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El Bien Relativo y La Fuerza De....
El Bien Relativo y La Fuerza De....
LIBERTAD
Antonio Orozco-Delclós
Arvo.net, 23.01.08
Revisión y actualización: 22.072009
Esos errores parecen difundirse más y más; quizá por doble motivo: el decaimiento de
la confianza en la razón y en la fe, y la expansión del ateísmo teórico o práctico. En
consecuencia, el subjetivismo y el pragmatismo éticos encuentran vía cada vez más
ancha hasta desembocar en las formas extremas de permisivismo caótico.
El laberinto permisivo
En tal coyuntura, las piruetas para conjugar el vicio con el orden son realmente
circenses. Parece bien, por ejemplo, que alguien, en abuso de su libertad, se
emborrache; pero disgusta que, borracho, estrangule a su cónyuge o el de su vecino.
No se lamentarían de que haya drogadictos con tal de que éstos se ganaran
honradamente los enormes dineros que cuesta cada «ración». Se exaltar la liberta
característica de una mal llevada adolescencia y se pretende a la vez que el resultado
sea una sociedad con un sentido adulto de la responsabilidad. Se quiere el acto malo
por ser libre y no se quieren las consecuencias naturales, inevitables del mal uso de la
libertad. El mal absoluto sería la «represión» (palabra odiada, si las hay) y tampoco
parecen buenas las consecuencias de las faltas de represión. Pensemos en el caos
educativo al que ha conducido el permisivismo, la carencia de autoridad, en tantos
colegios de enseñanza media.
Algo habrá que reprimir, claro es, pero subrepticiamente, sin que se note, de modo
vergonzante, con disimulado rubor. Habrá que comprender, más aún, defender, que el
hombre sea «un poco» ladrón, «un poco» asesino, «un poco» violador, tratando de
evitar que lo sea «mucho», no vaya a alterar demasiado el orden de la vía pública. En
tales laberintos sin salida se atrampa el relativismo, falto de un criterio objetivo de
bondad, que permita discernir, al menos en las cuestiones fundamentales, el bien y el
mal antes de la praxis, que por cierto, ha sido ya abundante a lo largo de la historia de
la humanidad. Como no se estudia Historia en los colegios, como se escamotean
episodios y épocas de enorme envergadura y calado, no se sabe lo que pasó, no prevé
lo que pasará. La Historia sigue siendo maestra de la vida, cuando se estudia sin
manipulación, tal como es, tal como podemos conocerla, al menos por aproximación.
La libertad resulta una libertad desmochada, mutilada por lo alto y por la base;
disminuida, reducida a la «posibilidad-de-hacer-sin-trabas-lo-que-me-venga-en-gana»,
excluyendo lo exclusivo de la libertad propiamente humana, de poder llegar a ser lo
que se debe ser, dueño y señor de sí mismo y de la propia situación, con aptitud de
disponer de sí mismo en orden a la consecución de lo que confiere a la vida en el
mundo, su verdadero y gozoso sentido: lo que está más allá de este mundo, de este
tiempo, de este espacio, de esta situación, es decir, la Verdad originaria, Bondad
fontal, Amor supremo.
La fuerza de la libertad
Como indicaba Juan Pablo II, un «hombre puede estar condicionado, apremiado,
empujado por no pocos ni leves factores externos; así como puede estar sujeto
también a tendencias, taras y costumbres unidas a su condición personal. En no pocos
casos dichos factores externos e internos pueden atenuar, en mayor o menor grado,
su libertad y, por lo tanto, su responsabilidad y culpabilidad. Pero es una verdad de fe,
confirmada también por nuestra experiencia y razón, que la persona humana es libre.
No se puede ignorar esta verdad con el fin de descargar en realidades externas --las
estructuras, los sistemas, los demás-- el pecado de los individuos. Después de todo,
esto supondría eliminar la dignidad y la libertad de la persona, que se revelan --
aunque sea de modo tan negativo y desastroso-- también en esta responsabilidad por
el pecado cometido. Y así, en cada hombre no existe nada tan personal e intransferible
como el mérito de la virtud o la responsabilidad de la culpa» (2).
