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Profa.

Beatriz Level
(UPEL IPM)

Román Chalbaud: Encuadres y Recuadres para Mirar la Realidad


Un personaje que posee una huella imborrable en nuestra historia cultural
por su enorme contribución a la memoria colectiva del país es sin lugar a dudas
Román José Chalbaud Quintero, nacido en la ciudad de Mérida el 10 de
noviembre del año 1931. Hablar de Román Chalbaud, ineludiblemente por encima
de cualquier diatriba política, es hablar de cine venezolano al ser su obra la más
sólida y prolifera de nuestra cinematografía; referencia obligada para todo aquel
que busque un acercamiento con el cine nacional. Hombre que ha abrazado el
cine para pintar un país rico y también miserable, a la vez, y sobre todo como le
gustaba adjetivar a Cabrujas (2009), acompañante en muchas de sus
realizaciones teatrales y cinematográficas, “un país inconcluso” a lo que
agregaríamos: que pareciera no terminar de descubrirse a sí mismo.
En su haber, hasta los momentos, cuenta con 22 películas: Caín Adolescente
(1959), Cuentos para Mayores (1963), Chévere o la Victoria de Wellington (1971), La
Quema de Judas (1974), Sagrado y Obsceno (1976), El Pez que Fuma (1977), Carmen la
que Contaba 16 Años (1978), El Rebaño de los Ángeles (1979), Bodas de Papel (1979),
Cangrejo (1982), La Gata Borracha (1983), Cangrejo II (1984), Ratón de Ferretería
(1985), Manón (1986), La Oveja Negra (1987), Cuchillos de Fuego (1990), El Corazón
de las Tinieblas (1990), Pandemónium, la Capital del Infierno (1997), El Caracazo
(2005), Zamora, Tierra y Hombres Libres (2008), Días de Poder (2011) y La Planta
Insolente (2017). Filmografía que representa la visión que su lente ha captado de la
realidad nacional; una realidad que, en sus comienzos como director
cinematográfico, era prácticamente inadvertida.
El cine de Chalbaud podría decirse que se divide en dos períodos: el
primero, exponente de un realismo social y el segundo de tipo histórico y político
(aunque toda versión de la historia siempre tendrá un trasfondo político). Para
efectos de este estudio nos centraremos en su primer período por ser el que
indudablemente ha aportado más a la construcción de la realidad social del país.
Etapa de la crítica social y de las denuncias a la corrupción de muchas de las
instituciones que sostenían la sociedad de aquel entonces. Chalbaud se empeña
en plasmar la pobreza en su cotidianidad; lo hace edificando personajes muy
particulares (a él le gusta decir que los retrata) caracterizados por la transgresión a
toda normativa fundada por quienes no forman parte del entorno inmediato;
personajes que paralelamente emergen como productos de la sociedad que les
excluye.
Con Chalbaud se introduce en nuestro país el llamado “cine de autor”.
Término que adjudica al director cinematográfico rango semejante al de escritor, a
través de la analogía entre “la pluma” y la cámara filmadora. Tampoco se trata de
pensar que el uso de la cámara es lo que proporciona el estatus, puesto que si
bien todo filme, por lo general, posee un director no todas las películas entran
dentro de la categoría de “cine de autor”. Naranjo ( ) define al cine de autor de la
siguiente manera:
…un producto donde, sobre la participación creativa de varios en una labor
colectiva como lo es el cine, destaca especialmente y se impone la personalidad
creadora de un artista. Esto quiere decir que un filme de autor es una creación
original, que garantiza un planteamiento estético individual que pudo o no
aparecer desde el mismo origen “escrito” de la obra (…) sin embargo es visible
a través de todo su desarrollo en imágenes… (p. 34).
Pues bien, un “autor de cine” es aquel que controla todas las etapas de la
producción, pasando por el guion, la dirección y el montaje o quien ha logrado
plasmar su sello personal (cosmovisión) en un grupo de películas y si algún
cineasta venezolano ha sido perseverante en la representación de sus códigos
sociales y culturales y ha tenido unidad en su discurso ese ha sido Román
Chalbaud. Ahora bien, ¿desde qué encuadres este cineasta ha erigido su realidad
cinematográfica? ¿Qué selecciona y qué excluye el lente de Román Chalbaud?
Son muchísimas las entrevistas que se le han hecho a este particular
personaje; las preguntas realizadas casi siempre se parecen y las respuestas de
Chalbaud también siguen siendo las mismas; preguntas orientadas a conocer
acerca de su formación y la motivación a realizar el tipo de cine que le identifica.
Recientemente en una entrevista realizada por Flores, periodista del CNAC, esta
le interroga sobre el origen de su gusto por el cine y la respuesta del maestro no
se deja esperar:
La primera vez que yo fui al cine tenía 7 años, allá en Mérida, yo nací en 1931
y mi abuela me llevó al cine por primera vez, lo primero que vi en la pantalla
fue a Charles Chaplin. Indiscutiblemente me causó una gran impresión, en esa
época se daba también mucho cine francés y a mi abuela le gustaba muchísimo
el cine francés, creo que estaba enamorada de Charles Boyer. Ella fue la
primera que me llevó al cine, me llevaba también a ver películas italianas y
películas que son realmente muy importantes en la historia del cine. Pero ella
no solo me llevaba al cine, sino que ella leía, y tenía libros en su mesita de
noche y se acostaba, y es algo que yo actualmente hago, yo me acuesto y no
puedo dormir si no he leído 30 o 40 páginas. Ella tenía, Los miserables de
Víctor Hugo, Crimen y Castigo de (Fiódor) Dostoyeski, entonces había esa
mezcla del cine con la literatura, gracias a ella soy yo quien soy. Porque esa
formación me la inculcó desde niño, entonces desde pequeño aprendí a amar al
cine y a amar a la literatura. (Flores, 2018).

