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Es una gran realidad que ya nuestra sociedad no necesita docentes que solo sean
unos “dadores” de clases, es decir, que piensen en sus estudiantes como simples
depositarios de información. El mundo ha cambiado, si queremos información
contamos con buscadores de información en la web: Google, Yahoo, Bing,
Altavista, Ask, entre otros.
El concepto de maestro cambió. Por ejemplo, comparar un auto deportivo del año
1950 con uno de la época actual ¿es el mismo? No. La respuesta casi automática
es negativa, porque, aunque conserva los mismos elementos de su estructura, el
modelo, el sistema electrónico, de combustión, motor y acabados son totalmente
diferentes. ¿Qué pasa entonces con la educación? Nuestras naciones, y
especialmente Latinoamérica, muestra una estructura educativa casi que
intocable, planes y programas que, aunque se les cambie el nombre, siguen
siendo la misma estructura. ¿Por qué si una industria cambia, nuestra industria del
conocimiento sigue siendo la misma? Si comparamos el llamado Manifiesto
Liminar escrito por Deodoro Roca en el año 1918, observamos su actual vigencia.
¿Es que acaso la educación, así como su estructura, no cambia?
En pleno siglo XXI, invadidos por la globalización del conocimiento, donde lo que
mueve al mundo es la invención, el descubrimiento, la creación, producción del
conocimiento, no podemos seguir teniendo un sistema educativo obsoleto donde
se considera al estudiante un aprendiz que recibe conocimiento por parte de su
profesor, y por el otro extremo un docente que solo mira a sus estudiantes como
unos referentes pedagógicos. El docente que exige nuestra sociedad es un
docente que no solo sea docente, es un docente que sea capaz de innovar, de
crear, de descubrir el conocimiento propicio para el desarrollo y la transformación.
Este docente es el docente-investigador, es este el docente por el cual nuestras
universidades deben luchar, es el docente crítico, analítico y creador que
necesitamos.