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(e) Bernardo Fernandez y Gerardo Sifuentes 10 Omar baja de la Red en medio de un alarido, que reconoce como Propio tras unos segundos. Demasiado tiempo incluso en el universo real. Se descubre en su familiar sala de monitores, rodeado por las veintitrés pantalias que vomitan el destello verdoso sobre Ja silla gira- toria que él ocupa en el centro de !a habitacién circular, S6lo necesita una répida ojeada para darse cuenta de que aparente- mente todo sigue en orden, no hay sefiales de ningtin crack gtobal. Respiracién agitada, la frente cubierta de sudor, ritmo cardfaco ace- lerado. Algo fuera de lugar. Omar Jo sabe, pero no quiere pensar en ello. Estira el brazo hasta su mochila de nylon y saca de uno de los cie- Tres un frasco de grajeas amarillas. Con pulso tembloroso toma tres y Jas mete a su boca. Mastica, casi disfrutando el sabor que se entierra en ta lengua como agujas amargas. Poco a poco se va calmando. Un mal viaje, no mds. A cualquiera le pasa. Una semana dificil, y ya. ;Demasiadas (e)’s? No... Clava la mirada en Ia micropantalla de su retina. Enfoca el cursor en la cajita que indica reconexién ala Red, y da click con un parpadeo. Su neurointerfase ya es un modelo obsoleto, pronto la Corporacién de- beré cambiarsela. En nanosegundos est4 inmerso de nuevo en la vordgine de datos, graficas y estadisticas. La gran bolsa de valores mundial, en cuyos do- minios jamés se pone el sol. E] mercado global, una matriz amorfa de mimeros, frenético remolino digital con millones de ramificaciones donde la actividad no se detiene. Veinticuatro horas al dia, se especu- la, vende o compra, imperios financieros nacen al amanecer para co- lapsarse unas horas después. Ante los scanners implantados en sus glo- bos oculares, desfilan miles de datos Por nanosegundo: indices bursd- tiles, fluctuaciones cambiarias, mercados de valores y finanzas, OE CIENCIA ficclOn mexicana Eles un simple observador, analista pasivo auxiliado por dos nano- Procesadores de datos insertados en su cabeza que le permiten conec- tarse directamente a la Red Y Monitorear las veintitrés Pantallas en tur- nos de doce horas, sin perder un solo detalle; ningtin dato escapa al es- crutinio de sus biochips. Todo ello sin saber absolutamente nada sobre economia. 2.0 Llega el fin de tumo y feliz se desconecta, Por suerte, el coordina- dor no descubrié que se habfa satido unos minutos de la Red por estar desviando su mente hacia una subrutina psicomimética. Las drogas quimicas 9 quimis, exceptuando los calmantes, estén Pprohibidas en la Corporacién, pero no hay nada regulado Tespecto a los naresticos electrénicos, Hamadas (e)drogas o simplemente (e)’s, y mas de un hacker Jas ha estado desarrollando, Programas que simulan esta- dos alterados o de letargo. Son altamente adictivas, y Omar lo sabe. Por experiencia. Estrictamente no esté fallando a su trabajo, de cualquier manera é1 €s tan sélo la cdscara de los nanoprocesadores, a nadie le interesa que Omar esté al pendiente de la cascada de informacién que se genera en el resto del planeta. Ademas, se las habia arreglado para instalar un Programa clandestino que automatiza todos los movimientos que debfa hacer mientras 61 gozaba de su dosis de (e)’s. Cuando Ilega su sustituto, Omar fo saluda con ef boceto de una son- risa, sin decir patabra le ofrece el Plug que se acaba de desconectar de fa base det créneo y abandona el cuarto cerrando fa puerta a sus espal- das. Camina a lo largo del pasillo que alberga las otras catorce salas de andlisis financiero, que dividen at mercado mundial en macrozonas, cada una de ellas con su propio observador pasivo sentado en medio de pantallas y conectado a Ja Red. Omar entiende que a é1 Je toca monitorear la region del nonté del Pacifico, o eso supone Porque Jos caracteres que desfilan por su retina Parecen japoneses, pero no esté seguro. Misiones periftricas De pronto stente una mirada de reproche clavada en fa nuca. Mar- tinez, su coordinador. ;Sabré lo de las (€)’s? No, imposible, Omar se cuida de no dejar rastro, Ignora la sensacién de que los ojos de su jefe son un par de laseres, liega al vestidor y desliza su tarjeta magnética en la cerradura del