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Ius and Bellum

Ius ad Bellum es el término utilizado para referirse a la rama del derecho que
define las legítimas razones que un Estado tiene para entrar en guerra y se
enfoca en ciertos criterios que para hacer la guerra justa. El término, de
apariencia antigua por su sacralidad latina, fue acuñado durante la vigencia de
la Sociedad de Naciones y su uso sólo tomó auge después de la II Guerra
Mundial, especialmente a finales de la década de los cuarenta del siglo XX.

El principal recurso legal del Ius ad Bellum deriva de la Carta de las Naciones
Unidas, el cual declara en su art. no. 2 (4) "Los Miembros de la Organización,
en sus relaciones internacionales, se abstendrán de recurrir a la amenaza o al
uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de
cualquier Estado, o en cualquier otra forma incompatible con los Propósitos de
las Naciones Unidas."1 y en el art. 51 señala que "Ninguna disposición de esta
Carta menoscabará el derecho inmanente de legítima defensa, individual o
colectiva, en caso de ataque armado contra un Miembro de las Naciones
Unidas.

Ejemplo
Un acuerdo en el que se consigna aquellas razones justificables para que un
país declare la guerra contra otro tiene directa relación con el Ius ad Bellum,
como lo es también un pacto bilateral de no agresión, ejemplo de ellos es el
Pacto Briand-Kellogg por el que se proscribe la guerra como instrumento de
política nacional; La Carta de Londres (carta de Núremberg), que definió los
crímenes en contra de la paz como una de las tres grandes categorías de
crímenes perseguidas después de la Segunda Guerra Mundial; y la Carta de
las Naciones Unidas, la cual obliga a las naciones a buscar soluciones por
medios pacíficos a sus disputas, además de requerir autorización de las
Naciones Unidas para que un país pueda hacer uso de la fuerza contra otra. En
contraste, acuerdos que definen los límites de una conducta aceptable mientras
se está en guerra, son consideradas reglas de la guerra y se refieren al Ius in
bello.

Según el movimiento pacifista ninguna guerra es justificable. El marxismo-


leninismo se opone a esta afirmación introduciendo el concepto de que la
guerra está justificada cuando se trata de la lucha de clases y su extrema
situación la revolución.

Mucha gente ha tratado de reconciliar los principios antagónicos de la no


violencia/Violencia y el acto malvado de matar a un individuo con la necesidad
de proteger al inocente, ya que; ya sea por sí mismas o no, toda vida debe ser
protegida, a veces a través de la fuerza. Para esto se plantean Seis elementos
para que se considera que existe una "Guerra Justa", estos son los siguientes:

Legitima auctoritas o legitima potestas: una autoridad legítima


Causa iusta: una causa justa y permitida
Recta intentio: una intención justa de parte del que inicia la guerra
Ultima ratio: debía ser el último medio disponible para hacer justicia
Iustus finis: debía conducir a la paz
Proportionalitas: debía ser proporcional a la causa presentada

El principio más importante entre las normas constitucionales globales


indudablemente es el que establece límites al uso de la violencia, ya que la
historia universal esta plagadas de guerras, masacres, genocidios entre otros
actos violentos que hoy en día se considera inaceptables por lo que el conjunto
de la comunidad internacional, tanto el enorme grado de destrucción de la
segunda guerra mundial como el potencial demoledor de las armas nucleares,
sentido durante la guerra fría pero todavía latente, unidos al rechazo popular de
la guerra y otras formas de violencia durante la etapa de la globalización hacen
de la prohibición de la fuerza armada la primera necesidad para la convivencia
mundial. El Ius ad Bellum nos señala que el estado puede apelar a la guerra
solo cuando tiene ciertas razones para hacerlo, este es cuando cuenta con
causa justa… en 1945, la carta de naciones unidas prohibió solemnemente el
uso de la fuerza armada en las relaciones internacionales, principio que se ha
confirmado y desarrollado posteriormente a través de diversas manifestaciones
normativas.

Ius In Bello.
Derecho en la guerra. Rama del derecho internacional, también conocida como
derecho internacional humanitario, que regula lo relativo a las acciones
armadas, tanto a lo que respecta a la protección de la persona humana de
acuerdo con su rol en las mismas como en lo que tiene que ver en el uso de los
medios y modos de hacer la guerra.

ORIGEN DE LA DISTINCIÓN
En el Derecho Internacional Público la aplicación del uso de la fuerza armada
por un Estado u otros actores diferentes (por ejemplo las Alianzas de Estados
establecidas con este fin, el sistema de “Apartheid” e incluso la fuerza utilizada
en contra de los Palestinos), es relativamente reciente y viene a distinguir entre
los denominados Ius ad Bellum (derecho internacional que regula el uso de la
fuerza armada o derecho a recurrir a la guerra) y Ius in bello (Derecho
Internacional Humanitario)
. Esta distinción apareció en los escritos de Vattel, se desarrolló por Vitoria y
Grocio; aun así, Kant formuló la división más clara entre el derecho de ir a la
guerra Ius ad Bellum y el derecho en la guerra Ius in bello.

Mientras que el primero específica las normas que permiten o prohíben el uso
de la fuerza; el segundo establece las normas de conducta que deben

Respetarse durante un conflicto armado, con el fin de limitar el sufrimiento y


asistir a las víctimas.

