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SAN AGUSTÍN (354 - 430)

1. SAN AGUSTÍN. CONTEXTO HISTÓRICO Y FILOSÓFICO


1.1 MARCO HISTÓRICO DEL PENSAMIENTO DE SAN AGUSTÍN
El Cristianismo tuvo su origen en Judea (Palestina) que, en aquel momento,
era una provincia romana. Las doctrinas cristianas se extendieron por todo el Imperio
Romano desde el siglo I hasta comienzos del II de nuestra era.
Esta religión defendía la idea de un único Dios verdadero y transcendente, lo
cual provocó entre los romanos reacciones, que acabaron en persecuciones, al
considerar a los cristianos como impíos, por rechazar los dioses tradicionales y la
divinidad del emperador.
Durante los tres primeros siglos de nuestra era, el Cristianismo adquirió un
gran desarrollo, especialmente en las provincias orientales. En el año 313 el
emperador Constantino promulgó el Edicto de Milán y dotó a la religión cristiana
de los mismos derechos que a todas las demás.
El emperador Constantino, ejerciendo funciones de jefe de la Iglesia, convocó
el Concilio de Nicea, en el año 325, para resolver el conflicto teológico entre el
arrianismo (que no consideraba que Jesús fuera Dios) y el catolicismo (que
defiende la naturaleza divina y humana de Jesús). Este concilio declarará como
doctrina verdadera la católica.
Con el emperador Teodosio (347-395) "El Grande", en virtud del Edicto de
Tesalónica, del año 380, el Cristianismo pasó a convertirse en la religión oficial del
Imperio Romano. A su muerte, el Imperio quedó dividido entre sus hijos, de forma
que Arcadio (395-408) sería emperador de Oriente y Honorio (395-423), de
Occidente.
El Imperio Romano de Oriente sobreviviría mil años más, pero el Imperio
Romano de Occidente sucumbió a causa de las invasiones bárbaras que, partiendo del
norte, iban poco a poco infiltrándose a través de los limes del Imperio.
Siendo emperador Honorio, en el año 410, los visigodos, bajo el mando de
Alarico, asaltaron y saquearon Roma. Los vándalos, que habían llegado a la Galia y a
Hispania en el año 409, y que saqueaban sistemáticamente los territorios a su
alcance, cruzaron el estrecho de Gibraltar y llegaron hasta Numidia y el África
Proconsular, provincias romanas en el Norte de África. San Agustín murió en 430,
durante el asedio de la ciudad de Hipona por los vándalos.
En 476 no había ya, en las antiguas provincias de Occidente, sino reinos
bárbaros. Por esa razón, se considera el año 476 como la fecha que marca la
caída del Imperio Romano de Occidente y que da comienzo a la Edad Media.

1.2 MARCO FILOSÓFICO DEL PENSAMIENTO DE SAN AGUSTÍN


La aparición del cristianismo en el Imperio Romano se realizó en un
momento de profundos cambios culturales que se manifestaron en el auge de las
religiones orientales. En lo que se refiere a la Filosofía, la tradición racionalista
griega quedó reducida a sistemas éticos. El aumento de la inseguridad, tanto
personal como en relación con el futuro del Imperio, fomentó la sensibilidad
religiosa de los individuos.
En esta época las corrientes filosóficas se entrecruzan con los movimientos
religiosos dando lugar a un sincretismo, esto es, a la creación de un
pensamiento en el que se reúnen elementos de diversos orígenes.
Una de las innovaciones más importantes del pensamiento cristiano es el
concepto de creación a partir de la nada. Esta idea de creación es extraña a la
filosofía pues para la razón resulta inconcebible que a partir de la nada aparezca
algo. Todo ser surge de otro, pero no de la nada.