Para Chalbaud su formación se la debe a su abuela materna (gracias a ella


soy yo quien soy) por la pasión que supo trasmitirle por el cine y la literatura:
Lo primero que vi en Mérida, cuando tenía cinco o seis años, fue Tiempos
Modernos de Charles Chaplin. Y en teatro lo primero que hice fue el papel de
ángel en un “tableau vivant”, un cuadro vivo en el colegio. Chaplin fue quien
me indicó que mi camino era el cine o el teatro, y dado que como no podía
hacer cine, resultaba más fácil hacer teatro. Como decía Lope de Vega: un
tablado, dos actores y una pasión, y ahí no necesitas ni cámaras, ni reflectores,
ni técnicos. Fue así que me puse a escribir teatro; dirigía yo mismo las obras
porque nadie me las quería dirigir. (Flores, Ibíd.)

Y ¿la escuela?, ¿qué lugar ocupa la educación formal en la vida de


Chalbaud? Pocos entrevistadores se han detenido en este aspecto pero el
cineasta deja colar algunas pistas, en su discurso, que nos hace suponer que no
fue una relación del todo placentera al estar sus intereses fuera de los rígidos
pensum de estudios. Y es así como leemos en una entrevista concedida a
Martínez (2014) que algunas asignaturas nunca fueron de su agrado “cuando yo
iba a las clases de física, química y matemática no entendía nada de lo que me
decían. No me interesaba, y me ponía a leer cuentos y escribía cosas” (p.163). En
esta misma entrevista, mucho más adelante, relata que “como a mí me raspaban
en matemática, física y química mi mamá me decía, tú no sirves para nada, te voy
a buscar un trabajo”. (p.165). Viniendo a constituir esas pequeñas desavenencias
con la escolarización las que van a acercarlo al mundo de las cámaras y pedirle, a
los 19 años, al director mexicano Víctor Urruchúa, que le enseñara a hacer cine
nombrándolo su asistente.
Algunos recuerdos remotos de la vida escolar de Chalbaud parecen ser los
propios de esa escuela dura y disciplinadora de la primera mitad del siglo XX.
Modelo en el que existía una extraña predisposición a someter al cuerpo como
preámbulo para el aprendizaje.
Mi bisabuela cuando yo me iba al colegio de la profesora Euricia Calderón (a
los tres años ya yo sabía leer y escribir) me metía debajo de un chorro de agua
fría, esos chorros de Mérida de aquella época, y me daba en la cabeza y me
decía “para que se te abran las ideas”. (Martínez, Ibíd.: 162).

