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Capítulo 1 1

La Revolución de Norteamérica
“A América estaba reservada la misión de poner en
lugar de los privilegios de cuna la libertad natural del hombre y en lugar
de la autoridad irresponsable de un monarca, un gobierno independiente
basado sobre la voluntad y concordia de las opiniones del pueblo…”

Ernesto O. Hoff.

En 1765, los colonos ingleses de la costa oriental Atlántica de la América del Norte se rebelaron contra
su metrópoli. Este Movimiento surgió como consecuencia de la obstinación del parlamento británico en
imponer tributos a sus colonias, sin consultarlas. Al principio, los norteamericanos hicieron sólo la guerra
económica, para obligar a Inglaterra a restablecer sus derechos, pero después terminaron por apelar a
las armas y proclamar también su independencia, en un congreso reunido en Filadelfia (4 de julio de
1776), La lucha bélica fue larga y azarosa (1775- 1783) y finalizo, gracias a la ayuda de Francia, con el
triunfo de los insurgentes, a los cuales mandaba Jorge Washington. Tras pasar por un periodo de crisis,
las antiguas 13 colonias se constituyeron en República Federal, con el nombre de Estados Unidos de
América, la primera nación libre del Nuevo Mundo.

Las condiciones políticas y económicas en las colonias inglesas

Para comprender el movimiento revolucionario de las colonias inglesas de la costa oriental de la América
del Norte es preciso recordar las condiciones políticas y económicas que existían en las mismas.
Políticamente, las trece colonias estaban sometidas a la legislación metropolitana, y en cada una de ellas
había un gobernador, con facultades muy amplias. Pero éste -que en Connecticut y Rodhe Island era
elegido por los colonos, y en las otras colonias, nombrado por el Rey o por los propietarios, ejercía una
autoridad casi nominal, y los asuntos de interés público eran resueltos generalmente por la Casa de los
Burgueses o Asamblea Colonial, cámara legislativa que funcionaba en cada colonia y cuyo miembros
eran elegidos por los propietarios y en general, por todos los hombres libres que pagaban el poll-tax o
impuesto al voto. Por otra parte, a las sesiones públicas (town meetings) de estas asambleas, asistían
todos los ciudadanos. Se gozaba, pues, de una verdadera autonomía, la cual había aumentado a partir
del siglo XVII con los habilidosos recursos a que acudían los colonos, al rehusar el pago de sus haberes al
gobernador para obligarlo a aprobar las leyes votadas por las legislaturas coloniales, y al promulgar estas
leyes por dos años para evitar así el probable veto real.
Desde el punto de vista económico, los norteamericanos sufrían una serie de restricciones en beneficio
de los comerciantes e industriales ingleses. Estaban bajo la dependencia de la Junta de comercio y
plantaciones (Board of trade and plantations), que radicaba en Londres y la cual les había prohibido la
emisión de papel moneda. Tenían que exportar exclusivamente a Inglaterra y en barcos británicos ciertos
productos como el tabaco, las frutas y las pieles. No podían realizar intercambio mercantil directo con
las Antillas francesas o españolas ni con Portugal u otro país europeo. Debían, además abstenerse de
emplear su dinero en grandes manufacturas, para asegurar así a la madre patria un mercado donde el

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poder vender los excedentes de sus industrias. Empero, en la práctica, imperaban condiciones que
hacían soportable el régimen económico. El gobierno inglés permitía la pesca del bacalao y de la ballena
en los grandes bancos de terranova y en Nueva Escocia, lo que constituía una importante fuente de
riqueza para los norteamericanos. La gran extensión de costas en las trece colonias facilitaba la
realización del contrabando, el cual, por otra parte, se amparaba en la complicidad o en la desidia de los
funcionarios coloniales británicos. Ciertas industrias como la de construcción de barcos, las de tejidos y
sombreros y las destilerías se habían desarrollado, pese a las prohibiciones o trabas impuestas por la
metrópoli.

Cambios en la política colonial inglesa. La ley del Azúcar

Tales condiciones políticas y económicas variaron a raíz de la terminación de la guerra de los siete años
(1756-1763), Inglaterra había adquirido, como consecuencia de dicho conflicto bélico, el Canadá y la
inmensa cuenca del Mississipi, y tenía ahora que defender una larga frontera contra las incursiones de
las belicosas tribus indias. Además, debía estar preparada contra un posible francocanadiense. Era, pues,
preciso situaren América una fuerza Armada no inferior a 10,000 hombres. Pero, ¿cómo pagar los gastos
de ese ejercito? El tesoro británico no estaba en condiciones de afrontarlos, ya que se hallaba exhausto,
y la deuda pública había aumentado a más de cien millones de libras esterlinas. No podían tampoco,
establecer nuevos tributos en la Gran Bretaña, por estar fuertemente gravada en ésta la propiedad
territorial.
El primer ministro británico Jorge Crenville pensó que las colonias habían recibido los mayores beneficios
de la guerra y que aquellas, por tanto debían soportar los nuevos egresos. Al efecto, obtuvo que el
parlamento votara la Sugar Act o ley del azúcar, por la que se restablecían los derechos de aduana sobre
los azúcares y melazas que entraban en las colonias. Al mismo tiempo Grenville hizo intensificar en
América la vigilancia marítima para evitar el contrabando, y asegurar así mayores ingresos arancelarios.

El impuesto del timbre

Los colonos protestaron de la Sugar Act, pues no querían abonar impuestos sobre las melazas que traían
de las Antillas menores para la fabricación de ron. Por otra parte, las encuestas y las pesquisas en busca
de contrabando y al amparo de los odiados Writs of assistance (mandatos de asistencia), eran
desagradables aún para los propios funcionarios aduanales ingleses. Grenville ideó entonces establecer
un impuesto interno, y al efecto hizo aprobar por el parlamento la Stamp Act (Ley del timbre), la cual
disponía que los documentos legales como licencias, certificaciones, pagarés, escrituras y contratos, para
tener validez, debían pagar un derecho de estampilla o estar impresos en papel sellado, cuya venta se
reservaba el gobierno británico. De igual modo, y para buscar mayor recaudación, los periódicos,
folletos, almanaques, mapas y paquetes de barajas eran sometidos también al pago del nuevo tributo.

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Capítulo 1 3

El debate de la ley del Timbre en la cámara de los comunes dio oportunidad a una interesante replica de
coronel irlandés Isaac Barré al diputado conservador Charles Townshend. Este había concluido su
discurso, preguntando: <<… ¿Y estos americanos, nuestros hijos, plantados gracias a nosotros,
alimentados por nuestra indulgencia y protegidos por nuestras armas, serán tan ingratos de rehusar
la ayuda a sus viejos padres, agobiados por el peso de sus deudas?>>
Barré contestó: “¡Ellos, plantados gracias a vosotros! … No, vuestra opresión lo hizo trasladarse a
América… ¡Ellos, alimentados por vuestra indulgencia! Son ellos quienes han tomado noblemente las
armas para defenderos!”.

Barré dio a los norteamericanos el calificativo honroso de hijos de la libertad. Pero en definitiva, la
nueva ley contributiva pasó en la Cámara de los comunes, por más de 200 votos contra 49.

Reacción de las asambleas coloniales

El impuesto del timbre variaba desde un penique hasta seis libras esterlinas y no constituía, por tanto, un fuerte
gravamen. Sin embargo, los colonos se opusieron a su vigencia, alegando que no había sido votado por sus
propias asambleas y sí por el Parlamento británico, en el que no estaban representados, y que era un privilegio
de todo súbdito inglés no pagar contribuciones en cuya aprobación no hubiese consentido.