La transcendencia de ambos términos que se encuentra en el centro de interés


de los actores a nivel mundial, se originó en la jurisprudencia de los tribunales
internacionales, las prácticas de los Estados y la opinión de los expertos,
aunque la distinción entre el Ius ad Bellum y el Ius in Bello se delimitó por las
normas humanitarias que deben aplicarse durante la guerra, incluso de la
neutralidad, y deberes de los Estados, entre ellas las Conferencias de la Haya
de 1988 y 1907.

Los convenios añadieron dos partes indivisibles: el primero se refiere a los


medios que deben respetar los beligerantes, nueva atribución al derecho
internacional; el segundo a los métodos de guerra llevados a cabo como una
necesidad tras los avances en la tecnología de combate. El término de Derecho
Internacional Humanitario reemplazó al antiguo uso de Ius in bello por la Cruz
Roja, que lo utilizó como referencia a las nuevas directrices que contiene el
nuevo derecho de la guerra, expresadas en los Convenios de Ginebra que,
desde su establecimiento, cesó el Derecho Humanitario de formar parte del Ius
ad bello, que intentó mantener al margen los intereses políticos incluso aportó
la neutralidad y la imparcialidad en sus objetivos Humanitarios.

Los artículos de interpretación de la Asociación de Derecho Internacional


estudiaron este pacto y afirmaron que las partes firmantes podrían discriminar
contra un agresor ilegal, pero el pacto no tuvo efecto sobre las “obligaciones
humanitarias” en los tratados generales como el de la Haya y el de Ginebra3 , y
se formó un consentimiento común en las teorías que no existe ningún
argumento en este tratado o en otro que razona la violación de las normas del
derecho humanitario en el Ius in bello..

DISTINCIÓN COMO RESULTADO DE LA ACTITUD


INTERNACIONAL
En el Derecho Internacional el derecho a recurrir a la fuerza o el Ius ad Bellum,
es un derecho relativo a los Estados. Aun así, las limitaciones y requerimientos
aplicados a este han variado con el tiempo. La decisión de desencadenar una
guerra cambió de establecer una decisión unilateral sin limitaciones bajo el
Derecho Internacional –y adoptada sin restricción alguna, excepto en la ley
formal que establece la obligación a los estados de declararla a finales del siglo
XIX, que se describió como la época del Ius ad Bellum ilimitado.

A principios del siguiente siglo, los civiles sufrieron ante el uso de nuevas
armas capaces de incrementar la potencia de destrucción y su alcance como,
por ejemplo, el gas mostaza y los aviones militares. Por ese motivo la
comunidad internacional formuló la necesidad de poner límites y control ante al
uso de la fuerza en tratados internacionales que determinaran la autoridad
atribuida, cuándo se imputa y los fines de este uso.

La fuente principal de las normas del Ius ad Bellum abarcó el Derecho


Internacional Consuetudinario y el Ius Cogens, así como los Arts. 10-16 del
pacto de la Sociedad de Naciones, que sólo limitaron el Ius ad Bellum sin
derogar este derecho de los Estados; siendo excluido del Pacto de Briand-
Kellogg de 1928. Asimismo, se señaló el deber de agotar todos los esfuerzos
diplomáticos antes de recurrir a la señalada fuerza.

La Carta de las Naciones Unidas creó un nuevo sistema de procedimientos de


seguridad colectiva en el que introdujo la solución a la falta de estructura del
sistema político internacional. Esta solución ancla el idealismo con el realismo y
establece un vínculo entre las instituciones internacionales y el sistema de
procedimientos; incluso prohibió el uso de la fuerza armada, de modo que el
Ius ad Bellum quedó prohibido.

Con la Carta de la ONU se formó la parte más importante que acordó el uso de
fuerza en su jerarquía legal sólo en caso de autodefensa y las resoluciones que
autorizan a intervenir para restablecer la paz y la seguridad internacionales.
También estableció la prohibición del uso de la fuerza en las relaciones
internacionales del Art. 2.4.

El seguimiento de estos principios formó parte del Derecho Internacional


cuando se producía un ataque armado o una intervención militar, para
defenderse o eliminar una amenaza, vinculándose con otro concepto
importante como son los principios internacionales del capítulo VII de la Carta
de las Naciones Unidas: acción en caso de amenaza a la paz, quebramientos
de la paz o actos de agresión.

Para llevar a cabo un ataque armado, deben respetarse las normas del Ius ad
Bellum así como las del Ius in bello, de forma similar y sin ninguna infracción de
las pautas que conllevan independientemente de la legalidad de la parte que
actúa , porque no existía una norma del Derecho Internacional que prohibía ir a
la guerra– para que se aplique, bajo el Derecho Internacional, el derecho al
“uso de la fuerza”

En su capítulo VII aparece este caso bajo el Art. 51: “Ninguna disposición de
esta Carta menoscabará el derecho inmanente de legítima defensa, individual o
colectiva, en caso de ataque armado contra un Miembro de las Naciones
Unidas, hasta tanto que el Consejo de Seguridad haya tomado las medidas
necesarias para mantener la paz y la seguridad internacionales”

La prohibición del uso de la fuerza se reafirmó en la declaración sobre los


principios de derecho internacional referente a las relaciones de amistad y la
cooperación entre los estados de conformidad con las Carta de las Naciones
Unidas de 24 de octubre de 1970, Se elaboró este principio en la resolución
2525 (XXV), donde añade la propaganda a favor de la guerra a las
prohibiciones de intervención militar.