No obstante las reminiscencias de Chalbaud de su escuela primaria lucen


gratificantes y a la altura (y hasta por encima) de cualquier pedagogía
contemporánea. Remembranzas reveladas en una entrevista concedida a
Socorro (1997):
Estudie primaria en la Escuela Experimental Venezuela, que era un modelo de
escuela, un ejemplo a seguir. Educadores uruguayos vinieron a asesorar a los
nuestros. Recordemos que en aquel entonces Uruguay era la llamada Suiza de
América. En aquella escuela los maestros nos enseñaban la cultura de la
democracia, los niños teníamos una república, votábamos, nos preparaban para
ser ciudadanos. Teníamos una cooperativa, vendíamos granjería criolla en los
recreos. El teatro, la música y el arte en general eran materias tan importantes
como las matemáticas, la geografía o la historia de Venezuela. (Socorro, ibíd.:
4-5).
Fue en esa escuela primaria donde conoce a su gran amigo Isaac Chocrón,
otro de los integrantes (junto a José Ignacio Cabrujas) del famoso trio de la
“Santísima Trinidad” del teatro venezolano:

Chocrón y yo estudiamos la primaria en la Escuela Experimental Venezuela.


Los primeros telones teatrales que recuerdo fueron sábanas de nuestras casas en
un corral de gallinas, árboles frutales, barriles llenos de agua y sueños
infantiles. Esta afirmación que ya jugaba para aquella época se confirma en
nuestro serio juego actual (Socorro, ibíd.: 5).

Otra de esas preguntas infaltables, que casi ningún entrevistador deja de


hacer, es la relacionada al abordaje de la temática social. En esta oportunidad es
Martínez (ibíd.) quien le interpela: “¿qué mueve a Román Chalbaud a fijarse en
ese ser de los barrios, en esa violencia?, ¿qué parte de ti está presente allí?” Y
sorprendentemente la respuesta de Chalbaud se posa en su experiencia escolar:
Yo creo que todo nació en un aula de clases cuando un muchachito me acusó de que
yo le había robado la pluma y era mentira. Eso fue una injusticia terrible. Y los demás
niños me obligaron a pelearme a golpes con él. Entonces, ese odio a la injusticia
nació ahí. He visto muchas injusticias. Me parece injusto que unos tengan más y otros
no tengan. (Martínez, ibíd.: 173).

Para muchos Chalbaud es el visibilizador de los anónimos, de los


desclasados y perdedores. El cineasta que advirtió, durante sus años juveniles,
que el cine, como le refiere a Padrón (2014), no solo entretenía sino que también
servía para enfrentar la realidad:
Yo tenía un concepto del cine cuando era niño, que era para escapar de la
realidad, aunque fuera El Muelle de las Brumas de Marcel Carné…pero yo veía
esa realidad cuando mi abuelita me llevaba y un día, ya en los años cincuenta,
creo, me monté en el balcón del cine Continental a ver una película que se
llama Roma, Ciudad Abierta. Cuando vi esa película, de Roberto Rossellini, me
cambió no solo el sentido del cine, sino de la vida misma, tomé consciencia de
una serie de cosas. Inmediatamente después vi Los Olvidados, de Luis Buñuel.
Esas dos películas me marcaron y fueron las que me señalaron el camino, otro,
que yo no conocía… (Padrón, ibíd.: 504-505).