locker. Cuando sale, ya cambiado, se topa frente a la expresin acusadora de Martinez, —Nos vemos el lunes, jefe. Et coordinador no contesta. Omar pasa junto a él, y camina hasta la salida. Afuera lo espera la noche, la libertad. Inicia su fin de semana, 3.0 No alcohol. No tabaco, No drogas. Las reglas de la Corporacién son muy estrictas, los biochips son caros y delicados. Al firmar el contra- to, Omar acepté hacerse Tesponsable de sus neuroimplantes, so pena de tener que pagarlos, y valen més de lo que él gana en dos afios. Pero hay otras opciones. Solo en su departamento, cierra las petsianas, se desnuda y saca de debajo de la cama una caja de plstico gris similar a los antiguos vi- deojuegos portatiles, de la que se desprende un plug idéntico al que usa en el trabajo para conectarse a Ja Red. Lo introduce en la clavija que tiene debajo de la oreja izquierda y aprieta el dnico boton de Ja caja. Un Jed rojo se enciende, indicando ef Paso de una pequefia corriente eléctrica por Ia neurorred de sus biochips, instalados en Ia Parte ante- tior del t4tamo cerebral, coincidiendo con el centro de placer, Para Omar, todo estalla en un torbellino luminoso que se confunde con el aullido que deja escapar: su Cuerpo se retuerce ante la capacidad de sensacién Hevada mas alld del méximo imaginable. Cuando el tiltimo hormigueo de placer se extingue, varias horas después, Omar est tirado en el piso, hecho un ovillo, Sigue riéndose, y no logra enfocar la vista; ha eyaculado varias veces y est cubicrto de sudor. Et ciclén es la (e) mas primitiva, esa pequefia descarga eléctrica lo habia Hevado més alld de la frontera de los sentidos y, sin embargo, pa- Antologta de la ciencia ficcién mexicana ra sus nanoprocesadores es tan inofensiva como rebootear, encender y apagar en sdlo un segundo. Adin aturdido, Omar se levanta y mete a bafiar. 40 Rodeado por hologramas, Oiar bebe jugo de frutas cn la barra de TimLeary’s, la CDisco de moda. Se divierte viendo a las parejas bailar en la pista de gravedad cero, pero no puede meterse é1 mismo, podria dafiar sus biochips. Tiene que conformarse con observar desde Ia ori- la. De tanto en tanto acaricia el bulto de 1a terminal portétil que trae en la mochila. La misica waste aturde sus oidos, pero aunque no es su favorita, ¢s mejor estar ahi que quedarse en casa. Cada vez que va al baiio unisex se encuentra gente inyecténdose con pistolas hipodérmicas, esnifando todo tipo de polvos con popotes de colores o tragando pastillas multiformes. Casi le dan envidia, no por los estados que se autoinducen sino por el rito que implica meterse cualquier sustancia. Recuerda la adolescencia, cuando no hubo estimu- lante en boga que no Ilegara a su flujo sanguineo y las drogas eran su interfase social. Pero esos afios quedaron atrés. Ahora que pertenece a la minorfa en extincién que no se mete na- da, Omar se dedica a observar a los adictos. Y se divierte. Y es que no hay quimi que se acerque a la (e) més mediocre. Horas después sale de la CDisco y camina por las calles grises, ba- jo la eterna luvia, en medio de la multitud que va de club en club bus- cando refugiarse en Ia soledad colectiva. Hace frio, por lo que sella el cierre de velcro de su rompevientos de neopreno. Inicia el camino ha- cia el metro. Esté por amanecer y quiere dormir un poco. Un andrégi- fo moreno varios centimetros mas alto que Omar, con el cabello pla- teado y vestido con blusa y jeans de latex se acerca y ofrece: Tachas, pastas, aceite, lo que quieras... La voz delata que antes de mujer fue hombre, “de origen arabe”, piensa Omar, Decide coquetearle. —jLo que quiera? ;Segura? —dice acerc4ndose a Ja vendedora. 