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El cristianismo aporta también una nueva visión de la historia. Frente a la
visión cíclica griega, el cristianismo propone una visión lineal de la historia,
que culminará al final de los siglos y en la que Dios va dirigiendo todo el proceso.
La necesidad de transmitir el mensaje de salvación impulsará al
cristianismo a ahondar en la Revelación, buscando el modo en que este
mensaje se pueda hacer comprensible para los demás hombres. Esto llevará a
un acercamiento del cristianismo a la filosofía griega. Teniendo en cuenta que la
filosofía se presenta como un discurso sometido a la razón, mientras que el
cristianismo se basa en un mensaje revelado, se plantea un problema que
reaparecerá constantemente a lo largo de la historia de la filosofía cristiana: las
relaciones entre la fe y la razón.
Los principales movimientos filosóficos no cristianos que encontramos en
esta época son los siguientes:
I. El estoicismo, que defiende que la felicidad se ha de buscar y
encontrar en el interior del hombre. El sabio se preocupa por su alma,
por desterrar de ella las pasiones o afectos (apatía) y seguir los dictados de
su razón y de la naturaleza llevando una vida virtuosa.
II. El gnosticismo (gnosis = conocimiento), que defiende la creencia en
el poder salvador del conocimiento. Los gnósticos distinguen el auténtico
yo (pneuma = espíritu), que proviene del mundo divino, de la psique
(alma), que consiste en la fuerza vital de los sentidos, de las pasiones y de
las apetencias. La gnosis es el conocimiento de nuestra condición de
extranjeros en el mundo y del origen celeste del yo, y también el
conocimiento del camino para liberarse de este mundo. Este conocimiento
confiere al gnóstico la conciencia de su superioridad sobre el mundo. La
gnosis no fue combatida como si fuese una religión extraña, pagana, en la
que se hallen en peligro de caer los cristianos. No eran considerados
paganos sino “herejes”. La ortodoxia no existía en un principio sino que
fue formándose a través de polémicas internas.
III. El neoplatonismo fundado por Plotino (205-279) cuya obra Enéadas
tuvo mucha importancia en la conversión intelectual de San Agustín, ya
que no sólo le permitió aceptar la idea de una realidad inmaterial, sino que
el concepto de Plotino del mal como privación (ausencia de bien) permitió a
San Agustín solucionar el problema del mal sin tener que recurrir al
dualismo maniqueo. La doctrina central de Plotino es su teoría de la
Trinidad compuesta del Uno, el Nous y el Alma. El Uno es indescriptible,
ya que es la unidad, lo más grande, hasta tal punto que a veces le
denomina el propio autor como Dios. El Uno está más allá del Ser y, por lo
tanto, no hay ninguna definición que describa positivamente al Uno y
Plotino opta por la vía negativa: elude su comprensión. El siguiente
elemento es el Nous. El Uno sería el Sol y la Luz el Nous. La función del
Nous como luz es la de que el Uno pueda verse a sí mismo. El último
elemento es el Alma la cual es de naturaleza doble. En un extremo está
ligada al Nous. En el otro extremo se asocia con el mundo de los sentidos,
del cual es creadora. Por tanto Plotino considera a la Naturaleza (mundo
físico) como una emanación hacia abajo del Alma.
IV. El maniqueísmo sostiene un riguroso dualismo: la luz es la fuerza del bien
y toda materia es mala. Por eso prescribe la absoluta abstinencia de todo lo
material (carne, vino) y condena el matrimonio. Mani, fundador del
maniqueísmo creía que se había perdido la verdadera doctrina de Jesús.
Se consideraba enviado de Jesucristo para traernos de nuevo su olvidada
doctrina.

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En cuanto a la llamada filosofía cristiana podemos decir que es el resultado
de un proceso largo de formación que tiene diversas etapas:
1. En un primer momento, los escritos, conocidos con el nombre de Nuevo
Testamento, eran de carácter interno y estaban destinados a dar a
conocer la vida de Jesús y los hechos de los apóstoles a los fieles.
2. A partir del siglo II aparecen las Apologías. Surgen en momentos de
persecuciones donde los escritos apologéticos son usados para defender la
nueva religión.
3. La Patrística, un tercer tipo de escritos que van apareciendo desde el siglo
III al VIII. Su finalidad es la exponer en ellos la doctrina cristiana. Son, en
este sentido, los iniciadores de la filosofía cristiana. Según sea la lengua
utilizada por los autores para redactar sus obras, se puede hablar de
Padres griegos y latinos.
a. La patrística griega, durante los siglos III y IV, llevó a cabo una
labor de acuñación de los conceptos filosóficos cristianos a partir de
los usados entre los griegos, sobre todo, los relacionados con el
platonismo. Son figuras de este movimiento Basilio El grande y
Gregorio Nacianceno, ambos del siglo IV.
b. La patrística latina cobró importancia a partir de la mitad del siglo
III, cuando el latín reemplazó al griego como lengua litúrgica en
Occidente. San Ambrosio (340-397), que fue arzobispo de Milán,
San Jerónimo (347-420), que hizo una traducción de la Biblia al
latín conocida como la Vulgata, San Gregorio (540-604), que fue
Papa, San Isidoro de Sevilla, en el siglo VII, y San Agustín son
los máximos representantes de esta corriente.

