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LOS ESTUDIANTES Y LAS MASAS SUPERARON A SUS DIRIGENTES

La combatividad y el inconformismo de los estudiantes y de las masas populares


rebasaron la planeación del paro del 21 de noviembre de 2019 ampliándolo en
contenido, fuerza y extensión de manera indefinida por encima de lo inicialmente
programado por los organizadores.

El paro fue convocado por las centrales obreras, las organizaciones sociales,
sindicatos, partidos políticos de la llamada “izquierda colombiana”, asociaciones
estudiantiles, profesores, pensionados y ambientalistas. El descontento fue
orientado contra el paquetazo de Duque, principalmente contra la reforma
tributaria y el holding financiero que refuerza a los bancos y las aseguradoras
golpeando a los sectores productivos nacionales y a los trabajadores; el
cumplimiento de los acuerdos pactados con los docentes y estudiantes en el paro
estudiantil universitario del año anterior para fortalecer la educación pública
gratuita y el desarrollo de la ciencia y la tecnología; cese a la violencia contra los
líderes sociales; el cumplimiento de los acuerdos de paz de la Habana; “la
independencia de los poderes y el respeto por el estado social de derecho”. Las
centrales obreras, los sindicatos y partidos políticos convocantes se limitaron a la
programación de marchas nacionales en la mañana y en la tarde repicando sobre el
carácter pacifista de la protesta. El gobierno y la reacción en general asustados por
el fantasma de la lucha democrática y nacionalista de Chile y Ecuador alistaron sus
fuerzas represivas y ordenaron su acuartelamiento de primer grado, estaban
dispuestos a defender la “democracia y la institucionalidad” a como diera lugar;
utilizaron sus medios de comunicación para desprestigiar la protesta y confundir a
las masas. La reacción la tenía clara, había que “respetar el derecho constitucional
de la protesta”; pero, ahí están los aparatos represivos del estado en caso de que
esta se saliera de los márgenes de la constitución. Los convocantes oficiosos no
cesaron en los días que antecedieron al paro de llamar al orden y a la pasividad de
las marchas presintiendo el desboque de la rebeldía natural de los jóvenes. La
conspiración consistía, de un lado satanizar la protesta, dividir y enfrentar la
opinión pública con los manifestantes; y del otro lado colocarle diques a la protesta
social para que todo siga a favor de los detentadores del poder. Resultaron más
papistas que el papa, solicitaron a la procuraduría como “protectora de los derechos
ciudadanos” a estar presente en las calles para evitar desmanes de la fuerza pública
y que la policía cumpliera con su función de velar por “la seguridad de las
personas”. – Lo preocupante era entonces, el talante de muchos de los integrantes
del comité de organización y convocatoria del paro, acostumbrados a conciliar lo
inconciliable –.

Efectivamente de todos los puntos cardinales de las ciudades salieron marchas


agitando consignas y cánticos contra el paquetazo y el “mal gobierno de Duque”.
A las seis de la tarde aproximadamente confluyeron las diferentes marchas en los
sitios claves de concentración. Después de las respectivas arengas los dirigentes
sindicales y políticos envolvieron las pancartas y dieron por terminado el paro
nacional. Pero, para los estudiantes y las masas apenas empezaba: siguieron los
cacerolazos en los barrios, los bloqueos de las principales vías urbanas y de algunas
carreteras por las comunidades indígenas, enfrentamientos con la policía, daños en
estaciones y vehículos del transporte masivo, ataques contra algunas alcaldías y
sedes de instituciones del estado. El paro pareciera salirse de las manos a los
organizadores. Las centrales sindicales y la dirigencia del paro se pronunciaron
sobre los hechos arguyendo que no tenían responsabilidad por los desmanes de la
turba enardecida y que no respondían por lo que había pasado después

de las marchas programadas. La espontaneidad y el ánimo de los manifestantes


superó la dirección del paro y las diatribas de la reacción y los oportunistas. El
gobierno no encontró otro camino que utilizar la fuerza, a la que los estudiantes
respondieron con valor apoyados en el poder de la resistencia ciudadana.

Vinieron los balances de parte y parte: todos coincidían que el paro transcurrió en
la normalidad y que los desmanes eran acciones aisladas de las que nadie quería
ser responsable. El primer balance muestra que las Centrales y el Comité de Paro
fueron desbordados por las fuerzas y dinámicas del paro. Era relevante la
movilización de los jóvenes y la participación de dirigentes y organizaciones de
muy diversas expresiones, hecho que permitió el acercamiento a las zonas obreras
y populares para mejorar las condiciones de la protesta nacional.

