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Jesús Faría

MI LÍNEA NO CAMBIA,
ES HASTA LA MUERTE
Una vida de lucha por la liberación
de la clase obrera
© Mi linea no cambia, es hasta la muerte. 1.ª edición, 2010.
© Mi linea no cambia, es hasta la muerte. 2.ª edición, 2014.
© Fondo Editorial de la Asamblea Nacional “Willian Lara”, 2014.

Junta directiva
Dip. Diosdado Cabello Rondón
Presidente
Dip. Elvis Amoroso
Primer vicepresidente
Dip. Tania Díaz
Segunda vicepresidenta
Fidel Vásquez
Secretario
Elvis Hidrobo
Subsecretario

Fundación Fondo Editorial de la Asamblea


Nacional “Willian Lara”
Presidente
Farith Fraija Norwood

Cuidado de la edición
Juaníbal Reyes
Kattia Piñango Pinto

Corrección
Xoralys Alva

Diagramación
Armando Rodríguez Hernández

Depósito legal: N.º lf 308 2015 320 196


ISBN: 978-980-7603-28-7

Impreso en la República Bolivariana de Venezuela


Condensar en una obra las vivencias y Hay hombres que luchan un día y son
escritos de los y las protagonistas de la buenos. Hay otros que luchan un año y
historia y mantener vivo su legado es son mejores. Hay quienes luchan muchos
uno de los propósitos fundamentales años, y son muy buenos. Pero hay los
de este Fondo Editorial. Para que luchan toda la vida, esos son los
mantener vivo el espíritu libertario imprescindibles…
que ha hecho posible en alguna Esta colección rinde homenaje a los hom-
medida el avance hacia la construcción bres y mujeres que han ofrendado su vida
del Socialismo.En uno de sus textos, el por forjar un mundo mejor con sus ideas,
escritor y dramaturgo alemán Bertolt sus escritos y sus luchas.
Brecht decía:
Índice

PRESENTACIÓN 9

PRÓLOGO 11

PREFACIO 17

CAPÍTULO I
MI INFANCIA 19

CAPÍTULO II
MIS pRIMEROS PASOS
EN LOS CAMPOS PETROLEROS 43

CAPÍTULO III
INGRESO A LOS SINDICATOS
Y AL PARTIDO COMUNISTA 83

CAPÍTULO IV
AL FRENTE DE LOS OBREROS
PETROLEROS VENEZOLANOS 121

CAPÍTULO V
GOLPES DE ESTADO, CONSTITUYENTE
Y HUELGA DE HAMBRE 167
CAPÍTULO VI
PRESO DEL IMPERIALISMO
Y LAS TRANSNACIONALES PETROLERAS 205

CAPÍTULO VII
23 DE ENERO, AUGE DE MASAS
Y LA LUCHA ARMADA 235

CAPÍTULO VIII
DEFENSA DEL PCV
FRENTE A LA CORRIENTE PEQUEÑO-BURGUESA 285

CAPÍTULO IX
EL LENINISMO Y LA LIBERACIÓN NACIONAL 325

CAPÍTULO X
SE DESCOMPONE EL RÉGIMEN PUNTOFIJISTA 347

CAPÍTULO XI
A PESAR DE TODO,
EL FUTURO DE LA HUMANIDAD ES EL SOCIALISMO 363

CAPÍTULO XII
DISCURSOS PRONUNCIADOS POR JESÚS FARÍA,
SECRETARIO GENERAL DEL PCV 375

CAPÍTULO XII
DISCURSO PRONUNCIADO POR MIGUEL OTERO SILVA
EN LA CELEBRACIÓN DE LOS
setenta AÑOS DE JESÚS FARÍA 421

ANEXOS 429
PRESENTACIÓN

Para quienes en plena juventud ya habían abrazado en la década de


los cincuenta la causa de la justicia social, el nombre de Jesús Faría era
símbolo de resistencia, de indoblegable y firme voluntad de militancia
revolucionaria. Para Faría los calabozos de la dictadura perezjimenista
no eran ni su primera ni su última prisión. Transcurrió poco tiempo y
el gobierno betancourista lo despojaría de su condición de senador de la
República, volviendo de nuevo al cautiverio en septiembre de 1963, para
salir expulsado del país tres años después. ¿Qué delitos había cometido
este hombre? Venir de las olvidadas soledades del campo venezolano de
las primeras décadas del pasado siglo, empinarse sobre las condiciones
de vida casi esclavistas que en ese entonces prevalecían, asomarse a la
luz de la lectura a los veintisiete años de edad, unir a su vida laboral la
lucha sindical solidaria y combativa, pero, por sobre todo, por iniciar un
temprano e inacabado camino de ideales y práctica comunista que aún,
ausente la presencia física, sigue corriendo paralelo con su memoria.
Los valores de la humildad, del empeño creador que busca prodigarse
en los demás antes que en el éxito individualista del egoísmo excluyen-
te, del luchador social incesante, del internacionalista en su posición de
irreductible antiimperialismo, son mensaje vivo en esta obra que sirve,
además, de pregón a las conciencias puras que deben guiar las transfor-
maciones sociales. De Jesús Faría podemos decir, como don Pablo Neruda
para Nazim Hikmet:
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

De tus prisiones que fueron como pozos sombríos, pozos de


la crueldad, del error y del dolor te vi llegar y aceché en tus
manos la huella del castigo, en tus ojos busqué la espina del
odio, pero lo que traías era tu corazón radiante, tu corazón
herido solo traía luz.

Estos versos de un poeta comunista, para otro también de militan-


cia comunista, existentes en el poema “Corona de invierno” para Nazim
Hikmet, escrito a raíz de la muerte del poeta turco en el año 1963, se los
cantamos a Jesús Faría, con quien no pudieron ni la prisión ni las ten-
taciones de la opulencia y cuyo “corazón radiante”, incansable, siempre
estuvo al servicio de los derechos de los trabajadores de Venezuela y del
mundo.

Clodosbaldo Russián Uzcátegui


Contralor General de la República Bolivariana de Venezuela

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PRÓLOGO

En un lenguaje directo y crudo, Jesús Faría relata la vida de un niño


campesino, obrero petrolero, dirigente sindical y secretario general del
Partido Comunista de Venezuela. Apenas la imagen de un paisaje visto
de niño le arranca breves pinceladas líricas. No obstante, un profundo
aliento humano recorre el texto, con reflejos, incluso, de ternura. Surgi-
do en la entraña de las clases explotadas venezolanas, analfabeta hasta
los veintisiete años de edad, pudo leer en cinco idiomas: español, inglés,
ruso, francés e italiano. Las obras fundamentales de Marx y Lenin, y los
clásicos de la literatura universal, constituyeron el bagaje cultural que
este hombre acumuló después de aprender las primeras letras.
La narración de su infancia campesina y sus años de trabajo en los
campos petroleros al servicio de las grandes empresas trasnacionales,
nos pinta el cuadro de la Venezuela esclava y feudal, país condenado por
el latifundio y la explotación imperialista en estrecha alianza, y don-
de buena parte de sus habitantes vivía una existencia de miseria, difí-
cilmente imaginada de no ser contada con tanta veracidad por un ser
humano que la experimentó en carne propia y no pretende otra cosa que
transmitirla sin ánimo de hacer “literatura”, pese al talento de escritor
que le reconocían personas con autoridad en la materia.
Digamos que describe los hechos con crudeza y ellos hablan con dra-
mática elocuencia. La realidad, siempre se ha dicho, es más rica que la
ficción. Estamos en presencia de un testimonio desgarrador y, al mismo

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MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

tiempo, lleno de confianza en la fuerza creadora que encierran las clases


explotadas para construir un futuro luminoso: el socialismo.
La actuación inescrupulosa de las empresas imperialistas con la
complicidad del gobierno, desde el presidente de la República hasta las
autoridades del trabajo y los agentes policiales, queda patente en las con-
diciones infrahumanas a que estaban sometidos los trabajadores y en el
incendio de Lagunillas, causado por el afán criminal de exprimir hasta
la última gota de nuestro petróleo. El desprecio a nuestra patria se pone
de relieve en la anécdota del gerente yanqui que en la celebración del
4 de julio –nunca se celebraban los días patrios venezolanos– utiliza la
bandera nacional para limpiarse las manos grasosas. La reacción de un
capitán del Ejército venezolano resulta significativa.
La resistencia, primero individual, y luego sindicalmente organizada,
demuestra la verdad marxista de que la clase obrera es la llamada a enca-
bezar el bloque histórico que vencerá la opresión imperialista y llevará
a cabo la Revolución socialista. La repercusión de la huelga petrolera de
1936-1937 movió la solidaridad de todo el país, la cual se puso de mani-
fiesto en el conmovedor gesto de las mujeres caraqueñas de tomar a su
cargo los hijos de los obreros mientras duraba el conflicto. Jesús fue actor
de primera línea en la lucha por preservar la unidad del movimiento sin-
dical frente a las maniobras del imperialismo y sus servidores criollos.
La conciencia se formaba en el calor de la lucha y hacía que el ejemplo de
los compañeros permitiera que aquellos que en los primeros momentos
habían servido de esquiroles comprendieran la situación de su clase y
se incorporaran decididamente. La lucha impone la unidad y este es un
hecho que el obrero comprueba en la práctica. La huelga petrolera de
1950, de la cual Jesús fue uno de sus principales dirigentes desde la clan-
destinidad, constituyó una extraordinaria jornada unitaria, antecedente
de la unidad popular que derrocó la dictadura de Pérez Jiménez. En esa
huelga la Seguridad Nacional localizó su escondite y en la cárcel pasó
ocho años, hasta la caída del tirano. El imperialismo no permitía que
este dirigente obrero comunista permaneciera en la trinchera de com-
bate. Por eso fue el preso político de mayor duración bajo aquel régimen.
En 1996 los comunistas caracterizamos la revolución venezolana
como una revolución de liberación nacional en transición al socialismo.
El desarrollo de las fuerzas productivas hace necesario en esta etapa el

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Jesús Faría

concurso de diversos modos de producción: capitalismo de Estado, capi-


talismo privado y modo de producción socialista. Las fuerzas motrices
que impulsan ese desarrollo son la clase obrera, el campesinado, las cla-
ses medias y sectores de la burguesía. En todo bloque histórico hay una
clase social que ejerce la hegemonía y nosotros hemos considerado que
en la Venezuela de nuestros días no hay ninguna otra que no sea la clase
obrera capaz de encabezar el bloque necesario del proceso revolucionario
que estamos viviendo. La clase obrera, en consecuencia, tiene a su cargo
el principal papel y de allí la necesidad de abordar con criterio riguroso
y de principio los problemas que ella confronta. En primer lugar, el de
su unidad, que ha sido el blanco favorito de los ataques imperialistas.
De la misma manera que los esfuerzos del imperio han estado dirigidos
a dividir el movimiento sindical, la lucha de la clase obrera requiere una
unidad férrea. Esta verdad elemental encuentra escollos porque la ideo-
logía del enemigo de clase penetra las filas proletarias y hace olvidar las
formidables jornadas de los obreros en nuestra historia. Esta es la impor-
tancia del vívido relato que nos ofrece este libro. Otro problema es el de
las cooperativas como empresas que constituyen el modo socialista de
producción y que la Constitución Bolivariana y el Gobierno promueven
con mucho vigor, pero que confrontan, como todo lo que empieza, dificul-
tades de diversa índole.
La burguesía no ha sido capaz de unir a nuestro pueblo para cum-
plir la misión de realizarnos como nación. Por el contrario, asesinado el
Mariscal Sucre y muerto El Libertador, esa burguesía ha sido aliada de
los imperios para sojuzgarnos, dividirnos y mantenernos separados de
nuestros pueblos hermanos. Los sectores y personalidades que, dentro
de esa clase, han sostenido actitudes patrióticas dignas, son aislados o,
como en los casos de Cipriano Castro y Medina Angarita, derrocados.
Históricamente, pues, esta clase social, en más de siglo y medio, no ha
querido o no ha podido realizar un proyecto de desarrollo independien-
te. Está demostrada su incapacidad económica, social y política para tal
fin y, por eso, la clase obrera tiene que tomar la bandera de la liberación
nacional y social.
El imperialismo maneja cuantiosos recursos para dividir a los desta-
camentos revolucionarios y encuentra aliados en las propias filas de los
que dirigen contingentes populares. Rómulo Betancourt, en una sucia

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MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

maniobra que arrastró al general Medina Angarita, divide la central de


trabajadores en 1943 para unirse con militares reaccionarios en un gol-
pe de Estado propugnado por el imperialismo norteamericano contra el
mismo Medina Angarita. Después, tras un largo período de duro comba-
te contra la dictadura del que había sido su socio en el golpe de Estado,
se logra la unidad y, nuevamente, Betancourt, desde el gobierno, apela al
crimen y la cárcel, divide la clase obrera y consuma la traición al movi-
miento popular que hizo posible el 23 de enero de 1958; con el único pro-
pósito de implementar la política que necesitaba el imperialismo.
Este siempre ha sabido que la división de la clase obrera es condición
de la opresión de nuestro pueblo.
La construcción del Partido Comunista es un capítulo esencial del
relato. Su ingreso al partido y las vicisitudes posteriores son como
la culminación lógica de la vida de quien, nacido en la mayor miseria,
compartido injusticias con sus compañeros de los campos petroleros,
hermanado con ellos en la rebeldía, adquirido conciencia de clase en la
lucha y organizado sindicatos, termina en el partido de los proletarios del
mundo. Su recorrido por Venezuela, sus viajes al exterior, las cárceles,
las luchas fraccionales, las derrotas, los triunfos del movimiento popular,
éxitos y fracasos templaron el alma de este proletario que permaneció
fiel a su clase hasta la muerte. Y más allá de la muerte. Esta publicación
póstuma es un valioso aporte a las luchas actuales porque la vida de los
revolucionarios consecuentes se proyecta a través del tiempo.
El autor evoca la amarga experiencia de las luchas fraccionales del
Partido Comunista. Ellas dejan huellas que trascienden por los años.
Unos permanecen en el movimiento revolucionario, aunque a veces en
otras toldas; otros abandonan para siempre la lucha y, algunos termi-
nan como traidores a su clase y a su pueblo. Estos últimos, por supuesto,
llevaban en su seno el germen de la traición. Las contradicciones son la
base de la dialéctica y la experiencia enseña que para afrontarlas correc-
tamente se requiere elevar el nivel moral, político e ideológico de los
militantes.
En la etapa crucial que está transitando el pueblo venezolano, la vida de
Jesús Faría es una magnífica lección sobre el papel que debe jugar la clase
obrera en la Revolución Bolivariana, la cual estremece hasta sus cimientos
nuestra sociedad y se proyecta a escala mundial como alternativa frente al

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Jesús Faría

imperialismo. La hora reclama la solidaridad del internacionalismo pro-


letario y solo una clase obrera unida y organizada puede convocarlo con
eficacia. Es una exigencia de la brillante política nacional e internacional
que lideriza el presidente Chávez.
En este ensayo autobiográfico se nos está diciendo que la clase obrera,
en sus inicios extraordinariamente difíciles, supo estar a la altura de los
desafíos, porque la lucha es su eterna compañera. Hoy, cuando contamos
con un Gobierno que no vacila en su enfrentamiento al imperialismo y en
su decisión de estar al servicio de las clases excluidas, la Fuerza Armada
ocupa puestos de vanguardia, la Federación Sindical Mundial llama a la
unidad obrera en todas sus instancias y las masas populares constituyen
la principal fuerza protagónica del proceso revolucionario; ha llegado la
hora decisiva de la clase obrera venezolana, cuyo ejemplo se proyectará al
proletariado de todos los países. ¡Arriba parias de la tierra!
El libro se expresa por sí mismo y los revolucionarios sabremos extraer
las conclusiones pertinentes. Sus páginas arrojan ricas enseñanzas
para quienes hemos tenido la fortuna de vivir los días de la Revolución
Bolivariana.

Roberto Hernández Wohnsiedler


Caracas, 2 de octubre de 2006

15
PREFACIO

Me asomo al mundo de los libros con la esperanza de ser útil a los


obreros y campesinos, para lo cual nunca es tarde y todo apunte tiene
algún interés.
Las páginas de este libro describen hechos verídicos. En ellas trato de
relatar los sufrimientos de los niños campesinos más pobres hace seten-
ta años, cuando tantos morían prematuramente. Es la autobiografía de
quien fuera niño campesino, joven obrero y ha sido comunista durante
más de cincuenta años.
Hay hechos que para describirlos se necesita haberlos padecido y saber
escribir, dos requisitos que no coinciden en personas de mi generación.
Para los lectores, cuya edad y origen social le otorgan la ventaja de
ignorar cosas tan ingratas, este libro tampoco carece de interés, porque
una cosa es presentir o describir la miseria, y otra muy distinta, y terri-
ble, es padecerla día tras día, como un náufrago que bracea en un mar
sin orillas.
La vida de los niños sin leche ni pan es una pesadilla ¡Que no olviden
los hijos sin padres cuánto luchó la madre soltera para criarlos!
En la primera parte de este libro no se narra la realidad con toda su
crudeza. Y, sin embargo, parte de su contenido parece increíble.
En la parte referida a mis inicios en el movimiento sindical y en la
vida del Partido Comunista relato un conjunto de sucesos que tuvieron
lugar en una Venezuela totalmente diferente a la actual. Esas vivencias y

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MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

mi incursión en esa escuela de dignidad y ética que es el Partido Comu-


nista, me permitieron involucrarme como protagonista cada vez más
consciente en la lucha de la clase obrera venezolana de la primera mitad
del siglo XX.
Escribo relatos después de pensarlo un largo rato y, sobre todo, por-
que personas a quienes debo agradecer lo mucho que hicieron por mi
libertad durante mis largas pasantías por las cárceles venezolanas, y por
mi vida, me lo han pedido una y otra vez. Muchos de ellos forman una
sociedad unida, culta y laboriosa que nunca conocieron aquella vida de
los niños venezolanos de comienzos del siglo XX.
Ellos, mis entrañables amigos de sociedades felices, ignoran el horror
de una infancia sin leche ni pan, para hablar solo de lo más elemental de
la vida humana.
Y para aquellos, cuyo origen social es el mismo que el mío y comien-
zan a abrirse paso en ese crisol que son las luchas sociales en defensa
de sus hermanos de clase, las experiencias narradas en este libro quizás
puedan despertar algún interés.

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CAPÍTULO I
MI INFANCIA
Mis padres
Yo nací cuando el cometa, junio de 1910. Sin embargo, las noches
blancas del cometa Halley no penetraron las tinieblas que envolvían a
quienes nos movíamos donde yo me movía.
Quienes nacían en la Venezuela de 1910 se metían en una peligrosa
aventura al “pisar” tierra. De inmediato eran cercados por implacables
enemigos: hambre, paludismo, ignorancia...
Estuve a punto de nacer en el monte. Solo apretando el paso pudo la
parturienta llegar hasta la choza, cuando ya el heredero tocaba la puerta.
A los recién nacidos le “curaban” el ombligo con sebo de chivo y los faja-
ban con una tira cualquiera.
Mi madre trajo al mundo seis hijos y, además, crió dos ajenos. Me
contaron que nací robusto, pero al faltar la maravillosa leche materna
apareció el hambre y, con ella, el raquitismo.
Mi madre se llamó María Fulgencia, hija de un “coronel” de guerrillas,
Ricardo Faría, y de Isabel Faría de Faría.
Mi madre era una mulatica de suave cabellera. Conocía el alfabeto y
casi nunca se enfermaba. Tenía una ilimitada capacidad para el trabajo.
Valerosa, tierna y severa a un mismo tiempo. Era ella la mejor vestida de
la familia, porque tenía que “salir” al pueblo para vender los chinchorros
y los cueros de chivos, así como a comprar maíz, café, quinina y “dulce”
(papelón).

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MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Era una mujer de escondida ternura. Cuando uno caía enfermo, ella
cambiaba por completo, inclusive, usaba un lenguaje cadencioso que se
convertía en una medicina. Nos dormía con sus caricias.
Durante el día solía verse obligada a castigarnos, pero al llegar la
noche, aunque nos acostábamos “con las gallinas”, de todos modos nos
sentábamos en el suelo a rezar, momento que aprovechaba para apode-
rarme de un lado del maternal regazo. Este era un espacio que nos dispu-
tábamos, porque no cabíamos todos. ¡Nada igual a ese “laíto”!
Nos obligaba a rezar, pero en los primeros años las oraciones produ-
cen un sueño profundo y reparador. Cuando el rosario promediaba, no
quedaba un solo muchacho despierto, por lo cual recibíamos reproches.
Yo escapaba de las cuerizas maternas, corriendo por los tunales y
barranqueras. Luego daba vuelta en torno a la casa, bajo un sol inclemente.
Mamá juró no seguir pariendo hijos para que se murieran de mengua.
Esto significaba renunciar a los hombres a temprana edad, porque no
había manera de evitarlos cuando se tenía hombre. Pero María Fulgencia
era una mujer de carácter firme. No trajo más hijos al mundo.
Mamá era una trabajadora insigne y nos asignaba obligaciones a
todos. Mi padre, aunque soy hijo natural tengo padre, se llamó Reinaldo
Oberto, hombre rico e influyente. Perdía casi siempre en el juego y gana-
ba en el amor, como le ocurre a menudo a quien tiene dinero. Persona
jovial a quien tampoco le faltaban enemigos.
Era un hombre de averías. Ganaba pleitos por terrenos, aguas y pas-
teaderos. Quienes le robaban animales iban a parar a la cárcel o al servi-
cio militar, porque don Reinaldo era hombre con influencias dimanantes
de su poder económico.
Le tendieron emboscadas, pero desde lejos, porque andaba bien
armado. Buen tirador y con buena arma, era temido por quienes lo odia-
ban. En una de esas emboscadas salió sin un rasguño y puso en fuga a
quienes le habían disparado sus escopetas desde una distancia demasia-
do prudencial.
Dejó cerca de veinticinco hijos en unas diez mujeres. Sin embargo, era
soltero y vivía solo, con hijos, sobrinos y peones.
A las madres de sus hijos las dividía entre preferidas y no preferidas.
Las primeras recibían atención económica, las últimas puro amor e hijos.

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Jesús Faría

Las primeras imágenes de mis padres se remontan a lo que llamamos


tierna infancia. Yo tendría dos años, cuando mi madre quedó embarazada
de Goyita, la última hija. Resolvieron mudarme para El Hato, residencia
de don Reinaldo, para que no me embuchara “mamando leche maluca”.

San José del Hato


Mamá recaló por El Hato muy barrigona –la niña nació en septiem-
bre de 1912– y papá, pasando la mano por el vientre de mi madre me
preguntó:
—¿Qué tiene aquí tu mama? (no se decía mamá).
—Comía –respondí.
El viejo soltó la risa y repitió: “Comía”.
En El Hato –un lindo lugar para la época– conseguí una furiosa manta
de piojos y fui víctima del turbulento carácter de mis parientes paternos.
Me salvé por mal enterrado.
Rodeado de personas implacables que me azotaban con todo tipo de
crueldades, tuve la fortuna de encontrarme con Ramona Faría, una her-
mana de mi padre que la tenían allá como esclava. Era fuerte y tierna. Me
defendía y acariciaba.
Cuando me azotaban –y lo hacían varias veces por día–, Ramona me
consolaba dulcemente.
—No llorés mi negrito, que te ponés feo –y me cubría de besos.
Me convertí en una sombra de aquella muchacha. A sus cuidados le
debo la vida. Era un amor que aumentó hasta su muerte.
Era una mujer de frondosa cabellera negra, de piernas poderosas y
senos firmes. Había un contraste entre su poderío físico y su ternura en
el trato.
Otra sierva lo era una chavalita regordeta, piojosa, blanca y mugrien-
ta. Decían que era mi hermana y otros que era mi sobrina. Sobrina o her-
mana, éramos uña y carne. La acompañaba cuando la enviaban a recoger
tococoros (leñitos de cardones secos), así como para otros menesteres.
Mi parientica me aventajaba en edad y en saber. Trabajaba duro y
¡cuántas cosas había visto a tan temprana edad! Algunas las ensayaba
conmigo en un vano empeño. Cuando me resistía, ella me cuereaba dul-
cemente con un ramito:

23
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

—¿No querés? ¿No querés?


Yo era una criatura montaraz por completo, un caso digno de estudio
para un psicólogo infantil.
Una vez llegó a El Hato una hermanita mía desconocida. Estaba tan
engalanada con lacitos de vivos colores en el pelo, que era como una
rosa entreabierta. Verla y correr por la otra puerta fue una misma cosa.
¿Cómo explicar esta emoción? No era miedo ni falta de curiosidad. Era
la expresión de un niño montuno, que vivía aislado, embrutecido por las
crueldades y por el terror psicológico de los adultos.
Si quienes se ocupan de levantar y educar a los niños recordaran sus
emociones de la infancia, serían maestros formidables.
El Hato era un bello lugar. Todo lo rico es bonito, se decía, con una
sombra de duda en el tono. Había un estanque que aguantaba todo el
verano, cardonales y cañadas de fresca sombra. Miles de chivos y una
masa de cabritos rocheleando. Habría sido tan feliz si me hubieran dicho
que uno de aquellos animalitos juguetones era mío, pero en la mentali-
dad feudal no había sitio para la psicología infantil.
Durante el tiempo que viví en El Hato no veía muy a menudo a mi
padre, pero sí recuerdo que cuando regresaba le preguntaba si me había
traído la “franelita” que me había ofrecido.
Siempre se le olvidó.
Y aunque me dio “zapatero” –jamás me regaló ni un maravedí– yo lo
quería mucho.
¡A qué niño no le va gustar tener papa! (Tampoco se decía papá).
No sé por qué recuerdo estas cosas; supongo que será porque son un
ejemplo negativo de efectos permanentes. El niño no examina estas mez-
quindades, no puede hacerlo.
Más adelante llega a comprender, pero no sabe explicarse, por qué hay
personas buenas y de las otras; gentes que nos consuelan y otras que nos
azotan. Uno ríe o llora, según el caso, pasan los decenios y estos sucesos
de la primera infancia no se borran.
Una tarde se apareció mamá con el hijo mayor. Había parido y estaba
radiante. Llevó la criatura.
Llevaron un burro para traerme al hogar materno.
Cuando María Fulgencia me vio piojoso y hambriento, estalló furiosa.
Por la noche Ramona le contó el resto.

24
Jesús Faría

Al amanecer tomamos el camino, oeste franco, rumbo a San Pedro.


En Guayabo nos esperaba Mercedes, la madre de Ramona. Allí se
habló mal de mi padre y de toda su parentela.

San Pedro, el hogar materno


San Pedro era una casa plantada en medio de una solitaria llanura,
cerca del mar. Habiendo como había tierras fértiles y siendo como eran
tan pocos los venezolanos, nuestro hogar estaba totalmente aislado,
como si de huir de los pueblecitos se tratara.
No había forma de saber, ¿por qué no se dispersaban hasta otros luga-
res donde hubiera agua y se pudiera sembrar unas matas de maíz?
Se decía que “...allá adentro...” –en la montaña– daba mucha calentu-
ra y la gente se moría. Eso era cierto, pero acá afuera, en la orilla del mar,
también teníamos paludismo y faltaba la quinina.
No sé cómo fue a dar mamá en un lugar como este, a San Pedro, a esta
solitaria casita, sin vecinos en kilómetros a la redonda.
A decir de los que sabían –eran pocos los que sabían y estos sabían
poco–, allí uno se salvaba “porque Dios es más grande que la misma
Iglesia...”.
—¿Por qué, si Dios es tan grande y poderoso, dejaba morir a tantos
niños? –se preguntaba.
—Es que Dios los necesita allá, para su coro de angelitos... –afirmaban
con resignada ignorancia.
De cualquier manera, en la noche llegamos a San Pedro. Abuela, her-
manos y primos salieron en masa y a toda carrera a nuestro encuentro.
Me asusté y eché a correr, pero María Altagracia me penqueó fácilmente,
me tomó en sus brazos y me cubrió de cariños.
Era la segunda vez que le huía a la gente.
Aquella masa familiar hablaba toda al mismo tiempo. Pedían bendi-
ciones y me obligaban a que las pidiera.
Yo estaba asombrado ante tanta familiaridad. En El Hato, donde yo
había abierto los ojos, las relaciones humanas eran distintas.
Por momentos, era yo el mimado del hogar.
Se notaba como un sentimiento de culpa en los comentarios que se
hacían por haberme llevado a los predios de mi padre.

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MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Al parecer, era época de prosperidad en San Pedro, porque en la noche


hubo abundante mazamorra con leche de cabra.
Me atiborré demasiado. Hasta el extremo de que no me podía endere-
zar, lo cual era comentado entre risas por mis coetáneos.
Al día siguiente, mi madre partió en busca de un vecino, quien trajo
sus tijeras y me cortó el pelo, en medio de comentarios cada vez que los
piojos caían partidos.
La familia era numerosa: la abuela, la tía y sus tres hijos, un nieto de
mi tía, mi madre y cinco de sus hijos. La otra, Luisa, había muerto.
Aparecí ubicado con la abuela y con María Altagracia.
La primera me salvó de frecuentes castigos maternos. La última tenía
el timón de la cocina en sus firmes manos.
Me adapté a la nueva vida. Aprendí los nombres de mis parientes, de
los perros y de las cabras. Había algunas gallinas y gatos.
Los útiles de nuestro hogar eran unos chinchorros viejos, rotos y
mugrientos. No había sillas, ni mesa, ni espejo. Una tinaja para el agua
de beber y otra para la cocina. Una olla y los cántaros de barro. Dos pie-
dras de moler, una para el maíz y otra para el café. La primera tenía dos
“manos”, una para quebrar el grano y la otra para “pasar” la masa, por-
que la arepa debía ser hecha con masa “chirita”. ¿La vajilla? Totumas. No
había platos ni tazas.
La casa de bahareque tenía huecos en las paredes y en el techo. Las
culebras entraban por la noche a nuestra choza y las mataban con valero-
sa audacia a la luz de una mecha de sebo.
Aunque no participaba aún en estos menesteres, me vi envuelto en
otro lío, del cual salí malparado: por las mañanitas descargaba la vejiga
en un hueco de la pared. Un día me “despertó” un rasguño en “la paloma”
(no sé por qué le decían así). Cuando vi que lo había producido un ciem-
piés que emergía de su inundado cubil, corrí dando alaridos.
No hubo “picadura”. Calmaron mis nervios y se hicieron comentarios
chistosos a cuenta mía, lo cual no me hacía gracia.
A partir de aquella fecha me ausentaba para hacer mis necesidades
a prudente distancia de dormitorios y criaderos de arañas, tuqueques,
lagartijas, ciempiés y otras sabandijas.
Nuestra familia, además de generosa, era unida, alegre y muy religio-
sa. Todos trabajaban en algo. Nadie se quedaba sin rezar al caer la noche.

26
Jesús Faría

Mi madre amamantó tres niños de una familia acomodada, cuyo hato,


Santa Inés, distaba una media legua de nuestro hogar.
La niña que alimentó se salvó. Los otros dos murieron. A estos varon-
citos no los salvó ni la rica leche de María Fulgencia.
Se podría concluir que si los hijos de los ricos morían a edad tempra-
na, ¿qué no ocurriría con los hijos de los pobres? Sin embargo, en nuestro
caso no fue así.

¿Por dónde nacen los niños?


El sustento del hogar era mi madre. Cuidaba un rebaño que tenía unas
doscientas cabezas. Esto lo hacía “al tercio”, es decir, de cada tres crías
una era para la terciante, pero después de reponer las pérdidas por peste,
mordeduras de culebras, robo o cualquier otra razón.
Las pérdidas a reponer eran siempre superiores a la parte que nos
correspondía, lo cual iba acumulando una deuda, dando origen a reyer-
tas entre amo y sierva.
Apagado el eco de los gritos paternos y la humedad del llanto mater-
no, el ama de casa reincidía en sus rubieras contra la propiedad feudal,
confiando en que Dios mandaría lluvia y las cabras darían hasta seis
crías por año –puros sueños.
Cuando el hambre apretaba –y lo hacía a menudo y más de la cuenta–,
mi madre decía en alta voz, segura de que nadie la oía:
—No sea pendejo, don Reinaldo, no voy a dejar morir de hambre a
tantos muchachos... –y mataba otro animal, a sabiendas de que no sería
posible reponerlo el día de la partición.
Creo que don Reinaldo en el fondo toleraba lo que presentía, pero
amarraba la cara para evitar que el rebaño fuera aniquilado en menos
tiempo.
En cuanto a los niños, su trabajo consistía en jardear las cabritas,
recoger leña y cuidar las cabras que eran dejadas en el corral para parir.
Cuando parían, el cabrito caía a tierra y le suspendíamos el rabo para ver
si era hembra o macho. En seguida íbamos con el parte…
Sabíamos que día iban a parir, lo cual parecía natural, pero no lo es
tanto para quien no sea criador desde su infancia.
Julio, mi sobrino un año mayor que yo, encabezaba la brigada des-
tinada a espantar zamuros, chiriguares y gavilanes, de modo que no

27
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

aprovecharan el momento del parto para matar los cabritos antes de


caer al suelo, lesionando inclusive a la cabra indefensa. Éramos eficientes
patrulleros.
Y, por cierto, aprendimos ciertos procesos en la escuela de la vida, los
cuales nos llevaron a discutir sobre las vías que usaban las mujeres para
traer al mundo sus criaturas.
Un día fuimos a preguntarle a la abuela si nacíamos por la boca o por
otro hueco del organismo, pero lo hicimos en forma tan directa, que tuvi-
mos que huir para no ser alcanzados por la furia de nuestras hermanas.
Si las madres solteras tienen problemas con los hijos varones estando
chiquitos, estos problemas se agravan a medida que uno va creciendo,
porque hay consejos que los hombres suelen transmitir mejor.
Afortunadamente, cerca de nuestra casa, en Las Huertas, vivía un
matrimonio y mi madre pasó a ser la partera de esta vecina, cuyo esposo
era como un padre bondadoso conmigo. Me enseñó lo poco que uno nece-
sita que le enseñen para establecer relaciones con las mujeres.
Todos teníamos alguna experiencia, según lo que habíamos visto en
los animales, que no era poco. Pero siempre se necesitan consejos para
completar un aprendizaje que, en muchos casos, tiene que esperar años
para ser puesto en práctica. En muchos casos, las mujeres aprenden
estas cosas desde temprana edad y la transmiten a su compañero con la
suficiente discreción, para no herir el orgullo del ser más vanidoso del
planeta.
Tomado de la mano de mis mayores, me fui internando en los desha-
bitados arrabales de San Pedro.
Por las tardes, después de jardear las cabritas, apartábamos las
madres de los hijos para robarles la leche al día siguiente. Prácticamente
matábamos de hambre a los cabritos, sin el menor cargo de conciencia.
Cerca de nuestro hogar pasaba una quebrada rumbo al mar. En sus
orillas crecían árboles frutales. Entre estos tenía un valor alimenticio
especial el taque, una variante de corozo, que es fruta por fuera y rico
pan por dentro.
Los chivos los tragaban y por las noches los rumian. Ya pelado el coro-
zo, era abandonado y procedíamos a recogerlo para cocinarlo y extraerle
la almendra.

28
Jesús Faría

Por nuestra cuenta recogíamos la cosecha, consumíamos la parte car-


nosa y luego lo convertíamos en pan.
Aparte de este fruto de poder alimenticio, había caujaros y otras fru-
tas menuditas de rico sabor, incluyendo las guayabitas, muy solicitadas
también por las culebras. Aprendimos a encontrar huevos de daras, una
especie de alcaraván.
Así pues, éramos una familia de recolectores y criadores de un men-
guante rebaño de cabras. Además, éramos incipientes cazadores de igua-
nas y conejos.
En particular, los niños debían traer algo del monte.
Mis primeras salidas en compañía de mamá fueron para Paiguara,
Santa Inés y Arroyo Hondo. Santa Inés era el hato de mi padrino, un viejo
que echó la bendición sin mirarme.
Él estaba acostado en su chinchorro. Tenía algo sobre los ojos y un
trapo en sus manos que le atraía la atención.
—Son anteojos y está leyendo –me explicó mi madre.
No me pasó por la mente que algún día yo también podría leer y tener
anteojos.

El agua, la sal y la alimentación


Las familias vecinas nos daban agua para hacer la comida, cuando el
pozo de San Pedro se secaba. ¡Pero qué agua, señores!
Aquellos pozos tenían toda clase de excrementos y animales muertos,
los cuales eran devorados por los zamuros en la misma orilla.
Como si fuera poco toda esta inmundicia, las primeras lluvias arras-
traban toda la boñiga de los alrededores y la depositaban en el lecho de
los estanques, en el cual se movían los “guasarapos”. Nadie soñaba con
hervir aquel barro líquido que nos apagaba la sed.
No me pregunten cómo podían sobrevivir las personas que consu-
mían semejante veneno, porque no lo sé. Más aún, si no lo hubiera vivido
y me lo contaran, creería que la cosa era menos grave. Sin embargo, no
hay exageración en este caso.
Aquel lodo, mil veces contaminado, habría vacunado a sus usuarios,
porque nadie se enfermaba por consumirla.
María Fulgencia, cuando estaba muy espesa el agua, solía cortarla con
cal o con baba de cardón.

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MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Cada uno metía la totuma en la tinaja, bebía y dejaba las cosas de ese
tamaño. Esto incluía a la abuelita, que estaba tuberculosa desahuciada.
Además del agua, la sal era también fundamental para nuestra sub-
sistencia. Había una pequeña salina, pero nadie tomaba esa sal porque
era del Gobierno.
A veces recalaban los celadores, hombres malvados con enormes fusi-
les, quienes insultaban y hasta golpeaban a las mujeres, a la vez que rom-
pían los útiles de fabricar sal.
Ante esa situación, preferían recoger salitre, filtrarlo y luego hervir
aquel líquido amarillento, del cual se obtenía una sal morena como el
azúcar moscabada.
Cuando llovía –casi nunca– había leche en los corrales y los animales
engordaban porque, además del agua, encontraban pastos. Durante esos
escasos días de lluvia solía haber carne de lechón caprino para los her-
vidos o, como le decíamos, “sancochos”. Estos eran de agua, carne y sal,
con unas hojas de cebolla, todo ello acompañado de arepa.
A veces teníamos carne sin arepa y, otras veces, arepa sin carne. Sin
embargo, la mayoría de los días no había carne ni arepa.
Pero las lluvias también traían “plaga”, mosquitos. Y estos, a su vez,
traían calenturas, fiebres palúdicas. Había fiebres diarias, con frío o sin
frío, las había tercianas y ocasionales.
Las fiebres con frío nos dejaban temblando. Quedábamos pálidos y
débiles. Enfermos de verdad. En San Pedro no se conocían los plátanos ni
la yuca ni el ñame, para no hablar del trigo, arroz, papas y otros alimen-
tos por el estilo. No sabíamos qué era el chocolate ni el azúcar.
Se hacían solo dos comidas: almuerzo y cena. Por desayuno se daba
café con leche para los adultos y guarapo para los niños. A veces no había
ni guarapo.
Para la cena había mazamorra, un atol de maíz, cuyo espesor depen-
día de la situación de abundancia o escasez reinante, con un puntico
de sal y algo de leche. Sin embargo, muchas veces nos acostábamos sin
comer nada.
Cuando amanecía y mi hermana mayor no iba a “prender candela”,
significaba que estábamos “ruche”.
Nuestra casa era una escuela de trabajo y religión. Desde temprana
edad aprendíamos a dar gracias a Dios por su infinita bondad. Vivíamos

30
Jesús Faría

en un medio físico donde apenas se mantienen en pie dispersos árboles


heroicos. A orillas del mar los cujíes se apoyan en los médanos y la arena
se apoya en los cujíes. Juntos crecen y se defienden mutuamente.
El renglón de las proteínas venía del corral y de la caza. Teníamos dos
perras y un perro para cazar iguanas y conejos.
A las perras les matábamos los hijos al mismo nacer, no había con
qué mantener más animales. Mi sobrino Julio y yo éramos cazadores a la
edad de seis años, hábiles para enlazar las iguanas y para levantar cone-
jos o para descubrir dónde estaban enhuecados.
A veces, cuando el hambre era más fuerte que la disciplina, la primera
pieza que caía era disputada ferozmente entre muchachos y perros. Si se
trataba de un conejo, nos conformábamos con una pierna, pero a veces
teníamos que aceptar la derrota total.
Había mujeres tan buenas cazadoras, que atrapaban las iguanas en el
aire, aunque la iguana foetea duro con el rabo.
El conejo, en veloz carrera, pierde un tiempo precioso cuando se
detiene a oír el silbido del cazador.
Al parecer se imagina que todo lo que silba es gavilán. Los gavilanes
se organizan en gavillas para caerles a los conejos y a estos no les queda
otro camino que enhuecarse, si encuentran cerca algún refugio.
Por aquellos lugares, algunos árboles crecen casi tendidos sobre el
suelo, dominados por los alisios. Cuando se secan, los troncos huecos
parecen cañones apuntando hacia el oeste. En estos tubos de madera
suelen encaramarse los conejos durante el día, mientras afuera les mon-
tan guardia las aves de rapiña.
Cuando veíamos gavilanes en gavilla, buscábamos en aquellos lugares
y con los perros les robábamos la presa.
En estos menesteres andábamos una tarde, Julio por un lado y por
el otro yo, cuando vi las patas traseras de un conejo en el hueco de un
cují seco. Aquí debe haber varios, pensé. Para este no alcanzó el espacio.
Tomé con las manos las dos patas y tiré con todas mis fuerzas, que no eran
muchas. Pero el conejo se “agarraba” en forma inexplicable con las patas
delanteras. De todos modos, el conejo cedía aunque por centímetros.
Pesaba más de la cuenta. Por fin, después de la parte trasera del cone-
jo apareció una enorme tragavenados, que por aquellos lugares eran
“tragacabritos”.

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MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

El conejito, huyendo de los gavilanes entró de cabeza en las fauces de


otro enemigo. “Así le convendría...”.
Asustado y veloz como otra liebre, corrí a reunirme con Julio y pro-
puse regresar.
Como cuento de cazador no está mal, pero la verdad no es cuento.
Quizás fue la única vez cuando hubo una disputa entre un niño y una
tragavenados por un conejo. Y perdió el hijo del hombre.

Mi abuelita
Mi abuelita vivía con “una mano adelante y la otra atrás”, casi desnu-
da, medio cubierta con harapos. Fue una niña rica que aprendió a leer,
cuyo tutor, después de robarle parte de la herencia, la casó con Ricardo
Faría, un coronel de la época.
Doña Isabel Faría de Faría tenía en la cabeza la historia de la Guerra
de los Cinco Años.
Recuerdo algo de sus conversaciones con las pocas visitas sobre la
Federación y libertad de imprenta, así como los nombres de Zamora,
Colina, Guzmán, Bruzual, Riera y muchos otros caudillos de la Guerra
Federal.
Era como todas las abuelas del mundo.
Cuando huía por cualquier travesura, la abuela se preocupaba y salía
a buscarme.
Me convertí en inseparable compañero en sus viajes al mar. Me decía
que los baños de mar eran medicinales para los “picados”.
Al parecer, no se sospechaba que la tuberculosis era contagiosa, por-
que yo comía las sobras de la abuela y nadie me lo reprochó nunca.
En la solitaria orilla de limpias, tibias y finas arenas de aquel mar
había miles de conchas y caracoles menuditos, de bellos colores. Corrían
cangrejos y en una laguneta saltaban peces. Durante la luna nueva apa-
recían minas de “habladores” chipichipes. Volaban garzas y, a veces, ban-
dadas de patos cucharos, de color rosado. Teníamos a la mano alimentos
marinos y casi nos moríamos de hambre.
Me llamaba la atención la imagen desnuda de la abuela con su aterra-
dora debilidad. Parecía que sería derrumbada por la brisa.

32
Jesús Faría

Las visitas
Solo muy de tiempo en tiempo recalaba alguien por San Pedro. Decían
que les gustaba hablar con María Fulgencia porque “conversa sabroso”...
Además, la abuela, liberal de “uña en el rabo”, contaba y nunca terminaba
sobre la Guerra de los Cinco Años.
Cuando ladraban los perros era porque alguien se acercaba. Ense-
guida nos escondíamos, porque estábamos desnudos o con harapos las
muchachas. Los niños asomábamos la cabeza poco a poco. Una vez le
hice morisquetas a un visitante y este me denunció:
—Mire, señora María, que el parientico me está “pelando los dientes”.
A raíz de ese episodio, María Fulgencia empezó a sacarme cuando
tenía que visitar a los vecinos más cercanos.
—Debía ir aprendiendo el camino –decía.
Los de Paiguara eran ricos. Del fundador de este se decía que sabía
tanto que hasta en papeles en blanco leía.
Una tarde llegamos mientras jugaban dominó. La partida se desbara-
tó para atender a mamá.
En un descuido me robé tres piedras. No sabía de qué se trataba. Las
mantuve escondidas y solía escaparme para jugar con ellas. Cuando
vinieron los interrogatorios, tuve que enterrarlas para siempre.
Julio, mi primo, era considerado un palo de hombre en comparación
con mi inutilidad. Cuando aprendimos los caminos, nos enviaban a los
hatos vecinos para hacer los mandados.
Nuestro primer viaje fue a Santa Inés, a la casa de mi “hermana de
leche”. A punto de emprender el retorno nos dijeron:
—Esperen el almuerzo.
—No, ya nos vamos.
Entonces nos regalaron arepa embadurnada de nata. Pero como per-
manecíamos allí nos preguntaron:
—¿Por qué no se van?
—Porque vamos a esperar el almuerzo...

El primer obrero petrolero de la familia


Fue Valmore el primer obrero petrolero de la familia Faría. Este hecho
cambió nuestro futuro. El hermano mayor ganaba dinero antes del chorro

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MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

del Barroso N.º 2. Ahora mamá tenía crédito y había quinina para todos.
Esto era importante, porque si las fiebres no se “cortan” oportunamente,
la gente se muere.
Desde San Pedro hasta la Rosa de Cabimas había aproximadamen-
te doscientos kilómetros, los cuales en verano se podían hacer en cinco
jornadas a pie. Mamá viajó varias veces. Allá vendía a mejor precio los
chinchorros y traía dinero que Valmore le daba para el hogar.
En la temporada de lluvias era mejor no viajar porque los ríos y que-
bradas crecidas impedían el paso durante días.
Como bastimento llevábamos unas arepas y nada más. Por equipaje,
una muda de recambio y un chinchorro en una capotera.
Tras dos o tres semanas de haber partido, regresaba con dinero; unos
cinco pesos, plátanos, panelas y café, así como algunos remedios.
Además, nos contaba las hazañas del muchacho convertido ya en un
hombre fuerte, los problemas de la gente de las minas...
Ahora había quien se atreviera a fiarle a María Fulgencia algo de café
y maíz, cuentas que no pasaban de dos pesos en varios pedidos.
En 1916 nos atrapó una peste, la cual, sumada al paludismo que nos
causaba fiebres con frío ponía en peligro mortal a la pequeña colectividad.
Escaseaba la quinina y las pocas papeletas que se nos ofrecían tenía-
mos que pagarlas en plata.
¡Qué maravillosa medicina es la quinina! Aquel polvo blanco diluido
en agua, de amargura casi intolerable, “cortaba” de un tajo las calentu-
ras. Años más tarde, la trasegamos, pero ya en cápsulas amarillentas.
Mamá y mis hermanos eran valerosos. Esos largos viajes por senderos
de cabras, por campos deshabitados, eran peligrosos. Vivir como vivían,
era un peligro grande.

Las culebras
Cuando salían para el monte mataban cuanta culebra descubrían,
grande o pequeña. Se decía que en el cielo le anotan a uno “cien días de
indulgencias” por cada culebra que se mata.
Deberían pagar más por algunos ejemplares. En todo caso, de acuer-
do con la cantidad de culebras muertas por mí, debí haber acumulado
importantes dividendos de este celestial negocio.

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Jesús Faría

Matar culebras es un deporte peligroso.


¡Qué ternancadas tiran!
La picada de una venenosa significaba la muerte, pues los “remedios”
contra las picaduras de culebras no surtían ningún efecto: chupadas, ora-
ciones, tabaco, promesas a los santos, amarrarle una cabuya al paciente
para que el veneno no se le “regara” en el cuerpo, etcétera. Aun así, yo
mataba hasta tragavenados. La mejor manera de entrarle a estas es por la
cabeza. El resto del cuerpo lo endurecen como los boxeadores.
Aunque la tragavenados no es venenosa, se defiende y ataca a su
manera. No tiene miedo.
Una vez, ya hombre, le disparé a la cabeza y fallé el disparo, aunque la
bala dio cerca y parece que le echó tierra en la cara.
El “saruro” se volteó y vino a mi encuentro, lento, señorial y valiente.
La dejé viva.
Uno de mis hermanos vio que su hijita de meses tenía una “rabose-
co” agarrada por el cuello. Con su filoso cuchillo le voló la cabeza a la
culebrita.
Fue una medida de emergencia, pero muy peligrosa porque una cabe-
za así cortada ha podido “volar” y pegarse en el pellejo de la criatura.
Como toda mi familia, fui un buen matador de culebras, tanto de
las “raboseco”, corales y otras del mismo peso, como de las poderosas
macaurel y cascabel. Yo jugaba con las culebras pequeñas después de
quebrarles la columna. Las sacaba para un clarito del camino y luego les
escupía la cara con saliva de tabaco.
Después las mataba y seguía mi camino.
Oía decir que en Perijá, zona culebrosa del Zulia, los macheteros de
las haciendas disparan salivazos de tabaco a medida que avanza el corte,
para que el olor ponga en fuga a las serpientes.
En esta región zuliana vivía la terrible “boquidorada”, una culebra
que tiene los labios pintados.
Una vez un peón sujetó con una horqueta la culebra y esta se vol-
teó, clavó los colmillos a la madera tierna y allí mismo apareció una veta
amarilla que se extendió en la corteza.

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MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

La mudanza a las huertas


Don Reinaldo cumplió su promesa y vendió el rebaño de San Pedro.
Este hecho precipitó la mudanza: “No hay mal que por bien no venga...”.
Era preciso emigrar.
Valmore reunió dieciséis pesos para comprar una “casa” en Las Huertas,
cerca del pueblo, donde había vecinos y estábamos a cinco kilómetros de
la iglesia y del cementerio.
La “nueva casa” era una media agua con una estrecha puerta y un
hueco por ventana, más la cocina sin paredes y una enramada.
Eulogio Nava, uno de los siervos de papá, nos ayudó a mudarnos.
Teníamos unas quince cabras y las míseras pertenencias. El viaje de cer-
ca de veinticinco kilómetros tenía que ser lento, pues cuando se viaja con
chivos, la manera de llegar es no apurar el rebaño.
Eulogio era mi “viejo” amigo de cuando el destete. Le decía “compa-
dre” a todos los hombres y “comadre” a todas las mujeres. Era un hom-
bre bondadoso y trabajador, cargado de hijos grandes, siervos como él
mismo.
Cuando me cansé, me cargó en “chuco” y me igualaba en el trato.
Había llovido y la rala vegetación estaba verde. Había frescura. Desde la
vereda se veían rojos cardenales, agresivos turpiales, gonzalitos, chuchu-
ves, sanantonitos, carpinteros, chiritas y otros conocidos nuestros.
Atrás quedaba San Pedro con sus huecos en el techo y las paredes,
asediado por culebras y sabandijas.
Nosotros avanzábamos “pa’ arriba” y “pa’ dentro”, es decir, hacia el
sureste franco. “Pa’ afuera” era con dirección al mar. “Pa’ dentro”, la
montaña. Con la tardecita llegamos a Las Huertas.
Los vecinos eran una familia acomodada la una y pobre la otra. Aque-
lla tenía tres hijos y esta cuatro. Entre los niños vecinos había uno de mi
edad. Era un chavalo fuerte y con iniciativa.
A poca distancia vivían parientes nuestros. Ahora la vida cobraba un
ritmo inusitado. Juana, la vecina pobre, a quien le habían reclutado el
“marido”, era estupenda cazadora.
Madrugaban ella y mamá para unas cañadas lejanas y regresaban
cargadas de iguanas gordas.
¡Qué banquetes de huevos de iguana!

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Jesús Faría

Al poco tiempo regresó Valmore. Era un joven fuerte y rochelero. Tra-


jo dinero y ropa nueva. Las vecinas, y aquellas que no lo eran, se pren-
daron del minero. Una tuvo una niña que era el retrato de mi hermano.
La madre de la criatura decía que sería por el odio que ella le tenía a ese
muchacho...
¡Qué suerte tiene Valmorito!, decían los amigos. Claro que tenía suer-
te y no les faltaba tampoco a las damas. Al parecer se juntaban el hambre
con las ganas de comer...
Nuestras parientes pasaban días hablando con mamá. Cuando por fin
se marchaban, íbamos con ellas hasta el río, donde se producía la ame-
nazadora despedida:
—Bueno, comadrita, adiós, ahora sí; otro día hablaremos con más calma...
Pronto me aprendí los nuevos caminos. Ahora Julio estaba en el Zulia
y Víctor era muy pequeño todavía. Yo era el hombre de la casa. No había
resultado tan inútil como se temía. Yo hacía mandados para mamá y a
veces para mi vecino rico, quien me pagaba a razón de un real por cin-
co kilómetros. Si eran viajes más cortos me daban solo un pedacito de
papelón.
Ya en Las Huertas, mi primera salida fue para El Hato. Fui con Juana,
mujer fuerte, risueña y maliciosa. Cuando mamá no estaba presente, le
contaba picantes cuentos de “marío y mujer” a mis hermanas.
Por el camino había lefarias, semerucos y semillas de laguadries. Las
cañadas y quiricias tenían agua bastante limpia, aunque siempre con
guasarapos.
Se veían rebaños y Juana las identificaba:
—Esa, zarcillo, horqueta y bocao por dentro, es de tu papa...
Cuando llegamos a El Hato pedí la bendición y un papelón. Al verme,
mis viejos amigos rieron y me dijeron que ya era un hombre.

Muertos y espantos
Los cuentos de muertos y espantos hacían estragos en nuestras men-
tes. La verdad es que con una carga de superstición tan pesada, no era
mucho lo que se podía esperar de nosotros.
Sin embargo, Valmore no conoció el miedo. Había hombres que se ate-
rraban de ver lo que Valmore hacía: se burlaba de los espantos, desafiaba
al diablo y hacía todo aquello que, según la leyenda, no se debería hacer.

37
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Esta conducta valerosa del joven minero le creó una extendida fama y le
abría el corazón –y no solo el corazón– de las damas.
En cambio, yo era miedoso y, con todo eso, tenía que hacer lo que fue-
ra menester. Si hacer tantas tareas es siempre ingrato, hacerlas con tanto
miedo lo es más todavía.
Una madrugada tuve que pasar por el “llanito”, en cuyo centro estaba
un árbol donde, según la conseja, se había ahorcado un “padre”.
Serían las tres de la mañana cuando pasé por debajo del prestigioso
árbol. En aquel momento y lugar, oí un quejido que me heló la sangre,
pero no me paralizó las piernas.
Menos mal, corrí despavorido.
De regreso, ya a pleno sol, me detuve en el lugar del espanto y obser-
vé. Cada vez que los ramos se mecían con el empuje de la brisa, se oía el
tétrico ruido.
Resultó que dos brazos del árbol, de tanto rozarse, se habían produ-
cido muescas mutuamente. Y era de aquí, de donde partían los fúnebres
“quejidos”.
Otra noche oscura oí muy cerca de la vereda un ruido fuerte y “extra-
ño”. Esta vez no corrí sino que busqué. Se trataba de un pollino.
A partir de estas experiencias seguía con miedo, pero ahora no corría
sino que me cercioraba primero.
Una tarde ocurrió algo que nos metió a todos “las cabras en el corral”.
Oíamos un ruido, cada vez más cercano.
La abuela decía que era “San Jerónimo con su trompeta” que venía a
recoger sus criaturas en víspera del “acabo e’ mundo”. Yo imploraba que
me rezaran, pero la abuela no estaba para rezos en aquel momento.
El origen de ese terror tan escalofriante resultó ser el primer tractor
que pasaba por el camino real a unos cuantos kilómetros de Las Huertas.
No lo vimos, pero escucharlo fue suficiente para llenarnos de terror.
Supongo que debido a la actividad guerrillera –Venezuela vivió un
siglo enguerrillada–, quienes las tenían, enterraban sus monedas de oro
y plata, así como otros objetos metálicos de valor.
Cuando al morir alguien dejaba tesoros enterrados, su alma en pena
retornaba a este mundo a implorar que los sacaran para poder entrar al
cielo, nos decían.

38
Jesús Faría

Gente cuentera decía haber hablado con ánimas en pena. Se decía que
los muertos ponían condiciones para entregar sus morocotas. La verdad
es que alguna plata y algo de oro se recuperaba en esos entierros.
Se decía que donde había “entierros” se veía una “luz” por la noche.
O, al revés, que donde se veía una “luz” era porque había plata enterrada.
Sin embargo, en las noches tropicales uno suele ver “luces” que no son
tales. Los hombres de pelo en pecho, como mi hermano mayor, veían
algo que les parecía una luz y se les iban encima. Sin embargo, cuando se
acercaban al objeto luminoso, este desaparecía.

Viaje a la montaña
Cuando ya tenía unos once años, se me ofreció la oportunidad de
hacer un viaje a Socopo, un lugar detrás de aquel cerro azul con un cúmu-
lo de nubes en la testa.
Partimos con tres burros “vacíos”. La primera noche dormimos en El
Bozugo y la segunda en Las Baitoítas. Al tercer día por la tarde, llegamos
a nuestro destino. Socopo era la hacienda que administraba nuestro veci-
no y yo iba con el hijo de este, quien ya conocía el camino.
Un viaje fascinante. Uno ve cómo cambia el paisaje a medida que pone
tierra de por medio. Aparecen cambios paulatinos, pero sostenidos. La
brisa pierde fuerza y por fin se queda enredada en la vegetación, cada
vez más fuerte y variada. Los cardones se tornan más jugosos y las espi-
nas de estos menos secas. Hay más nubes. Empiezan las suaves colinas,
cuestecitas, “peñas”, “piedras” y cerros. Ahora no hay bisures raquíticos y
menudos, sino lagartos que parecen iguanas. Los pájaros son otros, más
robustos. Se encuentran menos culebras y son distintas. Llueve a menu-
do. El clima ahora es menos caliente y llega a ser fresco.
En Socopo molían caña y “sacaban” papelón; cosechaban cambures,
yuca, maíz, frijoles y otros frutos de la tierra. Había abundante agua
corriente, clara, dulce y fresca.
¡Aquello sí que era vivir bien!
Entre los arrieros, los había de gran fama por su forma de amarrar y
guaralear las cargas. Un tal Aregue era famoso porque nunca se le ladea-
ba una carga.
En nuestro camino había pasos malos, además de los ríos y quebra-
das: la cuesta de Bariro, la cuesta del Maíz, La Piedra; esta última era

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MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

un paso por donde solo podía pasar un burro. Era un trecho corto, pero
peligroso.
Se pedía posada y esta era concedida. Consistía en permitir que uno
colgara su chinchorro entre dos árboles, cerca de la casa. Cada uno comía
según fuera el bastimento que le habían preparado.
En las posadas de los arrieros solían encontrarse los que subían vacíos
y los que bajaban cargados. A veces jugaban pequeñas sumas a los dados.
Por la noche cada arriero tenía bajo el chinchorro un tizón para encen-
der el tabaco o el cachimbo que a menudo se le apagaba. Alguno rompía
el silencio con un comentario fugaz. Si tenía éxito, seguían los cuentos
de mujeres y hombres, temas preferidos en todas las edades, épocas y
lugares.
Otros temas eran los “muertos”, la cacería, los gallos y las peleas entre
los hombres. En los lances personales siempre la exageración subía las
acciones del cuentero.
Por el camino de Socopo me llamó la atención la cantidad de tumbas
que lo jalonaban. Cuando un arriero moría –y morían a menudo, al pare-
cer–, nadie se ocupaba de enterrarlo, sino que se cubría el cadáver con
piedras y madera a un lado del camino.
Algunos de estos muertos “hacían milagros” y tenían clientela. Les
ponían velas y hasta les dejaban lochas en efectivo, pero como nunca
falta gente confianzuda, el primero que veía dinero por allí lo tomaba en
calidad de préstamo que nunca pagaba.
Los peones de la hacienda, por su parte, hablaban mal del “amo”. Me
asombré cuando oí decir a uno:
—Un machetazo en la nuca es lo que le hace falta a ese hijo de la
comesebo...
Los peones estaban endeudados y no podían abandonar el trabajo
hasta que no pagaran la deuda, pero nunca la pagarían, tenían que huir.
Sin embargo, eran largos los brazos del patrón.
—A don fulano se le “juyó” un peón y lo encontraron trabajando en
otra hacienda –contaban–. Allí lo amarró el comisario y se lo entregó
a su amo. Este lo arrebiató a la cola del caballo y picó espuelas. El peón
trotó hasta que le alcanzaron las fuerzas, luego fue arrastrado. Cuando el
amo vio que no resollaba, cortó la soga y siguió camino.

40
Jesús Faría

Eran muy contadas las personas que sabían leer por estos “retires”.
En general, la gente se reía de los pocos que conocían las letras.
—¿Qué opina usted, que sabe leel..? –decían en tono zumbón, a otro
que no conocía ni la o por lo redonda.

Vendedor de patillas
Valmore hizo un contrato para vender patillas de Pozón Salado en
Dabajuro. Eran unas siete leguas de ida y vuelta. A veces vendíamos al
por mayor, pero otras veces bajábamos nuestra dulce carga a la sombra
de unos matapalos y luego salía yo por esas calles gritando:
—¡Patillas!
Era un trabajo duro. Las llevaba en una mochila, con el precio escrito
sobre la corteza: Cada rayita, una locha.
Eran un fruto exquisito de la alta orilla del río. Rojas y dulces. Pero
eran solo para vender. Se me hacía la boca agua cuando mis clientes las
partían delante de mí.
No solo era un peón sin salario, sino que mi hermano, siguiendo la
costumbre local, me azotaba cuando había motivo y cuando no lo había
también. Una vez me lanzó sobre un tunero. Tuve fiebre y tuyido por unos
días.
Mamá tuvo un altercado serio con mi hermano por esta agresión. Sin
embargo, nuestro hermano mayor fue buen hijo cuando más lo necesitó
mamá.
Era un joven amistoso con la gente de otras familias. Con sus her-
manos fue duro. Era muy fuerte, en contraste conmigo que era débil.
Esa razón bastaba para que, al contar mis fracasos, concluyera que no
serviría para nada.
Era evidente que como peón no le daba a mi hermano ni por los tobi-
llos. Además, yo era enfermizo y raquítico.
La abuela murió y mis dos hermanas mayores y Valmore ya eran inde-
pendientes. Con mamá quedábamos Víctor, Goyita y yo.
Era necesario acelerar mi desarrollo.

