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Sin duda que es pronto para abrir los libros de historia, pero no para preguntarse qué ha
logrado Podemos. Porque si volvemos la vista atrás y nos situamos en la Puerta del Sol
en mayo de 2011, recordaremos que el primer encuentro con las urnas del movimiento
de los que se decían no representados se saldó con una mayoría absoluta del Partido
Popular que dejó a muchos en estado de shock. Si el PSOE (según el relato establecido)
había perdido 4,3 millones de votos por girar a la derecha y abandonar a los más
débiles, ¿cómo era posible que Izquierda Unida, que solo recibió 700.000 más sufragios
que en 2008, quedándose en un 6,92% del voto, no capitalizara el descontento social
que el 15-M había proclamado urbi et orbi?
La irresponsabilidad política
Contrarrevolución
Se acabó el salami
¿Por qué irrelevante? En política, aunque los votos se traduzcan en escaños, si estos no
se traducen en influencia, tampoco lo hacen en políticas y por tanto no cambian la vida
de la gente. Y con la correlación actual de fuerzas en el Parlamento, el no de Podemos a
las propuestas del Partido Popular estará siempre garantizado de antemano, así que ni el
PSOE ni Ciudadanos tendrán que negociar nada con la formación morada. Cada
propuesta que el Gobierno quiera sacar adelante tendrá, a priori, 137 votos favorables
(los escaños del PP) y 90 contrarios (Unidos Podemos, ERC, CDC y EH-Bildu), lo que
convertirá a Ciudadanos, PSOE y PNV, que sumarán 122 escaños, en los partidos
decisivos a la hora de condicionar la agenda legislativa del Gobierno.
Entre los socialistas y la formación morada no hubo suficiente confianza para pactar una
tregua
¿Qué explica el fracaso de Podemos a la hora de lograr un cambio político en este país,
tal y como queda enunciado en la permanencia del Partido Popular en el Gobierno,
incluso reforzado tras las elecciones del 26 de junio? La sociología de las
organizaciones nos describe con bastante exactitud una patología como la sufrida por
Podemos: “La inversión de objetivos”. Organizaciones que nacen con un fin, pero que
por el camino se desvían del objetivo primigenio. En el caso de Podemos, ese desvío se
produjo en la corta y fallida legislatura posterior al 20-D, cuando sus dirigentes
apostaron por un objetivo táctico (el sorpasso al PSOE), frente a un objetivo
estratégico: contribuir a desalojar al PP del Gobierno.
Entre Podemos y el PSOE no hubo la suficiente confianza como para poder pactar una
tregua en su lucha por la hegemonía de la izquierda y anteponer el desalojo del PP del
poder, para el que era necesario el acuerdo con Ciudadanos. Las cosas, sin embargo,
hubieran podido ser diferentes. Como muestra lo ocurrido en muchos Ayuntamientos y
comunidades autónomas tras las elecciones de mayo de 2015, las geometrías variables
eran posibles si lo que se pretendía era abrir un tiempo de cambio político. El caso del
Ayuntamiento de Madrid es paradigmático: el PSOE, al quedar tercero, tuvo claro que
su objetivo principal era desalojar al PP del Consistorio e impedir que regresara
Esperanza Aguirre, que había quedado primera en votos. Pero aunque esta llegó a
ofrecer gratis su apoyo para que gobernara el PSOE, los socialistas prefirieron dejar
gobernar a Manuela Carmena.
Si Podemos se convierte en el partido del 'no', será irrelevante para sus votantes