Sus inicios en el teatro constituyen también un tópico frecuente en sus


entrevistas. Chalbaud cuenta a Cabello (2014) que estudió en el liceo Fermín Toro
y tomó teatro como asignatura extraescolar:
Después estudié el bachillerato en el Fermín Toro. Fue ahí donde empecé teatro
experimental, que lo dirigía Alberto de Paz y Mateos. Él era un republicano
español que de muy joven había estado en La Barraca de García Lorca, como
exiliado político, después de pasar por Francia y Santo Domingo, llegó a
Venezuela. Con él comenzamos a adentrarnos en el mundo del teatro; él
montaba obras de García Lorca, de Cervantes, de O’ Neil. Eso me hizo entrar
de lleno en el teatro y me llevó a escribir. Después me convertí en director
(Cabello, ibíd.: 48).

Y ¿sus personales? A qué se debe el hecho de que Chalbaud haya hecho


de los más desposeídos sus personajes predilectos; la respuesta la proporciona a
Milagros Socorro:

Esa mirada tierna yo la tengo sobre todo el mundo, no solamente sobre los
humildes y los marginales. Esa es mi mirada del mundo, lo que pasa es que me
interesa mucho más escribir sobre estos personajes porque para mí son más
ricos Los conozco mejor; eso fue lo que viví en mi infancia y adolescencia. A
lo mejor si yo hubiera vivido una vida de clase media alta, escribiera sobre la
clase media alta, o sobre los ricos… (Socorro, 2000).

Algunos otros aspectos que escasamente han sido tocados en las


numerosas entrevistas realizadas a Chalbaud son aquellos referentes a la
génesis de sus inclinaciones políticas. Alfonso Molina, crítico de cine, escribió
un libro, Cine, Democracia y Melodrama. El País de Román Chalbaud que aborda, a
través de diversos testimonios del cineasta, la relación entre la historia
contemporánea de Venezuela y su obra fílmica. Molina (ibíd.) interpreta la obra
de Chalbaud (primera etapa) como “un inmenso y único largometraje realizado
en diecisiete piezas unitarias”. Refiere que Chalbaud ha sido capaz de apreciar
e interpretar la transformación continua y heterogénea que se ha operado en la
forma de ser de los venezolanos a lo largo de varias décadas: de una conducta
rural y provinciana de los cincuenta que se proyecta en Caín adolescente a una
actitud cada vez más urbana, caracterizada por un profundo desencanto
visibilizado en Pandemónium: la Capital del Infierno.

Lo que para Rodolfo Izaguirre, prologuista del libro de Molina, no es


más que “el reflejo del desencanto ante la conducción política y social de
Venezuela a lo largo de la democracia” (p. 18). Señala Molina que el propio
Chalbaud, a propósito del nacimiento de la democracia, en una conversación
que sostuvieron inmediatamente después de la primera victoria del ex
presidente Chávez, le hizo la siguiente confidencia:
El solo hecho de que se hubiera ido el dictador Marcos Pérez Jiménez (en la
madrugada del aquel histórico 23 de enero de 1958) y de que empezara la
democracia en Venezuela significó un cambio enorme. Había entre nosotros un
gran sentimiento colectivo muy positivo. Entonces pensamos que la realidad iba
a ser distinta, de verdad. Teníamos grandes esperanzas, un gran optimismo, un
poco como el sentimiento que se tiene ahora nuevamente. Después de cuarenta
años de esta democracia, volvemos a tener ese sentimiento. No cabe duda de
que estamos frente a una etapa nueva, distinta al pasado, totalmente diferente.
Igualmente en aquella época pensamos que todo iba a mejorar. Bueno, muchas
cosas mejoraron, indiscutiblemente, no lo podemos negar. Lo que sucedió es
que todo se fue corrompiendo. Se dilapidó el dinero público, se robó de forma
descarada, se convirtió la corrupción en un mecanismo de gobierno y de
funcionamiento de un país (Molina, ibíd.: 34-35).