2. BIOGRAFÍA DE AGUSTÍN DE HIPONA (354 - 430)


Aurelio Agustín nació el año 354 en Tagaste, ciudad situada en la antigua
provincia romana de Numidia (la actual Argelia). Hijo de Patricio, un pequeño
propietario rural, y de Mónica, nació en el seno de la familia con una posición
económica desahogada, lo que le permitió acceder a una buena educación. Sus
primeros estudios los realizará en Tagaste, continuándolos, el año 365, en la cercana
ciudad de Madaura; a partir del año 370 estudiará en Cartago, dedicándose
principalmente a la retórica y a la filosofía.
Pese a los esfuerzos de su madre, Mónica, que le había educado en el
cristianismo desde su más tierna infancia, Agustín llevará en Cartago una vida
disipada, orientada hacia el disfrute de todos los placeres sensibles. En esa época
convivirá con una mujer con la que tendrá un hijo.
La lectura del Hortensio de Cicerón le causara una honda impresión que le
acercará a la filosofía, adhiriéndose a las teorías de los maniqueos, hacia el año 373.
Luego de un año en Tagaste, donde enseñará retórica, regresa a Cartago, donde
abrirá una escuela en la que continuará sus enseñanzas hasta el año 383. Al final de
su estancia en Cartago visitó la ciudad un conocido obispo maniqueo llamado Fausto.
Agustín no halló en sus palabras la solución a sus dificultades intelectuales, por lo que
su fe en el maniqueísmo comenzó a resquebrajarse.
Ese mismo año se trasladará a Roma, y luego a Milán, donde enseña retórica.
De nuevo la lectura de Cicerón, ya abandonado el maniqueísmo, le acercará al
escepticismo de la Academia nueva, hasta que escucha los sermones del obispo de
Milán, Ambrosio, que le impresionarán hondamente y le acercarán al cristianismo. En
este período descubre también la filosofía neoplatónica, leyendo las traducciones
que había hecho de Plotino al latín Mario Victorino.
La intensa lucha moral culmina en la famosa escena que tuvo lugar en el jardín
de su casa, cuando San Agustín oyó la voz de un niño que, desde lo alto de un muro,

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gritaba una y otra vez Tolle lege!, Tolle lege! (Toma y lee) Abrió al azar el Nuevo
Testamento y fue a dar con las palabras de San Pablo en la epístola a los Romanos
(Nada de comilonas ni borracheras; nada de lujuria y desenfrenos, nada de
rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de
la carne para satisfacer sus concupiscencias) que decidieron irreversiblemente su
conversión moral en el año 386.
Ese mismo año se establecerá en Casiciaco, cerca de Milán, con su madre, su
hijo y algunos amigos, y comienza a escribir sus primeras Epístolas. El año siguiente
se bautiza en Milán y opta por una vida ascética y casta. Tras la muerte de su madre,
se traslada a África el año 388, estableciéndose en Tagaste donde fundará un
monasterio en el que permanecerá hasta el año 391. Dicho año se trasladará a
Hipona donde será consagrado sacerdote por el obispo Valerio.
En Hipona fundará otro monasterio y desarrollará una fecunda actividad
filosófica y religiosa, destacando el carácter polémico contra las diversas herejías a
las que se enfrentaba el cristianismo (maniqueísmo, donatismo, pelagianismo y
arrianismo)

El año 396 es nombrado obispo auxiliar de Hipona por Valerio, pasando a ser
titular tras la muerte de éste. En los años 418 y 422, en plena descomposición del
imperio tras el saqueo de Roma por Alarico, participa en el concilio de Cartago y
continúa su activa producción filosófica y religiosa que abarcará más de 100
volúmenes, sin contar las Epístolas y Sermones. El año 430, estando sitiada Hipona
por las huestes de los vándalos de Genserico, morirá, poco antes de que la ciudad
fuera completamente arrasada.
Las principales herejías que combatió San Agustín fueron las siguientes:

o El donatismo: movimiento religioso cristiano iniciado en el siglo IV en


Numidia, que nació como una reacción ante el relajamiento de las
costumbres de los fieles. Iniciado por Donato, obispo de Cartago,
aseguraba que sólo aquellos sacerdotes cuya vida fuese intachable podían
administrar los sacramentos, y que los pecadores no podían ser miembros
de la Iglesia. Era un movimiento cismático fundado sobre el principio de la
absoluta intransigencia de la Iglesia frente al Estado. La Iglesia es una
comunidad de perfectos que no debe tener contacto con las autoridades
civiles.
Contra el donatismo, Agustín afirma la validez de los sacramentos
independientemente de la persona que los administra. Es Cristo quien obra
directamente a través del sacerdote y confiere eficacia al sacramento que
él administra. Además, la comunidad de los fieles no puede ser restringida
a una minoría de personas que se aíslan de la humanidad.

o El pelagianismo: doctrina que negaba la existencia del pecado original,


falta que habría afectado sólo a Adán; por tanto la humanidad nacía libre
de culpa y una de las funciones del bautismo, limpiar ese supuesto pecado,
quedaba así sin sentido. La doctrina se denomina así por Pelagio, monje
britano que vivió entre los siglos IV y V d. C. y que sufrió una dura
persecución por parte de la Iglesia de Roma a causa de sus ideas heréticas.
Para Pelagio, el hombre es naturalmente capaz de obrar virtuosamente sin
necesidad del socorro extraordinario de la gracia. Pero esta doctrina
conducía a tener por inútil la obra redentora de Cristo. Si el pecado de
Adán no ha puesto al hombre en la imposibilidad de salvarse con sus solas
fuerzas, el hombre no tiene evidentemente necesidad de la ayuda
sobrenatural, que le trajo la encarnación del Verbo, ni, por consiguiente,
tiene necesidad de hacerse partícipe de esta ayuda por la obra mediadora
de la Iglesia y los sacramentos que ella administra.