Tal estado de opinión se manifestó bien pronto en las asambleas coloniales. La de Virginia, a propuesta de un
joven elocuente abogado, de ideas radicales, Patrick Henry, votó una serie de resoluciones, por las que se
declaraba que los colonos únicamente estaban obligados a obedecer las leyes financieras aprobadas por sus
asambleas. (En el curso del debate, Patrick Henry exclamó: “César encontró su Bruto, Carlos I su Comwell y Jorge
III…”. El presidente de la asamblea le interrumpió con el grito: “¡Traición!”. Henry, tranquilamente termino la
frase en esta forma: “y Jorge III… puede tomar ejemplo de ello”). La de Massachusetts, influída por este hecho y
excitada, además, por el jurisconsulto Jaime Otis, Convocó un congreso en Nueva York (Congreso de la ley del
Timbre), el cual, con una asistencia de delegados de nueve de las trece colonias, aprobó una declaración de
Derechos, cuyos puntos esenciales eran:

1° Que los americanos eras súbditos de Inglaterra.

2° Que era un derecho natural del súbdito inglés no pagar contribuciones en cuya creación no hubiese tomado
parte.

3° Que los americanos no estaban representados en el Parlamento.

4° Que el Parlamento, por consiguiente, no podía imponerles contribuciones, y que cualquier tentativa en ese
sentido era un ataque a los derechos del ciudadano inglés y a la libertad del gobierno autónomo.

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Capítulo 1 4

Los “Hijos de la Libertad”

El movimiento de repulsa a la ley del timbre se extendió de los intelectuales y legisladores a los granjeros y
hombres del pueblo, y pronto adquirió una violencia extraordinaria. Sociedades secretas, la de los llamados Sons
of Liberty o Hijos de la Libertad, emplearon cuantos medios tuvieron a su alcance para resistir el nuevo impuesto.
En Boston eran destruídas las casas del inspector de aduanas y del teniente de gobernador. En Filadelfia se
quemaba el papel sellado, se colgaba en efigie a
los funcionarios ingleses y se maltrataba a los
recaudadores del odiado tributo. En New Haven,
Providence y otras ciudades del norte, los
individuos que compraban papel sellado para
estamparlo en sus documentos oficiales corrían
el riesgo de ser emplumados y obligados a gritar:
Libertad y propiedad sin estampillas.

Por otra parte, los editores de periódicos


suspendieron la publicación de éstos, no sin
anunciar antes “su muerte, causada por
estampillas”. Los abogados cerraron sus bufetes
para no emplear el papel sellado en sus escritos.
Los hombres de negocios comenzaron a
fomentar industrias de hierro, lana y algodón.
Por último, los comerciantes, se
comprometieron a no importar ningunas
mercancía británica, mientras no se anulara la
Stamp Act. No hubo más pedidos de tejidos y de
productos manufacturados, y los barcos ingleses
que ya estaban en América o en ruta hacia este
continente, tuvieron que regresar a Inglaterra
con sus cargamentos completos.

Revocación de la ley del timbre

Los comerciantes e industriales británicos temieron la probable, Pitt, Burke y otros parlamentarios ingleses, de
tendencias moderadas, elevaron su voz en favor de los colonos (Pitt dijo a sus colegas del parlamento, en un
elocuente discurso: “Aplastad a América si vuestra causa es justa; pero la ley del sello es una injusticia
manifiesta, y yo protesto contra semejante extravío… Si lográis vencer, América caerá como un gigante,
abrazando las columnas del Estado lo arrastrará en su caída y sepultará nuestra constitución bajo sus ruinas…”).

El parlamento estimó conveniente reconsiderar el problema, y llamó en consulta al norteamericano Benjamín


Franklin, procurador de la colonia de PENNSYLVANIA ante la corte, quien gozaba de merecido prestigio por sus
escritos, sabiduría, honradez y carácter independiente.

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Capítulo 1 5

Franklin fue sometido por los diputados de la Cámara de los comunes a un interrogatorio, que supo contestar con
su característica sutileza y vivacidad. “Supongamos –le preguntó un parlamentario- que la Stamp Act continúa
en pie: ¿el enfado de los americanos los llevará hasta comprar las mercancías en otra parte, con preferencia a
las nuestras?”.

Franklin respondió: “Así lo creo… “. A la pregunta: ¿Cuál era en otro tiempo la ambición de los americanos?,
contestó: “Seguir las modas británicas”. Y repreguntando: “¿Cuál es hoy día su ambición?”, replicó: “No quitarse
de encima la ropa vieja, que llevarán hasta que se encuentren en situación de fabricar la nueva por sí mismos”.

Las convincentes razones de Franklin impresionaron a los parlamentarios. La Stamp Act fue anulada, y el orgullo
británico quedo satisfecho con la promulgación de una ley, por la que se declaraba que el parlamento tenía
derecho a imponer contribuciones a las colonias, “en todos los casos, fuesen los que fuesen”.

Los colonos no dieron importancia a esta última declaración, y celebraron la derogación de aborrecido impuesto
del papel sellado con fuegos artificiales, fiestas y banquetes. Los agravios se olvidaron, y la bandera inglesa fue
saludada con respeto en todas partes. Parecía que era un hecho la reconciliación entre Norteamérica y la madre
patria.

Nuevos tributos sobre el té y otros productos

Sin embargo, no tardarían en surgir nuevos motivos de fricción. Muchos tories o conservadores británicos estaban
irritados ante la resistencia de los norteamericanos a satisfacer impuestos internos. Algunos whigs o liberales
mostraban su disgusto por haberse incumplido la Ley de Amotinados, al negarse la asamblea de Nuevo York a
suministrar vivires a las tropas inglesas. El nuevo canciller de haciendo británico, Charles Townshend, no tuvo
apenas trabajo alguno en reunir los votos necesarios para hacer aprobar una ley por la que se establecían derechos
arancelarios sobre la cristalería, los colorantes, el plomo, el papel y el té. El parlamento, aprobó, además, la
creación, en la colonia de Massachusetts, de un cuerpo residente de comisarios de aduana, los cuales estaban
facultados para hacerse acompañar de patrullas armadas y registrar todos los establecimientos, casas y bodegas,
en busca de mercancías de contrabando.

Los americanos discurrieron de nuevo el derecho del Parlamento a imponer contribuciones a las colonias y
mostraron también visible desagrado ante la presencia de los comisarios de aduana, con sus omnímodos poderes
para efectuar pesquisas y registros. Como estos comisarios procedieran a embargar en Boston el barco LIBERTY
del armador John Hancock, que no había pagado derecho por los vinos portugués que traía, el pueblo atacó las
casas de aquellos y les obligó a refugiarse en un fuerte situado en el extremo del puerto. El gobierno dispuso
entonces que dos regimientos ingleses guardaran el orden en la ciudad, para evitar nuevos disturbios. Como la
legislatura de Massachusetts, protestara, el gobernador la disolvió. Igual suerte corrieron las asambleas de
Maryland, Geogia y otras colonias.