La distinción entre el Ius ad Bellum y el Ius en bello se reforzó en los trabajos


que desarrollan las normas y las costumbres del derecho de los conflictos
armados con el fin de proteger a las personas y las víctimas; sin embargo los
cuatro Convenios de Ginebra no son textos jurídicos vinculantes. Asimismo,
este principio, se enfrentó a recelos en cuestiones actuales de actos de
agresión contra la integridad territorial de un miembro de la comunidad
internacional. El Ius in bello, actualmente el Derecho Internacional Humanitario
o Derecho de los Conflictos Armados, formuló las normas de conducta en el
momento que se desencadena este ataque armado y al comienzo de las
hostilidades.

Cuando esta declaración de guerra suceda es necesario tener unas normas


que rijan a los Estados con fin de proteger a los ciudadanos civiles, soldados
heridos y prisioneros de guerra (hors de combat), aplicándose los principios de
necesidad y proporcionalidad que garantizan su protección en los tiempos que
los dejan vulnerables.

En una materia específica, se anota la distinción entre ambas partes, como por
ejemplo en la opinión consultativa de la Corte Internacional de Justicia sobre la
legitimidad de las armas nucleares , que debilitó el control que tenía la Carta
sobre el uso de la fuerza, en este caso sobre las armas nucleares y la formuló
en la legítima defensa. El Tribunal “deja abierta la posibilidad que el uso de las
armas nucleares, aunque en contrario al derecho humanitario, puede ser
legítimo. Esto va más allá de cualquier cosa que fue reivindicado por el Estados
de armas nucleares que comparecen ante la Corte, que plenamente aceptan
que cualquier amenaza o uso de armas nucleares lícito tendrían que cumplir
tanto con el Ius ad Bellum y el Ius in bello”

En el caso Tadic, la sala de apelación de la Corte Penal Internacional de la


Antigua Yugoslavia reconoció que el concepto de violaciones graves de las
leyes y costumbres de la guerra se aplican en conflictos armados internos así
como conflictos internacionales , incluso el Estatuto de Roma atribuye a la
Corte Penal Internacional la autoridad de imponer una responsabilidad criminal
por crímenes cometidos durante conflictos armados que no sean de índole
internacional así como los ocurridos durante conflictos armados
internacionales. Además del Art.3 común de los cuatro convenios de Ginebra
de 1949, se crearon las mínimas obligaciones Ius in bello que incumbe a todas
las partes independientemente del origen o las causas del conflicto, sin
subordinación al Ius ad Bellum.

En la guerra del Golfo, se mezcló el Ius ad Bellum y el Ius in bello por las
grandes potencias que consideran la justa causa del uso de fuerza armada con
fines humanitarios, saltando las normas internacionales en los años 90,
llamándose guerras humanitarias.

La Comunidad Internacional subraya la importancia del Ius in bello que


contiene los corredores humanitarios, el arma más eficiente que mostró su
eficacia en las crisis desde los años 90, es una arma también política, porque
se podría enfocar sobre las cuestiones de derechos humanitarios que abarcan
los intereses políticos en este sentido, junto con la resolución 46/182 de la
Asamblea General de las Naciones Unidas, preocupaciones que no eludan
resolver las causas principales de la crisis

Los corredores humanitarios, hoy en día, no diferencian entre las partes en


conflictos, a veces en la misma organización, aunque estas ayudas podrían
alargar las crisis si caen en las manos equivocadas. Las resoluciones 2178 y
2170 del Consejo de Seguridad se refieren también al terrorismo y la seguridad
del personal humanitario que son víctimas de los terroristas que aprovechan de
estas ayudas aunque la Asamblea General y la OCHA (Oficina de Coordinación
de Asuntos Humanitarios) los reconocen hasta hoy en día solo como
combatientes, estas ayudas en el caso de la crisis de Siria no llegan al 47% de
la necesidad del pueblo, donde el 75% de estas ayudas son proporcionadas
por el Gobierno sirio además de ser el garante de la entrega de todas las
ayudas humanitarias con la colaboración de los agentes de la Cruz Roja y la
Media Luna Roja en el terreno incluso la documentación de la entrega de las
ayudas humanitarias.

Se aporta solo por estas dos partes; es decir, los Estados son quienes
documentan hoy en día todos los detalles de la entrega que incluye la parte
receptora, la cantidad y la fecha de entrega, que debería ser el trabajo de la
OCHA.

Aunque en estas situaciones es competencia de los Estados formular una lista


de combatientes y no combatientes a partir de la cual se define el estatuto
jurídico de cada parte, el respeto del Ius ad Bellum es dependiente de la
ideología y la moral que siguen estas partes dejando atrás las normas de
seguimiento en tiempo de guerra y causan daños a los civiles cuando se
atacan objetivos militares.
Extraer unas conclusiones que consistieran en el futuro en disponer de normas
de seguimiento basándose en estimaciones del estado que se encuentren
estos combatientes para favorecer un interés político, es un peligro al que se
enfrenta ante la Comunidad Internacional porque ayudaría a ahondar las
deficiencias de las normas aplicables en las crisis internas.