41
CAPÍTULO II
MIS pRIMEROS PASOS EN LOS CAMPOS PETROLEROS
En las tinieblas del “gomecismo”
Con mi partida me iniciaba en una vida de independencia de mis seres
más queridos y cercanos. Me adentraba también en un mundo de tinie-
blas tejido por una feroz tiranía medieval, que mantenía al pueblo vene-
zolano en el más absoluto oscurantismo.
Para esa época (década de los treinta), la población de Venezuela, casi
tres millones de habitantes, vivía en su inmensa mayoría en los campos,
muy dispersada, y pasaba por una dolorosa etapa de ignorancia casi total
de los acontecimientos nacionales e internacionales, salvo reducidos gru-
pos elitescos de Caracas y otras pocas ciudades.
Los obreros industriales éramos pocos y, en lo fundamental, está-
bamos confinados en los campos petroleros, en los puertos, pequeñas
industrias (zapateros, albañiles, tranviarios, ferroviarios, panaderos,
empleados de comercios, peones de haciendas agropecuarias, entre
otros).
En las haciendas de café, cacao, caña de azúcar, maíz y de otros pro-
ductos, las condiciones de vida eran peores que en los campos petroleros.
En el campo, el analfabetismo pasaba del 90%. El pago del mísero jor-
nal se efectuaba en “fichas” que solo tenían valor en la oscura bodega del
patrón, donde se ponían a la venta ocho o diez artículos (café, papelón,
maíz, sal, alpargatas, aguardiente, liencillo y quinina) a precios abusivos.

45
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

La peonada vivía endeudada y las deudas pasaban de padres a hijos. El


pueblo ignorante y hambriento vivía bajo el signo del terror impuesto por
los agentes de La Sagrada, policía política del régimen de Juan Vicente
Gómez.
A la juventud masculina se le cazaba literalmente, como en los tiem-
pos de la esclavitud, para enviarla fuertemente amarrada a servir en el
Ejército. Pero una vez ingresados en esta institución, eran utilizados
como soldados-peones en las haciendas de los gobernantes. A quienes
huían del “servicio” se les mataba mediante horrendas torturas en pre-
sencia de sus compañeros de tropa, empleando el terror como forma de
imponer la “disciplina”.
Aquellos jóvenes reclutados casi nunca regresaban a sus hogares, por-
que morían de paludismo o de otras enfermedades, aparte de que no se
producían licenciamientos.
A los obreros petroleros, contra los cuales se ejercía un severo control
–además, eran una verdadera mina de oro para los gobernantes locales–,
se les reclutaba y luego se les concedía el “perdón” a cambio de una multa
equivalente al salario de una quincena de trabajo.
Los jefes policiales ofrecían premios especiales en metálico a los esbi-
rros por cada obrero que fuera capturado la noche del día de pago. Acu-
sado de “ebrio y escandaloso” –acusación cínica y totalmente falsa– era
obligado a pagar una crecida multa de treinta bolívares, equivalente a
seis días de trabajo.
Si el obrero se resistía a pagar tan injusta sanción, era sometido a
públicas vejaciones: barrer las calles y la plaza pública con un cartel
pegado a sus espaldas, donde se hacía ver que era un maleante peligroso
y, además, enemigo del Gobierno.
Los salarios de los obreros petroleros, cinco bolívares por día, eran
los más altos del país. Se cobraba por quincenas. No se trabajaba los
domingos y el único día del año que era pagado sin trabajarlo, era el día 4
de julio por ser fiesta nacional de los norteamericanos.
El día 5 de julio, día nacional de los venezolanos, había que traba-
jar. Quien no lo hiciera, perdía su empleo o no cobraba el salario del día
anterior.
La jornada diaria de trabajo era interminable, hasta que el capataz se
cansaba de ver trabajar a sus peones. El trabajo durante horas nocturnas,

46
Jesús Faría

horas extras, se pagaba como si fuera diurno y a menudo no lo pagaban,


porque –según decían– el listero no había podido comprobar si habían
realizado el trabajo.
Como se debe suponer, no existía Ley del Trabajo ni habíamos oído
hablar de que en otros países la hubiera. No había ni horario fijo ni
empleo seguro. Solo después de terminar la agotadora jornada diaria se
podía decir que habíamos ganado el salario. No sabíamos nada de parti-
dos políticos ni de libertades ni de prensa libre ni de derechos de ninguna
naturaleza.
En materia de gremios, había dos o tres sociedades de auxilio mutuo.
En estas, los miembros pagaban una cuota mensual y cuando alguno
moría, la sociedad ayudaba para los gastos de enterramiento.
Era todo. Y parecía mucho para quienes nada teníamos.
Las compañías petroleras (Lago Petroleum Company, Venezuela Oil
Concesions, Gulf Oil Company y la British Oil Field) eran presentadas
como benefactores. Los superintendentes y demás funcionarios de las
transnacionales gozaban de fueros y privilegios especiales.
A menudo, los capataces extranjeros insultaban a los peones y hasta
les propinaban golpizas a trabajadores “nativos”, en particular a los vene-
zolanos negros.
Al tirano J. V. Gómez –llamado “El Benemérito”– se le endiosaba, lo
mismo que a su camarilla de ladrones y desalmados asesinos a sueldo de
los patronos imperialistas.
Por aquellos años se hacía sentir una terrible hambruna. Miles de
hombres sin empleos deambulaban hambrientos por los campamentos y
lugares vecinos. Años después pudimos leer que el mundo entero estuvo
conmovido por una aguda recesión económica (1929-1933) y que el mun-
do del capital estuvo largo tiempo con el agua al cuello.
Aquella vida estaba plagada de explotación, sufrimientos, enfermeda-
des. Sin un día de felicidad ni de paz.
He narrado una parte de aquella terrible realidad para que se tenga
una idea sobre las condiciones que me esperaban –como al resto de mis
compatriotas– en la búsqueda de mis primeros empleos y que reinaban
cuando nacieron las primeras células comunistas.

47
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Primera partida
Cuando cumplí trece años partí en busca de empleo mejor remunera-
do. Me fui para El Mene de Mauroa. Allí trabajaba Valmore como obrero
en la herrería, un trabajo fuerte para hombres fuertes, pero por un sala-
rio miserable.
Mi primer empleo como muchacho concertado en una “fonda” no lo
aguanté. Eran dieciseis horas de trabajo rudo. Treinta días al mes por
veintiocho bolívares.
Pasé a otra fonda donde era más tolerable la jornada: cortar leña, aca-
rrear agua, pilar maíz y molerlo, hacer mandados y recibir regaños a toda
hora. El “sueldo” mensual era el mismo y las comidas eran los “retallo-
nes” (las sobras).
Ahora mi hermano tenía una mejor posición para conmigo. Me ayu-
daba a pilar el maíz y, a veces, a molerlo. Supongo que este cambio se
debía a la cercanía de la sirvienta, una morena muy sucia, pero joven y de
caderas bien fabricadas.
Aquí caí gravemente enfermo. Mamá vino a buscarme y no la recono-
cí, estaba que “volaba” de la calentura. Me preguntó algo y le respondía
sobre otro particular. Me vio por primera vez un médico. Era extranjero
y me recetó unas “píldoras” muy buenas. Me trasladé al hogar materno.
Pronto me recuperé y volví a mi trabajo.
Dejé esta patrona y fui con una familia muy buena. Aquí ganaba solo
quince bolívares por mes y las comidas, pero me trataban muy bien.
Aparte de que el trabajo era poco y suave. Me quedaba tiempo para ven-
der leña y agua y completar los treinta bolívares por mes.
Mis nuevos patronos eran un matrimonio con un hijo. Gente bonda-
dosa. Me sentía en un ambiente familiar sin amenazas, ni cuerizas. Allí
hacía todo bien y con prontitud.
Cuando terminaba mi trabajo me “redondeaba” con venta de leña y
agua. Aunque la leña se vendía poco, el agua sí era “pan caliente”, era
muy escasa. El precio de una lata de agua –unos quince litros– era una
locha. Yo tenía mis clientes fijos y otros ocasionales.
Años después, cuando ya era dirigente sindical y senador de la República,
mis viejos clientes comentaban mi pasado y expresaban su alegría por los
progresos que había logrado un muchacho del pueblo. Y a la casa de mis
antiguos patronos llegaba como a la mía propia.

48
Jesús Faría

La British
No sé cuándo fue exactamente que llegó a El Mene esta encomendera
de la Corona británica. Pero debió ser después del ascenso de Gómez al
poder, en los años en los que don Reinaldo compró y vendió los terrenos
de Hombre Pintado, cerca de El Mene. Le decían así a estas tierras por-
que en una peña había pintada la figura de un hombre.
Gómez y sus latifundistas se oponían a los salarios que esos hombres
rubios, a quienes nuestros campesinos llamaban “animales coloraos”,
pagaban a los obreros petroleros.
En realidad, sin llegar a ser dignos eran un poco más altos que los
salarios que pagaban en las haciendas. A raíz de ello, Gómez llegó a fijar
el salario en cuatro bolívares sin “pira”. Se le decía pira a toda clase de
frijoles y, por extensión, a las tres comidas del peón.
La British consiguió poco petróleo, pero de una calidad muy fina.
Liviano, de un color negro verdoso. La gente lo recogía en botellas para
prender candela y para medicina contra algunos males. Las calderas tra-
bajaban con leña, la cual compraba la compañía por “tramos”, cada uno
por cuatro bolívares. Había que echar hacha durante todo un día para
entregar un “tramo”.
De todas las empresas petroleras, incluidas las contratistas, ninguna
era tan odiada como la British, no solo por los obreros sino por toda la
población.
En El Mene había tenido lugar una poblada antiimperialista en 1922,
quizás la primera que se realizó en Venezuela. Los trabajadores y la
población toda tomaron presos a los “jurungos” (ingleses) más odiados y
los encerraron en estrechos calabozos.
Por la noche querían matarlos a machete. Por fin llegó una embajada
de “jefes grandes”, quienes negociaron con los amotinados, entregaron
algunas reivindicaciones y de esta manera lograron la libertad de los
asustados súbditos británicos, quienes se evaporaron.
Esta victoria de la clase obrera contra el imperialismo inglés, cuando
casi no había prensa en Venezuela, y la que existía no registraba estos
acontecimientos, es poco conocida por nuestro pueblo.

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MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

El Mene de Mauroa
Este lugar, que un cura bautizó como San Antonio del Mene, era un
lugar bonito. De día la temperatura rondaba los 33 ºC, pero refrescaba
por las madrugadas. Llovía bastante.
Situado entre bajas colinas y entre los ríos Matícora y Mauroa, más
cerca de Maracaibo que de Coro. Aunque pertenece a Falcón, sus rela-
ciones eran con La Estacada, a orillas del lago de Seda, ese que por su
belleza dejó sorprendido a Alonso de Ojeda en su llegada a estas tierras.
Cuando llegué a este lugar me sentí maravillado. Lo que más me
asombraba era la cantidad de gente, negocios, garitos, galleras que había.
Salía un tractor cuando entraba yo, lo cual me empujó hacia el monte más
de la cuenta, provocando una risita burlona de mi madre.
Tractores nunca había visto antes, aunque los automóviles ya los
conocía. Un día en Borojó vi el primero y estuve a punto de regresarme
corriendo, pero Brígido Matos, muchacho como yo y buen amigo, me aga-
rró a tiempo y me dijo riendo:
—No corrás, pendejo, esos bichos no hacen ná...
Pagaban los días quince y treinta de cada mes. Por las noches había
muchas grescas y hasta muertos. Yo recogía botellas vacías y las vendía.
Era una “entrada” adicional que me permitía probar cosas de ensueño,
tales como los cepillados, conservitas de leche y de coco.
Me gustaban mucho las peleas de gallos y cada vez que podía le “echa-
ba” un mediecito al gallo más bonito. Una vez me acerqué a unos hom-
bres que preparaban su gallo para la pelea y uno de ellos me dijo:
—Catire, vos debes ser jugador, como tu papa. ¿A cuál vas?
—Me gusta el otro.
—¿Por qué?
—Porque es más bonito.
—Todo lo bonito es falso –me advirtió.
Y al comenzar la pelea “mi” gallo cayó fulminado.
En El Mene había fomentado la prostitución. Había asesinatos a gra-
nel. Una vez, un mister encontró a su querida con un joven obrero. Lo
pateó. El joven se armó y mató al inglés.
Ofrecieron una recompensa gorda y apresaron al fugitivo, pero la
recompensa se la apropiaron las autoridades. Al soplón lo amenazaron
por “encubridor”.

50
Jesús Faría

Había tres o cuatro policías y estos desaparecían cuando surgían las


riñas. Así, los asesinos casi siempre se pintaban.
En estos casos, comúnmente enterraban a las víctimas con los pies
amarrados, para que el criminal no pudiera ir muy lejos sin ser capturado.
En El Mene la jornada era de unas diez horas por día. Los capataces
“cuidaban” su empleo obligando a trabajar más de la cuenta.
Entre los obreros se notaba una marcada diferencia entre zulianos y
corianos. Más despiertos los zulianos. En cambio, los corianos, temibles
peleadores fuera del trabajo, a veces toleraban más de la cuenta los des-
manes de los caporales.
Estoy hablando de 1924, cuando tenía catorce años.
Por aquella fecha, mamá se había mudado para El Mene, donde tenía
una fonda para tres clientes. Además lavaba ropa.
Los trabajadores mejor pagados eran los remachadores, quienes
hacían su trabajo a mandarriazos, construyendo depósitos para petróleo.

El chorro de petróleo
Los petroleros angloholandeses encontraron El Dorado en La Rosa,
a unos cinco kilómetros de Cabimas. El Barroso N.º 2 reventó el día 14
de diciembre de 1922 con una producción calculada en cien mil barriles
por día.
Durante diez días se inundó una enorme superficie. Se tiraron muros
de baja altura a toda prisa y se aprovecharon los desniveles del terreno.
Como por obra de magia apareció empleo para todo el que quisiera traba-
jar. A las familias que vivían por allí cerca se les alimentaba con galletas,
sardinas, quesos y otras cosas enlatadas, a la vez que se les prohibía en
forma terminante prender candela.
Cuando El Barroso N.º 2 se trancó por su propia cuenta, dejaba sobre
una extensa superficie un lago de casi un millón de barriles de petróleo.
Se abría de par en par una nueva etapa en el desarrollo del país. El nom-
bre de Venezuela sonaba ahora en las oficinas de Londres, Nueva York y
otras capitales.
Ignorábamos tales acontecimientos. Nuestro mundo era El Mene y
Borojó.

51
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Yo trabajaba y jugaba “chavalo”, juego este muy perseguido por los


policías, pues se quería obligar a que jugáramos en los garitos del régi-
men y en ninguna otra parte.
Había muchas mesas de juego: con dados, barajas, ruletas, etcétera.
Había el “monti dao” para mucha plata y lo había para pobres. Y había
juegos especiales para los místeres.
Una noche llegamos un grupo de aguadores a un “monti dao”. Juga-
mos uno o dos reales y perdimos como de costumbre. Sin embargo, uno
de nosotros, espantosamente sucio y harapiento, muchacho de pocos
amigos, se “durmió” en las suertes como unas diez veces.
¡Había empezado con un real y desbancado a la casa!
Fueron a traer nuevos capitales y siguió ganando. Oro y plata llenaban
sus bolsillos, el sombrero, sus dos manos y tenía montones sobre la mesa.
Veíamos en silencio, asombrados. Uno le dijo que se “levantara” y este le
soltó una palabrota. Siguió jugando y a la hora no tenía ni un solo bolívar.
Como en los cuentos, había sido rico por un rato y había vuelto a su
antigua pobreza. Al día siguiente seguía su venta de agua a locha la lata.
Por cierto, que en aquellos tiempos y lugares circulaban pocos los
billetes de bancos. Había muchos bodegueros que no los aceptaban o los
aceptaban con descuentos del 10%: un billete de veinte reales por diecio-
cho. No era mal negocio.

Los precursores
El pozo Zumaque N.° 1, en Mene Grande, había dado producción
comercial. Unos 250 barriles por día en 1914. También estaba el Toldo
N.º 1, en El Cubo, el cual reventó el 27 de agosto de 1915.
Para 1924 llegaban noticias de los trabajos en La Rosa. “Allá pagan
mejor”, decían. Ahora mucha gente pasaba de largo, rumbo a La Rosa.
Algunas cosas habían cambiado. Cuando yo era muy niño, veía pasar
masas de campesinos arreados por capataces con destino a Bobures. Los
París –o Parises, como diría Cervantes–, dueños del Central Venezuela,
necesitaban mano de obra y mandaban a buscarla a Falcón.
Sin embargo, las enfermedades abundaban, sobre todo el paludismo,
que ocasionaba la muerte de muchos de estos trabajadores. A raíz de ello,
muchas veces les daban plata adelantada a los trabajadores, quienes lue-
go tomaban su capotera para nunca más volver.

52
Jesús Faría

Estos antiguos capataces ahora eran caporales de la VOC, una empre-


sa angloholandesa, quienes buscaban personal para los rudos trabajos.
La Rosa era otro lindo lugar de nuestra patria, ubicado en la orilla alta
del fabuloso lago marabino. Por allí se veía durante las oscuras noches el
relámpago del Catatumbo, un hermoso fenómeno natural inextinguible,
orgullo de la humanidad.
Una noche apareció un intenso crepúsculo en la parte baja. Nadie
sabía qué sería aquel poderoso reflejo.
Después llegaron las noticias. Había estallado un poderoso incendio a
orillas del lago. Se decía que la candela se metería hasta las entrañas de
la tierra detrás de los gases y el petróleo, luego haría estallar el globo y
se acabaría el mundo, como castigo porque ahora la gente no iba a misa...
Había pánico en muchos corazones ingenuos, incluido el mío.

La Rosa
Por fin partimos rumbo al Zulia. Valmore era baquiano de esos cami-
nos. Yo iba por primera vez. Capotera terciada y a pie. Buenos caminan-
tes, pero como en todo, Valmore me superaba ampliamente.
Por allá lejos nos alcanzó un camión vacío y el chofer nos ofreció un
empujoncito. Subí asustado, pues nunca había viajado en automóvil.
El chofer me vio con la capotera terciada y me dijo en tono zumbón:
—Paisano, quítese la capotera que el camión se la lleva...
En La Cataneja nos bajamos. Por allí se entraba para Santa Rosa, un
hato de don Evaristo, amigo de Valmore.
Ahora yo conocía tierras zulianas y había viajado en camión.
¡Cómo iban cambiando mis horizontes!
Don Evaristo fue en sus mocedades el hombre más forzudo de nues-
tros pueblos. Había levantado en vilo al general León Faría durante una
gresca.
Sabía muchos cuentos y era un hábil jugador de palo. Nos recibió con
amabilidad y nos dio posada.
Al día siguiente, seguimos camino para La Rita, a donde llegamos al
mediodía. Pedimos agua para tomar y nos la dieron del lago, salobre. En
La Rita había aljibes, pero a unos corianos no nos iban a dar agua dulce.

53
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

El lago mismo me pareció descolorido, comparado con el mar Caribe.


Sin embargo, el muelle y los veleros me llamaron la atención. Tratamos
en vano de viajar en el vaporcito hasta Cabimas.
Seguimos a pie con el sol por la espalda: Puerto Escondido, Mene de
las Múcuras y La Misión, bordeando el lago.
En Ambrosio –ya entrada la noche y cansados– tomamos puestos en
un automóvil hasta La Rosa.
Don Víctor –hombre de negocios que le guardaba el dinero a los obre-
ros– nos dio posada.
Al día siguiente dimos un paseo por allí y pregunté a Valmore:
—¿Cómo se llama eso que tiene su propio caminito?
—Es el tren.
Había enormes depósitos de petróleo al aire libre, cercados con unos
pelos de alambre de púas. Aquí sí que hubiera causado estragos una chis-
pa. El aire estaba contaminado con gas de petróleo y los techos de pal-
ma de las casas, antes amarillos, ahora eran negros. Imaginemos: palma
seca petrolizada bajo el sol cabimero.
La Rosa era un hervidero humano. Una enorme zona poblada, garitos,
prostíbulos, bodegas y “gatos”. Las torres petroleras eran de madera y
todas estaban en tierra.
Valmore hizo contacto con amigos y consiguió empleo para él y para
mí en el Departamento de Geología. Valmore sería “huequero” y yo ayu-
dante del arriero.
Saldríamos al día siguiente para La Pica-Pica. Por la noche, como a
las diez, se produjo un enorme incendio en Los Barrosos, una zona ale-
jada de aquellos depósitos. De todos modos, por precaución, la gente se
alejó del peligro.
Era un chorro imponente el que se consumía en las llamas y la nube
de humo subía como una montaña compacta, con vetas de fuego hasta
cierta altura.

En la Lago Petroleum Corporation (LPC)


Muy temprano subimos al camión. Por tercera vez en una semana yo
viajaba en este medio de transporte. Pusimos rumbo a La Ceiba y aquí
nos unimos al arriero, mi futuro patrón. Con la noche y bajo la lluvia

54
Jesús Faría

llegamos a La Pica-Pica. Valmore tenía amigos en esta cuadrilla de geo-


logía, entre los que se hallaba el caporal.
Como yo no había cumplido quince años todavía, cuando no había
viaje con los mulos me daban otras tareas. Me pagarían cuatro bolívares
por día y gastaríamos unos tres reales. Como no teníamos posibilidad de
gastar el dinero, algo nos quedaba para la familia.
Valmore trabajaba construyendo trincheras –huecos– en pareja con
otro compañero. Cuando encontraban terreno arenoso, salían bien libra-
dos, porque les pagaban por metro de profundidad. Era un trabajo fuerte
y peligroso debido a los deslizamientos y a los gases que se encontraban
a veces.
Cuando hubo que mover el campamento, se produjo un reclamo de
“aumento” de salarios. Un obrero medio poeta –que no se ofendan los
poetas ni los obreros– cantaba:
¡Ciudadano caporal, dígale usted a los doctores, que ya los trabajado-
res no queremos trabajar; que digan si hay el aumento para trabajar con
ganas y dil rompiendo pa’ dentro hasta la santa semana!
¡Poesía con mensaje bueno!
Me sorprendió encontrar obreros tan buenos, algunos hasta mejores
que mi formidable hermano mayor.
Pasamos a San Jerónimo –un lugar muy palúdico– y luego a Los
Manueles. Aquí había dantas, puercos, pavas y otra cacería. Un río de
aguas cristalinas. Por las noches se sentía frío.
Estalló mi paludismo y Valmore tuvo que sacarme en muy malas con-
diciones. Regresé enfermo a Borojó, pero con algo de dinero.
Los cuidados maternos, más el clima estupendo de Las Huertas, me
dejaron como nuevo en pocos días.
Valmore aprovechó el pretexto para no internarme en la selva. Esta
vez iríamos a trabajar por los alrededores de La Rita, por una zona gana-
dera hasta la cual llegaban automóviles. Eso significaba dejar el monte y
pasar a la producción en la zona misma de mayor explotación. Valmore
consiguió buen empleo en la herrería de la VOC y este servidor fue a dar
a los dominios de Rockefeller: Lago Petroleum Corporation (LPC), cono-
cida también como “La Peor Compañía”.

55
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Yo ganaría seis bolívares como obrero de mantenimiento en La Salina.


Aquí me separé un poco de Valmore y me uní a otros parientes: Irma,
Simón y Julio. Me fui a vivir con ellos. Los muchachos tenían buenos
empleos y eran ciclistas. Insistían en que aprendiera a montar bicicleta,
pero me opuse.
Julio me invitó, recién llegado, a ver el cine. Era un corralón al fondo
de la jefatura civil de Cabimas. Estaba lleno de gente y de gritos. Casi
todos fumaban y le tiraban las colillas de cigarrillos a quienes estaban
delante o debajo. Vimos Las Bestias del Paraíso, primera parte de la
serie. Yo creí durante algún tiempo que todo cuanto se veía en el cine era
verdad. Inclusive, discutía con quienes me explicaban los trucos.
Irma, mi prima hermana, había desarrollado su mal carácter, pero
preparaba buena comida. Yo era un cliente que no le producía ganancias.
Aprovechó una pelea entre Julio y yo para expulsarme del hogar. De la
pelea con Julio, más fuerte y hábil en el uso de los puños, saqué también
la peor parte. Como ocurre en estos casos, entre los muchachos nada
cambió.
Continuamos siendo amigos inseparables.

Mi nueva patrona
Fui recogido por Aurora, una joven de Punta de Iguana, quien esta-
ba encuerada con Víctor, el dueño de un “gato” denominado Club de
Amigos....
Con Aurora vivía Mariíta, una viejita maternal. Llegaron a quererme
mucho y yo correspondía con igual afecto y buena conducta, quizás mejor
de lo que Aurora hubiera querido. Ella tenía un hermano también obrero
petrolero, pelotero y jugador como Julio. Era rochelero y gustaba sacarle
buena comida a su hermana.
Mi pendenciera patrona amaba a la caña más de la cuenta. Su trago
predilecto era el anís. Cuando caía la tarde, ya tenía la lengua “pesada”.
Buena lavandera. Mientras realizaba sus labores bebía y cantaba. Subía
la voz a medida que el anís hacía rubieras en su cerebro. Morena greñuda
con rostro de cocodrilo, fumaba con la candela para adentro. Tenía senos
tentadores y caderas de concurso. Además, era joven y ponía gran dosis
de malicia en la conversación.

56
Jesús Faría

Murmuraba de las vecinas, fueran conocidas o no. Lo hacía en prosa...


Mariíta, quien la conocía muy bien, soltaba con inocente picardía:
—Buenamoza la vecinita y dicen que es dura... Dura era sinónimo de
honesta.
Pero Aurora no la dejaba concluir.
—¿Dura? Pa’ pararse (levantarse).
O en verso...
En esta calle hay mujer...
que para ‘pegar un cacho’,
es como soltar un macho,
en la sabana a correr...
En esta calle hay mujer...
que por un corte e’ zaraza,
deja ‘dentrar’ a su casa,
personas sin conocer...
La macaurel y que está
metida en un bosquecito,
y no ha dejao jovencito
que no haiga picado ya...
Cuando la comida era buena –y lo era muy a menudo– Camacho
lisonjeaba:
—Aurora, mi hermana, es la esposa de Rockefeller...
Pero cuando la oía cantando injurias, comentaba entre molesto y
resignado:
—Hoy nos fuimos, porque mi hermanita está contrapunteando.
Esta era una familia de gaiteros de grandes recursos. Dominaban
toda la gama de gaitas.
Los pueblos del Zulia aprovechaban muy bien las navidades, fin de
año y fiestas de San Benito para divertirse jubilosamente. Hombres y
mujeres, viejos y jóvenes tomaban parte activa en las parrandas.
Cuando algún extraño se acercaba a la fiesta, una muchacha –por la
edad– le tiraba un pañuelo. Era invitación a brindar el trago a todos y a
incorporarse a la gaita.
Una vez nos acercamos y Camacho fue elegido, pero este antes de
brindar soltó:

57
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

“Porque me veáis de corbata, no me tiréis el pañuelo... que te juro por


el cielo, que ando ‘pelando una lata’...”.
Después del trabajo solíamos jugar pelota sabanera. Por necesidad,
éramos incluidos algunos que ni conocíamos las reglas ni bateábamos ni
recogíamos.
Conmigo ocurrieron cosas que hacían las delicias del público, sobre
todo una vez que encerramos a un contrario en un corre-corre y el juga-
dor quedó safe gracias a mi torpeza.
Esta etapa ridícula fue superada rápidamente. Llegué a conocer bien
las reglas del juego y poco después era capitán de mi equipo.
Vivíamos a la orilla de la playa. Entre cocales de empinado copete.
Julio los trepaba con pasmosa facilidad.
Por una “planchada”, camino de tablas de diez pulgadas de ancho,
caminábamos hasta un taladro y allí nos bañábamos.
Al principio me paralizaba sobre la cimbreante planchada y Simón,
gran amigo mío y primo hermano, se burlaba de mí, aunque hizo empeño
para enseñarme a caminar y luego correr por aquella tambaleante ruta
sobre las aguas lacustres.
“El que no sabe, aprende”, dice un refrán. ¡Y cómo tuve que aprender!
Al comienzo parecía que nunca lo haría, pero terminaba haciendo las
cosas tan bien o mejor que los “maestros”. Así fue en los deportes y en el
trabajo.
Por supuesto que en el trabajo había obreros más fuertes. Sin embar-
go, yo era hábil obrero y, entre los de mi peso, ninguno era más resistente
ni más rendidor.
No sabía nadar, pero mis amigos me explicaron cómo era el asunto y
me ordenaron:
—Tiráte, que no te pasará nada; aquí estamos nosotros.
Seguí las instrucciones y me lancé. Mis camaradas habían formado un
amplio círculo y caí en el centro. Seguí nadando como si lo hubiera hecho
antes. Así la natación fue el deporte que me resultó más fácil de aprender,
aunque fue donde menos pude lucir bien. Soy un mediocre nadador.

Regionalismos entre los obreros


Después que la Venezuelan Oil Concession (VOC) tomó para sí las ori-
llas del lago, llegaron los agentes de Rockefeller y Morgan, quienes se

58
Jesús Faría

posicionaron en dos importantes franjas adentro del lago. La zona más


cercana a la orilla le tocó a la Gulf y, más afuera, a la Lago.
Los imperialistas clavaron sus pérfidas garras en el fondo lacustre
con insaciable furia. Las hileras de torres arrancaron paralelas hacia
Cabimas y La Misión, por un lado, hasta Bachaquero, a unos cien kilóme-
tros de distancia, por el otro lado.
La LPC (Creole) se instaló en La Salina, en tanto que la Gulf y la
Shell en Cabimas propiamente dicho. Más tarde siguieron hasta Punta
de Benítez, pasaron a Taparito, Tamare, hasta Tasajeras, Lagunillas y
Bachaquero: un fabuloso lago subterráneo de petróleo con más de cinco
mil kilómetros cuadrados.
Para 1925, había una enorme masa de obreros en el Zulia. Miles de
hombres y muy pocas mujeres.
Había corianos, margariteños, andinos, centrales, caroreños. Exis-
tían perniciosos regionalismos. Las riñas sangrientas entre venezolanos
de diferentes regiones eran el pan de cada día.
El grupo mejor dotado para el trabajo estaba formado por margarite-
ños. Fuertes, buenos nadadores. Navegantes de mar salada, aquí resul-
taban los mejores.
Los zulianos solo trabajaban en empleos bien remunerados y poco
agotadores. Estaban en su patio y podían ganar dinero en el comercio y
otras actividades al margen de la industria petrolera.
Los corianos casi todos éramos “pico y palas”. Campesinos analfa-
betos, ignorantes y necesitados. Trabajábamos en tierra, porque pocos
sabían nadar y muchos se ahogaban en el lago.
Los caporales seleccionaban su gente y hacían sus negocios. Especial-
mente los “listeros” se destacaban por sus trampas, hacían su agosto con
las “imaginarias”. “Listero” que no tuviera veinticinco “imaginarias”, era
un chambón.
Un “listero” ganaba –o mejor dicho, robaba– en un día, tanto como
un obrero en un mes. Eran pequeños ladronzuelos que mordisqueaban la
presa de los grandes ladrones.
Los margariteños alquilaban casas y las ocupaban con una masa muy
superior a la capacidad de estas. Así, el alquiler que le correspondía a
cada uno era una mínima cantidad.

59
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Tenían su “rebullicio”, lo que en la práctica era un embrión de coope-


rativa. Compraban funche y arroz por sacos, pescado salado y fresco, plá-
tanos por contadas y café. Ellos mismos preparaban la comida y lavaban
sus ropas. Gente ahorrativa, en poco tiempo reunían dinero para enviar
a la familia en la “lejana” y tranquila Isla de las Perlas.
Había barrios enteros poblados por margariteños, otros por corianos.
A estos les decían Corito de La Rosa y Corito de Cabimas. Larenses y
andinos estaban menos amontonados.
Esa fraternidad entre obreros que ahora se conoce no era ni un sue-
ño, porque uno suele soñar solo con aquello que existe. Los obreros nos
tirábamos al codillo durante los primeros años; sobre todo los viejos en
el trabajo contra los nuevos que llegaban. Había hombres adulantes y
chismosos que hacían perder el empleo a un recién llegado. Pero no fal-
taba quien les hiciera pagar por esa conducta tan miserable y, a menudo,
morían “con las cotizas puestas”.
Tanto el régimen gomecista como los otros agentes del imperialismo
fomentaban las discordias entre los trabajadores. Estaban profundamen-
te interesados en evitar el desarrollo de una verdadera solidaridad prole-
taria. Vano intento, como veremos más adelante.
Los andinos ocupaban el tren oficial y casi todos los empleos genera-
dos por los numerosos garitos, los cuales producían una renta muy alta a
los gobernantes regionales y locales, verdaderas fortunas para la época.
Gente de confianza de los gobernantes ocupaban los puestos de jefes y
subjefes de vigilantes. Y estos, a su vez, empleaban a sus conocidos y
paisanos para ocupar los puestos de vigilantes, algo así como policías del
régimen, pero pagados por las compañías petroleras.
Portaban armas y, cuando había recluta, ayudaban a La Sagrada en su
odiosa persecución.
Los corianos eran la presa más codiciada para la recluta. Se decía que
eran valientes en los combates y que no desertaban. En realidad no se
combatía por aquellos tiempos, sino que los soldados eran esclavos en las
haciendas de Gómez y de los gomecistas más encumbrados.
Entre La Rosa y Cabimas se habían aglomerado más de veinte mil
hombres venidos de todos los confines de Venezuela. La abrumadora
mayoría éramos analfabetas y teníamos prejuicios regionales.

60
Jesús Faría

A un Corito “endomingado” no entraba gente de otro barrio. Y menos


por la noche. Era peligroso.
Los corianos sufríamos muchas humillaciones y había un soterrado
encono. Pero en Corito con tragos, el coriano era otro hombre.
Las peleas entre corianos eran algo de espanto. La sangre corría inú-
tilmente y sin motivos de peso. Empezaba la pelea entre dos y luego inter-
venían amigos de parte y parte. Garrotes, cuchillos, machetes y hasta
revólveres eran usados en estas riñas de masas.

La represión
La represión gomecista era implacable: trabajo forzado en las carre-
teras Tigrito, barrer las calles y multas en todo caso. Todo esto adobado
con una dosis de planazos y vergajazos. Inclusive, algunos musiúes eran
vejados. Para evitarlo, sus compatriotas se apresuraban a pagar multas
dobles.
Los jefes civiles –verdaderos azotes contra la clase obrera– premia-
ban a los policías con un fuerte por cada preso que les trajeran los días de
pago. Así, los calabozos se llenaban de obreros sin motivo alguno, como
no fuera para cobrarles una multa por escándalos imaginarios.
Otro “filón” de las autoridades lo constituían las prostitutas. Eran
explotadas en los prostíbulos, donde se prestaban para sacarles el dinero
a los clientes.
Además, recibían muebles pagaderos por cuotas con la particularidad
de que, cuando ya iban a terminar de pagarlos, las metían presas y, con
la participación del juez gomecista, eran despojadas de la cama y demás
enseres porque se habían atrasado en el pago de una cuota.
Conviene advertir que no todos estos gomecistas eran andinos, aun-
que sí lo era la mayoría. Había gomecistas de otras regiones de Venezuela:
larenses, corianos y, en número menor, de otros pueblos de nuestra
patria. En honor a la verdad histórica, es necesario decir que estos no
eran mejores, sino iguales y hasta peores que los andinos.
Los cuerpos policiales del régimen reclutaban lo peor de la sociedad.
Haber salido de una prisión por criminal era una credencial especial, un
mérito y, en cierto modo, un honor gomecista.

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MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

La primera vez que fui preso me confundieron con un estudiante ene-


migo del régimen. Fue una prisión de días. Como yo era analfabeto, no
les quedó dudas de que no era estudiante.
Durante mi primera noche de calabozo –fue en 1927– oí un force-
jeo y una sarta de abominables injurias muy cerca de donde yo estaba.
Un policía cubría de puñaladas a una suave madera, mientras insultaba
soezmente a un enemigo imaginario.
Cuando terminó fatigado y notó que lo observaba, me explicó:
—Es para ejercitarme...
Me contó cuánto había sufrido en la prisión, a la cual lo habían llevado
por homicidio.
—En la oscuridad de mi calabozo –me dijo– todo lo que hacía era
botar una aguja y luego ponerme a buscarla.
Aquel sujeto era un personaje de novela. Flacuchento, de color tie-
rroso, destilando odio contra sus semejantes. Una víbora decadente que
consumía su propio veneno.
Pasaron más de cincuenta años, durante los cuales he visto muchas
cosas, pero aquel cuadro jamás se borró de mi recuerdo.
Después me lo topaba en las calles y me saludaba:
—¿Qué hubo, catire?
Algunos amigos suyos, sargentos gomecistas, comentaban: “¡Ah, cati-
re bueno pa’ un fusil!”. Pero como todos, huía de la funesta recluta. ¡Y
tuve suerte!
Uno de esos episodios relacionados con la recluta se produjo una vez
que habíamos quedado en encontrar a unas jovencitas a las puertas de
un cine, pero estas entraron muy temprano con un pariente. Esperamos
y supusimos que habían renunciado a ver la serie. Regresamos a casa.
Aquella noche acordonaron el cine con esbirros y “guachimanes” y se
llevaron a todos los hombres, viejos y jóvenes, solteros y casados. Para
huir de la recluta, Julio y yo teníamos un plan permanente: cada uno
correría por su lado y al mismo tiempo.
De esta manera, pensábamos, por lo menos uno se salvaría.
Julio y yo no tomábamos tragos. En cambio, Simón sí se emborracha-
ba y tenía mala bebida.
Una noche lo metieron en el calabozo a punta de planazos. Gritaba:

62
Jesús Faría

—¡Hijos de puta, viva el comunismo!


Ni siquiera le preguntamos qué era eso de comunismo.
Tampoco le subieron la multa por aquellos vivas a esa cosa descono-
cida para mí.
Simón era un antiimperialista. Cuando se emborrachaba, insultaba a
los gringos y les decía:
—Ustedes no son americanos, son ingleses.
En una ocasión su novia, amiga mía, lo expulsó del hogar. Mi oportu-
na intervención ayudó a que lo perdonara y, finalmente, se casaron.
Años más tarde, me detuve en su casa de paso para Mene de Mauroa
y noté que se peleaban.
—Vos sois el culpable de esta “jaiba” –me dijo.
Como ocurre con todos los consejeros, le pagué con una sonrisa.

Empleo y desempleo
Las petroleras abrieron miles de nuevos empleos y al margen de la
industria petrolera aparecieron nuevas fuentes de trabajo: fondas, lavan-
derías, bares, transporte, comercios, navegación lacustre, prostitución
–el más viejo de los oficios, según dicen– y muchas otras ocupaciones
que producían algún dinero a quienes las ejercían.
El comercio tomó un ritmo de galope. Todo se vendía a buen precio.
El “chorro” alcanzaba a Perijá, Santa Bárbara, Maracaibo y pueblos de
Falcón, Lara, Trujillo, Mérida y Táchira.
Sin embargo, cada día era mayor el número de personas desemplea-
das en Cabimas. Miles de hombres permanecían durante horas a las
puertas de las alambradas, en espera de un empleo que nadie les había
prometido.
El mercado de la fuerza de trabajo estaba saturado desde La Rosa
hasta La Misión.
En cambio, se ofrecían empleos bien remunerados en Lagunillas. Solo
que, por allá, el paludismo mataba hombres de la noche a la mañana.
Ofrecían salarios ciento por ciento más altos que en Cabimas, pero
la gente desempleada no picaba la carnada. Preferían vida hambrienta
por estos lados, antes que la muerte asalariada por allá. A pesar de ello,
Valmore, tres obreros parientes y yo resolvimos ir a Lagunillas.
“¿Qué puede traer que no lleve?”.

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MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Una noche subimos al vaporcito, pagamos dos fuertes cada uno por el
pasaje y: “A Lagunillas o al cielo...”.
Si la falta de sanidad y la especulación, los atropellos policiales y los
hacinamientos eran graves en Cabimas, lo eran peores en Lagunillas al
comienzo de los trabajos petroleros.
Todos conseguimos buenos empleos al día siguiente. Yo entré como
peón en el Departamento de Ingeniería de la LPC con trece bolívares de
salario.
Colgamos nuestras hamacas en un caney con techo de zinc junto a
otros cien trabajadores. Por el día quedaban los enfermos. Morían por la
noche y durante el día. En el trabajo morían como soldados en el frente.
Sabíamos cuando alguien iba a morir porque debajo de la hamaca o
chinchorro aparecía un pozo de sangre mezclada con excrementos.
Había una nube de moscas que volaban de los excrementos y de los
cadáveres a nuestra comida.
Una vez llegó un médico joven y a los minutos salió corriendo y gri-
tando de horror. Al parecer, enloqueció frente al cuadro que encontró
en aquel caney. Conseguimos después un cuarto del tamaño de un cajón
grande. Pese a lo precario, era un cambio importante. Dos dormían en
hamaca y los otros tres en piso de tablas.
Poco después me mudé a vivir en un caney sobre el agua, propiedad
de la LPC –después Creole, hoy Lagoven. El mismo hacinamiento, pero
teníamos gas para cocinar y, como estábamos sobre el lago, había menos
suciedad.
Muchos nos íbamos para la punta del muelle a dormir sobre las tablas
con relieves. Aquí sí que dormíamos a gusto, nada de plaga y menos calor.
Inclusive “yelitos” por la madrugada. Pero cuando llegaba la lluvia, el
gozo se iba al pozo.

Lagunillas
El pueblo de los indios sobre el lecho del lago. Muy limpio el lugar
hasta que llegaron las petroleras. Las casas estaban construidas sobre
estacas de mapora, un árbol cuya madera resiste bien los embates de las
aguas.
Las familias mantenían comunicación por medio de planchadas,
tablas o trozos de madera en forma de frágiles caminos. Al principio,

64
Jesús Faría

uno tenía la sensación de que se necesitaba ser equilibrista para moverse


por aquel laberinto. Luego se acostumbraba y todo resultaba fácil, casi
normal.
La plaga llega solo hasta la orilla del lago, por esto las casas empiezan
un poco más adentro. Ninguna se encuentra demasiado cerca de la tierra,
porque además el agua clara se conseguía lago adentro.
Había otros poblados sobre palafitos. Pueblo Viejo, por ejemplo.
Lagunillas se pobló de torres y plataformas petroleras por tierra y por
mar, hacia la izquierda y la derecha de aquel pueblecito tan original, así
como también hacia el centro del lago.
Por las noches oscuras, la iluminación eléctrica le agregaba una sen-
sación de exótica belleza a estos lugares.
El pueblo de Lagunillas creció mucho. A los lados de las viejas chozas
aparecieron las oficinas públicas, los cines, los comercios, casas confor-
tables para los funcionarios del Gobierno y de las petroleras que tenían
medios para construirlas.
Para los obreros, las compañías tenían que construir algunas “cajas
de fósforos evolucionadas”, como llamaban a este tipo de “vivienda”.
Pero como la tierra firme era una inmensa ciénaga de aguas cristalinas y
abundante pesca menuda, había que secar el lugar para la construcción.
Al comienzo éramos nosotros quienes trazábamos las líneas, por don-
de se debían construir las zanjas y los muros de contención de las aguas.
Luego vinieron las “corianas”, máquinas denominadas de esa manera
porque sustituían a miles de obreros corianos.
El barro de las zanjas servía para formar la base del muro. Luego
montaron bombas movidas a gas, las cuales en pocas semanas echaron
el agua al otro lado de los muros.
Poco a poco fue apareciendo una zona seca donde habrían de cons-
truirse algunas viviendas para obreros. Eran muy pequeñas, de una sola
pieza, erigidas sobre estacas, con piso y paredes de tabla y techo de zinc.
Las habitaciones eran separadas unas de las otras por una simple tabla
que llegaba hasta la mitad de la altura. A partir de allí las habitaciones
quedaban unidas. Así empezó la lucha por viviendas dignas para los
obreros petroleros.

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MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Reencuentro
Mamá planteó la conveniencia de vivir más cerca de los recursos.
Busqué una choza en La Rosa y toda mi familia abandonó para siempre
el caserío Las Huertas. Mamá ya estaba enferma de tuberculosis. Mis
hermanas encontraron trabajo, en tanto que Víctor, un hijo adoptivo de
mamá, cortaba y vendía leña.
Yo visitaba a mi gente una vez por mes. La esposa de Valmore vivía
cerca de mamá. Una de mis hermanas fundó su propio hogar al no más
llegar.
Yo había vuelto de paseo, fugazmente, por Borojó. ¡Qué distinto
era todo! Viejos amigos y mis conocidos me trataban con gran cariño.
Parientes paternos ahora me admitían como de la familia.
Mi padre había muerto, un poco solo. Y los herederos se habían repar-
tido la herencia sin problemas.
Aquellos fueron días gratísimos, reuniones con muchachas y amigos.
El inefable cariño de las viejitas contemporáneas de mi madre. Me llama-
ban el “hijo predilecto de la comadre María”.
¡Gente noble y sencilla, cuyo sincero afecto era entrañable para mí,
porque sabía que nacía de lo más puro de sus corazones!
Ahora que mi familia estaba en Cabimas, yo deseaba el traslado, pero
como no había posibilidades a la vista, entonces busqué un “apartamen-
to” en Campo Rojo para traerlas para Lagunillas.
—¡Cómo se te ocurre! –me decían mis amigos.
Mi familia no tuvo problemas para aclimatarse en aquel medio for-
mado masivamente por varones. Quedamos ubicados entre familias muy
amistosas. Solo una vez tuve que pelear para hacer respetar el hogar,
pero no hubo sangre.
Una noche dormía profundamente cuando oí gritar:
—¡Faría, Faría, murió tu mamá!
Salté y en un momento me reuní con mi atribulada familia. Esperába-
mos este fatal desenlace, pero cuando llegó nos confundió amargamente.
Queríamos mucho a nuestra madre. Era una adoración sincera y mere-
cida. Los vecinos y compañeros de trabajo nos rodearon. Los ingenieros
enviaron el pésame y doscientos bolívares. Semanas después, cuando fui
a devolverlos, pues creía era un empréstito, se ofendieron:

66
Jesús Faría

—De ninguna manera, Jesús, ese dinero fue reunido entre nosotros
para ayudarlo en los gastos del entierro.
Ese gesto era común cuando se trataba de nosotros, pero nos sorpren-
dió que los “gringos” pudieran hacerlo también.

Mis compañeros de trabajo


Conformábamos una cuadrilla poco numerosa: dos caporales, colom-
biano y andino; un llanero guitarrista, quien sabía leer y tenía buena
letra; dos trujillanos; un tachirense; seis corianos de la sierra y este ser-
vidor, coriano que no conocía a Coro...
Buenos peones y buenos compañeros.
Sabían que yo tenía hermanas –cada uno sabía la vida de los otros– y
me llamaban “cuñao”.
Era una cuadrilla como una familia unida, cuando alguno enferma-
ba, cada uno ponía algo de su salario para ayudar al compañero que no
cobraba.
El llanero me reprochaba:
—¿Por qué vive tan mal? ¿Para qué trabaja, pues? Compre hamaca,
cepillo de dientes. Al que usa zapatos, Dios le da para usar zapatos...
Me ofreció un “colgado” en su habitación, cerca de La Cueva del
Humo. Montamos “rebullicio” entre dos y comíamos bien: huevos, queso,
plátano frito, carne y pescado enlatado.
Compré una maleta de cartón y alguna ropita de dril y, por fin, zapa-
tos para salir, para cuando regresara a Borojó.
Me quedaba asombrado de oír leer a mi compañero de una manera
fluida.
—¿Cómo se logra eso?
—Leyendo –me respondía.
Una vez –fue todavía en 1927– vi unas fotografías de peloteros en La
Información y compré el diario para que me lo leyera. Ese es un tal Babe
Ruth y se negó a decir algo más. Quedé con la incertidumbre.
En otra oportunidad, un obrero me regaló un periódico llamado
Fantoches. Vi algunos dibujos que no entendí y lo tiré.
¡Quién iba a pensar que algún día conocería yo al viejo Leo! Ya en
1938, yo leía Fantoches. Cuando fui una vez a los talleres del famoso
semanario, Leo me presentó a su mujer:

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MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

—Mira, Jesús, esta es mi costilla..., o mejor dicho, mi chuleta, porque


tiene mucha carne. Yo había ido para agradecer la solidaridad que nos
brindaba el popular semanario en nuestras luchas. Entre otras cosas, le
agradecíamos la publicación en la parte de arriba de su primera página
de un telegrama que le habíamos dirigido a un grupo de obreros. Por pri-
mera vez nos veíamos reflejados en letras de molde.
Leo había encabezado la nota con el estimulante título de “Voces
que alientan”. Mientras tanto, al Departamento de Ingeniería le fueron
naciendo nuevos frentes de trabajo, lo cual los obligó a buscar perso-
nal adicional. También se incorporaban innovaciones en el ámbito de la
construcción de la infraestructura petrolera y de la producción. En lo que
respecta a nuestro trabajo, se cambiaron los pilotes de madera impreg-
nados de creosota por pilotes de concreto armado, como base para las
construcciones en el lago, innovación esta que habría de cobrar impetuo-
so desarrollo.
Ahora trabajábamos en tierra y en agua, en las ciénagas y en el patio;
abríamos picas y echábamos pala; manejábamos la “cadena” y las carre-
tillas de una y dos ruedas.
Llegaron nuevos caporales y nuevos peones. Entre los primeros, hubo
dos mexicanos que propusieron a los jefes echar a todo el viejo personal.
Pero esta tentativa fue rechazada por los jefes, quienes aconsejaron un
trato persuasivo con los obreros de planta, pues estos eran necesarios
para las medidas exactas y trabajos de confianza que ordenaban los inge-
nieros a sus ayudantes.
Entre el nuevo personal de obreros entró un sobrino del gobernador
de Caracas, quien prefería ser peón en las petroleras que caporal en las
carreteras de Gómez.
Cristóbal sabía leer y tenía buena letra, pero era nulo en el lago y los
trabajos físicos no le salían bien. Le hacíamos oportunos quites, cuando
le tocaban tareas que él no podía realizar; porque obrero que no cumplía,
obrero botado a la calle.
Cristóbal tropezó con mi curiosidad por los números y, atraído por mi
facilidad para aprenderlos, empezó a enseñarme.
—Vusted (se decía “vusted”) hubiera sido un gran matemático, si
hubiera estudiado –me decía.

68
Jesús Faría

Saltamos etapas que a otros les costaban y pasamos a los decimales,


los cuales aprendí como comer pan... ¡Y eso sin saber leer!
Este hecho llamó la atención de los ingenieros, quienes ponían a prue-
ba mis supuestos conocimientos sobre aritmética elemental. Mientras la
lancha navegaba del lago hacia el muelle, yo despachaba problemas arit-
méticos sin saber cómo lo hacía.
Solo que el resultado era exactamente el mismo que el de los ingenie-
ros graduados.
A mi profesor le pagaba con cigarrillos Bandera Roja por los conoci-
mientos transmitidos.
Entre el personal reportado para los nuevos trabajos entraron, entre
otros, Roque Millán, carpintero, y Jesús Villamizar. A este último lo
pusieron a cernir arena y lo hacía a un ritmo rápido. Al poco rato estaba
bañado en sudor. Me le acerqué y le di consejos:
—A ese ritmo no aguanta, hermano... Son muchas horas.
—Y yo sin desayuno –me respondió.
Le traje algo de mi vianda para engañar el estómago y a la hora de
almorzar lo invitamos al colectivo.
Aquel muchacho se convirtió en gran amigo y en obrero de primera.
Su mamá me adoraba.
Después Villamizar ayudaba a los nuevos en la cuadrilla y les
comentaba:
—A mí me ayudaron y por eso tengo empleo.
Millán era de fina veta humorística. Gran persona. Le mentaba la
madre a Gómez “cada vez que resuelle”. Por él supe que había presos polí-
ticos y que morían en los trabajos forzados.
Me habló de las uniones obreras que existían en otros países.
Sin embargo, de allí no pasamos porque, a su parecer, no me interesa-
ban aquellas cuestiones.
Lo nombramos presidente del club de béisbol Juvenil, luego con el
nombre de Fénix y por último Campo Rojo. Su elección como presidente
se debió a que era uno de los pocos que sabía leer y, lo más importante,
aconsejaba permanentemente a sus compañeros en las formas de hacer
las cosas.
—Ustedes tienen que elegir a los otros miembros de la directiva –nos
decía.

69
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

—¿Nosotros?
Nos reíamos de tanto optimismo.
Sin embargo, un obrero que se burlaba de la brutalidad de otro llama-
do Pascual, preguntó:
—¿Puedo lanzar para secretario al que yo quiera, sea cual sea?
—¡Sí, por supuesto! –respondió nuestro presidente.
—Entonces propongo a “Mano Ca...”.
Soltamos la risa y el guardiero “Mano Pascual” escupió su tabaco y
dijo: “¡Tu madre!”.
—¡No sean tan “inciviles”, carajo! –gritó Millán, con fingida furia y
unas ganas terribles de acompañar nuestra carcajada.
La masa de trabajadores crecía y se comentaba que montarían en La
Salina otro patio para construir pilotes.
A muchos nos atraía la idea de pasar a trabajar a otro lugar, pero al
mismo tiempo nos causaba pena dejar tantos amigos y cosas gratas que
formaban parte de nuestro pequeño mundo.
A fin de cuentas, haríamos lo que propusieran los patronos, ya que el
obrero no se gobierna.
El obrero es esclavo del salario, del cual depende su vida y el de la
familia.
Sin empleo, uno no tiene ni pan ni techo. Más aún, uno se convierte
en una carga indeseable para los amigos que le quedan. Aunque sea fallo,
uno tiene que comer y alguien tiene que ayudarlo. Esto es así, pese a que
no lo desee ninguno de los dos amigos, el desempleado y quien lo ayuda.

Ignorancia de gente culta


Me contaba un ingeniero yanqui que su amigo, por ignorancia, había
tomado una coral para besarla. Al poco rato ya era cadáver.
Nos quedábamos asombrados de la ingenuidad de estos recién gra-
duados que llegaban a trabajar con nosotros.
Uno muy nuevo en el trabajo –no sabía nada del idioma– nos hizo señas
para que tumbáramos un ramo que le estorbaba a su teodolito, pero en el
árbol había un avispero bravo, de los llamados “papo de india”. Era nece-
sario quemarlo para pasar con la pica, pero el joven americano no entendía
ni quería entender. Dejó el instrumento y vino, impetuoso y agresivo, a
decirnos cómo hacer las cosas. Tomó uno de nuestros machetes y le cayó a

70
Jesús Faría

machetazos al ramo donde estaba el avispero. Nos tiramos de bruces al


suelo y nos quedamos inmóviles, mientras las enfurecidas avispas des-
cargaban su patriótica ira sobre el yanqui.
El gringo echó a correr dejando tras de sí un reguero de lentes, lápi-
ces, libretas, borradores y demás útiles de trabajo. En el puesto de soco-
rro le sacaron los aguijones, pero el veneno ya había sido inyectado. Se
hinchó y a poco rato tenía fiebre alta.
Vinieron por la cuadrilla y nos reprocharon el haber permitido aquella
carnicería con el candoroso ingeniero yanqui, a quien no fue necesario
explicarle nada más para que aprendiera a respetar a estos minúsculos
seres nativos que no creen en el poder omnímodo de los imperialistas.
Después, cuando habían pasado el dolor y la fiebre, se había olvidado
nuestra complicidad y marchábamos sudorosos abriendo pica, Máximo
Meléndez se tiraba bruscamente al suelo al grito de:
—¡Avispas!
El ingeniero corría y se ponía a salvo de una manera instintiva y rápi-
da. Luego, cuando estallaba la carcajada y se develaba el engaño, sonreía
y le mentaba la madre en inglés a aquel negro de la sierra, que se permitía
tales confianzas.

Hacia el sur
Al sur de Lagunillas las concesiones se modificaban en su ubicación.
El pozo 511 de la LPC estaba marcado en la orilla.
Como no había caminos, llegábamos en lancha a las orillas. La trans-
nacional cifraba tales esperanzas en este pozo que incluso mandó por
allá al jefe del departamento y al superintendente.
Me preguntaron:
—¿Cuántos metros habrá desde donde está la lancha hasta la orilla?
Pregunta sin precedentes si atendemos a los mundos que mediaban
en el conocimiento de aquellos oficios. Pero eran hombres prácticos que
no menospreciaban ninguna opinión, si esta podía rendirles alguna uti-
lidad. A pesar de que todavía no era un “cadenero” experto como llegué
a serlo, di una opinión que estaba muy cercana de la medida exacta. Al
verificarse la medición, ellos rieron y yo los observaba…
En aquellas condiciones a las orillas del lago, nos gustaba entrar y
salir del trabajo con el agua al cuello. Así tomábamos un agradable baño.

71
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

En una oportunidad, frente a Bachaquero, se procedió a medir el


terreno por la orilla, a lo largo de esta, pero bastante aguas adentro. Está-
bamos con el agua a la cintura, cuando el capitán de la lancha, sentado
sobre su cubierta, observó que dos caimanes se acercaban a nosotros. En
seguida pegó gritos avisando, prendió el motor de la lancha y, con el anda
a rastras, la acercó adonde estábamos.
Fue una oportuna alerta de nuestro capitán, porque aquellos habitan-
tes de las aguas dulces eran un peligro mortal.
En estas aguas de Bachaquero, cristalinas para la fecha, pisé un bagre
y la púa que tiene sobre el lomo se me hundió en el pie. Pretendí arran-
carme aquel cuerpo clavado a mi pie, pero no pude. Tuvieron que hacerlo
mis compañeros.
A pesar de ello, seguí trabajando como si nada hubiera sucedido. No
hubo infección ni hinchazón. Solo dolor y sangre. Para esta herida no
hubo ni una gota de yodo. Tampoco el ingeniero dio orden para ver al
médico.
Distinto sería un tiempo después, cuando trabajando en el patio don-
de se construían los pilotes, pisé una tablita con un clavo y este salió por
encima del pie. Esta herida sí que metía miedo. Mis compañeros me saca-
ron la tabla con el clavo, que se había adherido a la planta del pie como
una segunda suela debajo de la alpargata.
En la botica debían evitar una infección. Con larga púa de acero
envuelta en gasa e impregnada de alcohol primero y luego con yodo, me
enjuagaron la herida una y otra vez. Tres ayudantes me sostenían sobre
una tabla para que el “cirujano” realizara su humanitaria faena.
Cuando terminaron aquella labor de limpieza y pude enderezarme, la
tabla que sirvió de camilla estaba empapada de mi sudor.
¡Qué dolor tan macho!
Así, y en numerosos casos mucho peor, era la vida de los obreros
petroleros por aquellos tiempos, sin seguridad industrial ni atención
médica en un ambiente laboral donde abundaban los accidentes y muer-
tes durante la jornada de trabajo.
Por eso me reía cuando oía la propaganda oficial expresando que
antes de la nacionalización todo era fácil en la industria petrolera y que
lo difícil vendría a partir del 1.º de enero de 1976.

72
Jesús Faría

¿Qué sabrán estos personeros del régimen burgués de nuestros sufri-


mientos en los primeros veinticinco años de la explotación petrolera?
Obviamente, para ellos eso no tiene la más mínima importancia.

¿Por qué garrapatero?


En mis años de piquero (abridor de picas) por terrenos altos y bajos,
pantanos y bosques, sabanas y rastrojos, jamás encontré tantos “pioji-
tos”, como se les dice a las minúsculas garrapatas que nublaban literal-
mente el espacio que hoy está ocupado por la ciudad de Bachaquero.
Los ingenieros usaban ropas especiales, ungüentos, bencinas y otras
defensas. Además, tenían para pasarles palmas encendidas cerca de las
ropas, con lo cual miles de “piojitos” caían achicharrados. Pero todo este
esfuerzo era en vano. Por la tarde nos afeitábamos las garrapatas con los
machetes por todo el cuerpo, dejando miles de cabecitas incrustadas en
la piel. Era un trabajo extremadamente penoso y que duró varias sema-
nas. Los ingenieros cayeron con fiebres y una sarna que contagió hasta a
sus mujeres. Lo nuestro no llegaba a tanto. Éramos nativos, en tanto que
ellos no estaban inmunizados contra esta plaga.
Los piojitos que no caían con el aceite, ni con la gasolina que nos pasá-
bamos desde la cabeza hasta los pies, amanecían como uvitas maduras, a
reventar del hartazgo de sangre que se habían dado.
En estas condiciones eran más vulnerables y podíamos localizarlas,
pero solo para dejar espacio a otros miles que vendrían a ocupar nuestro
pellejo durante la jornada siguiente.
En medio de aquella nube de garrapatas, cuando empezamos a mar-
car los espacios para edificaciones industriales y de viviendas, uno de
los ingenieros me propuso que administrara un negocio que el pretendía
montar.
—Ganaremos mucho money, Jesús –me dijo.
En efecto, habríamos ganado buena plata. El lugar y el momento eran
buenos y, en cuanto al socio capitalista, tenía la protección que aseguraba
el buen éxito. Sin embargo, no quise entrar en negocios.

Caddy
No era tan buen caddy, pero de todos modos hacía el trabajo. Cuando
el superintendente de la LPC y uno de los ingenieros tenían la tarde libre,

73
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

me subían en una camioneta y marchábamos a un campo de golf que


habían improvisado cerca de Tasajeras.
Para mí, no era humillante ningún trabajo y menos ayudarlos en un
deporte. Lo tomaba como un trabajo suave, mejor que echar mandarria o
meterme hasta los hombros en la ciénaga de las orillas del lago.
En una ocasión le serví de caddy a un “musiú” poderoso que, saliendo
de un hoyo para el próximo, produjo una violenta línea. La pelota chocó
contra un poste y cayó a unos treinta metros de distancia. El jugador,
quien no podía disimular su cólera, tuvo que repetir el golpe desde un
sitio mucho más lejano.
Unos quince años más tarde, este jugador de golf era gerente de la
Creole y yo dirigente de los sindicatos.
Nos tocó a ambos firmar el primer contrato colectivo de los trabajado-
res petroleros de nuestro país.
Nunca pensé que algún día nos enfrentaríamos en terrenos que en esa
época eran inimaginables para mí. Así cambian los tiempos y, a veces, los
roles de sus protagonistas.

Por ese camino


Las experiencias sindicales me enseñaron que se debe actuar sin odio,
pero con firmeza. Sin embargo, renegados del comunismo han dicho que
soy hombre de odios eternos y que, por lo demás, no los oculto.
La verdad, soy amigo de los amigos. En cuanto a los enemigos del
Partido Comunista y de los trabajadores, es mi deber combatirlos y por
esto los he combatido. Asimismo, la vida me ha enseñado que, bajo cier-
tas condiciones, ni las amistades ni las enemistades son eternas, sino que
unas y otras pueden sufrir mutaciones.
Por ejemplo, conocí obreros que eran enemigos de los sindicatos por-
que habían sido confundidos con una prédica reaccionaria, pero que
luego llegaron a nuestras filas y tomaron sus puestos en las barricadas
antiimperialistas.
Esto ocurrió inclusive con esquiroles, algunos de los cuales después de
llegar al sindicato, buscaron al Partido Comunista, en el cual realizaron
excelente trabajo, corrigiendo su reciente ejemplo negativo. Algo pareci-
do ocurrió en guerras civiles e internacionales con los prisioneros.

74
Jesús Faría

No obstante, lo que sí se ha mantenido como una constante es que el


militante revolucionario no puede dejar de ser enemigo de los explotado-
res y opresores de sus hermanos de clase. Esto está claro para mí.