Un ilustre científico afirmaba hace poco: «Estoy convencido de que incluso dentro del
ser manipulado hay suficiente remanente de este factor llamado libertad que existe en
la conducta humana. Mientras se da un estado de conciencia es muy difícil asegurar
que está anulada la libertad. Incluso cuando está muy disminuida o casi anulada,
siempre hay suficiente remanente de libertad y de responsabilidad para amar a Dios,
que es el principio de la santidad. Por eso estoy seguro que tanto un depresivo como
un neurótico pueden aspirar a ser santos, a pesar de su neurosis o depresión». De otra
parte, «por lo que se refiere a la libertad interna, a lo que uno quiere dentro de sí
mismo, pienso que es casi imposible que el dolor llegue a anular completamente la
libertad de un individuo, aunque puede afectar mucho su personalidad: cuando se
trata, sobre todo, de dolores crónicos puede llegar incluso a un cambio de
personalidad, pero sin que esto signifique pérdida de la libertad» (3).
El mundo puede aplastar al hombre, pero --decía Pascal--, aún entonces el hombre lo
trasciende, porque sabe que está siendo aplastado, mientras que el mundo lo ignora.
Por eso incluso en situaciones degradantes, el hombre sigue siendo dueño de sus actos
más íntimos y puede optar por abandonarse a la abyección o por afirmarse en su
humanidad. Los campos de concentración --nazis y comunistas-- lo han puesto de
relieve innumerables veces.
Con una mayor dosis de vigor intelectual (meta-físico), Marx hubiera podido concluir,
de sus propias palabras, una gran afirmación de libertad, porque si el hombre es
«consciente de la necesidad» sólo puede serlo por no estar del todo inmerso en la
necesidad. Está en ella y también más allá. El que duerme no puede distinguir entre la
realidad y el sueño. En cambio, el que está despierto juzga y distingue entre lo real y
lo soñado. Nos hallamos a la vez «situados» y más allá de nuestra situación. Nos
podemos ver como desde arriba o desde fuera y, hasta cierto punto --punto muy
importante—dominar nuestra situación dándole un sentido. Así, el hombre puede, por
ejemplo, sentir una pasión fortísima que le impele a matar, a robar, a adulterar, etc.
Pero si conserva su consciencia de sí, es capaz de resistir el impulso, negarse a
cometer el robo o el crimen. Pensar que la situación o circunstancia --la pasión-- puede
resultar más fuerte que la libertad, es la negación práctica de la libertad, de la
trascendencia del hombre respecto al cosmos, de su dignidad radical.
Meta-datos y Meta-física
Los que manejamos un poco Internet y las páginas web, como ésta, sin ir más lejos,
sabemos que además de los datos que el lector, usted, por ejemplo, ve en la pantalla,
el constructor de la página web ha introducido otros datos que usted no ve. Se llaman
«meta-datos». Están ocultos, pero a poco que averigüemos cómo es posible que los
buscadores encuentren nuestra página web, incluso quizá antes que otras parecidas,
sabremos que se debe al acierto de los «meta-datos». No es un misterio. No es difícil
conocerlos. Están ahí. Se pueden ver, haciendo clik en alguna pestaña del navegador.
Si usted no se molesta en averiguarlo, nunca lo sabrá. Le hablarán de meta-datos y no
entenderá nada, es más, es posible que no quiera saber nada de ellos. Puede ser que
se pase la vida navegando por Internet y se muera sin saber que ha sido posible en
parte gracias a los meta-datos. Sin embargo, saberlo, le ilustraría sobre muchas cosas
de cómo funciona la Red. Le abriría muchos interrogantes que usted libremente podría
continuar desentrañando o no. Los que desprecian la Metafísica, y me refiero a la gran
Metafísica que arranca de los clásicos griegos como Aristóteles, son sencillamente
ignorantes de lo que las cosas «son». Se pueden quedar en la ignorancia del «ser» de
las cosas y de lo que es absolutamente indispensable para explicar ese «ser» de las
cosas, el «Ser Absoluto» , es decir, Dios. ¿Es difícil conocer que Dios existe? ¡No! Pero
no debemos empeñarnos en buscarlo con métodos físicos, matemáticos o biológicos,
sino «meta-físicos». La «meta-física» no es difícil, al menos en sus elementos básicos.