176 Visiones periféricas —Dime qué andas buscando. A lo mejor tengo un poco —repone la dealer, mientras pasea los dedos de ta mano izquierda entre las pias Plastificadas de color azul que forman el peinado de Omar. —Busco algo eléctrico —y se sefiala la clavija tras la oreja. La mu- Jer sonrie, mostrando unos dientes tan perfectos que slo pueden ser artificiales. Desliza la mano libre entre los pequefios senos que exhibe su escote plastico, y saca un disco color negro. —Blast, Zoom, D-2, Grave, VirNuke, Buzztard, ti dilo. Quinien- tos gigabytes de (e)'s por el precio de cuatrocientos. —{Cudnto? —Dos mil. Ella sonrie, ha notado cémo Omar casi salivaba cuando nombré las (e)'s de moda. Seguramente todo es software pirata. Pero qué importa, de cualquier manera algin dia hay que morir. Omar abre su mochita y muestra a la dealer su terminal portatil. ——Déjame probar. Sélo para ver si es buena la mercancia. Minutos después, conectado a la computadora en el bafio de un bar, Omar comprueba que es mierda de primera. Decide comprarla. Unas cuantas teclas oprimidas, y transfiere de su cuenta a la de la vendedo- ta los dos mil acordados. Le invita a la andrégina un trago por la mera nostalgia de sentir que est ligando, pues Omar no sabe si el desinterés de acostarse con elia €s porque tiene demasiada prisa de ir a atascarse de (e)'s 0 porque tan- tas drogas, por muy virtuales que sean, tienen completamente inhibido su deseo sexual. 5.0 El zumbido del videdfono despierta a Omar, Podria haber estado sofiando durante horas antes de que lo escuchara. Ain aturdido, se es- tira hasta el aparato y contesta. —Estas hecho un asco —le dice el rostro de David desde la panta- Ila de cristal liquido. 177 —No me estés chingando, Fui a reventarme. —Se supone que no deberias hacerlo. —No me mett nada, es la desvelada. Omar sabe que su mejor amigo no se traga la historia a la primera, ya conoce sus mentiras. David le observa desde el otro lado de la linea, sin mover un solo musculo facial; finalmente dice “voy para all”, y cuelga. S6lo entonces Omar descubre que est4 desnudo sobre la cama, que ha vomitado durante su viaje y que su cuerpo est lleno de moretones. —Qué desveladita, jeh? —dice David al entrar al departamento. Omar contesta con un grufiido; sus ojos semejan mapas de carrete- ra, la cara parece la de una estatua de cera parcialmente derretida. Sin mAs tramite, se sientan en Ja sala. Los ojos de David son dos taladros sobre la figura de su amigo. ——Esa mierda te esté matando, Omar. —Oh, no empieces, cabron... —No empiezo. Ya acabé. No te volveré a decir nada sobre eso. Ya me cansé, y creo que ya estas en edad de cargar con tus giievitos. Asi que cambiamos de tema, ,Te parece? ,Cémo va Miami? —No te hagas pendejo, David, también la pinche herofna hace da- fio, gya la dejaste? —No es lo mismo, Ia heroina es al menos una sustancia real, no vir- tual. A mi me daria pavor andarme metiendo una chingadera progra- mada por un pinche nerd japonés o malayo; en cambio, con el harpén, al menos tienes la seguridad de ver qué te estds inyectando... Y la discusién se prolonga. Horas. 6.0 El lunes, al trabajo. Omar llega quince minutos antes, el suyo es un puesto que desearfan millones de desempleados, no quiere dar (dema- siados) motivos para que lo corran. Est4 colocdndose el overol de ny- Jon cuando Iega Martinez al vestidor y lo encara con expresién hostil. 178 —"..Que chingaos quieres?”, imagina Omar, respuesta que ha repri- mido por meses. —Te toca drenaje —dice Martfnez con la expresién més seria que puede. Un impulso nervioso hace que un pdrpado de Omar se cierre invo- luntariamente, un acto reflejo bastante comin entre los de la profesién. Sabe que el drenaje sdlo significa dos cosas: un ascenso 0 ser despedi- do. Y segtin sabe no hay ninguna vacante abierta en su departamento. —Una hora antes del lunch gringo, te vas al departamento médico, quince minutos y regresas. Martinez espera algo, Omar lo sabe, quiz4s sospeche sobre las (e)’s, pero no hay manera de asegurarlo. La idea de agarrar a batazos la ca- beza de su coordinador invade su mente, se deleita con la imagen de sesos embarrados mientras se dirige a su puesto de trabajo. Todo bajo control. El reporte de indices criticos lo mantiene ocupa- do por un rato, pero permanece atento, imposible que se le escape al- gun detalle, Han quebrado varias empresas, mismas que en cinco mi- nutos cambian de duefio treinta veces. Nacen reinos corporativos que se desploman en cuestién de segundos, y en realidad la gente que tra- baja en ellos nunca se da cuenta que sus vidas stiles dependen de de- cisiones casi suicidas. Omar se deleita a veces observando de tan lejos esa guerra de escalas inimaginables. El sélo funciona como mensajero de propuestas, observando las piezas del ajedrez