Otra vez Cabimas


De aquel familión que hacía dos décadas vivía en Borojó, quedába-
mos juntos los dos menores nada más. Era necesario aumentar la familia
con alguien de afuera. Encontré una mujer que aceptó incorporarse. Era
una muchacha honesta y trabajadora, mayor de dieciocho años. Se iría
a vivir conmigo y, si congeniábamos, legalizaríamos nuestra unión más
adelante.
Pero los parientes de la dama no aceptaron este convenio verbal y
encarcelaron al “seductor”.
Parientes míos me aconsejaron en la prisión:
—No seáis pendejo, no te caséis.
No sé por qué los hombres le teníamos horror al matrimonio. El hecho
fue que no me casé y fui a dar al calabozo. Por suerte, aquello no parecía
una prisión gomecista. Me visitaban los amigos y me pasaban comida por
cuenta de estos.
Un día metieron al calabozo de enfrente a una mujer de estupendas
formas y de corta edad.
La conocía de lejos, pero era una mujer cara.
Ella había tenido un altercado con la querida de un “pesao” y se había
negado a pagar la multa de cien bolívares.
Estaba colérica. Le hice pasar algunas cosas. A partir del día siguiente
ella recibía algo mejor y me obsequiaba.
Aumentaba la mutua confianza mediante esos diálogos de presos. Ya
éramos amigos.
¿Por qué me ocurría este encuentro ahora?
Mis amigos se habrían burlado de mí si hubiera renunciado a enredar-
me con aquella criatura.
Un día me pidió consejos.
—Pague la multa –le dije.
Aunque no le oculté que me gustaba tener tan grata compañía. Ella
pagó y salió en libertad. Después me atendía en una forma tan puntual y
exquisita que me ruborizaba.

75
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

—Este “catire” si es sortario –decían los policías. Está preso por


“seductor” y ahora se consiguió otra “jembra” en el calabozo.
Pese a mi juventud, era un preso tranquilo.
El 24 de diciembre se me acercó uno de los jefes para decirme:
—A usted le toca salir en libertad mañana por la tarde, pero si se com-
promete a no dejarse ver, lo pongo en libertad ahora mismo.
¡Nochebuena en libertad y con la perspectiva de mi nueva amiga!
Mi hermana Altagracia –una mujer noble y pura como pocas– se dio
cuenta del arreglo y se puso furiosa conmigo.
Escuché en silencio el chaparrón. Yo sabía que no había procedido
bien. Sentía una sensación de culpa que me mortificaba, pero no me
arrepentía.
Por cierto que durante la etapa de mi primer matrimonio no legaliza-
do, me aconteció un hecho curioso. Algunas mujeres solteras, que antes
no respondían a mis propuestas, no quisieron nada conmigo, ahora se
me insinuaban de una manera ostensible. Enigmas del alma femenina.
Ese proceder repercutió negativamente en las relaciones con mi
compañera.
Era evidente que no estaba maduro aún para forjar hogar. Me había
habituado demasiado al libertinaje.
Lo cierto es que entre nosotros, quien más quien menos, todos incu-
rrían en excesos con las mujeres, porque de lo contrario podía ser llama-
do “enfustanado”...

El Departamento de Ingeniería
Ahora el Departamento de Ingeniería era uno de los más numerosos,
tanto en Cabimas como en Lagunillas. Había varias cuadrillas y muchos
desconocidos.
Yo era un obrero “misceláneo”: hacía de todo un poco y ganaba un
salario más alto que los otros.
Una tarde nos ocurrió una terrible desgracia. Trabajábamos en una
gabarra atracada al muelle de La Salina, 18 de agosto de 1933.
Estalló la gabarra y mató a seis obreros. Los otros fueron lanzados al
lago con heridas graves. Resulté ileso por segundos y por centímetros.

76
Jesús Faría

Precisamente, los obreros con quienes estuve momentos antes de la


desgracia, fueron aplastados por el tanque de petróleo que alimentaba
la caldera.
Aquí murieron muy buenos amigos, entre estos Luis Mayorga, un
muchacho de Güiria, mi compañero cuando teníamos que rebajar pilotes
a fuerza de mandarria para montar las plataformas en el lago.
Con este muchacho, alto y musculoso, me habían ocurrido dos acon-
tecimientos inolvidables. Una vez cayó al lago Emiliano Pérez, quien no
sabía nadar. Se estaba ahogando. Mientras nos quitábamos la ropa para
ayudarlo, Luis, buen nadador, se lanzó vestido. Le entró por debajo y lo
puso a flote hasta llevarlo a los pilotes.
En otra ocasión había un obrero también de la costa de Paria, muy
pendenciero, era el terror de los débiles. Nos amenazaba y provocaba a
menudo. Un día se acercó adonde trabajábamos Luis y yo. Se chanceó
conmigo y Luis participó de la chanza, lo cual no le gustó al sujeto, de
nombre García. Este le dijo una grosería intolerable a Mayorga, quien
sacó el puño derecho, como un boxeador, y alcanzó a su rival en pleno
mentón. Yo solté la risa y paré el trabajo.
Todos hicieron lo mismo y nos preparamos para presenciar una “pega”
de circo. García se incorporó con la mirada vidriosa y todo mareado por
el impacto, mientras Luis esperaba en guardia, sin haber tocado al caído.
Pero García no vino por el desquite, sino que fue con el chisme al jefe
yanqui...
La pita fue tan ruidosa que aquel fanfarrón no pudo volver al trabajo.
Esos sujetos no tenían cabida en nuestros colectivos.

El crecimiento de la producción
En plena expansión de la industria se producía un intenso mejora-
miento del rendimiento de la fuerza de trabajo.
El obrero se familiarizaba con sus tareas, lograba un mejor dominio
del trabajo, eliminaba movimientos inútiles, desarrollaba habilidades.
La cuadrilla se hacía más homogénea, los obreros eran más parejos en
su rendimiento.
Se descubrían nuevos métodos para doblar las cabillas, para cortar-
las, para amarrarlas. Se armaban las formas con más prontitud. Los

77
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

carretilleros manejaban bien, conducían la mezcla hasta su destino cada


vez con mayor maestría.
A medida que la explotación se alejaba de las orillas, los pilotes eran
más potentes y más complicada resultaba su elaboración, pero la práctica
de los obreros había progresado de manera casi imperceptible, aunque
sostenidamente.
Ahora casi no se oían gritos de los capataces. Solo muy de tarde en
tarde se producían despidos por incapacidad.
El ingeniero vigilaba y el caporal lo imitaba, pero el obrero estaba
seguro de su labor.
Los ingenieros, en general, apreciaban al buen trabajador, porque uno
malo podía arruinarle su obra con una chapucería. Para un ingeniero, un
obrero que le medía exactamente y que le interpretaba debidamente una
señal, era un verdadero hallazgo.
Con una cuadrilla de confianza podía alcanzar en un día lo que le lle-
varía dos con una de gente nueva e inexperta. Con menos personal y en
menor tiempo, el mismo rendimiento. No estaba nada mal.
Después, con el personal completo y durante toda la jornada, un pilo-
te más o la misma cantidad, pero más grandes...
No obstante, el mejoramiento de la productividad del obrero en el
capitalismo solo favorece al patrón, quien se apropia de una creciente
plusvalía producto de la explotación asalariada. Las mejoras tecnológi-
cas y el desarrollo de la fuerza de trabajo son las vías que emplea el capi-
talista para acumular riqueza y poder, para perpetuar el yugo explotador
sobre los trabajadores. El capitalismo explota, aliena e impide el desa-
rrollo integral del obrero. Esa es una realidad irrefutable. Y aunque por
aquellos tiempos no estaba todavía en capacidad de ver la realidad en
esos términos, no pasaría mucho tiempo sin entenderla.

Los jefes
Casi nunca tuvimos problemas serios con los ingenieros. Quienes
trabajábamos de “cadeneros” o con los teodolitos, ganábamos un salario
mayor. Yo marcaba casas, pozos y líneas para la energía eléctrica en tie-
rra y en el lago.
Un ingeniero que había trabajado en la Unión Soviética, al parecer
comunista, se burlaba de mí por la exactitud en las medidas.

78
Jesús Faría

—Lo que pasa, mr. Smith, es que un obrero que hace labor de ingenie-
ro debe ser exacto, porque lo que está en juego es el empleo –le decía yo.
Este hombre era gran persona, buen nadador y parrandero. Se reunía
con nosotros fuera del trabajo. A menudo nos decía:
—En ruso se dice así...
Pero no sabíamos qué era aquello de ruso, ni de Rusia. Como no logra-
ba despertar la curiosidad, pasaba a otro tema.
Un día dejó de ir al trabajo, preguntamos por él y nos dijeron:
—Mr. Smith no trabajará más para la compañía...
Solo años después caí en cuenta de la causa de aquella brusca separa-
ción de un ingeniero tan competente.
Cuando abríamos la pica para el tren Lagunillas-Tamare, teníamos
como jefe inmediato a un ingeniero yanqui que era un racista. Insultaba
sin motivo alguno a los negros.
—¿Qué hacemos con este carajo? –nos preguntamos.
Era indispensable pararle el trote. Un día decidimos que el primero
que fuera víctima de los insultos le “pondría” el machete al “musiú”. Cada
uno cargaba un machete afilado y la idea que teníamos era matarlo en
pleno monte y que el asesino se fugara.
Conocíamos muy bien aquellas montañas y como éramos veteranos
trabajadores en el monte, sabíamos cuáles bejucos tenían agua y qué fru-
tas eran comestibles. Resultaría muy difícil caer presos.
No había chocado conmigo el odioso gringo, sin embargo, después de
habernos juramentado me tocó el turno.
Mi jefe se insolentó porque quería que fuera a poner la mira, corrien-
do de un lado a otro.
—¿Por qué no corre? ¿No me oye? –me gritó delante de los otros
compañeros.
Además el hombre cerró los puños y se me vino encima. Me quedaban
dos caminos: pelear o correr. Resolví pelear.
Tiré la mira al suelo y avance al encuentro de mi enemigo con el
machete en la diestra. El gringo no escaparía sano. Pero el hombre gritó:
—¡Me va a matar!
Y, después de aquel grito, si no corre como corrió, algo grave hubiera
ocurrido.
Me botaron del trabajo, pero conseguí otro empleo.

79
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Sin embargo, aquel incidente liberó a la cuadrilla de una pesadilla,


pues ni este sujeto volvió a trabajar fuera de las oficinas, ni alguno de
aquellos corianos tuvo que matar al provocador.
Un día se me acercó al trabajo uno de los ingenieros y me preguntó:
—“Jisús”, ¿usted quiere volver a trabajar con nosotros?
—No estoy allá porque ustedes me botaron –le dije.
—Venga conmigo que yo arreglo el traslado, ya el loco enemigo suyo
no trabaja más en nuestro departamento.
Evitábamos las peleas y no dejábamos pelear entre sí a los compañe-
ros de trabajo.
—Si tienen tantas ganas de pelear, ¿por qué no pelean contra La
Sagrada? –le preguntábamos en tono burlón a los buscarruidos. De todos
modos, había algunas pegas entre nuestra propia gente y entre obreros y
capataces. Uno de estos últimos era un azote contra los obreros.
Discutimos el asunto y resolvimos “pararlo”.
A partir de aquel día, el primero que fuera despedido sin motivo
mataría al caporal.
No pasó mucho tiempo sin que nuestro tercio se “enamorara” de
Bracamonte, obrero de Chejendé. Nuestro camarada era joven, len-
to, risueño y silencioso. Pero cuando se calentaba se convertía en una
pantera.
La orden de despido era un papelito, que además de anunciarle la
medida permitía cobrar los jornales adeudados.
Cuando el capataz le entregó la orden de despido a nuestro compañe-
ro, este lo tomó por la pechera con la izquierda, mientras que tomaba un
puñal con la derecha y le gritó:
—¡Tráguese ese papel o lo mato!
Y tuvo que romper y tragarse el papel, porque la cosa era en serio.
A partir de aquel día los caporales se negaban a informar a los obreros
cuando estos iban a ser despedidos.
Este mismo Bracamonte, después de la huelga petrolera 1936-1937,
mató a un rompehuelgas en Cabimas.
El lance ocurrió así: al departamento enviaron algunos que habían
sido traídos para romper la huelga. Se trataba de gente sin conocimiento
del trabajo. Entre ellos, se encontraba un sujeto pendenciero, quien tam-
bién pensó que podía lucirse con Bracamonte. Anunció que le daría una

80
Jesús Faría

golpiza y fue a cumplir su palabra, pero encontró la muerte. Bracamonte


escapó de la persecución policial.
En otros incidentes, muy a mi pesar, fui yo quien me vi envuelto. En
una ocasión me enviaron un lunes de caporal con mis viejos camaradas.
Trabajaríamos lago adentro bajo las órdenes de un ingeniero que había
despedido a tres caporales en una semana, porque estos no atropellaban
al personal. Mientras la gasolinera navegaba, comentábamos la nueva
situación.
Era el año 1937. Habíamos hecho la huelga y estábamos organizados
en el sindicato. Algunos éramos militantes del Partido Comunista. Este
asunto no puede seguir y tampoco puede esperar. Hoy mismo tenemos
que resolver la situación.
—No quiero ser caporal –les dije a mis compañeros. ¿Qué hacemos si
este me provoca?
Se convino que cuando se produjera la agresión yo me le “pararía” y,
entre todos “pelaríamos” a ese carajo.
La cosa ocurrió como a las diez de la mañana. Me le paré al gringo con
una cabilla que había seleccionado de antemano.
Los compañeros dejaron el trabajo y se armaron.
—¡Métele un cabillazo a ese hijo de perra! –me gritó uno de mis
compañeros.
El gringo, que era un peleador famoso, se aterró ante la soledad. Me
dominaría fácilmente, pero ¿y los otros?
El hombre se asustó y nos preguntó:
—¿Me van a matar?
—Todo puede suceder. No podemos dejar matar a uno de los nuestros
–le respondió Quintín, mi compadre.
—Trabajen como quieran –dijo por fin, en plena retirada aquel hom-
bre en peligro.
Deliberaron si me botaban. Resolvieron dejarme y seguí en mi puesto.
Más tarde, en 1938, cuando la policía me perseguía, este mismo inge-
niero me llevaba a otro atracadero para que saliera a tierra por donde no
había policías esperando. Cuando caí preso, me comentaron que siempre
preguntaba por mí. Habíamos hecho buena amistad después de aquel
episodio.

81
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Él entendió que el trabajo rendía sin necesidad de molestar a los


obreros.
Conviene decir que en nuestro departamento era donde menos peleas
se producían. En otras cuadrillas esas pegas eran más frecuentes, sobre
todo porque los americanos sabían pelear y estaban mejor dotados para
tales combates. Aunque a veces encontraban la horma del zapato.
¡Qué difícil era conseguir un empleo! ¡Y tan fácil que era perderlo!
El pan de los pobres pendía del humor de cualquier capataz enratonado.
¡Cuánto no hubiera dado un obrero por no pelear! Y, sin embargo, a
veces no le quedaba otro camino que hacerlo.
¡Qué vida tan miserable la nuestra!
Era una existencia signada por la inseguridad.
No solo pretendían que rindiera en el trabajo, sino que fuera un suje-
to vencido, sumiso, castrado, que soportara en silencio las vejaciones
patronales.
Venturosos los obreros de hoy, que no conocieron una esclavitud tan
descarnada como aquella.

De nuevo en La Salina
En 1935, yo vivía de nuevo en La Salina con mi mujer, esta vez en
estado. Como sabía lo que sufren los niños pobres y por consejos de mi
hermano Artemidoro, había evitado tener hijos.
Ahora era víctima de una contrariedad: quería tener el hijo, pero
temía las calamidades que iba a sufrir la criatura. Los trabajadores éra-
mos presa de la inseguridad y este hecho repercutía negativamente en el
hogar.
Aparte de estos hechos, dimanantes de la situación que vivía la cla-
se obrera, estaba mi propia condición de hombre que, como los otros,
le gustaba tener mujeres y abandonarlas de manera irresponsable, sin
motivo ni razón.
Esto era malo, pero así era.
Los hombres nos portábamos muy mal. Baste decir que yo era de los
menos malos, porque al menos no me emborrachaba, ni aporreaba a mi
compañera.
En algunos aspectos yo había madurado como obrero durante aque-
llos diez años en la dura escuela del proletariado.

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CAPÍTULO III
INGRESO A LOS SINDICATOS Y AL PARTIDO COMUNISTA
La muerte de Gómez
Aquella tarde circulaban rumores de la muerte de Gómez, tirano de
Venezuela durante veintisiete años consecutivos. Nos fuimos para la Plaza
de Cabimas. Había millares de personas escuchando discursos. Las auto-
ridades y La Sagrada estaban acuarteladas.
Al busto de un hermano de Gómez lo habían vuelto añicos. La bandera
estaba a media asta y el pueblo luchaba por cambiarla de posición. José
Mayorga buscó inútilmente al juez que lo había enviado a las carreteras.
Para mí era una cosa nueva y sorprendente oír aquellos discursos que
no entendía.
A “El Benemérito” le decíamos ahora “gañán de la mulera”, “bagre” y
otros apodos ofensivos. Había oído decir que después que muere la gente
todos resultan venerados, pero ahora era distinto por completo.
Se decían horrores de un muerto que, cuando estuvo vivo, fue tan
elogiado.
No pasó mucho tiempo sin que nos pusiéramos de acuerdo en que
habíamos estado viviendo bajo una oprobiosa tiranía y que había llegado
el momento de echar del poder a quienes pretendían mantener el gome-
cismo sin Gómez, con López Contreras de presidente.
Mientras una masa de obreros mantenía un muy estrecho cerco sobre
la acuartelada Sagrada, nosotros oíamos discursos en la plaza, a unos
cincuenta metros de la casa de Gobierno. Yo estaba recostado de un árbol

85
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

cuando sonó la primera descarga. Cayeron algunos y una concha del


árbol me dio en el rostro.
Me había salvado otra vez por centímetros.
—¡Tírense al suelo! –grita alguien.
Siguieron disparando con los fusiles, de cuyos salones se veían salir
lenguas de fuego. Los esbirros disparaban desde todas las ventanas. En
minutos la plaza quedó sola, con sus muertos, heridos y un puñado que
habíamos obedecido la orden del anónimo que mandó a tirarnos al suelo.
Seguían disparando contra los que huían de la plaza, contra todo lo
que se movía. Siempre había pensado que me daría miedo la guerra, pero
lo que da es coraje; produce un tremendo deseo de tener con qué dispa-
rarle a quienes nos disparan.
Me levanté sin sombra de pánico, como atolondrado por aquellos
hechos tan graves. No me alejé, sino que busqué salir precisamente por
una calle que pasaba al lado de la “fortaleza”, donde estaba atrincherada
La Sagrada.
—¡‘Pa’ atrás, carajo! –gritó una voz.
Sonaron tiros y se vio el fuego con toda nitidez.
Me dirigí hacia el muelle caminando a paso lento en medio de un
silencio que solo era interrumpido por los esporádicos disparos de los
esbirros.
Casi por la orilla de la plaza torcí hacia el Nuevo Circo, donde había un
numeroso grupo de gente comentando la masacre.
Todos queríamos armas, pero nadie las conseguía en ninguna parte.
Tampoco las sabíamos manejar. A pocos pasos, entre los curiosos, cayó
una niña con un balazo en una pierna.
Nos alejamos sin pánico. La gente que había corrido, ahora regresa-
ba. Julio, Mayorga y otros habían vuelto a casa y dijeron que me vie-
ron caer... Como no regresaba, pensaban que estaría entre los muertos.
No había transporte y caminé lentamente, comentando con otros lo que
había visto.
Cuando me aparecí hubo alegría y, luego, reproches por haberme
demorado en llegar.

86
Jesús Faría

Buscando a los esbirros


Los esbirros pudieron huir, aprovechando el pánico momentáneo.
Dejaron 37 muertos y numerosos heridos.
Cuando los obreros comprobaron la huida de los asesinos, tomaron el
cuartel, recogieron los muertos y heridos, establecieron un orden obre-
ro y popular. Fueron encarcelados algunos personeros del régimen, en
tanto que los comercios, viviendas y empresas de los gomecistas fueron
saqueados y destruidos.
Aquella noche nadie durmió. Al día siguiente nos incorporamos a las
brigadas de orden y castigo, aunque no encontramos a quien castigar.
Escopetas y algunos revólveres era todo el armamento que teníamos.
Vino gente de Maracaibo y Lagunillas con informaciones de luchas
parecidas a la que tuvo lugar en Cabimas.
En Lagunillas habían matado a tres esbirros y les habían echado
al quemador de la basura. Se trataba de asesinos muy odiados que no
pudieron escapar.
En Maracaibo se peleó duro y, en general, ya para el día 22 de diciem-
bre los principales distritos del Zulia habían sido limpiados de gome-
cistas, aunque a un costo de cien muertos entre las filas del pueblo
insurrecto.
Entre los obreros que fueron asesinados, algunos eran mis compañe-
ros y amigos.
No hice ningún juramento, pero me consideré obligado moralmente a
luchar contra el sistema que ponía en vigor tales asesinatos a mansalva,
deber revolucionario que he mantenido a lo largo de mi vida.
Así pues, mi primera actuación en la lucha de masas fue, al mismo
tiempo, un verdadero bautismo de fuego y de sangre. Aquella noche me
di cuenta de lo trágico que resulta combatir desarmado frente al enemigo
armado y atrincherado.
El día 23 de diciembre por la noche nos reunimos en el local de la
Sociedad Obreros del Bien y constituimos el Sindicato de Obreros y
Empleados Petroleros de Cabimas. Éramos un grupo pequeño de obreros
y algunos empleados.
Aprobamos algunas proposiciones, aunque no las podíamos compren-
der ni explicar. Me quedé pasmado cuando oí decir a Valmore Rodríguez:
—Son ustedes quienes tienen que dirigir su sindicato.

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MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Regreso del exilio y de las mazmorras


Otro hecho importante tras la muerte del tirano fue el regreso al país
y a la vida de los antigomecistas de todas las tendencias, incluidos nume-
rosos comunistas que habían padecido tormentos en las prisiones, traba-
jos forzados en las carreteras, grillos en La Rotunda y en otras prisiones:
Key Sánchez, Miguel Otero Silva, Juan Fuenmayor, Rodolfo Quintero,
Gustavo Machado, Salvador de la Plaza, Kotepa Delgado, Saldivia Gil y
tantos otros.
Existió durante los primeros meses de 1936, un amplio frente antigo-
mecista no escrito ni firmado, sino en las acciones de calle, en la prensa
y la radio, que ya empezaba a tener audiencia en la Venezuela de aquella
época. Un frente de enorme amplitud.
En el Zulia jugaron rol importante Valmore Rodríguez, Rodolfo
Quintero, Martínez Pozo, Jesús Correa, Felipe Hernández, Juan
Fuenmayor, Isidro Valles, Ciro Urdaneta, Eugenio Hernández, María
Teresa Contreras, Olga Luzardo, Espartaco González, Domingo Mariani,
Manuel Taborda y muchos otros. Más adelante, se fueron incorporando
obreros y estudiantes: Morillo González, Soto Amesty, Nazario García,
Jesús L. Sánchez, Max García, Gamboa Marcano, Enrique Bello, los her-
manos Torres Nava y muchísimos otros. Se trataba de gente culta y con
experiencia que nos brindarían a nosotros, obreros analfabetas. Era una
invalorable ayuda en la construcción de sindicatos y del Partido.
Otro suceso que causó verdadera sensación –y que visto ahora quizás
carezca de importancia– tuvo lugar a mediados de 1936. En una confe-
rencia que dictaba en un teatro de Caracas, Gustavo Machado dijo:
—¡Yo soy comunista!
Fue la primera vez que una persona se atrevió a decir tal cosa. Era un
desafío a los enemigos del comunismo, a quienes habían insertado en la
Constitución un artículo condenando como traidores a la patria a quie-
nes se les comprobaran que eran comunistas. En este caso, Gustavo lo
decía en forma voluntaria y retadora. En la práctica estaba pidiendo sus
veinte años de presidio. Pero no se atrevieron, era muy fuerte el movi-
miento popular.
Hubo, sí, un escándalo, un estallido de protestas, admiraciones, elo-
gios y repudios. Hubo de todo, pero la dictadura se limitó a tomar nota y
esperar para castigar después.

88
Jesús Faría

Ingreso al Partido Comunista


El Gobierno organizó su propio partido reaccionario y, por otro lado,
nacieron varios partidos democráticos. Yo no ingresé a estos partidos. Lo
mío eran los sindicatos y el Partido Comunista, al cual me había afiliado
a la muerte de Gómez.
Mi ingreso al Partido ocurrió después de la masacre de Cabimas y
espoleado por las noticias que llegaban de Lagunillas. Corrían los agi-
tados días cuando los gomecistas, ya sin Gómez, se aferraban al poder y
disparaban a matar contra el pueblo, como después lo hicieron los betan-
couristas apoyados por Caldera, y no solo por este.
Nada sabíamos de comunismo. No habíamos oído hablar de políti-
ca. Así pues, no ingresé al Partido Comunista después de oír algo sobre
marxismo-leninismo. Conmigo, el trabajo de captación resultó breve y
sencillo.
Me fui a Lagunillas el día 23 de diciembre. Quería hablar con mis
amigos y oír sus opiniones sobre tan importantes acontecimientos. Me
encontré con el “letrado” Antonio Granados, bombero en la Gulf.
Intercambiamos informaciones, cuando Antonio Granados me llamó
aparte y me dijo:
—Tenemos que hablar.
—¿De qué se trata?
—Estamos organizando el Partido Comunista y esperamos contar
contigo –me dijo.
—¿Qué es eso? –pregunté en tono amistoso.
—Es el partido de los obreros, un partido revolucionario que ya triun-
fó en la Unión Soviética, donde acabó con los patronos y latifundistas.
Allá gobiernan los obreros y campesinos, no hay desempleo y todos saben
leer. El zar y los otros gomecistas de allá fueron pasados por “Filadelfia”.
Las fábricas son del Estado socialista y la tierra es de los campesinos…
Me habló de Lenin y Stalin y de otras cosas, no muchas.
Aquel relato brilló como una luz en la oscuridad. Nunca había oído
nada igual, tan cautivador. Por una cosa así vale la pena ayudar, pensé.
—Anótame –le dije, sin dar rienda suelta a la emoción.
¡Poder trabajar por un programa como ese de los soviéticos y con la
solidaridad de estos!

89
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

¡Lenin! ¡Stalin! ¿Cómo serían esos dirigentes? Poco más tarde me


explicaría Rafael Contreras:
—Si admites ante la policía que eres comunista, te esperan veinte años
de presidio y otras menudencias... Nuestro trabajo es clandestino. Poco a
poco irás aprendiendo. Por ahora, ponte a estudiar para que puedas leer
la propaganda.
Por aquellos días un semanario pedía la pena de muerte para los
comunistas.
Hablamos de un tango de moda y soltamos la risa.
Yo quería también decir aquello que Antonio Granados, mi viejo ami-
go y nuevo camarada, me había dicho en tan pocas palabras. Pero yo
no era nada. Me parecía que mi ingreso al Partido Comunista nada sig-
nificaba para los que sabían hablar, leer y escribir. Sin embargo, es así
como se forman los partidos. Es así como suelen aparecer activistas de
infatigable y creadora voluntad. Por esta razón, uno tiene que confiar en
la calidad humana de las personas, sabiendo, claro está, que no todos
llegarán hasta el final por el primer camino elegido.
En la vida de los revolucionarios, para bien o para mal, suele pesar la
familia o la falta de familia, las posiciones económicas, muchas cosas,
pero sobre todo el carácter firme de las personas.
Ese partido, al que había ingresado, había sido fundado pocos años
antes, el 5 de marzo de 1931, por un puñado de audaces jóvenes estudian-
tes, obreros, artesanos y otras personas de oficios diversos, siguiendo la
orientación revolucionaria de la Internacional Comunista. Todo ello ocu-
rrió cuando imperaba en nuestro país una tenebrosa tiranía dependiente
del imperialismo petrolero anglonorteamericano.
De esta manera, los obreros forjaban su propio partido y los sindica-
tos. Mi escuela de comunismo fue el sindicato, la actividad práctica entre
millares de obreros, y la célula del Partido. Mis primeros maestros fue-
ron Manuel Taborda, Max García, Domingo Mariani y Rafael Contreras.
Nuestra labor marchaba sobre la base de la disciplina: hora exacta de
reuniones, informes breves, plan de actividades y cumplimiento de las
tareas.
El secretario de mi célula era Rafael Contreras, seudónimo del cama-
rada Luis Rafael Luces Marín. ¡Un hombre de verdad! Valeroso y de
talento. Por su firmeza, una figura ejemplar.

90
Jesús Faría

Nos enseñaba cómo comportarnos ante el aparato represivo, pero, en


primer lugar, cómo evitar caer en las garras de la policía. ¡Nunca nos
cayó un brigadista!
Por su parte, Domingo Mariani era un nihilista, sicólogo y obrero,
escrutaba en profundidad el alma de las masas y con estudiada rudeza
expresaba nobles ideales. Quienes lo escuchábamos, nos sentíamos 100%
representados en aquel viejo combatiente. Él decía lo que queríamos que
dijera y cómo queríamos oírlo, en “nuestro” propio lenguaje.
Max García, entre tanto, era el líder obrero por excelencia. Poseedor
de un insuperable carisma, que combinaba con una aguda interpretación
de la situación política y una extraordinaria capacidad organizativa. El
movimiento obrero venezolano ha dado muy pocos líderes de la talla de
este noble y recordado camarada, que se nos fue prematuramente.

En el torbellino de la lucha de clases


A partir de 1936 me vi envuelto en un torbellino de acontecimientos
que se sucedían con gran velocidad.
Mi estrella subía en flecha en el firmamento de la política, no porque
me lo propuse, sino a pesar de que no lo hice.
Todo estaba por hacer en aquella Venezuela que amanecía a las luchas
por la libertad. El tirano se había derrumbado, pero faltaban los hombres
y los partidos para construir la sociedad democrática.
Había miles de voluntarios entre la masa obrera a la cual pertenecía
yo, pero faltaba la oficialidad, los cuadros, que son quienes lo deciden
todo una vez trazada la línea política correcta.
Para aquella fecha habían nacido sindicatos en todos los campos
petroleros, la mayoría de los cuales se encontraban en el Zulia. En cada
lugar aparecieron dirigentes que nos orientaban.
En Cabimas removimos la simiente del sindicato que habíamos sem-
brado el día 23 de diciembre de 1935 y que la represión mantuvo soterra-
da. El día 27 de febrero por la noche, en el cine Variedades, realizamos
una concentración obrera para elegir la junta directiva y formalizar los
trámites para legalizar el sindicato.
Esta organización arrancó con una enorme fuerza. Sus primeros diri-
gentes eran empleados socialdemócratas, pero su anticomunismo no
apareció sino más tarde.

91
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

La consigna principal era: organizar a todos los obreros y empleados


para hacer una huelga y reclamar nuestros derechos conculcados duran-
te toda la vida. Luchar por una Ley del Trabajo y, en lo más inmediato,
contra algunos capataces muy odiados.
Este último objetivo lo empezamos de inmediato, pero no mediante
huelgas, sino con multitudes de trabajadores protestando en las puertas
de las empresas, dando muestras de una porfiada combatividad.
En poco tiempo habíamos limpiado los centros de trabajo de aquellos
enemigos de los trabajadores, que habían cooperado en forma criminal
con la dictadura durante años.
Ahora la afiliación de nuevos miembros, así como el cobro de las cuo-
tas, se hacía menos impetuoso y torrencial que en el primer momento.
Los periódicos reaccionarios abrieron los fuegos contra el movimien-
to sindical, contra la Unión de Trabajadores del Zulia (UTZ), presidida
por el camarada José Martínez Pozo, afincándose en una virulenta cam-
paña contra los sindicatos petroleros y contra los “comunistas”.
Hacíamos asambleas los días martes y viernes de cada semana para
discutir problemas de las masas.
Manteníamos contacto permanente con diputados y senadores desco-
nocidos y con periódicos democráticos.
Los trabajadores, además, participaban como ciudadanos en las
luchas diarias, enviando telegramas a los congresantes y periódicos. Era
un método muy efectivo.
Los dirigentes del Bloque Nacional Democrático (BND), partido de
fuerzas populares del Zulia, daban mítines en los campos petroleros y
presentaban a las delegaciones fraternales de otros partidos que nos
visitaban.
Entre los oradores políticos había matices perceptibles. A nosotros
nos gustaban sobre todo los discursos de Manuel Taborda, Max García,
Domingo Mariani, Pedro Millán, José Martínez Pozo, Isidro Valles, Olga
Luzardo, Carlos Augusto León, Antonio Valera.
Más adelante habríamos de comprobar que eran comunistas o esta-
ban en la línea política del PCV.
En cuanto a los dirigentes del PCV: Gustavo Machado, Salvador
de la Plaza, Miguel Otero Silva, Ernesto Silva Tellería, Jorge Saldivia
Gil, Rodolfo Quintero y otros que habían vivido años en otros países,

92
Jesús Faría

inclusive en la Unión Soviética, oíamos hablar de ellos, pero estaban pre-


sos o perseguidos.

Febrero de 1936 en Caracas


En Caracas, por su parte, se desarrollaban brillantes jornadas de
lucha antigomecistas. El día 14 de febrero de 1936 el pueblo de Caracas,
encabezado por las autoridades universitarias y los estudiantes, se echó a
la calle en poderosa manifestación. Se produjeron choques aislados don-
de murió otro hermano del tirano Gómez, de triste fama por sus cruelda-
des inauditas contra las víctimas de su despotismo.
La manifestación fue tan unitaria, poderosa y combativa que al dicta-
dor López Contreras no le quedó otro camino que destituir a sus minis-
tros gomecistas y formar un nuevo gabinete ejecutivo donde incluía a
prestigiosos políticos de la oposición al gomecismo: Gallegos, Néstor
Pérez, Régulo Olivares, Adriani, Mibelli y otros de igual jerarquía.
De inmediato, se conquistó una mayor libertad de prensa, liber-
tad para fundar partidos –no comunistas–, sindicatos y otros avances
importantes.
Por fin disfrutábamos de importantes libertades para expresar nues-
tros pensamientos. Oímos ebrios de felicidad a los dirigentes llegados
de otros mundos hablar a favor de una jornada de ocho horas regulada
por una Ley del Trabajo y de muchas otras reivindicaciones económicas
y sociales que estaban maduras para ser logradas mediante una sólida
organización sindical. Junto con otros revolucionarios del momento, los
comunistas en Caracas fundaron el Partido Revolucionario del Proleta-
riado (PRP), a la vez que militaban también en otros partidos regionales
todavía no reconocidos legalmente, pues no había ley de partidos.
El Gobierno toleraba o reprimía a los partidos, les permitía actuar o,
simplemente, ocupaba policialmente las oficinas y arrestaba a los diri-
gentes y militantes, todo ello de acuerdo con las circunstancias.
Estábamos en la dura y desigual lucha por el establecimiento, por el
disfrute de la democracia burguesa en Venezuela, por primera vez en
todo el siglo XX.
Los planes fundamentales de las izquierdas, así se denominaba a todo
el movimiento democrático, popular y antiimperialista que había esta-
llado de repente en aquel remanso político que había sido Venezuela se

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MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

resumían en las siguientes tareas: 1) aprobar una Ley del Trabajo y 2)


preparar una huelga petrolera, apoyada por todo el pueblo, como primera
gran batalla contra el imperialismo en la patria de Bolívar.
Para los comunistas esto abarcaba tan solo lo fundamental, porque
en la práctica eran muchas las tareas de agitación y propaganda: escri-
bir para los periódicos donde era posible hacerlo, distribuir nuestros
volantes, organizar sindicatos de obreros y empleados, así como a los
estudiantes, desarrollar la política de alianzas, etcétera. Estas activida-
des incluía la polémica con personalidades democráticas que sostenían
la “inconveniencia” de organizar al Partido Comunista, supuestamente
para evitar los golpes represivos del oficialismo.
Asimismo se entabló una discusión en la izquierda en torno a si era
preferible permitir que se instalaran las cámaras legislativas nombra-
das por Gómez durante el primer año del nuevo período constitucional
(1936) o combatir por su disolución, rompiendo de esta manera el “hilo
constitucional”.
En esta política, hubo dirigentes como Rómulo Betancourt que impu-
sieron la tesis de aceptar a los congresantes del dictador “con un pañuelo
en la nariz”. Las consecuencias de esta aceptación no se hicieron esperar.
El Gobierno introdujo al Congreso Nacional un proyecto de ley que ven-
dría a liquidar las libertades conquistadas.
Se trataba de un proyecto de Ley de Defensa Nacional, monstruoso,
fascista, que hubo de combatirse vigorosamente.
Para ello, los partidos y sindicatos se movilizaron y se ordenó una
huelga política nacional en junio de 1936. Este movimiento, muy fuerte
en algunas entidades, logró parcialmente su objetivo, aunque de todos
modos el Gobierno aprobó una ley que mutilaba los derechos cívicos del
pueblo.
Faltó una buena coordinación. Se evidenció la ausencia de un partido
político que pudiera centralizar todo el movimiento o una instancia que
pudiera coordinar las acciones de los partidos y organizaciones sociales
antigubernamentales. Esta falta de coordinaciones se apreció plenamen-
te en el Zulia, donde la huelga continuó cuando ya había finalizado en el
resto del país.
Esta huelga retrasó los preparativos de la gran huelga antiimperia-
lista que veníamos preparando, golpeó las finanzas y, como no se logró

94
Jesús Faría

una victoria completa, surtió efectos negativos entre la masa obrera, muy
nueva en estas luchas.
Sin embargo, como resultado de la creciente presión social, el Congre-
so Nacional aprobó la Ley del Trabajo el día 16 de julio de 1936. Aunque
las fuerzas patronales habían mutilado el proyecto y la mayoría de los
artículos que favorecían a los trabajadores quedaban sujetos a la regla-
mentación de la Ley –tarea que corresponde al Poder Ejecutivo, el cual
daría largas a este asunto–, de todos modos la conquista de esta ley era
un paso significativo, algo nuevo para los trabajadores.
Empezaba desde aquel día una lucha prolongada y desigual entre
explotados y explotadores por hacer cumplir la ley en sus aspectos y artí-
culos que favorecían a los trabajadores.
Teníamos en nuestras manos una bandera de lucha, pero las metas de
la victoria estaban muy lejos todavía y las iríamos alcanzando por partes,
entre avances y retrocesos, no de golpe y porrazo, como pudiera pensar-
se. El enemigo de clase estaba fuertemente atrincherado, era más fuerte
que nosotros y estaba asesorado atentamente desde el exterior.
Nosotros, en cambio, estábamos dispersos, carecíamos de experien-
cia, no habíamos tenido tiempo de establecer contactos con nuestros her-
manos de clase en otros países, lo cual, por otra parte, estaba prohibido
por las leyes y era severamente castigado por el Gobierno.
Lo más importante de la novísima ley radicaba en los términos esta-
blecidos para el ejercicio del derecho a huelga por parte de la clase obre-
ra. Con la ley en la mano, el Gobierno nombró algunas autoridades del
trabajo: oficina nacional, inspectorías.
Ya los sindicatos sabían qué reclamar y dónde hacerlo. Además, se
estableció la jornada de ocho horas y otras cosas que hacía unos meses
no eran ni siquiera sueños de los trabajadores.

Preparativos para la gran huelga


La Unión Sindical Petrolera de Venezuela (USPV), que había sido fun-
dada ese mismo año con la participación de todos los sindicatos de la
industria, se dedicó a planificar todo lo referente a la gran huelga petro-
lera: contenido de los reclamos, la consignación de los pliegos conflic-
tivos, la conformación de comisiones para el conflicto, etcétera. Si no

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MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

había entendimiento, la huelga debería estallar en la primera quincena


de diciembre de 1936.
Redoblamos esfuerzos organizativos e impusimos cuotas extras para
aumentar los fondos destinados al conflicto. Los sindicatos se convirtie-
ron en centros de una febril actividad revolucionaria. Miles de trabajado-
res no hablaban de otra cosa. Aparte de los fondos comunes, los obreros
más precavidos hacían acopio de pequeñas economías para no sucumbir,
para aguantar el mayor tiempo posible.
Los oradores nos explicaban las experiencias de los hermanos de cla-
se de otros países. De la experiencia rusa nadie hablaba. Estaba penada
con veinte años de presidio la propaganda comunista.
Por otra parte, la prensa oficial y petrolera, la Iglesia católica y todas
las otras fuerzas que habían “mamado” con el gomecismo, difundían la
conseja de que no sabríamos conducir la huelga, que no aguantaríamos
el combate, que perderíamos el empleo y otros rumores fabricados en las
oficinas de las compañías.
Se desplegaba un terror inusitado, a pesar de lo cual ninguno de los
nuestros quería perderse aquella batalla tan largamente esperada con-
tra un enemigo poderoso de nuestro país, como lo era el imperialismo
petrolero.
A medida que se acercaba la fecha del estallido, las asambleas eran
verdaderas multitudes, no solo de los petroleros sino de otros trabajado-
res y desempleados.
Esto se debía a que se estaba discutiendo en forma conciliatoria con
los patronos las reivindicaciones exigidas por los trabajadores y se desea-
ba conocer la marcha de las discusiones. Asimismo, se deseaba estar al
tanto de las informaciones que llegaban de otros sindicatos, pues se man-
tenía un permanente intercambio de informes a través de delegaciones.
Estas delegaciones funcionaban también para visitar a los enfermos
en los hospitales, a quienes se les transmitían los informes y se tomaba
nota de sus reclamos. También para visitar a los presos, a los parientes
de los miembros del sindicato que fallecían, a quienes se les entregaba
el original de un acuerdo de duelo aprobado por la asamblea. Sin duda
alguna, existían mejores relaciones humanas que ahora.
El Primer Congreso Nacional de Trabajadores se había convocado
para que coincidiera con el apogeo de la huelga petrolera.

96
Jesús Faría

Estalla la huelga
El día 11 de diciembre –fecha deseada y temida– se acercaba. El con-
teo regresivo anunciaba la inminencia de la gran jornada.
—¿Cómo saldremos? –me preguntaban con insistencia.
—¡Bien, compañero, saldremos bien!
Yo tenía una tranquila seguridad en que los trabajadores iban a parar
totalmente la principal industria. Una de mis responsabilidades consis-
tía en que en el Departamento donde yo trabajaba, 167 obreros, no habría
rompehuelgas.
El día diez por la noche nos asignaron lugares para madrugar, evitar
que entraran obreros, persuadirlos, controlar y traer la información a eso
de las diez de la mañana.
La brigada nuestra llegó a las cinco de la mañana a las puertas de
la empresa en La Salina. Muy contados obreros recalaron por el portón
y no iban en traje de trabajo, sino como observadores y voluntarios, a
unírsenos.
El júbilo era inmenso y justificado: el paro era total.
A las diez de la mañana tendría lugar una enorme asamblea, donde se
informaría de la situación en cincuenta departamentos de tres grandes
compañías y las contratistas. También se darían instrucciones, tareas y
orientación para eludir las provocaciones y los choques con el Ejército.
Había empezado una jornada antiimperialista que habría de tener
profundas repercusiones en el futuro de luchas de clase en Venezuela.
Estábamos inmersos en esta lucha y la mayoría no comprendíamos toda
la complejidad de los combates de clase.
Fui designado para un cargo importante: mantener la solidaridad
moral de los desempleados con los huelguistas. Se temía que aquella
masa de hombres hambrientos pudieran aceptar las tentadoras ofertas
de los patronos para romper la huelga, para así continuar las actividades.
Todavía yo no había subido a la tribuna para hablar por primera vez.
En cambio, era activo entre los pequeños grupos. Sin embargo, no todo
era hablar. Se necesitaba dar dos comidas a miles de parados y a los huel-
guistas. En primer lugar, había que buscar y encontrar la comida y, luego,
prepararla y distribuirla. Busqué ayudantes, aunque la responsabilidad
principal, en uno y otro caso, era mía.

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MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Durante los primeros días y semanas se conseguía carne, pescado,


queso, frijoles, leche, plátanos y otros alimentos con relativa facilidad.
Había recursos, la solidaridad era vigorosa.
El Congreso de Trabajadores celebrado en Caracas, en plena huelga,
fue una invalorable ayuda solidaria. Aquí se aprobaron planes de ayuda,
recibir centenares de hijos de los obreros en huelga y atenderlos en la
capital, entre otros, mientras se mantenía aquel combate clasista.
Esta resolución levantó una furiosa campaña de calumnias por parte
de la prensa vendida al imperialismo.
Se decía que los niños habían muerto, que los comunistas los habían
matado, y hasta se llegó a decir que había comunistas antropófagos que
se habían comido algunos niños. Esta campaña nos creó problemas y
tuvimos que traer a los niños antes de tiempo, aparte de que paralizó el
envío de otros grupos a la capital.
Con ello se perdía el efecto político y sicológico positivo que se genera-
ba de la incorporación de las fuerzas revolucionarias de Caracas de esta
manera tan activa a nuestra lucha.
Apenas iniciada la huelga, aparecieron las provocaciones. Un capitán
del Ejército vendido a las compañías, dondequiera que veía un grupo de
obreros oyendo noticias por la radio, bajaba su patrulla del camión y le
ordenaba “raciones” de planazos contra los obreros inermes y pacíficos.
Esta situación se agudizaba día por día. Los trabajadores reclamaban
orientación frente a las agresiones.
El Comité de Huelga ordenó prepararse para responder. Había que
armarse con lo que se pudiera y, sobre la base de la superioridad numéri-
ca, hacer frente a los agresores.
Esto dio buen resultado. Unos cuarenta obreros armados discreta-
mente se ubicaron donde ya habían planeado a otros. El oficial ordenó
parar el vehículo y bajar la tropa, diez en total. Avanzaron un poco, pero
viendo que los obreros no huían como antes, sino que salieron al encuen-
tro, el capitán habló en tono reposado sobre la conveniencia de evitar
choques, dispersarse, esperar en sus casas.
Los trabajadores no pusieron objeciones y así pudo evitarse una
masacre. A partir de aquel día se terminaron las planazones, aunque
continuaba el patrullaje.

98
Jesús Faría

La huelga se mantenía de una manera ejemplar. Un silencio imponente


reinaba durante aquellos días en los centros más ruidosos de Venezuela.
Ahora teníamos asamblea todos los días.
Las fiestas navideñas fueron distintas. No había tristeza, aunque
tampoco esa alegría tradicional que caracteriza las navidades en nuestro
país. Dieta restringida y de inferior calidad, inciertas perspectivas para
el año nuevo.
El balance final de ese primer año de actividad política y social en lo
que va de siglo resultó altamente positivo, aunque solo hubiera sido por el
número de hombres y mujeres que se incorporaron a las luchas de clase.
Sin embargo, esto no era todo. Esta huelga –y la de junio–, el Con-
greso de Trabajadores, la Ley del Trabajo, los sindicatos, los partidos, la
libertad de prensa, inclusive así restringida, como todo lo demás que se
consiguió en 1936, no figuraban ni en mis sueños doce meses atrás. Aho-
ra eran realidades, de las cuales miles disfrutamos y por la cual lucha-
mos para consolidarlas y seguir el avance.
Por el lado negativo, había que lamentar numerosos atropellos donde
perdieron la vida obreros y otra gente del pueblo, destacando la matanza
del 14 de febrero en Caracas y la de junio en Mene Grande.
En esta última estaban reunidos casi todos los obreros petroleros en
el cine San Felipe, discutiendo la huelga, cuando se presentó un capitán
del Ejército y lanzó la tropa contra la multitud allí reunida.
Cinco obreros resultaron muertos y decenas de heridos.
Unos soldados ensartaron a un obrero asesinado en las puntas de sus
bayonetas caladas y lo sacaron levantado, como una bandera, rociando
con la sangre de aquel mártir inocente la tierra del Zumaque N.º 1.
Treinta y cinco años más tarde veríamos las fotografías de soldados
yanquis exhibiendo como trofeos de guerra las cabezas de los niños y
mujeres vietnamitas, vilmente asesinados por los invasores, y no pudi-
mos menos que asociar los dos acontecimientos separados por tantos
años y por miles de kilómetros de distancia.

La huelga continúa, 1937


Los primeros días de 1937, las compañías y el Gobierno enviaron a sus
agentes a buscar rompehuelgas a los estados vecinos. Llegaban camiones
cargados de campesinos, a quienes movían de un lado para otro bajo las

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MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

órdenes y planes de un “técnico” en la materia, de Estados Unidos y pro-


movido con gran despliegue en la prensa de Maracaibo.
El nuevo personal se movía, pero no podía mover la industria. Era
imposible y lo sabíamos.
De todos modos, la presencia de aquellos “traidores” nos hacía daño.
Algunos de estos eran extranjeros, trinitarios en particular, a quienes
nunca pudimos incorporar al sindicato.
Una tormenta empezó a incubarse entre las masas, pero faltaban diri-
gentes de garra y experiencia que pudieran capitalizar aquel potencial
revolucionario que se presentía en el rumoroso comentario: ¡Algo hay
que hacer!
Por fin apareció un personaje a quien nadie conocía. Unos cincuen-
ta fuimos seleccionados para asistir a una reunión clandestina, bajo el
mayor secreto y a una hora fija.
El que no pudiera llegar a tiempo, pues que no llegara.
Un “catire” que había vivido en Estados Unidos –después nos entera-
mos de que era un comunista, el “catire” López– nos explicó cómo había
que tratar a los esquiroles.
—No podemos tolerar que nos rompan la huelga. Hay que actuar a
partir de esta misma noche –nos decía enérgicamente.
Se empeñaba en convencernos de algo que entendíamos y deseába-
mos hacer, pero para lo cual hacía falta la orden del Comité de Huelga.
Cuando terminó su encendido discurso preguntó:
—¿Estamos de acuerdo?
—Sí, de acuerdo –fue la única respuesta.
—Bueno, entonces a preparar las brigadas de apaleadores y sabotea-
dores. Nos dispersamos felices. ¡Por fin tronaría la “majagua”!
Al día siguiente, amanecieron en el hospital un muerto y dieciocho
heridos graves, aparte de otros que escaparon solo con aporreos.
El comentario al día siguiente: “Entró en vigencia la Ley Vera”. Se le
llamaba así, porque esa era la madera empleada para fabricar garrotes.
Todas las noches eran apaleados algunos “rompe-rompe”, como se
decía. La cosa se puso tan oscura para estos enemigos de sus propios
hermanos de clase, que tenían que dormir tras las alambradas de las
compañías protegidos por las Fuerzas Armadas.

100
Jesús Faría

Algunos se regresaron tocados por la prédica del sindicato, la cual les


llegaba por distintos canales.
Pero si fue fulminante el ataque a los esquiroles, el sabotaje a las ins-
talaciones resultó una sorpresa tan grande, que se decía que tales activi-
dades habían sido realizadas por expertos de otros países.
Cuando se echaron al suelo las torres y postes que conducen la energía
eléctrica de Cabimas para Lagunillas, dejando a oscuras todo un distrito,
cuando se fundieron los transformadores eléctricos sobre el lago, cuando
fueron cerradas las válvulas de los oleoductos submarinos y otras activi-
dades por el estilo, los experimentados jefes de las compañías compren-
dieron que el “enemigo” había aprendido demasiado en poco tiempo y
que era necesario poner fin al conflicto.
Esto se lo hicieron saber al Gobierno con la enérgica persuasión que
les caracteriza a estos conquistadores.
Por otro lado, a medida que avanzó el mes de enero, la solidaridad
raudalosa de diciembre languideció.
El hambre apretaba en los hogares proletarios, pues los bodegueros
que nos daban crédito estaban exhaustos. Mis clientes aparecían por la
cocina a medio día, pero el “rancho” no era ni la sombra.
Yo salía temprano en busca de amigos y no regresaba hasta conseguir
algo. Era la misma gente que al comenzar la huelga nos traían cargamen-
tos de comidas de las haciendas lejanas.
Muchos obreros estaban bajo la presión de sus mujeres para que vol-
vieran al trabajo. Cuando los niños reclamaban comida, las madres les
respondían: –¡Coman “huelga”!
Y se reían, no porque fueran felices, sino para molestar al hombre que
observaba contrariado.
Yo recalaba a la casa tarde por la noche, sudoroso y cansado. Algo solía
llevar, aunque fueran unos frijoles. Irma, nuestra anfitriona, preguntaba:
—¿Esta vaina es todo lo que traéis? –y se alejaba desgranando comen-
tarios más amargos que el hambre.
Los huelguistas estábamos firmes y los actos de sabotaje menudea-
ban. Los rompehuelgas no asomaban la cabeza. Las veinticuatro horas
del día estaban bajo la segura protección del Ejército.
En Caracas se rumoró algo sobre planes del Gobierno para poner fin a
la heroica resistencia de los trabajadores.

101
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

A los campos petroleros llegaron refuerzos militares superiores a


todo lo normal. El patrullaje era más intenso y los oficiales mostraban
rostros sombríos.
Era evidente que los habían “envenenado” antes de enviarles para “el
frente”.

El Gobierno pone fin a la huelga


Por fin, el sábado 23 de enero de 1937 anunciaron que el presidente de
la República había puesto fin a la huelga mediante un decreto y debíamos
regresar al trabajo el lunes 25.
Cuando nos reunimos para discutir el decreto, domingo 24 de enero,
el Ejército había rodeado en formación de combate el local de reuniones.
Sin embargo, los obreros discutieron en tono agresivo. Durante los pri-
meros discursos nadie se atrevía a tocar el fondo del problema: ¿aceptar
el decreto o rechazarlo?
Algunos hablaban de emigrar para el Uruguay, donde sí había demo-
cracia. Abandonar este mísero país gobernado por traidores vendidos al
imperialismo.
A medida que pasaban las horas, la tropa se acercaba a la asamblea
bayoneta calada. Éramos objeto de una presión descarada.
Finalmente, el Comité de Huelga propuso volver al trabajo bajo los
términos del Decreto Presidencial. Un bolívar de aumento y otro bolívar
por concepto de vivienda.
Es decir, después de 45 días de rudo batallar habíamos conseguido lo
mismo que en un solo día en 1925, cuando la gran manifestación de obre-
ros de La Rosa. Y antes de esta, también se había conseguido otro aumen-
to de un bolívar con una manifestación que tuvo lugar en Mene Grande.
¡Maldito presidente, traidor! ¡Maldito el inspector del Trabajo, autor
del informe que sirvió de base al decreto traidor!
Los campamentos eran ríos de rumores y comentarios cargados de
amargura, los cuales recaían injustamente sobre los dirigentes de la
huelga, porque habíamos dicho que unidos y organizados podíamos ven-
cer. Pero esta ola de confusión pasó rápido, no tenía asidero. Estaba claro
que habíamos luchado bien, como jamás lo habían hecho los obreros del
país. La Venezuela democrática nos acompañó en la primera gran batalla

102
Jesús Faría

contra el imperialismo. Los sectores patrióticos estuvieron a nuestro


lado, cuando el presidente López guillotinó la huelga.
Más allá de los resultados obtenidos, uno de los aspectos más impor-
tantes de esta huelga, el acontecimiento más importante de la lucha anti-
imperialista que registra la historia hasta el momento, lo constituyó la
poderosa actividad unitaria de la clase obrera con todos los otros secto-
res democráticos y patrióticos de la Venezuela antigomecista.
El Gobierno desencadenó una feroz persecución contra los dirigen-
tes sindicales y políticos. Estos últimos fueron encarcelados y expulsa-
dos del país. Los dirigentes obreros fueron despedidos de sus empleos,
encarcelados, confinados en inhóspitos lugares y también expulsados.
Los sindicatos derrotados quedaban sin dirigentes y, además, carga-
dos de obligaciones.
¿Cómo pagar las deudas? ¿Cómo cumplir con la solidaridad? Los tra-
bajadores abandonaron los sindicatos.
En el SOEP de Cabimas, de alrededor de cinco mil que había, queda-
ron pagando sus cuotas unos setenta. Nos daban la espalda cuando les
pedíamos el bolívar de la cuota semanal, ahora que tanto lo necesitába-
mos. Nos reunimos para buscar una solución que salvara la organización.
Lo primero que hicimos fue subir las cuotas de los pocos que habíamos
quedado, hasta cinco bolívares por semana. Esto nos permitiría pagar
la luz eléctrica, el local y un funcionario que mantuviera abiertas las
oficinas.
“Maldito amor”, ¡qué amargas son las derrotas!

Actividad organizativa en 1937


Ya para marzo se produjo un decreto oficial a raíz de la huelga que
puso fuera de la ley a todos los partidos populares. Fueron llevados a
prisión los dirigentes obreros y populares. Muchos fueron confinados
en lejanos parajes: Puerto Ayacucho y otros lugares. Otros fueron lanza-
dos de nuevo al destierro. En un solo barco fueron echados de la patria
47 dirigentes políticos. Pero no todos fueron detenidos por los cuerpos
policiales: Fuenmayor, Mayobre, Saldivia Gil, Otero Silva, Kotepa y otros
lograron escapar, temporalmente al menos.
Estas y otras personas nos ayudarían todavía un tiempo más dentro
del país en la organización del PCV.

103
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Así, el año 1937 fue de dura represión: partidos ilegalizados, sindica-


tos descabezados, la libertad de prensa quedó suprimida, así como toda
actividad política legal. Las prisiones estaban llenas de obreros, estu-
diantes y algunos intelectuales.
Por aquellos días, el “catire” López y la “bruja” Márquez me visitaron
en La Salina. Me invitaron a salir por allí para conversar. Se trataba de
organizar la primera célula del PCV en Cabimas. Por cierto, me reclama-
ron en tono áspero el que no hubiera hecho tal cosa antes. En silencio
acepté el reproche, aunque yo no tenía noción de cómo funcionaban las
organizaciones que conforman el Partido Comunista. En el fondo lo tomé
como un “reproche constructivo”.
Debería hacer contacto con Rafael Contreras y Ervigio Mindiola. Y se
despidieron.
Al día siguiente nos reunimos, organizamos la célula y trazamos el
plan de crecimiento.
Yo había descubierto no menos de veinte obreros de gran valor perso-
nal y talento. Los abordé y casi todos aceptaron ingresar al Partido.
Cuando nos volvimos a reunir, Mindiola no asistió. El hombre se
había asustado ante la perspectiva lejana de llegar al poder y tan cercana
de llegar a la prisión. No volvería.
Con los obreros que llevé y que llevó el camarada Rafael Contreras
formamos varias organizaciones de cinco miembros.
El teórico y político era el camarada Rafael Contreras. Sabía leer y
leía. Tenía un libro.
Era un hombre talentoso, persuasivo, dotado de paciencia pedagógica
y convencido de la victoria final de nuestra causa. Dondequiera que se
instalaba una célula del PCV, iba el camarada Luces a explicar el pro-
grama, los métodos organizativos, los peligros que nos amenazaban, las
diferencias entre el Partido Comunista y otros partidos políticos, cómo
debíamos actuar en las organizaciones de masas y otras cosas de impor-
tancia para los militantes del Partido.
Poco después ya funcionaba el Comité Local del PCV en Cabimas,
cuyo jefe era Rafael Contreras.
En cuanto a mí, de obrero de vanguardia en la huelga ascendí a diri-
gente del SOEP, delegado ante la Central Sindical, secretario político de
mi célula, miembro del Comité Local. Carrera meteórica impuesta por la

104
Jesús Faría

carencia de camaradas capacitados para tales cargos. Sin embargo, las


tareas se cumplían.
La fracción comunista del poderoso sindicato petrolero se reunía sin
falta, trazaba su plan y ¡a trabajar! A traer nuevos miembros al SOEP y al
PCV. Fortalecer las finanzas sindicales. Pagar nuestra cuota para ayudar
al Comité Regional del Partido. Recibir lecciones sobre lo que es el Parti-
do. Aprender a leer y enseñar a otros.
Casi no había discusiones. Y lo que era necesario decir, lo decíamos
en pocas palabras. Las reuniones eran breves. Y nunca nos cayó un solo
militante in fraganti, menos una reunión de algún organismo del Parti-
do. Había que prepararse para otras luchas. Se anunciaban elecciones y
para votar había que saber firmar.
Así pues, a diferencia de 1936, el año 1937 comenzó con una derrota
política y obrera. Las conquistas logradas en sangrientos combates de
clase durante 1936 estaban en peligro. Era necesario reorganizar las filas,
reagrupar fuerzas y retomar la lucha, aunque fuera a un nivel inferior.
Un balance de la jornada huelgaria nos permite constatar que después
de la Guerra Federal (1859-1863), la huelga petrolera había sido el acon-
tecimiento político de mayor profundidad por su programa, por la masa
proletaria que había participado, por el enemigo que habíamos enfrenta-
do, por la periferia que se movió en torno a este histórico conflicto social
de profundo contenido patriótico y revolucionario. Y los comunistas
jugamos un papel muy destacado.
El mayor logro de las jornadas políticas de 1936 lo constituía la masa
de miles y miles de obreros, estudiantes, campesinos y profesionales de
uno y otro sexo que se había incorporado a la lucha, que había abierto los
ojos y no estaban dispuestos a cerrarlos de nuevo. Este era el tesoro que
habíamos descubierto: miles de hombres y mujeres al servicio de una
justa causa. Los mismos que ayer observábamos indolentes las peores
tropelías sin ninguna reacción, ahora nos habíamos convertido en acti-
vistas con claridad política. Recuerdo las vejaciones que sufríamos.
Un caso digno de mencionar fue lo sucedido en una fiesta yanqui, a la
cual asistían solo extranjeros y políticos del régimen. Mientras se ban-
queteaban con ternera a la llanera, y luego de hartarse, un yanqui, desti-
lando manteca de las manos se acercó a las banderas izadas de Estados
Unidos y de Venezuela, y se secó la grasa con el tricolor nacional.

105
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Uno de los funcionarios gomecistas, al cual aún le quedaba una pizca


de orgullo nacional, “peló” por el revólver y se proponía matar al gringo
insolente, pero otros de sus compinches lo evitaron. El escándalo tras-
cendió al pueblo y llegó a Maracaibo, de donde vino la orden de trasla-
dar al irrespetuoso personaje. Sin embargo, el irrespeto de los gringos a
nuestra patria era pan de cada día en aquella Venezuela entregada ver-
gonzosamente por sus gobernantes a poderes foráneos.
El retorno al trabajo en enero de 1937 había sido vejatorio; de manera
particular para quienes tuvieron alguna figuración en el conflicto.
Para otros había significado el despido, la prisión, la expulsión del
país. Se había producido un descabezamiento del movimiento sindical.
No obstante, el movimiento se recuperó pronto. Los obreros retorna-
ron a los sindicatos.
El problema de las cuotas logramos enderezarlo, lo que nos permitió
pagar deudas y funcionarios con sueldos hasta de seiscientos bolívares
por mes.
Yo seguía en mi empleo, aunque durante los primeros días después
de la huelga encontramos un clima cargado y hostil. Los ingenieros no
hablaban con los obreros; los caporales recibieron órdenes de apretar el
ritmo en el trabajo.
Pero nosotros no estábamos vencidos.
Al departamento donde trabajaba le habían asignado cerca de vein-
te trabajadores nuevos, de los que habían traído para que rompieran la
huelga. Se los asignaron a la gabarra Martinete que dirigía Jack P. Ward,
un ingeniero parrandero que mantenía buenas relaciones con nosotros y
dormía los “ratones” en el trabajo.
Al día siguiente de incorporarme al trabajo, regresó Jack sombrío. Yo
creía que se había producido un accidente mortal.
—¿Qué pasa Jack? –le pregunté.
—¡No trabajo más con esos carajos!
Estaba muy molesto por esos planes que afectarían el clima laboral.
Subió a las oficinas y se produjo un altercado entre los técnicos y los
jefes.
—¿Qué hacer con los rompehuelgas? –se preguntaban.
Resolvieron dispersarlos entre las diferentes cuadrillas, donde serían
recibidos de mala manera.

106
Jesús Faría

Pero no fue así. Por el contrario, logramos voltear a nuestros nuevos


compañeros de trabajo. Precisamente, lo que no querían los patronos.
Los inscribimos a casi todos en el sindicato. Uno de ellos –Ávila– ingresó
al PCV y resultó un militante sereno y útil.

