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6 LA CABEZA DE SALOME \ LA CABEZA PARLANTE ELLA. EL. El. MARIDO. EL CUERVO, EL CONE- JO. EL JAGUAR. VOCES | LA CABEZA PARLANTE.—(La cabeza de la protagonista asoma entre Ia cortina.) Seiioras y sefiores: Ante todo. debo pedir a ustedes mil perdones por atreverme a presentaros solamente mi cabeza. Sin duda, una cabeza parlante es siempre motivo de inquietud para quienes la escuchan porque, con razdn. se considera que algo debe geultar el cuerpo o que algo debe cubrirlo: una tina de baio, las sibanas de un lecho, la mortaja. De un modo o de otro. cuando. no ensefiamos mas que la cabeza es que hemos sido sorprendidos 157 en un momento de intimidad, lo que no escapa a la curiosidad de quien nos mira con ojos, por demas, interrogantes. Pero ahora seré yo quien os pregunte, si me lo permitis: Qué se pide de un rey injusto; de un bandido famoso; de un retrato de la mujer ama- da? La cabeza. ;En donde residen los suefios y las ilusiones y los pensamientos? En la cabeza. La personalidad, el reflejo propio de cada ser ;c6mo podriamos captarlo fuera del rostro? Pues bien, sefioras y sefiores, como sabéis por experiencia aje- na, que es la mejor forma de la sabiduria, a veces se pierde la cabeza y el verdugo es el amor. Por el amor perdemos la cabeza. ;Cémo explica la ciencia este peligroso juego mortal? Yo sé que no a todos interesan las explicaciones cientificas, entre vosotros abun- dan también los temperamentos poéticos, mds atentos a la sensibi- lidad que a la reflexién, y el drama de mi vida, que vais a conocer dentro de poco, participa tanto de la ciencia como de la poesia; porque es poesia todo lo que la ciencia no puede ain explicarnos como, por ejemplo, la magia de un suefio. (Como si relatara un suefio propio)... Veo un paisaje ex- trafio de color tropical y un camino muy largo, Va subiendo la noche —porque la noche sube de la tierra— y unos ojos de hom- bre, obsedidos, me miran fijamente y una mano omnimoda me acaricia y crece y me persigue y me detiene... (La voz se va apa- gando. Oscuro. Comienza la accién.) 158 ESCENARIO Paisaje tropical a lo Doua- nier Rousseau. Un cami- no que se pierde a lo lejos. Palmeras y murmullos; comienza la noche. A la izquierda, visible, el inte- rior de una choza de techo cénico. La hamaca tendi- Yi da. El fogén ardiendo. A ihe) WS la derecha, en primer tér- fa NS So mino, el tronco de una ‘ gran ceiba protectora, ilu- Mt mi) minado especialmente du- rante la ESCENA I ELLA viene por el camino y EL la detiene EL.—(Apoyado en el tronco.) ;Salomé! ;Salomé! ELLA.—No, ahora no. Déjame. Todavia no nace la luna. EL.—Si, ven. Estoy cansado y quiero reposar en tus brazos. 159 ELLA.—Veo la luz del fogén. Ha de estar esperando. Déjame. Mas tarde, cuando el silencio asome la punta de los pies. EL.—(Deteniéndola con el brazo alrededor del cuello.) Veo tu sonrisa. Los frios pececitos de tus dientes. . . ELLA.—Aguarda. EL,—(Soltdndola.) Hasta que tu regreses. ELLA.—Pronto. (Pausa.) ;Sentiste el vuelo del venado? Huye en cuan- to huele al hombre. EL.—Vuelve. ELLA.—Luego. Espera. EL.—(Con tristeza.) Espero. (ELLA se aleja rumbo ala choza. EL se sienta al pie del drbol y espera tocando el organillo de boca. Oscuro. Se oye el tema musical, me- lancélico, del organillo.) 160 ESCENA II En la choza, EL MARIDO. ELLA aparece. EL MARIDO.—La noche te acompaiia. Tengo hambre. ELLA.— Prendiste la lumbre? EL MARIDO.—Dejé el ocote sobre la lefia. estaba verde. (A ELLA, después de un silencio.) El humo no me habia dejado verte. pero te veo ahora. (Con pena.) Te veo como eres. ELLA—(Con fingida inocencia.) Sélo puedo verme en el agua del rio. EL MARIDO.—Prepara el chocolate. (ELLA toma los utensilios, va al fogon, vuelve en silencio. Se oye a lo lejos el arrullo del organi- Ilo.) (Con malicia.) 4Hay serenata de Nilo el Trovador? 161 ELLA.—Vine por el surco. No via nadie. (Dando el chocolate.) Toma. EL MARIDO.—(Después de una pausa, receloso.) Anda, cuelga la ha- maca. Pronto quiero saber tus suefios. ELLA.—(Con inquietud.) ;Ta no piensas dejar tu cuerpo? EL MARIDO.—Si, para que el dia envejezca. ELLA.—(Recostdndose en la hamaca.) Con la luz quiere verte Chan Capataz en el plantio. Lo vi en la plaza y me lo dijo. EL MARIDO.—(Tendiéndose cerca del fogén.) Si de la Ceiba manara agua... pero no, la tierra esta seca para mi como tus labios, como Jas flores de tu “huipil”. (Pausa.) Los hombres podemos sacar Jos gusanos de la quijada; curar los males de la bola del ojo y com- poner los huesos. Pero no podemos hacer brotar el agua de donde se esconde el agua. ELLA.—Apaga el fuego. Es hora de dormir. (Se mece en la hamaca.) EL MARIDO.