econémico trabar combate, haciendo las veces de simple espectador. A veces, cuando re- gresa del trabajo, Ja idea de participar de verdad le invade, quiere com- prender por qué los biochips ordenan tal o cual movimiento financiero como si fueran reflejos naturales. Lo tinico que tiene de consuelo son Jas (e)’s. La jomada culmina con un mensaje de felicitacién del gerente ge- neral de su zona por no tener una sola falta en seis meses. El mismo mensaje lo estaran viendo sus compaiieros. Esta nota le acumula pun- tos en su archivo curricular; cuando quiera irse de vacaciones podrd en- trar a las zonas de recreo clase C, nada mal para quien Ileva apenas un afio en la Corporacién. También podria tener un par de guardaespaldas, para que la competencia no se lo Ileve, o en el peor de los casos, para que no intenten disecarlo y extraerle los biochips. 179 Antologia de la ciencia ficcién mexicana El pequeiio cronémetro a un extremo de su visidn le marca el tiem- Po que le queda antes de su examen. Piensa que un jalén de (e) no le vendria mal para festejar su nueva victoria. Tras tomar las debidas precauciones ejecuta el procedimiento. Siente una corriente de electri- cidad reptar por su columna hasta explotar en el cerebro, luego, calor entre las piernas; la idea de orinarse en los pantalones le aterra. 70 El médico lo hace esperar unos instantes. La sensacién de haberse meado ha desaparecido. Traga un par de inofensivas pastillas contra el dolor de cabeza para mitigar el susto, el paracetamol se revolver con la adrenalina que tiene esparcida por to- do el cuerpo. Vuelve el inevitable temblor del parpado, Casi se acos- tumbra a él. —Desniidese —ordena el doctor mientras examina en una pantalla la ficha médica de Omar, quien obedece de la manera més lenta que puede. La idea del despido es desechada al pensar en la felicitacién del gerente. ‘Si pasa con alta calificacién el drenaje, podré darse el lujo de pedir sus vacaciones adelantadas y restregérselo en 1a cara a Martinez, a quien le han sido negadas durante cinco afios y medio; sin embargo el coordinador sigue fiel a la Corporacién como desde su primer dia. El médico le da un vaso que contiene un preparaco lechoso, simi- lar a un licuado. Omar Io traga pese al mal sabor, sabe que miles de na- norrobots se esparcirén por su organismo, tomando posiciones en su carne, funcionando como radares, esperando detectar el menor indicio de alguna falta contra las normas del contrato que é! mismo firmé. Con la bata azul como Gnica ropa se introduce en el interior de la maquina de tomografias, que lo envuelve dentro en sus entrafias asép- ticas. Acostado observa una placa de instrucciones en japonés para quienes sean examinados. No necesita leerlas, conoce la rutina de me- moria. Un zumbido se escucha sobre él, desde el organismo acorazado de 1a maquina. Millones de particulas radioactivas atraviesan piel, gra- sa y huesos de Omar, hurgando entre misculos y venas, explorando ese 180 2 tejido blando y delicado que envuelve sus pensamientos y deseos. Por primera vez en mucho tiempo, Omar suefia. La sensacion de pénico ha vuelto. No es bueno, o mejor dicho no puede ser bueno el sofiar en ese instante. Omar se siente mas expuesto que nunca, quiere lorar. Y su paranoia le hace pensar que de alguna forma, por muy impo- sible que fuera, quedan rasteos de (e) en su mente que se negaron a abandonarlo. 8.0 Martinez sonrie. ‘A Omar no le da buena espina. A sus compafieros tampoco. La tl- tima vez que vieron sonreir a un coordinador la oficina vol6, literal- mente, en pedazos. El médico no dijo nada después del drenaje. Todo parecia estar ba- jo control. Le indicé que el resultado estaria mafiana antes de empezar su turno, que se vistiera, le receté una pomada para los moretones en el cuerpo y, ya en confianza, recomend6 que fuera menos pendejo pa- ra bajar las escaleras de su departamento, que {a corporacién tenia mu- cho dinero invertido en él como para perderlo por no usar el elevador. Regresé a su lugar, observando la sonrisa hostil de Martinez, asintien- do con la cabeza cuando le pregunté si todo habia salido bien. El resto del turno pasa sin novedad. Lo Gnico que desea es darse un regaderazo de agua helada, ir a casa, tratar de dormir sin la ayuda de un inductor de suefio, cosa que no hace desde hace mucho tiempo. Piensa en las (e)’s que te vendié ta dealer; la imagen de ella flotando frente a él, una polaroid que se imprime en su mente, imposible de bo- rrar. Al salir del trabajo el relevo le pregunta sobre su examen. “Poca madre”, afirma, no muy convencido por dentro, pero su rostro se es- fuerza por demostrar que ese dfa ha sido uno excepcionalmente bueno en su vida. Y el relevo se lo cree. Al salir de los vestidores encuentra de nuevo a Martinez con su son- risa, casi mecdnica: éste lo observa inquisitivamente. 