La I Conferencia Nacional del PCV


Por aquellos días se hablaba en las células del PCV sobre el partido
que necesitábamos para combatir a la nueva dictadura, porque hasta
entonces los comunistas no habíamos abandonado los partidos revolu-
cionarios no comunistas, donde veníamos militando desde la caída del
gomecismo.
Para resolver este problema se convocó una Conferencia Nacional del
PCV, la primera en la historia de nuestro partido. Se prepararon materia-
les de discusión y cuidadosamente se organizó todo lo indispensable para
garantizar el buen éxito de este encuentro.
La conferencia, realizada el 8 de agosto de 1937, discutió ardorosa-
mente los problemas de más palpitante actualidad puestos a la orden del
día por el VII Congreso de la Internacional Comunista (IC), en particular
la lucha contra el fascismo y contra el imperialismo, así como la urgen-
cia de fortalecer ideológica y organizativamente los partidos comunistas,
vanguardias organizadas de la clase obrera.
En cuanto a mi viaje, primero iría a la Conferencia Nacional del Par-
tido en Maracay y luego a Caracas, a buscar la legalización de la Unión
Sindical Petrolera.
Previo a la primera escala, encontraría en Valencia a quien me diría
dónde y cuándo reunirme con los otros delegados. Nunca había viajado
por esas ciudades.
Cumplí con precisión las órdenes recibidas en Maracaibo. En Valencia
conocí al camarada Donato Carmona, asesinado veintiocho años más
tarde por los policías de Leoni. Era un obrero de noble corazón, de natu-
ral sencillez, jovial, fuerte y servicial; auxiliar del Buró Político (BP) del
Comité Central (CC) en los peores momentos de la represión anticomu-
nista. Astuto. Gracias a su sangre fría se salvó de caer en momentos en
que iba cargado de documentos.
En Maracay llegué al lugar establecido a la hora indicada. Toqué y
abrieron. Mucho después supe que se trataba de la casa del camarada

107
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Víctor Paiva. Dije lo que tenía que decir a la familia y me pasaron al cuar-
to de reunión. No habría durmienda.
La conferencia fue una oportunidad única para mi futuro político.
Me encontraba en medio de camaradas desconocidos, brillantes orado-
res. Cada discurso que oía era como una nueva lección. Aquella polémica
era para mí como una escuela con muchos maestros y un solo discípulo.
Entre los delegados la mayoría estaba clandestina, algunos incluidos en
el decreto de expulsión del país. Uno de estos, José Antonio Mayobre,
había participado junto a Germán Tortosa en el VII Congreso Mundial de
la Internacional Comunista (IC), realizado en Moscú el 20 de agosto de
1935. A menudo se refería a los acuerdos de este histórico evento inter-
nacional de los comunistas. Lo escuchábamos casi hechizados. En este
Congreso fue admitido oficialmente el PCV como sección de la IC.
Yo sabía poco de estas cosas. A veces entendía lo que se trataba, pero
no sabía explicarlo a otros. De todos modos me designaron delegado
por los obreros petroleros comunistas a la I Conferencia. Para aquellos
momentos ocupaba el cargo de presidente de la Unión de Sindicatos
Petroleros de Venezuela (USPV), organización unitaria y combativa de
todos los sindicatos petroleros del país. Por el Zulia participó una nume-
rosa delegación, pues se trataba del Comité Regional mejor organizado
que teníamos, con una fuerte base obrera. Entre los delegados zulianos
recuerdo a Martínez Pozo, Espartaco González y Manuel Taborda. Cada
uno de nosotros viajó por separado.
No pudieron participar Gustavo Machado, Salvador de la Plaza,
Rodolfo Quintero y muchos otros que habían caído presos y habían
sido expulsados de Venezuela por el Gobierno de López Contreras. Juan
Fuenmayor y Jorge Saldivia Gil tampoco lograron asistir debido a las
extremas condiciones de clandestinidad.
En aquella reunión me impresionaron por su jovialidad y su dialéctica
Miguel Otero Silva, Kotepa Delgado y José Antonio Mayobre.
Me hice amigo de Miguel Otero Silva. También intercambié con José
Antonio Mayobre. La amistad de Miguel la he podido comprobar en mis
años de infortunio. Mayobre, en cambio, llegó a ser mi carcelero.
Una nota curiosa de aquella reunión involucró al camarada Key Sánchez.
En aquellos tiempos la disciplina en el Partido era severa y Key, quien era
parte del equipo de apoyo de la conferencia, asistía, además, para atender

108
Jesús Faría

disposiciones relacionadas con una sanción que se le había impuesto. El


motivo de la sanción había sido que el joven camarada se había casado
“por la Iglesia” (¡!). Su comparecencia era para explicar su caso, no para
justificarlo ni para rechazar lo que el Partido sostenía sobre el particular.
Su caso fue procesado sin mayores implicaciones, más allá de los “repro-
ches de rigor”.
Es justo decir que el camarada Key Sánchez, siempre leal con el Par-
tido, estuvo al frente con aquellos que defendimos el internacionalismo
proletario y el carácter marxista-leninista de nuestro partido. Mantuvo
esa firmeza hasta su muerte.
Ya en la antesala del debate fundamental, Kotepa Delgado me expli-
có el problema central de la conferencia: ‘Sacar la cara” o “no sacarla”.
Es decir, seguir diluidos en partidos de la pequeña burguesía o marchar
abiertamente con el PCV.
Sobre el tema, sostuve con Kotepa un breve diálogo:
—Yo quiero mi Partido Comunista –le dije.
—Bueno, tienes que decirlo.
—No pienso hablar.
—Tienes que hablar y decir lo que piensas. Para eso vienen los delega-
dos a esta Conferencia.
Oí a los llamados “pico e’ plata” y a los otros, a los obreros y campesi-
nos. Me obligaron a dar mi opinión y después de decir algunas palabras
incoherentes, voté por “sacar la cara”.
¡Y ganamos!
Esta I Conferencia fue como un crisol donde se fundieron nuestros
deseos de forjar un partido comunista con imagen propia, sin antifaz.
Queríamos “sacar la cara” y resolvimos sacarla. Queríamos difundir las
ideas marxistas, tener un partido leninista internacionalista. En pocas
palabras, queríamos seguir la estela del Partido Comunista bolchevique,
del partido de Lenin.
Como se ve, las ideas del comunismo llegaron tarde a Venezuela, pero
no tanto como algunas personas pueden creer. Hubo comunistas y luego
apareció el Partido diluido entre otros partidos. Pero, al mismo tiem-
po, organizaciones comunistas actuaban como fuerza independiente,
luchando por resolver los problemas creados por la confusión dimanante

109
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

de una situación, en la que políticos no comunistas de la pequeña burgue-


sía daban su opinión sobre lo que debían hacer o no hacer los comunistas.
La I Conferencia Nacional del PCV puso fin a este caos, derrotando a
quienes, aun siendo comunistas, no tenían fe en la victoria de su propia
causa, pero, en cambio, confiaban en la revolución pregonada por “revo-
lucionarios” como Inocente Palacios, Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba
y otros representantes de la pequeña burguesía, que en los hechos ejer-
cían una férrea resistencia contra un partido comunista.
Nuestros argumentos fueron, en lo fundamental, los siguientes: la
huelga petrolera nacional –del 14 de diciembre de 1936 al 25 de enero de
1937– fue una poderosa demostración de la madurez revolucionaria de la
clase obrera venezolana.
Esta gran huelga demostró, además, que las demandas de los traba-
jadores tenían una nueva resonancia en todo el ámbito nacional, que la
lucha contra el imperialismo pasaba a ocupar el primer lugar y que en esta
lucha el proletariado venezolano –que sí existía y luchaba bien– había
contado con el apoyo resuelto de la inmensa mayoría de la población.
Venezuela empezaba a sentir un proceso de cambios estructurales y,
en tales condiciones, no podíamos permitir que se condenara a la clase
obrera a observar una actitud pasiva, como simple material de relleno de
los partidos políticos de la pequeña burguesía.
Por el contrario, era urgente ampliar el campo de lucha del proletaria-
do contra las clases dominantes. Para lograr este objetivo era necesario
contar con la orientación política e ideológica de un Estado Mayor de la
Revolución, de un partido comunista marxista-leninista que coordinara
y orientara un poderoso auge antiimperialista.
Por último, si aplazábamos indefinidamente la realización de estas
tareas históricas, si no empezábamos de una vez a forjar un partido
comunista independiente en todo sentido, ¿cuándo íbamos a disponer de
una línea política clara y propia de la clase obrera?
Fue también un elemento decisivo en la determinación de “sacar la
cara”, la victoria definitiva que se habían anotado los comunistas de la
Unión Soviética en la edificación del socialismo, lo cual se había logrado
en medio de una tormentosa lucha de clases, tanto dentro de la Unión
Soviética como frente al cerco imperialista que pretendió en vano ahogar

110
Jesús Faría

en su cuna al primer Estado socialista, a la victoriosa dictadura del pro-


letariado ruso.
Si nuestros hermanos de la atrasada Rusia habían vencido tan enormes
dificultades y encontrado el camino de la liberación definitiva, también
nosotros teníamos que emprender aquel luminoso camino, aprovechan-
do la rica experiencia acumulada por la imbatible clase obrera soviética
y por su Partido Comunista en la construcción de la nueva sociedad y en
las luchas contra el imperialismo y el fascismo.
La I Conferencia tiene una importancia histórica en la vida del PCV.
Enfrentados a las tesis de Betancourt y otros, estábamos los partidarios
de forjar un partido comunista independiente de otros partidos, una
organización marxista-leninista con el programa de la naciente clase
obrera. El acuerdo adoptado fue organizar un partido con métodos leni-
nistas a escala nacional –ya existía en algunas entidades– y publicar su
propaganda. En ella se plantearía la posición de la clase obrera revolucio-
naria con claridad frente a los problemas nacionales e internacionales.
Cuando se reúne la I Conferencia Nacional del PCV, se calcula que
habría en Venezuela alrededor de 250.000 obreros, aunque Betancourt
llegó a decir que no existía la clase obrera y que, por lo tanto, no debía
organizarse un partido para esta clase social “inexistente”.
La resolución de la I Conferencia Nacional constituyó una muestra de
madurez y coraje revolucionarios, un acierto estratégico, una acertada
definición que organizativamente apuntaba a la articulación orgánica de
unos cuatrocientos miembros del Partido, la mayoría ubicados en parti-
dos policlasistas y el resto organizados bajo la más severa clandestinidad
y, en general, de bajo nivel político.
En síntesis, la I Conferencia adoptó la resolución de marchar aparte
como partido de la clase obrera y afiliado a la Internacional Comunista.
Nombró el Comité Central y a Juan Pirela (Juan Bautista Fuenmayor), en
ausencia, para secretario general del Partido.
Asimismo, se designó una comisión para redactar el documento del
PCV y se trazaron los lineamientos generales para su reparto a escala
nacional.
Se fijó el día 18 de febrero de 1938 para repartir, bajo la más extrema
clandestinidad, el primer manifiesto de esta segunda etapa de la vida del
Partido.

111
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Se adoptaron acuerdos relacionados con la táctica frente al Gobierno


y a las otras fuerzas políticas.
Como resultado de las resoluciones aprobadas no solo sabíamos que
nos enfrentaríamos a la furiosa represión anticomunista, sino que está-
bamos también conscientes de que en los partidos democráticos, aliados
potenciales para algunas tareas, encontraríamos enconados rivales por-
que Betancourt y otros sostenían que, al “sacar la cara”, los comunistas
estimulaban la represión.
Además, el hecho de que entre los propios dirigentes comunistas no
hubiera unanimidad a la hora de poner en vigor una tesis de principios
tan importante, le restaba bríos revolucionarios al Partido en el despe-
gue, cuando más los necesitaba.
Figuras de la intelectualidad, que habían iniciado la resistencia con-
tra el tirano Gómez, habían sido derrotados en esta I Conferencia y este
hecho trajo, a la postre, el retraimiento y la pérdida de algunas de estas
personas para el PCV; valiosas, pero muy delicadas.
Quizás los habríamos perdido de todas maneras, pero su alejamiento
en ese momento era muy lamentable para el Partido.
Sin embargo, estábamos entre comunistas y la conferencia habría
podido votar también mayoritariamente a favor de quienes se oponían
a “sacar la cara”.
En ese sentido, no ocultamos los méritos de los numerosos intelectua-
les que han pasado por las filas del PCV y que luego por diversos motivos
se marginaron, se asustaron ante las dificultades o sucumbieron ante los
halagos o amenazas de los poderosos de turno. Incluso, reconocemos los
aportes de aquellos que más tarde renegaron de sus ideales, cambiándo-
los por otros, enfrentados a los comunistas. Pues el trabajo que se realiza
mientras se es dirigente del Partido se convierte en un acervo, en un capi-
tal político, que ayuda a la causa de la revolución, aunque alguien que lo
hizo se convierta en contrarrevolucionario.
En todo caso, es preciso recordar que entre los principales dirigentes
del PCV en los inicios de la organización se encontraban destacados inte-
lectuales revolucionarios, héroes de la lucha antigomecista que habían
llevado grillos en La Rotunda y sufrido trabajos forzados en Palenque.
Eran hombres de talento y coraje, brillantes columnistas y oradores.

112
Jesús Faría

El ejemplo de estos camaradas nos ayudó muy oportunamente y sentía-


mos por ellos verdadero cariño y respeto: Gustavo Machado, Salvador de
la Plaza, Ernesto Silva Tellería, Rodolfo Quintero, Fernando Key Sánchez,
Germán Tortosa, Carlos Irazábal, Juan Bautista Fuenmayor, Kotepa
Delgado, José Antonio Mayobre, Hernani Portocarrero, Miguel Otero y
muchos otros, gozaban de gran popularidad entre los trabajadores. Un
buen número de ellos nos acompañó durante toda su vida. Otros se man-
tuvieron cercanos al Partido, ayudándonos desinteresadamente.
La clase obrera tiene que agradecer a los intelectuales revoluciona-
rios que nos ayudaron y a quienes hoy nos ayudan a forjar el Partido
Comunista.
De tal manera, pues, que la I Conferencia del Partido arrancó como
tenía que arrancar, partiendo del estilo leninista: discutir con franqueza,
votar y aplicar lo que se resuelve por mayoría de votos.

Precursores y fundadores del PCV


Para el momento de la celebración de esa I Conferencia ya habían
transcurrido algunos años desde la creación de las primeras células del
PCV, las cuales se organizaron en marzo de 1931 y de la circulación del I
Manifiesto Comunista de los venezolanos, el 1.º de mayo del mismo año.
Desde 1928, participaron marxistas en los movimientos estudiantiles
antigomecistas: Pío Tamayo, Rodolfo Quintero, Key Sánchez y otros, así
como entre los trabajadores, a quienes les llegaban materiales comunis-
tas por vía marítima, sobre todo traídos en los tanqueros petroleros por
marinos comunistas como Trifón Gómez, entre otros.
Esta definición ideológica se acentuó en 1929, cuando un importan-
te grupo de revolucionarios empieza a diferenciarse del resto del movi-
miento nacional-burgués, que le hacía resistencia al gomecismo.
El Partido Comunista de Venezuela se constituyó a principios de mar-
zo de 1931, pero para esta fecha había comunistas venezolanos que actua-
ban en España, Francia, Bélgica, Cuba, Colombia y otros países.
En Cuba actuaban junto a Julio Antonio Mella, Martínez Villena y
otros revolucionarios cubanos, el camarada Gustavo Machado –hoy pre-
sidente del PCV– y otros comunistas de aquella época. Juntos fundaron
el Partido Comunista de Cuba.

113
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Gustavo Machado es una institución no solo en Venezuela, sino en


otros países de América. Nació en el siglo pasado, hijo de una familia de
la oligarquía caraqueña. Ha cumplido 78 años y desde los quince está
metido en la pelea por las libertades ciudadanas, contra los tiranos.
Como liceísta de Caracas asistió a los actos de La Victoria, febrero de
1914, primer centenario de la batalla contra Boves, donde los estudiantes
bajo las órdenes de José Félix Ribas contribuyeron a la victoria de los
patriotas. En este acto, Gustavo pronunció un enérgico discurso contra el
tirano de turno, J. V. Gómez, lo cual le valió ser encarcelado en La Rotunda
con un par de grillos de sesenta libras sobre los tobillos, ganándose entre
los presos el apodo de “El Benjamín”.
Además de combatir junto a Sandino en Nicaragua, Gustavo realizó
en 1929 un exitoso asalto a Curazao con un grupo pequeño de revolu-
cionarios. Allí tomó armas, un barco y luego puso rumbo a Venezuela.
Al poner pie en tierra ya estaban peleando en desventaja. Derrotados y
dispersos fueron cayendo en las garras de los gomecistas. Gustavo logró
llegar a Colombia.
Por cierto que la captura de Curazao y sus autoridades coloniales por
un puñado de valientes casi desarmados alarmó en tal grado al Gobierno
de Venezuela, que inmediatamente reforzaron el Ejército con reclutas,
entre los que me encontraba yo, aprendiendo a manejar un largo y pesado
fusil para combatir a los “malos hijos de la patria”.
Pero a los tres días de mi enrolamiento forzado, ya con el pie en el
estribo, llegó la orden de desmovilizarnos. De tal manera que estuve a
punto de enfrentarme con las armas en la mano a Gustavo Machado,
Miguel Otero Silva y demás “enemigos de la patria”.
De tal manera que, estimulados por la victoria de los bolcheviques
en Rusia y por lecturas de libros marxistas conseguidos en la clandesti-
nidad, aparecieron los precursores que habrían de formar las primeras
células comunistas bajo el terror de la tiranía feudal.
Se trataba de una tarea organizativa superior, puesto que la inmen-
sa mayoría de los obreros no habíamos ni siquiera oído pronunciar las
palabras “partido” o “sindicato”. En mi caso –caso típico de la inmensa
mayoría de los obreros venezolanos– tuve la primera noticia de que en el
mundo había un país llamado Unión Soviética solo en diciembre de 1935.

114
Jesús Faría

Éramos una clase obrera sumergida en la más absoluta ignorancia, casi


nadie sabía leer y los pocos que sabían no leían.
El aparato represivo del sistema logró quebrar las débiles e inexper-
tas organizaciones del PCV. Decenas de activistas fueron enviados a La
Rotunda, en Caracas, al castillo de Puerto Cabello, a las Tres Torres, en
Barquisimeto, al castillo de San Carlos, en el Zulia, así como a trabajos
forzados en las carreteras. En los primeros años de existencia del Partido
cayeron prisioneros alrededor de un centenar de sus militantes.
Era evidente que a la tiranía le había nacido un enemigo nuevo, dis-
tinto a los viejos caudillos y a los partidos del siglo XIX, enterrados por
la implacable represión de la dictadura feudal-imperialista, que se había
prolongado hasta avanzada la década de los treinta del siglo XX.
Es así como a partir de marzo de 1931 los nuevos presos de la dicta-
dura, provenientes en un buen número del incipiente Partido Comunista,
empiezan a llegar a las prisiones del gomecismo atiborradas de hombres
con muchos años de prisión, viejos enemigos del régimen.
Ya en las prisiones, los comunistas y los marxistas todavía sin partido
transmitían sus conocimientos de la victoriosa doctrina marxista-leni-
nista en la Unión Soviética, destacándose el ilustre tocuyano Pío Tamayo
como uno de los más avanzados. Lamentablemente, este insigne cama-
rada, al igual que sus paisanos Jorge Saldivia Gil, Argimiro Gabaldón y
José Rafael “Cheché” Cortés, murió cuando más prometía para la causa
revolucionaria.
Por su parte, los desterrados encontraron la manera de mudarse como
asilados políticos a Colombia, buscando siempre la ubicación más cer-
cana posible a la frontera venezolana. En este país hermano, como en
muchos otros países, los desterrados políticos encontraron ambiente
amistoso, empleos para ganar el pan, aunque lo que más ocupaba a nues-
tros camaradas era el retorno a la patria por la vía ilegal o a la espera de
un repentino cambio en la situación política interna.
Estas hazañas se asemejan a la determinación de Bolívar, Miranda y
demás compañeros de lucha contra el poder omnímodo de los españoles
que parecía invencible.
Cada vez que sufrían una derrota y solo quedaban algunos patriotas
dispersos y desarmados, cuando alguien preguntaba:
—¿Y ahora qué hacemos, mi general?

115
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

—¡Ahora, vencer! –respondía Bolívar sin dudar.


Los hombres que se enfrentaron a Juan Vicente Gómez, entre los cua-
les no me cuento, merecen respeto porque representan en la historia la
rebeldía expresada en audaces acciones contra la tiranía.
No se debe pensar que siempre y en todo momento la resistencia fue
un fenómeno de masas ni una lucha armada contra el gomecismo. Esto
no desmerita esta lucha. Incluso, se puede considerar más meritorio el
esfuerzo de quienes siendo tan pocos y estando inermes, no vacilaron en
hacerle frente a un tirano que había derrotado a numerosos guerreros a
lo largo de varios lustros.
El PCV bajo José Vicente Gómez no fue un partido numeroso, pero
tenía un programa revolucionario, claridad política y la determinación
de combatir por la libertad y por la independencia nacional. Hubo nume-
rosos partidos políticos antes de Gómez, pero ninguno se atrevió a fun-
cionar bajo la tiranía, en la clandestinidad.
Los gomecistas se vanagloriaban de haber terminado con los parti-
dos, como si se hubiera tratado de un aporte al desarrollo de la sociedad.
Nadie, ni siquiera los amigos del tirano, se habían atrevido a organizar
un partido político. Y mucho menos un partido revolucionario con un
programa tan subversivo y “traidor a la patria”, según la carta magna
en vigor, como el PCV. Aquella dictadura, quizás la más bárbara que se
conocía en América Latina, era en lo fundamental antipartidos.
El PCV tiene, entre otros méritos, el de haber sido el único partido
político que se organizó durante los primeros 35 años del siglo XX en
Venezuela. La única resistencia política organizada y con programa fue
la del PCV, aunque es preciso reconocer que hubo luchas armadas fuertes
contra Castro y Gómez.
Vale recordar los desembarcos de antigomecistas y guerrilleros que
entraron desde Colombia.
Al resolver “sacar la cara”, los delegados a la I Conferencia del PCV
eran consecuentes con los propósitos que guiaron a los precursores de
las luchas comunistas en el país y a los fundadores del Partido el 1.º de
marzo de 1931.
Durante la I Conferencia hicimos un inventario de nuestros efectivos
y constatamos que, pese a las adversidades, la fuerza era considerable y
de buena calidad.

116
Jesús Faría

Se trataba de muy buenos activistas, que bien podían convertirse


en dirigentes mediante el estudio combinado con el trabajo. Todo sería
cuestión de unos años.
Al terminar sus labores, la I Conferencia Nacional del PCV no hacía
más que comenzar un trabajo surcado de complejidades en el ámbito
político nacional e internacional, tomar un camino por el cual solo tran-
sitan hasta el final los luchadores con inquebrantable fe en el futuro de la
patria. En lo interno, tendríamos que derrotar las reiteradas embestidas
contra el PCV por parte de los fraccionalistas.
Cuántas veces hemos tenido que procesar, con paciencia y firmeza,
movimientos fraccionales hábilmente disfrazados al comienzo y al final
en abierta insurgencia contra la organización y los principios del Partido,
inclusive contra los bienes y pertenencias del PCV, de los cuales hemos
sido despojados al amparo de una sociedad burguesa que protege a sus
agentes infiltrados, en todas sus fechorías contra el partido de la clase
obrera.

El primer manifiesto
Otro suceso de trascendental importancia, que sirvió de anteceden-
te a la I Conferencia Nacional, fue el Manifiesto del Partido Comunista
del 1.º de mayo de 1931. Este constituyó el primer documento político
moderno en la vida social de Venezuela, en el cual se plantea la histórica
tarea de la clase obrera: tomar el poder, nacionalizar el petróleo, expro-
piar a los latifundistas y otras de igual envergadura, por las cuales se
sigue luchando todavía.
El Partido Comunista de Venezuela emerge a la luz pública con un
manifiesto de unas tres mil palabras, documento importante, profunda-
mente antiimperialista y anticaudillista, incluyendo a los caudillos que
se oponían a Gómez y trataban de sustituirlo, entre los que destacaba
Arévalo Cedeño, profundamente anticomunista, quien había dicho en
una proclama que le iban a faltar árboles en las orillas del Orinoco para
“colgar comunistas”, lo cual era una exageración a todas luces, ya que no
habían tantos comunistas.
Se proclama la lucha y se luchaba, ante todo, por la libertad, por el
derrocamiento violento de la tiranía.

117
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

No podía concebirse otra forma de lucha bajo aquel Gobierno tiráni-


co, culpable de millares de crímenes y robos, de torturas y traiciones a
la patria.
Se empieza una lucha en forma organizada por la independencia
nacional, por la democracia, por los derechos populares, por la vigencia
de los partidos políticos con libertad de prensa.
Se da comienzo a una lucha organizada por la democracia y el
socialismo.
Es un mérito enorme haber intentado en aquellas condiciones fundar un
partido –¡y qué clase de partido!–, el primero que se fundaba en Venezuela
en el siglo XX.
Haber dicho hace cincuenta años lo que expresaba aquel manifiesto
no es cualquier cosa, sino todo un mensaje de valentía revolucionaria.
Entre los méritos principales del Primer Manifiesto se puede contar
el hecho de informar, por primera vez en la historia del país, las colosales
conquistas del proletariado y de los campesinos rusos con la victoria de
su Revolución bolchevique en Rusia.
Por primera vez se nos habla de la Unión Soviética con sus 150.000
habitantes, de la Internacional Roja, de la Internacional Comunista y de
todo lo demás en los doce puntos principales de aquel documento que, sin
proponérselo, encontró un puesto de honor en la primera fila de los acon-
tecimientos importantes en la vida de los comunistas de Venezuela. Por
supuesto, entiendo que aquellas personas nacidas después de la muerte
del tirano Gómez pueden tener una apreciación distinta a quienes, como
suele decirse, nos comimos las verdes durante las primeras décadas del
siglo, peores que las últimas del siglo XIX.
Para un joven obrero petrolero de hoy resulta inconcebible los padeci-
mientos de sus hermanos de hace cincuenta años.
Aquella era una tiranía instaurada bajo el terror y apuntalada con
todos los hierros por los Gobiernos de Estados Unidos de América y Gran
Bretaña. Por las transnacionales del petróleo.
Se ha fustigado furiosamente el entreguismo del tirano a los podero-
sos del petróleo.
Se ha puesto al descubierto toda la traición de aquel equipo de “chá-
charos” analfabetos asesorados por algunos abogados de talento como

118
Jesús Faría

Arcaya, Vallenilla, Gil Fortuol, Zumeta y otros, y nos viene a la memoria la


expresión bolivariana que exclama: “El talento sin probidad es un azote”.
Luchar por aquel programa era mostrar una fe inextinguible en
el poder del pueblo, era un radiante y corajudo desafío y una profun-
da confianza en el porvenir luminoso de la noble causa de los obreros y
campesinos.
Eran ilimitados los horrores sufridos en las prisiones, los sufrimien-
tos padecidos y los crímenes cometidos contra valerosos patriotas enca-
denados y engrillados, a quienes se dejaba morir de mengua.
Yo fui un analfabeto hasta después de la muerte del tirano. Luego
aprendí a leer y he leído libros y folletos donde se describen las perver-
siones de la tiranía gomecista. Sin embargo, en todo cuanto he logrado
leer de lo que aconteció hasta 1936, no hay una descripción completa y
que pinte en todo su dramatismo la situación miserable y de opresión
terrorista que padecía la población hambrienta, enferma, analfabeta y
desvalida durante aquellos ominosos veintisiete años que vivimos a mer-
ced de las bandas de feroces funcionarios de la tiranía gomecista en ple-
na actividad represiva.
Después de haber transcurrido más de cinco décadas de esas luchas,
recuerdo emocionado y reitero mi admiración por quienes dieron la vida
por nuestra noble causa, por quienes padecieron en las prisiones, en los
trabajos forzados; por quienes fueron bárbaramente torturados vejados
y ofendidos; por quienes perdieron la libertad, el hogar, los empleos y el
placer de disfrutar la vida bajo el cielo patrio; por quienes lucharon bajo
las más adversas circunstancias imaginables.

119
CAPÍTULO IV
AL FRENTE DE LOS OBREROS
PETROLEROS VENEZOLANOS
Con las autoridades del ministerio del trabajo
Terminada la conferencia seguí para Caracas. Era mi primer viaje a
la capital. Mis camaradas del Distrito Federal me recibieron con gran
afecto.
Me interné por entre la naciente burocracia de la Oficina Nacional del
Trabajo en busca de los documentos de legalización de la Unión Sindical
Petrolera, lo cual logré con relativa facilidad.
Un funcionario apellidado Rojas Guardia me presentó a otro de nom-
bre Rafael Caldera.
Yo no usaba corbata y mi ropa era de dril, como corresponde a quien
trabaja bajo un clima de 33º a la sombra.
Cuando terminé mis gestiones en la Oficina del Trabajo, Rojas Guardia
preguntó si me gustaría saludar al ministro del Trabajo. Acepté, sin tener
ideas preconcebidas sobre la persona del ministro, de quien solo sabía
que era un derechista de “uña en el rabo”.
Me quedé asombrado de lo lujoso del despacho y me dispuse a oír lo
que me iban a decir, pues yo no tenía ningún plan para aquella entrevista
que había sonado como trueno en una clara mañana. Solo me hizo una
pregunta el ministro del Trabajo, doctor Luis G. Pietri:
—¿Qué piensan, ustedes los obreros, del general Eleazar López
Contreras?

123
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Le solté la más rotunda descarga de improperios que se pueda imagi-


nar. Con la mayor naturalidad le dije horrores, todo lo que decíamos en
el trabajo: “Vendido”, “traidor”, “lambe zapatos de los imperialistas”, y
muchas otras cosas terribles.
Y de paso le increpé:
—Claro, ustedes cómodamente instalados aquí, ustedes que nunca
han trabajado, no saben lo que significa para nosotros que el gobierno se
haya aliado con los enemigos de Venezuela contra los trabajadores. Y por
allí seguí.
El hombre oyó en silencio y tan pronto pudo hacerlo, se levantó y me
tendió la mano. Me apretó la mano con insospechada fortaleza y salí de
aquel lugar feliz de haber dado una opinión no preparada de antemano,
pero exacta de lo que “piensan los obreros”, de quien les arrebató el fruto
de una jornada prolongada y llena de sacrificios, en beneficio de los peo-
res enemigos de Venezuela.
Cuando Rojas me dejó en la puerta, era otro personaje: sombrío. Creo
que la idea de la entrevista había sido de Rojas y los resultados inespera-
dos. Sus acciones con el ministro no subieron aquel día.
El ministro tuvo que darse cuenta de que hablaba con un obrero autén-
tico, primitivo, franco y agraviado por el traicionero comportamiento del
presidente López en aquel conflicto.
Seguramente pensó en enviarme arrestado, para lo cual no le falta-
ban motivos, según la interpretación que le dan los burgueses a la vida,
cuando ellos están en el poder. No lo hizo quizás por no hacer público el
escándalo.
Cuando hablé a mis camaradas de los encuentros que había tenido en
aquella mañana tan rica en contrastes, lo hice con la natural impavidez
proletaria. Mis camaradas capitalinos reían y comentaban orgullosos de
lo que eran capaces los obreros, hombres que no se dejan amansar por
los politiqueros.
Dentro del Partido Comunista he experimentado muy variadas emo-
ciones: la pelea con Medina y los medinistas, las luchas fraccionales,
las grandes huelgas, mi primer viaje a la Unión Soviética en 1949, mi
encuentro con Jorge Saldivia Gil, la libertad en 1958 y muchos otros. Sin
embargo, pocas cosas me han producido tanta dicha como aquel encuen-
tro con el doctor Pietri.

124
Jesús Faría

En un año de marea baja: derrota de los obreros, expulsión al exterior


de dirigentes comunistas, ilegalización de los partidos; el haber reagru-
pado los sindicatos, legalizado a la USPV y realizado con buen éxito la I
Conferencia del PCV eran considerables avances. Incluso, eran resultados
inesperados para muchos, pues se pensaba que todo cuanto ocurría en el
campo revolucionario lo hacían aquellos que habían sido expulsados.
Tal cosa fue verdad en un tiempo y, quizás, si no los expulsan, no lo
hubiéramos hecho sin ellos. Pero los habían echado del país y apareció el
relevo apto para tomar por las crines al potro sin jinete.

Elecciones de 1937
Todavía faltaba otra sorpresa para el Gobierno que había preparado
elecciones amañadas para fines de 1937.
El Comité Central del PCV, electo en la I Conferencia, se había reuni-
do por primera vez en noviembre de 1937 y había trazado los planes para
la actividad del Partido en las elecciones que se avecinaban, así como en
otros frentes del trabajo de masas.
Realizamos un buen trabajo, como resultado del cual en el Zulia y en
otras entidades el gobierno de López perdió las elecciones, pese a que
solo permitían votar a los hombres mayores de veintiún años que supie-
ran escribir.
También las tesis derrotistas de Betancourt y sus partidarios de aque-
lla lejana etapa de nuestro desarrollo político sufrieron otro rudo golpe
con la victoria electoral de los comunistas y sus aliados.
Fuimos electos para las asambleas legislativas y a los concejos muni-
cipales. En el Zulia algunos se mandaron a hacer ropas para asistir a sus
cargos.
—¿Tú como que piensas ir al Concejo Municipal, sin saco? –me
preguntaron.
—Es que no creo que nos permitan entrar –les advertí.
Los concejales deberíamos elegir a los diputados al Congreso Nacional
y a los senadores de los estados –el Distrito Federal no elegía senadores–
los elegían los diputados a las asambleas legislativas.
El sistema electoral lopecista preveía, además, que el partido que
lograba la mayoría en el distrito, elegía sus siete candidatos al Concejo y
dos diputados a la Asamblea Legislativa.

125
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Y el partido que tenía mayoría en la Asamblea de Concejales de cada


estado, elegía todos sus diputados al Congreso Nacional; asimismo ocu-
rría en la Asamblea Legislativa con relación a los senadores.
Así, pues, al ganar las elecciones para concejos y legislaturas había-
mos asegurado una numerosa representación comunista, obrera y popu-
lar en las cámaras legislativas.
Este brusco viraje en la política de aquella Venezuela dominada por el
imperialismo y la oligarquía gomecista-latifundista no fue aceptado por
estas clases dominantes.
Según la Ley debimos haber tomado posesión de nuestros cargos el
día 1.º de enero de 1938.
No obstante, el día 31 de diciembre de 1937, la Corte Federal anuló
nuestros mandatos.
Durante el mes de enero de 1938 hubo protestas y declaraciones que
fueron castigadas por el Gobierno. La represión apretó el paso en todas
partes.
La Corte Federal también había anulado una conquista obrera en la
Ley del Trabajo, relacionada con el pago de preaviso por despidos injus-
tificados. Era una ofensiva en todos los frentes.
Salió un documento muy fuerte firmado por los delegados que asis-
tieron a la Asamblea de la Unión Sindical Petrolera de Venezuela, protes-
tando el escandaloso fraude que le robaba a las fuerzas antigomecistas su
más grande victoria. Yo lo había firmado como delegado por el Sindicato
de Obreros y Empleados Petroleros de Cabimas.
La dictadura de López Contreras no iba a tolerar esta situación de
derrota y protestas.
Empezó una persecución de todos los electos, incluyendo a Jesús
Faría, concejal y diputado electo.

1938. Año de dificultades


Los comunistas arrancamos con buen pie este año, pese a que nos
habían robado la victoria electoral de 1937 y que nos encontrábamos por
centenares en las prisiones.
Se normalizó la salida de El Martillo, órgano del PCV. Este era otro
éxito del Partido en el campo de la propaganda.

126
Jesús Faría

En Barquisimeto circulaba un semanario legal del PCV llamado


Momento, de muy buena calidad.
Debido a nuestros éxitos, apretó la búsqueda de los electos cuyos
mandatos habían sido anulados. Los firmantes de protestas éramos bus-
cados por la policía. Comprendí que nos tocaba el turno y me preparé.
Una noche el jefe de La Secreta, traje blanco y corbata de lacito, me
preguntó al salir de las oficinas del sindicato:
—¿Jesús Faría estará allí adentro?
—Sí, allí está, reunido con la directiva –y me evaporé.
Luego salió otro y fue objeto de la misma pregunta.
—¡Cómo! ¿No estabas hablando con él ahorita? –le dijo.
Era una delación inconsciente, sin mayores implicaciones.
El Partido estaba informado, así como mis compañeros de trabajo.
Por las tardes esperábamos a los policías en el muelle, pero el ingeniero
daba orden de que me echaran por una “planchada”, para que no me atra-
paran. Esto caía muy bien entre mis compañeros.
A la entrada del trabajo habíamos convenido que me recogieran en el
mismo lugar donde me habían dejado.
Parecía que no estaba asistiendo al trabajo.
Para cobrar, lo hacía los lunes y no los sábados, después de que alguno
de mis compañeros hubiera explorado los alrededores.
Así pasamos el mes de enero.
Pero el día 2 de febrero me enviaron a trabajar a tierra. Deberíamos
marcar el terreno donde se construiría Campo Concordia de la LPC en
Cabimas.
Hasta aquí llegamos, me dije.
En efecto, a eso de las once vimos venir la camioneta de la policía. Mis
compañeros, hombres temibles, me propusieron:
—Les volamos las cabezas a esos bolsas y nos internamos en el monte.
Los disuadí. Eran solo dos policías desprevenidos y el chofer. Nunca
supieron los policías que les había salvado, porque aquella cuadrilla de
macheteros, en proporción de cuatro a uno y en aquel lugar, los habrían
decapitado.
Acepté el arresto. Me encerraron en el calabozo más seguro. Era
orden del jefe civil, Vitelio Reyes, mi admirado orador de hacía dos años.

127
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Horas después me trasladaron a la prisión del distrito, donde me ais-


laron en un depósito de cal. Al pasar vi a otros obreros presos en un
rastrillo.
Por la noche me enviaron a la prisión política de Maracaibo, donde
había más de doscientos obreros hacinados. También algunos estudiantes.
Dormíamos en el suelo, por turnos. Mientras unos dormían, los otros
estaban de pie.
Esta prisión fue para mí una escuela. Aquí consolidé mis conocimien-
tos en cuanto a lectura y sobre lo que es el Partido.
Un día trajeron a tres obreros y los aislaron de nosotros, pero en segui-
da encontramos la manera de pasarles algo de lo poco que recibíamos.
Catalina Campos y otras compañeras nos enviaban almuerzo. En
cuanto a la cena y el desayuno, nos defendíamos con cualquier cosa.
El 18 de febrero –creo que un día lunes– en la madrugada era el día y
hora establecido por la I Conferencia del Partido para la repartición del
Manifiesto, el cual había visto ya listo para el reparto.
En la prisión lo obtuvimos de una manera inesperada. Trajeron dos
presos, supongo que por “ebrios y escandalosos”, como se dice de los
pobres (cuando los ricos hacen lo mismo dicen que “están alegres”).
Uno de estos “visitantes” recién llegados sacó de su bolsillo una hoja
escrita y la tendió en el piso para sentarse. Identifiqué el Manifiesto y en
seguida le ofrecí algo mejor –un periódico– a cambio de “la hojita”. El
hombre aceptó el trueque y nuestra gente celebró el buen éxito de la ope-
ración. El Partido estaba en la calle, habíamos “sacado la cara”.
Este documento había sido ubicado previamente en más de veinte ciu-
dades importantes. La precisión y simultaneidad causaron fuerte impac-
to. Los comunistas eran un partido bien organizado a escala nacional.
Este hecho desató una furiosa campaña de la prensa oficial y católi-
ca, algunos de cuyos voceros pedían sistemáticamente la pena de muerte
para los comunistas.
Entre los camaradas, este buen comienzo estimuló el sentimiento de
orgullo revolucionario, la seguridad en nosotros mismos; nos motivó a
continuar la actividad de propaganda, más a menudo y en mayor escala.
El gobernador del distrito Maracaibo me dijo que me echarían para
Colombia, a condición de que no me reuniera con comunistas. Lo insulté
y me regresé al calabozo.

128
Jesús Faría

Meses después me llevaron ante el presidente del estado, Serrano,


quien había metido en campos de concentración a más de mil obreros
margariteños y luego los había enviado en goletas para su tierra natal, sin
permitir que recibieran sus pertenencias.
Me informó que sería confinado a Maracaibo y que si volvía por los
campos petroleros, me encerraría de nuevo en un calabozo.
Me dieron veinticuatro horas para ir a Cabimas y retornar.
Llegué a Cabimas cuando estaba reunida la asamblea y aproveché
para soltar una descarga injuriosa contra el imperialismo y sus lacayos.
Al regresar a Maracaibo ya el Gobierno tenía el informe y me dio unas
horas para salir del Zulia.
¿Qué hacer?
En el Comité Regional me dieron instrucciones.
—Esta noche hay viaje para La Ceiba, puerto en Trujillo, vete en la
Gran Brisa. Luego tomas el tren hasta Motatán y allí abordas un camión
que te lleve a Caracas.
Seguí el plan y tres días más tarde estaba en la capital. No tenía saco
y dormía en una mesa de la Asociación de Empleados. Sin embargo, diri-
gentes de esta Asociación resolvieron echarme de este refugio. Encontré
otro lugar menos confortable.
La comida no era cara, pero el dinero era escaso. Solo unos centavos
para comprar algo. Por aquellos tiempos ¡era difícil verle la cara a un
bolívar! Llegó Nicasio García, obrero petrolero cesanteado, y me invitó a
conocer la Isla de las Perlas. Me pagó el pasaje en la cubierta de un barco.
Llegamos a Pampatar, puerto sin muelle, donde la policía no permitía
que bajáramos. Pretendía hacernos seguir para Europa. Ya estábamos
a punto de lanzarnos al mar, donde había botes en torno al barco. Sin
embargo, el oficial pidió esperar mientras consultaba. Vino la orden de
bajar. Partimos para Juangriego, donde nos dieron alojamiento, así como
raciones reducidas.
Un mes estuve en Margarita y me trataron con la natural amabilidad
de estas buenas gentes.
Para el retorno, un amigo me consiguió un puesto en la cubierta de un
velero que venía cargado de concha de mangle rumbo a La Guaira.
Los marinos pescaron y no faltó comida.

129
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

En el golfo nos atrapó una “calma chicha”. Menos mal que al tercer día
de espera un vendaval nos puso en La Guaira en cuestión de horas.
Calado y sin un centavo bajé en el primer puerto. Busqué y encontré
dos bolívares para subir a Caracas y aquí me puse en contacto con “Roy”,
nuestro inolvidable camarada Jorge Saldivia Gil.
Me dieron para el pasaje y pude regresar al Zulia en forma clandesti-
na. Era junio de 1938.
Este fue un año de dificultades políticas internas, pues Peralta (Eduardo
Machado), quien había sido cooptado para el Buró Político, junto con
otros, empezó una campaña tendenciosa contra dirigentes del Parti-
do. La situación llegó al extremo que el Buró Político le ordenó salir de
Venezuela. Este montó con su grupo un cuartel fraccional en Bogotá, des-
de donde informó a partidos hermanos sobre una situación irregular que
no existía en el PCV.
Algunos de los fraccionalistas recalaron por el Zulia, donde crea-
ron problemas internos, inclusive indujeron al Partido a la abstención
electoral.
Los miembros del grupo Peralta fueron llamados a Caracas y admi-
tidos en el PCV, donde escalaron posiciones en el comité regional, rein-
cidiendo en sus actividades fraccionales. Sin embargo, ante la enérgica
actitud de la Dirección Nacional del PCV se vieron obligados a arriar
velas temporalmente.
Las elecciones convocadas por el Gobierno en 1938, bajo las mismas
condiciones que en 1937 y solo para concejos y asambleas legislativas,
fueron otro fraude descarado y motivo para acentuar la represión. Esto
ocurrió particularmente en los campos petroleros, donde ejercía fun-
ciones de procónsul un sujeto de los bajos fondos gomecistas al servicio
incondicional de las compañías petroleras.
Bajo aquellas circunstancias, encontré muchas dificultades para sos-
tenerme en libertad y el Comité Regional del PCV en el Zulia me autori-
zó para salir por unas semanas. En Palmarejo contraté un barquito por
cuatro bolívares hasta Punta de Leiva y de aquí, por otros cuatro, me
trasladé en un camión hasta Los Puertos de Altagracia. Allí llegué a casa
de mi primo hermano Cirilo.

130
Jesús Faría

Me ayudaron a conseguir pasaje en el tren de la British para Mene


de Mauroa. Aquí me detuve en tareas sindicales y políticas. Existía una
organización del PCV y un sindicato afiliado a la USPV.

Visita a Borojó
—Ahora que estás tan cerca, ¿por qué no vamos a Borojó? –dijeron
mis parientes.
Viajamos en un camión destartalado. Había lluvia y el camión se atas-
có. Buscamos por allí donde dormir. Al día siguiente continuamos el via-
je. En Borojó, me instalé en casa de mi hermano Artemidoro, quien tenía
un hato de chivos cerca del pueblo. Me atendió maravillosamente.
Trataba de enseñar a leer a los sobrinos de la casa. La pareja llegó a
tener hasta dieciséis hijos.
Estuve por aquí inolvidables semanas, disfrutando unas merecidas
vacaciones entre parientes y amigos.
En esos días estalló un conflicto entre los pueblos de Borojó y Dabajuro
por ejidos municipales. Mis paisanos cayeron presos en masa. Se los lle-
varon para la capital del distrito.
Nos fuimos a Capatárida, la antigua capital del Gran Estado Falcón-
Zulia, para ver qué podíamos hacer por ellos. Luego resolvimos seguir
hasta Coro. Partimos en una camioneta de uno que ni siquiera tenía
licencia para manejar. Por ventura yo sí la tenía.

Llegamos y se consiguió una entrevista con el presidente del esta-


do, pero mis compañeros se oponían a que yo concurriera porque era
comunista.
Al fin llegamos al acuerdo siguiente: asistiría, pero no hablaría.
Al entrar, empecé por presentarlos, sin que hubiera quien me presen-
tara. Luego, olvidando el solemne compromiso de no hablar, la entrevista
marchó por un solo cauce entre el doctor presidente y el “bachiller”.
Nos prometió el primer magistrado regional poner en libertad a los
presos y enviar un abogado para resolver el litigio sobre los ejidos en
disputa.
Al día siguiente estábamos de regreso y mis paisanos encantados
con mi comportamiento, contaron a los presos los detalles del viaje y la
entrevista.

131
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Para arreglar el asunto se reunieron diputados regionales, concejales,


jueces, el gobernador del distrito y jefes civiles con sus respectivos secre-
tarios. Todo un impresionante tren burocrático.
Además, estaba presente el abogado con poderes especiales enviado
desde Coro.
Casi nadie habló y quienes lo hicieron dijeron poca cosa. Fue el aboga-
do forastero, quien usando el terror sicológico, no soltó la palabra hasta
que terminó un acta monstruosa que deberían firmar todos los presentes.
Mis paisanos, aterrados, me preguntaban:
—¿Vamos a firmar esa vaina?
—Claro que no. Esperen.
De pasada el abogado nos dijo:
—Ustedes saben que los abogados somos maniobreros y hacemos
chanchullos, somos capaces de sacar presos o de encarcelar personas
inocentes...
Yo era el “abogado” de la otra causa y mantenía un silencio que levan-
taba sospechas entre la gente que había tomado las ventanas y las puertas
de la sala de sesiones.
Terminada la lectura del acta nos llamaron a firmar. Pedí permiso
para hablar y me lo dieron sin saber mi nombre ni de dónde salía yo.
—No firmaremos ese documento –dije para empezar.
—No hemos venido aquí para entregar los ejidos de Borojó. Cuando
hablamos con el presidente del estado, este nos dijo que se llegaría a un
acuerdo justo –esto era mentira de mi parte– pero esta acta es un despo-
jo. Además, el propio autor del acta nos advirtió que no debemos fiarnos
de abogados como él porque son tramposos y actúan de mala fe.
El rumor popular iba en aumento y en un momento estallaron los
aplausos. Yo estaba feliz de poder hablar por primera vez ante mi pue-
blo y de hacerlo teniendo en mis manos todas las ventajas que nos había
entregado el abogado.
Terminé mi discurso y mis paisanos me abrazaron.
—No tenemos nada que agregar, estamos de acuerdo con Jesús
–dijeron.
Se terminó el acto y el acta se quedó sin nuestras firmas.
Rápido fuimos al telégrafo y le pusimos un mensaje al presidente del
estado, donde le informábamos no haber podido llegar a un acuerdo.

132
Jesús Faría

La camarilla oficialista, confundida, no se dio cuenta de que habíamos


enviado el telegrama. Cuando lo supieron, casi encarcelan al telegrafista.
Un rico diputado pariente de mi padre me preguntó quién era y dónde
había estado antes.
El abogado me llamó:
—Paisano, venga y se toma un trago conmigo, pues usted me derrotó.
—No acostumbro tomar tragos con los enemigos de mi pueblo –le
contesté.
—¡Carajo, me volvió a derrotar! –entonces me abrazó y me felicitó.
—Así es que uno debe defender su causa –señaló.
Quería seguir conversando, pero mis paisanos me esperaban. Parti-
mos para Borojó.
Mis compañeros no encontraban palabras para ponderar mi conducta:
¡Libres y los ejidos intactos!
De casa en casa iban explicando lo sucedido.
A los dos días vino el cura a Borojó y dio una versión distinta de los
sucesos. Según esta, él había hecho una promesa a la Virgen para que
pusieran en libertad a los presos.
Se promovió una recolecta de dinero o ganado caprino para pagar los
honorarios de los abogados celestiales.
Era 24 de julio y se habló en público antes de comernos una ternera
de chivo a la llanera.
El sacerdote habló y se refirió a Bolívar, afirmando de paso que este
había sido concebido por obra y gracia del Espíritu Santo.
Después de la leyenda sobre lo acontecido en Capatárida, mis paisa-
nos querían oírme hablar y me pidieron que lo hiciera, sobre todo mis
exigentes sobrinas:
—¡Tiene que hablar y bien!
Polemicé con el cura sobre lo dicho en relación con El Libertador.
Bolívar era igual que nosotros. Hijo de hombre y mujer, tuvo problemas
con el clero de la época, porque este era partidario del rey y enemigo de
los patriotas.
En cuanto al milagro, negué de manera categórica que tal cosa fuera
verdad.

133
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Jamás se habían oído semejantes herejías, pero la gente me aplaudió.


Subieron mis acciones entre la numerosa parentela. Y una joven tentado-
ra y natural dijo:
—Soy capaz de “salirme” con él, aunque sea comunista.
Mis sobrinos me transmitieron aquellas palabras.
Las vacaciones tenían que terminar. Me presentaron al dueño de un
velero que viajaba desde Quisiro, por unos caños, hasta el lago. Lo con-
vencí de que me trasladara a Maracaibo.
Zarpamos por la tarde. El barquito avanzaba entre los manglares
impulsado por palancas.
—Cuñao, sentate en la proa para que lleguéis primero –me dijo un
bonguero.
Al llegar a Maracaibo, lo primero que hice fue buscar al Comité Regio-
nal del Partido.

La Guerra Civil Española


Incorporado de lleno a la actividad sindical y de organización del PCV
se produjo en mí un giro violento en la interpretación de la vida y los
hechos políticos, no solo los nacionales sino también los internacionales.
En aquel entonces, uno de los acontecimientos internacionales de
mayor importancia fue, sin duda, la lucha de la República española con-
tra el fascismo. Para nosotros era muy claro que la causa de los patriotas
españoles era la causa del mundo progresista, de la humanidad entera.
Inmediatamente, la lucha del pueblo español prendió en los corazo-
nes del proletariado mundial y nosotros no éramos una excepción. Nos
encontrábamos profundamente conmovidos por aquellos acontecimien-
tos. Como podíamos, nos organizábamos para brindar nuestro apoyo
material y moral. Se constituyeron comités de apoyo a la República espa-
ñola y se realizaban numerosas actividades de solidaridad.
Nos motivaba enormemente ver cómo patriotas de diversos países,
que hablaban diversas lenguas y de diversas culturas, se unían para
luchar por la libertad de un pueblo hermano. En aquellos tempranos
pasos de mi trajinar político, la Guerra Civil de España (1936-1939) se
convirtió en una verdadera lección de internacionalismo proletario que,
al igual que la Revolución bolchevique, me signó por el resto de mi vida.

134
Jesús Faría

Las Brigadas Internacionales se convirtieron en uno de los gestos más


nobles y puros de solidaridad internacional. Más de 45.000 voluntarios
procedentes de más de cincuenta países acudieron al llamado de sus
hermanos españoles. Obreros, médicos, artistas, escritores, soldados,
campesinos, profesionales, etcétera, mayoritariamente comunistas, pero
también de otras corrientes ideológicas (socialistas, anarquistas, demó-
cratas y antifascistas, en general) se alistaban en brigadas y batallones
bautizados con los nombres de héroes legendarios de diversas naciones y
épocas, tales como Lincoln, Garibaldi y Thaelmann, entre otros. Casi una
cuarta parte eran franceses, destacándose por su participación también
los alemanes, polacos, italianos, estadounidenses, británicos y belgas.
Las primeras brigadas en llegar pasaron directamente al frente, par-
ticipando en la heroica defensa de Madrid en momentos en que pocos
creían en la posibilidad de defensa de la capital. Incluso, el gobierno de
Caballero se había mudado a Valencia.
Las Brigadas Internacionales, hombro a hombro con las Milicias Anti-
fascistas Obreras y Campesinas y el Quinto Regimiento, hicieron suya la
consigna de: ¡No pasarán!; y lograron detener el avance de los sediciosos.
Cuando las Brigadas Internacionales se ven obligadas a retirarse de la
guerra por las potencias occidentales y su política de “no intervención”,
quedaban más de cinco mil de sus hombres sembrados para siempre en
suelo español. Una multitud reunida en Barcelona, con discursos del pre-
sidente Negrín y La Pasionaria, reconocía emocionada el arrojo y heroís-
mo de los brigadistas en la lucha por la República.
Otra manifestación de disciplina, organización y valor que nos ins-
piraba una tremenda admiración fue la lucha del Quinto Regimiento,
conformado por el Partido Comunista de España como respuesta al caos
reinante en los primeros meses de la guerra. Este estuvo bajo la dirección
de los legendarios Líster, Galán y Modesto, entre otros. El Quinto, como
se le llamaba, llegó a enrolar a más de setenta mil voluntarios, consti-
tuyéndose en el embrión del futuro Ejército Popular. En este último, los
comunistas desarrollaron un importante trabajo de organización, for-
mación y agitación, que se tradujo en significativas victorias militares y
populares. Los comunistas luchaban –y luchan– por las mejores causas
en todo el mundo, y lo hacían bien, con ejemplar heroísmo.

135
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Entendíamos que en aquel momento España se había transformado en


la principal trinchera en contra de los planes hitlerianos de esclavizar a los
pueblos del mundo. La Guerra Civil se internacionalizó rápidamente. La
sublevación de militares reaccionarios bajo el mando de Francisco Franco,
que contaba desde el inicio con el más resuelto apoyo de los terratenien-
tes, la gran burguesía y la Corona española, así como con la bendición del
clero, fueron respaldados en forma inmediata y directa por las hordas
fascistas de Hitler y Mussolini. España se convirtió en campo de expe-
rimento de las armas de guerra que después harían estragos en todo el
continente europeo.
Se trataba de la estrategia desplegada por la oligarquía financiera
internacional de ahogar el régimen democrático que se venía constru-
yendo en España sobre la base de la unidad popular. La intervención se
produjo con una saña abominable, si solo recordamos los bombardeos de
Guernica y Bilbao por parte de la Legión Cóndor de Hitler.
Ante esta situación las potencias occidentales, especialmente Gran
Bretaña y la Francia encabezada por el socialista León Blum, adopta-
ron la hipócrita postura de “no intervención”, que imponía a un Gobier-
no democrático y legítimamente elegido como el del Frente Popular en
España la prohibición de recibir ayuda internacional para su defensa, en
tanto que se hacían la vista gorda ante la creciente ayuda en pertrechos
de guerra y tropas que obtenían los generales rebeldes.
Lo de España representaba un capítulo más de la vergonzosa entrega
de Europa a los nazis por parte de las potencias occidentales. A conse-
cuencia de ello, Hitler tomaría Austria y ocuparía Checoslovaquia, esto
último con la complicidad sellada en el Pacto de Munich en septiembre
de 1938.
El propósito encubierto consistía en enfilar el eje fascista en contra de
la Unión Soviética.
Por cierto, fue a la luz de estos hechos y después de mucho insistir en
la necesidad de conformar un frente de naciones en contra del inminente
peligro hitleriano, desoído deliberadamente por las potencias occidenta-
les, que la Unión Soviética se vio obligada a firmar el Pacto de no Agresión
con Alemania. Posteriormente, los mismos que se opusieron a la cons-
titución del frente antifascista, estimularon la ocupación de Europa por
los hitlerianos y los auparon para que se lanzaran en contra de la Unión

136
Jesús Faría

Soviética, se encargaron de difamar cínicamente este acto de legítima


defensa del aún joven Estado socialista.
La Unión Soviética fue el único Gobierno que acudió al llamado de
ayuda de la República española, y lo hacía apegado al derecho interna-
cional. La ayuda no se limitó a armamentos. Se brindó una importante
asistencia técnica.
Del Ejército Rojo llegaron a tierras españolas más de dos mil instruc-
tores de guerra que enseñaron el manejo de armas, tanques y aviones a
los soldados y oficiales españoles. Se produjo también una importante
ayuda económica. Sin lugar a dudas, sin la ayuda soviética la República
española no hubiera podido resistir tanto tiempo.
Como se confirmaría a lo largo de su historia, la existencia de la Unión
Soviética, su apoyo y solidaridad desinteresada y sincera, fue siempre
determinante en el avance de los pueblos oprimidos y agredidos por el
colonialismo y el imperialismo. Como en otros años y otras tierras, en
España los soldados soviéticos escribieron gloriosas páginas de valor y
abnegación.
Finalmente, la intervención descarada de Alemania e Italia que incli-
naba la balanza militar a favor de los fascistas, la merma y desórdenes
en la producción y las divisiones en el campo republicano propiciadas
especialmente por los anarquistas, trotskistas y partidos burgueses clau-
dicantes, provocaron la derrota de la República el 29 marzo de 1939.
Con la caída de la República se desató una terrible ola de terror fran-
quista que significó la reclusión en los tenebrosos campos de concentra-
ción fascistas y el asesinato de cientos de miles de republicanos.
La Guerra Civil Española fue un intenso proceso de aprendizaje
revolucionario, de derroche de coraje y heroísmo en una batalla profun-
damente desigual, constituyó un ejemplo singular de las luchas de los
pueblos por su libertad.

1939. Año complejo pero con avances


Este año comenzó con la reunión de la II Conferencia Nacional del
PCV, la cual abordó el problema fraccional, siendo expulsados del Parti-
do Peralta, “La Bruja” Márquez y otros.
Caí preso en Lagunillas. Me encerraron en un estrecho calabozo que
utilizaban como letrina. Aquí estuve más de treinta horas de pie. Luego

137
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

me visitó el jefe de la policía y ordenó mi traslado a otro calabozo y per-


mitió que me pasaran ropa y una camita de campaña.
Después me trasladaron para La Rita y de aquí para Maracaibo. En
este último retén me encontré con varios camaradas, entre estos José
Martínez Pozo:
—¿Traéis dinero? –preguntó.
—¡Nada! Pero traigo tres “quinticos” de lotería.
—Vamos a ver la lista.
Resulta que estaban premiados con quince bolívares. A veces “la suer-
te” florece hasta en los peores antros y circunstancias.
Meses después de la Conferencia Nacional se reunió el Pleno del
Comité Central del PCV para evaluar el cumplimiento de los acuerdos
y resoluciones del CC, así como para ajustar la táctica del Partido a la
nueva situación, pues había empezado la Segunda Guerra Mundial con la
invasión de la Alemania nazi a Polonia.
En octubre nos pusieron en libertad. Por lo que nos dijeron a la salida
de la prisión, este hecho se interpretó como un tímido viraje del gobierno
de López.
Quienes regresábamos de las prisiones nos dedicamos a reforzar el
movimiento sindical, a luchar, en primer lugar, por la participación de los
obreros en las utilidades de las empresas, lo cual era visto como imposi-
ble sobre todo al nivel de los empleados petroleros y demás personal de
confianza de las compañías.
Sin embargo, tuvimos éxito porque en torno a esta consigna legal
se produjo un enorme movimiento de masas, que englobó a decenas de
miles de trabajadores, quienes retornaron a los sindicatos con una alta
combatividad y disciplina.
El PCV había hecho prodigios en la propaganda, tanto la ilegal como
la semilegal. En Maracaibo funcionó hasta que comenzó la guerra; una
pequeña pero gloriosa radio emisora local que no cayó nunca, pese a los
ofrecimientos en metálico a las brigadas policiales.
En el Zulia, donde existía un fuerte Comité Regional del PCV, apare-
cieron varios diarios, algunos como La Tarde, de considerable circula-
ción regional. Y decimos que aparecieron varios porque a medida que nos
clausuraban uno, nuestros camaradas se las ingeniaban para editar otro.

138
Jesús Faría

Me incorporé a mis ocupaciones en la Unión Sindical Petrolera de


Venezuela, el trabajo del Partido y al sindicato de Lagunillas. La repre-
sión policial había aflojado. Se reanimaba el movimiento de masas.
Todo el año 1940 y la mitad de 1941 fueron difíciles para los comunis-
tas, porque la histeria antisoviética había contagiado algunos sectores
que habían sido amigos nuestros en las luchas clandestinas.
Nuestra militancia era combativa y valerosa, pero carecíamos de
conocimientos, no habíamos leído libros ni historia. En este frente, algu-
nos intelectuales nos ayudaban con charlas limitadas a tres o cuatro per-
sonas, pero de gran utilidad para la diaria polémica.
A los comunistas nos salvaba el hecho de que éramos muy respetados
por nuestras limpias y valerosas ejecutorias al frente de los sindicatos. Y
los obreros decían:
—Los comunistas son nuestros mejores dirigentes, ellos deben tener
razones para no agredir ni atacar a la Unión Soviética.
Los sucesos mundiales provocaban ardorosos debates que a veces
terminaban en riñas personales, porque la Unión Soviética y el Partido
Comunista de la Unión Soviética, PC(b) para la época, eran calumniados
como “aliados” de los nazis debido a la firma del Pacto de No Agresión
con Alemania.
A veces la policía llegaba y les ponía la mano a comunistas y antico-
munistas, pero estos conseguían su libertad delatándonos como comu-
nistas. Se aprovechaban de la prohibición que pesaba sobre la militancia
comunista. Este “crimen” se castigaba con veinte años de presidio, por
“traidor a la patria”, según el inciso VI del artículo 32 de la Constitución
Nacional, en vigor hasta octubre de 1945.

El incendio de Lagunillas de Agua


En noviembre de 1939 me encontraba en Lagunillas. Trabajaba para
el PCV y para el sindicato, sin ninguna remuneración. Comía en casa de
Luis Torres Nava o en casa de Catalina Campos en Lagunillas y en casa
de mi hermana Altagracia en Campo Rojo. Dormía en casa de Torres
Nava o en casa de mi hermana. Allá en mi hamaca, acá en el piso, con un
periódico haciendo las veces de colchón.
Toda mi percha eran dos mudas de ropa: pantalón y camisa, más la
correspondiente ropa interior.