—(Arreglando el fuego del hogar.) Dejo las brasas en la ceniza. (Como abstraido.) El fuego en la ceniza que hace olvidar. EI fuego blando y rojo; el fuego nuestro; jla cabellera creciente, rama de sangre, carne del viento. lengua del cielo! Que el fuego y el suefio desnudan al hombre mortal. (Repitiendo, en la incons- ciencia del suefio.) El fuego y el suefio...el fuego. ..y el sue- fio...desnudan al hombre...mortal. (Vuelve a oirse el arrullo del organillo acompafiando el silencio y la quietud del suefio de los que duermen.) 162 ESCENA Al fondo, entre la decoracién tropical, EL CUERVO, en la rama del arbol; EL CONEJO, en un hueco del tronco; EL JAGUAR, em- boscado. EL CUERVO.—jCrash! ;Crash! EL JAGUAR.—jAhu! Con humo y ceniza cubren mi lengua pero no Ja tocan. EL CONEJO.—jJi! jJi! {Mis orejas largas huelen el silencio! EL CUERVO.—;Crash! jCrash! EL CONEJO.—(AI Cuervo) ¢Qué es lo que dice el enlutado sepul- turero? EL CUERVO.—jA callar. ignorante sibelotodo. que mi oficio es cosa seria! EL CONEJO.—Entonces, comienza la noche. Reunidos la astucia. la muerte y el fuego... EL JAGUAR.—Silencio. Cada quien a su suefio. EL CONEJO.—Cada quien a su espejo. EL CUERVO.—(Intencionado.) ;A esperar lo que espero! 163 En la choza. Pausa. Se va oscureciendo la escena y vibra tinicamente la luz, ahora velada en suefios, del fog6n. ELLA se levanta, irreal, y con visible gesto, toma en sus manos su propia cabeza (una més- cara corpérea igual a su cara) y la deja en la hamaca. Sélo su cuer- po, su cuerpo solo, sale ligero de la choza al encuentro de El (Un “huipil” disefiado expresamente, que cubra la cabeza de la actriz para hacerla aparecer decapitada, puede facilitar el truco. No ol- vide la actriz que sus movimientos, su actitud, la marcha del cuer- po solo, deben producir en el espectador una intensa emocién. Su ritmo no debe ser de fantasma —risible— sino de figura en suefios y, con intuicién de danza, expresar con el movimiento nada mds de los miembros el estado de dnimo del personaje ya que se pretende, en’este ensayo de escenificacién de un suefio que, como en los sue- fios, los movimientos, las actitudes, los hechos tengan mds impor- tancia que las palabras.) 165 ESCENA Junto a la Ceiba. Mas bien las voces y las sombras y los movimientos que los personajes. EL—ELLA. EL.—No veo tus ojos. ELLA.—Mi cuerpo esta junto a ti. EL.—Con la sonaja de la niebla se atrae el agua, pero la noche es tur- bia y en el pozo seco de mis labios no asoma tu sonrisa. ELLA.—Mi cuerpo esta contigo. EL.—Si, tu cuerpo, el peso de tus manos, el arrullo de tu sangre, la linea movil del camino que recorren mis brazos. . ELLA.—Mi calor de este dia. EL.—Lo sé. pero mis ojos estan vacios de ti. ELLA.—Fantasias de los ojos. EL.—Espinas de la luz de tu mirada. . . ;porqué no yeo tu rostro?. . . gla gracia de tus labios?. . . el humo de color de tus cabellos? ELLA.—Estoy cerca de ti; juntos en uno EL.—Pero no veo tu alma y apenas igo tu voz. ELLA.—Arden tus sienes. Me amas como la noche, sin mirarme. EL.—Ciego amor. ELLA.—De sombra y de ceniza. (Se apagan las voces. Se pierden las formas.) 166 ESCENA VI En la choza, EL MARIDO, entre sueiios, se levanta, toma la cabeza de ELLA de la hamaca y. visiblemente, con emocién amorosa. la ocul- ta entre la ceniza del fogén y vuelve a tenderse en su suefto, cerca del hogar. (El actor intérprete de este personaje deberd hacer su- yas las indicaciones anotadas para ELLA en la escena IV.) 167 ESCENA vil Al fondo. EL CUERVO.—EL JAGUAR.—EL CONEJO. EL CUERVO.—jCrash! jCrash! EL JAGUAR.—Lefio sin fuego; cuerpo sin cabeza, ni arde, ni quema, ni vive, ni suefia. EL CONEJO.—Sélo caen las cabezas de las reinas. EL JAGUAR.—En mis rojas lenguas se queme el cabello.. . las ufias no crezcan... se pudran los huesos. EL CONEJO.—Se olviden los suefios. EL CUERVO.—(Aparte.) Para mi el florido banquete carnal. 168 169 VuUl ELLA regresa al suefio de la choza. Se acerca en silencio a la hamaca. Busca iniitilmente su cabeza. Con desesperacion, busca su cabeza. No la encuentra. En giros de danza, con los brazos en alto, su cuerpo se dobla mortalmente. Se oye el tema musical, melancélico, enel organillo. ELLA, noche en la noche, sale al encuentro de EL. Le Uama con los brazos. Su sombra de cuerpo moribundo, nada més el cuerpo, cae en los brazos de EL y el oscuro, lento, arrastra alos amantes ala Nada. (Pausa.) Lentamente amanece. Un ru- mor de vida renace de la Tierra. Voces de nifios, interiores, excla- man jubilosas. NINO 1°—;Amanece! NINO 2°—;Ya viene el dia! NINO 1°—;Amanece! NINO 3°—jAleluya! ;Aleluya! (Mientras la luz va inundando alegremente la escena.) 170

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