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Frente a esta doctrina, San Agustín reacciona afirmando que con Adán ha
pecado toda la humanidad y que, por tanto, ningún ser humano puede
sustraerse a la pena debida, si no es por la misericordia y por la gracia de
Dios. Y para justificar la transmisión del pecado, Agustín fue impulsado a
defender, sobre el origen del alma, no el creacionismo (ya que no se puede
admitir que Dios cree un alma condenada), sino el traducianismo, por el
cual el alma es transmitida del padre al hijo por medio de la generación del
cuerpo.
El vigor con que San Agustín defendió esta tesis le condujo a no dudar ante
ninguna de las consecuencias de la misma. Se inclinó, pues, a un
pesimismo radical sobre la naturaleza y las posibilidades del hombre,
considerado incapaz de dar el más pequeño paso en el camino de su
elevación espiritual y de su salvación; y fue conducido a admitir el carácter
inescrutable de la elección divina que predestina a algunos hombres
y condena a otros.
La voluntad, según Agustín, es libre solamente cuando no está esclavizada
por el vicio y el pecado; y esta libertad puede ser restituida al hombre sólo
por la gracia divina. El primer libre albedrío, el que fue dado a Adán,
consistía en poder no pecar. Perdida esta libertad por el pecado original, la
libertad última, la que Dios dará como premio, consistirá en no poder
pecar. Esta última libertad será dada al hombre como un don divino
(gracia), ya que no pertenece a la naturaleza humana.
o El arrianismo: conjunto de doctrinas cristianas desarrolladas por Arrio,
sacerdote de Alejandría. Según la teología arriana, Cristo era la primera
criatura creada por Dios, pero no era Dios en sí mismo. Una vez que la
Iglesia definió el dogma de la divinidad del Hijo y, posteriormente, el
dogma de la Trinidad, el arrianismo fue condenado como una herejía.

3. PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO.

Uno de los problemas fundamentales de la filosofía cristiana antigua y medieval es el de


las relaciones entre fe y razón, puesto que el cristianismo, como la mayoría de las
religiones, se basa en la aceptación por parte del creyente de unas verdades reveladas por
Dios a los hombres con el fin de alcanzar la salvación.
La razón es la fuente natural de conocimiento para el ser humano. Produce la
Filosofía, conjunto de verdades a las que se llega investigando por medio de nuestra propia
razón.
La fe es una fuente de conocimiento sobrenatural. Produce la Teología Revelada,
conjunto de verdades reveladas por la autoridad de los libros sagrados.

Para San Agustín razón y fe colaboran en el esclarecimiento de la única


verdad que existe, el cristianismo. Una verdad a la que se puede acceder por dos
caminos: la razón, que nos acerca a ella parcialmente, y la fe, que nos la da a
conocer en plenitud. Por lo tanto, fe y razón no sólo son compatibles sino que,
además, la verdadera religión es también la verdadera filosofía ya que la filosofía, si
es correcta y no se desvía de la verdad, estará necesariamente de acuerdo con los
contenidos de la fe. Esta colaboración se realiza del modo siguiente:
 La fe ilumina a la razón (Cree para comprender) ya que es preciso creer
para poder entender, puesto que la razón humana es limitada y sólo la fe
permite entender todas las preguntas relativas a Dios, al mundo y al hombre.
 Por otro lado, la fe se vale de la razón (comprende para creer) ya que la
comprensión racional de la doctrina cristiana es la forma más elevada y
auténtica de la fe. La verdadera fe del cristiano no debe limitarse a la fe ciega
del ignorante.

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San Agustín había simpatizado en su juventud con las tesis del escepticismo,
pero después consideró fundamental la crítica del mismo. Los escépticos niegan la
posibilidad de alcanzar certeza alguna. San Agustín replica afirmando la necesaria
certeza de la propia existencia. Aun en el caso de que me engañase en todos mis
juicios, no dejaría de existir (al menos el juicio si fallor, sum sería siempre
verdadero)

Según San Agustín, un hombre puede estar seguro de que existe porque está
vivo. Además, está claro de que ese hombre entiende tanto el hecho de su existencia
como el hecho de que vive. Por lo tanto, existimos y sabemos que existimos. San
Agustín proclama, pues, la certeza de lo que conocemos por la experiencia interior,
por la autoconsciencia.
El punto de partida para la búsqueda de la verdad se halla en la intimidad de la
conciencia, en un proceso de interiorización que lleva al hombre más allá de sí mismo
(autotrascendimiento)
El logro de un conocimiento pleno y absoluto consiste en una dialéctica
ascendente que consta, como en Platón, de las siguientes etapas:

 Conocimiento sensible: Compartido por el hombre con los animales, es el


grado más bajo del saber, no puede considerarse un conocimiento fiable y
válido debido a la inestabilidad de las cosas sensibles.
 Conocimiento racional inferior (Ciencia): En parte es sensible ya que se
refiere a las cosas del mundo y en parte es racional ya que aspira a verdades
generales o universales. El hombre es capaz de formar juicios racionales a
propósito de cosas corpóreas, y percibirlas como aproximaciones a sus
modelos eternos. Este nivel de conocimiento es racional, de modo que es
peculiar al hombre y no es compartido por los animales, pero supone el uso de
los sentidos y se refiere a objetos sensibles, de modo que es un nivel inferior
al de la contemplación directa de objetos eternos e incorpóreos.
 Conocimiento racional superior (Sabiduría): Es el conocimiento inteligible,
puramente racional. Trata de la contemplación de las esencias, verdades
absolutas, necesarias y eternas (Ideas) sin intervención de la sensación.