139
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

A pesar de estos aprietos económicos y carencias yo era un hombre


feliz, un revolucionario cargado de optimismo, seguro de la victoria final
de nuestra causa. Este permanente estado anímico no era producto de
lecturas, puesto que no había leído, ni porque hubiera oído a dirigentes
muy preparados, sino porque mi vida había sido igual o peor a como era
ahora. Cuando uno no conoce nada mejor, lo poco que tiene no le parece
tan malo. Como si dijéramos, el hombre es un ser de costumbre. No tenía
nada que perder, pero sí un mundo por ganar.
Por las noches enseñaba a leer a un grupo de obreros en el sindica-
to. Era evidente que sabía poco como maestro, pero estaba armado de
paciencia para enseñar, a mi manera, el abecé a quienes no sabían nada.
Cinco obreros de Lagunillas se ofrecieron para darme cada uno dos
bolívares por semana. Sin embargo, renuncié a esta ayuda porque el pri-
mer sábado uno de ellos, pudiendo entregarme la moneda en la mano, me
la tiró al suelo. La recogí y se la devolví sin comentario alguno.
Me explicó que había sido una chanza, pero de todos modos no acepté
la ayuda y creo que ayudé a que comprendiera que las necesidades eco-
nómicas de un revolucionario profesional son sagradas.
El día 14 de noviembre de 1939 estalló un oleoducto sublacustre, pre-
cisamente frente a Lagunillas. La capa de petróleo “vivo” empezó a cubrir
las orillas del lago, donde estaban levantadas sobre maporas las casas de
aquella pequeña “Venecia” tropical y aborigen.
Como los peligros aumentaban, empezamos a reclamar ante las auto-
ridades y ante la Gulf, empresa responsable del “reventón”. Sin embargo,
nada se hizo para evitar el incendio que se veía como algo inevitable si no
cerraban la válvula del oleoducto roto.
A eso de las ocho de la noche estalló un violento incendio y cubrió
miles de metros cuadrados de superficie sobre las aguas y debajo de las
casas de madera levantadas sobre estacas. Este fuego, animado por una
fuerte brisa que soplaba en aquel momento, atrapó a miles de hombres,
mujeres, niños y ancianos. Algunas personas salvaron sus vidas partien-
do lago adentro en cayucos. Otros cruzaron el fuego por la planchada,
pero esta quedó cortada a los pocos minutos.
Como el pueblo estaba atrapado entre los muelles de la Gulf y de la
VOC, los marinos de turnos allí anclados acercaron sus lanchas y salvaron

140
Jesús Faría

mucha gente, pero los que vivían en el centro casi todos murieron que-
mados o ahogados.
Cuando estalló el incendio, yo daba mis clases de primeras letras a
pocos metros de la orilla. Tres de mis alumnos corrieron a salvar sus
pertenencias, pero los tres desaparecieron. Eran obreros jóvenes, pode-
rosos, buenos nadadores y, sin embargo, perecieron. ¿Qué se podría
esperar para las infelices madres cargadas de niños pequeños?
Mis pertenencias: una muda de recambio y la hamaca, ni pensé en
tales cosas. Amanecía otra vez sin nada.
Se había creado una situación caótica y el sindicato se convirtió en el
centro de actividad para socorrer a los damnificados. Trabajamos día y
noche, sin tomar aliento, en especial los comunistas.
Llegaron los ministros del Gabinete. Los recibió una multitud de
obreros con el puño en alto.
El presidente Maldonado imploraba en vano:
—¡Bajen esos puños! ¿Por qué con el puño en alto?
Las autoridades prometieron fundar un pueblo para los damnifica-
dos: Ciudad Ojeda. Desde Caracas llegó Enrique Bernardo Núñez, quien
escribía la columna: “Signos en el Tiempo”.
El hombre se impresionó y empezó a escribir graves denuncias, todo
ello pese a las presiones para que se retractara. Me enviaba telegramas
que le contestaba confirmando sus denuncias.
Fue la voz valiente que denunció el crimen en un diario de la burgue-
sía, El Universal.
El fondo de la desgracia fue que la Mene Grande tenía interés en per-
forar donde estaba el pueblo, pues las consideraba parte de “sus conce-
siones”. Además, el pueblo estaba sobre un enorme depósito de petróleo,
a poca profundidad y a pocos metros de distancia del campo central de
la empresa.
Para la Mene Grande no tenía sentido esperar más tiempo para
extraer el petróleo, por lo que resolvió prenderle fuego a todo un pueblo
y quemar vivos a millares de personas que allí vivían desde siempre, y
otros llegados recientemente.
El gobierno de López le echó tierra al monstruoso crimen. Era eviden-
te que había funcionado el soborno a todos los niveles.

141
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Sobre los comunistas se mantenía una presión constante para que no


dijéramos nada más sobre el crimen sin nombre.
El diario comunista La Tarde duplicó su circulación debido a su
valiente actitud. Solo en Lagunillas vendíamos diez mil ejemplares, lo
cual indujo a Maldonado a cerrarlo.
Después del incendió se hizo un censo de los sobrevivientes, quienes
recibieron unas casitas en Ciudad Ojeda, donde hoy viven docenas de
miles que no conocen el origen de este lugar.
Las décimas populares decían que la Mene Grande pretendió “apa-
gar” el incendio con una manguera que, en lugar de agua, lanzaba cho-
rros de gasolina.

Conferencia del PC colombiano en Bucaramanga


Asistí como delegado a una conferencia del Partido Comunista en
Bucaramanga. Conocí a Gilberto Vieira. Ni pensé que nos veríamos por
tantos años en la misma barricada, luchando por la misma causa y con-
tra los mismos enemigos externos e internos del movimiento comunista
mundial.
También llegó a Bucaramanga Gustavo Machado, quien vivía en
Bogotá. Inmediatamente se produjo un intenso y cordial intercambio de
opiniones y conversaciones.
No tenía idea de la elevada calidad de esta personalidad: atento, amis-
toso, solidario, sencillo.
En el transcurso de la conferencia me invitaron para una fotografía
con Lombardo Toledano, gran líder revolucionario de los trabajadores
mexicanos, y dirigentes colombianos.
Se mostraban atentos conmigo, aunque yo no le daba importancia a
la cortesía fraternal. Pensaba que su cordialidad se debía a su desconoci-
miento acerca de mi persona.
Pero era precisamente mi condición de dirigente obrero con arraigo
entre los trabajadores petroleros, hecho este que yo tomaba como una
cosa natural, lo que comunistas de mayor experiencia valoraban de modo
altamente positivo.
Volví a Bucaramanga invitado para el Congreso Nacional de los Sindi-
catos. Era presidente Alfonso López. Gaitán pronunció uno de esos dis-
cursos que lo harían famoso.

142
Jesús Faría

Hablaba en un teatro atestado de delegados y uno de estos soltó en


alta voz:
—Así es, estamos de acuerdo.
Gaitán lo oye y exclama:
—¡Y aunque no estuviéramos de acuerdo, así es!
Lo aplaudieron.
—¿Es que ni siquiera se podía estar de acuerdo con el líder? –pensé.
Después del mitin me preguntaron:
—¿Qué tal te pareció el discurso?
—Me pareció bien, pero lo que le dijo al obrero, en Venezuela nadie lo
habría dicho.
Todavía pasaría otra vez por esta agradable ciudad, rumbo a
Barrancabermeja.
Me habían invitado para el Congreso de Obreros Petroleros, del cual
saldría la Central Sindical Petrolera de Colombia.
Ambiente proletario cien por ciento.
Me pasaba los ratos libres frente al enorme río. Estaba de orilla a ori-
lla. ¡Cuánta agua carga este río!
—¿Y el Orinoco? –me preguntaron.
—No lo conozco –respondí.
—¿Así que te resultó más fácil conocer al lejano Magdalena?
Así había sido, pero algún día conocería al “río de la libertad” y otros
grandes ríos del mundo. Cada río contemplado con atención suelta la fan-
tasía. Los ríos son como seres vivos de complejísima estructura y con un
destino fatal.
Los obreros me alojaron en el mejor hotel y me aprovecharon en la
redacción de los Estatutos y del Acta Constitutiva de la Central.
Los caminos que comunicaban a este campo petrolero con las ciuda-
des eran infernales, inclusive para mí que conocía los de Venezuela.
Hice amistad con los dirigentes de la nueva Central y, terminado el
Congreso, regresé siempre en incómodos y lentos camiones de pasajeros.
Eran viajes de siete y ocho días en una misma dirección.

143
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Isaías Medina Angarita llega al poder


En 1941 el presidente López presentó la candidatura de su ministro de
Guerra y Marina, Isaías Medina Angarita, como candidato para ocupar
la primera magistratura nacional.
Antes de la elección presidencial se reunió la III Conferencia Nacio-
nal del PCV. Conjuntamente con el resto de las izquierdas presentamos
la candidatura simbólica de don Rómulo Gallegos, escritor de renombre
nacional.
En dicho pleno se pusieron en evidencia nuevos brotes fraccionales
encabezados por viejos fraccionalistas. Fue necesario expulsar algunos.
Otros fueron excluidos de todo cargo de dirección.
“Nereo” había sido descubierto como agente de la policía y expulsado.
Pero no todo apuntaba a la cohesión del Partido. Cuando ya no había
represión llegó Ricardo Martínez, un político maniobrero que fue coop-
tado para el Buró Político. También retornó Peralta.
Volví a El Mene cuando los nazis bombardeaban ciudades inglesas.
Propuse a la Asamblea Sindical la lucha contra el fascismo. Fue apro-
bado, pero viejos amigos, a quienes vendía el agua a locha la lata, me
decían:
—Estamos de acuerdo con vos en todo, menos en la defensa de
Inglaterra... Entre Alemania y los ingleses somos partidarios de los
alemanes.
¡Si los nazis lo hubieran sabido!
En El Mene se sentía el sistema colonial británico en toda su misera-
ble podredumbre. Incluso, gente tan conservadora como los comercian-
tes eran anticolonialistas.
El gobierno de Medina Angarita empezó en abril de 1941 y procedió
a introducir algunos cambios en el tren administrativo, lentos cambios
por cierto.
El PCV había tenido una actitud acusadora contra este ministro de
Guerra y Marina. De él se decía que era profascista. Sin embargo, la corre-
lación de fuerzas en el mundo, sobre todo a partir de diciembre de 1941,
cuando los japoneses atacaron las bases militares yanquis en el Pacífico,
no era propicia en Venezuela para los partidarios del nazifascismo.

144
Jesús Faría

Durante el quinquenio de Medina Angarita se establecieron relacio-


nes diplomáticas entre Venezuela y la Unión Soviética, lo cual constituyó
un suceso importante.
Aparecieron publicaciones importantes en la lucha contra el fascismo.
El diario Últimas Noticias, el semanario político-humorístico El Morrocoy
Azul, de enorme circulación, dirigidos por intelectuales comunistas y sus
amigos entre las personas del gremio, además del semanario del PCV.
Aquí Está, que jugó un importante rol en la organización del Partido a
escala nacional, tomaron en sus manos las banderas de la solidaridad
con los pueblos de Europa que resistían a la barbarie nazi, destacando
los éxitos de la Resistencia y los avances de la Unión Soviética en la Gran
Guerra Patria.
Durante los últimos cinco meses de 1941 supimos más cosas de la
Unión Soviética y del Partido Comunista bolchevique que durante los
anteriores veintitrés años de poder soviético.
Creció el PCV y los comunistas aumentaron su influencia en el movi-
miento sindical, donde controlaban la mayoría de las organizaciones
obreras y, sobre todo, las más poderosas.
El PCV forjó respiraderos legales: en Maracaibo la Liga de Unifica-
ción, y en Caracas Unión Municipal.
Sin embargo, dirigentes más experimentados no supieron pulsar en
su momento los cambios que se iban produciendo en el seno de las Fuer-
zas Armadas. Se confiaba, al parecer, en un curso normal, sin obstáculos
ni emboscadas, hacia una democratización paulatina, un lento proceso
de otorgamiento de los derechos políticos a nuestro pueblo.
Tampoco se supo ponderar debidamente, como veremos más adelan-
te, la posición del Partido frente al gobierno de Medina.
Para el 18 de noviembre de 1942 había un mitin en Maracaibo, donde
hablaría el presidente Medina y otros oradores.
Yo leería un discurso preparado por el Secretariado Nacional del Par-
tido, relacionado con la Guerra Mundial y cómo ayudar a la causa aliada.
Medina había hablado de primero y cuando terminé mi discurso se
levantó como un energúmeno, tomó los micrófonos y me insultó. Estaba
borracho.

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MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Los ministros del régimen solicitaron solidaridad para el presidente


y todo lo que pudieran contra mí. Consiguieron ambas cosas en Acción
Democrática, en el Zulia, pero fueron rechazados por la otra izquierda.
A este incidente siguió una polémica en la que el presidente no tenía
razón y, finalmente, el propio Medina pidió suspenderla, pero no sin que
antes Uslar Pietri, el cerebro detrás del trono, atizara una bestial campa-
ña contra mí, que era el líder comunista de los obreros petroleros. Como
parte de esta campaña ordenó la publicación de infamias en mí contra en
ocho columnas del diario oficial El Tiempo.
Asimismo, se ordenó a las oficinas del trabajo que no se permitiera mi
entrada. Y cuando se tenía que mantener relaciones con los sindicalistas,
yo era excluido por orden superior. El ministro Héctor Cuenca también
intrigaba contra Jesús Faría, presidente de la Central Sindical Petrolera.
Sin embargo, en la medida en que la Unión Soviética avanzaba en
una contienda bélica sin paralelos en la historia militar, el Gobierno de
Venezuela, como los de otros países, aceptó establecer relaciones diplo-
máticas con la Unión Soviética y tolerar en los hechos una cierta activi-
dad de los comunistas.

1943. ¿Fin de las concesiones petroleras?


Al general Medina se le presentó la oportunidad de rescatar para
Venezuela la industria petrolera. Sin embargo, prefirió renunciar a ellas
y prorrogó las concesiones por cuarenta años más. Esta miopía política,
esta falta de patriotismo, cuando la situación internacional y nacional le
eran propicias, arruinó, en mi opinión, el porvenir de la clase social que
gobernaba con Medina.
La Dirección Nacional del PCV se equivocó al dar apoyo político –no
teníamos parlamentarios– a esta prórroga de las concesiones. En Puerto
La Cruz leí la declaración del Buró Político del PCV, donde tomaba posi-
ción al respecto. Contrariado, la comenté con los dirigentes de aquella
zona. No teníamos nada que ganar y sí algo que perder con aquella inne-
cesaria solidaridad, producto de una política conformista impuesta por
Ricardo Martínez, Eduardo Machado y Juan Fuenmayor a la base del
Partido, así como por otros dirigentes palaciegos de la Unión Popular
Venezolana.

146
Jesús Faría

Yo formaba parte de la Dirección del PCV, pero siempre estuve en des-


acuerdo con la consigna de “con Medina contra la reacción”, que diluía el
carácter clasista y revolucionario de nuestro partido.
Durante este período el PCV cometió errores seguidistas, presiona-
do por Martínez, Eduardo Machado y Fuenmayor, en funesta emulación
para ver quién se anotaba mejores puntos con los oligarcas de Miraflores.
Estos personajes fingían combatirse, pero en el fondo coincidían en su
política derechista, no comunista. Todo ello ocurría a pesar de la política
anticomunista del Gobierno en los sindicatos y sus posiciones entreguis-
tas en materia petrolera.
Martínez y E. Machado nos abrumaban con historias interminables
sobre su amistad con dirigentes del comunismo mundial. Se disputaban
la confianza de Browder, jefe comunista norteamericano. Probablemente
habían tenido buenas relaciones con estos camaradas, pero no aprendie-
ron nada bueno.
Años más tarde, estos personajes terminaron siendo aliados contra
el PCV. Grandes habladores, pero nulos en el trabajo de construcción
del Partido. Martínez, según decían, había viajado por todo el mundo
en misiones comunistas, pero nunca estuvo preso. En cambio, miles de
obreros, campesinos y estudiantes eran clientes fijos de las prisiones, sin
haber salido de su país natal.
En cuanto a Eduardo Machado, sí estuvo preso en el Cuartel San Carlos
bajo el gobierno adeco, pero el hombre firmó un escrito a sus carceleros
para salir en libertad.
A mediados de los cuarenta, la polémica interna giraba aún en torno a
lo que habíamos resuelto en la I Conferencia, en el año 1937. Había fuer-
zas considerables que preferían un partido legal, no comunista, como le
gustaba a Browder –y más tarde a muchos otros–, en lugar del Partido
Comunista.
—¿Para qué tener dos partidos? –se preguntaban con fementida inge-
nuidad. Y aunque no lograron liquidar del todo al PCV, sí causaron daños
en su desarrollo, desviando tareas y relajando la disciplina comunista.
Se pedía volver a lo que había sido el PRP en 1936, pero “mejorado con la
experiencia, evitando los errores del pasado”.
Lograron desde el partido legal, lo que no podían lograr desde el
PCV clandestino: una alianza sin principios con el Partido Democrático

147
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Venezolano, marchar a la cola de la burguesía, debilitar la lucha de cla-


ses, apartarse de las tareas organizativas de la clase obrera.
Como los autores de estas teorías eran políticos experimentados y los
obreros todavía no habían logrado un alto nivel ideológico, conquistaban
victorias contra el comunismo en nombre del comunismo.
Esgrimiendo los peligros de la “reacción” contra Medina, se oponían
y bloqueaban las críticas que se le hacían al Gobierno.
Esto era aún más insólito, si se considera que los comunistas son los
críticos más fuertes contra sus propios dirigentes, cuando estos incu-
rren en errores. A pesar de ello, no se permitían críticas al gobierno de
Medina.

El golpe a los sindicatos “rojos”


En marzo de 1944 convocamos el Congreso Nacional de Trabajado-
res. Los objetivos del Congreso consistían en establecer una estructura
nacional unitaria para el movimiento sindical, así como dotarlo de una
plataforma programática y una dirección a nivel nacional.
El evento lo instalamos con una extraordinaria concentración en
el Nuevo Circo de Caracas. Tomaron la palabra Andrés Eloy Blanco; el
ministro del Trabajo y Comunicaciones, doctor Julio Diez; el dirigente
zapatero de AD, Ramón Quijada; y yo, como presidente del Congreso. La
clausura del acto estuvo a cargo de Lombardo Toledano, presidente de la
Confederación de Trabajadores de América Latina, CTAL, quien como de
costumbre pronunció un brillante discurso.
Instalado el Congreso, seguimos nuestras labores en el Teatro Nacional.
La inmensa mayoría de los sindicatos estaba encabezada por los comu-
nistas. La fracción sindical de AD tenía menos del 30% de los delegados.
Ante su posición incuestionablemente minoritaria montaron una provo-
cación. En el transcurso de los debates Ramón Quijada, siguiendo ins-
trucciones de Rómulo Betancourt, denunció el evento como comunista
y le dio argumentos al gobierno para actuar basado en el inciso VI de la
Constitución, que condenaba la actividad comunista.
Con una extraordinaria coordinación, las autoridades procedieron a
clausurar el Congreso atendiendo la denuncia hecha por AD, poniendo

148
Jesús Faría

fuera de la ley a tres centrales sindicales y más de noventa poderosos


sindicatos, en cuyas directivas predominaban los comunistas.
Esto hizo nuestro “aliado”, el presidente Medina.
Con aliados como estos del PDV, ¿para qué necesitamos enemigos?, se
podría preguntar.
Cuando Laureano Vallenilla, gobernador encargado del Distrito Federal,
me llamó para darme explicaciones, lo insulté en presencia de sus espal-
deros y secretaria. Pudo haberme matado, pero le faltó valentía.
En 1952, cuando llegó otra vez al poder de la mano de Pérez Jiménez,
me encontró en la prisión y aprovechó para vengarse.
La noche de la ilegalización de nuestros sindicatos llegó el inspector
Nacional del Trabajo a las oficinas de la Unión Sindical Petrolera a recla-
mar la lista de los afiliados a los sindicatos. Iba solo y también yo estaba
solo.
Encolerizado, tomé una silla metálica para romperle la crisma a este
miserable, pero el hombre, en lugar de usar el revólver, echó a correr dan-
do gritos. En menos de cuatro horas hice cosas que nunca pensé hacer. Me
sentía golpeado y, además, estaba furioso contra la política del Partido.
Algo así no lo había hecho ni López contra los comunistas.
Para discutir esta difícil situación habían citado para una reunión en
una oficina del partido Unión Popular, antes Unión Municipal.
Estaban presentes: Juan B. Fuenmayor, Gustavo Machado, Ricardo
Martínez, Rodolfo Quintero, Salvador de la Plaza, Luis Torres Nava,
otros tres, cuyos nombres no preciso, y yo.
Intervino de primero Ricardo Martínez para decir que a Medina no
le había quedado otro camino, que debíamos comprenderlo y asimilar
la enseñanza. ¡¡¡Era necesario ayudar a Medina disolviendo el Partido
Comunista!!!
Llorando de ira, dije:
—¡Yo no acepto disolver el Partido! Si ustedes lo ordenan, yo seguiré
construyendo el Partido porque es lo único que tengo.
Esa fue la síntesis. Lo otro fueron injurias contra el Gobierno y pena
por la ilegalización de los sindicatos.
—Está bien, no te pongas así –murmuró Ricardo.
Me levanté y todos se dispersaron sin comentar ni discutir nada.

149
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Así nació y murió la traidora tentativa fabricada en Miraflores para


disolver al Partido Comunista.
Rápido me trasladé al Zulia y emprendí una febril actividad de expli-
cación de la situación.
Habíamos perdido todo. El Gobierno se quedaba con el dinero que
teníamos en los bancos, con los edificios, muebles y útiles de oficinas.
Debíamos empezar desde cero, lo mismo que en diciembre de 1935,
pero ahora Acción Democrática, protegida por el Gobierno, constituía
sindicatos anticomunistas.
Ellos tenían luz verde para avanzar, mientras nosotros tropezaríamos
con mil trabas “legales”, aparte de la hostilidad de las autoridades.
Los documentos para legalizar nuevos sindicatos serían engavetados
hasta la caída del Gobierno en octubre de 1945.
Las nuevas autoridades del trabajo, tan anticomunistas como las
otras, no legalizaban los “sindicatos rojos” por orden de la embajada yan-
qui en Caracas.
Así inauguraba AD un triste capítulo en la historia del movimiento
sindical venezolano, caracterizado por el paralelismo sindical y el domi-
nio sectario de los sindicatos por parte de fracciones políticas, que en
aquel entonces eran minoritarias en el movimiento obrero.
En medio de esta crisis se descubrió que un comunista había dispues-
to de un dinero perteneciente a trabajadores afiliados al sindicato.
Lo expulsamos, aunque el hombre entregó títulos de una propiedad
suya para venderla y pagar.
Por otra parte, ya desde fines de 1943 (IV Pleno del Comité Central) se
notaba un repunte de quienes habían sido derrotados en la I Conferencia
con la decisión de construir el partido de la clase obrera.
Desde la IV Conferencia Nacional del PCV, primavera de 1944, hasta
el V Pleno del Comité Central, varios meses más tarde, eran ostensibles
los reacomodos internos y una fuerte tendencia al seguidismo a la cola del
partido de Gobierno. Aunque algunos lo negaban de palabra, los hechos
eran de una elocuencia abrumadora. Destacados dirigentes del Partido
se esforzaban al máximo para ver quién era más “unitario con Medina y
contra la reacción”, con el pretexto de que tal política era indispensable
para asegurar la victoria de la Unión Soviética. A ese extremo llegaron.

150
Jesús Faría

En la IV Conferencia hubo un viraje insospechado de personas como


Fuenmayor hacia un partido legal de los comunistas, pero no comunista.
Esta tentativa era gratísima a Miraflores porque eliminaba al ilegal Par-
tido Comunista.
Fuenmayor, secretario general del PCV, habló de Unión Popular
Socialista, producto de la “fusión” de Unión Popular Venezolana y Parti-
do Comunista de Venezuela.
Los comunistas pasaban a militar en Unión Popular sin tener que
observar la disciplina comunista. Esto era idea de intelectuales revolu-
cionarios. Cuando sus puntos de vista triunfan en el Partido Comunista,
son comunistas 100%. Cuando son derrotados, mantienen sus divergen-
cias y se atrincheran detrás de estas.
En Unión Popular estaban dirigentes comunistas destacados. Sin
embargo, en ese partido se prohibía hablar de socialismo.
En la IV Conferencia del Partido Comunista la proposición de “Rolito”
de disolver al Partido Comunista tomó formas prácticas y obtuvo apoyo
mayoritario. Allí mismo se elaboró una lista de diez mandamientos que,
de haberse aplicado, hubieran puesto fin al Partido Comunista. Entre las
medidas liquidacionistas adoptadas figuraban la prohibición de hablar
sobre el socialismo en la UPV, disolución de las células y sustitución por
asambleas, desaparición del CR del Distrito Federal, cotización exclusi-
vamente en la UPV, establecimiento del derecho de los comunistas a plan-
tear posiciones en el seno de UPV diferentes a la línea del PCV, etcétera.
En el Distrito Federal y otras tres entidades, donde el colectivo del
PCV amplió las resoluciones de la IV Conferencia, este partido quedó
en la carraplana. En otros comités regionales del PCV aplicaron la vieja
política de: “Se acata, pero no se cumple”, sin llegar a enfrentamientos.
Esta cautela resultó a la postre lo más razonable, pues si lo que se
buscaba era un “respiradero legal” para los comunistas, no teníamos por
qué abandonar el PCV, sino legalizarlo, romper la clandestinidad para
dar a conocer las ideas redentoras del marxismo-leninismo, el programa
del Partido.
En el seno de Unión Popular engendraron un llamado “buró negro”,
encabezado por Pompeyo Márquez, destinado a difundir en las organi-
zaciones del PCV en Caracas las ideas liquidadoras, utilizando para ello
toda clase de falacias.

151
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

La “unidad” lograda en torno a los acuerdos de la IV Conferencia era


solo aparente. Lo mismo ocurría en el seno de la Dirección del PCV, pese
a la intención sinceramente unitaria de Gustavo Machado.
Al poco tiempo se notaba una seria crisis entre los comunistas: por
una parte, quienes defendíamos la existencia del PCV, tal como lo había-
mos aprobado en la I Conferencia. Por otro lado, los partidarios de UPV,
no solo como respiradero legal, sino como un PC sin comunismo. Un ter-
cer grupo más reducido se autodenominó Grupo No.

1944. Congreso de la CTAL en Cali


Me encontraba en Caripito cuando llegó la orden de partir para Cali,
al Congreso de la Confederación de Trabajadores de América Latina
(CTAL).
Subí a uno de los incómodos camiones rumbo al oeste: El Tigre, Santa
María, El Sombrero, San Juan, Caracas, Barquisimeto, Valera, Mérida,
San Cristóbal, Cúcuta, Chitagá, Bogotá y Cali. Dos semanas completas
de penoso rodar por caminos de recuas. Había visitado Colombia por los
santanderes. Ahora me internaba por la llanura santafereña, el majes-
tuoso valle del Cauca, lugares de impresionante hermosura.
Al Congreso de la CTAL en Cali fuimos numerosos delegados de
Venezuela, pero divididos. Lombardo Toledano, hábil negociador y vete-
rano de conflictos intersindicales, encontró la manera de evitar estalli-
dos y el modo de que todos pudiéramos participar.
Estuvo presente un delegado minero inglés, comunista, cuya inter-
vención causó profundo impacto, al explicar la lucha contra el fascismo
en Gran Bretaña y el rol que jugaron en esta los obreros británicos.
La guerra estaba por terminar y los trabajadores del mundo se mos-
traban animosos y felices por las brillantes victorias que sus hermanos de
clase habían conquistado en los campos de batalla de la Unión Soviética,
donde los invasores fascistas habían sufrido históricas derrotas.
Me llamó la atención positivamente la delegación ecuatoriana, enca-
bezada por el camarada Pedro Saad, la cual incluía indios combativos,
quienes hicieron buen papel en el Congreso.
En Bucaramanga había oído elogios para la calidad moral de sus
mujeres. En Cali los oí para la belleza de las suyas. Esto último, a dife-
rencia de lo primero, se podía constatar a simple vista.

152
Jesús Faría

Mis relaciones con los hermanos colombianos forjaron una fuerte y


durable amistad con numerosos camaradas de este país. La verdad es
que nunca me sentí extranjero en Colombia, sino todo lo contrario como
en mi patria.
Comparado este Congreso con el que se había reunido en México en
diciembre de 1941, cuando las hordas fascistas avanzaban sobre centros
de la Unión Soviética y en momentos en que los militaristas japoneses
habían dado un sorpresivo primer golpe a los norteamericanos en el
Pacífico, ¡cuánta diferencia!
En aquella oportunidad solo los comunistas y otras fuerzas revolucio-
narias teníamos seguridad en la victoria final.
Ahora, hasta los propios fascistas estaban convencidos de su derrota
final.
Todavía era tremenda la guerra, pero un final victorioso para la huma-
nidad sobre el fascismo era solo cuestión de tiempo.
La CTAL impartió una línea justa para los trabajadores de la América
Latina sobre la base de trabajar por la victoria de las Naciones Unidas.
Fue aprobada por unanimidad.
¡Todo para la victoria!
Con esta consigna retornamos a nuestros respectivos centros de acti-
vidad. Después de la guerra hemos sido criticados por esta política en el
frente obrero, donde la codicia patronal se aprovechó de una coyuntura
internacional para aumentar sus riquezas. Sin embargo, no podíamos
hacer otra cosa. Los explotadores están bien bajo un régimen fascista,
como lo están bajo el régimen democrático-burgués, pero los obreros no.
Bajo el fascismo, los trabajadores son, además de esclavos asalaria-
dos, hombres sin derechos políticos y sujetos a la más sanguinaria repre-
sión. Bajo la democracia burguesa, pese a las limitaciones, disfrutamos
de derechos de organización y manifestación conquistados mediante lar-
gas y tortuosas luchas, y las relaciones son mucho más civilizadas.
Así, pues, no son exactamente iguales democracia burguesa y fascis-
mo. Hay algunas diferencias.
Además, no fueron las democracias burguesas quienes llevaron el
peso principal de la lucha contra el fascismo, sino la Unión Soviética,
la patria del socialismo, donde la clase obrera y los campesinos pobres
implantaron un régimen nuevo, justiciero y profundamente humano.

153
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Los trabajadores no podíamos realizar ninguna actividad que pudiera


ser aprovechada en alguna forma por el nazifascismo internacional. Se
trataba de una tregua temporal, la cual fue aprovechada plenamente por
la voracidad patronal.
Sin embargo, muchos críticos de las organizaciones sindicales, pasa-
da la guerra, nada hicieron por combatir a los patronos, sino que se inte-
graron al sistema de los explotadores.

La división del PCV en 1945


En la primavera de 1945 se reunió el VI Pleno del Comité Central, pero
cinco prominentes miembros se negaron a concurrir. Cuatro de estos
eran miembros del BP conformado por un total de nueve camaradas.
La cuarta reunión del comité central no fue plenaria, aunque sí mayo-
ritaria, pues se contó con la asistencia de trece principales de un total de
veintiuno.
Pero las resoluciones de este organismo no serían reconocidas por el
grupo que se apoyaba en Unión Popular, ni tampoco por el Grupo No.
El Partido se había dividido.
A mediados de 1945 se pidió la legalización del PCV. Lo hizo el Comité
Central que había realizado el VI Pleno. Además, los miembros del CC del
PCV renunciaron a Unión Popular Venezolana. Luego lo harían, a otros
niveles, los que seguían al Partido Comunista de Venezuela.
Ahora se podía observar una situación extraña. Mientras que los
comunistas de los tres grupos sostenían una política de unidad con el
partido de Gobierno, con el cual habían participado en elecciones victo-
riosas en 1944, entre nosotros no solo reinaba la división sino, más aún,
el enfrentamiento.
Este era un escenario ideal para la burguesía. Gozar del apoyo de los
comunistas y, simultáneamente, mantenerlos divididos, incapaces de
asumir exitosamente su misión de dirección de la clase obrera.
En materia electoral, se notaba una animada actividad por parte de
los seguidores del expresidente López, AD y el Gobierno, con sus respec-
tivos candidatos: López, Escalante y Biaggini, este último escogido “a
dedo” por Medina.

154
Jesús Faría

Escalante, embajador en Washington, enloqueció y dejó sin candidato


a los betancouristas, produciendo un viraje inesperado en los aconteci-
mientos políticos del país.
Los adecos, como sería su costumbre en adelante, asumirían posi-
ciones francamente golpistas ante las adversidades y sellarían alianzas
sin principios, por las que tendríamos que pagar todos más tarde un alto
precio.

Fin de la Gran Guerra Patria


En mayo de 1945 terminó la Segunda Guerra Mundial con la victo-
ria de la coalición antifascista. La Unión Soviética había contribuido de
manera decisiva a la histórica victoria contra el enemigo mortal de la
humanidad: el nazifascismo.
El Ejército Rojo había destruido al fascismo hasta en su propia guari-
da en Berlín, donde ahora ondeaba la roja bandera de la hoz y el martillo.
La humanidad se mostraba agradecida con el pueblo soviético que,
bajo el fuego de una guerra de agresión y bandalismo de inaudita cruel-
dad contra la Unión Soviética, había entregado veinte millones de vidas
humanas, decenas de millones de heridos y habían visto la destrucción
de más de 1.700 de sus ciudades, así como decenas de miles de pueblos,
fábricas y minas para librarnos de la esclavitud fascista.
En Lagunillas vivía la familia Bromberg, bielorrusa. Tenía dos hijos.
La madre tenía una cafetería donde tomábamos el desayuno. Durante
la guerra esta señora sufrió mucho. El avance de los fascistas en 1941 la
ponía a temblar:
—Yo sé lo que es la guerra –decía.
Yo trataba de tranquilizarla. Tenía una seguridad absoluta en la victo-
ria final. ¿Por qué? No se lo podía explicar.
—Las cosas van a cambiar –le decía a mis amigos y camaradas.
El fascismo será derrotado, había dicho Stalin, y si lo decía Stalin era
porque el PCUS tenía planes bien concebidos que pondría en práctica.
Además, si los soviéticos habían triunfado en la guerra contra los catorce
Estados invasores en 1918-1921 ¡cómo no iban a vencer ahora! Esa era mi
reflexión.
Inclusive, si no abren el Segundo Frente también derrotarán los sovié-
ticos a los fascistas.

155
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Oía con atención los partes de guerra, las declaraciones del Gobierno
soviético. Eran mis fuentes de inspiración. En aquellos mensajes no se
menospreciaba al enemigo, pero no había ni sombra de duda en cuanto a
la victoria final.
El desenlace de la batalla de Moscú era de una elocuencia estimu-
lante. Lo habían sido también las batallas anteriores, donde los sovié-
ticos resistieron en condiciones de inferioridad abrumadora. En el caso
de Moscú, la amenaza de esclavización se había situado a las puertas de
la ciudad. Las tropas desfilaban en la Plaza Roja ante los dirigentes del
Partido bolchevique y el Estado soviético, encabezados por Stalin, para
dirigirse al frente. Allí, en las puertas de Moscú, detuvieron a una maqui-
naria bélica que se había apoderado de Europa sin la menor resistencia.
Ahora, el Ejército Rojo le propinaba su primera gran derrota de la guerra.
Una cosa muy particular en la historia de las guerras se presentó en
numerosas ocasiones en la defensa del territorio soviético. Pequeños gru-
pos de militares soviéticos quedaban cercados por completo y sin posibi-
lidades de recibir recursos. Se debatían ante la disyuntiva de rendición o
morir combatiendo. Pues bien, los soldados y oficiales soviéticos optaban
por continuar el combate hasta el último hombre.
Después vino la victoria de Stalingrado. A partir de ese momento casi
todos se pasaron para el bando de los optimistas. Se había producido un
viraje definitivo en la dinámica de la guerra. Los soviéticos habían some-
tido a las tropas de élites del Ejército invasor e iniciaban una ofensiva que
finalizaría en el corazón de la Alemania nazi, en Berlín.
Y en cuanto a la ruptura del cerco de Leningrado, después de más de
novecientos días de brutal bloqueo, sin víveres, combustibles ni medici-
nas, lo celebramos con infinita alegría.
La Gran Guerra Patria del pueblo soviético avanzaba a paso seguro
hacia la victoria final. Hasta que, por fin, un día llegó la noticia. ¡Los terri-
torios de la Unión Soviética han sido limpiados de invasores fascistas!
Los ejércitos soviéticos avanzaron y ayudaron sucesivamente a los
pueblos de Finlandia, Polonia, Rumania, Hungría, Bulgaria, Yugoslavia,
Checoslovaquia, Albania y lo que hoy es la República Democrática
Alemana. En estos países los patriotas, encabezados por los comunistas,
se levantaban en armas para ayudar al Ejército Rojo.

156
Jesús Faría

En todos estos países los comunistas constituían el núcleo principal


de la resistencia, lo mismo que en Francia, Italia, Grecia, China, Corea e
Indochina.
En los países liberados se formaron gobiernos de unidad antifascista
y, en algunos de ellos, participaron los comunistas.
Los comunistas italianos le habían puesto la mano a Mussolini y su
Estado Mayor.
En la liberación de París se destacaron por su organización y heroís-
mo los guerrilleros comandados por el Partido Comunista de Francia.
Cuarenta mil comunistas franceses fueron fusilados por los invasores
hitlerianos.
También, los camaradas españoles jugaron un importante papel en la
resistencia armada en el interior de Francia.
El Ejército alemán invasor había sido triturado por los ejércitos sovié-
ticos. Cumpliendo compromisos secretos contraídos con Estados Unidos
y Gran Bretaña, la Unión Soviética declaró la guerra al Japón militarista
y avanzó sobre Manchuria, donde estaban las fuerzas de élite de los japo-
neses, atrincheradas en fortalezas que parecían invulnerables.
El avance de los ejércitos soviéticos resultó irresistible para los japo-
neses. La parte más importante de China fue liberada y entregada al
movimiento comunista chino en armas, lo mismo que la parte norte de
Corea, donde también los patriotas combatían con las armas a los ocu-
pantes. Al derrumbe final de los japoneses ayudó la resistencia de los
patriotas vietnamitas, dirigidos por Ho Chi-Minh.
Estas victorias repercutían profundamente en los pueblos del mundo,
le abrían los ojos a millones de obreros y campesinos para mostrarles que
era posible vencer cuando se luchaba con decisión revolucionaria.
El mundo colonial, fuente de riquezas de potencias como Gran Bretaña,
Francia y Japón, culminaba su batallar de siglos, su lucha por la inde-
pendencia nacional. Pueblos tan numerosos como el hindú, el chino, el
indonesio y otros rompieron las cadenas del colonialismo.
El sistema colonial se fue desgajando progresivamente hasta quedar
totalmente desintegrado.
Éramos testigos de históricos cambios. Una nueva era se abría para
la humanidad.

157
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Desde comienzos de los años treinta, países capitalistas como Gran


Bretaña, Francia, Japón, China, Polonia y otros, estimularon sistemáti-
camente el poderío militar y la “doctrina” de feroz anticomunismo de los
hitlerianos y de los fascistas en Italia, pensando en una guerra “limitada”
contra la Unión Soviética. Pero el resultado fue otro. La guerra los absor-
bió a ellos también con saldo trágico.
De esta manera, una guerra que se inició bajo los pérfidos planes
imperialistas de empujar a Hitler contra el poder soviético, se tornó a la
larga en el derrumbe del mundo colonial bajo los impactos del poderío
militar y de la diplomacia de la Unión Soviética.
Cuando Stalin leyó el informe del Comité Central al Congreso del
PC(b) de la Unión Soviética en 1931, dijo que si la Unión Soviética no
ponía en tensión todas sus energías para cumplir los dos próximos pla-
nes quinquenales, la Unión Soviética sería aplastada por el fascismo y el
imperialismo.
Y exactamente a los diez años llegó la invasión fascista con su pavoro-
sa carga de muerte y destrucción.
La victoria contra la bestia fascista y el militarismo japonés fue el
resultado del heroísmo del Ejército Rojo, la valerosa dirección del Parti-
do de Lenin, la audacia de la diplomacia soviética, la colosal resistencia
del pueblo soviético que no dudó en respaldar al sistema socialista, el
abnegado trabajo de la retaguardia, el creciente arrojo del movimiento
guerrillero y los movimientos de resistencia en los países ocupados por
las hordas hitlerianas y el aporte de Gran Bretaña y Estados Unidos.
¿Cómo había sido posible unir a gobiernos tan disímiles como los de
Gran Bretaña y la Unión Soviética, tan enfrentados como habían estado
durante años?
Ciertamente, esta “Alianza increíble” cuajó bajo la presión de los pue-
blos y, básicamente, bajo la presión de un enemigo común, porque la vida
–y ciertas guerras– son más persuasivas que los esquemas antisoviéticos
tan acariciados por los políticos dispuestos a “matar la criatura en la mis-
ma cuna...”.
Esta victoria del valor, la técnica y la ciencia militar de los soviéticos
tuvo una importancia tan universal para el futuro desarrollo de la huma-
nidad por la vía del progreso social, que es solo comparable con la victoria

158
Jesús Faría

de la gran Revolución Socialista de Octubre, los dos acontecimientos de


mayor importancia de este siglo.
Millones de nuestros compatriotas o estaban muy niños en 1941 o
han leído poco de esta guerra, la más destructiva de todas cuantas ha
padecido la humanidad. Por ello, no creo que sea superfluo referirse a
estos acontecimientos que cambiaron el curso del siglo XX y la imagen
del mundo, pues impusieron a la posguerra una orientación que nunca
estuvo en los planes de los agresores fascistas ni tampoco en los aliados
de la Unión Soviética. El “sueño” de los gobernantes británicos y nor-
teamericanos tenía prefijado un despertar distinto: unas posguerras con
Alemania y la Unión Soviética destruidas, impotentes para ponerse en
pie, obligadas a aceptar los hechos, con las potencias anglosajonas victo-
riosas imponiendo condiciones a enemigos y aliados por igual. El resul-
tado de la guerra constituyó una verdadera lección para ellos.

El Tigre y Paraguaná
Entre tanto, en Venezuela los comunistas profundizaban su división.
Por cierto, en este ambiente de divisiones se presentó una situación curio-
sa. El grupo que tenía a Unión Popular fundaba el Partido Comunista de
Venezuela “Unitario”. Apareció también un semanario de este partido
denominado Unidad.
Muy característico en esta gente era presumir, precisamente, de lo
que carecían: de unidad y de un partido comunista. Es característico
alardear de lo que se carece.
Para nosotros, los del Partido Comunista de Venezuela en el frente
sindical, ahora la pelea era contra los de AD y contra los del PCVU. No
era fácil el trabajo, pero avanzábamos. Aunque no se había impartido la
legalización a los sindicatos “rojos”, estos actuaban con fuerza de masas.
En El Tigre, nuevo centro petrolero en el oriente del país, me tocó diri-
gir una huelga petrolera local. Obtuvimos una importante victoria: ¡dos
bolívares de aumento para los obreros petroleros en toda Venezuela!, así
como otras conquistas. Era un resultado mejor que el de 1937. Más aún,
era lo mejor que había logrado el movimiento sindical en sus luchas.
Terminado el conflicto huelgario de El Tigre viajé a Lagunillas, donde
ganamos otra huelga local.

159
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

A fines de agosto de 1945 me llegó una invitación telegráfica de


los obreros petroleros de Paraguaná para que fuera a organizarles el
sindicato.
La asamblea votó por darme el valor del pasaje y salí en un pequeño
avión desde Maracaibo.
—No nos hable de su comunismo –me plantearon los obreros.
— Bien, pero si hablan en contra del comunismo, me defiendo.
Algunos de la Marina petrolera me conocían y eran quienes me habían
recomendado. Me explicaron:
—Hemos invitado a otros, pero no quisieron venir.
Hicimos el plan y actuaríamos en forma discreta. Muchos obreros
temían perder sus empleos.
Había que llenar una serie de requisitos “legales” por ante las autori-
dades civiles y del trabajo en Coro y Caracas. Lo hicimos.
Aparecieron las presiones.
—Ese es comunista –decían.
—¿Usted sabe en lo que se está metiendo? –me increpaban.
Por último me encarcelaron.
Le participaron a Caracas, donde Ernesto Silva Tellería obtuvo mi
libertad.
Las condiciones de vida y laborales de los obreros que echaban las
bases para las refinerías de Cardón y Amuay (Shell y Creole, respectiva-
mente) eran iguales a las que padecíamos cuando Gómez nos tiranizaba.
Empecé una actividad organizativa con resultados sorprendentes. En
pocos días miles de obreros se habían inscrito en el sindicato y se logra-
ron las primeras victorias.
Por fin, el día 9 de septiembre se constituyó el sindicato. La instala-
ción fue un éxito. Casi todos los fundadores habían sido obreros de la
Mene Grande.

Viaje por Europa


Por aquellos días en Caracas habían designado la representación
obrera para asistir a la OIT, que se reuniría en París a fines de octubre:
Olivo, delegado; consejeros: Campos y Faría.

160
Jesús Faría

Iría a Europa, pasando por Estados Unidos, con pasaporte diplomá-


tico. Debía salir pronto para asistir a la constitución de la Federación
Sindical Mundial, días antes de la reunión de la OIT en la misma ciudad.
El Gobierno dio dinero para pasajes y viáticos. Entregué una parte
al Buró Político y tomé el resto. Rolito, viajero experimentado, me dio
instrucciones: comprar ropa y abrigo, zapatos y maletas. Dar propinas.
¡El hijo de María Fulgencia dando propinas!
Vueltas que suele dar el mundo.
¡Si me vieran mis paisanos!
Pero antes de salir tuve problemas porque Washington me negaba la
visa. Reclamé airado en la Cancillería.
El funcionario oyó en silencio mi alegato:
—¡Es un pasaporte diplomático!
Hicieron el trámite y la visa llegó. Tomé avión para Miami. En el aero-
puerto me esperaba un funcionario del Departamento de Estado. Recha-
cé sus ofrecimientos de servicio de cortesía. Mi equipaje era una maleta
de cartón y mi ropa no era la de un diplomático.
Me hospedé en una casa de familia junto con un técnico petrolero que
viajaba en el mismo vuelo. Salimos por la ciudad y retornamos pasada la
media noche. Dormíamos profundo cuando empezaron a golpear furio-
samente nuestra puerta y a gritar.
No entendía nada y resolví llamar a mi compañero de habitación.
—¡Es que hay un incendio!
Estábamos cerca de unos depósitos de petróleo y los bomberos des-
alojaron todo aquel sector.
El viaje de Miami a Nueva York en tren fue tedioso, más de cuarenta
horas, pero tremendamente aleccionador. Fui testigo de la brutal discri-
minación racial existente en el “centro de la democracia occidental”.
¡En algunos estados existía un verdadero régimen de apartheid, todo
aparte para los negros! Incomprensible, inexplicable… A mí, al parecer,
me tomaban por blanco.
En un andén entré al vagón que me quedó en frente. Era para negros.
Entró la policía local y me ordenó salir.
—Esto es para negros –me increparon.
—Voy bien aquí. No tengo problemas con los negros –les respondí
tranquilo.

161
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

—Usted no los tendrá, pero nosotros sí. ¡Salga! –gritó uno de los
agentes.
Así, por las buenas...
En Nueva York recibimos el día 10 de octubre un telegrama inusitado:
“Ayer legalizaron al PCV”.
Después de quince años de actividad clandestina, por fin habían lega-
lizado al partido de la clase obrera.
Cómo sería eso de un partido comunista legal, me preguntaba.
En Nueva York me encontré perdido. Menos mal que Aurelio Four-
toul me esperaba. Me ayudó en todo, inclusive, a encontrar un puesto
en el Queen Elizabeth, buque grande y rápido. En pocos días llegamos a
Southampton, donde tomamos tren para Londres.
A bordo del Queen Elizabeth algunos compatriotas se alarmaron por
mi ignorancia sobre muchas cosas, inclusive de cómo comportarme en la
mesa o cómo discutir con burgueses.
Para mí lo único que servía en cada país eran los comunistas. Los
resultados de la guerra habían puesto a obreros en niveles que antes per-
tenecieron solo a los explotadores. Para algunos seríamos advenedizos,
pero habíamos aparecido para seguir jugando un rol importante en la
política mundial. Así sería.
Cuando llegamos a la embajada de Venezuela en Londres eran las tres
de la tarde, diez de la mañana del 18 de octubre de 1945 en Caracas. Una
persona, para quien llevaba una tarjeta de Miguel Otero, me dijo:
—Estalló una revuelta en Venezuela. Están peleando. ¿Qué opinas tú?
—Todo depende de lo que haga el Gobierno, si arman al pueblo, no
cae –le respondí.
Parecía tonto…
¿Cuándo se ha visto que los burgueses arman al pueblo?
¿Armar al pueblo?
¿Y quién lo desarma luego?
Razonamiento correcto.
Mejor es dejar las cosas entre burgueses.
¿Para qué incorporar a los explotados en querellas surgidas entre
explotadores? Medina y Uslar se entregaron.
Nos hospedamos en casa de familia. Se notaban los estragos de la
guerra en el desabastecimiento generalizado.

162
Jesús Faría

La noche del 19 de octubre entré –qué difícil resultó llegarle en medio


de aquella apretujada multitud– hacia New Haven para cruzar el canal,
vía Dieppe.
La noche del 20 llegué a París, ¿ciudad luz? ¡Ciudad a oscuras! Tuve
problemas con el equipaje y cuando hablé de taxi, se rieron.
Un hombre en su carretilla llevó las maletas hasta el Gran Hotel,
tomado por el Gobierno para los delegados de la OIT.
Al entrar me topé con Lombardo Toledano:
—¿Qué pasó, compañero?
—No pude llegar antes.
—Pos hoy terminó la reunión de la FSM.
Intercambiamos impresiones acerca de la naciente FSM y otros temas
de interés político. Toledano era un dirigente de excepcionales cualidades
y extraordinariamente solidario con sus hermanos de clase. También me
encontré con Lázaro Peña y otros de América Latina: Enrique Rodríguez,
Vargas Puebla, Pedro Saad.
En Francia se realizaron las primeras elecciones después de la guerra.
Emergió el Partido Comunista como la primera fuerza política del país.
Duclós nos explicó en español la situación política de su país y el signifi-
cado de la victoria del Partido Comunista de Francia.
Entrevista aleccionadora.
Obtuve los materiales de la FSM. Era una potencia. ¡Los trabajadores
de todo el mundo unidos!
El sueño de Marx y Engels.
Pero esta unidad duró pocos años. Las centrales sindicales de Gran
Bretaña y Estados Unidos abandonaron la FSM ya en 1947.
En cuanto a la reunión de la OIT, no fui consultado para nada.
En un receso Gustavo Quintero, delegado patronal, me invitó a
almorzar.
Su esposa Olga, al verme:
—¿Usted es Jesús Faría? ¡Pero usted no es comunista! Está muy bien
vestido.
—Luchamos para que todos los seres humanos puedan tener pan,
techo y ropa.
—Peleamos con Jesús en Venezuela. ¿Vamos a pelear también aquí?
Además, es nuestro invitado –intervino Gustavo.

163
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

El almuerzo transcurrió en ambiente cordial.


Durante una recepción ofrecida por la embajada de Venezuela en
París me topé con las esposas de los delegados. Allí informaban de un
tráfico llamado “bolsa negra”. Daban por un dólar tres veces más francos
que en los bancos. Alguien me dijo:
—No seas pendejo, deja tu comunismo y defiende tus churupos.
No participé en aquello.
Después volví por allí y me encontré con Marturet.
Me entregó copia de la declaración del PCV con motivo del cambio de
Gobierno. Me invitó a comer y me confesó:
—La delegación es más bien frívola. Tú eres el más serio. Trátame con
toda confianza si me necesitas. Luego me llevó al hotel en su automóvil.
Cuando salimos de Venezuela, Campos era delegado de los sindica-
tos inexistentes del medinismo, partido de Gobierno. Si el Gobierno no
hubiera caído, el embajador le habría dado un trato especial, pero con el
cambio, el mimado era Olivo, representante de los adecos. En la misma
situación de Campos se encontraba la delegación oficial.
Un día nos fuimos a Toulouse, cuartel de camaradas españoles. Cono-
cí a Dolores, La Pasionaria, a Lister y otros que habían guerreado contra
el fascismo. Nos internamos hasta la frontera, donde cortaban leña.
Hicimos un mitin y regresamos a París.
De allí nos fuimos por tren a Bordeaux, desde donde salía un crucero
rumbo a Nueva York.
En la estación de trenes en París, Olivo y Campos, quienes no habían
llevado “chivos para Coro”, se despedían de sus amantes.
En París y Toulouse regalé mi ropa a camaradas que lo necesitaban.
Me quedé con un traje y un pantalón de reserva.
—Estás botando plata, eso vale dinero –me decían mis compañeros
de viaje.
—Me queda dinero para comprar otra ropa al regreso.
Todo era escaso y caro en París por aquellos días.
En París me dieron la visa para Estados Unidos sin problemas.
El itinerario del viaje era: por el Gironda hasta el puerto de mar y
luego por el golfo de Vizcaya rumbo a Estados Unidos.
Al día siguiente de la partida nos saludó una tormenta. Viajaba en la
popa y cada vez que la propela quedaba en el vacío, producía un ruido

164
Jesús Faría

que no dejaba dormir. Además, sufría un mareo que me mantenía en el


camastro.
Olga me consiguió, por su propia iniciativa, un lugar en el centro del
barco.
Olivo me habló a bordo de sus planes “revolucionarios”, ahora desde
el poder.
Quintero García, delegado oficial, pronosticó lo que pasaría y fue pro-
feta sobre el golfo.
Una noche me asomé al casino. Me asombré al ver las cantidades que
jugaban Olga y sus amigos. Era evidente que aquel dinero no les había
costado trabajo reunirlo.
Nos quedamos unos días para conocer algo de Nueva York. Las neva-
das, las tiendas y esas enormes edificaciones que llegan casi a la puerta
del cielo me parecieron maravillosas.
En Nueva York, como en París, nos ocurrieron chascos en los res-
taurantes por desconocimiento del idioma. Había que aprender algo de
inglés y francés. Una noche una graciosa joven se dirigió a Campos, con
la mirada implorante y de palabra, pero este no entendía nada.
Desde Nueva York debía regresar a Miami en tren y, desde allí, tomar
avión para Caracas.
Traía en la maleta un revólver y dos pistolas y Olivo lo sabía. En la
aduana se mantuvo cerca, por si me descubrían.
Agradecí el gesto.
A Olivo lo esperaban sus colegas, ahora en el poder.
Conmigo se mostraron despreciativos. Solo Tovar me saludó
fríamente.
Retorné a Paraguaná sin calentar asiento en Caracas.
Aquiles Ramírez, quien había quedado en mi cargo, me dijo:
—Esta noche te espera el organismo para que informes de tu viaje.
¡Cuál no sería mi sorpresa!
Los mismos que habían pedido no hablar de mi comunismo, ya habían
ingresado al PCV.
¡Un cambio radical!
Empecé:
—Es mejor que me ausente de nuevo, para ver si otros siguen el ejemplo
de ustedes...

165
CAPÍTULO V
GOLPES DE ESTADO, CONSTITUYENTE
Y HUELGA DE HAMBRE
18 de octubre de 1945
Desde 1908, cuando Gómez se aprovechó de un viaje al exterior de
su compadre, el dictador Castro, no se producían golpes. Los cambios de
gobernantes tenían lugar dentro del continuismo de los gomecistas en el
poder: Gómez durante veintisiete años. López durante todo el tiempo de
Gómez y su propio turno presidencial de cinco años, y Medina, militar
gomecista, ministro lopecista y ahora presidente durante casi cinco años.
Militares relativamente jóvenes junto con Betancourt y otros dirigen-
tes adecos dieron el golpe, más contra Biaggini que contra Medina, pues
ya este terminaba su turno.
Medina y su partido se negaron a conceder al pueblo el sufragio direc-
to, universal y secreto, consigna hondamente sentida por las masas; y lo
pagaron con su derrocamiento.
De haber estampado este derecho en la carta magna, cuando en 1945
se discutían reformas a la Constitución, el gobierno fácilmente habría
ganado las elecciones.
Por su parte, los planes de los militares de utilizar al partido AD para
el golpe y luego echarlos del gobierno, cuajaron tres años más tarde.
Los planes de Betancourt, aprovechar a los militares para tomar
el poder y luego “adequizarlos” o enviarlos al exilio dorado, fallaron
rotundamente.

169
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

A la caída de Medina sobrevino una fuerte redada de comunistas.


Algunos eran perseguidos porque habían combatido contra los golpistas.
Y los otros porque se les suponía enemigos potenciales de los golpistas.
Solo en el Zulia encarcelaron a más de trescientos camaradas. Poco tiem-
po después fueron puestos en libertad casi todos.
El nuevo régimen respetó la legalidad del PCV, así como las relaciones
diplomáticas con la Unión Soviética.
Ahora yo también sabría cómo era la vida de un partido legal.
AD aprovechó su tránsito por el poder para conceder a los trabaja-
dores un capítulo de derechos políticos y sociales, que quedaron esta-
blecidos en la Constitución de 1947: descanso semanal remunerado,
reconocimiento de los sindicatos por los patronos, cesantía y otros.
Los comunistas luchamos por esto y por cambios más radicales que
no fueron posibles. Era evidente que las concesiones otorgadas por los
adecos tenían sus límites muy bien definidos.
AD hizo uso del ventajismo que le proporcionaban sus posiciones de
poder para constituir centenares de organizaciones de obreros y campe-
sinos, los cuales ahora estaban bajo la dirección de los dirigentes de ese
partido.
Aunque el PCV mantenía gran fuerza sindical y había organizacio-
nes unitarias, la inmensa mayoría de los trabajadores estaba organizada
paralelamente. Y los gobiernistas ponían en vigor toda clase de atrope-
llos contra los comunistas en el movimiento obrero.
Numerosos sindicalistas del partido de gobierno fueron electos para
las cámaras legislativas, asambleas regionales y concejos. Esto ocurría
por primera vez. Pérez Jiménez y su camarilla no pudieron evitar estos
cambios. Y aunque más tarde derrocaron al gobierno del presidente
Gallegos, electo con el 74% del voto popular, no pudieron borrar del papel
las conquistas democráticas.
En junio de 1946 tuvo lugar el mitin fundacional del partido Copei.
Todavía no era democristiano, sino falangista. La denominación de “Fede-
ración de Grupos Reaccionarios” la acuñó Juan Bautista Fuenmayor,
quien años después tornaría en procopeyano de nuevo cuño.
El partido AD saboteó aquel mitin, atribuyéndole cobardemente la
responsabilidad a los comunistas.

170
Jesús Faría

Los cabecillas del “nuevo” partido habían cooperado con el gobierno


de López y no pocos con la tiranía de Gómez en niveles de relevancia.
Cuando se produjo el golpe contra Medina, se enchufaron en el gobier-
no de la llamada “Junta Revolucionaria”.
Ahora, después de pelearse con los adecos por asuntos religiosos en
la Asamblea Constituyente, los grupos de estudiantes, que en su oportu-
nidad habían luchado por Franco, pasaban a fundirse con los caudillos
ultrarreaccionarios.
En las elecciones para la Asamblea Constituyente (1946) Copei y URD
obtuvieron una baja votación, lo cual incubó un plan abstencionista para
la elección presidencial de 1947.
Por su parte, el PCV participó en esos comicios, eligiendo por primera
vez a dos de sus candidatos en unas votaciones ampliamente dominadas
por AD (80%).
Asistí a la Asamblea Constituyente como suplente de Juan Bautista
Fuenmayor, cuando se discutió el capítulo de los derechos sociales. En
compañía del camarada Gustavo Machado formulé las proposiciones que
le habíamos prometido a los trabajadores en el proceso electoral. Como
es de suponer, fuimos derrotados, pero se evidenció la diferencia que hay
entre un comunista y un socialdemócrata en la lucha por los intereses de
las masas trabajadoras. Mientras nosotros impulsábamos cambios pro-
fundos que sirvieran de base para transformar revolucionariamente el
sistema de explotación, ellos planteaban sus reivindicaciones para asimi-
larse a dicho sistema, para administrar el régimen burgués.

Rebelión en Paraguaná
Las labores en la Asamblea Constituyente no impidieron que conti-
nuara mi trabajo sindical en Paraguaná.
Una tarde realizábamos una asamblea abierta en Punta Cardón y
ondeaba la bandera roja del sindicato, cuando fuimos rodeados por una
masa agresiva dirigida por AD.
Pedían que arriáramos la bandera “comunista”. Aguantamos, pero la
agresividad aumentaba. Algunos de los nuestros vacilaron.
—¿Por qué no bajamos la bandera? –sugirió uno.
—No podemos, camaradas. Nos pelan –le indiqué.

171
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Resteados, continuamos la asamblea hasta agotar el orden del día.


Semanas más tarde, nos rodeó una multitud de funcionarios públicos y
gente traída de poblados vecinos. Eran unas tres mil personas gritando:
—¡Abajo el comunismo!
Estaba allí también el personal de confianza de la Mene Grande, la
Shell, la Creole y de las contratistas.
Alarmados, miembros del Partido llegaron para defender el sindicato.
En total nos reunimos 30 hombres y levantamos barricadas en las puer-
tas, sin cerrarlas. Nos armamos con lo que pudimos y nos dispusimos a
vender caras nuestras vidas.
Cuando el estrecho cerco tenía más de una hora y las bandas estaban
ebrias, entraron las autoridades civiles y militares y nos capturaron.
El gobierno había tomado por asalto el sindicato y los jefes comunis-
tas locales iban presos.
A media noche nos visitaron obreros fundadores del sindicato que
venían del trabajo.
—¿Qué pasó, compañeros?
Les contamos lo sucedido.
—¿Ustedes quieren que los pongamos en libertad? Porque a estos bol-
sas, refiriéndose a los guardias, los desarmamos nosotros.
—Nada de eso, camaradas. Tranquilos –les dije.
Recordaba los planes de mis compañeros de cuadrilla el 2 de febrero
de 1938, cuando en Cabimas se disponían a decapitar a tres policías que
venían por mí.
Al día siguiente, por la tarde, nos llevaron esposados a una asam-
blea preparada por oficialistas llegados desde Caracas, donde seríamos
juzgados.
La noticia de los sucesos había llegado a las cuadrillas y miles de obre-
ros vinieron a defender su sindicato.
A la asamblea dejaron entrar a quienes consideraban confiables. Nin-
guno de los comunistas pudo hacerlo.
Cuando pasamos por entre la masa de obreros que no pudieron entrar,
oímos diversos comentarios. Uno de los obreros comentó:
—Te apuesto a que si los dejan picar, ganan.
Los intrusos hablaban subidos sobre un cajón. A nosotros, esposados,
nos ubicaron cerca de una improvisada tribuna.

172
Jesús Faría

Los discursos oficiales giraban en torno a que el Gobierno necesita


este sindicato; a que nos envió el ministro tal y el dirigente cual.
—Esos no mandan aquí –gritó uno de los fundadores.
—Yo soy adeco, pero apoyo a los comunistas, porque nos han organi-
zado y defienden nuestros derechos –dijo otro.
Aquiles Ramírez, esposado, expresó mucho con una penetrante
mirada.
Al bajar un orador, salté sobre el cajón y empecé a hablar. Estalló una
ovación.
—¡Ese es el gallo! –gritó uno.
—¡Qué se baje! –se quejó otro, antes de que lo callaran de una
trompada.
Comencé rechazando enérgicamente el asalto del que era objeto nues-
tra organización. Les hablé de los logros alcanzados por nuestro sindica-
to clasista en tan poco tiempo y de su carácter democrático, para finalizar
de la siguiente forma:
—Calma, camaradas –dije–, vamos a resolver este asunto por medios
democráticos, como hemos hecho todo desde que llegamos aquí. Vote-
mos, camaradas. Respetaremos la voluntad de la mayoría.
Las autoridades venidas de Caracas aceptaron pasar a votación.
Por nosotros votaron 890 y por los oficialistas 37.
—¿No se los dije? –se quejó el jefe civil.
Abrió las esposas, nos dejó en libertad y nos entregó las llaves del
sindicato.
—Ustedes tienen el apoyo de los obreros –reconoció.
Cuando los policías abrieron la puerta del cine y la masa tuvo noticias
del resultado, cuando nos vieron en libertad estalló una larga ovación.
Nos rodearon y nos querían llevar en hombros.
Marchamos en manifestación, abrimos el local y le hablamos a los
obreros: mantener la vigilancia. Ser firmes ante las embestidas del ofi-
cialismo. Defender la independencia de clase del sindicato. Fortalecernos
con nuevos afiliados...
La lucha era enconada. Además de los patronos, las bandas armadas
de los adecos nos disputaban cada pulgada.