Así que el Estado en conflicto debe de comunicar de forma transparente la


situación del enfrentamiento al Organismo Internacional competente, de la
misma manera que durante los conflictos de índole internacional o interno.
También se estudiarían los informes de las misiones especiales que observan
el conflicto así como los directrices de los expertos de las organizaciones
humanitarias, comparando las investigaciones y los datos entre las varias
fuentes ayudaran en sacar un dato óptimo y contundente. Este informe final
junto con los fallos de los tribunales internacionales establece nuevos códigos
de conducta y obligaciones con una base firme.

Aproximaciones históricas a la relación entre el Ius ad Bellum y el Ius in bello


En torno a la relación entre estos dos regímenes, se pueden hallar ciertas
referencias a la doctrina de la guerra justa en la antigua Grecia, así como a un
incipiente Ius in bello. Sin embargo, parecen haber sido los romanos quienes
acuñaron la noción de iustum Bellum y la desarrollaron, principalmente a través
de la obra de Cicerón. Para este autor, los actos violentos se presentaban
precedidos de una causa que los justificase, ya que de lo contrario se pondría
en peligro las buenas relaciones con los dioses. Asimismo, afirmaba que las
acciones que se llevaran a cabo en el marco de los enfrentamientos debían ser
realizadas con mesura, respetando ciertas reglas y costumbres y evitando los
excesos.

Sin embargo, la relación entre el Ius ad Bellum y el Ius in bello alcanza su


punto máximo de contacto en la Edad Media, cuando no sólo estaba
ampliamente difundido el concepto de guerra justa, sino que también había un
alto grado de desarrollo de las normas relativas a la conducción de las
hostilidades.

La doctrina de la guerra justa


El Ius ad Bellum en la Edad Media estaba íntimamente ligado a la doctrina de
la guerra justa. Esto implicaba que la única forma en que el uso de la fuerza de
una nación contra otra estuviera justificado, era que quien la utilizase tuviera
una “causa justa” para recurrir a ella.

Dadas las dificultades para determinar cuál causa era justa y cuál no, puesto
que ambas partes en un conflicto aducían que la suya era la causa justa y la
del adversario, la injusta, y ante la falta de organismos con jurisdicción para
dirimir esta cuestión, la doctrina medieval, encabezada por San Agustín y luego
retomada por Santo Tomás de Aquino, estableció ciertos requisitos que una
guerra debía cumplir para poder ser considerada “justa”: entre ellos, se solía
decir que la guerra debía ser declarada por una autoridad, es decir por el
Estado; en segundo lugar, que quienes fueran atacados lo merecieran por
alguna causa. Finalmente, se requería que fuese recta la intención de los
contendientes; es decir, una intención encaminada a promover el bien o a
evitar el mal. Asimismo, la doctrina medieval solía reconocer tres causas que
justificaban el recurso a la guerra: defensa contra un ataque, la recuperación de
algo que ha sido tomado ilegítimamente, y el castigo de un mal.

Las normas relativas a la conducción de las hostilidades


Luego del comienzo de las hostilidades, había ciertas reglas que los
contendientes debían respetar, conocidas también como “Ius armorum”. Estas
normas tenían su origen en la costumbre, en los códigos de caballería, y en
ordenanzas reales emitidas por los soberanos (una suerte de código de
conducta para las tropas). Entre las mencionadas normas, podemos detallar la
prohibición del uso de armas envenenadas, la prohibición de la perfidia, la
protección especial de niños y mujeres, la protección de la propiedad privada
de civiles, normas relativas al tratamiento de prisioneros de guerra, cuestiones
relativas a las inmunidades de quienes asistían a los combatientes, entre otras.

Como se observa, existía un gran desarrollo respecto de las leyes de la guerra


en la Edad Media, y, aun sin tratarse de normas escritas, tenían un alto grado
de cumplimiento. Especialmente, los códigos que regían las conductas de los
caballeros, regulaban acabadamente las reglas relativas a la conducción de las
hostilidades, y pese a que eran, en principio, aplicables sólo a quienes
revistieran esa calidad, suponían una buena base para el desarrollo del Ius
armorum. De hecho, autores como MERON han llegado incluso a afirmar que
este tipo de normas, basadas principalmente en el honor, no han encontrado
sustituto en la letra de la ley actual, puesto que no hay ningún principio moral
que obligue a su cumplimiento.

Subordinación del Ius in bello al Ius ad Bellum.


Resulta interesante que, a pesar de la especificidad de las leyes de la guerra,
éstas no eran aplicables con prescindencia de la causa que hubiese llevado a
los enfrentamientos. Tal es así que la causa justa de la guerra era la que
determinaba que los códigos de caballería, y el Ius armorum en general fueran
aplicables. Una causa justa era esencial para determinar la titularidad de las
tropas sobre los botines de guerra, el goce de privilegios como combatientes y
la protección de las leyes de la guerra.

Uno de los temas más interesantes que se plantean con respecto a la


subordinación del Ius in bello al Ius ad Bellum es el caso de los prisioneros de
guerra. Si bien el instituto del prisionero de guerra era significativamente
distinto de la forma en la que es regulado en la actualidad, en la Edad Media
implicaba, al menos, que aquellas personas que eran capturadas durante el
combate, no podían ser ejecutadas por sus captores, lo cual otorgaba un cierto
grado de protección.