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Capítulo 1 6

Matanza de Boston

La presencia de los soldados ingleses en Boston iba a provocar pronto un grave incidente. La población
experimentaba profundo malestar ante el aspecto que ofrecían esos soldados con sus uniformes rojos (espaldas
de langosta), el dinero que costaba su manutención y el hecho de que alteraban la quietud de los domingos, con
sus marchas militares. En suma, se les consideraba individuos groseros y despreciables, y ni siquiera se les dirigía
la palabra. El día 5 de marzo de 1770 una alarma de incendio congregó en las calles de Boston a muchos jóvenes,
que empezaron a jugar con bolas de nieve y terminaron por lanzar éstas e incluso piedras sobre el centinela de
uno de los edificios públicos. Este pidió auxilio a varios de sus compañeros, los cuales fueron atacados también
por la multitud. Hostigados sin cesar, los soldados hicieron uso de sus fusiles y, tras breve tiroteo, quedaron varios
norteamericanos muertos y heridos sobre la nieva.

El desdichado incidente de Boston causó una gran conmoción y excitó aún más los ánimos contra los ingleses. Los
americanos radicales los calificaron de asesinato sangriento y aprovecharon la ocasión para redoblar sus ataques
al Gobierno. Un notable estadista ingles Horacio Walpole, estimó el suceso como preludio de un movimiento que
culminaría a la postre en la independencia del continente americano.

Horacio Walpole escribió: “¿Han leído las noticias de Boston? El toque de alarma se ha dejado oír en América.
Me imagino el porvenir de este país y me parece ver surgir una veintena de imperios y repúblicas en este
continente que se hecho demasiado poderoso para ser dominado por las naciones algo agotadas de Europa.

“El pueblo de Boston ha enloquecido –decía, por su parte, el gobernador de Massachusetts. Ni siquiera cuando
Ahorcaron a las pobres brujas inocentes era más grande el frenesí”

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Capítulo 1 7

Samuel Adams

Ya en ese momento había americanos que repudiaban la intransigencia de la madre patria y abogaban por la
separación. Entre ellos, uno de los más destacados era el ex comerciante Samuel Adams, hombre de claro ingenio
y de rigurosa lógica, tan enérgico y de tanto ascendiente en Boston, que el gobernador inglés le llamaba El jefe de
los incendiarios y el que maneja a los títeres. Samuel Adams hablaba en los mítines y escribía innumerables
panfletos y artículos, en todos los cuales excitaba a la resistencia y trataba de demostrar que las colonias serían
más felices si se administraban a sí mismas. Sus discursos y escritos prepararon los ánimos para la revolución.

Samuel Adams se expresaba así: “La libertad de nuestro país es digna de ser defendida a costa de todos los
sacrificios y es nuestro deber defenderla contra todos los ataques. La hemos recibido como una preciosa herencia
de nuestros dignos antecesores, la compraron ellos para nosotros, con sus trabajos, sus peligros y exposición de
hacienda o de sangre y nos la transfirieron con cuidado y con diligencia. Nos traería una marca indeleble de infamia
a esta generación presente, ilustrada como es, si sufriésemos que esa libertad se nos puede arrancar por la
violencia y la lucha, y que se nos puede despojar de ella por los artificios de hombres maquinadores y falsos…”.

“Estamos en grave peligro”, según diciendo Samuel Adams. “Por lo tanto –concluía –tengamos presente la
gravedad de la situación y digamos a nuestros antepasados y a la posteridad que resolvimos mantener los
derechos que nos fueron entregados por nuestros padres, a fin de que sea a beneficio de nuestros hijos. En
necesidad de estos tiempos exige, más que nunca, la mayor circunspección…”.

Supresión de los nuevos impuestos, excepto el del Té

Mientras tanto, el boicot contra las mercancías inglesas se había agudizado, con la consiguiente disminución de
las exportaciones a las colonias en más de un millón de libras esterlinas. Los comerciantes de Londres elevaron
sus quejas al Gobierno, y el nuevo primer ministro, Lord North, decidió derogar todos los tributos de la Ley
Townshend, excepto el del té. Se mantenía este último impuesto, de rendimiento insignificante, con el fin de
vindicar el derecho del Parlamento a imponer contribuciones a las colonias, pero éstas, a su vez, insistieron en el
principio de no impuestos, sin representación.

La fiesta del té

Los comités de resistencia decidieron no consumir té inglés y considerar traidores a los que tal cosa hicieran. Como
los americanos no podían pasarse sin esa bebida, compraron de contrabando en curazao y otras Antillas menores,
Té holandés. Para evitar la bancarrota de sus negocios, la Compañía Inglesa del Este de la India, monopolizadora
del té británico, logró que la corona suprimiera a éste los derechos de exportación en Inglaterra. Además, en vista
de que los comerciantes norteamericanos intermediarios no pedían té a Londres, decidió prescindir de ellos y
vender directamente al público, en América. De este modo, al reducir gastos, la Compañía podía ofrecer el
producto más barato que su similar holandés.

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Capítulo 1 8

Empero los americanos no querían comprar té inglés y ni siquiera dejarlo desembarcar en las colonias. Así fue que
al arribar al puerto de Boston un barco cargado de ese producto, jóvenes colonos, disfrazados de indios mohawks,
lo tomaron por asalto y lanzaron al mar las cajas de té. Dieciocho mil libras esterlinas valor del precioso
cargamento, se perdieron por causa de este incidente, al que se ha denominado tea party, o sea la fiesta del té.

Las “cinco leyes intolerables”

La reacción de los ingleses no se hizo esperar. Jorge III dijo: “¡Basta de contemplaciones: o las colonias triunfan
o se someten!”. El parlamento aprobó cinco leyes, tan severas e injustas que los americanos la calificaron de
intolerables.

1° Se disponía la clausura del puerto de Boston hasta que se reembolsara el valor de té destruido.

2° Se prohibían las reuniones de los colonos, sin permiso especial del gobernador.

3° Facultaba a los gobernadores para transferir a Inglaterra los procesos contra las personas acusadas de
desobediencia o de violación de las leyes.

4° Establecía el alojamiento obligatorio de las tropas inglesas por los habitantes de Massachusetts.

5° Ensanchaba los límites de la provincia canadiense de Quebec sobre territorios hasta entonces reclamados por
las colonias de Massachusetts, Connecticut y Virginia.

Estas leyes causaron gran indignación, y todos los colonos ripostaron enérgicamente a las violencias de la
metrópoli. Samuel Adams consideró llego el momento de mantenerse todos unidos en defensa de las libertades
de todos.

Jorge Washington, rico terrateniente de Virginia y coronel de milicias, declaró: “… Si fuese necesario, levantaré
mil hombres, los equiparé por mi cuenta y marcharé a su cabeza en socorro de Boston”. En consecuencia, se
tomaron varias medidas efectivas. La ciudad de Boston, cuyo puerto estaba cerrado, fue auxiliada con carneros,
trigo, arroz y otros artículos alimenticios que le enviaron de Connecticut, Virginia, Maryland y las Carolinas. Los
comités de correspondencia acordaron suspender de nuevo todo comercio con Inglaterra. Por último, y a
sugerencia de Samuel Adams, se convocó un congreso general de las colonias, el denominado Primer Congreso
Continental, que debía reunirse en la ciudad de Filadelfia el 1° de septiembre de 1774.

El Primer Congreso Continental

Al primer Congreso Continental asistieron, con el carácter de delegados, eminentes personalidades como Samuel
Adams y su primo John Adams (más tarde presidente de los Estados Unidos), John Hancock, George Washington,
John Jay (que se distinguiría posteriormente como diplomático y jurista), Richard Henry Lee, Christopher Gadsden,
Silas Deane y Peyton Randolph.

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Capítulo 1 9

John Adams, abogado prestigioso y ex alumno de Harvard, solicitó, a pesar de sus ideas moderadas, medidas
extremas: “Cuando Demóstenes pedía a los griegos que se ligaran contra Filipo, les pedía muy otra cosa que un
acuerdo de no importación”.