San Agustín adopta la tesis neoplatónica que sitúa las Ideas o esencias
eternas e inmutables en la mente de Dios, ya que si son eternas e inmutables, no
pueden tener su origen en el alma humana, finita y limitada, sino sólo en la
inteligencia divina.
A diferencia de Platón, San Agustín niega que el acceso a la verdad se
produzca a través del recuerdo o reminiscencia del alma. El acceso a la verdad se
produce por iluminación. Las Ideas se encuentran en la mente de Dios. Dado su
alejamiento de lo sensible, realidad en la que se encuentra el hombre, las ideas sólo
se pueden conocer mediante esa especial iluminación que Dios concede al intelecto.
La teoría de la iluminación está inspirada en la Idea de Bien platónica como el sol
que ilumina el mundo inteligible (símil del sol)
San Agustín defiende esta teoría de la iluminación porque la mente humana es
mutable y temporal, de modo que lo que es inmutable y eterno la trasciende y parece
no estar al alcance de su capacidad. San Agustín aclara que no entiende por “luz” el
intelecto o la actividad de éste, pues si postula la existencia de la iluminación divina
es precisamente a causa de las deficiencias del intelecto humano.

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4. PROBLEMA DE DIOS
El tema que más ocupa a San Agustín es el tema de Dios. Su filosofía es
predominantemente una teología, siendo Dios no sólo la verdad a la que aspira el
conocimiento sino el fin al que tiende la vida del hombre, que consiste en la visión
beatífica de Dios que alcanzarán los bienaventurados en la otra vida. Para alcanzar
ese fin será necesaria la gracia divina.
San Agustín no se preocupa de elaborar pruebas sistemáticas de la existencia
de Dios, aunque propone diversos argumentos que ponen de manifiesto su existencia.
Entre ellos se encuentran:
 Argumento cosmológico: del orden observable en el mundo se deduce la
existencia de un Ser Supremo Ordenador.
 Argumento basado en el consenso: se basa en que la mayoría de los
pueblos conocidos manifiestan algún tipo de creencia religiosa.
 Argumento epistemológico: el fundamento de las Ideas (verdades eternas
e inmutables) no puede estar en las cosas creadas, que son cambiantes, sino
que ha de estar en un ser inmutable y eterno, a su vez, es decir, en Dios.

La creación del mundo es el resultado de un acto libre de Dios. San Agustín


sostiene la doctrina del ejemplarismo: las esencias de todas las cosas creadas se
encontraban en la mente de Dios como ejemplares o modelos de las cosas, tanto
de las creadas en el momento original como de las que irían apareciendo con
posterioridad.
La doctrina del ejemplarismo se complementa con la teoría, de origen
estoico, de las razones seminales. En el momento de la creación Dios depositó en la
materia una especie de semillas, las razones seminales, que, dadas las
circunstancias necesarias, germinarían, dando lugar a la aparición de nuevos seres
que se irían desarrollando con posterioridad al momento de la creación.
Esta doctrina sobre la Creación está inspirada en Platón. Pero mientras que el
Demiurgo platónico tiene dos condicionamientos, la materia eterna y las ideas, en el
caso de San Agustín Dios no tiene ningún condicionamiento pues las ideas se
encuentran en Él y la materia es también creada por Él.

5. PROBLEMA DEL HOMBRE. ANTROPOLOGÍA Y MORAL (EL LIBRE ALBEDRÍO)


En la estructura jerárquica de la creación, las más nobles criaturas creadas por
Dios son los ángeles y a continuación está el ser humano. Mientras que el ángel es
espíritu puro, el ser humano es un compuesto de cuerpo (materia) y alma (forma).
La realidad más importante es el alma, dentro de la más estricta tradición platónica,
concibiendo el cuerpo como un mero instrumento del alma.
El alma, lleva a cabo sus funciones mediante tres facultades: memoria, que
hace posible la reflexión; entendimiento, que permite la comprensión (incluye la
razón inferior y la razón superior) y voluntad, que permite el amor.
El alma es una sustancia espiritual, simple, indivisible e inmortal. Los
argumentos para defender la inmortalidad proceden del platonismo: siendo el alma de
naturaleza simple no puede descomponerse, ya que no tiene partes, por lo que ha de
ser indestructible.
San Agustín negó la teoría platónica de la preexistencia del alma y explica su
origen mediante la teoría del traducianismo, según la cual, el alma se transmite de
padres a hijos al ser generada por los padres, igual que éstos generan el cuerpo (de
este modo se podría explicar la transmisión del pecado original, pero se plantea el
problema de la unidad y simplicidad del alma individual)