Sin perjuicio de ello, sólo quienes estuvieran peleando por una causa justa
podían ser considerados combatientes regulares, y como tales, estar sujetos a
la protección que el Ius armorum proveía. Quienes luchaban por una causa
injusta eran combatientes irregulares, puesto que aquél cuya causa no era
justa, no estaba luchando por un objetivo legítimo, y de esa manera no podía
pretender estar amparado por la ley. Ni la guerra injusta ni aquellos peleando
en ella tenían “standing in law”

Justificaciones discursivas y apología de la guerra Se presentaba, entonces, un


gran problema al momento de determinar quién peleaba por una causa justa y
quién por una injusta, ya que todos aquellos que se veían involucrados en un
conflicto armado intentaban justificar su acción a los efectos de poder contar
con la aplicación de las leyes de la guerra. Teniendo en cuenta aquello, los
contendientes aducían causas justas, creando así la justificación para su
enfrentamiento. Como contrapartida, si una violación a esas normas era
provocada por alguno de los contendientes, éste aduciría que la causa del
adversario no era justa, por lo que las normas relativas a la conducción de
hostilidades no beneficiarían al beligerante injusto, y esto, a su turno, evitaba el
reproche para quien incumpliera dichas previsiones.

De esta manera, si bien el Ius in bello contaba con un alto grado de


cumplimiento por los contendientes en un enfrentamiento bélico, siempre
existía la posibilidad de sortear sus exigencias basándose en la injusticia de la
causa del “otro”.

Como se ha tratado de demostrar hasta aquí, la causa justa de la guerra


determinaba la aplicación de un estándar de protección más amplio para quien
esgrimiera dicha causa. Esto implica que ambos regímenes eran
absolutamente dependientes, a contrario sensu de lo que sucede hoy en día.

La lógica jurídica que parecería subyacer a esta relación puede encontrarse en


la doctrina del fruto del árbol venenoso. Esta teoría, acuñada por la Corte
Suprema de Justicia de los Estados Unidos referida a la valoración probatoria
en materia penal, implica que cuando la prueba que intenta hacerse valer en un
juicio, ha sido obtenida en forma ilegal (por ejemplo, a través de un
allanamiento sin autorización judicial), ella no puede ser valorada, en tanto la
justicia no puede aprovecharse de ningún acto contrario a la ley sin incurrir en
una contradicción fundamental. En otros términos, si una acción es ilegal, lo
lógico es que todas las acciones que se deriven de dicho acto, también estén
viciadas. De esta forma, y en relación con las causas justas para utilizar la
fuerza, si un ataque era ilegal, todas las consecuencias derivadas de éste
resultaban ilegales también, y como consecuencia, el soberano que llevaba
adelante una guerra injusta, y por ende, ilegal, no gozaba de la protección de la
ley, así como tampoco quienes estuvieran sometidos a su autoridad.

De la subordinación a la independencia
Esta concepción medieval de la relación entre la causa justa y las restricciones
bélicas comenzó a cambiar hacia el siglo XVII. GROCIO, en su obra De iure
belli ac pacis, planteó un gran avance en lo que respecta a la conducción de las
hostilidades y a la protección en el marco de un conflicto armado, pero su
doctrina seguía estando teñida de referencias a la licitud de la guerra, por lo
que las normas a las que se alude en sus escritos sólo eran aplicables a los
contendientes de una guerra justa.

Con el advenimiento de los Estados–nación a partir de la Paz de Westfalia, la


guerra se convirtió en un método de solución de controversias. Ya no sería
vista como una acción justa, sino que se vuelve un instrumento de alta política
nacional y se transforma en una situación de hecho, por lo que se la comienza
a regular en sentido formal, estableciendo medios y métodos de combate más
allá de consideraciones sobre su licitud.

También es un hecho significativo que la Paz de Westfalia no estableció


meramente la igualdad soberana de los Estados, sino que estableció la
igualdad soberana entre los Estados “civilizados”. El Ius Gentium pasó a ser un
derecho internacional entre naciones civilizadas, y esto a su vez, implicó que
las naciones comenzaran a regular la conducción de hostilidades, “civilizando”
la guerra, y evitando los excesos.

Por otro lado, la Revolución Francesa y el cambio en las relaciones entre el


Estado y el individuo, son una fuente clara para el posterior desarrollo del
derecho internacional humanitario. 30 Los monarcas pierden su poder absoluto,
no pudiendo disponer de la vida de los ciudadanos en forma arbitraria, y por
esa razón comienzan a tener mayor relevancia todas las normas referentes a
su protección.

En este sentido fue revolucionario el trabajo de ROUSSEAU, uno de los


pensadores cuyas ideas fueron basamento de la Revolución Francesa, en tanto
éste planteó la guerra como una relación de Estado a Estado, y no de hombre
a hombre. En función de ello, propone que siendo el objetivo de la guerra la
destrucción del Estado enemigo, existe el derecho de matar a sus defensores
mientras tengan las armas en la mano, pero luego que las deponen y se rinden,
dejando de ser enemigos o instrumentos del enemigo, vuelven de nuevo a ser
sólo hombres, y cesa entonces el derecho a quitarles la vida. Dicha afirmación
no hace mención alguna a la causa de la guerra, de modo que aquellos que
deponen las armas merecen protección y trato humano sin consideración del
casus belli.