Washington lo apoyó: “¿Continuaremos como hasta ahora, gimiendo, llorando y pidiendo socorro?”.

Por su parte, Henry y Gadsden abogaron por la más estrecha unión. Henry dijo: “La tiranía inglesa ha destruida
las fronteras que separaban nuestras colonias unos de otras; ya no existen distinciones entre virginianos, neo –
ingleses, pensilvanos y neoyorquinos…”

Gadsden reafirmo: “… Vamos todos a pensar en la nación; no hablemos más de nosotros los colonos, sino de
nosotros los americanos”.

El Congreso acordó hacer una declaración de derechos, dirigir un mensaje al Rey y una apelación al pueblo inglés,
y reunirse de nuevo, el 10 de mayo de 1775. En la Declaración de Derechos se consignaban los derechos de los
colonos a la vida, la libertad y la propiedad, a imponerse sus contribuciones, a reunirse amistosamente con el
objeto de pedir reparación de agravios, y a gozar de los derechos de los ingleses y de todos los derechos
concedidos por las cartas constitucionales de las colonias.

En el mensaje al Rey se solicitaba, en tono enérgico y digno, la supresión de las leyes y medidas injustas, tales
como la disolución de las asambleas, el acuartelamiento de tropas en tiempo de paz, la imposición de
contribuciones a las colonias sin consentimiento de éstas, las “cinco leyes intolerables” y los juicios en Inglaterra
sin la garantía de jurados. En el manifiesto al pueblo inglés se apelaba a los sentimientos de justicia de éste, pero
se le advertía que si se empeñaba en dejar a sus ministros jugar inicuamente con los derechos del hombre y no
desistía de derramar sangre en favor de una causa injusta, jamás los colonos se someterían a ministerio ni a pueblo
alguno.

Estas resoluciones causaron honda sensación en Inglaterra, y William Pitt las comentó así: “Debo aclarar que en
cuanto a mí no he hallado en todos mis estudios y lecturas –por más que he leído a Tucídides y estudiado otros
autores de todos los tiempo y de todas las naciones- no he encontrado, repito, nada que superé los actos del
Congreso de Filadelfia, sea por la solidez del razonamiento, sea por el vigor y la sagacidad, sea por la sabiduría
de las conclusiones… La historia de Grecia y Roma no contiene nada que las iguale y es inútil pretender esclavizar
a semejante pueblo”.

Los “hombres al minuto”

El Rey Jorge III rechazó las proposiciones conciliadoras del Primer Congreso Continental, y envió a América cuatro
mil soldados de refuerzo con los generales Howe, Clinton y Burgoyne. Por otra parte, el general Thomas Gage,
militarote enérgico que ya actuaba como gobernador en Massachusetts, había hecho fortificar la garganta de
Boston –punto de acceso a la ciudad desde el interior- y tomando otras medidas para asegurar el orden en la
colonia. Era evidente que Inglaterra se proponía actuar con mano dura.

Los patriotas se reunieron en Salem, Concord y Cambridge, poblaciones cercanas a Boston, y acordaron formar
milicias de minute men, es decir de hombres que estaban dispuestos a tomar las armas y prestar otros servicios si
se les avisaba con un minuto de anticipación. También los americanos almacenaron harina de trigo y crearon

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Capítulo 1 10

depósitos de municiones y otros pertrechos bélicos en diferentes puntos. Como lo había previsto BURKE, “el
puerco espín, al que se había perseguido demasiado, plantaba cara y se disponía a atacar al cazador”.

Lexington (19 de abril 1775)

El general Thomas Gage tuvo noticias de la existencia de uno de esos depósitos de provisiones de boca y de guerra
en Concord, envió allí a 800 hombres, los cuales también debían apresar a Samuel Adams y a John Hancock, de
cuyas actividades subversivas en la región se tenían informes. Conocedor de la salida de la columna británica por
dos luces rojas colocadas en la torre de la iglesia del norte de Boston, el patriota Paul Revere marchó a galope a
dar la voz de alarma, y en Lexington, aldea del trayecto, se enfrentaron a los ingleses cincuenta “Hombres al
minuto”, tenaces y excitados. Hubo una descarga, y ocho de estos bravos milicianos quedaron muertos en el
campo. Los ingleses lograron llegar a Concord y destruir el almacén de pólvora, pero en el viaje de regreso, a pesar
de que apresuraron la marcha, fueron atacados y diezmados por los granjeros americanos, que, emboscados tras
las rocas, los árboles y los montones de heno, les hicieron más de doscientas bajas.

“¡Que jornada tan gloriosa!” exclamó el radical Samuel Adams. Por su parte el prudente Benjamín Franklin escribió
a Burke, en tono de chanz: “Es (la de los ingleses) la reiterada más vigorosa que jamás se haya visto… Sin Paralelo
en la historia… Los pobres americanos apenas podían seguirlos…”.

El Segundo Congreso Continental

Veinte días después de la escaramuza de Lexington, o sea el 10 de mayo de 1775, se reunió en Filadelfia el Segundo
Congreso Continental. “Llegaron delegaciones de todas partes del país, a caballo, en carretas y por vía fluvial: los
de Virginia y las Carolinas vestían hermosos uniformes bordados e iban seguidos de sus esclavos negros, ataviados
de rojo y verde; los ricos neoyorquinos lucían costosos trajes de terciopelo, y los yanquis de Nueva Inglaterra iban
con largos abrigos polvorientos a causa del prolongado viaje, pero hablando animadamente de él”. Allí estaban
las mismas personalidades eminentes del Primer Congreso, como los Adams, George Washington y John Hancock,
y además, los dos hermanos Lee (Richard Henry y Arturo), Thomas Jefferson (que sería el tercer presidente de los
estados unidos), el abogado y escritor político John Dickinson, Benjamín Franklin y Robert Morris, el futuro
financiero de la Revolución. Casi todos se mostraban partidarios de la independencia, pero eran una minoría, en
lucha contra los que habían permanecido fieles al Rey, llamados desde entonces Loyalist o Legitimistas.

Washington, General en Jefe

Como ya había empezado la guerra, el Congreso tomó la dirección del mismo y convirtió en Ejercito Continental
el pequeño ejército existente en los alrededores de Boston. Había que nombrar General en Jefe, y, a propuesta
de John Adams, fue elegido por unanimidad un gentleman de Virginia, George Washington.

Washington, entonces de 43 años de edad, era la persona más indicada para ocupar el cargo de General en Jefe.
Tenía experiencia Militar, ganada en las luchas contra los franceses y los indios aliados de éstos. Gozaba de mucho
prestigio, por su ilustre cuna, por su carácter altruista y cívico y por haber administrado con singular eficiencia sus
ricos dominios de Mount Vernon. Poseía, por otra parte, cualidades esenciales para el mando, como dignidad,
energía y coraje. Por último, se destacaba entre todos sus compañeros por su rostro noble y majestuoso y su
magnífica figura militar.

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Bunker Hill

Mientras el Congreso deliberaba, los patriotas no habían permanecido ociosos. Ethan Allen y sus “muchachos de
las montañas verdes de Vermont” habían ocupado el fuerte de Ticonderoga, en el camino de Nueva Inglaterra al
Canadá. Los hombres al minuto o milicianos de Massachusetts hicieron experimentar a los ingleses su primer revés
serio en el Bunker Hill, colina que domina la ciudad y la bahía de Boston y de la que los patriotas no fueron
desalojados sino después de tres cargas sucesivas y de haber causado a sus atacantes más de mil bajas.

