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Remember noviembrie del 1987

El día 15 de noiembrie del 1987 ha marcado la caída de la careta


humanista del régimen comunista de Rumanía. Autolegitimado como un
régimen político de “democracia popular” pero instaurado con los tanques
del Ejército Rojo el 6 de marzo del 1945 y mantenido por medio de una
combinación de populismo, elecciones fraudulentas, despotismo y
terrorismo de estado, el comunismo de Rumanía había llegado a finales
del reinado de Nicolae Ceausescu no representando más que al dictador
y a la nomenclatura de partido, beneficiaria de privilegios ilimitados. Como
consecuencia de la crisis económica y social generalizada, determinada
por una larga serie de decisiones políticas catastróficas, a finales de los
años 80, como en tiempos de guerra, en Rumanía el pueblo padecía frío
y hambre. Las tarjetas alimentarias habían sido reintroducidas como en el
periodo cuando Bucarest estaba siendo bombardeado por los Aliados, y
la penuria de productos básicos, desde la pasta de dientes, el papel
higiénico o el algodón medicinal hasta los alimentos indispensables y de
primera necesidad (azúcar, aceite, pan) se había apoderado del país. Se
esperaban noches enteras frente a las tiendas por los alimentos más
comunes, y la aplicación del prometido principio de repartición comunista
del bienestar social, “de cada quien según las posibilidades, a cada quien
según las necesidades”, estaba siendo aplazado sine die. Por las
estaciones, veíamos como la gente asaltaba los trenes internacionales
para comprar de los turistas polacos o alemanes del este medicamentos
(biseptol), cigarillos (el BT búlgaro o el Gent albanés de baja calidad) o
ropa. Al caer la noche en las temporadas frías (otoño e invierno) miles de
pueblos se quedaban a oscuras, a causa de las drásticas economías
impuestas por los burócratas de Ceausescu, y por las estaciones pasaban
de prisa los trenes mercantiles con vagones de cereales, totalmente
destinados a la exportación. La situación no era mucho mejor ni siquiera
en las ciudades e incluso la capital del país empezaba a sufrir las
consecuencias de la crisis que año tras año se agravaba
inexorablemente. La presión del gas bajaba durante la noche, el calor de
los radiadores del sistema centralizado no duraba más que unas horas
por la mañana y por la noche, el agua caliente corría un par de horas en
los fines de la semana (pero no en todas las ciudades), y las economías
con la corriente eléctrica dejaban a oscuras barrios enteros. Después del
invierno de los años 1984-1985, he escuchado personalmente a algunos
bucarestinos mayores quejándose del terrible frío que habían tenido que
padecer durante el invierno en sus apartamentos, transformados en
neveras. Una mañana helada de invierno, en una fila por la leche, he visto
a un hombre desplomándose en la acera, por culpa de un ataque al
corazón causado por las condiciones inhumanas, puesto que la gente
tenía que esperar mucho tiempo en frío, desde las seis de la mañana
hasta que abrían la tienda, para poder coger una o dos botellas de leche
o un tarro de yogur. Después de que se agotaba, rápidamente, el surtido
de leche, el resto del día la tienda se volvía algo parecido a un museo.
Como alimentos básicos, en la mayoría de las tiendas había pescado
oceánico congelado y camarones vietnameses, y en lugar de café
verdadero sólo se podía tomar “nechezol”, una mezcla indefinida de
sucedáneos dudosos de aspecto marrón (acerca de la que se rumoraba
que había provocado muchos casos de cáncer de páncreas). En cambio,
el régimen pretendía que es muy humano con los ciudadanos de la patria
y sobre todo con la clase obrera, sobre la que decía que la representaba
como ningún otro régimen político de la historia. El culto de Ceausescu y
de su analfabeta esposa, Elena, superaba los límites del grotesco, y los
rumanos se veían obligados a aplaudir y a rendirles homenaje a los dos
“queridos hijos del pueblos”. Un bromista había lanzado la anécdota de
que los rumanos habían llegado a parecerse a los pingüinos del polo norte
– batiendo las alas y alimentándose con pescado. Hasta el socialista Fr.
Mitterand, por entonces presidente de Francia, había tenido que
deslindarse del régimen de Ceausescu y limitar severamente los
contactos con él, para no comprometerse.

Este era el cuadro de la vida cotidiana en la República Socialista


Rumanía cuando, el 15 de noviembre del 1987, estalló la gran revuelta de
los obreros de la Fábrica de Autocamiones “La Bandera Roja” de Brasov,
una ciudad antigua y hermosa ubicada en el centro del país. Nadie
esperaba algo así en la Rumanía de Ceausescu, donde la policía política
(La Seguridad) omnipresente (como el NKVD de Stalin) trabajaba con un
gran número de informantes y vigilaba cuidadosamente cualquier
manifestación hóstil o disidencia referente al Partido Comunista y al
régimen “socialista” y “demócrata popular” de Bucarest. La gran revuelta
de los obreros de Brasov fue reprimida con una brutalidad increíble para
un estado de Europa en el siglo XX, y Europa no pudo impedir de ninguna
manera la represión, pero esta revuelta obrera tuvo la fuerza de
desenmascarar el régimen dictatorial del país. Este régimen político
declarado “demócrata” y “obrero” en realidad no era ni demócrata, ni
obrero, funcionando para el beneficio de la nomenclatura comunista, cuyo
estilo de vida deslumbraba con sus lujos, privilegios y arrogancia tribal de
un país tercermundista. El régimen totalitario comunista de Rumanía en
la época de Ceausescu no era más que una terrible tiranía, donde una
minoría imponía su voluntad frente a la mayoría popular, que tenía que
consumir a más no poder pescado oceánico congelado, tomar agua fría
(cuando el agua corría del grifo) y aplaudir al infinito los interminables
discursos demagógicos de Ceausescu, aguantando en silencio todas las
privaciones posibles.

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