Asimismo, la creación del Comité Internacional de la Cruz Roja en 1863, y la


promoción del pionero Convenio de Ginebra del 22 de agosto de 1864 para el
mejoramiento de la suerte de los militares heridos en los ejércitos en campaña,
fueron cimentando el camino para la creación de un corpus iuris autónomo de
consideraciones en torno al Ius ad Bellum.

Consecuencias de una fragmentación “forzada”


Cómo se dijo al comienzo, la división entre el Ius ad Bellum y el Ius in bello,
tiene estrecha relación con una intención de humanizar la guerra. Toda la
protección que brinda el Ius in bello en el marco de un conflicto armado es
altamente deseable y resulta especialmente importante que dicha protección
sea aplicada sin consideraciones respecto de las causas del enfrentamiento.

Sin embargo, parecería, a partir de lo expuesto en este trabajo, que la


fragmentación no se presenta como inherente a los mencionados regímenes.
¿Responde entonces a razones humanitarias? La respuesta es afirmativa, y es
claro que es positiva, pero a su vez, al haberse dado esta separación de
manera forzada a fin de que el derecho internacional humanitario pueda ser
aplicado ante cualquier tipo de enfrentamiento ya sea legítimo o no
encontramos varias consecuencias.

Por un lado, la fragmentación o separación de estos regímenes permite que se


siga cuestionando la aplicación independiente de ambos, lo que resulta
evidente ante la gran cantidad de autores que se han dedicado a tratar este
tema. Otra cuestión a tener en cuenta es que la misma práctica internacional
ha demostrado que la cuestión no se encuentra superada en forma total. Por
ejemplo, tal como GARDAM señala, de un análisis de la estrategia militar
desplegada por las fuerzas de la coalición en la Guerra del Golfo de 1990,
parecería desprenderse que ante el ataque claramente ilegal realizado por Irak
hacia Kuwait, y frente a una opinión pública alineada con la postura
intervencionista, la coalición planteó una intervención sin tomar en
consideración las pérdidas civiles para el Estado injustamente agresor. De
esta forma, toda vez que Irak fue el agresor, parecía merecer en menor medida
de la protección de las normas del Ius in bello, reservando éstas para los
Estados de la coalición, quienes estaban realizando un ataque justo (y
moralmente apoyado por la comunidad internacional), de acuerdo con las
normas del Ius ad Bellum y avalado por una resolución del Consejo de
Seguridad.
Algo similar ocurrió en el caso de Kosovo. Ante la justificada intervención militar
en dicho territorio, las fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico
Norte planearon una guerra “sin riesgos”: esto es, bombardeos a 15 mil pies de
altura, lo cual evitaba riesgos para los tripulantes de las aeronaves, pero
menguaba la precisión en detrimento de civiles y bienes protegidos. Sin
embargo, el accionar de la OTAN no fue tan criticado, puesto que el fin que
perseguía dicha intervención, es decir proteger a los habitantes de Kosovo de
una limpieza étnica, justificaba los daños causados por dicho ataque.

Asimismo, la denominada “guerra contra el terror”, planteada por Estados


Unidos luego de los eventos del 11 de septiembre de 2001, también ha
reavivado el debate sobre la guerra justa y la aplicación uniforme de las leyes
de la guerra. Cabe señalar que este Estado en forma unilateral ha catalogado
al conflicto que tiene con el terrorismo como una “guerra”, sin que la tipología
del enfrentamiento esté en conformidad con las previsiones del derecho
internacional humanitario para que éste pueda ser considerado un conflicto
armado. Pero no sólo la ha denominado una guerra, sino que explícitamente ha
proclamado la justicia de su causa. En áreas de esta justificación, ha llevado
adelante acciones armadas en territorios extranjeros, y ha calificado como
combatientes ilegales a sus enemigos en este enfrentamiento.

Es interesante la postura de BIALKE, quien sostiene que Estados Unidos ha


actuado en conformidad con el derecho internacional al catalogar a los
miembros de Al Qaeda y a los talibanes como combatientes ilegales, puesto
que aquellos que son capturados en un conflicto armado sin un uniforme
distintivo no pueden gozar del estatuto de prisionero de guerra. Aún más, esta
condición sólo podría ser otorgada a quienes se la han ganado, pues han
participado en una guerra legítima y actuado acorde a sus prescripciones. De
acuerdo a este autor, el caso de los miembros de Al-Qaeda y los talibanes no
encuadraría en este presupuesto, puesto que las acciones ilegales que han
llevado adelante en el marco de este enfrentamiento, así como su reticencia a
alinearse con algún Estado en particular, no les permitirían obtener el estatuto
de prisioneros de guerra.

Sin embargo, tampoco se reconoció la aplicabilidad del cuarto Convenio de


Ginebra relativo a la protección de civiles en al marco de un conflicto armado.
Así, se argumentó que de aplicarse las previsiones del derecho internacional
humanitario en este particular conflicto armado, sin tener en cuenta la justicia
de la causa por la que Estados Unidos se encuentra luchando, implicaría
otorgar beneficios a los terroristas, a expensas de aquellos a quienes éstos
atacan.