173
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Más tarde, cuando AD expulsó a sangre y fuego a los comunistas de


los sindicatos, las cosas en el movimiento sindical cambiaron diametral-
mente. Las perversiones eran inocultables.
Esto quedó ilustrado en una triste experiencia, cuando años después
visité un local del sindicato –en su momento había sido un destartalado
salón de cine que habíamos comprado a un señor llamado Ismael Valle y
puesto a mi nombre en el Registro Público de Pueblo Nuevo– y encontré
obreros afuera.
—¿Por qué no están adentro, más cómodos? –pregunté.
—Somos desempleados –respondieron.
Yo no salía de mi asombro. ¡Cómo se puede tratar de esta manera a
los hermanos de clase! Traté de entrar para dialogar sobre este asunto y
otros temas, pero tampoco me dejaron pasar.
Los obreros desempleados no me creían cuando les dije, primero, que
aquel local estaba registrado bajo mi nombre y, luego, cuando les explica-
ba cómo eran las relaciones entre dirigentes y obreros de base en los años
cuando los comunistas dirigíamos los sindicatos.

El primer contrato colectivo


En 1947 discutíamos por primera vez un contrato colectivo para los
obreros y empleados petroleros con los gerentes de las empresas y por
ante el ministro del Trabajo.
Eran muchas las cuestiones en discusión y los patronos no estaban
acostumbrados a tratar con los obreros, sino a mandarlos en tono despó-
tico, a despedirnos del empleo sin razón alguna.
En 1936 se burlaban de nuestras peticiones:
—¿No quieren también una americanita?
Ahora tenían que oír los reclamos.
En el transcurso de la discusión el gerente de la Mene Grande me trata-
ba con estudiada amabilidad, con fingida cortesía. Me ofreció caramelos:
—No es un cohecho –decía.
Por fin el hombre aflojó. Se dirigió a mí para informarme:
—Jesús, compre todo el terreno que pueda ahora mismo en Puerto La
Cruz. Lo venden a Bs. 0,25 el metro cuadrado. Pronto usted podrá ven-
derlo a cien bolívares.

174
Jesús Faría

Poco después subieron los terrenos más de lo dicho por el informado


informador. Era evidente que esta gente manejaba información privile-
giada y la utilizaban para amasar fabulosas fortunas.
En la discusión de este contrato colectivo me topé con mi jefe jugador
de golf, a quien le había servido de caddy en Lagunillas. Nadie habló del
asunto. El mundo petrolero había dado una de tantas vueltas que suele
dar.
Terminamos las discusiones. El gobierno no toleraría huelga petrole-
ra ni los dirigentes sindicales adecos la respaldarían. Habíamos llegado a
un punto tope por aquel entonces. Las compañías lo sabían y dijeron que
no darían nada más.
La posición de los adecos nos restó la fuerza requerida para arrancar-
le a las compañías mayores beneficios para los trabajadores. Empezaban
a actuar los sindicalistas adecos como apéndices del sistema explotador,
traicionando los intereses de los trabajadores.
Aun así, el balance de la discusión fue un triunfo a medias y se proce-
dió a firmar el contrato colectivo.
La noche que se firmó el contrato hubo fotógrafos de la prensa y un
abogado de la Creole exclamó.
—Con el único que me retrataré es con Jesús Faría.
—Pero yo no me retrato con los enemigos de los trabajadores –repliqué.
Así pues, aquel contrato colectivo –un paso de avance aunque solo
hubiera sido por el reconocimiento práctico de los sindicatos– sirvió para
que algunas personas me cubrieran de injurias.
El grupo de Eduardo Machado, Pompeyo Márquez y Luis Miquilena
desataron contra mí una campaña de calumnias. Según decían, yo había
recibido una cantidad de dinero de la Creole como pago por mi “traición”
a los trabajadores. Pasé a ser para estas personas: “Faría-Creole”.
No había crítica para nadie más.
Los otros habían actuado con lealtad, incluyendo patronos y Gobierno.
Tampoco había ni una sola prueba de las acusaciones ni un solo
argumento que sustentara la infamia. Era una mezcla de celos políticos,
intriga y veneno divisionista, pues esta gente no solo estaba ansiosa de
figuración, sino que se encontraban disparando desde la fracción mino-
ritaria de nuestro dividido partido.

175
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Esta era una auténtica bufonada por parte de quienes entregarían, en


diferentes episodios y de la forma más repugnante, las posiciones revo-
lucionarias que en algún momento habían defendido. Ya para el año 1973
estos tres personajes se arrastraban como piltrafas a los pies de los ene-
migos de los trabajadores y de la patria.
El Comité de Unidad del PCV, conformado en 1947, pretendió que no
respondiera a las agresiones. Por supuesto que no acepté. La pelea es
peleando.
Un episodio de este enfrentamiento ocurrió en Punta e’ Mata, Mona-
gas. Teníamos una concentración obrera para informar y votar sobre el
contrato, lo cual hicimos en todos los campos. Un camarada me informó
que uno de los trabajadores se había dedicado a difundir calumnias de
las más diversas especies en contra de mi persona.
Antes de hacer uso de la palabra, pedí a la asamblea que se la conce-
diera al calumniador:
—Si en verdad eres un hombre, ven para que digas en mi presencia lo
que dijiste cuando yo estaba a mil kilómetros de distancia.
El hombre se rajó. No quiso hablar y fue objeto de una rechifla.
A la salida del mitin me preguntó.
—¿Por qué hiciste eso conmigo?
—Para que supieran que eres un cobarde y un calumniador.

La unidad de los comunistas


Quizás porque en los países liberados por los ejércitos soviéticos
se había logrado la unidad de la clase obrera y de los otros antifascis-
tas, a Venezuela también había llegado el mensaje de unidad entre los
comunistas.
Además, era oportuno el momento porque se avecinaban las eleccio-
nes para la Asamblea Constituyente con el voto de todos los mayores de
dieciocho años. Se trataba de un proceso electoral como no habíamos
conocido en este siglo. Para los fines de la unidad se constituyó un comité
con delegados del PCV, del PCVU y del Grupo No. Además, había llega-
do un coordinador de las voluntades unitarias, un comunista que gozó y
goza de sincero aprecio entre los comunistas de Venezuela.

176
Jesús Faría

Carvajal, el coordinador cubano, miembro del Partido Socialista


Popular (Comunista) de Cuba, tenía una mezcla de paciencia y firmeza
para tratar con nosotros.
Se nos habló de unidad sobre la base de que Salvador de la Plaza,
Ricardo Martínez y Eduardo Machado, “principales responsables de la
división” se fueran al exterior cumpliendo órdenes del Partido Comunista
que saldría del Congreso de Unidad, I Congreso en la historia del PCV.
Eduardo y Ricardo aceptaron esta medida, Salvador no. Abandonó al
PCV.
Yo no estaba de acuerdo con la unidad. Así lo hice saber a Carvajal y
al PCV.
No es que negara el valor de la unidad, pero pensaba que había que
esperar un poco más y, ante todo, que era necesaria una tregua en los
combates verbales y en los sindicatos.
Sin embargo, Carvajal me dedicó largas horas. A veces estallaba y me
decía cosas fuertes, pero razonables.
Por su parte, Ricardo Martínez y Juan Fuenmayor también combatían
mi actitud contraria a la unificación en aquel momento. Por fin accedí.
—Hagan la unidad, no me opondré públicamente.
Sin embargo, había otros que habían asumido posiciones definitivas
contra la unidad de los comunistas. No concebían que se pudieran encon-
trar en un momento dado en el mismo partido con “traidores” como
Faría. Así lo decían.
El Grupo No estaba constituido por un grupo de personalidades dis-
persas. Algunos sirvieron a la causa de la unidad.
El Partido Comunista de Venezuela Unitario (PCVU) tenía alguna
fuerza, pero carecía de organizaciones de base. Además, la mayoría no
aceptaba la unidad.
El Partido Comunista había mantenido el sistema organizativo de
abajo a arriba.
Este último constituía la base del Partido Comunista.
En la preparación del Congreso de Unidad se resolvió que desapare-
cieran los semanarios rivales Unidad y Aquí Está. En su lugar se creó El
Popular.

177
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Para asistir a este primer Congreso se reunirían los comunistas que


aceptaban la unidad y elegirían los delegados. Los militantes del PCV
dominaron el Congreso.
Se encontró la manera de disolver los dos partidos y, al mismo tiempo,
ir forjando el embrión del nuevo partido.
En el PCV aceptaron estas resoluciones. En el Partido Comunista de
Venezuela Unitario (PCVU), no. Esta divergencia malogró la unidad, la
cual solo se logró parcialmente.
Aquellos del PCVU que no aceptaron la unidad fundaron el Partido
Revolucionario del Proletariado (PRP). Por cierto, que este grupo trató
en vano de tomar por asalto el Congreso o perturbarlo en sus deliberacio-
nes, siendo rechazados con los procedimientos que pretendieron aplicar,
con la fuerza.
Al Congreso de Unidad asistieron delegados comunistas de Cuba,
Colombia, República Dominicana, México y España. Llegaron mensajes
de otros partidos hermanos.
Terminadas las discusiones políticas, se pasó a la elección del Comité
Central. Hubo divergencias. Eloy Torres y otros se oponían a que yo fuera
electo para el Comité Central. Era un torneo donde cada uno se conside-
raba el más fiel intérprete de la inmortal doctrina.
En mi caso, no confiaba en quienes desconfiaban de mí. No le encon-
traba justificación a quienes me calumniaban.
La vida mostró quién era comunista de verdad y quiénes lo eran solo
de palabra.
En el congreso se cometieron injusticias con leales camaradas como
Ernesto Silva Tellería y otros, mientras le hicimos concesiones a quienes,
a la postre, resultaron ser verdaderos enemigos de los comunistas.
De aquellos que se fueron con el PRP en 1947, algunos volvieron al
PCV, donde ejercieron y ejercen aún cargos de dirección.
Otros que fueron electos en el Congreso para el Comité Central deser-
taron y se convirtieron en enemigos del PCV.
Eduardo Machado no cumplió el acuerdo de viajar al exterior. Siste-
máticamente aplazó la salida, con el pretexto de que él, por haber sido un
activo fraccionalista, ahora sería útil en la lucha por la unidad.
Luego nos preguntaban:

178
Jesús Faría

—¿Por qué expulsaron a “Rolito” Martínez, que cumplió lo acordado


por el Congreso y, en cambio, a Eduardo Machado, que no lo cumplió, lo
elevan a cargos de dirección?
Esta tolerancia con el fraccionalista habríamos de pagarla con el
documento firmado por Eduardo en 1968 para salir de la prisión y luego
en 1973 con su llamamiento público para que los electores del PCV vota-
ran en favor de Copei.
A estas desgracias conduce una política condescendiente con quienes
una y otra vez reincidieron en actividades antipartido.
Para el Comité Central del PCV fuimos elegidos numerosos obreros.
Se eliminó el cargo de secretario general del PCV. En su lugar se creó un
Secretariado Nacional conformado por Gustavo Machado, Juan Fuenmayor
y Luis Emiro Arrieta. Un año más tarde, cuando cesó la campaña en mi
contra, fui incorporado a este organismo de dirección conjuntamente
con Gustavo y Fuenmayor.
En este I Congreso del Partido pude contrastar a los hermanos Machado.
Me resultaron totalmente diferentes. Gustavo es respetuoso, escucha
atentamente a los otros. Desea ayudar a quienes necesitan ayuda políti-
ca. Interviene en forma clara y breve. En muchas cuestiones no intervie-
ne. Es sencillo y no trata de opacar a nadie.
Eduardo habla demasiado y presume de lo que carece. No le gusta leer
ni oír lo que otros dicen. Siempre lleva a flor de labios a los dirigentes del
comunismo mundial, como si los hubiera tratado alguna vez. Alardea de
haber participado en revoluciones, en las que nunca estuvo. Tiene mala
memoria. Repite las mismas historias, pero con adornos donde él apare-
ce siempre como un héroe.
Eduardo Machado usaba la intriga contra quienes no se rendían
a sus halagos. Contra el colectivo del Partido usaba el fraccionalis-
mo. Según confesó en el I Congreso, había estado luchando ocho años
consecutivos contra el PCV, ahora él se proponía poner fin a esta labor
contrarrevolucionaria.
A todos nos pareció buena la autocrítica, pero la vida nos demostró
que el hombre no era sincero. Simplemente, aquello era una vía para elu-
dir el cumplimiento del acuerdo de salir temporalmente del país.

179
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Algunos de los más acérrimos fraccionalistas de esa época se deslin-


daron, inmediata o posteriormente, de las posiciones revolucionarias del
PCV.
Salvador de la Plaza se apartó de los trabajos preparatorios del con-
greso y, de manera definitiva, se enfrentó al PCV a partir de 1946.
Ricardo Martínez se convirtió en contumaz fomentador de grupitos
anti PCV desde afuera.
En 1973-1974 Ricardo y Eduardo habrían de unirse contra el Partido
Comunista, apoyados por dirigentes del partido C opei, cuyos candidatos
fueron apoyados públicamente por estos dos personajes, por Juan Fuen-
mayor, Antonio García Ponce, otros dirigentes del CC y por comandan-
tes de las FALN.
Anteriormente, en el año 1970, Pompeyo Márquez y Eloy Torres
habrían de asociarse con un nutrido grupo de jóvenes dirigentes del
Partido encabezado por Petkoff para “llegar al socialismo”, con el apo-
yo de la embajada estadounidense y asimilados plenamente al sistema
establecido.
Es decir, se produjo un viraje de 180º. Aquellos que combatieron los
gobiernos de Betancourt y Leoni, ambos con Copei, ahora se apoyaban en
las fuerzas del sistema para combatir al Partido Comunista.
Oportunistas sin principios y víctimas de complejos, escalaron cargos
en el PCV y mostraron a la postre, de qué mala hilacha estaba tejido su
fementido revolucionarismo.
Por desgracia creímos en ellos y les brindamos un respeto que no
merecían. Por ventura hemos vivido para echarlos del Partido Comunista.
La lección nos ha costado caro y debe ser asimilada por los obreros y
campesinos, base principal del Partido Comunista, para que en el futuro
sea mantenida a su más alto nivel la vigilancia revolucionaria y no se
tengan miramientos con liquidadores, por muy encumbrados que estén
en la dirección política del PCV.

Gallegos presidente
URD y Copei exigían la renuncia de la candidatura de Rómulo Gallegos
porque se daba por descontado su triunfo arrollador. Alegaban estos par-
tidos, que este resultado estaría fuera de un contexto verdaderamente

180
Jesús Faría

democrático, pues sus candidatos, Villalba y Caldera, no tendrían posibi-


lidades reales de victoria.
El PCV lanzó la candidatura del camarada Gustavo Machado. Se nos
acusó de hacerle el juego al partido AD. Según estas personas, debería-
mos abstenernos. Es decir, después de quince años luchando por la lega-
lidad del PCV y por el voto secreto, universal y directo, deberíamos, para
complacer a Copei y URD, renunciar a participar en una contienda que
nos permitía llegar a las masas con la orientación leninista del Partido
Comunista.
Rómulo Gallegos triunfó con el 74% de los votos.
URD se abstuvo.
Copei participó en el proceso electoral con la candidatura de Caldera.
La candidatura de Gustavo, quien como dijera Andrés Eloy Blanco
en risueña chanza: “De vaina no ganó”, nos permitió llevar la voz de los
comunistas y su programa hasta donde nunca habíamos llegado.
Elegimos tres diputados y un senador. Nos consolidamos como una
pequeña, pero bien organizada fuerza política, con raíces entre los
trabajadores.
Yo fui electo primer senador comunista, para convertir el Senado en
una sala de reclamos obreros. Y, de hecho, aproveché cada una de las
sesiones del Senado en las que estuve presente, para plantear las reivin-
dicaciones y reclamos que formulaban los trabajadores del país, una ver-
dadera tribuna de lucha por los intereses de la clase obrera.
Por supuesto, era como una isla en un océano. Mi posición represen-
taba una voz discordante dentro de un cuerpo dominado ampliamente
por los intereses del capital, pero cumplía orgulloso el mandato que me
habían delegado mis hermanos de clase.
En 1948 tiene lugar la “coronación” del presidente Gallegos. A la toma de
posesión asisten numerosas personalidades, incluyendo a Juan Marinello,
presidente del Partido Socialista Popular de Cuba.
Se forma un gabinete ejecutivo con figuras del partido AD, algunos
sin partido y Carlos Delgado Chalbaud, a quien se le trata como al hijo
que Gallegos no tuvo, en el Ministerio de la Defensa.
En relación con los países socialistas, el gobierno de Gallegos man-
tuvo relaciones diplomáticas con la Unión Soviética y Checoslovaquia,
como lo había hecho la Junta dirigida por Betancourt.

181
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Se notaban algunos cambios en la orientación de AD. Domingo Alberto


Rangel, furioso columnista anticomunista, ahora escribía también sobre
otros temas.
Sin embargo, al gobierno de Gallegos y al Congreso dominado por AD
les correspondió aprobar el Pacto de Río de Janeiro, “de ayuda recíproca”,
impuesto por el imperialismo yanqui a sus vasallos de América Latina.
El diputado Domingo Alberto Rangel lo habría de justificar ante el
Congreso Nacional a la hora de su ratificación.
Así desperdició el diputado Rangel la oportunidad para romper con
su partido en aquel mismo momento, empantanándose en la defensa del
infame tratado impuesto por el imperialismo.
Por otra parte, ardidos por una nueva y aplastante derrota, los diri-
gentes de Copei apretaron una oposición sin principios contra el presiden-
te Gallegos. Tenían un diario, El Gráfico, dedicado a una prédica golpista.
La embajada yanqui en Caracas, copeyanos y militares conspiraban
a la luz del día.
Estaba claro el novelista sobre los problemas y lo expresó con la copla
popular cargada de expresiva intención, en conversación privada con
Marinello.
El hacer una paloma,
es una facilidad,
hacerle el pico y que coma,
esa es la dificultad.

1948. Expulsados de Fedepetrol


En 1948 se discutía en Fedepetrol el anteproyecto de un nuevo contra-
to colectivo que habríamos de discutir con las compañías.
Aquella noche trabajamos hasta las 11 pm. Por la mañana, ¡cuál no
sería nuestra sorpresa!
Habíamos sido expulsados los delegados comunistas. Lo decía la
prensa a ocho columnas en la primera página.
Llamamos a los dirigentes adecos de Fedepetrol. No habían sido con-
sultados, aunque sí informados.
El gobierno de Betancourt tenía problemas con la embajada yanqui.
Los gerentes petroleros no estaban dispuestos a discutir con los comu-
nistas el nuevo contrato colectivo. Una versión ajustada a los intereses de

182
Jesús Faría

las compañías, elaborada por los personeros de las trasnacionales, esta-


ba listo y sería aprobado por la “depurada” Fedepetrol. Lo impondrían
policialmente a todos los trabajadores.
¡Tremenda felonía!
El gobierno continuaba la funesta política betancourista de dividir a
los obreros, fomentando el odio contra los comunistas.
Los sindicatos petroleros habían realizado su congreso y unificado sus
filas, pero el betancourismo y los norteamericanos no podían tolerar que
los comunistas fuéramos a las concentraciones unitarias de trabajadores
con nuestro mensaje revolucionario, como habíamos hecho después del
primer contrato colectivo.
Por segunda vez en cuatro años el gobierno asumía la tarea de golpear
a los comunistas en el frente sindical, tratando de salvar posiciones com-
prometidas con el imperialismo. Nuestros sindicatos quedaron intactos,
pero fuera de la Central.
Como era una fuerza grande y combativa, enseguida constituimos el
Comité Sindical Unitario de Trabajadores Petroleros (Cosutrapet), Cen-
tral que agrupaba a los sindicatos “rojos”.
Otro suceso significativo para la vida del Partido durante el año 1948
fue la realización del II Congreso (de organización) del Partido. Se pasó
revista al crecimiento del Partido, reorganización de la dirección políti-
ca, balance de las elecciones.
El PCV había tenido éxitos de masas y realizaba trabajo político a
todos los niveles.
Habíamos adquirido una minúscula y vieja imprenta donde editába-
mos el diario Tribuna Popular. Teníamos los sueldos completos de los
congresantes, 3.000 Bs. cada uno.
Los obreros petroleros y otros habían adquirido acciones de la Edi-
torial Bolívar, donde se imprimía el diario que los defendía de manera
consecuente.
En el Parlamento se notaba un acercamiento de congresantes del ofi-
cialismo a los comunistas.
Es decir, que luego de haber transcurrido dos años del congreso de la
unidad, el Partido se había fortalecido en los frentes organizativo, propa-
gandístico, ideológico y de masas. Estábamos ante una auténtica organi-

183
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

zación leninista que conducía con gran acierto la lucha de la clase obrera
venezolana.

La huelga de los marinos petroleros


El Sindicato de Marinos Petroleros, organización fundada y dirigida
por comunistas, presentó su propio pliego de peticiones, las cuales fue-
ron rechazadas por el ministro del Trabajo.
Nos preparamos para la huelga y esta se produjo de manera automáti-
ca a la llegada de los buques tanque a Maracaibo.
El ministro Leoni declaró “ilegal” la huelga, aunque habíamos llenado
todos los requisitos legales. El Gobierno privaba a los marinos petroleros
del disfrute de un derecho constitucional.
Era un decreto como el de López Contreras contra la huelga de 1936-
1937. Pero si aquel gobierno gomecista demoró 45 días en atropellar a
los obreros, doce años más tarde este gobierno formado por escritores y
abogados no aguantó ni un día.
Nos reunimos en Maracaibo para considerar el ultimátum del gobier-
no de Gallegos. Solo unas horas concedían a los marinos para volver al
trabajo.
Existía un ambiente de pleamar, de tormenta en la asamblea. Los
marinos se aferraban a su derecho en huelga y pensaban que podríamos
enfrentar el decreto de Leoni-Gallegos que yugulaba los derechos de los
trabajadores en beneficio de las compañías imperialistas.
Hablaron para echar más leña al fuego. Era un medio fácil para lograr
aplausos de aquella masa enfurecida por el abuso de poder del ministro
Leoni.
La situación estaba planteada de la manera siguiente. Si los marinos
no se incorporaban a sus labores, serían expulsados de sus cargos. Serían
sustituidos por desempleados ya seleccionados por la Federación.
En ese escenario expliqué la situación y condené de la manera más
severa al Gobierno que despojaba a los marinos de sus derechos. Señalé
el hecho insólito, ilegal, sin antecedentes, de que los marinos deberían
volver al trabajo en peores condiciones que cuando fueron al paro.
Este era el veneno escondido en el decreto. Los marinos eran despo-
jados por el ministro del Trabajo de reivindicaciones conquistadas por
medio de prolongadas luchas de clase.

184
Jesús Faría

O aceptamos la nueva situación para seguir la lucha desde adentro o


quedamos sin empleo y perdemos el control de un sindicato revolucio-
nario. No había otro camino. El Gobierno no atendía ni aceptaba apela-
ciones. Quería destruir el sindicato, aplastarlo, hundirlo, humillar a los
marinos, despojarlos de sus derechos y conquistas. Luego de mi inter-
vención, los marinos apoyaron casi por unanimidad la idea de volver al
trabajo.
Desfilaron hacia la Plaza Bolívar en demostración de airada protesta.
Luego enfilaron hacia los muelles. Los cuerpos policiales vieron pasar
a los marinos y no los tocaron. Era peligroso hacerlo. Dejaron correr el
potro cerrero y fue lo mejor.
Subieron a sus buques y las compañías celebraron su victoria, gentil
obsequio del binomio Leoni-Gallegos.
Un dirigente sindical de AD que observó los acontecimientos de cerca
me dijo:
—El Gobierno esperaba que no aceptaran la derrota… Sacaste a los
marinos de una trampa montada en Caracas.
Esta traición habrían de pagarla pronto quienes la concibieron para
beneficio de las compañías. Muchos de los “victoriosos” de aquella faena
serían mis compañeros en las prisiones.

Golpe militar contra Gallegos


Entrado el año 1948 debía asistir a una Conferencia Nacional del Partido
Socialista de Cuba. La situación política en Venezuela estaba cargada de
amenazas. Se veía venir el golpe, pero no se hacía nada para evitarlo.
Pretendían disuadir al enemigo haciéndole concesiones, viejo y reite-
rado error.
Después de la Conferencia se realizó un mitin en La Habana. Marinello
condenó con gran fuerza la feroz persecución de González Videla contra
Neruda y demás comunistas chilenos.
García Agüero hizo gala de su depurado buen decir y fue largamente
aplaudido.
En aquel momento debí salir en busca de pasaje en el primer avión,
porque los diarios traían noticias alarmantes de la situación en Caracas.

185
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

El avión venía de Washington. Al despegar rumbo a Maiquetía, un


oficial de las Fuerzas Armadas se sentó a mi lado y me preguntó sobre la
situación en Venezuela y su posible evolución.
—Usted debe saberlo mejor que yo –le dije.
—Es que vengo de Estados Unidos.
—Yo tengo una semana ausente, pero cuando salí persistía la amenaza
de golpe.
Era Tamayo Suárez, de la Guardia Nacional, pero yo no sabía si era
leal a Gallegos o golpista. Venían también en el avión Mario Vargas y otro
oficial. La presencia de esta gente a bordo, rumbo a Caracas, me aclaró
más la situación.
Cuando bajamos en Maiquetía, estaban los militares tomando el aero-
puerto. Había lo que se llama un corre-corre.
Rodearon el avión numerosos efectivos. Se metieron en el avión y
salieron junto con los tres oficiales.
Como siempre, casi no portaba equipaje. No me detuve a recoger la
maleta, sino que me deslicé rápido para Caracas.
Nos paró la alcabala móvil y se produjo una discusión entre un cura
y el sargento. Pidieron documentos, mostré mi cédula y dije que había
venido a despedir un familiar.
Llegué con noticias de lo que había visto en el aeropuerto. Todavía
Gallegos era presidente y lo sería por muy pocas horas más.
Los dirigentes del Partido Comunista salieron de sus oficinas y se lle-
varon los archivos. Dos camaradas que portaban armas fueron arres-
tados y las perdieron. Nos mudamos y esperamos. Al poco tiempo se
apareció un autobús cargado de militares requisando la cuadra. Con pri-
sa tuvimos que echarnos a la calle en busca de otro refugio.
Empezaban dos lustros de difíciles luchas para la clase obrera. Los
avances logrados desaparecían y volvíamos a los tiempos de Gómez, pero
ahora el pueblo lucharía mejor que hasta 1935.
Para el día 24 de septiembre era evidente un golpe de Estado dirigido
por la embajada yanqui en Caracas.
Tribuna Popular lo denunció y adelantó que sería un “golpe frío”, no
correría la sangre.
El día 24 de noviembre de 1948, mientras Gonzalo Barrios informaba
por la radio que el gobierno controlaba la situación, los militares proce-

186
Jesús Faría

dían a encarcelar a Gallegos y a los ministros. No tuvieron que suspen-


der las garantías porque el gobierno legítimo lo había hecho, dizque para
evitar el golpe.
Se había anunciado un paro general obrero en caso de golpe. La CTV,
presidida por Pérez Salinas, había declarado estar lista para resistir.
Sin embargo, nadie se paró. Gallegos diría años después:
—Aún estoy esperando las acciones en defensa de mi gobierno.
Pocos gobiernos han caído tan fácilmente, pese al hecho de que habían
obtenido una caudalosa votación hacía menos de un año.
Es evidente que esta parálisis popular no fue casual, sino consecuen-
cia de maquinaciones contra el maestro Gallegos dentro de su propio
partido. Resulta sintomático que los jerarcas de AD dijeron al pueblo,
durante todo el tiempo que duró la crisis y hasta el último minuto, que no
había el peligro de un golpe de Estado.
Por aquellos años el PCV no era la poderosa organización de masas
que llegó a ser después del derrocamiento de la dictadura perezjimenista,
aunque sí tenía gran influencia y arraigo entre los trabajadores.
El PCV empleó los recursos disponibles para alertar oportunamente a
la clase obrera y al pueblo sobre la inminencia del golpe militar reaccio-
nario que preparaban los yanquis.
Esta vigilante y patriótica actitud fue calificada por Betancourt como
una vana tentativa “comunista” para alejar a las Fuerzas Armadas de
Acción Democrática.
Betancourt, presidente de AD, confiaba en que, una vez derrocado
Gallegos, se crearía un vacío de poder que obligaría a las fuerzas vivas del
país a traerlo a él de nuevo a gobernar. Pero las cosas se le complicaron,
porque los americanos en este caso aceptaron la traición, pero aplazaron
por largo tiempo al intrigante.
Los americanos se encontraron con una insospechada docilidad de
parte de Pérez Jiménez, a quien luego de utilizar para sus fines, entrega-
ron a la “justicia” betancourista.
Estos oscuros manejos realizados por trascorrales retratan de frente
y de perfil, tanto a los americanos como a quienes les sirven. Muestran el
destino que espera a los socios sin acciones de los monopolios yanquis.
Betancourt tuvo que esperar diez años para gozar el fruto de sus intri-
gas y de sus entregas. Pérez Jiménez, en cambio, no tuvo que esperar

187
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

tanto para comprobar en su propio pellejo, cuán efímera es la gloria con-


quistada sin gloria.
Por las condecoraciones recibidas, Pérez Jiménez se creería un héroe
nacional norteamericano, pero a la postre resultó un simple valor de
cambio en las garras de los maniobreros políticos norteamericanos.
¡Turbio y aleccionador capítulo de la historia política de Venezuela!
Encabezados por el ministro de la Defensa del presidente Gallegos,
constituyeron una Junta que echó por tierra las libertades conquistadas
por el pueblo venezolano, aunque una de sus primeras ofertas era la rea-
lización de elecciones. En un país donde había habido elecciones para
Constituyente en 1946, para presidente, senadores y diputados en 1947
y para concejos en 1948, todavía los militares ofrecían más elecciones.
Comenzaba con este golpe una cruenta lucha que duraría diez años.
En estos combates por la libertad murieron muchos y notables dirigentes
democráticos y comunistas.
Miles y miles pasaron largos años en las prisiones bajo el terror y la
total incomunicación, sufriendo toda clase de vejaciones y atropellos.
Muchos fueron obligados a ir a largos exilios.
La Junta creó campos de concentración en lugares inhóspitos y leja-
nos. Sin embargo, el PCV mantuvo una pequeña pero bien organizada
dirección clandestina que, a la larga, habría de preparar las condiciones
para el derrocamiento de la dictadura.

Copei y URD se cuadran con los golpistas


Seguramente ni URD ni Copei buscaban una dictadura como la que
encontraron, pero los militares se aprovecharon de la actitud opositora
de estos dos partidos para sus propios fines antidemocráticos. Habría
que considerar como un grave error la cooperación, a ciertos niveles, de
dirigentes de Copei y URD con la Junta Militar en los primeros años de
la dictadura.
Copeyanos de base nos insultaban y hasta nos denunciaban a la poli-
cía durante los meses inmediatos al establecimiento del régimen militar.
Los doctores Jóvito Villalba y Rafael Caldera colaboraron en la redac-
ción de un estatuto electoral ordenado por la Junta Militar.

188
Jesús Faría

Los partidos políticos y fuerzas económicas que colaboraron con la


dictadura durante los primeros años, fueron dejados de lado por esta a
partir de 1952.
Los democristianos pretendieron aprovechar políticamente el golpe
militar contra Gallegos. Sin embargo, no pasó mucho tiempo sin que
tuvieran que lamentar su propio error, porque fueron los militares quie-
nes sacaron provecho de la ingenua ambición copeyana.
Una tarde me tropecé con dirigentes de AD y les informé que por la
noche irían a la Casa Nacional de AD a recoger los archivos. Los de AD no
podrían salvar tan importantes documentos, pero sí podrían destruirlos
con solo unos litros de gasolina. La señora de Orellana rechazó la idea y
me dijo:
—Ustedes quieren que destruyamos nuestros archivos.
La información resultó exacta.
La Junta Militar dejó en circulación el diario del gobierno anterior. A
fin de cuentas, había una censura estricta.
El Partido Comunista no fue ilegalizado, sino paralizado en su acti-
vidad legal.
Tribuna Popular era muy solicitada porque siempre encontraba la
manera de informar sobre temas prohibidos, lo cual era castigado con
multas y suspensiones temporales.
Gente del gobierno y otros que no lo eran, incluido Alfredo Tarre Murzi,
dirigente de URD, así como algunos dentro del propio PCV, nos acusaban
de estar “de luto por la muerte de AD”.
No estábamos de luto, sino que Venezuela había retrocedido. El movi-
miento popular había sido golpeado. Habíamos denunciado la intentona
golpista para que se evitara, pero ni el gobierno ni AD hicieron nada para
impedirlo. Estábamos, sí, defendiendo la libertad que habíamos con-
quistado para actuar legalmente. Los hechos vendrían a darnos la razón
durante los diez años siguientes.
La Junta presidida por Carlos Delgado Chalbaud echó para el exilio a
los dirigentes del gobierno de AD. El tiempo en la prisión era corto en los
años 1948-1949. De todos modos, algunos se metieron en las embajadas.
Entre estos se encontraba Rómulo Betancourt. De los nuestros cayeron
algunos, pero fueron liberados de inmediato.

189
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Cablegrama de Moscú. Invitación a la Unión Soviética


Un día –muy bueno, por cierto– llegó un cablegrama desde Moscú. Se
me invitaba a participar en el Congreso de los Sindicatos Soviéticos como
delegado fraternal. Era para fines de abril de 1949. De pasada, vería las
festividades del 1.º de mayo en Moscú. Cuando se me autorizó para viajar
mi alegría fue desbordante.
Cuando ingresé al PCV –diciembre de 1935–, no tenía ni la menor
ambición personal, como no fuera la de poder ser útil a mi clase y a mi
patria. Mi única ambición era poder luchar organizadamente contra los
opresores de Venezuela, contra el imperialismo, en primer lugar.
Obrero analfabeto, nada sabía yo del mundo y menos de la Unión
Soviética y sus deslumbrantes victorias revolucionarias.
Se me dijo solo que “allá quienes gobiernan son los obreros y los cam-
pesinos pobres...”. “Allá se acabaron los patronos explotadores...”. “A
todos los pasaron por ‘Filadelfia’...”.
En 1949 tenía yo catorce años de muy activa militancia en la construc-
ción del PCV y del movimiento sindical de Venezuela. Algo había leído ya,
aunque en forma desordenada. No era fácil conseguir folletos. El deseo
natural de viajar algún día a la Unión Soviética no era ajeno a mis pensa-
mientos, aunque jamás lo había expresado.
No estaba de moda en aquellos años el hacer viajes a la Unión Soviética
ni a los países de democracia popular de Europa.
Esta invitación, firmada por el camarada V. V. Kuznetzov, así como
la jubilosa autorización de mis camaradas para que pudiera viajar, fue
quizás la más grande satisfacción de mi vida y un estímulo muy grande a
un infatigable trabajador práctico, que es lo que siempre fui en el movi-
miento comunista de Venezuela.

La Revolución Socialista de Octubre


Era indescriptible la emoción de poder estar en la tierra del gran
Lenin y en la cuna de la Revolución Socialista de Octubre (RSO).
Centenares de miles de combatientes hemos ingresado al Partido no
porque fuéramos lectores de libros marxistas –puesto que éramos anal-
fabetos–, sino que lo hicimos cuando tuvimos noticias de que en el mun-
do había un gran país, la Unión Soviética, donde la clase obrera guiada

190
Jesús Faría

por el Partido Comunista y Lenin, el genio de la Revolución, había toma-


do el poder y resuelto problemas que tanto afectan a los trabajadores bajo
el yugo capitalista.
El haber contagiado su esperanza y seguridad en la victoria de millo-
nes de hombres en otros países, es quizás el primer gran aporte y la más
importante contribución que ha dado la RSO a la lucha de las masas opri-
midas y explotadas por el capitalismo en el mundo.
La RSO, como un poderoso explosivo, hizo saltar las ya caducas
estructuras de dominación capitalista y colonial en una sexta parte del
planeta. La reconstrucción del país y la creación de una poderosa indus-
tria sin ayuda del exterior; la revolución cultural leninista que eleva a
planos de primera magnitud el nivel de la técnica y la ciencia soviética;
la conquista de la paz y de la tierra para las masas; el pleno disfrute de la
igualdad nacional; así como otras conquistas de igual envergadura gene-
raron una potente fuerza movilizadora entre las masas de millones de
personas en el mundo entero.
El país de los zares era uno de los más atrasados de Europa, con una
población multinacional donde reinaba una asombrosa desigualdad polí-
tica, económica y cultural.
Según los clásicos de la revolución proletaria, no era la Rusia zaris-
ta el país ideal para establecer primero la dictadura del proletariado y,
menos aún, un régimen socialista.
Solo un partido de inagotable energía revolucionaria guiado por un
maestro genial como lo era Lenin pudo realizar la portentosa hazaña.
Los fogonazos del cañonero Aurora se convirtieron en la aurora de
la revolución proletaria. Y sí la gesta de los comuneros de París (marzo-
mayo de 1871) se convirtió con el correr del tiempo en la experiencia más
valiosa de las luchas revolucionarias del siglo XIX, la victoria de los pro-
letarios de Rusia bajo la dirección de Lenin y los bolcheviques (noviem-
bre de 1917) ha pasado a la historia moderna como el acontecimiento
político y social más importante del siglo XX.
Las majestuosas victorias de los bolcheviques y su programa revolu-
cionario tuvieron un eco expansivo inmediato en Alemania, Hungría y
otros países de Europa, donde los partidos social-demócratas, estreme-
cidos por sus propios errores en cuanto al apoyo a la guerra imperialista,

191
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

se dividieron para abrir amplio cauce a los partidos comunistas que for-
marían en 1919 la Internacional Comunista leninista.
Al grito: ¡Manos fuera de Rusia!, millones de trabajadores en todo el
mundo ayudaron a sujetar a los criminales intervencionistas que habían
invadido al naciente país de los sóviet.
Catorce Estados imperialistas pretendieron ahogar en su cuna al
primer gobierno obrero-campesino, tal como habían estrangulado a la
Comuna de París.
Si la victoria de obreros y soldados del 7 de noviembre de 1917 fue una
derrota de las clases explotadoras en el interior del gran país, el fracaso
militar de los catorce Estados invasores fue la primera gran derrota del
imperialismo en manos de un país gobernado por la clase obrera y sus
aliados, en manos de las milicias populares y del naciente Ejército Rojo,
creado sobre la furiosa marcha de los acontecimientos, sobre las ruinas
del viejo aparato represivo del Estado zarista.
Esta fue una victoria planetaria de la clase obrera contra el imperia-
lismo y el colonialismo. Algo nuevo en la historia de las luchas populares
y obreras contra sus opresores y explotadores.
Por primera vez el proletariado, junto con sus aliados naturales, los
campesinos y la intelectualidad revolucionaria, aplicaba su programa
liberador en un país bajo su control y dirección. Había nacido el poder
de los sóviet, poder nuevo, profundamente democrático. Un poder que
se fortaleció rápidamente mediante la aplicación de un programa revo-
lucionario, nacionalizando la tierra, los bancos y las grandes propieda-
des industriales y comerciales. Y sobre todo, un poder que devolvía la
paz a los pueblos como primer paso para demostrar que habían llegado
a gobernar hombres que cumplían sus promesas de inmediato y al pie de
la letra.
Los terribles problemas generados por la guerra imperialista y luego,
por la guerra civil y la intervención extranjera fueron superados en diez
años de terribles luchas, en las cuales los obreros y campesinos dieron
muestras de un heroísmo desconocido hasta entonces, porque se lucha-
ba por primera vez en defensa de la patria liberada de los opresores y
explotadores.

192
Jesús Faría

Por primera vez en la historia, los patriotas luchaban en defensa de su


patria proletaria para poder continuar su obra liberadora y civilizadora;
no como en el pasado, cuando la patria era propiedad particular de los
terratenientes y otras clases explotadoras.
Bajo la influencia de la RSO, la lucha por la liberación nacional entró en
una nueva fase en Asia, África y América Latina. Con la Unión Soviética
nació también el gran aliado de los pueblos que luchan por su liberación
y esto desde sus inicios, puesto que la RSO fue también la victoria de los
pueblos oprimidos por la Rusia de los zares.
Después del surgimiento de la Unión Soviética no ha habido ni un
solo movimiento de liberación nacional que no haya recibido ni reciba la
solidaridad de los pueblos de la Unión Soviética.
Pero no fue un camino fácil. Incluso dentro del Partido bolchevique
había que sortear importantes obstáculos. Uno de ellos lo constituyó el plan
aventurero de Trotsky de rechazar la paz con los alemanes en Brest-Litovsk,
en febrero de 1918.
A pesar de que, según él mismo, siempre asumía posiciones de centro,
de árbitro, se puso en contra de la política de paz que proponía Lenin y
que no conseguía la mayoría en los sóviet de Petrogrado y Moscú. Las
consignas de Trotsky eran “ni guerra revolucionaria ni paz vergonzosa”,
“el enemigo no se atreverá a avanzar, su proletariado se lo impedirá”.
Después, mientras los ejércitos alemanes avanzaban sin resistencia hacia
la capital rusa, aconsejaba: “No hay que perder la calma, se trata de una
simple maniobra de intimidación”.
Por fin la tenacidad de Lenin se tradujo en una mayoría a favor de la
firma de la paz, pero esta vez bajo condiciones mucho más adversas. Al
hacer un balance, Lenin se empina en su fustigante ironía y les recuerda
a los portadores de espadas de cartón que el camino de la revolución no
está sembrado de rosas, sino cubierto de zarzas y espinas.

Roma-Moscú
Viajando en un destartalado avión, llegamos a Roma en plena Sema-
na Santa. Por las calles de la hermosa ciudad había las bellezas italianas
de tan justo como universal renombre, así como verdaderas manadas de
ensotanados. ¡Qué enorme masa de embatolados! Hablaban distintos
idiomas y vestían hábitos diferentes. A mí, viejo creyente, no me moles-

193
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

taba tropezar con esta gente. Me desprendí de mis creencias religiosas,


pero no siento ningún prejuicio hacia ellos.
Por el contrario, me lo explico todo, recordando cómo era yo en mi
juventud y, sobre todo, durante los años de mi adolescencia. Soy un ateo
tolerante, aunque si fuere necesario combatir el fanatismo religioso lo
haría, porque tomar la religión para fines políticos partidistas resulta
tan odioso, como combatir a las personas por sus simples e inofensivas
creencias religiosas.
Después de visitar algunos lugares de los más interesantes de Roma,
seguí mi viaje vía Praga. Allí pernocté. Me dijeron que debería salir del
hotel a la 5 am del día siguiente. Pero era tanta la emoción que a las cua-
tro de la mañana ya estaba listo en mi cuarto. En ese momento me lla-
maron con urgencia. No entendía nada. Trataba de explicar que mi salida
era para las cinco de la mañana. Entonces me mostraron un gran reloj.
¡Eran exactamente las cinco! En el mío eran exactamente las cuatro. Un
intérprete vino a sacarme de la confusión: a las doce de la noche los relo-
jes se habían adelantado una hora en todo el país. ¡Qué casualidad! De
vaina no perdí el avión, pese a que estaba despierto desde las tres de la
mañana.
Viajamos en un DC3. A bordo iba también Thorton, un obrero meta-
lúrgico australiano que ya conocía la Unión Soviética. Durante el larguí-
simo viaje sentimos un frío terrible y no había comida. Menos mal que
llevaba algo de chocolate. Le ofrecí a Thorton y con las pocas palabras
que sabía de inglés entré en contacto con quien sería mi compañero por
el interior de la Unión Soviética.
Llegamos a Moscú por la tardecita de un día domingo. Nadie nos
esperaba. Bastante más tarde llegaron a buscarnos los camaradas del
sindicato. Mi habitación en el Hotel Nacional daba hacia el Kremlin. Per-
manecí en la ventana largo rato, mirando la Plaza de la Revolución, la
Plaza Roja, los edificios de los museos y el poderoso macizo de edificios
amurallados que forman el misterioso Kremlin.
—Allí trabajaba Stalin. Desde allí dirige nuestras luchas contra el ene-
migo común –pensaba casi en alta voz.
Muy entrada la noche llegaron los dirigentes de los sindicatos. Nos
despertaron y fuimos a cenar.

194
Jesús Faría

El Congreso de los Sindicatos Soviéticos fue para mí una lección de


buena organización. Me interesé mucho por los seguros sociales, por la
seguridad en el trabajo, jubilaciones, descanso semanal y anual, por la
cultura obrera, viviendas y alquileres.
Visité grandes acerías, koljoses y sovjoses, casas de cultura, casas-
cuna, jardines de infancia, clínicas, lugares de reposo, museos, teatros y
parques. Mi intérprete, un veterano de los cuatro años de la Gran Guerra
Patria soviética, respondía paciente y amistosamente a mi interminable
curiosidad sobre los combates y sobre la guerra en general.
Para ese momento los gobernantes de Venezuela eran Delgado
Chalbaud, Pérez Jiménez y Llovera Páez. Mantenían en Moscú una débil
representación diplomática. Ejercía el cargo la poetisa Ida Gramcko.
Tanto esta dama como su marido se portaron muy amablemente conmi-
go. Poco después de tomar mi visado para ingresar a Venezuela, llegó la
orden desde Caracas para que no se me diera visa. Era evidente que los
nuevos gobernantes se oponían a mi retorno.
Pero antes del retorno a la patria, debía concurrir al Congreso de la
Federación Sindical Mundial que tendría lugar a fines de junio en Milán.
Allí nos tropezamos con una delegación rival compuesta por Rodolfo
Quintero, Luis Miquilena y Martín Marval. Hubo roces y choques muy
propios de aquella etapa del desarrollo de nuestras luchas.

Funerales de Jorge Dimitrov


Yo no pude quedarme hasta terminar el Congreso porque me llegó un
cablegrama desde Caracas, donde se me instruía sobre la necesidad de
trasladarme inmediatamente a Sofía, capital de Bulgaria, para represen-
tar al PCV en los funerales del héroe nacional búlgaro, camarada Jorge
Dimitrov.
Dimitrov fue una verdadera leyenda del movimiento comunista inter-
nacional. Desde Moscú encabezó por años los trabajos de la Internacio-
nal Comunista. En 1933 puso en el banquillo de los acusados al régimen
nazi, cuyos jerarcas trataban de inculparlo por el incendio del Reichstag,
que había sido tramado por ellos mismos para justificar la ola de terror
desatada contra las fuerzas revolucionarias y democráticas de Alemania.
Después de la Segunda Guerra Mundial fundó el Estado obrero-campe-
sino búlgaro.

195
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Busqué visa de tránsito en el Consulado de Yugoslavia en Milán, pero


me fue negada. Los dirigentes sindicales búlgaros me dijeron que fuéra-
mos a Roma, donde este asunto podría ser arreglado por el embajador
búlgaro y su colega yugoslavo. Así fue.
Partimos de Roma, vía Tirana. El avión iba cargado de gente impor-
tante de muchos países. En Tirana fuimos muy bien recibidos y atendi-
dos. Allí se incorporó la delegación del Partido Albanés del Trabajo.
En nuestro grupo viajaban Enrique Lister, figura legendaria de la
Guerra Civil Española, y otro camarada español. Lister no llevaba visado
de tránsito.
En Belgrado las autoridades subalternas entraron al avión y le pidie-
ron explicación. Lister dio una muy simple. No necesito visado porque yo
soy Enrique Lister. El suboficial se le cuadró, le devolvió el pasaporte y
abandonó el avión.
Llegaríamos a Sofía por la noche. El avión, un DC3, luchaba contra
una interminable tormenta balcánica. Ya sobre la capital búlgara dába-
mos vueltas y más vueltas tratando de encontrar un “hueco” para aterri-
zar. ¡Pero nada! Llovía a mares, truenos y relámpagos, nos tenían con la
carne de gallina. Desde el aeropuerto lanzaban al aire luces de bengala
en profusión. Por fin, cuando ya el combustible se agotaba, el piloto enfi-
ló y logró un aterrizaje feliz en condiciones extremadamente peligrosas,
según supimos después. Nuestros camaradas del Partido y del gobierno
búlgaro estaban vivamente preocupados por aquella situación.
En los funerales conocí a Thorez, Ana Pauker, Voroshilov y a muchos
otros grandes dirigentes del movimiento comunista mundial.
Después me fui al interior del país, donde el pueblo búlgaro –como
en la capital– trabajaba a un ritmo endemoniado por superar las grandes
fallas y atrasos heredados del régimen burgués.
La juventud se movía febrilmente y realizaba verdaderas proezas
en los frentes del trabajo creador. Participé en numerosos mítines de
emulación…

Mis primeras vacaciones


Luego regresé a Francia, vía Praga.
En Praga me fue muy bien, aunque una bella muchacha quería meter-
me en líos mediante una tentadora operación de cambio de divisas por

196
Jesús Faría

medios ilícitos. Estas operaciones eran muy comunes en esa época y los
camaradas ya me lo habían advertido. Era evidente que se trataba de una
enemiga de nuestra causa.
Sin embargo, como habíamos sido tan felices y ella solo había insinua-
do una operación ilegal que rechacé, guardé silencio. No sé si hice bien o
mal. Ella no sabía quién era yo. Quizás tenía otros planes. La verdad es
que todo quedó en el misterio, porque yo, sin despedirme de nadie, partí
cuando me llegó el momento.
Como nunca me había tomado unas vacaciones, resolví tomarlas
viajando en barco. Tuve que comprar boletos de primera clase, pues los
puestos en segunda se habían agotado. Esperé un par de días en Cannes
mientras zarpaba el barco. Empezaba el mes de agosto y hacía un calor
ardiente. También me fui a la playa donde, al parecer, fui confundido con
un europeo, pese a mi condición de “mulato casi blanco...”, como dijo el
novelista.
Así fue como una tardecita me encontraba sentado en un banco solita-
rio, a la orilla del mar, cuando se acercaron dos damas morenas. Jovenci-
ta, la una, y más que madura, la otra. Caminaban lentamente y hablaban
en español en alta voz. Me aguanté la curiosidad. Permanecí mirando
hacia el mar. Ya habría tiempo de entrar en contacto con aquellas damas
de habla hispana. Ellas se sentaron en el mismo banco, pero de espaldas
al mar. Veían pasar a los bañistas y hacían los comentarios más atrevidos
con relación a los hombres. La vieja hacía los chistes y la joven se los reía
a media velocidad. Yo tenía unas ganas tremendas de soltar una carca-
jada, pero preferí ausentarme en silencio. Caminé un poco por la orilla
y regresé para conocer mejor a tan desprejuiciadas veraneantes, quienes
ni siquiera estaban en traje de baño, sino con ropas muy tropicales. Por
supuesto que estas mujeres no se fijaron en mí, ni cuando se sentaron ni
cuando pasé junto a ellas.
Subimos a bordo por la noche. Al día siguiente me encontré con las
mujeres aludidas. Eran hermana e hija, respectivamente, del presidente
de la República de Panamá.
Era yo el único venezolano que viajaba en este barco. Venían muchos
españoles, portugueses e italianos, pero en segunda clase. Yo bajaba con
frecuencia para hablar con esta gente.
Un día una dama me preguntó por qué visitaba a esa plebe...

197
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

—Es porque en este barco las damas de primera viajan en segunda –le
respondí con una sonriente grosería.
Eso fue en 1949. Hoy, lo garantizo, habría dado otra respuesta, menos
ofensiva. Los hombres –ya se ha dicho– como el vino, con los años mejo-
ran su condición.
De todos modos me vi enredado con damas que no eran propiamente
de la clase obrera. Pero durante aquellos 15 días no había escapatoria. Y,
al parecer, la infidelidad de ciertas féminas se exacerba cuando se viaja
por mar...
También viajaba una dama, no madura pero sí “pintona”, que le fue
infiel al marido hasta la misma entrada al puerto de La Guaira, donde
sudoroso la esperaba.
En cuanto a mis conocidas panameñas, se mantenían a distancia. Yo
jugaba mucho un deporte a pleno sol, en el cual me hice muy ganador.
Cuando había que jugar en parejas, la hija del presidente decía:
—...bueno, yo voy con Venezuela.
¡Pendeja la muchacha! Para el deporte escogía como compañero al
mejor jugador. En cambio, para la vida social nocturna se le veía siempre
con el segundo de a bordo.
Por cierto que, cuando ya nos acercábamos a la costa venezolana, reci-
bieron la noticia, no sé si buena o mala para ellas, de que su encopetado
pariente había muerto. Hubo misa a bordo y se pusieron furiosas porque
yo no asistí. Les dije que yo era ateo y que no me expondría a que el cura
me expulsara de su iglesia.

Comité de recepción en La Guaira


Desde Venezuela había recibido noticias, según las cuales la policía
estaba esperando mi llegada para obligarme a salir al exterior por avión.
Los gobernantes estaban furiosos porque yo había denunciado el golpe
por la prensa y la radio de Moscú.
Para el caso de que tuviera dificultades y las autoridades venezolanas
me quisieran apresar en el barco, ya había contactado a los republicanos
españoles a bordo, así como a una célula comunista de marinos.

198
Jesús Faría

Tenía dos planes para bajar del barco, pero no fueron necesarios.
Los comunistas de La Guaira hicieron un buen trabajo, ayudados por un
joven hijo de un camarada obrero petrolero que trabajaba en extranjería.
Al llegar era de noche y en seguida subimos a Caracas. Al día siguien-
te, cuando mis camaradas fueron a recoger mi equipaje, fueron arresta-
dos. Les exigían información acerca de mi paradero.
—En el Hotel Marsella –contestaron según lo acordado.
Requisaron el hotel, pero no encontraron nada, aunque mi nombre
aparecía en la lista de reservaciones. El jefe de la Policía Política, un
tal Parilli, se apropió de mi equipaje. Además, fueron despedidos die-
cisiete funcionarios policiales por supuesta negligencia al permitir mi
desembarco.

La huelga petrolera de 1950


Con la instauración de la dictadura militar se inicia una fase de las
luchas del movimiento obrero y político, en general, bajo condiciones
muy adversas, con innumerables restricciones.
En el plano sindical, continuábamos la actividad organizativa de los
trabajadores en procura de mejoras reivindicativas, pero también con el
objetivo de prepararlos para jornadas antidictatoriales que exigirían un
mayor grado de organización y claridad política.
Con tal propósito fui enviado al Zulia los primeros días de 1950. Allí,
los poderosos sindicatos “rojos” agrupados en Cosutrapet –que se había
constituido como resultado de nuestra expulsión de Fedepetrol y del cual
yo era su presidente–, conjuntamente con los sindicatos encabezados por
los dirigentes adecos, ahora en la clandestinidad, nos preparábamos para
plantear la discusión de cláusulas del contrato colectivo con las compa-
ñías petroleras.
Así fue como a comienzos de febrero se presentó formalmente la pro-
puesta de Cosutrapet en relación con los tabuladores (salarios) y precios
de los productos distribuidos por los comisariatos.
Nos reunimos directamente con cada una de las compañías, encon-
trando un rechazo sistemático e intransigencia generalizada. Al agotar-
se las vías conciliatorias, introdujimos ante la Inspectoría del Trabajo la
solicitud de citación de las compañías.

199
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Se trataba de un acto altamente representativo, pues lo respaldaban


51 sindicatos petroleros de todo el país que agrupaban a más del 95% de
la masa laboral petrolera.
Sin embargo, la Inspectoría dictaminó a favor de los patronos, como
era de esperarse de una instancia representativa de una dictadura militar
entregada a los brazos del imperialismo.
En medio de los preparativos de la huelga, a finales del mes de marzo,
se produjo un inesperado encuentro entre los dirigentes petroleros y los
máximos jerarcas de la Junta, a solicitud de estos últimos. Allí, la dicta-
dura respaldó el dictamen del Ministerio del Trabajo, pero nombró una
Comisión para la Investigación del Trabajo en la Industria Petrolera a los
fines de “explorar posibles soluciones al conflicto”.
Era evidente que esta propuesta no contribuía a la búsqueda de solu-
ciones aceptables para los trabajadores. Esto era parte de una estrategia
enfocada a desactivar los mecanismos de protestas de los trabajadores
a punto de dispararse. Se pretendía distraer a los trabajadores de las
luchas por sus justas reivindicaciones.
Bajo estas circunstancias, el 3 de mayo de 1950 se inicia la gran jor-
nada huelguística de los trabajadores petroleros; una imponente huelga
reivindicativa pero con un claro contenido político.
Ciertamente, la huelga fue iniciada en protesta por la sistemática
negativa de las compañías petroleras de discutir las reivindicaciones
solicitadas por los trabajadores, así como por el permanente deterioro
de las condiciones laborales, los despidos masivos de trabajadores y las
injusticias y discriminaciones practicadas contra los obreros en los cam-
pos petroleros.
Era evidente que las trasnacionales se aprovechaban de las nuevas
condiciones políticas del país para pisotear los intereses de los trabajado-
res. Era la continuación de sus viejas políticas antinacionales y antiobre-
ras, pero ahora en forma más descarada bajo el amparo incondicional de
la camarilla militar. Su afán de exprimir al máximo las riquezas del país
y a los obreros venezolanos se había desbordado.
Pero la lucha no era solo en contra de las transnacionales. Se estaba
luchando por el respeto a los derechos y libertades sindicales grosera-
mente atropelladas por la Junta Militar. En el caso de esta huelga, ya la
había declarado ilegal.

200
Jesús Faría

La camarilla militar se había adueñado del país, controlaba todas sus


esferas y no admitía ninguna clase de discrepancias, oposición o protes-
tas. Había reprimido a los trabajadores, así como también a la oposición
política, había restringido las libertades, en primera instancia la de pren-
sa, y supeditado todo a sus dictados.
Los obreros petroleros se enfrentaban a dos poderosos enemigos en
una batalla que se había iniciado por la discusión de reivindicaciones
materiales. Esta lucha tenía hondas implicaciones de naturaleza polí-
tica, que le impregnaban a esta jornada un carácter antidictatorial y
antiimperialista.
Resaltar esto no deja de ser necesario porque algunos historiadores
y políticos se han dado a la tarea de desvirtuar el carácter de esta mag-
nífica jornada de lucha de los obreros petroleros. Este intento también
cobró vida en nuestro partido, lo que obligó a la expulsión de Fuenmayor,
importante dirigente comunista de la época.
De una manera infame se ha querido asociar la huelga con planes gol-
pistas, cuando este elemento no jugó ningún papel en la decisión de ini-
ciar el conflicto ni en su conducción. Ciertamente, existían planes entre
algunos adecos que apuntaban a ese objetivo.
Querían enmendar su inhibición durante el golpe a Gallegos y pro-
ponían con insistencia actos irracionales, como la voladura de tanques
petroleros de ochenta mil barriles, entre otras cosas. Pero esto, por
supuesto, fue rechazado de inmediato.
Se coincidía ampliamente en la lucha en contra de la dictadura y se
perseguía la desestabilización política del régimen y su posterior derro-
camiento. Pero no se trataba de desplazar a la Junta Militar por medio de
una nueva aventura golpista. Aunque estaba en los planes de la dirigen-
cia de AD, no lo estaba en los de esta huelga. De manera que es una vil
mentira la tesis de que el Partido Comunista actuó “a la cola de los planes
golpistas de AD”. Cualquier tentativa de aprovechar la huelga para planes
golpistas era totalmente extraña a la dirección del conflicto.
Por lo demás, los hechos acaecidos durante y posteriormente a la
huelga confirmaron con creces la necesidad de luchar en esos términos
contra una dictadura brutal como aquella que enfrentamos.

201
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Con el inicio de la huelga se desató una tremenda represión. Masas


de militares se desplazaban en los campos petroleros. Buscaban a los
obreros en sus hogares para obligarlos a volver a sus puestos de trabajo.
Si no los encontraban, encadenaban las puertas de sus viviendas con sus
familias adentro. Los allanamientos se hacían por manzanas completas.
Inclusive se usaba la aviación para repetidos vuelos rasantes sobre los
campamentos donde vivían los obreros…
Recuerdo que me encontraba en una casa de Campo Concordia, cuan-
do avanzaba una ola de soldados que practicaban un allanamiento mati-
nal. Como pudo, la mujer de un obrero, una persona cuyo nombre ignoro,
se deslizó hasta donde yo estaba.
Alguien la envió para avisarme. Salté de la hamaca. Por la puerta de
la cocina pasé a otra casa y de esta a otra más. No supe nunca por casa de
quienes iba pasando. Ellos sí me conocían y me brindaban ayuda hasta
ponerme fuera del alcance de los soldados.
¡Qué maravilla es la solidaridad proletaria!
Aquel mismo día debía ir yo de Cabimas a Maracaibo para una reu-
nión importante con el Comité Regional del PCV. Pero, ¿cómo pasar? El
paro en la industria petrolera era total. Además de alcabalas fijas, las
había móviles… Viajar era un peligro.
Con la directiva del sindicato de choferes de plaza conseguí no solo
un vehículo, sino también un chofer que era gran “llave” de la gente de la
Guardia Nacional, cuerpo represivo que controlaba las alcabalas móviles
y las otras entre Cabimas y Palmarejo.
Partimos. En cada alcabala decía una mentira. Charlaba un poco.
Decía que los huelguistas estaban desmoralizados y me presentaba a sus
amigos como un pariente suyo. Pasamos con asombrosa facilidad. Aquel
chofer era un hombre de sangre fría y lealtad a su clase.
Le pagué muy bien mi traslado y nos despedimos en Palmarejo, mue-
llecito casi desierto, donde tomé el transporte marítimo para Maracaibo.
Estos éxitos de un dirigente revolucionario, escapando de un cerco
tendido por la furiosa jauría, eran posibles debido solo a que el movi-
miento obrero y democrático estaba bien unido. De no haber logrado la
unidad obrera, la huelga nunca habría tenido el impacto que tuvo.
Mi intención era quedarme en el Zulia. Allá me sentía más seguro.
Era nuestra mejor zona comunista. Para aquel momento carecíamos en

202
Jesús Faría

la capital de buena organización, allá no disponíamos de los medios para


escapar a la persecución policial. La conquista de Caracas por parte del
Partido vendría en 1958. En el Zulia, además, era fuerte el partido AD,
con quien trabajaba el PCV para organizar el movimiento de los obreros
petroleros de Venezuela por sus reivindicaciones económicas.
Me sentía bastante seguro en el Zulia, a pesar de que mi “amigo”, el
gobernador J. L. Sánchez, ofrecía buena recompensa a quien diera una
pista sobre mi paradero. Decía este “amigo” que le era indispensable mi
captura para anotarse “buenos puntos con la Junta Militar”. ¡Un amigo!
No obstante, la Dirección Nacional del PCV me mandó a llamar, pri-
mero con Alonso Ojeda y luego con Luis E. Arrieta y Juan Fuenmayor.
Mi retorno a Caracas lo justificaban con una supuesta mayor seguridad
(estimaban que no me buscarían en Caracas, estando el epicentro del
conflicto en el Zulia), que no era tal. Me negaba a regresar. Presentía que
en Caracas caería en manos de la policía. Partí rumbo a Caracas bajo
protesta en medio de la maravillosa huelga de mayo de 1950.

