresó, la mayor parte del tiempo, en mis
relaciones fraternales, en el trabajo, en estos múltiples sí que se me piden a lo
largo de un día. Véase el Bienaventurado Guerric: ¡“No encontraron el
Resucitado ante los altares, y lo encuentran sobre los caminos que los conducen
al trabajo!” Por cada uno de estos sí aceptados, estos sí espontáneos, como el
de Martin de Tours dando una parte de su abrigo al pobre, Dios crea novedad y
da sentido a mi existencia. Todos estos sí cotidianos me conducen hacia el SÍ
último y definitivo, un sí que será tanto más total cuanto que se habrá preparado
por estos sí a menudo poco insignificantes pero encargados de amor. Lo
sabemos, ningún sí heroico, ningún sí de mártir, no se improvisa en el momento
mismo; fue preparado por una sucesión de sí; |…]. ¡Fue así mismo para
María, fue así mismo para Jesús él, que sólo era SÍ!

Les diría que la mejor actitud delante las diferentes situaciones de acogida del
otro es de decir simplemente “!sí, Jesús!”

Observa si estoy en un camino falso y llévame por el camino eterno. (Sal 139,24)

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