El periodo al que Chalbaud hace referencia en el párrafo precedente (los


cuarenta años de democracia producto del Pacto de Punto Fijo) lo vivió como
testigo de excepción y un protagonista fundamental en su campo de acción
específica. Los testimonios del cineasta que ofrece Molina (ibíd.) permiten
comprender desde dónde parte la mirada de Chalbaud, cómo se ha construido esa
subjetividad que refleja a través de su lente:
Cuando cae Pérez Jiménez yo estaba preso en La Seguridad Nacional. Durante
la prisión desarrollé una consciencia social que tuvo sus orígenes en mi
formación educativa. Escribí Caín Adolescente como una pieza que recoge las
angustias de seres marginales. A finales de la dictadura, yo trabajaba en la
Televisora Nacional que estaba rodeada por los cerros de San Agustín y tenía
contacto directo con la gente de los barrios pobres. Hice amigos entre esa gente.
Mi visión del mundo de la marginalidad no es producto de mi imaginación sino
de un contacto directo, personal y vivido. En esa época escribir una obra como
Caín Adolescente era un acto considerado comunista. Tuve que convencer de lo
contrario a Manuel Rodríguez Cárdenas, director de El Retablo de Las
Maravillas. Le argumenté que no tenía nada de comunista, que simplemente era
una pieza que se desarrollaba en los barrios, con gente humilde. Lo convencí y
logré montar allí la obra, en La Casa Sindical, en un momento en que el teatro
no era común entre los venezolanos. Estuvimos tres meses en esa sala. Fue un
éxito realmente enorme. Recuerdo que yo donaba veinte bolívares de mi sueldo,
que era dinero entonces, a la resistencia antiperezjimenista. Diez para el Partido
Comunista y diez para Acción Democrática, los partidos de la oposición a la
dictadura (Molina, ibíd.: 45-46).
Las razones por las cuales Chalbaud fue encarcelado son detalladas por el
mismo cineasta en otra de sus tantas entrevistas:
El hermano de Uslar Pietri, que dirigía la Televisora Nacional, me denunció por
haber dicho que el gobierno se caía en enero; cosa que realmente pasó. Me dijo:
“dame los presupuestos para enero” (yo era el director artístico del canal). Y le
respondí: “¿enero? A lo mejor en enero se cae el gobierno”. La Seguridad
Nacional me fue a buscar a mi casa. Me preguntaron si yo había dicho eso y
dije que sí. “ya confeso” dijeron ellos. (Arroyo Gil, 2015).
Y llegó la ansiada libertad. Después de un gobierno de transición se
celebran elecciones presidenciales y sale victorioso Rómulo Betancourt. Otro
alegato de Chalbaud, presente en el libro de Molina (ibíd.), que vislumbra cómo
se fue fraguando su desengaño por la incipiente democracia de aquel entonces
es el siguiente:

Cuando triunfa Betancourt, la gente de alto nivel social no recibía en sus casas a
los adecos. Era gente considerada de mal gusto. Gente pata en el suelo. Ellos,
los adecos, fueron conquistando poco a poco esos salones y esos espacios,
dándoles facilidades económicas a todos esos grupos y aliándose con ellos
políticamente. Poco a poco, empezaron a traicionar a su electorado, al pueblo y
a los principios originales de AD, que era un partido popular, el partido de
Alberto Carnevalli y de Andrés Eloy Blanco. Los mismos sindicalistas de AD
comenzaron a venderse (Molina, ibíd.:53-54).

Después de su Opera Prima, Caín Adolescente, Chalbaud filma Cuentos para


Mayores, en 1963 y transcurrirá siete años sin actividad cinematográfica hasta el
rodaje de su único cortometraje, Chévere o la Victoria de Wellington, en 1971, a la que
le siguieron La Quema de Judas, en 1974, Sagrado y Obsceno, en 1976, el pez que fuma
en 1977, Carmen la que Contaba 16 Años, El Rebaño de los Ángeles en 1979… entre otras.
Es la época de oro del cine venezolano; boom que, como explica Molina (ibíd.), se
halló signado por una visión social que buscaba respuestas a dilemas arrastrados
por setenta años de historia. Molina relata que Chalbaud confirma esta postura:
Durante “la gran Venezuela” los cineastas en general estábamos viendo un país que
los demás no veían, vislumbrábamos los errores que se cometían en nombre de la
democracia. Recuerdo que en una oportunidad Betancourt declaró a la prensa que los
vencidos, o sea, nosotros, los cineastas, estábamos haciendo cine con el dinero de los
vencedores. (Molina, ibíd.: 74).