Viaje a Caracas y persecución policial


Sin ayuda de nadie organicé mi traslado a Caracas. El camarada
Matilde García, viejo amigo mío, obrero petrolero de la marina lacustre,
conduciendo un viejo camión me trasladó sin contratiempos. Solo en San
Carlos nos aconteció algo curioso.
En la alcabala de salida hacia Valencia había una cola de vehículos
no muy larga. Nosotros quedamos bastante cerca de la “oficina”. En un
momento alguien dijo: “¿Cómo es el asunto ese de Faría?”. Y se dirigió a
donde estaba nuestro camión. Había pocas posibilidades de escapar.
De todos modos bajé del camión con una linterna y me alejé un poco,
pero sin salir del camino ni de la zona. En seguida alguien respondía la
pregunta. Se trataba de otro Faría, jefe de la policía de la ciudad, quien
había telefoneado para algo relacionado con relevos de servicios.
En Caracas fui alojado en casa de una excelente familia. Gente humil-
de y de una gran discreción. En esta casa me encontraba cuando el apa-
rato del Partido resolvió llevarme a un lugar más cómodo. Estábamos en
un apartamento y me mandarían para una amplia casa.
El día 5 de mayo por la noche abandonaba yo un refugio modesto
conocido por algo mejor por conocer. Llegamos a la casa pero los dueños

203
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

no estaban. Esperamos. Había dos muchachonas de servicio muy venta-


neras como ocurre siempre en mujeres de esa edad y condición, cuando
los patronos están ausentes; con la particularidad de que, en la mayoría
de los casos, los galanes que las cortejan son policías.
En vista de que nuestros amigos no llegaban, se resolvió que yo iría
a pasar la noche en casa del camarada Key Sánchez. La gente era buena
pero no así la casa, porque yo había estado viviendo allí antes de mi viaje
al Zulia. Además, Key Sánchez era un comunista muy conocido, de aque-
llos que en 1931 fueron a parar a La Rotunda siendo aún muy jovencito.
En fin, era solo por unas horas. Al día siguiente, a las seis de la tarde,
irían a buscarme.
La policía me buscaba muy activamente. Había un premio en metálico
muy grande para la brigada que lograra mi captura, pero se pensaba que
yo podía estar en el Zulia. La prensa publicaba diariamente mi fotografía
en tamaño muy grande y primera página, como para ayudar a los poli-
cías. “Todavía no ha sido capturado”, decían los titulares a todo lo ancho
de las páginas.
Si bien en aquellos tiempos las prisiones eran cortas, solo de meses
antes del destierro, yo no menospreciaba los peligros. Ocupaba la jefatu-
ra de los sindicatos petroleros comunistas, por lo cual sabía que caer en
manos de los cuerpos represivos de la Junta Militar me costaría años de
prisión. Sin embargo, me movía tranquilo.
A las cinco de la tarde del 6 de mayo estaba vestido de corbata y con
un maletín sobre una mesa, listo para partir cargado con objetos de
indispensable uso personal.
Había una forma de pasar a la casa vecina, la cual habíamos estudiado
para el caso de una emergencia. Pero no hubo oportunidad. Yo estaba
inclinado amarrándole los cordones de los zapatos a un niño, cuando me
vi rodeado de agentes. Las cosas ocurrieron así: timbraron y Fernando
abrió la puerta. Los agentes se precipitaron hacia el fondo de la casa.
Se dijo que la brigada venía allanando hogares por la cuadra y el doc-
tor Octavio Lepage, quien estaba escondido en la casa siguiente a la mía,
fue avisado y pudo escapar; aunque se le olvidó avisar al vecino, como era
lo convenido. Como yo había llegado a media noche, a lo mejor no sabían
que allí hubiera gente escondida.

204
CAPÍTULO VI
PRESO DEL IMPERIALISMO
Y LAS TRANSNACIONALES PETROLERAS
Comienzo de una larga prisión
Mi llegada a los calabozos de la Seguridad Nacional fue motivo de una
fiesta. Fui “presentado” a no menos de un centenar de agentes, todos muy
felices. Me pasaron a la oficina de “El Bachiller” Castro, quien estuvo pro-
vocándome con groseras insinuaciones de cuantiosas sumas de dinero,
tal como, según él decía, se hacía en Estados Unidos y en muchos otros
países, incluida Venezuela.
Mencionó a conocidos dirigentes obreros no comunistas. Sin duda,
se trataba de una bien preparada sesión de cohecho que estaba siendo
grabada.
Repentinamente me desaté en ataques contra el gobierno militar por
los atropellos que estaban cometiendo contra los obreros petroleros y
contra los familiares de estos.
Estando en los “interrogatorios”, “El Bachiller” recibió varias visitas
de quienes ya habían sido informados de mi captura y se desbordaban en
elogios por el “trofeo”.
A Fernando Key Sánchez no lo interrogaron. Estando en la antesala de
los calabozos, fueron sacados numerosos presos políticos para ser trasla-
dados a Maracay. Entre estos iba el doctor Renato Olavarría Celis, quien
nos saludó con una alta moral.

207
Yo no supe cómo se salvó el camarada que debería llegar a buscarme a
las seis de la tarde. Supongo que lo salvaría la presencia de los vehículos
de la policía estacionados por allí.
Las personas que me vieron ese día fueron “El Chino”, un joven cama-
rada que fue por la tarde a llevarme unas informaciones escritas, y un
empleado del Aseo Urbano. Puede ser que este último, aun sin saber de
quien se trataba, haya dicho que allí estaba un elemento sospechoso. En
momentos de luchas sociales importantes los policías siempre botan la
basura con gran puntualidad en ciertas y determinadas viviendas.
Y en aquellos momentos el gobierno militar estaba “con el culo en las
dos manos”.

Cárcel Modelo
Aquella noche fuimos pasados a la Cárcel Modelo. Nos metieron en un
calabozo de enfermería rigurosamente incomunicados, pero nos dieron
camas para dormir. Estábamos silenciosos. Key, malicioso y con mayor
experiencia, escuchó mis relatos de la entrevista con “El Bachiller” y rió
de buena gana.
Por la mañana se acercó por allí una mujer de las llamadas presas
comunes. No se por qué cometí el error de preguntarle por qué la tenían
allí. Me contestó en forma aleccionadora: “Por un accidente”. Key volvió
a reír. Se daba cuenta de que aquella mujer le había enviado uno a San
Pedro.
Vino a romper la incomunicación, fugazmente, un mensajero de parte
del doctor Lander, abogado de la Creole, preso por allí cerca, quien me
ofrecía sus recursos y me enviaba un ejemplar de una revistica muy anti-
comunista, por cierto.
Por su parte, la gente del Partido supo en seguida dónde estábamos,
porque nos hizo llegar ropa y otras cosas. Preguntaban:
—¿Qué más necesitan?
—Nada, por ahora nada más –contestamos.
El día que caímos presos, el 6 de mayo, cuando estábamos en la Segu-
ranal, hablaba el ministro del Trabajo, Rojas Contreras, para anunciar la
clausura de los sindicatos de trabajadores petroleros.
Nuestra situación se tornaba oscura. El gobierno pasaba a la ofensiva
con una represión sangrienta y despiadada y un vendaval de infamias por
la prensa y la radio.
A las familias obreras se les incautaban los alimentos –hasta los más
esenciales– y se las dejaba prisioneras en sus habitaciones. Muchos loca-
les escolares fueron habilitados como retenes, donde se hacinaban milla-
res de obreros.
Todos los medios de publicidad transpiraban un odio espantoso a los
huelguistas y un servilismo cínico y estúpido a los patronos imperialistas.
Logré que un “ordenanza” me pasara un diario del día 8 de mayo por
el astronómico precio de diez bolívares. Aparecía bien destacada la noti-
cia de mi captura.
Finalmente, la huelga fracasó al no lograr su extensión en todo el país.
Los obreros petroleros y muchos otros gremios lucharon heroicamente
en el Zulia, pero el resto del país respondió muy débilmente. Esto le per-
mitió al enemigo, el imperialismo y sus lacayos de la dictadura militar,
concentrar todo su poderío contra las zonas petroleras.
Y nos derrotaron después de una intensa lucha, en la cual la clase
obrera mostró sus virtudes y recursos como clase de vanguardia en la
lucha por la liberación nacional y las libertades democráticas. A pesar de
la derrota, fue una jornada de unidad y combatividad obrera y popular.
Estos dos ingredientes serían indispensables en el futuro para combatir
exitosamente a la Junta Militar.
También ellos aprendieron la lección. Se daban cuenta de que la resis-
tencia sería fuerte y que tendrían que reprimir más para mantenerse en
el poder. La historia nos enseñaría que sacaron sus conclusiones mucho
mejor que nosotros las nuestras.
Las enseñanzas las asimilaron desde bien temprano, lo cual produjo
un reflujo del movimiento revolucionario. Nuestras estructuras queda-
ron desmanteladas. De los partidos políticos solo quedaron activos URD,
Copei y el PRP. Este último tenía alguna presencia sindical. Se había
desprendido del PCV acusándolo de reformista, pero no tuvo problemas
para convivir con la dictadura, al menos durante los primeros años.
Antes del desenlace de la huelga, el día 11 de mayo a las cinco de la
mañana, nos llamaron: “Con sus corotos...”.

209
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Key se alegró. Yo le dije que me parecía que las cosas empezaban a


empeorar, tanto para la causa como para mí. Es decir, que la huelga se
había perdido y que yo sería pasado a un sitio peor. Así resultó. Me tras-
ladaron a El Obispo. Una prisión inmunda.

El Obispo
Me aislaron en un calabozo húmedo y sucio; oscuro como tinieblas.
Incluso un minúsculo agujero que le habían fabricado a la puerta de
madera le fue taponado con una tabla adicional. No permitieron pasar
colchoneta ni cobija. Allí empezó mi dolencia ósea, durmiendo en aquel
suelo frío, mojado y sucio.
Para realizar mis necesidades fisiológicas me sacaban a un lugar don-
de había una pequeña colina de estiércol.
El “rancho” de El Obispo era algo abominable, tanto por su calidad
como por la falta de higiene. Como tenía algunos bolívares, compraba
leche (2,50 Bs. la botella) y pan salado, con lo cual evitaba comer el funes-
to “rancho”.
En la parte de abajo se encontraba un grupo de presos políticos, diri-
gentes de AD, quienes no estaban incomunicados. Entre otros recuerdo
a Domingo Alberto Rangel, Luis Augusto Dubuc, Wenceslao Mantilla,
Candelario Salazar y Edmundo Yibirín. En otro calabozo, junto con los
hampones, tenían a Carlos Behrens, Adán Pérez Quiroz y José F. Semidey,
a quienes conocería después.
Yibirín tenía real y creo que el policía de guardia recibía algunas pro-
pinas. Un día arregló las cosas para salir del WC, cuando yo iba a entrar.
Me dejó un papel escrito con alguna información de los diarios. Luego
me dejó un libro y me ofreció dinero y, en general, se me puso a la orden.
Lo extraño del caso es que yo ni siquiera había oído mentar nunca a este
farmaceuta, hijo de “turcos”, pero venezolano oriental por nacimiento y
procedimientos. Luego me dejó otro papel, donde me daba instrucciones
para que pidiera salir al WC cuando oyera determinados golpes.
No sé cómo, pero la gente del Partido supo lo de mi traslado inmedia-
tamente, porque me enviaron pijamas y camilla, aunque esta se quedó
afuera.
Una noche abrió la puerta un policía de turno y me entregó una carta
y un dinero.

210
Jesús Faría

Era pariente de un camarada muy discreto y buen amigo mío. Le pedí


que me comprara unas velas para alumbrarme y leer un poco. Lo hizo.
Con este policía envié unas letricas a la calle, las cuales llegaron a su
destino.
La lectura a la luz de las velas me hizo un gran daño para la vista. El
libro que leía era una novela de John Dos Pasos, un libro bastante com-
plicado en su trama.
Cuando llegó la prensa con la noticia de la clausura oficial del PCV, día
13 de mayo, Domingo Alberto la leyó a gritos, de manera que yo pudiera
oír. Efectivamente, después de la represión de los huelguistas y la clau-
sura de los sindicatos, vino la ilegalización del PCV y de TP, así como la
confiscación de todos sus bienes.

Huelga de presos y traslado a San Juan de los Morros


A fines de mayo, creo que fue el 26, los presos decretaron una huel-
ga. ¡Estamos en huelga de hambre!, me gritaron. Ese día me llevaron
muy buena comida. La rechacé. Luego, por primera vez, se me acercó una
autoridad superior para inducirme a comer.
Le dije un montón de cosas pesadas. A fin de cuentas, el único preso
que nada tenía que perder allí era yo. Ni siquiera colchoneta. Lo único
que podían quitarme eran las salidas diarias al WC o la posibilidad de
comprar leche, pero esta le rendía buena utilidad a las autoridades due-
ñas de La Cueva, la bodega para presos, donde los precios eran 300%
mayores que en la ciudad.
En plena huelga de hambre pude comprar una colchoneta vieja y sucia
por Bs. 30. Aquella inmundicia no valdría más de dos bolívares. Pero a
mí me pareció una ganga. Y el cambio del húmedo, frío y sucio cemen-
to pelado a la pelotuda y rota colchoneta me pareció sencillamente deli-
cioso. Además de todo ello, me creía muy listo por haber logrado esta
adquisición pese a la prohibición. La verdad era que las autoridades, a
sabiendas de que seríamos trasladados a otro penal, me enviaron la ten-
tadora oferta para sacarme mis buenos seis fuertes.
Después de unos cuatro días de huelga de hambre el asunto se arregló.
Mejorarían la comida. Pero por la noche, ¡cuál no sería mi alegría!,
cuando me despertaron y me dijeron:
—¡Vamos!

211
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

No pregunté nada, sino que me precipité escaleras abajo y me metí


en una larga fila de presos. Había un nerviosismo muy marcado entre
oficiales y clases. Uno de estos decía en alta voz:
—Coños de madre, me los dejaran por mi cuenta para llevarlos a plan
de machete hasta San Juan...
Allí le volví a ver el rostro al enemigo.
Disfrazado con harapos, pero con un lenguaje alimentado por la cam-
paña radiada de los verdaderos enemigos de nuestra causa y de nuestro
pueblo.
Hasta ese momento yo había estado incomunicado. Sin contacto con
nadie. Para estar seguro pregunté a mi vecino:
—¿Qué fecha es hoy?
—Primero de junio –me contestó.
No teníamos noticia de nuestro nuevo destino, pero para mí una cosa
era muy buena: se rompía aquel maldito aislamiento en calabozo de
castigo.
Yo resulté apersogado con Semidey, un costeño oriental muy maldi-
ciente, pero simpático. A la puerta del penal vendían naranjas. Aproveché
para comprar algunas y las repartí entre mis vecinos dentro del autobús.
El lote de presos no era muy grande. Nos condujo un fuerte desta-
camento del Ejército con armamento reforzado. Los oficiales y subofi-
ciales portaban armas largas semiautomáticas, aparte de sus armas de
reglamento.
Las calles capitalinas estaban desiertas. Velozmente, los autobuses
enfilaron hacia Los Teques. Luego, en La Encrucijada, viramos hacia el
sur.
—Esto es San Juan –dijo alguno a media voz.
Nadie comentó. Todavía la mayoría de la población dormía en la capi-
tal guariqueña cuando por allí pasamos, rumbo a la Penitenciaría General
de Venezuela (PGV). Esta no era una cárcel para presos políticos. Los
hubo a partir de 1949.
Los penados, con sus ropas de amarillo encendido, daban una impre-
sión desagradable.
¡Ya nos acostumbraríamos!

212
Jesús Faría

Vida de presos
Para nosotros fue habilitada una Letra (Bloque) “P”. Deliberadamente
me fui quedando de último en entrar. Me aprovechaba de aquel sol tan
agradable. El proceso de inscripción era maravillosamente lento. Pérez
Quiroz también se quedó en la punta de la cola y allí mismo buscó mi
amistad. Él venía de una zona infernal dentro de El Obispo. Entablamos
conversación y desde allí nos hicimos amigos. Quedamos en el mismo
calabozo junto con Dubuc y Yibirín.
El director del penal, Mejías, un trujillano protegido de Dubuc duran-
te el reinado de Gallegos y el gobierno de Betancourt, no se acercó por
allí. Varios días después vino y ordenó que se nos permitiera salir al ras-
trillo de la “P”. Podríamos jugar dominó y hablar con otros presos.
Mis tres compañeros de calabozo eran excelentes personas. Nos llevá-
bamos bien. Los primeros días abundaban los chistes. Sobraba material
para conversar. Además, dormíamos sobre colchonetas y en las “parri-
llas” del penal. Para mí, el cambio era “como de la tierra al cielo...”, para
decirlo con palabras sacerdotales.
Ya en el rastrillo pude conocer a los otros presos: Trujillo, Lazo,
Villarroel, Murga, “Manuelito”... un negrazo barloventeño y un campe-
sino de Macuchachí, Paco Ortega, Romeo Córdova, Juan Rojas y otros.
Creo que éramos 36 en total. Luego fueron llegando más y más. Para
diciembre de 1950 éramos más de 700, pero para enero de 1951, solo que-
dábamos unos veinte.
¡Qué mantequilla! ¡Cómo salían presos!
En octubre de 1950, un agente de la policía política, Seguranal, visitó
a Lazo, exoficial del mismo cuerpo pero con Betancourt y Gallegos.
—Sabemos que se prepara un atentado criminal contra miembros de
la Junta Militar por parte de ustedes. En ese caso, el grupo de la “F”
pagará con su cabeza... –dijo.
Por el momento, nadie puso mucha atención en la sombría amenaza,
salvo “Lacito”, quien desarrolló la tesis del fusilamiento hasta el extremo
de pescar un tremendo dolor de cabeza, el cual pretendía calmar con agua
de colonia en forma de compresas sostenidas por un ridículo turbante.
En julio llegaron a la PGV Octavio Lepage, Rondón Lovera, Orlando
Gómez Peñalver y otros. Lepage era especialista en chistes pornográfi-
cos. Gómez Peñalver alimentaba su arsenal de cuentos en cosas de la

213
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Guayana, de la selva, de los ríos. Rondón Lovera, como muchos otros en


aquella etapa, era muy peleador, tanto con la guardia como con sus pro-
pios compañeros de la prisión.
Yibirín creaba mitos y luego los defendía como si se tratara de rea-
lidades. Domingo Alberto leía incansablemente unos enormes libracos
norteamericanos que hablaban sobre El Destino Manifiesto y otras cosas
de la diplomacia norteamericana en relación con América Latina. Dubuc,
como algunos otros profesionales, decía que él no tenía por qué estudiar,
porque ya él era doctor... Jugaba un poco dominó y se cuidaba esmera-
damente la cabellera. Leía un montón enorme de “muñequitos”, así como
novelas policiales norteamericanas de autores muy populares.
Pérez Quiroz y Orlando eran muy amigos, pero al parecer no se cono-
cían bien. Como sabemos, la prisión es un estupendo lugar para conocer
a las personas en toda su grandeza, pero también en toda su miseria.
En este grupo había presos que recibíamos buenas encomiendas
y otros que no recibían nada. Yo recibía una encomienda muy grande
y entregaba a un compañero los quesos, dulces y otras cosas para ser
repartidas entre quienes nada recibían.
—Camarada, así ni come usted, ni comen ellos. Vamos a comernos
nosotros nuestras cosas –me dijo Orlando.
Esto enfureció a Pérez Quiroz, quien también recibía encomiendas.
Rangel y Lalao eran generosos. Los otros “ricos” aprendieron a serlo con
el correr del tiempo. Y con el buen ejemplo.
Lepage no era pichirre, lo que sí era un gran desmemoriado, hasta el
extremo de que en una ocasión se sentó en la poceta del WC con un libro,
mientras otro esperaba nervioso para ocupar su turno. Caminaba, daba
vueltas apremiado de verdad, pero Octavio leía atentamente, instalado
sobre aquella “codiciada” silla.
—¿Estas cagando cabuya, Octavio? –preguntó el apremiado.
—¡Ah, carajo! –respondió este. Perdona, vale, se me había olvidado
que era aquí donde estaba sentado...
Durante los primeros meses en la “F” ocurrieron cosas reveladoras
para mí. Cuando Sánchez Pacheco se encargó de la Dirección del penal, se
presentó con su estado mayor a la “F” para ponerse a la orden y resolver
algunos problemas. ¡Cuál no sería mi asombro, cuando vi que aquel gesto
era objeto de burlas y provocaciones! Este Sánchez era como padrino o

214
Jesús Faría

algo así de Domingo Alberto, paisano de Dubuc y había estado preso en


la época de Gómez. Ante ello, este personaje reaccionó muy mal y desde
ese momento “le puso la proa” al grupo de la “F”.
Durante el mes de junio y parte de julio recibí visitas muy breves de
mi hermana Altagracia, de Margot Córdova y de Raquel Reyes.
Eran visitas estrictamente vigiladas. De todos modos, Raquel pudo
informarme algo de lo que ocurría en el Partido con Juan B. Fuenmayor
y su grupo y de la Guerra de Corea. En una torta lograron pasarme una
información importante. Corrimos con suerte, porque la torta fue cor-
tada en muchos pedazos y el mensaje escapó al cuchillo de la censura
policial.
Luego, Raquel trató de pasar algo muy mal disimulado y el material
cayó. Ella se dio cuenta muy a tiempo y se esfumó. Cuando fueron a
ponerle la mano ya iba lejos. ¡De vaina no fue a parar al calabozo! Hasta
esa fecha hubo visitas. Todo esto lo supe yo mucho después.
Por aquellos días participé en un campeonato de dominó. Mi compa-
ñero era Toro Alayón. Ganamos el primer puesto. En otro, con otro com-
pañero, ganamos el segundo puesto. Después me alejé del dominó, juego
de azar. Dubuc me enseñó a mover las piezas en el tablero de ajedrez
e hice rápidos progresos. A partir de ese momento, me dediqué más al
ajedrez. Este deporte llegué a jugarlo bastante bien, al comienzo no tanto
como José B. Granadillos, Arrietti, Pedro Ortega Díaz y unos cuantos
más, pero a la larga me incluí entre estos.
Al lado nuestro, en la otra letra, estaban Ernesto Silva Tellería –gran
amigo mío y paisano, de brillante prosa y orador insuperable, un hombre
de extraordinario valor y desprendimiento total, abogado laboral, defen-
sor de nuestro partido hasta su último aliento, un ejemplo de comunis-
ta como los ha habido muy pocos–, Laureano Torrealba, Carlos Farrera
Borges y muchos otros. Un poco más lejos se encontraban Pedro Ortega,
Jerónimo Carrera y otros. Pero la gran masa de presos eran adecos. En
nuestro grupo, por ejemplo, yo era el único comunista. Eran los primeros
meses de la dictadura y ellos, por pertenecer al partido derrocado del
gobierno, eran los más perseguidos. No pasaría mucho tiempo para que
nosotros les disputáramos el honor de ser el centro de la represión.

215
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

¿Quién entiende a los adecos?


Un día se nos dijo que iríamos al comedor. Me pareció buena oportu-
nidad para dar un paseíto tres veces por día, para ver otras caras, inclui-
da alguna gente de la calle, de la que visitaba a los penados, o para que lo
vieran a uno, así como para comer caliente. Pero la medida fue repudiada
por la dirección adeca de la “F”. Me informaron que iban a “formar un
peo”. Traté de explicar las ventajas, pero no me oyeron.
Así me veía envuelto en una política adeca que tenía como base la
creencia de un regreso inmediato al poder...; mientras que yo veía la pri-
sión como una cosa seria y prolongada, por lo que consideraba necesario
economizar energías.
Pensaba que lo mejor era conquistar condiciones que nos permitie-
ran estudiar y sobrellevar las incomodidades de la prisión, sin choques
permanentes provocados por nosotros. Pero mis compañeros tenían
otros planes y proyectos. Nos fuimos al comedor. Allá botaron la comida,
insultaron a las autoridades del penal y cantaron el himno de AD. Fui-
mos arreados para la “F”. Cuando llegábamos a esta letra, tropezamos
con el Ejército. Yo aproveché para gritar:
—¡Mueran los militares traidores! –y otras cosas por el estilo.
Los que estaban más cerca de mí, me agarraron y me taparon la
boca para que no siguiera gritando. Yo estaba furioso y aproveché para
preguntarles:
—¿Pero, bueno, no es eso lo que quieren? ¡Vamos a echarles bolas a
los militares!
Nadie dijo nada.
Ya en el “rastrillo” se nos ordenó entrar a los calabozos, pero los ade-
cos, nuevamente envalentonados por la distancia que nos separaba de la
tropa, les respondieron que nadie entraría.
—Vamos a entrar, porque de cualquier manera nos van a meter... –les
recomendé.
—¿Ud., como que está cagado, camarada? –me preguntaron.
—Es que de todos modos tendremos que entrar, por las buenas ahora
o por las malas más tarde –les aclaré.
—¡No señor, aquí no entra nadie! –me dijo Dubuc.
—Vamos a ver –respondí a media voz.

216
Jesús Faría

Minutos después entró el Ejército con bayoneta calada. En un pesta-


ñar me vi solo en el “rastrillo”. Y, para colmo, mis compañeros de cala-
bozo habían cerrado la puerta. De vaina no quedé “enyalado” por fuera...
De esta manera conocía, ahora en la cárcel, rasgos típicos de los ade-
cos. Una auténtica farsa: un verbo encendido divorciado totalmente de
la pávida ejecutoria. Los contrastes fueron siempre una constante en los
adecos.
Así observaríamos posteriormente cómo engañaban al pueblo con un
discurso que engavetaban para rendirse al servicio de los peores intere-
ses de la patria.

Sin-Sin y la VI Conferencia Nacional del PCV


En una ocasión, a finales de 1950, cayó en manos de Silva Tellería una
copia del diario La Esfera. Luego que fue leída en la letra vecina, como
pudo, me la pasó. Cuando la tomé, me dijo:
—Yo he pensado muchas cosas en mi vida. Pero lo que nunca llegué a
pensar fue que algún día tendría que hacer circular clandestinamente La
Esfera. No pudimos aguantar la carcajada...
La cantidad de presos se había reducido sensiblemente. Se decía que
el problema de los presos sería resuelto en forma definitiva.
Muy de vez en cuando permitían alguna visita. Yo, luego del incidente
de julio de 1950, no vi a nadie más hasta la caída de la dictadura en 1958.
—Los presos políticos no tienen familia –les dijo Llovera Páez a mis
hermanas.
Cuando fuimos trasladados para los calabozos de “castigo”, en febre-
ro de 1951, no había problemas con las autoridades. Aquel castigo sonó
como un trueno en una noche clara: ni ropa, ni libros, ni salida al sol, ni
baño, ni colchonetas. ¡Nada! Nos sacaron de a uno por uno, “sin corotos”.
Demasiado tarde para un viaje largo, demasiado temprano para un viaje
corto. Esta movida era precursora de algo peor. Era el tercero de lo que
sería una larga serie de traslados. De La Modelo para El Obispo, luego de
El Obispo para San Juan. Ahora para Sin-Sin.
Lepage fue de los últimos en salir. Cuando llegó a Sin-Sin dijo muy
sorprendido: ¡Pero, esta vaina es Sin-Sin!
Quienes ya estábamos “instalados” soltamos una sonora carcajada, la
cual rompió definitivamente el silencio por todo el resto de la madrugada.

217
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Cada preso había tomado un libro. Era todo lo que llevábamos. Yo


tomé dos, entre estos un método para estudiar inglés. Cuando vino la
requisa no hubo escapatoria, pues aquellos calabozos eran muy pequeños
y adentro solo estaba una persona.
Como pude me coloque el método de inglés pegado al estómago y me
puse a leer el otro libro. Este me fue arrebatado, pero se salvó el de inglés.
Este libro contenía una breve historia de Estados Unidos y sus datos geo-
gráficos. Cuando la vigilancia se descuidaba, leía un poco. Luego hacía
preguntas al doctor Rangel, quien a menudo se extrañaba de mis conoci-
mientos sobre Estados Unidos... Posteriormente, partí el libro en cuatro
“tomos” y pasé uno a Domingo, otro a Lepage y otro a Behrens.
En Sin-Sin organizamos partidas de ajedrez por correspondencia.
Los tableros eran simples rayas en el piso y las piezas estaban forjadas
con minúsculas migas de pan. Los mensajes informando las jugadas eran
gritados...
Dubuc no jugaba, pero “llevaba” las partidas en su propio “tablero”.
De la misma manera “veían” la partida otros aficionados. Eso nos ayu-
daba a matar el tiempo en aquella prisión, donde trataban de doblegar
nuestro espíritu.
Pasaron meses y las barbas crecieron frondosas. No permitían las
encomiendas. Sorpresivamente, llegó la orden de extrañamiento del país
para algunos: Rondón Lovera, Pérez Quiroz, Hostos Poleo.
Entre tanto, fuera de la cárcel reinaba un clima de bestial terror. A
pesar de ello, en abril de 1951 el PCV reunió en las montañas de Yaracuy
la VI Conferencia Nacional con el propósito de ajustar la línea política
a las condiciones de resistencia contra la brutal represión, así como de
resolver un conjunto de problemas internos.
Entre otras cosas, resolvió luchar por la creación de un frente unitario
en contra de la dictadura militar-petrolera.
Acordó también expulsar al grupo fraccionalista encabezado por
Fuenmayor, que había aparecido debido a su desacuerdo con la huelga
petrolera en 1950. Esta huelga, que me costó ocho años de prisión –donde
estuve tranquilo porque había que hacerla y la hicimos– estuvo a punto
de poner de rodillas a la dictadura de Pérez Jiménez. Faltó una actividad
de protesta de mayor fuerza en el resto del país que acompañara a la huel-
ga para darle un giro profundo a la situación nacional.

218
Jesús Faría

Sin embargo, Fuenmayor se molestó porque se encontraba en minoría


en la apreciación de aquella lucha histórica de los trabajadores petroleros
y formó un grupo para oponerse a la línea del Partido.
Asimismo, se creó el cargo de secretario general del Partido que no
existía para la época.
Fui elegido para el mismo, a pesar de encontrarme secuestrado desde
hacía un año en las cárceles de la dictadura, privado de toda comunica-
ción. Fue un acto de cierta audacia, por una parte, y de confianza en las
personas ausentes, por la otra.
Yo tuve noticias de tales acuerdos solo meses más tarde, cuando des-
pués de un laborioso trabajo el Partido estableció contacto conmigo. Me
llegaba abundante correspondencia y documentos publicados, así como
los boletines internos del Buró Político para la base del Partido.
Tan pronto como apareció Guasina escribí pidiendo –por canales
clandestinos, se entiende– que la encomienda mía fuera enviada a otras
prisiones. Así se hizo.
Por cierto, que la lectura de Tribuna Popular causaba siempre roces
dentro de nuestro grupo, porque los adecos interpretaban nuestros plan-
teamientos como un torpedeo a sus planes golpistas.

Elección versus abstención en 1952


En junio de 1951 enviamos una carta a Suárez Flamerich y al llamado
fraile Urbaneja. En la discusión del proyecto de la carta propuse incluir
un desafío: pedir que se nos llevara a los tribunales de justicia. Casi me
linchan los otros presos.
—¿Estás loco? –me preguntaban. Será que tú piensas vivir en la pri-
sión, pero nosotros no.
La carta surtió algunos efectos. Nos abrieron las celdas y nos sacaron
al sol por raticos, de vez en cuando. Se podía jugar dominó. Empezaron a
dejar entrar encomiendas.
Por aquellos días, una vez una hormiguita le picó una mano a Lepage.
Este se alarmó. Yo le dije que tuviera cuidado, porque eso podía tener
consecuencias. Se fue a ver al médico, quien resultó ser un guasón. Lo
hospitalizó.
Quiso la casualidad que en esos días consiguieran visitas para Gómez
Peñalver y Lepage, la madre de este y la hermana de aquel acompañadas

219
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

por la doctora Delia Bárcenas. Gómez partió de su calabozo y Lepage


debía hacerlo desde el hospital. Gómez llegó primero a la sala de visitas.
Junto con el saludo vino la pregunta de la madre anhelante:
—¿Y Octavio?
—Está en el “hospitar” –respondió Gómez Peñalver.
—¡Ay! –gritó la madre angustiada–, ¿y qué tiene mi hijito?
—Nada grave, fue que lo picó una hormiguita.
Esta vez fue la risotada de Regina y Delia la que ahogó la pena de la
señora de Lepage.
Muy de tarde en tarde recibían visitas estos señores. Las visitantes
–damas ingeniosas y audaces– siempre iban cargadas con abundante
información para los dirigentes de AD, así como alguna información de
carácter general, la cual leía yo también.
Entre las informaciones “históricas” que nos llegaron, recuerdo el
“llamado a la insurrección y a la abstención electoral” ordenado por la
dirección adeca en la clandestinidad.
Sobre la “insurrección” les dije que me parecía un decreto en frío, que
no tendría eco. Fueron los dirigentes medios quienes se encargaron de
combatirme y de tratar de demostrar, que sí había condiciones para la
insurrección en 1952.
En cuanto a la “abstención”, les manifesté que nadie les haría caso,
que hasta los propios adecos votarían y que lo harían como una manera
más de combatir contra Guasina y otras prisiones por el estilo, puestas
en vigor por el gobierno militar.
Esta vez fue Dubuc el teórico que rebatió mis opiniones. Recuerdo que
pronosticó que URD sacaría unos tres diputados. En cambio, Behrens
dijo que URD se llevaría 65 diputados. Gómez Peñalver también opinó
que no habría abstención.
El “Che” Vegas, un oficial de la Marina de Guerra también preso en el
mismo sector, se encargaba de anotar en la pared las opiniones de cada uno.
Los adecos tenían cifradas muy grandes esperanzas en el atentado
contra el gobierno militar. Al parecer, había gente de las mismas Fuerzas
Armadas metida en el asunto, aunque solo fuera para denunciarlo, como
suele acontecer a menudo con la gente de uniforme en Venezuela. Eran
mitad conspiradores y mitad delatores, según opinaban los propios mili-
tares presos en la PGV luego de amargas experiencias.

220
Jesús Faría

Entre los militares presos con nosotros recuerdo a Guillermo Peña


Peña, guapetón y expresivo, Moreán Soto, Coraspe, Aldana, Carnevalli,
Méndez y otros.
Con motivo del asesinato del doctor Ruiz Pineda, los de Sin-Sin redac-
tamos una carta y la hicimos llegar a los otros presos, quienes también
la firmaron. La resistencia había perdido un hombre valeroso, de pelea.
Para aquel entonces habían cambiado al director del penal. Ahora lo
era un doctor Navarro, quien sí fue recibido correctamente por los mis-
mos que habían provocado a Sánchez Pacheco. Este nuevo director traía
instrucciones de mejorar nuestra condición de castigados permanentes y,
quizás, de ponernos sobre la misma base en que se encontraban los otros
presos políticos en la PGV.
Una tardecita en vísperas de las elecciones, después de la clase de
francés que dictaba el doctor Rangel, nos pusimos a comentar sobre lo
que ocurriría después de estas, tomando en cuenta que hasta el propio
Suárez Flamerich prometía libertades en caso de que ganara el Frente
Electoral Independiente, partido que apoyaba a la dictadura.
Estábamos Rangel, Mantilla, Lepage y yo. Ellos –los adecos– soste-
nían la tesis de la abstención, pero a mi parecer no estaban muy conven-
cidos de su justeza.
—La gente votará en masa y ganará Unión Republicana Democrática
(URD), partido de centro-izquierda, único en que los comunistas podían
confiar en ese momento. Por cierto que eso será lo peor para nosotros,
porque los militares no entregarán el poder. Y seguiremos presos por
cinco años más –o más–, pero el gobierno que surja del nuevo golpe no
llegará a las otras elecciones –les dije.
No discutieron. Luego, cuando todo aconteció más o menos como
yo les había dicho, Lepage, mezquino en el debate, dijo que yo no había
hablado en serio en aquella oportunidad. Por fin, clausuró el tema con
una risita despectiva y me dijo:
—Así es, camarada, usted tiene gran porvenir como brujo...

La venganza de Laureano Vallenilla


Para nosotros, la situación interna había cambiado. Gómez Peñalver,
autorizado por sus jefes, sostenía de vez en cuando conversaciones con
las autoridades del penal. Después del golpe del 2 de diciembre de 1952

221
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

este señor se puso en contacto con Laureano Vallenilla, nuevo ministro


del Interior, quien lo puso en libertad.
Lo que para Gómez Peñalver había sido bueno, para mí resultaba una
pesadilla. El nombramiento de Vallenilla era una señal ominosa, porque
en 1943 yo lo había insultado sin que él reaccionara, como era de esperar-
se de un hombre encargado de la gobernación del Distrito Federal. Sabía
yo que valiéndose de su nueva posición, como todo cobarde, ahora sí me
cobraría aquel insulto. Y lo cobró con crecidos intereses.
En efecto, después de ser trasladados al pabellón número uno a prin-
cipios de 1953, donde nos reunimos con otro centenar de presos políti-
cos, el nuevo director del penal, Manuel Maldonado, barrió con nuestras
conquistas.
Un día Maldonado me preguntó por qué no lo saludaba.
—No saludo a mis enemigos –le contesté enérgicamente.
En 1939 había sido preso de este sujeto en el Zulia y recibí un trata-
miento inhumano. Las vejaciones no las olvido.
Este altercado fue presenciado por un numeroso grupo de presos.
Luego vino la enfermedad y muerte del doctor Carnevalli. Maldonado
azuzaba a un cura para que convenciera al dirigente moribundo de la
conveniencia de confesarse, al mismo tiempo que tenía preparado un
grabador. Carnevalli tuvo una actitud muy firme. Le prohibió al cura la
entrada a su celda en el hospital.
—¡No me moleste! –le habría gritado.
Con motivo de la muerte de Carnevalli, firmamos una nueva protesta.
Por cierto que a la víspera de este doloroso suceso había ingresado al
penal el único copeyano que pasó por allí, el doctor Escalante. Se resolvió
no molestarlo. Pues bien, el hombre también firmó la protesta. El castigo
no se hizo esperar. Fuimos “enyalados” y se nos cortó el agua por una
semana. El castigo duró meses.

Dos corrientes entre los adecos


En el seno de AD había dos corrientes políticas muy bien definidas. En
la izquierda estaban Lepage, Luis María Piñerúa, Pérez Salinas, Salom
Meza, González Navarro, Behrens, Rangel y otros. Editaban un periódico
mural que se llamaba Alfredo, creo que en homenaje a Ruiz Pineda. Este

222
Jesús Faría

periódico fue clausurado, pero no por las autoridades del penal, sino por
la directiva del partido AD en la prisión.
Se hacían chistes acerca de las dificultades de la izquierda adeca:
—Cuando no es el gobierno es la revolución... quien les clausura los
periódicos.
Yo tenía buenas relaciones amistosas con casi todos los presos, pero
en particular con aquellos que formaban la izquierda de AD. Además de
los mencionados, mantenía buenas relaciones con Antonio Ávila Barrios
–después dirigente del MIR en Guayana y fallecido en Cuba, en un cor-
te de caña, cumpliendo con sus deberes de internacionalista–, Trujillo,
etcétera.
Entre los adecos de izquierda era muy popular el Movimiento 26
de Julio y su principal dirigente, Fidel Castro. También Juan Domingo
Perón era una especie de jefe espiritual de Parrita y otros jóvenes adecos.
Por cierto, que las numerosas peleas entre adecos contrastaban con su
opinión en relación con Morales Bello. En seguida se ponían de acuerdo
para condenar la cobardía de este sujeto, que prefirió huir en lugar de
ayudar a Ruiz Pineda al momento de su asesinato.
Durante el castigo que nos impuso Maldonado, Piñerúa y yo queda-
mos en un mismo calabozo. El 24 de junio de 1953, con motivo de las
fiestas de San Juan, había mucha gente en el penal. Desde muchos cala-
bozos gritaban:
—Camarada –yo era el “camarada”– lo busca el obispo...
Yo sonreía tirado sobre la parrilla.
—La cosa como que es verdad, camarada. Asómese por aquí –me dijo
Piñerúa.
—¡Ahí es! –gritaban desde calabozos vecinos.
Por fin me levanté. En efecto, frente a mi calabozo estaba un obispo,
con la sotana enredada en las breñas del “jardín”.
—¿Qué será lo que quiere este cura? –me pregunté.
El ensotanado me identificó y luego me dio razones de mi gente de
Borojó. Era un tío de la esposa de un sobrino mío. Y esta le había dicho
que no regresara por su casa, si no le traía alguna información sobre mi
situación. Hablamos un poco a gritos y nos despedimos.
Cuando se reunió la Conferencia de la OEA en Caracas, en 1954,
podíamos leer periódicos.

223
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

El discurso de Torriello fue muy comentado. También se comentó


mucho lo que dijo Pedro Estrada en Estados Unidos sobre la prisión del
camarada Eduardo Gallegos Mancera, salvajemente torturado por los
esbirros de la dictadura.

Algunas mejoras
Un buen día –no recuerdo cuándo fue– le llegó relevo al doctor
Maldonado. Vino el doctor José Nicomedes Rivas, quien se portó bien
con nosotros. El nuevo alcalde, quien había sido empleado petrolero en
Lagunillas, afiliado al sindicato que yo dirigía, se me puso a la orden.
Logré que me dejara pasar las Obras escogidas, de Lenin, así como otros
libros marxistas. Esto me permitió estudiar lo que yo quería.
En una ocasión, por las navidades de 1955, se acercó a mi calabozo
mi antiguo “compañero”, el alcalde, y muy discretamente me entregó tre-
mendo frasco de coñac de fina calidad, el cual, como todo, compartí con
mis compañeros. A pesar de las atenciones, fue un gesto inesperado.
Por aquellos años se produjeron sucesos importantes en el mundo.
Y, como era de esperarse, las discusiones no se hacían esperar entre polí-
ticos con concepciones políticas tan diferentes.
En mí siempre prevaleció la más firme convicción en la victoria de
las luchas de los revolucionarios en el mundo. Hasta en las más adversas
circunstancias, la fe en el triunfo era inquebrantable.
Eran numerosos los temas que atrajeron nuestra atención y genera-
ron, a veces, agrias polémicas.
Ejemplo de ello fue el altercado que sostuve con José Pérez Lías, enco-
nado enemigo de los patriotas vietnamitas, quienes habían humillado al
ejército colonial francés.
Otro tema de discusiones era el resultado de la guerra en Corea.
A pesar de que teníamos muy pocas noticias, incomunicados como está-
bamos por aquellos tiempos, se producían largos y, en parte, polémicos
debates.
La muerte del camarada Stalin fue un duro golpe para mí. Me puse
sombrío, triste. Luego leí un reportaje de Miguel Otero Silva, el cual ter-
minó por conmoverme.

224
Jesús Faría

Cárcel de Ciudad Bolívar


A principios de 1956 se insistía mucho en las excelencias de un tras-
lado para La Modelo. Decían que allá podríamos recibir visitas y que se
abrían posibilidades para una salida al exterior. Yo estaba en contra de
toda gestión porque, en comparación con el pasado remoto y reciente,
estábamos muy bien en la PGV. Podíamos leer periódicos, recibíamos
correspondencia de los familiares, estábamos en calabozos individuales.
En fin, éramos un puñado de buenos compañeros, podíamos estudiar,
tomar el sol y esperar sin ser molestados, pues el doctor Rivas se portaba
bien con nosotros.
Pero se insistió en lo del traslado. En esto se coincidía con las auto-
ridades del penal, las cuales no querían tener políticos, y menos en tan
pequeña cantidad, porque desde el punto de vista administrativo no le
generaba ninguna ventaja.
Por fin, una madrugada apareció la guardia en plan de traslado. Esta-
lló la euforia.
—¡Por fin nos vamos de esta vaina! –gritaba la mayoría. En La Modelo
sí que vamos a estar bien...
Como en otros traslados notaba algo raro, amenazador en la conduc-
ta de la guardia. No me parecía un cambio para mejorar, sino todo lo
contrario.
Se me acercó un funcionario y me felicitó..., porque se arreglaría
nuestro asunto. Me mostré pesimista y le dije que no veía motivos para
alegrarme.
Cuando llegamos a la puerta del penal nos pusieron esposas y nos
montaron en unos autobuses. Los agentes de la Seguranal iban muy bien
armados. Antes de partir dos o tres compañeros entregaron telegramas
para sus familiares, donde les avisaban que iban para La Modelo... Les
aconsejé que no lo hicieran, que esperaran llegar al nuevo destino, pero
no me hicieron caso. Me tildaron de pesimista. Mis compañeros se pusie-
ron silenciosos cuando los autobuses tomaron rumbo a los llanos. Llega-
mos a El Carrizal, un aeropuerto de emergencia. Allí, algunos entablaron
animada conversación con los esbirros. Yo me mantenía alejado, aperso-
gado con un muchacho de Cumarebo de apellido Hernández. Hubo que
esperar largo rato sin saber qué era lo que vendría. Apareció un avión

225
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

DC3. Subimos todavía sin saber para dónde nos llevaban, aunque lo
suponíamos.
Al llegar al aeropuerto de Ciudad Bolívar, en la punta de la pista nos
esperaba una flotilla de camionetas de la SN comandada por el “Mocho”
Delgado, un antiguo adeco. A toda velocidad nos condujeron a la prisión
de la SN para políticos. A nuestra llegada hubo una requisa que terminó
con todos nuestros libros.
—Prepárese, porque esto no es San Juan –me susurró un civil durante
la requisa.
Pocos minutos después de llegar, se acercó a nuestra reja un adeco
para decir algunas cosas, fugazmente. Luego desapareció. Las noticias
que traía eran malas. Aquí reinaba el terror.
Con la nochecita llegó Juan Manuel Payares, acompañado de un
numeroso grupo de sus esbirros. Era el director del penal, hombre de
confianza del jefe supremo de la SN.
Estaba borracho.
—¿Usted quién es? –me preguntó.
—Soy Faría –le contesté.
—¡Buen lomo para una planazón...! –soltó antes de seguir.
Se tropezó con Salom Meza y al parecer lo confundió con Cordido
Salom, porque lo culpaba de lo que este había hecho en 1946. Provocó de
palabra a Salom. Este no se le achicó, aunque no podía responderle como
se lo merecía, porque allí mismo lo habrían molido a plan de machete.
Quedamos pensativos por un momento. Luego empezamos a preparar-
nos para el oscuro porvenir.
Poco después vinieron por mí.
—¡Vamos! –se me dijo.
Pero, antes de partir me preguntaron:
—¿Ud. es el comunista?
—Sí, soy comunista –respondí.
—¡Pues sepa que aquí se joden los comunistas! ¡Siga!
Mis compañeros quedaron preocupados. Llegué al pabellón tres, don-
de tenían a los comunistas. Había algunos que habían ingresado al PCV
en la prisión, a quienes no conocía. Había guasineros y otros. Estaban
bien organizados, como ocurre siempre en las prisiones con los comunis-
tas. En pocos minutos me pusieron al tanto de cómo eran allí las cosas.

226
Jesús Faría

Como yo venía de leer la prensa, les conté muchas cosas que allá se
ignoraban. Luego me impusieron unas charlas sobre mis impresiones del
viaje por la Unión Soviética. Ingresé en la Dirección del PCV en la pri-
sión, tomé turno en la cocina, así como en el aseo del pabellón. Me ins-
cribí en los cursos que se dictaban y empecé una nueva vida en la prisión,
entre camaradas.
Lo primero que tuve que combatir fue un “comunismo de guerra” que
se había implantado. Podía haber café y cigarrillos suficientes, pero siem-
pre se mantenía un racionamiento que irritaba a los camaradas. Eso lo
echamos por tierra, así como algunas otras disciplinas extremadamente
severas.
A los otros presos se les tenía prohibido saludar a los comunistas. De
todos modos, no pocos adecos de izquierda nos saludaban desde lejos.
Entre los dirigentes adecos betancouristas y las autoridades del penal sí
había acuerdo en cuanto a persecución y delación contra comunistas e
izquierdistas. Esto resultaba verdaderamente vergonzoso. Especialmente
en esos momentos se ponía en evidencia la calaña de los betancouristas.
A nuestro pabellón eran enviados aquellos presos que enloquecían.
Este era un castigo adicional, porque tales enfermos no nos dejaban
dormir.
También nos metían siempre uno o dos soplones, presos desmoraliza-
dos, ganados por el enemigo no con halagos, sino con el terror, envene-
nados contra los comunistas por una larga prédica dentro de AD. Seres
realmente despreciables. Sabiéndose descubiertos, vivían temblando de
miedo. Se arrastraban ante los esbirros para que los llevaran a otra parte,
puesto que entre nosotros no tenían posibilidades de ser útiles dentro de
la prisión y, a veces, recibían una golpiza.
El camarada Eduardo Gallegos Mancera era llamado por los adecos
“nuestro salvador...”. Era el médico y el que proveía de medicinas a los
enfermos, de día o de noche. Este camarada recibía una enorme masa
de muestras médicas, las cuales administraba por pabellones. Tenía una
numerosa clientela y esto le permitía visitar a todos los presos, aunque
muy vigilado.
El pabellón número cuatro estaba ocupado con los militares y algunos
civiles bajo proceso militar. Aquí destacaba Martín Márquez Añez, quien
mantenía buenas relaciones con los otros presos, incluidos los comunistas.

227
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

En general, el grupo de comunistas presos era respetado no solo por los


presos, sino inclusive por algunos de los funcionarios del penal.
Como resultado del ingenio de nuestros camaradas en libertad, había-
mos encontrado una forma de recibir correspondencia en las encomien-
das. Fue un proceso lento que por fin había cuajado. El cartón de las cajas
de las encomiendas hacía las veces de sobre de los mensajes.
Esto funcionó por un buen tiempo, pero como en las prisiones no hay
secretos eternos, ordené por mi propia cuenta parar tales envíos por unos
meses... Dos o tres semanas después de mi orden supimos que se había
descubierto el “camino”. A partir de entonces fueron decomisadas las
cajas de cartón que nos llegaban de la calle. Mi aviso llegó afortunada-
mente a tiempo para nosotros y demasiado tarde para ellos. Esto evitó
que alguno de nuestros valientes mensajeros hubiera caído y, con él (o
ella), la información confiada. Esto también le costó unos planazos al
soplón que había descubierto y entregado nuestro secreto.
A pesar de que nos sabíamos descubiertos, pero sin plena seguri-
dad de que los corresponsales seguirían atendiendo a nuestro aviso, era
grande la ansiedad reinante entre nosotros cuando veíamos llegar una
encomienda.
Creo que fue en julio de 1957 cuando fuimos trasladados para El
Tanque, un lugar de castigo. ¡Otra vez castigados! El N.º 3 fue ocupado
por un nuevo lote de presos, entre estos, Germán Lairet, Ramón J. Velás-
quez y un grupo de estudiantes.
Por aquellos días, los propios esbirros le habían mostrado un periódi-
co a Eduardo Gallegos con noticias sobre cambios de gobernantes en la
Unión Soviética.
—Ustedes se jodieron... –le dijeron, antes de alejarse con su periódico.
Otra noticia que nos llegó, aunque con pocos detalles, fue sobre los
sucesos de Hungría. Yo sostenía que el Ejército soviético tenía que inter-
venir. Los anticomunistas adecos estaban felices durante los primeros
días, cuando la reacción apoyada por el imperialismo mataba a los comu-
nistas en la calle y los guindaba de los postes.
—¿Qué dice de eso, camarada? –me preguntaban con sorna.
—Esperen un poco, esa lucha no ha terminado todavía –les contes-
taba. No crean que la reacción húngara triunfará. No estamos en 1919,
cuando el régimen obrero campesino húngaro fue ahogado en sangre.

228
Jesús Faría

Ahora existe la Unión Soviética con un tremendo poderío y, como siem-


pre, con clara concepción del internacionalismo proletario. Ese es un
asunto no solo contra los comunistas de Hungría, sino contra todo el
movimiento comunista mundial.
Luego cayó un gran silencio. No se tenían suficientes noticias. Mucho
más tarde vine a saber en detalle cómo había ocurrido todo, así como el
desenlace final de este drama. Posteriormente refería estos recuerdos a
Nikita Jruschjov y este me contestó:
—Siempre es más fácil para un rehén comprender cosas como estas...
Me dio a entender que entre los camaradas de Hungría hubo alguna
resistencia, que no querían la ayuda. Sin embargo, la escalada de críme-
nes cometidos por la reacción terminó por convencer a los remisos.
Menos mal que no fue demasiado tarde.
Pero, sin duda alguna, la gran noticia para nosotros durante 1957
fue el histórico éxito cósmico de los científicos y técnicos de la Unión
Soviética.
Lo contó en pocas palabras un funcionario que buscaba los servicios
médicos de Gallegos Mancera. También tuvimos noticias de los fracasos
norteamericanos en ese frente.
Ya esto era miel sobre azúcar.
Un día nos dejaron abierta la puerta de El Tanque, por olvido. Apro-
veché para una partida de ajedrez con Ochoa. Cuando los esbirros se
dieron cuenta, no solo cerraron nuestra puerta, sino que desnudaron y
encalabozaron a Ochoa y, de paso, a Pedro Prado, porque este se negó a
contestar unas preguntas que se le hicieron.
—Yo no soy delator ni policía –les dijo con mucha dignidad.

Enero de 1958
El 1.º de enero de 1958 los presos de los pabellones uno, dos, tres y
cuatro lograron que los reunieran durante el día para oír misa... Luego que
estuvieron reunidos, y con la presencia del obispo Bernal, reclamaron que
se tenía que abrir, por ese día al menos, el antro donde nos encontrábamos.
Hubo un prolongado forcejeo y, por fin, abrieron El Tanque. Fue un día
muy feliz para nosotros. ¡Poder hablar con tantos amigos!
Por la tarde me encontraba hablando con un grupo de jóvenes, entre
estos un economista adeco de nombre Pareles, cuando pasó junto a nosotros

229
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Martín Márquez Añez, quien nos arengó sobre la necesidad de marchar


hacia el socialismo... Bien pronto habría de cambiar de opinión este
improvisado partidario de las ideas redentoras.
A partir de esta fecha empezaron a llegar “bolas” sobre la situación
en la calle. Llegaron noticias de los sucesos del primero de enero relacio-
nados con la rebelión de los aviadores comandados por el coronel Trejo.
La derrota de estos “enculilló” a muchos que necesitaban muy poco para
desmoralizarse.
La masa de presos estaba dividida en dos grandes bandos: optimistas
y pesimistas. Para los comunistas era evidente que la dictadura no llega-
ría al mes de abril. Yo decía que no llegaba al 14 de febrero.
Si la huelga cuaja, el gobierno se cae, afirmábamos. Incluso desde
la prisión se veía que aquel era un gobierno maduro, que con un fuerte
remezón se vendría al suelo. Y la huelga general sería el puntillazo, la
activación de la insurrección.
Por la noche del 22 de enero Avendaño, un técnico militar, me gritó
desde el pabellón:
—¿Qué “bolas” tiene camarada?
No tenía ninguna, pero le contesté:
—La crisis galopa.
—¿Pero tu fuente es seria? ¿Cuándo crees tú que podrás ir a Cabimas?
—Mucho antes de lo que tú te imaginas –le respondí. Pero, discúlpa-
me, porque tengo que arreglar la maleta... –agregué para despedirme.
Aquél había sido un día negro, sin “bolas”, sin nada. Había tensa cal-
ma en el penal. Mucha gente alicaída. Derrotismo marcado en los rostros.
Nosotros, los optimistas, no cedíamos.
¡Este gobierno se cae!, garantizábamos, sin tener una base sólida para
sostener nuestro pronóstico.
“¿Ya tiene preparada su maleta, camarada?” –era el saludo y la despe-
dida que se oía en los pasillos entre nosotros los optimistas.
El día 23 de enero por la mañanita me despertó a gritos el mismo
sargento Avendaño.
—Camarada, desde la calle hacen señas que el gobierno cayó –me
informaba desde el balcón del pabellón N.º 2.

230
Jesús Faría

En seguida me subí y me puse al habla con uno de mis vecinos, que


tenía la posibilidad de ver las señas que hacía la gente del pueblo desde
los ranchos vecinos al penal.
Traté de calmarme, sin lograrlo, y le dije:
—Pero bueno camarada ¿no te dije anoche que la victoria popular
estaba encimita?
Mi amigo y vecino siguió transmitiendo las informaciones, los gritos
y señas que veía y oía.
Poco después llegaron militares y sacaron en libertad a Martín
Márquez Añez, quien pronunció ante sus compañeros un discurso car-
gado de promesas. Todo el día 23 de enero fue un hervidero en aquel
maldito penal. Por la noche, temprano todavía, vino un militar y nos
habló. Dijo que gente importante en Caracas hacía gestiones por nuestra
libertad, que de un momento a otro, según creía él, llegaría la orden de
libertad para nosotros. Por la noche del 23 al 24 de enero nadie durmió.
Todo fue café y comentarios. Programas y proyectos. Nosotros había-
mos echado abajo el poderoso candado que nos mantenía “entancados” y
nos reunimos con los del N.º 2.
Se comentaba que los procesados no saldrían. Se decía que saldría-
mos todos o ninguno. Los procesados eran muy pocos, entre ellos la gen-
te de Maturín. Yo no entraba en esta discusión, tan solo les decía:
—Vendrá la libertad para todos.
Pero el pesimismo persistía.
—Camarada, ¿Ud. cree que “El Turco” Casanova y el “Gato” Romero lo
van a poner en libertad a usted...? –alegaban.
—Conozco las fechorías de Casanova. No espero de él la libertad. Pero
si el pueblo de Caracas pudo poner en fuga a Pérez Jiménez, pondrá en
fuga también a Casanova –insistía. De eso no cabe la menor duda.
—Estamos en la calle, camarada –concluía.
Cuando cesaba un poco el temporal de comentarios, recordaba lo que
me había dicho Lepage sobre mis cualidades brujeriles. Brujo, curioso
o mohan, decía para mis adentros, creo que estamos a punto de salir de
esta ya larga y tremendamente dura prisión.
En esos momentos, yo era un hombre dichoso. A eso de las nueve de
la mañana del día 24 de enero llegó la orden de libertad para todos. Los

231
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

carceleros estaban presos. Uno de estos se había “suicidado”. Llegó gente


de Ciudad Bolívar: el obispo Bernal, un sujeto del comercio y otros.
Empezaron los discursos... Habló Ramón J. Velásquez, habló el obispo
y se dedicó a implorar perdón para los asesinos y torturadores. Habló el
comerciante y dijo que ellos, los comerciantes, eran quienes más habían
sufrido con la dictadura de Pérez Jiménez. Habló Eduardo Gallegos
Mancera y otros.
No sé cómo reaccionaban los otros ante los discursos, pero yo estaba
furioso.
—¿Van a seguir hablando bolserías? ¡Salgamos de aquí inmediata-
mente! –dije.
Por fin abrieron las puertas. Al salir me encontré con Carmen Gil
Mota, médica comunista. Yo tenía dinero para pasajes por avión, pero los
estudiantes no. Me pidieron que viajara con ellos en los autobuses. Acep-
té, aunque no muy convencido de que aquello fuera lo mejor. Al pasar
frente al cuartel, los militares que habían estado presos en el N.º 4 nos
saludaron, ahora bien armados con fusiles automáticos. ¡Qué cambio!
Cómo es de rica la vida en sorpresas. Y cómo crecen los sueños y flo-
recen las más bellas ilusiones de los hombres.
En Ciudad Bolívar hablamos al pueblo y partimos vía El Tigre. En esta
ciudad petrolera los liberados de Ciudad Bolívar organizaron un mitin.
Yo me opuse. Hubo una corta, pero agria discusión con el camarada
Eduardo Gallegos.
—¡Sigamos camarada! Nada de mítines por ahora. Ante todo entre-
guemos estos muchachos a sus madres. Luego vamos a ver qué es lo que
podemos hacer en el Partido –le decía.
Solo una media docena de estudiantes se quedó conmigo. Los otros se
fueron a la plaza. Minutos después sonaron disparos de fusil. La Guardia
Nacional había dispersado el mitin, que lo era solo de quienes venían de la
prisión. Bajo la amenaza de una planazón nos metieron en los autobuses.
Partimos silenciosos y roncos. Se había gritado mucho. Mauro Gómez
y Alí Muñoz habían paseado en hombros por una calle de El Tigre a
Ramón Quijada, pese al calor que hacía en aquel mediodía.
Por la tarde dejamos en una población del Guárico a Pedro Prado,
gran compañero, y a otro preso liberado. Más adelante, cuando cerró

232
Jesús Faría

la noche, nos quedamos en pleno llano. Nadie durmió. Por la mañanita


seguimos camino y llegamos a Caracas a mediodía del 25 de enero.
Yo estaba ebrio de dicha oyendo todos los relatos. Caracas había cam-
biado totalmente en ocho años. Aquel mismo día asistí con Alberto Lovera,
Pedro Ortega y Pompeyo Márquez a una media docena de reuniones de
base. Me vestí con un flux que me regaló el camarada Pedro Esteban
Mejías y después fui a la barbería.
Por la noche teníamos que hablar con Leoni y Dubuc, en casa de
Miguel Otero. Cuando marchábamos hacia Los Palos Grandes, nos detu-
vo un grupo armado.
—¿Salvoconducto? –exigieron.
—Aquí los llevó –respondió Napoleón Granados, nuestro chofer de
aquella noche– ¡son Jesús y Pompeyo!
—Vía libre para los camaradas –ordenaron.
Entonces sí que me di cuenta que muchas cosas habían cambiado
durante aquellas últimas 24 horas.
En la reunión entre dirigentes de AD y del PCV me venció el cansan-
cio. Tenía dos noches sin dormir nada y la fatiga del viaje de más de mil
kilómetros en autobús. Tiré la toalla y me fui a la cama. Dormí feliz y
profundo. Amanecí en aquel hogar siempre tan hospitalario.
Al día siguiente partí rumbo al estado Zulia, donde vivían mis hijos y
demás parientes. En el aeropuerto Grano de Oro me recibió una jubilosa
multitud de familiares, camaradas y amigos. Me presentaron a mis hijos
–Rubia, Euro y “Lacho”– y sobrinos que estaban chiquitos cuando los
perdí de vista. También había por allí dos nietas: Chabela y Magali... Me
esperaban entrañables camaradas y amigos, entre los cuales recuerdo a
nuestra inolvidable Catalina Campos, llamada con cariño y plena justi-
ficación “la madre de los presos”, a quien di un fuerte abrazo. Traté de
hablar, pero me ahogó la felicidad.