En Bunker Hill, los americanos hicieron una vigorosa resistencia y cuando se les acabaron las balas, emplearon las
culatas, de sus fusiles y además, tuercas, clavos y piedras. Habían luchado, pues, con coraje, y Washington, al
enterarse del hecho, podía decir con razón que con hombres como esos las libertades del país estaban a salvo.

Organización del ejército de los patriotas

Ya al ocurrir la batalla de Bunker Hill, Washington se encontraba en camino de Filadelfia a Cambridge, adonde
llegó el 2 de Julio y se hizo cargo del ejército colonial. Este se componía de unos 17,000 hombres, animados de un
patriotismo ardiente y puro que trataban a sus oficiales como camaradas, no tenían uniforme y carecían también
de armas, municiones y calzado. Washington se dio, no obstante, a la tarea de organizarlos, y en poco tiempo tuvo
un conjunto de tropas escogidas, con el que mantuvo a los ingleses encerrados en Boston durante más de 8 meses.

“Washington era más que un general –escribe el historiador Morison. Sin hacerse ilusiones acerca de su grandeza,
sin pensar en el futuro asumió el peso de todas sus responsabilidades y cumplió plenamente su misión”.

Expedición de los rebeldes a Canadá y ocupación de Boston

Mientras Washington disciplinaba y equipaba a su ejército, voluntarios de Nueva York y Massachusetts, mandados
por el irlandés Montgomery, invadían Canadá y tomaban Montreal, pero fracasaban en el asalto a Quebec, donde
ocurrió la muerte del propio Montgomery. Igual resultado negativo alcanzó benedict Arnold.

Por la parte de Boston, sin embargo, se obtuvo una razonante victoria. Con los cañoes del fuerte Ticonderoga,
Washington ocupó una de las colinas que existen al sur de la ciudad. Howe, que mandaba en ésta en lugar de
Gage, decidió evacuarla, acompañado de muchas familias de tories o norteamericanos leales al Rey. Washington
penetró en la ciudad, pero por poco tiempo, pues un mes más tarde pasó a las lomas de Brooklyn para defender
a Nueva York contra un probable ataque de los británicos.

Imprudencia del rey – El folleto de Paine

Aunque llevaban inscritas en sus birretes las palabras: Libertad o muerte, los americanos no habían declarado aún
que luchaban por la independencia. Empero, el rey Jorge III cometió dos actos imprudentes:

1° En su discurso del trono, de 26 de octubre de 1775, consideró a los americanos como hijos mal encaminados,
a los que estaba dispuesto a tratar con indulgencias si le pedían perdón.

2° Contrato, con los pequeños príncipes alemanes, los servicios de soldados mercenarios, para combatir a los
insurrectos.

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Capítulo 1 12

Como dice el historiador André Maurois: “el discurso del trono fue un insulto para los americanos y el envío de
los mercenarios, una provocación”.

Los americanos no estaban dispuestos de ningún modo a humillarse pidiendo perdón al Rey, y se indignaban,
además, al ver que éste enviaba extranjeros a combatirlos.

Por otra parte, un folleto titulado common sense (“El sentido Común”) y debido a un inglés emigrado en América,
Thomas Paine, acabó de excitar a los americanos. En el folleto, razonado y persuasivo, Paine afirmaba que era un
caso de sentido común para los americanos separarse de Inglaterra; que el pueblo debía darse sus propias leyes;
que era absurdo creer que una isla podía gobernar perpetuamente a un continente, y que América debía ser un
refugio para los hombres ansiosos de libertad.

He aquí una apelación de Paine a los americanos, en el Common Sense:

“… Vosotros, los que amáis a la humanidad; vosotros, que no habéis temido oponeros a la tiranía y al tirano mismo,
dad un paso al frente… Es repulsivo a la razón humana y al orden universal de las cosas al suponer que este
continente pueda por más tiempo permanecer sujeto a un poder extranjero. La más elemental sabiduría nos indica
que no puede haber otro plan sino el de la separación… Todo lo que es justo y razonable, exige la separación. La
sangre de los muertos y la voz misma de la naturaleza lo dicen: ¡Es hora de separarnos! Hasta la distancia a que el
Todopoderoso ha colocado a Inglaterra y a América, en una prueba concluyente y natural de que la autoridad de
la una sobre otra nunca fue el propósito divino…”

El 4 de Julio de 1776

El escrito de Paine causó impresión favorable entre los miembros del Congreso, algunos de los cuales ya conocían
la doctrina del humanista escocés George Buchanan de que el principio de todo radica en el pueblo, desarrollada
por el médico-filósofo inglés John Locke, en el sentido de que si el gobierno abusaba de la confianza del pueblo e
intentaba violar los derechos naturales de éste a la vida, la libertad y la propiedad, se tenía el derecho de oponer
la Revolución. Consecuente con estas ideas, el virginiano Richard Henry Lee presentó una moción en favor de la
declaración de independencia absoluta de las colonias. Defendida con calor por John Adams, fue aprobada, y se
nombró una comisión de cinco prohombres, entre los que figuraban el propio John Adams, Thomas Jefferson y
Benjamín Franklin, para que la redactara. Jefferson, que, según Adams, tenía reputación de literato y de
científico y verdadero talento para la composición, fue encargado de la ponencia. Con ligeras enmiendas de
Franklin y de Adams, ésta fue sometida al congreso, que le impartió su aprobación el 4 de julio de 1776.

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Capítulo 1 13

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Capítulo 1 14

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Capítulo 1 15

FASES DE LA LUCHA

EL Plan de compaña inglés y su fracaso inicial

El gobierno inglés concibió un plan para aplastar rápidamente el movimiento insurreccional. Un primer ejército,
el de Howe, debía ocupar Nueva York y el valle de Hudson, y un segundo ejército, el de Burgoyne, partir del
Canadá a través del lago Champlain, y unirse al primero en Albany, con los que las colonias del norte quedarían
divididas. Oro ejército, el tercero, al mando de Clinton, tenía la misión de ocupar Carolina del Sur y de ahí marchar
sobre Virginia.

La flota que transportaba el tercer ejército fue recibida a cañonazos ante el Charleston, y tuvo que dirigirse a la
bahía de Nueva York, donde se unió a la que conducía el ejercito de Howe, Este dembarcó en Long Island, y
Washington se vio obligado a abandonar las lomas de Brooklyn y retirarse a través de río Hudson y de Nueva
Jersey, después de haber perdido más de cuatro mil hombres. Howe entonces persiguió a Washington hasta
Pennsylvania y, por estimar que la toma de Filadelfia era fácil, regreso a Nueva York a pasar Navidades y dejó su
cuartel general en Trenton, al cuidado de los mercenarios alemanes que militaban en su ejército. La Situación era
Crítica (Muchos soldados habían desertado, creyendo la guerra perdida. Entonces Thomas Paine, que con palabras
fogosas inflamaba la resistencia de los rebeldes, escribió: “Han llegado los tiempos que ponen a prueba el temple
de los hombres. El soldado de verano y los patriotas de los días del sol abandonarán el servicio de su país, pero el
que se mantenga firme en su puesto merecerá el agradecimiento de nuestros hombres y mujeres), pero
Washington, que había sido investido por el Congreso de plenos poderes, concibió un audaz golpe de mano para
levantar los ánimos. Aprovechando que los alemanes habían descuidado la vigilancia de Trenton y del río
Delaware, que estaba helado, atravesó éste, la misma noche de Navidad, y, cayendo por sorpresa sobre aquéllos,
les hizo un millar de prisioneros y se apoderó de la ciudad. Lord Cornwallis, que fue enviado para desalojarlo, no
pudo evitar que tres de sus regimientos fueran sorprendidos y atacados por Washington en Princeton y tuvo que
retirarse.

