Misifús

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Misifús.

Les voy a contar una historia que, si no fuera porque se las cuento yo, creerían que todo lo que
leyeron fue mentira. Pero sucedió. Aunque no tenga pruebas físicas de su existencia, se cuentan los
siguientes relatos…
Misifús, que así se le llamó por cuestiones de pronunciación en lugar de Micifuf, el nombre original,
fue un gato que vivió no hace muchos años en una colonia donde lo habitual eran los canes. Bien
que por la falta de los felinos o simplemente porque los perros ya tenían hastiados a los vecinos por
sus malos hábitos, los colonos sentían la necesidad de algo “diferente”. Fue así que la gracia del
Señor trajo a Misifús a esta colonia, repleta de gente adinerada aunque de dudosas costumbres.
El gato, actor principal de este drama, tenía por allí de dos o tres años de haber llegado a la tierra.
Los malos tiempos no habían hecho merma en su pelaje, y más bien se podría decir que los malos
tiempos, eran buenos para él. Su andar tranquilo y despreocupado hacían gala de su valentía, pues el
primer día que se le vio en la colonia, trotaba con aire marcial y conquistador.
Resulta que los mastines se reunían todos los fines de semana, más allá de olerse el culo, trataban
temas de invasiones, alimento, y vivienda. Viendo la situación, se convocó a junta al siguiente día del
avistamiento felino. Después de orinar unos cuantos rosales, olfatear unas cuantas colas, todos
llegaron a la conclusión de que el bigotón tenía que abandonar sus territorios. Para ello, empezaron
a fabricar el más grande ardid jamás visto en la colonia, y eso ya es decir.
Digamos que Misifús nunca se enteró de esto. Más allá de su andar, era su temperamento, era como
si estuviera sedado todo el día. Le despreocupaba todo, excepto la comida.
Fue entonces como llegó a su primer hogar. A causa de unas latas de atún que Mamerto tuvo el
descuido de dejar comida en ellas. Misifús gustó rápidamente lo que había en casa, no importando
que sus alimentos entraran en el concepto de desperdicio, a veces el honor se adapta a las
necesidades.
Entre tantas cosas que no había conocido hasta ese entonces era el algodón. Por esas inclemencias
de la vida, cuando no te presenta su mejor forma, sino una obscura y desconocida, Misifús nunca se
había subido a un colchón; mucho menos, en su forma más rústica, se había enroscado en un sofá.

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