Los niños tienen mente metafísica. No sólo se preguntan el cómo de las cosas, sino
también el «por qué son» y «como se explica que sean». Son pocos los principios que
deben conocerse y no es difícil conocer que el todo es mayor que la parte, que una
cosa no puede ser y no al mismo tiempo y bajo el mismo respecto, que todo lo que
llega a ser es causado, etc. Eso sí, hay que utilizar los principios de suyo evidentes y
las experiencias inmediatas con rigor lógico. Sin precipitación y a ser posible con
buenos maestros. Sólo sobre la base de una sencilla «meta-física», podemos iniciar
una antropología sólida y desde ahí una ética racional. Todos somos metafísicos aún
sin pretenderlo. También los que niegan la posibilidad de la metafísica. Los que
cultivan la ciencia positiva, los fenomenólogos, los relativistas, los subjetivistas, todos.
Lo que les sucede es que no se dan cuenta del momento en que se deslizan en el
terreno metafísico y entonces incurren en contradicciones que un niño podría
desbaratar con la «meta-física natural» que posee naturalmente la mente humana.
A la luz de lo que llamo metafísica natural, algo así como el sentido común no
ingenuo, los materialismos y subjetivismo en general aparecen con sus puntos débiles
al desnudo. Surge un verdadero sentido ético de la vida, fundado en el natural señorío
para el que ha sido creado el ser humano. Se comprende en su pleno sentido lo que se
lee en la Sagrada Escritura: «Dijo Dios: Hagamos el hombre a imagen nuestra, según
nuestra semejanza, y dominen en los peces del mar, en las aves del cielo, en los
ganados y en todas las alimañas, y en toda sierpe que serpea sobre la tierra» (5).
Nace la formidable pasión por la libertad íntegra, ancha y trascendente, con nervio
teleológico, es decir, con sentido de larguísimo alcance, con un por qué y para qué
divinos. La libertad aparece en su justo valor. Valor de medio para realizar la verdad,
la bondad, la belleza, el amor, la justicia, en toda circunstancia, en cualquier situación,
aunque para ello sea preciso empeñar la vida. Los mártires han sido --y siguen siendo-
- no sólo los grandes testigos de la fe, también los grandes testigos de la libertad y de
la razón.
A la luz de la fe
Sin embargo una ética semejante no puede «consolar» ni a Dios ni al hombre que
ama a Dios. Quien ama no se satisface diciendo: «no puedo dejar de ofenderte, no me
lo tengas en cuenta». Quien ama a Dios aspira a la justicia en sentido bíblico, es decir,
a la santidad. Y Dios en su infinita misericordia ha querido que podamos satisfacer
toda justicia (11). Se ha hecho hombre para redimirnos, rescatarnos del poder del
demonio y del pecado, y conquistarnos con su Sangre la gracia salvífica, que aniquila
las culpas y nos confiere vida y fuerza divinas, aptas para vencer todo mal, no sólo por
largo tiempo, sino durante la vida entera. Cristo, con su vida, pasión, muerte y
resurrección nos redime, nos libera tan profunda y radicalmente que nos libra también
de toda ética de situación, y de la hiriente humillación que supondría la salvación por
seudomisericordia, es decir, dejando al hombre en la injusticia, corriendo un tupido
velo sobre su miseria y "haciendo la vista gorda".
La liberación radical
Bien claro lo dice San Pablo: «no habéis sufrido tentación superior a la medida
humana. Y fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes
bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito» (14). Es la Ley
perfecta de la libertad. No estamos condenados a obrar el mal: «la vida que está en
Cristo Jesús te ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. Pues lo que era
imposible para la Ley (antigua), al estar debilitada a causa de la carne, (lo hizo) Dios
enviando a su propio Hijo en una carne semejante a la carne pecadora, y por causa del
pecado, condenó al pecado en la carne, para que la justicia de la Ley (nueva) se
cumpliese en nosotros, que no caminamos según la carne sino según el Espíritu» (15).
