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DR. JOSÉ ALFREDO MONTEMAYOR TREJO. TEL.: 871-292-15-90
ING. HERMINIO ALCOCER ALMEIDA. TEL.: 871-142-29-09
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TORREON, COAHUILA, MEXICO
Las llamadas plantas anuales, aquellas que completan su ciclo de vida en un año o
menos, deben ser capaces de florecer, ser polinizadas y granar en el momento
adecuado dentro del ciclo anual. Solo así pueden garantizar su supervivencia. Pero
¿cómo saben exactamente cuándo es el momento de florecer? La respuesta tiene que
ver con la sensibilidad; las plantas suelen ser sensibles a ciertas claves estacionales,
como la duración del día o de la noche, y a la temperatura.
Las plantas de “día largo” son aquellas que florecen cuando el día se alarga por encima
de un determinado umbral. Este tipo de plantas, aunque puede haber excepciones,
también perciben las bajas temperaturas como una señal para seguir en el estado
vegetativo, que es más tolerante al frío que el estado reproductivo (el que va desde
floración hasta la formación de la semilla). De modo que seguirán en estado vegetativo
hasta que hayan acumulado un determinado número de horas por debajo de cierta
temperatura umbral, lo que les asegurará el florecimiento cuando las bajas
temperaturas ya hayan pasado. Entre las plantas de “día largo” están el trigo, la
cebada, el guisante, la cebolla, la espinaca, la lechuga, la remolacha, etc.
En cambio, las plantas de “día corto”, como el arroz, el maíz, el sorgo, la caña de
azúcar, o el tabaco, necesitan largos e ininterrumpidos periodos de oscuridad para que
se produzca la inducción de la floración. Muchos cultivos de día corto como el maíz y el
arroz tienen su origen y/o fueron domesticados en regiones tropicales y subtropicales.
En dichas regiones, la época seca suele coincidir con el invierno y la selección ha
favorecido a aquellas plantas en las que la floración se induce cuando la duración de la
noche supera un umbral (en el curso del verano) y granan antes de la estación seca.
Por último, también hay plantas insensibles a la duración del ciclo día/noche o
fotoperiodo, como el pepino y el tomate, entre otras. Estas son llamadas plantas
neutrales al fotoperiodo y en ellas la floración es inducida por la edad o por estímulos
alternativos como lo es, la temperatura.
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A medida que el ser humano fue extendiendo los cultivos a áreas distintas de los
lugares de origen y domesticación (proceso por el cual una planta deja de ser silvestre y
adquiere características propias de las plantas cultivadas), en muchos de ellos, a priori
sensibles al fotoperiodo, se pudieron seleccionar variedades insensibles que se
adaptaban mejor a las nuevas condiciones ambientales. Es el caso del maíz que, en su
camino hacia latitudes más altas, fue fijando variantes genéticas que le conferían
insensibilidad al fotoperiodo y le permitían adaptarse al cultivo en las zonas templadas
del planeta. Como resultado, hoy este recién llegado es un cultivo habitual en Europa y
otras regiones muy alejadas de su origen, América Central.
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Por ejemplo, se sabe que en una pequeña planta que se utiliza como modelo en
muchos estudios, Arabidopsis, la acumulación de una proteína que pone en marcha el
mecanismo de inducción de la floración está controlada por el reloj interno. Cuando los
días son cortos, este pico de acumulación de la proteína coincide con la noche y la
oscuridad hace que la proteína se degrade. Sin embargo, cuando la acumulación se
produce antes del anochecer, que es lo que sucede cuando se alarga el día, hay varios
fotorreceptores sensibles a la luz blanca, azul y roja lejana que estabilizan la proteína.
En estas circunstancias, la proteína activa el proceso de inducción de la floración en el
que intervienen muchos otros genes.
En resumen podría decirse que los estímulos externos por sí solos no son capaces de
marcar el ritmo biológico de las plantas, sino que para ello es necesario que haya
sintonía entre dichos estímulos y el reloj interno que poseen las plantas.
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