Capitulación de Saratoga

Varias semanas después del combate de Princeton, el ejército de Burgoyne, de 7,000 soldados ingleses y 7,000
auxiliares indios, salía del Canadá rumbo a Albany. Washington destacó contra él al general Horacio Gates, quien
contaba con la eficiente cooperación de Benedict Arnold. Burgoyne ocupó el fuerte Ticonderoga y se adentró en
los bosques. Entonces entró en juego un factor que habría de ayudar mucho a los americanos en su guerra por la
independencia: el suelo. Los soldados de Burgoyne tuvieron que atravesar extensas praderas, selvas vírgenes, ríos
crecidos y terrenos pantanosos, donde les era difícil abastecerse y descansar. Por otra parte, los indios, de amigos
se volvieron hostiles y abandonaron a los ingleses, tras saquear los convoyes. Pronto Burgoyne vio cortada su
retirada al Canadá por un ejército americano, mientras otros dos, el de Gates y el de Arnold, le interceptaban el
camino a Nueva York. Probó a combatir, pero sus hombres se encontraban extenuados, hambrientos y faltos de
artillería y de municiones. Acampó entonces as alturas de Saratoga y, al cabo de varios días, acosado por el hambre
y completamente aislado, se rindió (17 de octubre de 1777).

Cierto es que, entretanto, las fuerzas inglesas de Howe habían derrotado a Washington en Brandywine y en
Germantown y ocupado a Filadelfia, por lo que el Congreso insurrecto tuvo que retirarse a Lancaster. Empero, la

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Capítulo 1 16

capitulación de Saratoga había compensado con ventaja estos reveses, ya que ponía a salvo el estado de Nueva
York, destruía el plan de campaña de los ingleses, obligaba al Parlamento a ofrecer una amnistía y la anulación de
impuesto del té y de las Leyes intolerables y, sobre todo, aseguraba a los americanos la valiosa ayuda de la nación
francesa.

Intervención de Francia y de España

Francia no había olvidado la humillación que los ingleses le había infligido en 1763, cuando perdió el Canadá y la
India. Ansiaba, por tanto, el desquite. Ya desde comienzo de la guerra angloamericana, el entonces jefe de
Gobierno francés, Choiseul, había reorganizado la marina de su país, con la idea de aprovechar cualquier
coyuntura favorable para intervenir en dicho conflicto. Posteriormente, Vergennes, ministro de estado de Luis
XVI, se propuso ayudar a las colonias sin tener que llegar a una guerra. Para ello, puesto de acuerdo con el
comediógrafo Beaumarchais, fundó una casa de comercio ficticio, que giraba bajo la razón socia de Rodriguez,
Hortalez y Ca, y la que recibiría secretamente dinero de los gobiernos francés y español, a fin de comprar
uniformes, cañones y pólvora con destino a los americanos. Estos enviaron a Francia como agente confidencial al
Silas Deane, el cual se puso en contacto con la compañía. Ya adoptada la Declaración de Independencia, el
Congreso de filadelfia designó también representantes oficiales ante la corte francesa, a Benjamín Franklín y a
Arthur Lee. Franklin, que tenía el encargo de conseguir un empréstito y una alianza, se ganó a los franceses por su
fama de sabio, su reputación de hombre prudente, simplicidad de su vestir y lo ingenioso de su conversación.
Hasta sus extravagancias, como la de suprimir peluca, entonces de moda, y la de usar gorro de piel, llamaban la
atención. La causa americana, representa por él se había hecho tan popular, que los voluntarios afluían a América
sin cesar.

Entre éstos, el más célebre fue el joven marqués de Lafayette, quien fletó a su costa un barco, desembarcó en
Carolina del Sur, fue nombrado mayor general por el Congreso y, finalmente, se unió a Washington, con el que
luchó en Brandywine y compartió luego los rigores del terrible invierno de 1777-1778, en Valley Forge.

Después de la capitulación de Saratoga, Vergennes se decidió a intervenir y firmó, en consecuencia, un tratado de


comercio y de alianza con los americanos. Más tarde tomaron también partido a favor de éstos, España, ansiosa
de recuperar a la Florida y a Gibraltar, y Holanda, a la que molestaban la competencia mercantil y las violaciones
del derecho marítimo internacional que se cometían los ingleses. Por otra parte, Rusia, Dinamarca y Suecia
constituyeron una liga de neutralidad armada, con el objeto de proteger su comercio contra las agresiones de la
escuadra británica, lista siempre a apoderarse de los buques de naciones no beligerantes que conducían
mercancías o material de guerra a las colonias.

Como consecuencia, escenarios de la lucha no serían tan sólo las colonias ingleses sublevadas sino también la
Florida, el mar Caribe y, más allá de América, el océano Indico y los mares europeos.

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Capítulo 1 17

Las operaciones militares y navales hasta Yorktown

Mientras se producía la intervención francesa, Howe se había mantenido inactivo y fue sustituído a la postre por
Clinton, quien trasladó su cuartel general de Filadelfia a Nueva York. Washington se instaló entonces en West
Point, en el valle de Hudson, para vigilar la navegación por este río. Una primera flota francesa a las órdenes del
conde de Estaing fracasó delante de Newport. Bandas indios iroqueses y de colonos realistas asolaron los estados
de Nueva York y Pennsylvania. Tropas inglesas ocuparon Savannah y Charleston y se extendieron por Georgia y
Carolina del Sur. El general Gates fue derrotado bochornosamente por Lord Cornwallis en Camden, batalla en la
que recibió heridas mortales el intrépido barón del Kalb, francoalemán al servicio de los americanos.

Lafayette fue a Francia y logró que se enviara a América un cuerpo expedicionario de 6,000 hombres, bajo las
órdenes del conde de Rochambeau. Por otra parte, los corsarios americanos, especialmente John Paul Jones,
causaban muchas pérdidas al comercio británico. Mas todo esto era insuficiente, y la situación siguió siendo mala.
Se probó la traición del general Arnold, quien proyectaba entregara los ingleses la estrategia fortaleza de West
Point, que Washington le había confiado. Los soldados americanos carecían de calzado, ropa y alimentos. El papel
moneda emitido por el Congreso estaba tan desvalorizado, que algunos comerciantes preferían vender a los
ingleses su carne, su pólvora y su cuero. Los almacenes de tabaco de Virginia habían sido destruidos por el traídos
Arnold, que ahora servía a las filas británicas.

Para conjurar la crisis, Rochambeau, de acuerdo con Washington, pidió urgentemente a Francia refuerzos y dinero.
La nación gala, generosamente, envió seis millones de libras de oro y a la flora del almirante conde de Grasse. Con
el dinero, Washington pudo pagar a su ejército, y con la flora se bloqueó el puerto de Yorktown (Virginia), donde
las tropas inglesas de Lord Cornwallis se habían atrincherado. Sitiado por tierra por los ejércitos de Washington y
de Rochambeau, y por mar la escuadra francesa, Cornwallis se rindió con sus 7,000 hombres, el 19 de octubre de
1781. ¡Válgame Dios, esto es el fin!, exclamó el primer ministro inglés, al saberlo. La victoria americana estaba
prácticamente asegurada.