181 Antologta de ta ciencia ficvién mexicana —Que descanses —el coordinador escupe las palabras en un movi- miento que apenas si desfigura su rostro. Omar vuelve a su cabeceo, intimidado por Martinez. Sale de los vestidores y se dirige al lobby de la empresa, AI salir, hacia el final del corredor, escucha una sonora carcajada. 9.0 La cama parece concreto. Las sdbanas estén empapadas de sudor y Omar se ahoga entre ellas, El esfuerzo por evadir ia necesidad de una descarga de (e)’s se hace cada vez mas indtil. Lo peor es que apenas son las siete de una larga noche. La imagen de Martinez aparece en cada rincén det cuarto. Liora, se sujeta la cabeza mientras alterna sus pensamientos entre la lenta espera de los resultados del drenaje y las trenzas plateadas de la dealer, una combinacién que lo vence poco a poco, haciendo que su mente pida a gritos otra dosis. Y lo peor, piensa entre extraiias pausas que le atacan, es que apenas es lunes. Desecha nuevamente la idea de conectarse a un dispositivo para el suefio, quiere decirle al puto de Da- vid que puede manejarse con las (e)’s. Va al bafio a vomitar bilis y lo que queda de esa purga cibemética que le dieran para su tomografia. La mayoria hab{a salido como diartea horas antes. Una teoria emerge en su mente mientras abraza la fria taza de ba- fio, sobre la probabilidad de que los biochips se hayan hecho depen- dientes de las (e)’s. Un sentido falso de responsabilidad lo ataca. Una dosis, unos cuantos segundos solamente, bastaria para calmarlo y man- tener intactos esos millones de yens invertidos dentro de su cuerpo. No lo medita mucho. Y en las millonésimas de segundo que tarda en hacer efecto la (e), Omar tiene conciencia, después de mucho tiempo, de tener una erec- cién. 182 La calle es siempre un espectaculo. ‘A veces Omar tiene la sensacién de ser el nuimero principal. Pasa por donde encontrara a la dealer, pero de ella ni su rastro. De- sea verla, platicar. No recuerda la dltima vez que platicé con una mu- jer. La dltima descarga de (e)’s lo ha relajado bastante, y piensa que un par de horas mds de vagancia nocturna le bastarén para regresar a su departamento y dormir. —jNo es un poquito tarde para andar paseando? La sangre se le hiela al escuchar la voz de Martinez a su lado, No dice nada, una vez, mds asiente con la cabeza. —Te invito un V8 en Sanborn’s —Martinez lo dice en un tono im- perativo, voz a 1a que Omar esta tan acostumbrado a obedecer. La bandeja pasa gravitando junto a ellos torpemente. Omar toma el V8 con los nervios atin de punta. No es comin que tos coordinadores se mezclen con sus subordinados, Omar sélo espera el siguiente movi- miento de Martinez. —Te he notado un poco raro en los dltimos dias. Una gota de sudor repta por la frente de Omar, no sabe qué decir. —;Has ofdo de lo tiltimo en (e)’s? El golpe esté dado, Omar no sabe si reir o Horar. Intenta ocultar su temor lo mejor que puede, alcanzando a decir un “Nunca he ofdo so- bre eso” que suena como la noticia més falsa del planeta. —No te hagas pendejo. {No te has dado cuenta? Todo es parte del juego. Se supone que debes tomarlas —Omuar no entiende nada—. ‘Ahora saben que lo sé. Ya han tomado una decision. Es indtil hacer na- da. Pero no quiero irme sin haberlas probado. ‘Omar no tiene mas remedio que llevar a Mart{nez a su departamen- to para prestarle sus (e)’s, que tal vez tenga que acabar regalindole, so pena de ser denunciado. Por tener menos de un aiio existe una cléusu- la del contrato donde se especifica que cualquier sospecha de dafio a los bioimplantes se paga con la carcel. 