Ahora bien, es obvio que la libertad perfecta en estado puro no es cosa que se consiga
en este mundo. Es una tarea conjunta de la gracia de Dios y de la libertad de la
criatura en esforzada ascensión perfectiva. Dios que te ha creado sin ti, no te salvará
sin ti, dice san Agustín. La libertad perfecta en la ética perfecta de la libertad la
poseemos en esperanza: Spe salvi, es el título de la segunda Encíclica de Benedicto
XVI: «Spe salvi facti sumus» – en esperanza fuimos salvados, dice san Pablo a los
Romanos y a nosotros (Rm 8,24).» Así comienza la Encíclica. Y continúa: «el
Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una
comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del
futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le
ha dado una vida nueva.» (n.2) Por «la fe, de manera incipiente, podríamos decir « en
germen » –por tanto según la «sustancia»– ya están presentes en nosotros las
realidades que se esperan: el todo, la vida verdadera.» (n.7) y con ella la libertad
verdadera; no ciertamente en plenitud, pero parcialmente, de un modo compatible con
defectos y miserias, de las que va liberándose el que anda el camino de la santificación
hasta llegar a lo que Juan evangelista afirma con rotundidad desde la altura del amor
en el que vive: «Todo el que ha nacido de Dios no peca, porque el germen divino
permanece en él; no puede pecar porque ha nacido de Dios» (1 Jn 3,9). Tan poderoso
es el "germen divino", la divinización de aquel que ha permitido a Dios el desarrollo de
la semilla de la Palabra (Verbo, Logos) sembrada en su campo interior.
Ahora bien, el mismo Juan dice: «Si decimos: “No tenemos pecado”, nos engañamos
y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él
para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos: “No hemos
pecado”, le hacemos mentiroso y su Palabra no está en nosotros.» (1 Jn 1, 8-10). Por
lo tanto el "no peca" es compatible en la tierra con el "tener pecado". Sucede que
estamos salvados en esperanza, es decir, poseemos ya, pero no total sino
parcialmente lo que esperamos. Lo suficiente para estar ciertos y crecer en señorío y
libertad. Lo bastante para poder decir: estamos salvados, ha acontecido nuestra
liberación, nos hallamos más cerca de la perfecta libertad, el Amor llena más nuestro
corazón. Un amor omnipotente, con poder sapiente, belleza suma, sabiduría amorosa,
amor eternamente fiel. «La fe otorga a la vida una base nueva, dice Benedicto XVI, un
nuevo fundamento sobre el que el hombre puede apoyarse, de tal manera que
precisamente el fundamento habitual, la confianza en la renta material, queda
relativizado. Se crea una nueva libertad ante este fundamento de la vida que sólo
aparentemente es capaz de sustentarla, aunque con ello no se niega ciertamente su
sentido normal. Esta nueva libertad, la conciencia de la nueva «sustancia» que se nos
ha dado, se ha puesto de manifiesto no sólo en el martirio, en el cual las personas se
han opuesto a la prepotencia de la ideología y de sus órganos políticos, renovando el
mundo con su muerte...». Se manifiesta también en las situaciones más ordinarias,
cuando decidimos libremente abandonarnos a nuestra comodidad o prestar atención a
los detalles materiales que hacen más agradable la vida a los demás o incluso a
aquellos que sin ser vistos contribuyen justamente a mantener enhiesto el sentido de
la propia dignidad personal: un modo de sentarse, de comer, de vestir, de hablar, de
trabajar, de relacionarse con las personas y las cosas. Pequeñas cosas de valor y
trascendencia incalculable. En éstas se perfecciona la libertad y se prepara para las
grandes decisiones que conducen a su plenitud en la vida eterna. ♦
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SABER LO QUE ES BUENO
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Notas
(5) Gen 1, 2;
(9) Jn 8, 34;
(10) 1 Jn 3, 8; cfr. 2 Ped 2, 19; Ef 2, 2;