La paz: el tratado de Versalles

La ocupación de Yortown, sin embargo, no era tan importante como para determinar la paz. Empero, los ingleses
estaban cansado de la guerra: los políticos del partido Whig la combatían y los comerciantes de Londres ansiaban
su terminación. Por otra parte, los españoles habían ocupado Mobila y Pensacola, en la Florida, y habían
organizado en Cuba expediciones victoriosas contra los establecimientos ingleses en la América Central y en las
Bahamas (La participación cubana en la guerra de la independencia de los Estados Unidos es digna de ser tomada
en cuenta. Con cargo al tesoro de Cuba se facilitaron recursos económicos a las treces colonias sublevadas y se
costearon los gastos de las expediciones arriba citadas. En el Arsenal de La Habana se repararon muchos de los
buques de bandera norteamericana que hacían la guerra en corso contra los ingleses).

Inglaterra, pues, entró en tratos con el delegado norteamericano en Europa, John Adams, a quien asesoraban
Benjamín Franklin y John Jay. Faltaban por decidirse Francia y España, pero la derrota de ésta en Gibraltar y la del
almirante francés de Grasse en las Antillas facilitaron las negociaciones.

Por el tratado de Versalles o de París (3 de septiembre de 1783), Inglaterra reconocía la independencia de los
Estados Unidos, renunciaba a los territorios entre los Alleghanys y el Mississipi, y mantenía a los norteamericanos

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Capítulo 1 18

el derecho de pesca en Terranova y en el golfo de San Lorenzo. Francia recobraba Saint Pierre y Miquelón, en
América, y el Senegal, en África. España se quedaba con la Florida y recuperaba la isla de Menorca, en las Baleares.

El estadista inglés Burke escribió a Benajamín Franklin: “Le felicito como amigo de América; no, estoy seguro,
como enemigo de Inglaterra; y sin duda algunas como amigo de la humanidad”

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Capítulo 1 19

EL TRATADO DE PAZ CON GRAN BRETAÑA,

VIGENTE EL 3 DE SEPTIEMBRE DE 1783

Artículo 1°- Su majestad Británica reconoce a los Estados Unidos, o sea Nueva Hampshire, Massachusetts Bay,
plantaciones de Rhode Island y Providence, Connecticut, Nueva York, Nueva Jersey, Pennsylvania, Delaware,
Maryland, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia, como estados libres, soberanos independientes;
los trata como tales, y él, sus herederos y sucesores renuncian a toda reclamación al gobierno, propiedades y
derechos territoriales del mismo y a cualquier parte constituyente…

Artículo 2°-(Se refiere a los límites: desde la costa del atlántico hasta el río Mississipi y desde los Grandes Lagos
hasta la Florida, sin incluirla).

Artículo 3°- Se conviene que el pueblo de los Estados Unidos seguirá gozando, sin ser molestado, el derecho a la
pesca de toda clase en el Gran Banco y en los demás Bancos de Terranova, así como el golfo de San Lorenzo y
todos los demás lugares del mar donde los habitantes de ambos países solían pescar el cualquier momento previo
al presente, y también que los habitantes de los Estados Unidos tendrán libertad para recoger pescado de
cualquier clase en las partes de las costas de Terranova que los pescadores británicos utilizaban (pero no secar ni
curar el mismo en esa Isla), y también en las costas, bahías y entradas de todos los dominios de su majestad
Británica en América…

Artículo 5°- Se conviene que el congreso recomendará deliberadamente a las legislaturas de los respectivos
Estados que procedan a la restitución de todos los bienes, derechos y propiedades que han sido enajenados y que
pertenecen a súbditos Británicos leales, y también de los bienes, derechos y propiedades de personas residentes
en distritos en poder de las armas de Su Majestad y que no se hayan levantado en armas contra los referidos
Estados Unidos…

Artículo 6°- En el futuro no se harán enajenaciones ni se entablarán procesos contra ninguna persona o personas
por o en razón de la participación que pudieron haber tenido en la guerra actual, y que ninguna persona, por ese
motivo, sufrirá en el futuro ninguna pérdida ni daño, sea en su persona, su libertad o su propiedad…

Artículo 7°- Todas las hostilidades de mar y tierra cesarán inmediatamente… Todos los prisioneros de ambas
partes quedarán en libertad… Su Majestad Británica retirará todos sus ejércitos, guarniciones y flotas de los
Estados Unidos y de todo puerto, lugar y fondeadero dentro de los mismos, dejando en todas las fortificaciones
la artillería norteamericana que pueda haber en su interior…

Artículo 8°- La navegación del río Mississipi, desde su fuente hasta el Océano, será para siempre libre y estará
abierta a los súbditos de Gran Bretaña y a los ciudadanos de los Estados Unidos.

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Capítulo 1 20

Otras consecuencias de la Revolución Norteamericana

Se ha dicho que en Lexington sonaron los primeros disparos que dieron la vuelta al mundo. En efecto, a más del
surgimiento de una nueva nación independiente, la de los Estados Unidos, y de la restitución de territorios a
Francia y a España, la Revolución norteamericana determinó otras consecuencias notables, que cambiaron el
curso de la historia.

En los Estados Unidos contribuyó a la integración nacional, al unir a los hombres de diversos estados bajo un
mismo ideal. En Inglaterra hizo perder el poder a los tories y salvó el régimen parlamentario al fracasar la tentativa
de gobierno personal de Jorge III. En Francia, contribuyó a arruinar la hacienda pública y sirvió de aliciente a los
hombres que preparaban la Revolución.

En las colonias españolas de América constituyó un nuevo estímulo para los patriotas que querían emanciparse
de la metrópoli. Por último, en España, hizo que un eminente estadista, el conde de Aranda, previera el risueño
porvenir de la nación que acababa de nacer y diera la voz de alerta en carta, que algunos suponen apócrifa, al rey
de su país:

“Esta república federal en su cuna no es más que un pigmeo. Pero día vendrá en que será un gigante y hasta un
coloso formidable en este continente. La libertad de conciencia, las facilidades que ofrece tan inmenso territorio
para el aumento de la población, así como también las ventajas de un nuevo gobierno, atraerán allí a granjeros
y artesanos de todos los países. Dentro de pocos años veremos con disgusto la tiránica existencia del coloso…”.

El período crítico

Sin embargo, a raíz de haber conquistado su independencia, los Estados Unidos estaban muy lejos de presentar
ese peligro potencial a que hubo de referirse más tarde el conde de Aranda. La nación pasaba por una grave crisis,
a la vez económico y política. El denominado dólar continental, papel moneda emitido por el congreso, había
perdido todo su valor, y los ciudadanos, en mofa, lo utilizaban para empapelar sus habitaciones. El comercio y la
industria se hallaban desorganizados, y los demás negocios, interrumpidos. Algunos estaos se hacían la guerra de
tarifas. Existía, por todo ello, un profundo malestar, que se manifestaba en insurrecciones populares como la de
los granjeros en Massachusetts, los cuales, ante la pérdida de sus bienes hipotecados, tomaron las armas contra
sus implacables acreedores, los abogados de éstos y los jueces que habían decretado los embargos.