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El hombre, según San Agustín, se caracteriza por una actitud de búsqueda
constante que lo lleva a autotrascenderse, a buscar más allá de sí mismo. Este
impulso de autotrascendimiento no tiene lugar solamente en el ámbito del
conocimiento, sino también en el ámbito de la voluntad. El hombre busca la
felicidad, pero solamente puede hacer feliz al hombre algo que sea más que el
hombre mismo, y esto no es otra cosa que Dios.
El fin último del ser humano consiste en la salvación, objetivo inalcanzable en
esta vida, dado el carácter trascendente de la naturaleza humana, dotada de un alma
inmortal, por lo que sólo podrá ser alcanzado en la otra vida.
Al estar estrechamente unida al cuerpo el alma del hombre se halla en una
condición oscilante y ambigua entre la luz (Dios, el bien) y la oscuridad (el mal, el
pecado). Pero Agustín no responsabiliza a Dios del mal que hay en el mundo. La
solución agustiniana al problema del mal se alejará del maniqueísmo, para quien el
mal era una cierta forma de ser que se oponía al bien. San Agustín adopta la tesis
neoplatónica que sostiene que el mal no es ser sino defecto o ausencia de ser y de
bien.
Ahora bien, aunque el cuerpo no es malo, sí puede ser un obstáculo para la
salvación a consecuencia del pecado original. La salvación del alma es el fin último
del ser humano y se logra con la búsqueda y reencuentro con Dios para lo cual hay
que apartarse de los efectos moralmente perniciosos del pecado original sobre el
cuerpo.
El libre albedrío es la posibilidad de elegir voluntariamente el bien o el mal,
opción que tiende siempre hacia el polo negativo. Dios nos ha dado el libre albedrío
para poder elegir hacer el bien y esa es la razón de que se castigue con justicia al que
lo usa para pecar. Como consecuencia del pecado original y por estar el hombre
sujeto al dominio del cuerpo, es difícil que elija dejar de pecar. Por ello, sólo la
libertad, entendida como una gracia divina que nos empuja a hacer exclusivamente
el bien, puede redimirlo de su condición y hacerlo merecedor y capaz de buenas
obras.
El pelagianismo sostenía que el hombre es naturalmente capaz de obrar
virtuosamente sin necesidad del socorro extraordinario de la gracia. San Agustín
considera que sin la ayuda de Dios, el hombre no puede hacer otra cosa que alejarse
del ser, de la verdad y del amor, esto es, pecar y condenarse. Por esto él no puede
tener méritos propios que hacer valer ante Dios. Los méritos del hombre no son más
que dones divinos.

6. PROBLEMA DE LA POLÍTICA (SOCIEDAD)


En cuanto a la sociedad y la política, San Agustín expone sus reflexiones en
La ciudad de Dios, obra escrita para defender al cristianismo de la acusación
formulada por los paganos de que la religión cristiana era la principal responsable de
la decadencia y desaparición del Imperio Romano. En esa obra San Agustín intenta
explicar tales hechos partiendo de la concepción de la historia como el resultado de la
lucha de dos ciudades, la del Bien (Ciudad de Dios) y la del Mal (Ciudad
terrenal)
Al igual que Platón, San Agustín comienza con un análisis de la naturaleza
humana: el ser humano está compuesto de cuerpo y alma; en consecuencia, hay en
el hombre unas tendencias e intereses terrenales y materiales, unidos al cuerpo; y
unos intereses espirituales y sobrenaturales, propios del alma.
La historia de la humanidad, sus sucesivas civilizaciones y Estados, siempre ha
estado dominada por este conflicto de intereses que San Agustín expresa con la
metáfora de las dos ciudades:

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La Ciudad Terrena, basada en el predominio de los intereses mundanos,
formada por aquellos hombres que se aman exclusivamente a sí mismos y llegan
hasta el desprecio de Dios.
La Ciudad de Dios, basada en el predominio de los intereses espirituales,
formada por aquellos hombres que aman a Dios por encima de sí mismos. Está
representada por la Iglesia visible (jerarquía eclesiástica) e invisible (comunidad de
fieles) y, por último, como culminación, por el imperio cristiano.
La lucha entre las dos ciudades continuará hasta el final de los tiempos, en que
la Ciudad de Dios triunfará sobre la terrenal, apoyándose San Agustín en los textos
sagrados del Apocalipsis.
El providencialismo es la tesis que entiende el desarrollo de la historia como
un proceso en el que el hombre es movido por Dios para la consecución del bien
universal. La providencia divina lo abarca todo, la existencia del bien que Dios
quiere, y la presencia del mal que Dios permite para que se obtenga de él beneficios
mayores.
San Agustín no separa política y religión, ya que si un Estado aspira a la
justicia social debe convertirse en un Estado cristiano, pues sólo el cristianismo hace
buenos a los hombres. Añade que la Iglesia es la única comunidad perfecta y
claramente superior al Estado que debe inspirarse en ella.
San Agustín admitió la legitimidad del Estado para exigir al cristiano
obediencia a las leyes civiles (de acuerdo con la máxima evangélica de dar al César lo
que del César y a Dios lo que es de Dios) Acepta que la sociedad es necesaria al
individuo, aunque no sea un bien perfecto; sus instituciones se derivan de la
naturaleza humana, siguiendo la teoría de la sociabilidad natural de Aristóteles.
Además, el poder de los gobernantes procede directamente de Dios. Sin embargo, su
obra es el punto de partida de una reivindicación que será fuente de constantes
conflictos históricos: la supremacía del poder espiritual sobre el temporal, es decir, la
superioridad del poder del Pontífice sobre el Emperador.