Por último, de la Opinión Consultiva relativa a las armas nucleares de la Corte


Internacional de Justicia, surge que la separación entre el Ius ad Bellum y el Ius
in bello no es total. Frente a la consulta realizada por la Asamblea General de
las Naciones Unidas respecto a si era lícita la amenaza de uso o uso de armas
nucleares en el derecho internacional, la Corte Internacional de Justicia sostuvo
que si bien podía concluirse que en líneas generales el uso de las armas
nucleares sería contrario a las reglas y principios del derecho internacional
humanitario, no podía afirmar en forma definitiva que en un caso extremo de
legítima defensa, en que la misma supervivencia del Estado estuviera en juego,
éstas estarían prohibidas.

Al haber argumentado que cuestiones de legítima defensa permitirían violar


casi todos, sino todos, los principios del derecho internacional humanitario,
supeditó nuevamente la aplicación del Ius in bello al Ius ad Bellum. Es decir,
que si un Estado sufriera una agresión ilegítima que pusiera en riesgo su
supervivencia, y como consecuencia se defendiera realizando un ataque
nuclear, éste estaría justificado, a diferencia del ataque inicial del agresor, y por
tanto, se toleraría la violación de todas las normas in bello que son, de acuerdo
a las Convenciones de Ginebra, debidas igualmente a ambas partes del
conflicto.

En palabras de SASSOLI, si el uso de armas nucleares fuese legal en


situaciones de extrema legítima defensa, esto implicaría el fin del derecho
internacional humanitario tal como lo conocemos, pues en casi todos los
conflictos armados internacionales, una de las partes considera que está
actuando en legítima defensa, y que su supervivencia está en juego; si esa
situación pudiese justificar el uso de armas nucleares, también podría justificar
la matanza de heridos y enfermos, y la tortura a prisioneros de guerra. Esta
Opinión Consultiva del máximo órgano judicial de Naciones Unidas puso una
vez más en la escena internacional la discusión sobre la aplicación uniforme de
las normas del derecho internacional humanitario, y su posible subordinación a
las normas del Ius ad Bellum.
La troika.
La Troika es una conjunción de poderes en el ámbito económico europeo,
integrada por la Comisión Europea, el Banco central europeo (BCE) y el fondo
monetario internacional (FMI)

La palabra troika tiene origen ruso y se dirige a diferentes uniones o


agrupaciones compuestas por tres miembros y que se encarga de algún tipo de
gobierno o control en ámbitos como el político o el económico.

En el caso de la Troika europea, su nacimiento tuvo como primer objetivo la


supervisión de rescates económicos como el experimentado por Grecia en el
año 2010. Bajo esta situación de control, esta organización debe estar al tanto
de que el país rescatado cumpla con las diferentes medidas y cláusulas como
respuesta a la ayuda que han recibido por los poderes europeos. Del mismo
modo, la Troika también se encargó de llevar a cabo la gestión del rescate a
Portugal o a Chipre, mientras que en España no llegó a actuar debido a que las
ayudas prestadas no han sido a nivel de Estado sino de entidades bancarias
del mismo, necesitando diferentes supervisores que en los casos portugués y
griego. Por ello, esta labor la desarrolló la Autoridad Bancaria Europea (ABE).

Como se ha comprobado en los casos antes comentados, el cometido principal


de esta asociación de instituciones es localizar y supervisar a naciones que
atraviesen críticas situaciones de carácter económico y se exponen a recibir la
ayuda de la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional.

Banco Central Europeo (BCE), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la


Comisión Europea (CE). Estos tres organismos multilaterales -integrados por
varios países- se dedican a estudiar la situación económica de los países para
señalarles qué medidas y reformas económicas deben llevar a cabo si quieren
sanear sus cuentas y crecer. Estos análisis los hacen desde una óptica
claramente neoliberal, sujeta a la presión de los lobbies de las empresas. La
propia UE, en su “Registro de Transparencia” voluntario, tiene registrados 2524
grupos de presión empresarial, aunque, según otras fuentes, son menos de la
mitad de los “lobbies” existentes.

Al recibir financiación del FMI o del Mecanismo Europeo de Estabilidad


(MEDE), los países se comprometen a seguir estrictamente las
“condicionalidades” recogidas en un documento que se conoce como
Memorándum de Entendimiento (MOU, según las siglas en inglés).
Se puede afirmar que el país financiado por la troika se encuentra intervenido
porque al seguir sus directrices pierde gran parte de su independencia política.
De hecho, en palabras del propio ex-Primer Ministro de Italia, Mario Monti, “La
llegada de la troika (…) es una presencia muy intrusiva y, de facto, una pérdida
asimétrica de soberanía”.

Básicamente, la Troika supervisa a los países con graves problemas


económicos que reciben préstamos financieros de la UE y el FMI. A pesar de
tener una tasa de interés inferior comparados con los del mercado de capitales,
estos préstamos no ayudan a que las economías de los países afectados se
recuperen.

Si bien hay razones para las dificultades económicas a nivel nacional de esos
países como la corrupción e impuestos extremadamente bajos que no deberían
ser subestimadas, la Troika sólo se concentra en las causas nacionales; sin
embargo, los asuntos sistémicos a nivel europeo y mundial son más
importantes. Además, los blancos preferidos por la Troika son los sueldos, las
horas laborales y los gastos sociales, preservando, una vez más, sólo los
intereses de los más adinerados.