El origen del mal estaba en la inexistencia de un verdadero gobierno federal. En 1781 se habían aprobado por
todos los estados los Artículos de Confederación, que conferían el poder al denominado Congreso Continental,
pero éste carecía en realidad de todo medio de acción: si bien podía declarar la guerra, hacer la paz, acuñar
moneda, sostener un ejército y una armada, contratar empréstitos y fungir mediador entre los estados, no tenía
ningún medio para aplicar las decisiones comunes, una vez promulgadas. Sobre todo, no podía crear
contribuciones, y, de esta forma, tenía que depender de los Estados para el pago de las obligaciones contraídas,
que no siempre se efectuaba a tiempo y en la proporción requerida. Bien pronto resultó evidente que un régimen
así organizado no pedía subsistir, pues colocaba a la naciente nacionalidad norteamericana al borde del caos.

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Capítulo 1 21

EL Pacto Federal

Esa misma gravedad de la crisis forzó, empero, la búsqueda de una fórmula federal, lo suficientemente viable para
superar aquélla y evitar su repetición. Los malos días de la confederación debían desaparecer para siempre. En
septiembre de 1786, los delegados de Nueva York, Nueva Jersey, Pennsylvania, Delaware y Virginia, reunidos en
Annápolis para tratar del establecimiento de un sistema comercial uniforme, invitaron a todos los estados de la
Unión a hacerse representar en una Convención Nacional, que tendría por objeto revisar los artículos de la
Confederación de 1781 y adoptar las medidas que fuesen necesarias “para poner más en armonía la constitución
del gobierno federal y las exigencias de la Unión”. Todos los estados acudieron a la llamada, excepto uno: Rhode
Island.

La Convención se reunió en Filadelfia, el 25 de mayo de 1787, en la misma Sala (Independence Hall), donde se
proclamó la Declaración de Independencia. Como dijo Jefferson era una asamblea de semidioses, pues
comprendía los ciudadanos más notables y más experimentados de cada estado. Allí estaban, entre otros: George
Washington, que la presidía; Benjamín Franklin, el sabio y diplomático; Alexander Hamilton, joven delegado de
Nueva York, y James Madison, el futuro padre de la Constitución. John Adams y Thomas Jefferson no habían podido
asistir el primero por estar ejerciendo como ministro en Inglaterra: el segundo, por hallarse en misión en Francia
(También faltaban el bostoniano Samuel Adams y el virginiano Patrick Henry. Aunque esto, por sus tendencias
radicales, podría haber imprimido un matiz francamente democrático a la Carta Magna que se proyectaba, quizás,
por su acentuado provincialismo, hubieran hecho fracasar la Convención).

Desde el primer momento se manifestó una ardiente oposición entre los delegados de los grandes y de los
pequeños estados. Los primeros pedían una representación proporcional al número de habitantes y a los
impuestos directos. Los segundos querían mantener la igualdad, y propugnaban el establecimiento de una Cámara
única con representación igual para todos los estados.

Las discusiones entre los miembros de uno y otro grupo llegaron a ser tan apasionadas que Franklin, para calmar
las iras, propuso que se elevara una plegaria al Altísimo antes de comenzar las sesiones, (“Creo firmemente que
sin la ayuda de Dios no tendremos mayor éxito en la construcción del edificio político que tratamos de levantar
que el que tuvieron los constructores de la Torre de Babell. Nos veremos divididos por nuestros pequeños intereses
partidaristas locales, nuestros proyectos serán confusos y nosotros mismos llegaremos a ser el escándalo y la mofa
de los tiempos futuros… De consiguiente me permito hacer moción para que de hoy en adelante, antes de atender
a los asuntos que preocupan a la Asamblea, dediquemos algunos minutos a implorar el favor del cielo y su
bendición sobre nuestras deliberaciones…”). El fuerte calor del verano contribuía también a caldear los ánimos. Al
fin, tras dos meses de debate, se llegó a una transacción, en virtud de la cual se creaban dos asambleas: una
Cámara de Representantes, con un número de diputados proporcional a la población de cada estado, y un Senado,
con dos miembros por cada estado, cualesquiera que fuera el número de sus habitantes. Los Estados gozarían de
autonomía, excepto en lo referente a los asuntos exteriores, a la diplomacia, a las fuerzas armadas, a las
cuestiones comerciales y a las tarifas de aduanas, que serían de la competencia exclusiva del Congreso.

Este pacto federal, consagrado en la constitución de 1787, no fue aceptado en su forma original sino por seis
estados, y otros cinco los aprobaron con enmiendas. Los dos restantes, Carolina del Norte y Rhode Island, no
ratificaron hasta 1789 y 1790, respectivamente, cuando ya estaba en funciones el primer presidente George
Washington.

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Capítulo 1 22

La Constitución de 1787

La constitución de 1787 comienza con un preámbulo que define los fines primordiales que los fundadores
perseguían al promulgarla y establecerla:

“Nos, el pueblo de los Estados Unidos, con el propósito de formar una Unión más perfecta, establecer la Justicia,
garantizar la Tranquilidad Nacional, atender a la Defensa Común, fomentar el Bienestar general, y asegurar los
beneficios de la Liberta para nosotros y para nuestros descendientes, promulgamos y establecemos esta
Constitución para los Estados Unidos de América”.

Luego confiere los poderes legislativos al Congreso y determina la composición de éste y los derechos y deberes
de los senadores y de los representantes. Más adelante confía el poder ejecutivo al “Presidente de los Estados
Unidos de América”, y establece la forma de elección de éste y sus atribuciones y obligaciones. Por último, tras
encomendar el poder judicial a un Tribunal Supremo y tribunales inferiores, fija las relaciones entre los Estados y
las condiciones para reformar la Carta Fundamental, y transfiere a los Estados Unidos las deudas y los
compromisos contraídos por la confederación.

Los senadores son elegidos por las legislaturas de los Estados, a razón de dos por estado. Los representantes son
elegidos por el pueblo de los diversos estados en proporción de uno de los 30,000 habitantes. El presidente asume
el cargo por un periodo de cuatro años. Es jefe supremo de las fuerzas del mar y tierra, y tiene poder para celebrar
tratados, con la ratificación del Senado, nombrar embajadores, ministros de gobierno, funcionarios públicos, etc.
En caso de muerte, renuncia o destitución le sustituye el Vicepresidente, que también es elegido por cuatro años.
El tribunal Supremo está integrado por miembros nombrados con carácter vitalicio por el presidente de la
República. Este tribunal tiene, entre otros deberes, el de velar por el mantenimiento de la Constitución y el de
resolver las controversias entre los diversos Estados.

La Constitución de 1787 creaba, pues, el sistema republicano de gobierno. Empero no establecía la democracia,
toda vez que no incluía una carta de garantías individuales, ni disponía en forma alguna la abolición de la esclavitud
ni determinaba quiénes habrían de participar en la administración de la cosa pública. Estas conquistas
democráticas, por las cuales abogaron algunos de los más destacados adalides de la Revolución, se agregaron
posteriormente a la Carta Fundamental en forma de enmiendas.

Una nueva nación en marcha

Mientras la Convención Constituyente discutía en filadelfia la nueva ley orgánica, el antiguo Congreso Continental
aprobada la ORDENANZA DE 1787, por la que se ponía fin al viejo litigio entre os Estados por los territorios del
Noroeste (Near West), al declararlos dominio federal y abrirlos a la colonización. Ratificado la Constitución por la
inmensa mayoría de los estados, se procedió a escoger os electores presidenciales. Estos eligieron, por
unanimidad, a Jorge Washington, Presidente, y, por mayoría de votos, a John Adams, Vicepresidente. Nueva York
fue designado capital provisional, y Washington prestó juramento, ante una emocionada multitud, el 30 de abril
de 1789. Una nueva nación iniciaba a marcha hacía su esplendoroso porvenir.

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