En la actualidad algunos le critican a Chalbaud su simpatía por el chavismo.


Le cuestionan que fue muy crítico con un pasado que le hizo famoso:

Yo en cualquier época me puedo defender, pero la gente humilde no. Y yo


estoy a favor de la gente humilde. Porque tú me puedes decir: ¡ah, no, pero tú
estuviste muy bien en esa época! Yo voy a estar bien en cualquier época. Lo
estuve incluso cuando Pérez Jiménez que me mandaron preso. (Arroyo Gil,
Ibíd.).

Hoy en día sus películas ya no “retratan” la realidad inmediata. Ha preferido


volcarse en el pasado histórico buscando, quizás, encontrar algo de lo que somos.
Lo innegable es que como acertadamente refiere Padrón (Ibíd.) “nadie, ni el más
mezquino de los venezolanos, podría borrar su obra”; universo cinematográfico
que refleja sus anhelos de justicia social. Una filmografía que probablemente
murmure la génesis de los males que hoy en día nos aquejan. Pensar la realidad a
través del cine de este cineasta no es juzgar lo que nos presenta como dogma
sino abrirnos a la sospecha de los encuadres que tenemos de ella. Aprender a
mirar entre las grietas, entre las fisuras, entre los dobleces del pensar insatisfecho
de aquello que nadie se atrevería a poner en duda, de aquello para lo cual no
existen sospechas es una posibilidad que se ofrece en cada filme de Chalbaud:
una invitación a buscar entre los vestigios, en los desechos, en lo visto pero
ignorando por otros, y por nosotros mismos, excesos, fragmentos y silencios que
merecen ser pensados…
BIBLIOGRAFÍA

Arroyo Gil, D. (2015). Román Chalbaud: “yo voy a estar bien en cualquier época”.
[Entrevista en línea]. Disponible en: https://runrun.es/investigacion/234586/roman-
chalbaud-yo-voy-a-estar-bien-en-cualquier-epoca/ .[Consulta: 2019, octubre, 18].

Cabello, J. (2014). Un Román Chalbaud arquetípico y monografiable. En Theatron.


(pp. 37-53). Caracas: UNEARTE.

Cabrujas, J. (2009). El mundo según Cabrujas. Caracas: Editorial Alfa.

Flores, K. (2018). El maestro Román Chalbaud es presente y futuro en el cine


venezolano. [Entrevista en línea] Disponible en: https://albaciudad.org/2018/10/el-
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2019, octubre, 10].

Martínez, C. (2014). Román Chalbaud: Genio y Figura. En Theatron. (pp. 160-


180). Caracas: UNEARTE.

Naranjo, Álvaro. (1984). Román Chalbaud, un cine de autor. Mérida: Fondo


Editorial de la Cinemateca Nacional.

Molina, A. (2001). Cine, democracia y melodrama. El país de Román Chalbaud.


Caracas: Editorial Planeta Venezolana.

Padrón, L. (2014). Los imposibles. Conversaciones al borde de un micrófono.


Caracas: Editorial Planeta Venezolana.

Socorro, M. (1997). He vivido todas las Caracas. [Entrevista en línea]. Disponible


en: http://www.analitica.com/bitblio/msocorro/chalbaud.asp.[Consulta: 2019,
octubre, 10].

Socorro, Milagros. (1997, Julio 5) Román Chalbaud: En el arte no hay moral. El


Nacional, p. 4 y 5.

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