Los mandamases estaban asustados por la continuidad de la marchas y el despertar


de la rebeldía popular, los cacerolazos se extendían por los barrios, los bloqueos
de las vías principales; y la toma de sitios claves de concentración estaban llenos
de estudiantes y gente del común, seguían los destrozos de buses y estaciones del
transporte masivo y de fachadas de edificios públicos, estudiantes y policías
heridos y los saqueos aislados de unos cuantos que aprovechaban el desorden y
servían de pretexto para satanizar a los estudiantes. El asesinato del estudiante
DILAN CRUZ por parte del ESMAD exacerbó el ánimo de los protestantes y
recibió la solidaridad de muchos sectores avanzados y democráticos de Colombia.
Sin embargo, este hecho partió el paro en dos: El gobierno se vio en la necesidad
de sentarse a negociar con los organizadores del paro y convocó reuniones amplias
con otros sectores políticos y representantes de los gremios. Los organizadores se
sintieron obligados desde las calles a convocar nuevas marchas y a negociar en
medio de las manifestaciones callejeras. El comando de paro pasó un pliego de
peticiones con puntos como el retiro de la reforma tributaria, derogar el holding
financiero, no presentar las reformas laboral y pensional, detener las
privatizaciones, los Tratados de Libre Comercio (TLC), cumplir los acuerdos
pactados en las anteriores movilizaciones de estudiantes, educadores y
trabajadores, los acuerdos de paz de la Habana, combatir la corrupción, todo un
mar de necesidades de los trabajadores y el pueblo, incluyendo la propuesta de
acabar el ESMAD y otras numerosas reivindicaciones de las mujeres, los indígenas
y las negritudes que luchan por cohesionarse con el grueso del pueblo colombiano,
sus luchas y los derechos sociales. Se esperaba, teniendo en cuenta la historia de
las luchas en Colombia que la muerte de DILAN avivaría el espíritu combativo de
los manifestantes; pero, surtió el efecto contrario, apaciguó la protesta. – Pudo más
el llamado a la cordura y a la paz de la familia del estudiante–. Siguieron las
marchas contra Duque, sin embargo, con un ingrediente: el rechazo a “la violencia”
entre las partes. La tragedia se convirtió en comedia. Para los que vivimos las
jornadas de protesta de la década del 70 vendría lo insólito: la ira por el crimen del
estudiante se tradujo en abrazos y chocolatadas con la policía. Las marchas ya no
eran tan numerosas, el ánimo estaba diezmado; la propaganda y los noticieros
seguían enfrentado la opinión pública con los que se mantenían protestando en las
calles. El Comité de paro y las organizaciones no tuvieron más salida que decretar
marchas escalonadas en medio de la negociación con el gobierno. Duque nombró
entre sus negociadores a uno de los tantos esquiroles de la clase obrera en la
historia del movimiento sindical, Angelino Garzón. Con el acercamiento de las
fiestas navideñas los ofrecimientos demagógicos eran la salvación. El presidente
Duque entre las cuerdas, tanto por el paro, como las contradicciones y la crisis
política en el seno de las instituciones y partidos de las clases dominantes, veía la
oportunidad de unificar la oligarquía en defensa del orden establecido y convocar
a un pacto social entre oprimidos y opresores para ataviar la sarta de medidas
impuestas a la nación por el imperialismo norteamericano y el capital financiero
internacional por medio de la OCDE, el Fondo Monetario y el Banco Mundial.

Este paro u otro que siga sólo puede avanzar si se orienta y se dirige desde una
posición de clase proletaria y consecuente con los trabajadores y las masas, y que
por lo menos se sienta la necesidad de la conformación de un partido
auténticamente proletario y revolucionario ligado estrechamente a las masas con
cuadros capaces de convertir el movimiento espontáneo de las masas en
movimiento consciente y organizado, de tal manera que supere la naturaleza
revisionista y oportunista de la izquierda colombiana, y que sirva de escuela para
esclarecer la conciencia de los obreros y campesinos y del pueblo en general; de
tal manera, logren comprender a cabalidad que mientras persista el actual Estado
oligárquico proimperialista no puede haber verdadera democracia para todos ni
progreso y desarrollo para la nación colombiana. Y que esta transformación
indefectiblemente es mediante la conformación de un frente amplio de lucha
conformado por todas las clases que sufren la opresión del imperialismo
norteamericano y del resto de capitales extranjeros ejercida por la gran oligarquía
colombiana, dirigido por los obreros y campesinos que consiga la independencia
de la nación y continuar la marcha hacia el socialismo. De lo contrario, las masas
podrán sentir la necesidad de salir a las calles a luchar por sus intereses de clase,
pero, sin la claridad política suficiente que les permita de manera consciente y
organizada defenderse y lograr el éxito de sus pretensiones. Serán como un barco
en alta mar y sin timón.

Si entendemos esto y, si lo hacemos saber a los obreros y a las masas, no sólo


garantizamos el éxito de nuestras tareas sino quitamos del camino a los
oportunistas y traidores encargados de descarriar el movimiento y asordinar la
protesta y, a cambio, posibilitamos el nacimiento de una nueva sociedad
verdaderamente justa y democrática.

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