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Félix de Azúa, o cómo

denunciar la corrupción del


lenguaje corrompiendo
el lenguaje

No conozco el pensamiento político de Félix de Azúa, sino solo su faceta literaria, que
considero admirable. Su última columna de opinión me ha llegado, además, por accidente,
pues suelo elegir fuentes más especializadas para formarme una idea sobre la actualidad
política. Quizás otro más conectado con lo que Azúa y otros escritores vierten hoy en los
diarios no se hubiera llevado una sorpresa como la mía cuando he leído su
artículo publicado el 3 de marzo en El País. Quizás, imagino, otros más curtidos en las
prácticas habituales en nuestros medios no hubieran levantado ni la ceja. A mí me ha
parecido repugnante.

En su texto, que puede leerse aquí íntegro, el escritor quiere hablarnos de la “la fatiga de los
materiales lingüísticos” en la vida política española, teoría propia que nos explicará con la
ayuda del enfoque de un libro sobre el uso del lenguaje de los nazis: La lengua del Tercer
Reich. Sustentándose en la terminología política actual, el autor sostiene que la política
española ha alcanzado una corrupción del lenguaje similar a la Alemania nazi, desde el
evasor de impuestos al asambleario.
El artículo de Azúa mantiene esa línea hasta dar la razón a la afirmación que titula este post.
Y es que para denunciar el crimen, Azúa decide cometerlo; es decir, que para denunciar la
corrupción del lenguaje, corrompe el suyo propio, valiéndose de las mismas trampas
retóricas que trufan las comunicaciones demagógicas de la política y el sensacionalismo en
general. Tanto es así que podría escribirse un pequeño manual de manipulación del
mensaje extrayendo casos del propio texto del escritor. Me he propuesto demostrarlo:
Regla número 1º. No trates de basar tus argumentos en un conocimiento profundo y
documentado de las cosas, pues no vas a convencer enseñando algo nuevo a las personas,
sino poniendo palabras a sus prejuicios, siempre basados los aspectos más superficiales de
la realidad.

La primera vez que les vi [a los líderes de Podemos]en pantalla se cogían por los hombros y
se balanceaban cantando una canción de Lluis Llach que ya era cursi cuando triunfaba
entre los colegiales de hace 50 años. Un partido revolucionario que usa como música de
fondo a la Sarita Montiel del separatismo catalán no puede llegar muy lejos.
Regla número 2º. Crea un juicio común y absoluto. Evita cualquier matiz, cualquier
diferenciación, cualquier excepción que pueda hacer peligrar una regla única y simple. Y
cuanto tu monstruo englobe a todo el sistema, te habrás ganado el prurito de
“independiente”.

Así pues, no hay un lenguaje inteligible en la política actual y el que se usa o bien es
grotescamente demagógico o está vacío de todo contenido.
Regla número 3º. Radicaliza tus juicios con pasión, pues no apelas al juicio, sino a las
emociones.

Resulta cansino repetir que fue el Gobierno de Zapatero, el peor dirigente que ha
soportado España desde Fernando VII, quien desató la furia depredadora de los bancarios.
( ¿Han escuchado alguna vez a un historiador serio inmiscuirse en un concurso semejante?
¿Tiene sentido que Azúa considere por omisión a Franco mejor dirigente que a Zapatero?)

Regla número 4º. Juega con la retórica para forzar relaciones entre tu objetivo y las cosas
más abyectas y degradadas que se te ocurran. La idea de que los objetos comparados son lo
mismo se irá deslizando por si sola.

Durante la Revolución Francesa hubo un tiempo en el que tuvieron un gran poder los
puros, los moralistas. Se dedicaron a matar, claro, pero también a destruir las obras del
“lujo corruptor”, es decir, iglesias, palacios, estatuas, cuadros o jardines, como los
actuales islamistas del EI. Un parlamentario que podría ser español, Babeuf, proponía la
supresión de toda educación ya que contribuía a incrementar las desigualdades. Es decir,
la diferencia entre tontos y listos. Esta encomiable pureza moral y amor por una “vida
sobria y sencilla” recuerda aquel sermón de Arnaldo Otegui cuando decía que una vez
separados de España, los jóvenes vascos en lugar de estar delante de un ordenador
corretearían por los montes y valles de la patria. El lenguaje de esa izquierda española es
puro catolicismo corrompido.
(La izquierda española a la que lleva refiriéndose durante todo el artículo es toda la
izquierda española visible, de Podemos al PSOE)
Regla número 5º. Conviértete en un espejo de los ataques de tu enemigo. Si te llama
corrupto, llámale corrupto. Si te llama rancio conservador, tú le dices…

Peor aún, la extrema izquierda o su fantasmagoría, ya sólo sabe usar el lenguaje de la


Iglesia para explicar sus quimeras, las cuales consisten en acabar con quienes no superen
el examen de pureza de sangre (la casta), aplastar a los ricos (aunque aún no los califican
de lujuriosos y violadores) y llamar benditos a los hijos de Dios, los santos inocentes, los
pobres o como quiera llamárseles. Sentimentalismo burgués pasado por la sacristía.
Regla número 6º: dibuja un panorama desolador. El fatalismo es un valor refugio en época
de crisis.

Fue Víctor Klemperer en su fascinante La lengua del Tercer Reich (hay una selección en la
editorial Minúscula) quien dio cuenta de cómo se iba corrompiendo el lenguaje y hasta qué
punto las expresiones cotidianas ya no tenían ningún sentido a medida que los nazis
avanzaban sus posiciones. En aquel caso un hecho sin precedentes, el ascenso de una
fuerza política demente, estaba en la raíz de la transformación, algo que de un modo más
ligero y trivial se está produciendo en Cataluña.
En fin, no hace falta agotar todos los ejemplos para concluir con lo evidente. Pese a la
maestría con que el escritor usa el lenguaje, pese a la apariencia de rigor que da al texto con
sus citas de autores sólidos, al final su artículo no se trata más que de una versión sublimada
de columnismo amarillo. Ha logrado que nos alarmemos sí, pero de la degradación del
lenguaje público en su columna y, por extensión, en medios de opinión política donde se
consideran adecuadas estas intervenciones. Al fin y al cabo; se trata de una
exigencia intelectual, y vital: para denunciar la corrupción, lo primero es no convertirte en
lo que denuncias.

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