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Les propongo un proceso progresivo en tres etapas: acoger - aceptar - amar.
Cada una ya anticipa la siguiente.
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Entender: Tener idea clara de las cosas. Conocer el ánimo o la intención de alguien.
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Escuchar: Prestar atención a lo que se oye.
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que viene a sugerírmela… Escuchar no quiere decir obligatoriamente suscribir la
opinión del otro sino tenerlo en cuenta verdaderamente, ser con él, de su parte,
en esta sugerencia, esta observación… Así salimos de sí para ir al encuentro del
otro.
Así como se puede hablar una hora con alguien sin encontrarlo verdaderamente,
así mismo hacemos frente a muchos hechos que no pasan a ser para nosotros
`eventos'. Ya que, como lo dice al Padre Scholtus “El evento, el acontecimiento
es en cierto modo impedido producirse allí donde reina la vida acostumbrada, la
rutina ( “como de costumbre”). Es decir que si por definición el acontecimiento
es irrupción del imprevisible, para tener lugar requiere sin embargo nuestra
vigilancia y nuestra respuesta.3 ” Nuestro miedo del imprevisto nos impide mirar
el imprevisto con objetividad. Demasiado deprisa nosotros comenzamos por
juzgar o condenar a priori, que se trate de un retraso, de una comentario, de un
error, de un accidente…
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2000 pasos si me solicita para 1000! (Ref. Mate 5,41)… (una pista de reflexión a
propósito de mi impaciencia…)
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« pero aún más la vida religiosa”
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llamada, un amor, una confianza… Dejando todo, lo siguieron… (ref a Mateo
4,20.22 Marcos 1,18 Lucas 5,11). Pero, el amor no se reduce a algunos
momentos de grandes decisiones. Debe transfigurar todas las pequeñas
decisiones o aceptaciones de nuestros días. Si amamos verdaderamente al
hermano por quien nos son propuestas y a veces impuestas, las viviremos en el
mismo dinamismo que estas grandes decisiones que han orientado nuestra vida,
en este mismo dinamismo pascual: que se trate de una solicitud de servicio, de
un retraso, de una contrariedad, de un fracaso, de un accidente, de una avería,
de una negligencia, de una falta de comida o bebida, de un cambio de horario,
de un día (nublado) mientras que se esperaba del sol…
Para nosotros, solteros, quienes hemos hecho voto de estabilidad6, la gran
tentación es instalarse en una denegación del cambio y hacer de esta actitud una
virtud. Eso se llama pasar a ser `solterón'. Se vuelve a cerrarse sobre sí, sobre su
salud, su empleo, su tiempo libre, su siesta… Se acepta muy difícilmente ser
molestado, trastornado. Afortunadamente, la comunidad a la cual se vinculan
por la estabilidad, paradójicamente está siempre allí para desestabilizarnos. (Lo
que hablo el monje en su enseñanza es fácil de traducir para nuestros estados
de vida en el mundo me parece ¿no?)
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los Benedictinos, Cisterciense, y otros monjes sometidos a la Norma de San Benito, así como los Castrenses,
sólo pronuncian los votos de estabilidad en el monasterio, obediencia y conversión de las costumbres (Véase.
Norma de San Benito, chap. 58). Consideran generalmente que los deseos de pobreza y castidad se incluyen en
el deseo de conversión de las costumbres (Conversio morum, a veces traducido en “vida monástica”).
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quiero. Entonces ¡Sígueme! ¿Y éste, ¿qué? ¿Qué te importa? Tú ¡sígueme!”
Les diría que la mejor actitud delante las diferentes situaciones de acogida del
otro es de decir simplemente “!sí, Jesús!”
Observa si estoy en un camino falso y llévame por el camino eterno. (Sal 139,24)
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