7. LÍNEAS FUNDAMENTALES DEL PENSAMIENTO DE SAN AGUSTÍN


San Agustín (354-430) es el principal representante de la Patrística, nombre
con el que se designa al período inicial de la filosofía cristiana hasta la caída del
Imperio Romano.
El pensamiento de la Patrística trató de fijar el contenido doctrinal y la
ortodoxia religiosa de la Iglesia para combatir las múltiples herejías surgidas en el
seno del propio cristianismo y defenderse de los ataques del paganismo.
La filosofía cristiana se desarrolló desde un principio bajo la influencia de la
filosofía griega. Las doctrinas de Platón se fundirán en la filosofía cristiana a través de
filósofos neoplatónicos como Plotino (203-269), cuyas doctrinas influyeron en San
Agustín.

Uno de los problemas fundamentales de la filosofía cristiana antigua y


medieval es el de las relaciones entre fe y razón, puesto que el cristianismo, como
la mayoría de las religiones, se basa en la aceptación por parte del creyente de unas
verdades reveladas por Dios a los hombres con el fin de alcanzar la salvación.
Para San Agustín razón y fe colaboran en el esclarecimiento de la única
verdad que existe, el cristianismo. La fe ilumina a la razón (Cree para
comprender) ya que es preciso creer para poder entender, puesto que la razón
humana es limitada y sólo la fe permite entender todas las preguntas relativas a Dios,
al mundo y al hombre.

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Por otro lado, la fe se vale de la razón (comprende para creer) ya que la
comprensión racional de la doctrina cristiana es la forma más elevada y auténtica de
la fe. La verdadera fe del cristiano no debe limitarse a la fe ciega del ignorante.
San Agustín había simpatizado en su juventud con las tesis del escepticismo,
pero después consideró fundamental la crítica del mismo. Los escépticos niegan la
posibilidad de alcanzar certeza alguna. San Agustín replica afirmando la necesaria
certeza de la propia existencia. Aun en el caso de que me engañase en todos mis
juicios, no dejaría de existir (al menos el juicio si fallor, sum sería siempre
verdadero)
San Agustín distingue los siguientes tipos de conocimiento:
Conocimiento sensible: Compartido por el hombre con los animales, es el
grado más bajo del saber, no puede considerarse un conocimiento fiable y válido
debido a la inestabilidad de las cosas sensibles.
Conocimiento racional inferior (Ciencia): En parte es sensible ya que se
refiere a las cosas del mundo y en parte es racional ya que aspira a verdades
generales o universales.
Conocimiento racional superior (Sabiduría): Es el conocimiento inteligible,
puramente racional. Trata sobre las esencias, verdades absolutas, necesarias y
eternas (Ideas)
San Agustín sitúa las Ideas o esencias eternas e inmutables en la mente de
Dios (Platón las había situado en el Mundo de las Ideas), ya que si son eternas e
inmutables, no pueden tener su origen en el alma humana, finita y limitada, sino sólo
en la inteligencia divina.
A diferencia de Platón, San Agustín niega que el acceso a la verdad se
produzca a través del recuerdo o reminiscencia del alma. El acceso a la verdad se
produce por iluminación. Las ideas se encuentran en la mente de Dios. Dado su
alejamiento de lo sensible, realidad en la que se encuentra el hombre, las ideas sólo
se pueden conocer mediante esa especial iluminación que Dios concede al intelecto.
La teoría de la iluminación está inspirada en la Idea de Bien platónica como el sol
que ilumina el mundo inteligible.

El tema que más ocupa a San Agustín es el tema de Dios. Su filosofía es


predominantemente una teología, siendo Dios no sólo la verdad a la que aspira el
conocimiento sino el fin al que tiende la vida del hombre, que consiste en la visión
beatífica de Dios que alcanzarán los bienaventurados en la otra vida. Para alcanzar
ese fin será necesaria la gracia divina.
San Agustín propone diversos argumentos que ponen de manifiesto la
existencia de Dios. Entre ellos se encuentran:
Argumento cosmológico: del orden observable en el mundo se deduce la
existencia de un Ser Supremo Ordenador.
Argumento basado en el consenso: se basa en que la mayoría de los
pueblos conocidos manifiestan algún tipo de creencia religiosa.
Argumento epistemológico: el fundamento de las Ideas (verdades eternas
e inmutables) no puede estar en las cosas creadas, que son cambiantes, sino que ha
de estar en un ser inmutable y eterno, a su vez, es decir, en Dios.
La creación del mundo es el resultado de un acto libre de Dios. San Agustín
sostiene la doctrina del ejemplarismo: las esencias de todas las cosas creadas se
encontraban en la mente de Dios como ejemplares o modelos de las cosas, tanto
de las creadas en el momento original como de las que irían apareciendo con
posterioridad.