Los intereses de los acreedores privados, bancos y otras instituciones


financieras también se ven favorecidos al pasar la deuda a manos públicas. De
esta forma, ésta se consolida, crece a niveles insostenibles y requiere medidas
de austeridad y reformas económicas extremas.

Estas medidas y reformas, las condiciones que los países deben cumplir para
continuar recibiendo dinero, se encuentran estipuladas en un tipo de contrato
denominado Memorando de Entendimiento (MdE). La Troika organiza misiones
de evaluación en las que visita países con los que tiene un MdE; si determina
que el país no ha hecho lo suficiente para recibir el dinero, puede decidir
posponer el pago del siguiente tramo. De este modo, la Troika ejerce una gran
influencia en las políticas económicas y financieras de los países que están
sujetos a ella.

Fundamentalmente, la Troika garantiza que las personas comunes sean las


que paguen por los problemas sistémicos de la economía y los errores
cometidos por las instituciones financieras, que son las causas reales de la
crisis. Al mismo tiempo, en los últimos años, los legisladores europeos han ido
disminuyendo continuamente las normativas y controles de esas instituciones
financieras y grandes empresas. ¿Parece ilógico? Claro que sí. No obstante,
desde el punto de vista neoliberal, tiene mucho sentido.

Por lo tanto, es importante ver a la Troika y a sus políticas neoliberales no


como un asunto aislado, sino como un instrumento en tiempos de una crisis
sistémica que encaja en una tendencia general de reformas y medidas
neoliberales en toda Europa. Estas medidas y reformas, definidas por el
término «gobernanza económica», cada vez imponen más control neoliberal, lo
que favorece a las grandes empresas y a los mercados financieros y pone en
peligro los valores democráticos y derechos sociales obtenidos con mucho
esfuerzo.
CONCLUSION.
El fruto de la distinción contemplada en los textos jurídicos entre el Ius ad
Bellum y el Ius in bello es relevante a los retos que se enfrenta la comunidad
internacional. La justificación de la causa con carácter Ius ad Bellum es
subjetiva a la política de los intereses empleado el Ius in bello con estos fines.
Aun así este se emplea de la misma manera a todos los involucrados en los
conflictos, reconocido bajo aquel estatuto legal.

Es decir es importante determinar si un grupo armado, está involucrado en


actos de terrorismo o simplemente con una causa justa, para que goce de la
existencia internacional. En cualquier caso no se afectan las obligaciones de
respetar y aplicar las normas de los principios humanitarios o del derecho
internacional humanitario, incluso la aplicación del Ius in bello no afecta a las
del Ius ad Bellum.

Por este fin es importante cooperar con las partes competentes en las crisis
humanitarias, en este caso con los estados para obtener la documentación
transparente de aplicación.

En este marco, es posible que el fenómeno de la fragmentación del derecho


internacional pueda ofrecer una solución a la simbiosis que el Ius ad Bellum y
el Ius in bello han tenido a lo largo de su historia. Haciendo hincapié en la
especialización de los regímenes, la fragmentación del derecho internacional
se presentaría como un fenómeno favorable a ellos, si pudiese colaborar con la
consolidación de la aplicación independiente de ambos sistemas normativos.
INTRODUCCION.
Ius ad Bellum (derecho a hacer la guerra) esto hace referencia a las legítimas
razones que un Estado tiene para entrar en guerra y ejecutarla, es decir a la
facultad de ejercer el uso de la fuerza armada. Su finalidad principal es que el
uso de las armas sean utilizadas únicamente para su defensa mas no para
impulsar más la guerra. En definición la guerra justa nace de una terrible y en
apariencia insoluble paradoja, la de considerar la guerra como un fenómeno
malo y perverso no sólo ética sino también espiritualmente y, a la vez, la de
tener que aceptarlo precisamente para evitar males mayores

Sin embargo, también se tratan temas como la intervención militar en Estados


ajenos con la finalidad de proteger los derechos humanos, pero siempre como
último recurso y se enfoca en ciertos criterios para hacer la guerra justa.

Por derecho a la guerra se entiende que el derecho a elegir los métodos o


medios de combate contra el adversario en una situación de operación militar
determinada es limitado, por esta razón no solo no se permite el uso de armas
como las nucleare y las radioactivas, sino que también se debe tener en cuenta
que el uso de la guerra no puede ser usado con la población civil.

El único objetivo legítimo de la guerra es debilitar a las fuerzas armadas


adversarias por medio de la neutralización y no la exterminación, aunque para
nosotros hoy en día este derecho puede sonar indisputable la creación e
instauración de este derecho fue progresiva.

Finalmente, tras concluirse la Segunda guerra mundial se creó la denominada


Carta de las Naciones Unidas donde se prohibía por primera vez en la historia
global el uso de la violencia y la amenaza del uso de la fuerza.

Ius in Bello - Ius ad bellum. El derecho internacional humanitario (DIH), o Ius in


bello, es el derecho que regula la forma en que se conducen las hostilidades.
Su finalidad es estrictamente humanitaria, ya que procura limitar los
sufrimientos causados por los conflictos armados.

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