183 a Antologia de la clencia ficcion mexicana Observa cémo Martinez se arranca las ropas ante la primera descar- ga de (€)'s, le resulta extrafio pensar que su coordinador nunca habia probado una. Omar jamds imaging ver a alguien ms en pleno viaje, las {e)’s son algo muy intimo. Es entonces que nota que algo anda definitivamente mal. El calam- bre en su espina dorsal le anuncia que tiene algo que quiere brotar de su mente. Martinez lo pone en riesgo, la sangre abarrota su cerebro mientras lo piensa. Sin darse cuenta, esa conocida sensacién vuelve a i, las pa- tedes le parecen muy estrechas, no sabe dénde ha ido Martinez, aun- que escucha sus jadeos en alguna parte de su departamento. Sabe que no tiene conectada ninguna (e), y eso es lo que le preocupa, porque cl viaje comienza de nuevo. 11.0 Abre los ojos, todo es ascuridad a su alrededor. El reloj digital mar- ¢a parpadeando las cero horas con cero minutos, sefial inequivoca de que hubo una falla de luz en el edificio. Observa la oscuridad del cie- Jo por la ventana abierta y, dadas sus habituales andanzas noctumas, deduce que es poco menos de las cinco de la mafiana. Una réfaga de viento se cuela en la habitaci6n, y Omar, completa- mente desnudo, comienza a temblar de frio. Al ponerse en pie para cerrar la ventana, se apoya en algo blando, que en detinitiva no es su almohada. Truena Ios dedos en espera que la lémpara de mesa se accione autométicamente. Con Ia luz se da cuenta de que Martinez, tendido en el suelo, ha per- dido su sonrisa. El Gnico ojo que le queda a su coordinador est4 desor- bitado, con la vista clavada en el techo. Omar se esfuerza por contener un grito. No recuerda nada. Pero su- Pone que ese fantasma que esté frente a é1, muy parecido a la dealer, le explicaré qué pasé exactamente, Ella tiene un bast6n de descargas eléctricas en la mano. Examina a Omar como a un animal en el zooldgico. 184 —Salieron bastante buenas, ,no? —la dealer pregunta con ironfa. En unos instantes se escucha Ja sirena de una ambulancia, y por la es- trecha puerta de su cuarto entran cinco hombres con uniformes blan- cos, quienes despliegan una camilla junto a Omar. Observa al médico de la corporacién entre los camilleros. En efec- to, los resultados estaban listos antes de empezar la jornada. Entonces Omar sabe que obtuvo una buena calificacién en el drenaje, quizis me- jor de lo que esperaba, de lo que le hubiera gustado. Nunca observaré el parpadeo de Suspensién Definitiva. Material Obsoleto cn la pan- talla de su ficha curricular. Es més barato desechar el equipo obsoleto. Martinez lo sabia. La dealer observa el procedimiento, le gustaba Omar después de to- do. Su trabajo, proporcionar (e)’s a fos operadores. Dejar que fas dro- gas los eliminaran. Martinez, que jams las habia probado, descubrié la operacién. De cualquier manera habia que eliminarlo, ya era una carga para la Corporacién. Omar fue la solucién. Como con los bio- chips, é] s6lo puso la envoltura. Los nanorrobots hicieron el resto. 12.0 El mundo da vueltas. “Adiés vacaciones, adiéds chamba”, piensa Omar. Alcanza a decodificar en la ambulancia las palabras desecho y peligro biolégico. Entiende que él es el desecho. Es més facil y barato encontrarse un cuerpo nuevo. EI staff médico se asegura con electrochoques que la informacién guardada en los bioimplantes se borre. El cuerpo de Omar se estreme- ce, olvida hasta su nombre. Sélo tiene recuerdos que le suenan extra- fios. Sin embargo reconoce ciertos rostros que aparecen fugazmente entre sus ideas inconexas. El concepto del dolor es una amenaza laten- te; una lagrima se escapa ante el parpadeo invoiuntario, ésta resbala por su mejilla lentamente. El médico le inyecta una sustancia que Je paraliza el cuerpo desde el cuello. Busca de inmediato el receptor craneal de Omar, y al encon- trarlo saca de su bolsilio una réplica dei disco de (e)’s que le diera la 185 dealer un par de noches antes. Quiz4s un ultimo arranque de misericor- dia, Omar se sumerge nuevamente en ese universo misterioso, donde los efectos del electronarcético se confunden con las im4genes de David, la dealer y Martinez. A pesar de lo siniestro de su futuro, su rostro no puede reprimir una enorme sonrisa.

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