SAN AGUSTÍN. SELECTIVIDAD. FILOSOFÍA 2º BACH Página 10


La doctrina del ejemplarismo se complementa con la teoría, de origen
estoico, de las razones seminales. En el momento de la creación Dios depositó en la
materia una especie de semillas, las razones seminales, que, dadas las
circunstancias necesarias, germinarían, dando lugar a la aparición de nuevos seres
que se irían desarrollando con posterioridad al momento de la creación.

El ser humano es un compuesto de cuerpo (materia) y alma (forma). La


realidad más importante es el alma, dentro de la más estricta tradición platónica,
concibiendo el cuerpo como un mero instrumento del alma.
El alma, lleva a cabo sus funciones mediante tres facultades: memoria, que
hace posible la reflexión; entendimiento, que permite la comprensión (incluye la
razón inferior y la razón superior) y voluntad, que permite el amor.
El alma es una sustancia espiritual, simple, indivisible e inmortal. Los
argumentos para defender la inmortalidad proceden del platonismo: siendo el alma de
naturaleza simple no puede descomponerse.
San Agustín negó la teoría platónica de la preexistencia del alma y explica su
origen mediante la teoría del traducianismo, según la cual, el alma se transmite de
padres a hijos al ser generada por los padres, igual que éstos generan el cuerpo (de
este modo se podría explicar la transmisión del pecado original)
La ética agustiniana considera la conquista de la felicidad como fin último de
la conducta humana. El fin último del ser humano consiste en la salvación, objetivo
inalcanzable en esta vida, dado el carácter trascendente de la naturaleza humana,
dotada de un alma inmortal, por lo que sólo podrá ser alcanzado en la otra vida.
Al estar estrechamente unida al cuerpo el alma del hombre se halla en una
condición oscilante y ambigua entre la luz (Dios, el bien) y la oscuridad (el mal, el
pecado). Pero Agustín no responsabiliza a Dios del mal que hay en el mundo. La
solución agustiniana al problema del mal se alejará del maniqueísmo, para quien el
mal era una cierta forma de ser que se oponía al bien. San Agustín adopta la tesis
neoplatónica que sostiene que el mal no es ser sino defecto o ausencia de ser y de
bien.
Dios nos ha dado el libre albedrío para poder elegir hacer el bien y esa es la
razón de que se castigue con justicia al que lo usa para pecar. Como consecuencia del
pecado original y por estar el hombre sujeto al dominio del cuerpo, es difícil que elija
dejar de pecar. Por ello, sólo la libertad, entendida como una gracia divina que nos
empuja a hacer exclusivamente el bien, puede redimirlo de su condición y hacerlo
merecedor y capaz de buenas obras.

En cuanto a la sociedad y la política, San Agustín expone sus reflexiones en


La ciudad de Dios, obra escrita para defender al cristianismo de la acusación
formulada por los paganos de que la religión cristiana era la principal responsable de
la decadencia y desaparición del Imperio Romano. En esa obra San Agustín intenta
explicar tales hechos partiendo de la concepción de la historia como el resultado de la
lucha de dos ciudades, la del Bien (Ciudad de Dios) y la del Mal (Ciudad
terrenal)
La Ciudad Terrena, basada en el predominio de los intereses mundanos,
formada por aquellos hombres que se aman exclusivamente a sí mismos y llegan
hasta el desprecio de Dios.
La Ciudad de Dios, basada en el predominio de los intereses espirituales,
formada por aquellos hombres que aman a Dios por encima de sí mismos. Está
representada por la Iglesia visible (jerarquía eclesiástica) e invisible (comunidad de
fieles) y, por último, como culminación, por el imperio cristiano.

SAN AGUSTÍN. SELECTIVIDAD. FILOSOFÍA 2º BACH Página 11


La lucha entre las dos ciudades continuará hasta el final de los tiempos, en que
la Ciudad de Dios triunfará sobre la terrenal, apoyándose San Agustín en los textos
sagrados del Apocalipsis.
San Agustín admitió la legitimidad del Estado para exigir al cristiano
obediencia a las leyes civiles (de acuerdo con la máxima evangélica de dar al César lo
que del César y a Dios lo que es de Dios) Sin embargo, su obra es el punto de partida
de una reivindicación que será fuente de constantes conflictos históricos: la
supremacía del poder espiritual sobre el temporal, es decir, la superioridad del poder
del Pontífice sobre el Emperador.

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