233
CAPÍTULO VII
23 DE ENERO, AUGE DE MASAS Y LA LUCHA ARMADA
Antecedentes del 23 de enero
La lucha de los trabajadores venezolanos contra la tiranía de Pérez
Jiménez –galardonado con la más alta condecoración de Estados Unidos
de Norteamérica– fue una etapa de tremendas dificultades, que se exten-
dió por casi diez años. Fueron años de una interminable y sangrienta
represión policial. Durante este tiempo, los partidos políticos democráti-
cos y revolucionarios fueron ferozmente acosados por un cuerpo policial
sanguinario, al servicio incondicional del imperialismo norteamericano.
Numerosos dirigentes políticos fueron asesinados y millares pasaron
largos años incomunicados en las prisiones y campos de concentración.
Durante estos años de luchas contra la tiranía militar de Pérez Jiménez
tuvieron lugar muchos grandes y pequeños combates por la libertad.
Cada uno de ellos, por sí solo, merece una historia aparte y constitu-
ye una clara muestra de la inagotable vitalidad del pueblo venezolano,
así como del coraje de los dirigentes comunistas y la justeza de su línea
política.
No se puede decir que hubiésemos sido “veteranos” muy experimenta-
dos en el trabajo clandestino, pero conocíamos al enemigo y nos cuidába-
mos de caer en sus garras. Una de nuestras ventajas residía en que no nos
creíamos “maestros” ni superdotados. Tampoco menospreciábamos al
enemigo. Atendíamos los consejos de quienes habían actuado en la más

237
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

severa clandestinidad antigomecista y procurábamos seguir también los


consejos de quienes habían leído los relatos y experiencias de los comu-
nistas de otros países. Además, empleábamos activistas poco conocidos
o desconocidos del todo. Realizábamos un trabajo con mucha discreción
y teníamos pocas bajas. Y los comunistas alcanzamos fama de buenos
“conspiradores”.
La unidad popular forjada para el derrocamiento de esta dictadura
fue obra, en lo fundamental, del PCV, cuyos dirigentes clandestinos die-
ron muestras de sabiduría, temple revolucionario y paciencia. Tribuna
Popular jugó un papel fundamental. Durante diez años la policía política
de la tiranía de Pérez Jiménez buscó en vano nuestra imprenta.
Ya en la legalidad, el órgano del CC se convirtió en uno de los diarios
de mayor circulación en toda Venezuela.
Con el derrocamiento de la dictadura, el pueblo conquistó las liberta-
des y los partidos clandestinos tomaron la calle, incluido, por supuesto,
el PCV, que aparecía cubierto de gloria por su excelente y valeroso trabajo
de resistencia contra la dictadura.
Durante la dictadura se pueden destacar cuatro grandes jornadas
nacionales: la huelga petrolera de 1950, la victoria en las urnas de 1952,
la abstención de 1957 y las luchas de enero de 1958. El 23 de enero no
maduró de un día para otro, sino que fue la culminación de un largo
proceso político, durante el cual la resistencia popular experimentó cam-
bios radicales, tuvo altibajos, sufrió muchas derrotas y alcanzó victorias
formidables.
Después de la heroica huelga petrolera de 1950, que puso en jaque a la
dictadura, se produjo un repliegue de las fuerzas populares en medio de
una atroz represión.
A partir de ese momento los cambios a favor de las fuerzas democrá-
ticas resultaban casi imperceptibles.
En cambio, la dictadura emergía poderosa, en particular, después de
cada fracaso de las desesperadas intentonas putchistas y terroristas de
Betancourt y un grupo en la dirección de AD.
Un momento importante de la lucha antidictatorial fueron las eleccio-
nes de 1952, donde la dictadura fue derrotada por una alianza entre URD
y el PCV, pese a la abstención decretada por la dirección betancourista

238
Jesús Faría

de AD. Esta imponente victoria popular obligó a los americanos a dar el


segundo golpe de Estado en cuatro años.
En 1957 Pérez Jiménez y sus consejeros, aleccionados por la derrota
de 1952, no se atrevieron a convocar elecciones, sino que prepararon un
fraudulento plebiscito. Esta vez las fuerzas de la resistencia llamaron a la
abstención y el pueblo no votó.
En 1952 fue una victoria con el voto y en 1957 fue sin el voto. Dos
experiencias notables frente a un enemigo poderoso que parecía tenerlo
todo, menos el respaldo del pueblo.
Esta segunda gran derrota en cinco años descompuso definitivamente
a la dictadura. En este momento, a iniciativa del PCV, aparece la Junta
Patriótica, la cual vino a ser la forma organizativa y de orientación políti-
ca que tomaron las masas para conquistar la libertad.
La resistencia comunista, fuerzas patrióticas en la clandestinidad
y Gustavo desde México impulsaban la unidad que ponía en marcha la
resistencia como un poderoso instrumento de combate popular.
Conviene recordar que la dictadura pudo sostenerse tanto tiempo, sin
apoyo popular alguno, debido a la falta de unidad en el campo de las
fuerzas democráticas. Esta división era alimentada por el imperialismo
a través de sus agentes encubiertos, colocados en posiciones estratégicas
en los comandos de ciertos partidos. Desde Estados Unidos, por ejemplo,
Betancourt torpedeaba a la Junta Patriótica, rechazaba toda idea unita-
ria de su partido con otras fuerzas populares. Los proyectos betancouris-
tas consistían en reconquistar el poder para el disfrute exclusivo de AD.
No obstante, a la luz de los sucesos de 1957 Betancourt cambia de
táctica y no desprecia alianzas temporales. Le convenía presentarse ante
los americanos como el artífice de una poderosa coalición, capaz de pro-
ducir un cambio de personas en el poder sin participación de las masas
en el derrocamiento de la dictadura, y mucho menos de los comunistas.
Al parecer, Betancourt sospechaba –y con sobrada razón– que las masas
rechazarían su política de entrega a los monopolios norteamericanos.
Es precisamente en este contexto que se produce el Pacto de Nueva
York de 1957, el cual tenía poderosos padrinos ocultos, tales como
Nelson Rockefeller y otros de su mismo poderoso pelaje. Este era un pac-
to a espaldas de las masas y en contra de sus intereses, firmado entre
jefes políticos confabulados en contra de una pronta victoria popular

239
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

contra la dictadura. Esta actitud se justificaba en Betancourt, se explica-


ba en Caldera, pero no así en Villalba, quien había recibido un poderoso
respaldo popular en plena dictadura, victoria esta que los dirigentes de
URD no supieron explotar ni consolidar.
Entre las razones que indujeron a Betancourt a firmar esta alianza
con sus antiguos rivales se encontraba el hecho, bien conocido por los
americanos, de que en Venezuela la situación evolucionaba hacia la uni-
dad popular contra la dictadura.

Programa mínimo, alianza amplia: victoria popular


Mientras tanto, en la resistencia los revolucionarios encabezados por
la heroica y lúcida dirección clandestina del PCV actuaban con sabiduría
y audacia. El programa de la Junta Patriótica fue reducido al mínimo
para que el frente se ampliara al máximo, lo cual dejaba a la dictadura
huérfana de todo apoyo nacional. A ello contribuía también la dictadura
que, en medio de un desesperado intento por frenar la crisis, enviaba a
las cárceles nuevos lotes de presos, civiles y militares, esta vez de todas
las tendencias políticas y con consecuencias contraproducentes para el
régimen perezjimenista.
A partir del primero de enero de 1958, cuando los aviadores y otras
fuerzas militares tuvieron que lanzarse al combate prematuramente por-
que su conspiración había sido delatada, la crisis del régimen empezó a
galopar.
Cuando llegó el momento, ni antes ni después, estalló la huelga gene-
ral política y el llamado a la insurrección encontró eco en la Marina de
Guerra y en los cuarteles.
Huyeron Pérez Jiménez y su camarilla. Apareció una Junta Militar que
duró solo unas horas. Fue depuesta por el pueblo insurrecto. Se formó
una Junta de Gobierno cívico-militar presidida por Wolfgang Larrazábal
y emerge una nueva situación política en la accidentada historia republi-
cana de Venezuela.
La lucha por el derrocamiento de la tiranía encadenó con la derrota de
esta en las urnas plebiscitarias. Las masas trabajadoras y estudiantiles
de Venezuela en general y de Caracas en particular tomaron el camino de
la insurrección. La tiranía de Pérez Jiménez fue derribada mediante una
correcta aplicación de las más diversas formas de lucha, incluida la lucha

240
Jesús Faría

armada en las ciudades, la huelga general obrera, huelgas estudiantiles,


sangrientos choques contra la policía...
La audacia y clarividencia de los comunistas y demás revolucionarios
pusieron literalmente en fuga al imperialismo y sus lacayos durante esta
crisis. El andamiaje de la dictadura, irrompible al parecer –de hecho lo
fue durante una década–, fue derribado el 23 de enero de 1958 por el
colérico empuje obrero y popular.
Aquellos acontecimientos echaban por tierra, en forma temporal, los
planes de Betancourt y sus amos imperialistas.
No obstante, no pasó mucho tiempo después de la victoria de enero
sin que Betancourt y el resto de los dirigentes políticos de la burgue-
sía, grande y pequeña, empezaran una labor de sabotaje contra la Junta
Patriótica, solapada al principio y luego ya en forma abierta. La Junta
Patriótica expresaba la unidad nacional sin distingos de ninguna clase.
Y esto no era grato a los americanos ni a quienes servían a los intereses
de estos.
En lo que respecta al PCV, durante los últimos días de enero de 1958
nuestra situación material y la de sus principales dirigentes era muy apre-
tada. No disponíamos de recursos financieros ni materiales. Carecíamos
hasta de lo más elemental para vivir, sobre todo quienes veníamos de
largas prisiones, sometidos a años de total aislamiento. Nos tenían que
presentar, incluso, a nuestros propios hijos.
La primera reunión de Buró Político del PCV después del derroca-
miento de la dictadura fue en el “despacho” del camarada Ernesto Silva
Tellería, una modesta y reducida habitación donde nos encontrábamos
los de la resistencia, los del exilio y los de las prisiones. Yo me sentía
aturdido por el cambio. Me daba cuenta de cuánto habíamos sufrido en
aquella separación interminable.
En medio de una enorme carga emocional me encargué de la Secreta-
ría General que me había sido asignada, en ausencia, siete años antes. Me
informaron asimismo que había sido electo vicepresidente de la CTAL,
también por aclamación.
La situación no era como para discutir, sino para disfrutar la vibrante
solidaridad, para oír los relatos de quienes se habían jugado la vida –y la
habían ganado– en la clandestinidad, quienes resucitaban de las cata-
cumbas y quienes retornaban a la patria.

241
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Ese 23 de enero obtuvimos una gran victoria popular sobre los peores
agentes del imperialismo. Por desgracia –y en parte debido a errores pro-
pios– dejamos escapar aquellas conquistas. Subestimamos lo que había-
mos conseguido, malbaratamos un precioso tesoro: la unidad obrera y
popular, la plena libertad. Se fabricaron chistes de mediocre factura con-
tra la política de Larrazábal. Y tomamos los caminos del hundimiento.
Como veremos más adelante, esta derrota ha sido totalmente des-
virtuada por quienes años después criticaron al PCV porque no había
emprendido, sobre la marcha, la lucha armada por el poder para la clase
obrera, tentativa que se emprendió después con los resultados conoci-
dos. Aquellos “guapetones” del ¡Cambio ya!, de la guerra al “gobiernito”,
Pompeyo Márquez, Petkoff, Eduardo Machado y compañía, nunca asi-
milaron las lecciones inmediatas al 23 de enero ni los errores de la lucha
armada. ¡Ah!, eso sí, a la postre resultaron bien ubicados en el campo
enemigo.

Jornadas de lucha en 1958


El año 1958 fue aprovechado para la reorganización de los partidos
políticos, los cuales habían sido golpeados sistemáticamente por la repre-
sión policial de la dictadura. En lo que respecta al PCV, cuando emergió
de la profunda clandestinidad tendría apenas unos seiscientos activistas.
Sin embargo, en pocos días numerosos comunistas marginados por la
ilegalidad y miles de nuevos afiliados se incorporaron a las filas de los
comunistas. El PCV creció entre los obreros, entre la población marginal,
entre los estudiantes y demás categorías sociales. Su crecimiento en las
ciudades fue un verdadero torbellino. Las casas del PCV eran colmenas
de camaradas en busca de orientación y tareas. El partido creció en el
campo también, aunque en forma menos brusca.
El Partido Comunista, guiado por la sabiduría política y el carisma
del camarada Gustavo Machado, se transformó de la noche a la mañana.
Rápidamente se montó en el potro de los diez mil militantes, que ponían
en circulación semana tras semana cien mil copias de Tribuna Popular.
Teníamos una línea política coherente, armoniosa, de masas y unidad
popular.
La primera gran jornada verdaderamente de masas después de enero
fue la celebración del 1.º de mayo en toda Venezuela. Los trabajadores se

242
Jesús Faría

habían reorganizado bajo las banderas de unidad clasista. Los reacciona-


rios estaban huyendo de la justa ira popular. En Caracas, los miembros
de la Junta de Gobierno se incorporaron al desfile de los trabajadores.
El prestigio de los comunistas entre las masas era extraordinario, nos
medían por la elevadísima cuota de sacrificio aportada en la lucha contra
la dictadura, por nuestra disciplina y, además, por la acertada política
revolucionaria que aplicábamos.
Yo participé en esa jornada internacional de lucha de los obreros como
dirigente comunista y de los trabajadores, además de mi condición de
decano de los presos de la dictadura. Los comunistas fuimos aclamados
por una enorme masa de trabajadores, en cuyas organizaciones ocupába-
mos importantes posiciones de vanguardia.
Un momento de singular importancia fue la visita de Nixon. Todavía se
respiraba el clima de combatividad de las jornadas del 1.º de mayo, cuan-
do el 13 de mayo de 1958 llegó a Caracas el vicepresidente de los Estados
Unidos, Richard Nixon. El pueblo lo repudió con tan airada cólera como
protesta por la política agresiva del gobierno yanqui, así como por el apo-
yo incondicional que le había brindado a Pérez Jiménez, que tuvo que
atrincherarse en su embajada. Allá fueron Betancourt, Caldera y Villalba
a brindarle excusas y solidaridad al asustado mensajero de los mono-
polios, tan soberanamente zarandeado por el pueblo caraqueño. Fueron
necesarios diez mil hombres de las FAN y el concurso de todos los cuer-
pos policiales para que pudiera abandonar la ciudad poco después de la
medianoche.
A raíz de aquellos sucesos de impetuosidad insospechada, el presiden-
te de Estados Unidos, Dwight Eisenhower, movilizó la flota del Caribe y
sus paracaidistas para invadir a Venezuela. Pero, al parecer, la informa-
ción que recibió de sus agentes en Caracas fue de tal naturaleza, que lo
indujeron a reflexionar. En efecto, no solo entre la clase obrera, sino entre
los estudiantes y el pueblo en general, se notaba a simple vista un eleva-
dísimo grado de combatividad. Tan alta era la moral de lucha, que obligó
a los propios venezolanos amigos de los yanquis a declarar su disposición
a combatir a los invasores, en caso de que se produjera el anunciado des-
embarco de marines y paracaidistas yanquis.
A partir de los sucesos antiimperialistas de mayo se enfriaron las rela-
ciones entre las fuerzas que habían derrotado a la dictadura. La unidad

243
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

de esas fuerzas se resintió como consecuencia de la radicalización que


adquirió la lucha. Tanto la gran burguesía como la otra comprendieron
que las masas le imprimían a la lucha de clases un ritmo endemoniado,
una marcha cuyo paso ni los explotadores ni sus agentes iban a marcar.
Y a partir de aquel momento también empezó a funcionar el Pacto de
Nueva York entre AD, Copei y URD, enfrentados a las fuerzas de la Junta
Patriótica que habían derrocado a la dictadura.
Pues bien, desde ese momento las clases explotadoras acentuaron
la presión para que fuera ilegalizado el PCV. Inclusive, se produce la
renuncia de los dos burgueses civiles que formaban parte de la Junta de
Gobierno, al ser rechazada por esta una proposición concreta de ilegali-
zar al PCV por los agravios populares contra Nixon.
El PCV y AD habían sido ilegalizados por la dictadura mediante
decretos. Los otros partidos habían sido suprimidos en la práctica, al
no existir condiciones que permitieran sus actividades. A partir del 23
de enero todos los partidos empezaron su vida normal, sin necesidad de
ningún trámite legal. Sencillamente, habían conquistado su derecho a la
vida y los representantes del imperialismo se lo querían cercenar al PCV
mediante el chantaje a la Junta de Gobierno.
Durante el año de gobierno provisional presidido por el contralmirante
Larrazábal y luego por el doctor Sanabria, tuvieron lugar tentativas de
golpes de Estado, las cuales fueron derrotadas con el pueblo en las calles
dirigido, en lo fundamental, por el PCV, por su periódico, Tribuna Popular,
y por su dirigente más representativo, el camarada Gustavo Machado,
quien denunció a tiempo y valerosamente las amenazas militares reac-
cionarias contra las libertades populares.
La primera intentona se produjo en julio. Un pronunciamiento militar
encabezado por el entonces ministro de la Defensa, el general Castro León,
es derrotado sin derramamiento de sangre mediante la huelga general y el
apoyo popular a la Junta de Gobierno.
En septiembre ocurre otro intento de golpe militar y fracasa también,
pero esta vez sí hubo muchas bajas en las filas populares.
En la política venezolana apareció un hecho nuevo por completo: aho-
ra el pueblo peleaba en forma resuelta y voluntaria al lado del Gobierno.
Después de cada una de estas tentativas golpistas, contra las cuales se uti-
lizó la huelga general y las barricadas, la moral de combate de las masas

244
Jesús Faría

se elevaba a un grado superior. Las Fuerzas Armadas Nacionales, en par-


ticular la Marina de Guerra, fraternizaban con el pueblo movilizado.
En toda la historia republicana de Venezuela quizás no hubo nunca
una amistad camaraderil tan sencilla y sincera entre el pueblo y las Fuer-
zas Armadas, como la que existió en 1958.

Las elecciones de 1958


Los meses de octubre y noviembre fueron de una intensa actividad de
masas por parte de los partidos políticos. En este período se avanzó en
importantes frentes, pero también se cometieron varios graves errores
por parte de quienes simpatizaban con el presidente de la Junta, inclui-
dos los comunistas. En primer lugar, se convocó a elecciones para una
fecha demasiado inmediata; en segundo lugar –y como consecuencia de
lo primero–, Larrazábal se retiró demasiado tarde del mando para parti-
cipar en la lucha electoral y, por último, la Junta de Gobierno no se había
ocupado para nada de los problemas de los campesinos, lo cual bene-
ficiaba a AD y Copei, en razón de que constituían una importante base
electoral de su política.
Todo esto potenciaba el grave peligro que representaba la victoria de
Rómulo Betancourt para el movimiento popular.
A fines de noviembre de 1958 se reunió el Pleno ampliado del Comité
Central del PCV, donde se resolvió apoyar la candidatura de Larrazábal.
Allí estimé la votación roja en 160 mil votos –solo superamos esa cifra
por 800 sufragios.
Se burlaron de mí cuando predije la derrota de nuestro candidato,
Wolfgang Larrazábal. Sobre todo los dirigentes juveniles del PCV como
Petkoff, Maneiro y Muñoz soñaban con una victoria aplastante y con un
enorme torrente de votos rojos.
Se podía prever que, pese a su elevada popularidad en las grandes ciu-
dades, perdería las elecciones en el campo, bastante poblado para aquel
entonces. Las probabilidades de perder eran reales, como se le hizo saber
al contralmirante. Pero el PCV no se opuso con la fuerza necesaria a la
convocatoria de las elecciones aquel año, cuando la verdad era que con
elecciones no se podía esperar nada mejor de lo que habíamos logrado
hasta el momento.

245
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

La lucha electoral se trifurcó entre Betancourt, apoyado por AD, y


quien había traído de Norteamérica millones para su campaña presiden-
cial; Larrazábal, lanzado por URD y apoyado por el PCV, y Caldera, lan-
zado por Copei y apoyado por la derecha tradicional.
Entre tanto, en la izquierda venezolana se produjo una curiosa situa-
ción producto de la falta de madurez por parte de nuestros aliados
circunstanciales. Los comunistas decíamos a la izquierda de AD que
rompieran con Betancourt antes de las elecciones. Por su parte, estos
amigos nos decían que los comunistas debíamos apoyarlos a ellos, votan-
do por Betancourt, porque este era jefe de un gran partido popular,
mientras que Larrazábal era un militar sin partido y, por lo mismo, sin
compromisos con las masas. Esta visión resultó de escaso alcance en la
percepción de las contradicciones del proceso en marcha y en la identifi-
cación del enemigo a vencer, como se corroboraría con nefasto saldo en
los años venideros.
Este diálogo polémico llegó hasta las páginas de la prensa, aunque en
forma suavizada. Por desgracia para nuestro pueblo, cuando la poderosa
izquierda de AD se dio cuenta cabal de este histórico error político, ya el
daño estaba hecho. Y si los comunistas tuvimos que sufrir lo esperado,
nuestros amigos de la izquierda sufrieron lo inesperado. Su propia victo-
ria se les convirtió en una amarga y abrumadora derrota.

El Pacto de Punto Fijo


Pocos días antes de la fecha fijada para las elecciones se firmó en
Caracas el llamado Pacto de Punto Fijo entre los partidos AD, Copei y
URD. Según este pacto –la vieja idea de Nueva York, pero bajo nuevas
condiciones–, los tres partidos firmantes se comprometían a gobernar
juntos a partir de 1959. Este pacto era bueno para Caldera, quien no tenía
posibilidades de victoria. Era bueno para Betancourt, quien sí las tenía y
las aumentaba al anular de antemano a casi toda la oposición. Era venta-
joso también para URD, porque su candidato era un hombre sin partido
y, con este pacto entraba al gobierno no solo por una puerta, sino que
podría hacerlo por tres distintas.
Además, Betancourt pretendía con este pacto convertir en realidad su
viejo sueño de “aislar y segregar a los comunistas”.

246
Jesús Faría

Esta alianza tripartita era consciente y firme, sobre todo entre


Betancourt y Caldera, quienes se disputan el liderato del anticomunismo,
unidos esta vez, además, con el propósito común de impedir a toda costa
la victoria de Larrazábal. No le perdonaban al marino el que este hubiera
dicho en mayo: “Si yo fuera estudiante, también diría: ¡Nixon no!”.
No era decir demasiado, pero fue dicho en el momento oportuno y por
el presidente de la República.
Los copeyanos estaban convencidos de que llegarían de terceros
en esta disputa electoral entre tres. De ahí que, una vez asegurada de
antemano su participación en el gobierno, la campaña por la victoria de
Caldera fue un saludo a la bandera, se limitó a la conquista de algunos
curules en las cámaras legislativas.
El acento principal de su campaña fue puesto no a favor de Caldera,
sino contra Larrazábal para beneficiar en forma indirecta a Betancourt.
Sería mezquino de nuestra parte negarle a los copeyanos un claro sen-
tido de clase. Reaccionario, pero claro. A Betancourt, el odiado enemigo
de antes, no lo tocaron para nada. Era un silencio, más que elocuente,
cómplice.
Antes de que Betancourt ocupara su cargo de presidente de la República,
la Junta de Gobierno presidida por el doctor Sanabria modificó la situación
impositiva sobre los hidrocarburos.
Esta sorpresiva medida nacionalista, que recuperaba una gruesa
suma de millones para la economía de Venezuela, encolerizó de tal modo
a los jefes de los monopolios, que fue necesario expulsar de Venezuela al
más encopetado de estos.
Así se creaba de antemano un ominoso contraste entre el presente
democrático y patriótico, frente al futuro inmediato cargado de amena-
zas para la libertad y la patria misma.

El pueblo de Caracas aplastó a Betancourt


Larrazábal ganó fácil en la capital y en un grupo de ciudades impor-
tantes, pero fue derrotado en las otras y, particularmente, en el campo.
Betancourt había ganado con los votos de los campesinos, como lo había
apreciado poco antes el CC.
En las elecciones de 1958 el PCV eligió dos senadores y siete diputa-
dos, además de algunos legisladores regionales. En Caracas obtuvimos

247
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

una importante victoria, sacando cuatro diputados, cuatro concejales y


un senador. En la capital derrotamos a los partidos AD y Copei.
Esto no era poco. Sin embargo, en proporción a los esfuerzos realiza-
dos y en relación con lo conseguido por otros partidos (AD, URD y Copei)
era una magra conquista. Aquí se puso de manifiesto el error de aprecia-
ción de aquellos que pensaron que ganaríamos las elecciones.
La derrota no revelaba tanto el hecho de que nos hubieran quitado
algo, pues no se podía afirmar que los comunistas hubiéramos perdido
el poder. La derrota se manifestaba a través del hecho, de que a partir
de ese momento pasaba un enorme poder a manos de nuestros enemigos
más enconados. Presentíamos que sus planes anti PCV iban a cristalizar
sobre la base del Pacto de Punto Fijo. Y no nos equivocamos.
Después de los escrutinios, el pueblo tomó la calle en protesta contra
los resultados anunciados. Al parecer hubo manejos dolosos en muchas
zonas campesinas para “asegurar” la victoria de Acción Democrática.
El pueblo caraqueño defendía las posiciones alcanzadas por el
movimiento revolucionario y las libertades ciudadanas reconquistadas
después de largas y cruentas luchas, ahora amenazadas por el nuevo pre-
sidente, quien, dicho sea de paso, no luchó ni un solo día en contra de la
dictadura de diez años que sufrió Venezuela.
Esta abrumadora derrota de los partidos anticomunistas en la capital
creaba una situación nueva por completo: Betancourt gobernaría desde
una ciudad enemiga, como el procónsul de una potencia opresora.
Cuando Betancourt llegó al Capitolio, lo hizo en la misma forma
que Nixon cuando salió de Caracas: rodeado de tanques y protegido por
millares de soldados y policías.
En aquel momento la más alta Dirección del PCV designó al secretario
general para que, junto con otros dirigentes, fueran a la TV a pedir que
se normalizara la situación de protesta y se respetaran los resultados de
los escrutinios.
Mi intervención se limitó a una docena de palabras dichas de mala
gana, pero mi presencia allí, con los otros, aunque nunca ha sido critica-
da, no fue correcta de nuestra parte.
Voté en contra de aquella decisión y no me arrepiento de haberlo
hecho. El problema que estaba planteado correspondía resolverlo a los

248
Jesús Faría

adecos. No estábamos obligados a sacarles las castañas del fuego a quie-


nes, igual que en el pasado, nos iban a agredir gratuita e injustamente.
Aquella participación de los comunistas les vino de perlas a los
vencedores.
Asimismo, los dirigentes de AD, Copei y de la patronal diseñaron la
“paz laboral”, con el propósito de garantizarle estabilidad social a los pla-
nes del capital de maximizar sus ganancias en medio de un extraordina-
rio auge de masas. Esa insólita situación fue apoyada por los miembros
del BP del PCV, Eloy Torres y Eduardo Machado, quienes suscribieron en
forma inconsulta ese pacto que lesionaba gravemente los intereses de los
trabajadores.
Esa tregua, que encajaba perfectamente en los planes empresariales,
fue vigorosamente criticada por todo el Partido. Pero nos faltó desauto-
rizarla en la práctica.
En cuanto a las elecciones, el PCV realizó un buen trabajo en favor de
Larrazábal. Esto lo ayudó y nos ayudó. Sobre todo, algunos militares se
acercaron a los comunistas.
Sin embargo, Larrazábal se ausentó con cargo de embajador en Chile
y esta ausencia –bien calculada por los partidos de gobierno– lo perjudi-
có en el ánimo del pueblo que lo había respaldado.
La breve etapa gubernamental de la Junta Provisional fue muy rica en
acontecimientos políticos aleccionadores, en virajes audaces, en alianzas
realizadas por la base popular.
Por supuesto, también incurrimos en errores. Además de lo mencio-
nado, hubo mucho engreimiento entre algunos dirigentes del PCV que
se imaginaban ser más de lo que éramos. La vanidad pequeño-burguesa
se apoderó de no pocos dirigentes jóvenes que, de inmediato, pasaron a
“cuestionar” a las personas que eran mayores que ellos en edad y saber.
Aquellos camaradas de entonces, casi todos fuera del PCV hoy, olvidaban
que hay “jóvenes” explotadores, jóvenes fascistas, jóvenes corrompidos y
haraganes, así como entre los viejos hay quienes han soportado tremen-
das situaciones sin doblegarse, que son verdaderos ejemplos de coraje
revolucionario y modestia. Y, por supuesto, estamos de acuerdo en que
hay muchos viejos que, desde jóvenes, siempre fueron reaccionarios y
vividores.

249
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

El problema generacional traído por los cabellos causó daño a la uni-


dad de los comunistas porque el problema no reside ni puede residir
entre jóvenes y viejos, sino entre revolucionarios y reaccionarios, entre
personas progresistas y personas que se oponen al progreso.
A los comunistas nos faltó sangre fría para procesar aquellos cambios.
Aquí empezaron nuestros bandazos y errores de apreciación de la
correlación de fuerzas. Ese fue el inicio de futuras decisiones que nos
condujeron al despeñadero.

Betancourt, enemigo de la unidad del pueblo


Betancourt era un enemigo de la unidad, un peligro para la liber-
tad. Sus nexos con Rockefeller lo convertían en una viva amenaza para
la soberanía nacional de Venezuela. Estos justificados presentimientos
pronto se convirtieron en trágica realidad.
Pese al repudio caraqueño contra Betancourt, este tenía al comenzar
su gobierno la cooperación de los tres grandes partidos de la Venezuela
de entonces, tanto en el tren Ejecutivo como en el Parlamento y en la
rama judicial del Poder Público.
Por otra parte, contaba con el apoyo de la Central de Trabajadores de
Venezuela, de la Federación Campesina y de las prestigiosas federaciones
de Centros Universitarios.
En el Parlamento, de casi doscientos congresantes solo los nueve
comunistas no apoyaban a Betancourt.
Betancourt tenía todo lo necesario para realizar una obra de progreso
desde el poder, para gobernar respetando las libertades que el pueblo
había conquistado. Pero los planes de Betancourt eran otros.
Al menos temporalmente, el PCV estaba solo frente a un poder que
gozaba de una cooperación casi universal de todo cuanto de organizado
había en Venezuela a comienzos del año 1959.
El PCV no tenía derecho a forjarse ilusiones, y no se las forjaba. Del
gobierno de Betancourt esperábamos lo peor. Sin embargo, el PCV se
mantenía a la expectativa sobre las actividades del nuevo gobierno, en
el cual participaba el partido URD, que no era anticomunista. Además,
dentro del partido AD había una fuerte fracción de izquierda, la cual
había luchado junto con los comunistas, tanto en la resistencia como en
el destierro y las prisiones.

250
Jesús Faría

En el transcurso del año 1959 la situación se fue radicalizando en


forma dramática. Para el mes de agosto, ya la política oficial de “dispa-
rar primero y averiguar después”; “disparar a matar”; “las calles no son
del pueblo, sino de los cuerpos policiales” había producido los primeros
muertos y heridos en las filas de los desempleados que reclamaban un
empleo para ganar el pan honradamente.
Las consignas provocadoras por el gobierno betancourista contra los
comunistas, sus medidas represivas contra el pueblo, así como la matan-
za de estudiantes, desempleados y dirigentes comunistas; todas estas
medidas de terror desencadenado como represalia contra el pueblo de
Caracas se extendieron poco a poco a todo el país.
Betancourt dijo:
—A los comunistas los liquido yo con cuatro tiros...
Pero nadie aprende de los errores de otros. Betancourt no quiso
aprender de los errores de Pérez Jiménez, quien también parece que cre-
yó liquidar al PCV con cuatro tiros.
Las cosas se le complicaron a Betancourt, porque al poco tiempo salió
del gobierno el partido URD y AD se dividió. Estos hechos pusieron al
gobierno en minoría en el Congreso, en los sindicatos obreros y campesi-
nos y entre los estudiantes. Ciertamente, la política de Betancourt produ-
jo grietas en las filas de su partido, en el cual se formó una fuerte fracción
que, con el correr de los meses, se escindiría para formar el Movimiento
de Izquierda Revolucionaria (MIR).
Este partido pasó a ser aliado del PCV en muchas jornadas, pero
traía el defecto típico de los “recién llegados”: querían dar lecciones de
cómo y cuándo hacer la revolución, aunque meses antes habían hecho
posible la victoria de su propio enemigo, Betancourt. Esta “fogosidad”
después de un error garrafal, como fue pedir votos para Betancourt, se
traducía ahora en actuaciones desesperadas, sintomáticas de la impacien-
cia pequeño-burguesa. Como resultado de este comportamiento se hizo
abortar procesos todavía en gestación, como los alzamientos de Carúpano
y Puerto Cabello, que contaban con el apoyo de guarniciones militares
puramente imaginarias en otras partes.
El MIR nació fuerte y dirigido por personalidades de talento, pero
la autosuficiencia era mucha y, a los pocos años, terminó por romper la
unidad interna de este partido. Junto con el MIR libramos importantes

251
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

jornadas políticas. Pero, como suele acontecer, casi siempre que se nos
escapaba la victoria los responsables venían a ser “los comunistas”.
Esto nos ocurrió muchas veces con aliados circunstanciales. Al pare-
cer ha sido así también en otros países.
En el año 1959, de cada diez elecciones que se realizaban en el movi-
miento obrero, la oposición unida ganaba ocho. Estas derrotas en todos
los frentes las pretendía anular el gobierno de Betancourt-Copei con una
política de sangre y fuego contra el pueblo.
Las prisiones se fueron llenando de presos políticos y las torturas
contra estos se convirtieron en un sistema, que contaba con la califica-
da asesoría de “consejeros” yanquis. El pueblo empezó a poner en vigor
su propia autodefensa frente al terror desencadenado por el gobierno de
Betancourt-Copei. Así fue como empezó la lucha armada, cuyas conse-
cuencias más resaltantes analizaremos más adelante.

La victoria de la heroica Revolución Cubana


La victoria de los guerrilleros comandados por Fidel Castro en enero
de 1959 despertó a enormes masas populares en Venezuela. La ola de
solidaridad y simpatía por la victoriosa revolución se extendía sin lími-
tes, conquistando nuestros corazones.
Los revolucionarios cubanos habían dado una verdadera demostración
de audacia y coraje al derrocar a la odiada dictadura de Fulgencio Baptista,
ello a pesar del apoyo del que gozaba del imperialismo estadounidense.
En 1956, cuando Fidel Castro y sus compañeros fueron casi aniqui-
lados como grupo en los primeros combates, reducidos a unidades dis-
persas sin recursos, parecían débiles. Sin embargo, tres años después
las cosas habían cambiado para siempre en Cuba, gracias a la calidad de
los revolucionarios que no se dejaron abatir por el infortunio ni por una
mayoría circunstancial del enemigo.
Además, desarrollaron inteligentemente la estrategia de combinar la
guerra de guerrilla con la lucha en las ciudades desde la resistencia, hasta
que las guerrillas se trasformaron en una guerra popular.
Poco después, en abril de 1961, se produce la invasión imperialista
contra la Cuba revolucionaria. Miles de mercenarios adiestrados y aper-
trechados por la CIA desembarcaron en Bahía de Cochinos con la inten-
ción de ganar una cabeza de playa, fundar un gobierno títere y pedir

252
Jesús Faría

ayuda a la “comunidad internacional”. Este intento de intervención yan-


qui fue barrido a las pocas horas por el pueblo cubano.
Se trataba de un hecho histórico de enorme trascendencia, pues el
imperialismo estadounidense había sido derrotado por primera vez
sobre suelo americano. El pueblo cubano bajo la dirección de Fidel, quien
dirigió los combates y participó directamente en ellos, se movilizó masi-
vamente en la defensa de la patria y derrotó a sus mortales enemigos.
Fue una verdadera manifestación de patriotismo que despertó la admi-
ración de los pueblos del continente y del mundo. Bajo esas circunstancias
se declara el carácter socialista de la Revolución Cubana, un verdadero
salto cualitativo presionado por las fuerzas de la reacción mundial.
La victoria de Girón tuvo los mismos efectos de euforia que la derrota
del vicepresidente Nixon, cuando este llegó a Caracas y el pueblo lo obligó
a refugiarse en su embajada.
Este contexto, indudablemente, reforzó las tesis ultraizquierdistas
que se habían apoderado del MIR y que de manera creciente ganaban
terreno en el PCV. Muchos en Venezuela no supieron comprender las par-
ticularidades de la victoria cubana y aseguraban que en aquel momento
en Venezuela se podía hacer lo mismo que se había hecho en Cuba.
Esto lo afirmaban sin tomar en cuenta, entre muchos otros factores,
que una cosa era Batista y otra muy distinta Betancourt, electo por el
pueblo y apoyado por los partidos URD y Copei, que Venezuela jugaba un
papel de primer orden como proveedor de petróleo a los centros imperia-
listas, a lo cual no iban a renunciar tan fácilmente.

III Congreso del PCV


El 10 de marzo de 1961 tiene lugar el III Congreso Nacional del PCV,
en el cual se aprobó una política que, en lo fundamental, estaba bien
concebida y correspondía a la situación política reinante en el país. Se
estableció una línea política orientada a la conquista de las masas y,
especialmente, de la clase obrera, al fortalecimiento orgánico de nues-
tro partido, a la búsqueda de una amplia unidad de las fuerzas antiim-
perialistas, a la consolidación de amplias alianzas que nos permitieran
avanzar en la lucha por la liberación nacional, todo ello sin renunciar
a la justa defensa desplegada ante la represión y asesinatos practicados
impunemente por el régimen betancourista.

253
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

En la instalación del congreso pronuncié un discurso, en el cual afir-


mé que el próximo lo celebraríamos desde el poder, lo cual no constituía
una apreciación descabellada.
Analizando la situación en frío podemos constatar para aquel momen-
to la presencia de un conjunto de factores, tales como: el auge de masas, el
acelerado crecimiento del Partido, su creciente influencia en los diferen-
tes frentes de masas, la perspectiva realista de constitución de un amplio
frente democrático y progresista, el debilitamiento de las fuerzas más
reaccionarias, como era el caso de la división de AD producto del des-
garramiento del MIR, la favorable situación internacional, etcétera, que
configuraba una situación ampliamente favorable para la constitución de
un gobierno democrático y progresista conformado por un amplio frente
popular con presencia de comunistas en su seno.
Es bueno aclarar para los jóvenes lectores de estos relatos que estas
palabras no estaban, de ninguna manera, asociadas a la aplicación de
formas de lucha armada para llegar a la meta planteada. Todo lo contra-
rio, mis palabras en el Palacio de los Deportes en marzo de 1961 fueron
dichas porque yo pensaba en el desarrollo armonioso de la política de
masas y de unidad que se venía desarrollando en forma acertada, política
esta que sería ratificada en el III Congreso. Pero más tarde los aconteci-
mientos tomarían otro rumbo.
Terminado el congreso, algunos de los nuevos dirigentes –y también
de los viejos miembros del CC– comenzaron a poner en vigor una política
que no había sido aprobada por el congreso. Ponían al PCV a considerar
situaciones de hechos cumplidos, de tener que desautorizarlos o apoyar-
los en silencio. Se produjeron casos de indisciplina que más parecían de
provocación o anarquía desbordada.
Este proceso de desviaciones estuvo fuertemente influenciado por la
elección al CC de muchos militantes jóvenes del PCV, activos y talento-
sos camaradas, pero todavía inmaduros. No se estaba seguro si algunos
podrían llegar a ser verdaderos comunistas.
Muy pronto, bajo una fuerte represión, se resolvió “poner el acento
principal” en la lucha armada.
A partir de ese momento nos desbocamos por una aventura, en la cual
sacrificamos mucho de lo que habíamos conquistado en las luchas popu-
lares, sin haber avanzado en la conquista de nuestras metas históricas.

254
Jesús Faría

Todo lo contrario, el retroceso fue considerable. El Partido se apartó de


las masas y el resultado se evidenció rápidamente. La victoria revolucio-
naria se alejó de nuestro horizonte.

Las desviaciones guerreristas


Pocos meses después del III Congreso y ante la sistemática represión
practicada por el régimen de Betancourt, se inició una escalada de vio-
lencia en el que se vio envuelto el Partido y otras organizaciones revolu-
cionarias, especialmente el MIR. El PCV se fue deslizando por un camino
de violencia. Sin estar preparado para ello, el PCV adoptó la línea del
derrocamiento del gobierno represivo por la vía armada. Había prisa y la
decisión se adoptó en forma apresurada.
El PCV había emergido de las elecciones de 1958 con fuerza conside-
rable y jugaba un papel importante en el movimiento sindical, campe-
sino y de los barrios, así como entre los estudiantes y otros sectores de
la población. Sin embargo, en lugar de seguir avanzando en la lucha de
masas y desarrollar diversas tácticas de defensa frente a la represión, nos
dejamos arrastrar por la impaciencia e inmadurez.
La táctica del III Congreso, en mi opinión correcta para el momento,
no incluía la lucha armada para una fecha tan inmediata. Es cierto que
existía represión policial del gobierno Betancourt-Copei, pero esta condi-
ción no era suficiente para desarrollar esa forma de lucha. Con medidas
de autodefensa pudimos haber enfrentado esta situación sin abandonar
las ciudades y los frentes de masa, donde éramos fuertes.
El cambio en la táctica elaborada por el III Congreso del PCV fue un
acto unilateral del V Pleno del Comité Central de Emergencia (CCE), cele-
brado en diciembre de 1962, para legalizar una situación que de hecho
ya se venía gestando como resultado del frenesí guerrerista que había
invadido al Partido.
Entre otros actos recordamos el envío de centenares de escolares iner-
mes a “tomar un cuartel” en La Guaira, el levantamiento de Carúpano
(mayo 1962), el alzamiento de Puerto Cabello (junio 1962) –este último
contrariando la prohibición expresa de nuestra dirección. Posteriormen-
te, vendría el asalto al tren de El Encanto, septiembre de 1963, ordenada
inconsultamente por uno de los líderes de las tesis guerrilleras.

255
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Este brusco viraje no fue producto de una seria y serena reflexión de


la dirección del Partido, ni siquiera participó la totalidad de la dirección
en la toma de esta trascendental decisión. Lamentablemente, no preva-
leció la sangre fría en el análisis de la situación en desarrollo, lo cual
condujo al Partido a cometer serios errores.
La victoria de los heroicos guerrilleros cubanos, la enorme populari-
dad de Fidel Castro, Ché Guevara, Camilo Cienfuegos y otros, la derro-
ta de Larrazábal, el recuerdo de la reciente victoria contra la dictadura
de Pérez Jiménez, el deterioro de las condiciones de vida de las masas
trabajadoras, la radicalización de las posiciones del MIR y la represión
del régimen se convirtieron en factores estimulantes entre quienes aca-
riciaban la idea de ponerle la mano al poder lo antes posible y montar un
“nuevo gobierno ya”.
Se dijo que esa línea había sido aprobada por el III Congreso, lo cual
era mentira, pues el III Congreso ni siquiera discutió la lucha armada.
Había prisa y la decisión se adoptó en forma apresurada. La lucha
armada contaba con hombres y mujeres audaces y valientes, pero caren-
tes de experiencia. Muchos perdieron la vida en acciones improvisadas.
Las tentativas de Carúpano y Puerto Cabello nos costaron, además de
combatientes civiles, numerosas bajas de amigos valiosos en las Fuerzas
Armadas y que nos acompañaron con lealtad.
Voté en contra de aquella resolución del V Pleno del CCE, porque para
mí era evidente que no habían madurado las condiciones para empezar
una guerra por todo lo alto. Todo era resultado de un exacerbado subje-
tivismo. Teníamos mucho que perder y lo perderíamos, sobre todo en el
movimiento sindical.
En aquel ambiente de frenesí, me increparon:
—Estás solo, rectifica.
—Sí, estoy solo, pero no rectifico. Prefiero seguir solo. Nombren
otro secretario general, uno que esté de acuerdo con lo que se acaba de
aprobar.
No fue aceptado, aunque se me prohibió que diera a conocer mi opi-
nión contraria al acuerdo.
Hacer la guerra de guerrillas contra un gobierno electo, apoyado por
los partidos Copei y URD, así como por Fedecámaras, por la Iglesia, las

256
Jesús Faría

Fuerzas Armadas y otros sectores de la sociedad fue algo peor que un


error. Las derrotas se consuman rápido, pero sus efectos duran años.
Jefes políticos que parecían firmes se desmoralizaron y han renegado
de este tipo de lucha y olvidado a los hermanos caídos en los combates
de clase.
Pero quizás el peor error consistió en creer –parece que lo creían
de verdad– que podríamos seguir por las dos vías simultáneamente:
lucha armada y lucha pacífica. Era evidente que tales cálculos estaban
mal hechos. Inclusive, gente tan partidaria de la lucha armada como los
camaradas cubanos llegaron a afirmar, según me informaron, que los
dirigentes del PCV y del MIR corrían el riesgo real de ser asesinados en
las calles de Caracas, porque ningún gobierno podía tolerar la situación
que llegó a existir en nuestro país.
Debió estar claro para la dirección del PCV que al tomar las armas, el
gobierno se ensañaría contra todo el movimiento popular dirigido por los
comunistas, hasta extirparlo de raíz.
Pensamos erróneamente que podíamos avalar el alzamiento de
Carúpano sin ninguna consecuencia para nuestro partido. La experien-
cia de Carúpano no fue tomada en cuenta por la dirección del PCV. Antes
de un mes ya estábamos metidos en lo de Puerto Cabello. Ambos fueron
pronunciamientos sin planes de mayor alcance, casi totalmente aislados.
Arruinamos torpemente un importante trabajo que veníamos reali-
zando con mucha paciencia en el medio castrense. Luego se nos conta-
ron mentiras para consolarnos. Se vivía de las fantasías, se informaba de
unidades que acompañarían el alzamiento, de contactos con oficiales con
tropa dispuestos a todo, etcétera; toda una ficción.
¿Podía triunfar un movimiento con tanta falta de seriedad? Es evi-
dente que no.
Después de las primeras derrotas militares quedan inhabilitados el
PCV y el MIR (mayo de 1962). Los bienes del Partido fueron confiscados
y sus líderes perseguidos y encarcelados en prisiones militares. Tribuna
Popular es clausurada.
Cuando las cosas empezaron a suceder tal como yo lo había dicho, eran
los propios “guerreros” quienes se justificaban ante partidos hermanos,
especialmente ante los cubanos, diciendo que las cosas iban mal porque
el propio secretario general estaba en contra de la política aprobada por

257
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

el congreso. Nada de esto era cierto. Y en particular lo referido al III


Congreso era totalmente falso ya que, como dijimos, en este ni siquiera
se había discutido la lucha armada.

La lucha armada
El período comprendido entre 1962 y 1966 se conoce en la vida del
Partido como el de la lucha armada. En estos atribulados años los comu-
nistas, conjuntamente con otros revolucionarios, tomaron las armas
para derrocar a un régimen entreguista y de represión.
En ese período el Partido contribuyó significativamente a la forma-
ción del Frente de Liberación Nacional (FLN) y de las Fuerzas Armadas
de Liberación Nacional (FALN). En el primero participaba un amplio
espectro de personalidades y organizaciones que respaldaban un progra-
ma democrático y de liberación nacional; en tanto que el segundo fue la
estructura armada unitaria donde participábamos fundamentalmente el
PCV, el MIR y militares rebelados contra los gobiernos de Betancourt y
Leoni.
A partir de este momento se crearon frentes armados en zonas rurales
y destacamentos guerrilleros en las ciudades. A pesar de las deficiencias,
la lucha armada se había extendido. Se peleaba en muchos lugares.
Sin embargo, desde el inicio se violentaron condiciones y normas
mínimas en lo político, así como en lo relacionado con la logística y segu-
ridad. Esto sentó las bases para el pronto descalabro del movimiento
armado.
En este contexto ocurren dos sucesos de gran relevancia política para
nuestro partido y el país. El primero de ellos tiene lugar el 30 de septiem-
bre de 1963, cuando se produjo el golpe contra el Poder Legislativo, don-
de la izquierda y una parte considerable de URD habíamos logrado una
mayoría. Los senadores y diputados del PCV y el MIR fuimos procesados
militarmente, a pesar de que aquello era una verdadera monstruosidad
jurídica, un atropello mondo y lirondo.
En un clima de creciente represión el PCV había adoptado medidas
tendentes a preservar la seguridad de sus principales dirigentes. Por ello,
la dirección del Partido acordó, con la excepción de Gustavo y mía, pasar
a la clandestinidad. Eso explica por qué fuimos los primeros en caer pri-

258
Jesús Faría

sioneros. Otros fueron apresados en esos días por quebrantar las normas
establecidas para las nuevas formas de lucha.
El segundo fue en el contexto de las elecciones de 1963, donde el MIR
y una parte del PCV se pronunciaron por la “abstención militante”. Esto
representaba un tremendo error, ya que todos los enemigos del Gobierno
dejarían de votar, en lugar de hacerlo por Larrazábal o Burelli, los can-
didatos de oposición que tenían mayores posibilidades de victoria sobre
Leoni, candidato de AD, o Caldera, candidato de Copei, también en el
Gobierno.
Pero el llamado a la abstención no solo fue un error desde el punto de
vista de su concepción, sino de su resultado. Muy pocos siguieron el lla-
mado. Por carecer de cualquier sentido político, me opuse a esta política.
Poco antes de ser secuestrado redacté un esquema de la intervención que
haría en la próxima reunión del BP. Eran tres cuartillas en donde defen-
día la ventaja de ir a las elecciones, sin que por ello se perjudicaran otras
formas de lucha, concretamente lo decía: la lucha armada. Pero así eran
nuestros guerreros, “todo para el frente”.
La abstención electoral de 1963 fue la culminación de toda una políti-
ca equivocada en este frente, torpemente conducido por el BP. Nos creía-
mos muy hábiles y nos enredamos en una madeja de errores.
Lo del 30 de agosto en El Silencio ponía de manifiesto lo patético de
aquella conducta. Nos costó Dios y su ayuda para que URD realizara
un mitin en El Silencio. Gastamos dinero y energías para que la gente
asistiera. Y luego, junto con el Movimiento de Izquierda Revoluciona-
ria (MIR), lo saboteamos. Nos pusimos de parte de Víctor Ochoa, contra
Vidalina Bártoli, José Vicente Rangel, Ignacio Luis Arcaya y otros ami-
gos. Se resolvió romper con un importante aliado, URD, porque se daba
por descontado que las FALN impedirían las elecciones.
Como resultado de esa política, a partir de 1963 el PCV perdió sus
aliados en la legalidad, con el agravante de que los miristas, los más cer-
canos a nosotros –incluso, por haber sido declarados al margen de la
ley–, se convirtieron en nuestros enemigos y se prestaron para hacer eco
a las peores infamias contra el PCV, dentro y fuera de Venezuela.
El MIR inició en el transcurso de la lucha armada una intensa labor de
intrigas que desembocarían más adelante en una abierta confrontación.

259
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Sus críticas contra el PCV eran verdaderos disparates ideológicos. Se pre-


sentaba como un grupo monolítico, sin manchas, se creían inmaculados.
Se creían revolucionarios químicamente puros –y los únicos revolu-
cionarios del país. Por ejemplo, su balance del 23 de enero era increíble,
digna de la más pura mentalidad de anticomunismo adeco, el mismo de
Valmore Rodríguez, quien en los años 1936-1940 se consideraba estali-
nista y anti PCV.
¡Sí, señor!
Nunca bajaron ese tono tan arrogante, según el cual aquí se empezó la
lucha cuando ellos se declararon marxistas.
De todos los errores que creo haber cometido en mi vida de militante
comunista, uno de los que más me duele es no haber opuesto la resis-
tencia necesaria en la dirección del PCV al rumbo seguidista del MIR,
que durante años tuvo nuestro partido en varios frentes, sobre todo en el
frente estudiantil.
Las elecciones de 1963 las ganó Leoni, pero con una pobre votación.
Se vio obligado a gobernar en alianza, creando el gobierno de la “Amplia
Base” (AD, URD y el partido de Uslar Pietri).
Con este gobierno la represión aumentó. Se intensificó la política de
“disparar primero y averiguar después”. Los cuerpos represivos y los
esbirros se encargaban de cumplir al pie de la letra las órdenes de fusilar
y desaparecer a los “elementos subversivos”. Centenares de camaradas
desaparecieron para siempre, entre estos, notables dirigentes comunis-
tas inmortales como Donato Carmona.
La represión era sangrienta y en franca escalada. Monstruosas tor-
turas eran practicadas en las cárceles en contra de los revolucionarios,
todo ello bajo la dirección de agentes de la CIA. Extraordinario heroísmo
exhibieron cientos de hombres y mujeres que, sabiendo dónde funcio-
naban las imprentas, dónde estaban los depósitos de armas, dónde se
encontraban sus camaradas y muchas otras cosas, prefirieron la muerte
bajo los más terribles tormentos, ante la posibilidad de salvar sus propias
vidas a cambio de entregar los secretos.
El cadáver de Alberto Lovera, miembro del BP del CC, apareció en
una playa y dio motivo a un escándalo, en el cual el presidente Leoni y su
ministro de policía, Gonzalo Barrios, quedaron en evidencia.

260
Jesús Faría

Por aquellos tiempos los principales dirigentes del PCV y del MIR
estaban en las prisiones, en la clandestinidad o en las guerrillas. Contra
estos partidos se tejían las peores leyendas y las mentiras más burdas.
Había orden de capturar a los dirigentes clandestinos vivos o muertos. Y
muchos de aquellos que cayeron, fueron asesinados.
En esta lucha el movimiento revolucionario derrochaba coraje y
heroísmo, pero peleábamos en abrumadora desventaja. Además, nos fal-
taba cohesión a nivel nacional, experiencia en una actividad tan peligro-
sa como la lucha armada contra un enemigo mejor preparado, superior
en armamento y en número.
Había resultado fatal la conseja, según la cual el enemigo no pelea,
“no sube a las montañas”. Esta presunción no solo era errónea sino estú-
pida, pues la historia muestra que el venezolano es un soldado nato y si
está bien armado, bien alimentado y preparado sicológicamente es capaz
de alcanzar los objetivos trazados.
En aquel escenario, el gobierno de Leoni se valía de cualquier pretexto
para arreciar la represión. En una ocasión estalló una bomba en manos
de la esposa de un diputado de AD.
En seguida se produjo una declaración de los presidentes de la
República y del Congreso Nacional, Leoni y Prieto, según la cual aquel
crimen había sido perpetrado por los comunistas. Se preparaban para
una nueva arremetida. Pero poco después se comprobó que el autor del
crimen había sido el esposo de la víctima.

Languidece la lucha armada, se endurece la línea guerrerista


Para finales de 1963 languidece la lucha armada. El movimiento en la
ciudad se debilita por los golpes, deserciones y delaciones –esto último
era una verdadera calamidad que revelaba la improvisación con la que
se actuaba y que permitía la penetración del enemigo en nuestras filas.
Empeoraron las relaciones entre los partidos y las personalidades en el
seno del FLN y las FALN. Los nexos del Partido con los diversos frentes
de masas se habían restringido drásticamente.
Esta adversa situación se agrava con la conformación de un gobierno
de alianza de las principales fuerzas políticas del país, que contaba con el
respaldo sin reservas de amplios sectores de la sociedad, permitiendo al
gobierno actuar con encarnizada furia.

261
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

A pesar de ello, aquella dirección del Partido no fue capaz de percibir


que había llegado el momento de hacer un alto en la lucha armada, de
replegar sus fuerzas para evitar el aplastamiento, aunque solo fuera para
reorganizar las fuerzas muy golpeadas y dispersas por la ofensiva militar,
policial y política del enemigo.
En lugar de ello, el VI Pleno del CCE –abril de 1964– resuelve acentuar
la línea política aventurera y sectaria, proclamando la “guerra prolonga-
da”. Adicionalmente, se cometen graves errores en la reorganización de
la dirección del Partido, incorporando al BP a Núñez Tenorio, Ramón
Espinoza y Germán Lairet, personas que en poco tiempo mostraron una
inusual incapacidad y evidente inmadurez.
Aparecieron, igualmente, los primeros síntomas de lucha fraccional
motorizada por Douglas Bravo y otros sujetos. El Partido había sido lan-
zado por el despeñadero de la escisión.
Si fue un error no haber cambiado la táctica en 1963, lo fue mayor
todavía en 1964, cuando el aislamiento era casi total.

La lucha armada y el diseño de la táctica


Después de aprobar una línea política es absolutamente necesa-
rio evaluar sus resultados. Esto nos permite complementar, corregir y
mejorar formulaciones. Si hay errores, se deben admitir honradamente,
corregirlos es la mejor prueba de honradez.
Aferrarse por largo tiempo a una táctica, por el simple hecho de que
fue aprobada en esos términos; rechazar toda posibilidad de examinar de
nuevo el rumbo tomado, aun cuando la situación se complica y los resul-
tados esperados se alejan de nuestra perspectiva, elegir un solo camino y
nada más que uno, aunque por él no podamos avanzar, esa no puede ser
la línea de acción de un partido revolucionario que se basa en el marxis-
mo-leninismo para la formulación de su política.
La táctica del Partido, la cual siempre tiene que ser guiada por la estra-
tegia, debe ajustarse a las condiciones objetivas y subjetivas –siempre
cambiantes– de las luchas populares y políticas. La táctica del Partido
debe ser tan flexible, como firmes somos en la defensa de los principios.
Luego de elaborar una táctica cautivadora, hay que dotarla de esa flexibi-
lidad que permite a todos nuestros camaradas aplicarla con buen éxito.

262
Jesús Faría

Así lo indica Lenin y nosotros decimos que así es. Nuestra táctica nos
debería permitir explotar en profundidad la inestabilidad, los bandazos
y las pugnas internas de nuestros enemigos, identificar las contradiccio-
nes fundamentales, propiciar alianzas que nos acerquen a nuestros obje-
tivos estratégicos...
Estos son principios elementales, con los cuales, en teoría, nadie
estaba en desacuerdo. No obstante, en la práctica las cosas se hicieron
de otra manera. Cuando se trataba de adoptar cambios ubicados fuera
del contexto de las realidades, como fue la decisión de declarar la vía
armada como forma de lucha de nuestro partido, se actuaba en forma
apresurada. Pero cuando las realidades exigían flexibilidad para intro-
ducir cambios que permitieran salir del estancamiento e, incluso, de los
retrocesos, esta brillaba por su ausencia, nos comportábamos como dog-
máticos incorregibles.
Si ni siquiera los minerales permanecen estáticos. ¿Por qué teníamos
que imponerles a los comunistas una actitud inflexible?
Por otra parte, se cometían errores prácticos y luego se defendían
con bellas palabras. Los hechos no se correspondían con las palabras y,
mucho menos, con los postulados de los grandes maestros de la revolu-
ción proletaria que, por cierto, eran citados al pie de la letra.
Los hechos son tercos, elocuentes. Y los comunistas estábamos obli-
gados a tomar en cuenta los hechos, no solamente la teoría.
Para colmo de calamidades, nos emperrábamos en trasladar mecá-
nicamente a nuestro medio las experiencias victoriosas de otros países,
pero sin haber tenido que vencer las grandes y pequeñas dificultades que
en su turno vencieron nuestros camaradas. El condenable empeño de
trasplantar experiencias, ¡cuánto daño nos causó! ¡Cuántas ilusiones se
alimentaron de tan torpe empeño!
A raíz de estos errores tácticos, graves distorsiones en la percepción
política, el PCV no era el partido lúcido, con sangre fría, seguro de sí
mismo, cauteloso y audaz al mismo tiempo, flexible, capaz de capitalizar
el casi universal descontento que reinaba en el ánimo popular.
A pesar del heroísmo de muchos comunistas, estábamos incapacita-
dos para influir entre los trabajadores. Las masas, sin las cuales nadie
puede hablar seriamente de hacer la revolución, estaban alejadas del
Partido.

263
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

No teníamos coherencia. Nuestro partido era arropado por la paráli-


sis. No había repliegue ni guerra, no había lucha legal ni actividad polí-
tica de masas.
No teníamos ni lucha armada ni de la otra, porque el Gobierno, so
pretexto de combatir la primera, impedía la última. Y como la primera
era tan esporádica…
Teníamos que abandonar la idea de que una élite puede hacer una
revolución, lo cual impedía que el PCV llegase a ser vanguardia de la cla-
se obrera. Decíamos que éramos vanguardia, pero en la práctica nuestra
retaguardia patinaba, no arrancaba detrás de nosotros.
Nunca negué que hubiéramos tenido éxitos, pero siempre me opuse a
que se utilizaran estos para negar los errores. Si los éxitos –escasos, por
cierto– podían percibirse como una cosa natural, los abundantes errores
tenían que preocuparnos hondamente. Estábamos obligados a detener la
marcha para determinar qué era lo que fallaba, por qué el enemigo nos
asestaba duros golpes en cadena.
No obstante, nuestra dirección nunca se detuvo a pensar en ello. La
dirección sufría golpes debido a errores propios, perdiendo fuerza y auto-
ridad. Estas pudieron haber sido recuperadas sobre la base de un buen
trabajo, de una honrada autocrítica ante la base del Partido y la Juventud,
y, naturalmente, con base en un trabajo exitoso. Pero esto no ocurría, se
aferraban a los errores, a tesis totalmente divorciadas de la realidad.

¿Qué significa la lucha de liberación nacional?


El error cometido en el VI Pleno no se limitó a la definición de la for-
ma de lucha a desarrollar. Más aún, esta decisión tuvo implicaciones de
fondo en la esencia misma de nuestra línea política.
Sobre las bases de las resoluciones del VI Pleno, nuestra lucha tenía
muy poco en común con la lucha de liberación nacional, que es como
definíamos –y definimos aún– nuestra lucha revolucionaria para abrir
caminos al socialismo.
En una guerra de liberación toman parte activa, al lado de los comu-
nistas, fuerzas patrióticas muy diversas, incluidas algunas fuerzas anti-
comunistas. Lo nuestro no era eso. Aunque quisimos que fuera eso, no
pudimos lograrlo. Dijimos que sería una lucha armada muy amplia y
que, en ningún caso, haríamos guerrillas rojas (sic). Así lo informamos

264
Jesús Faría

a nuestros hermanos de otros países. Pero eso fue lo que aprobó el Pleno
al proclamar la “guerra prolongada”, que en la práctica se tradujo en una
guerra civil –vamos a ser generosos con los “comandantes”– en una esca-
la mínima, muy estacionaria. Fuera de una parte del PCV y otra del MIR,
la gran masa de la población no tomaba parte en lo que llamaban, de
manera impropia, guerra de liberación del pueblo venezolano. Esta gue-
rra estaba en la mente de sus estrategas, pero nunca cuajó en la práctica.
Para justificar las guerrillas rojas, algunos camaradas se agarraban
del camarada Mao. Decían que haríamos las cosas tal como las hicieron
en China. Este fue otro deseo tomado por la realidad. Hacer la guerra
como la hizo Mao y los suyos es una obra maestra de realismo táctico. Por
eso es que figura como una obra cumbre y como ejemplo en la historia de
las guerras campesinas dirigidas por un partido comunista.
Comparados con los chinos, lo nuestro era una chapucería. Era mucho
lo que teníamos que aprender todavía de la profunda genialidad mostra-
da al universo entero por los conductores del pueblo chino; en sus luchas
por la victoria del socialismo Mao no forjó guerrillas rojas. Tampoco los
cubanos ni los argelinos. Lo nuestro era un ejemplo de signo contrario.
Hacíamos las cosas como no se debían hacer.

El enredo de la “paz democrática”


Las tareas de la lucha política tropezaban con las acciones armadas.
A menudo, cuando el Partido y aliados se esforzaban por realizar un
buen acto de masas, los adversarios de este tipo de lucha, “...la gente de
la FALN...”, como nos decían, realizaban acciones armadas en la mis-
ma ciudad, el mismo día fijado para el mitin, con lo cual se lograba una
represiva reacción policial contra el acto de masas.
A los partidarios de la lucha armada como única forma de lucha le
entraban celos, cuando aparecía el pueblo oyendo a los “hombres de los
micrófonos...”, como los llamaban despectivamente. ¡Qué ningún civil
desarmado nos ayude!, tal parecía ser la consigna de aquellos tiempos.
Nunca se les abrió el entendimiento para aceptar ese tipo de cooperación
popular.
Así querían “demostrar” los jefes militares que no había posibilidades
para ninguna actividad fuera de la lucha armada. Lo de la combinación

265
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

de todas las formas de lucha no se aceptaba en la práctica, lo impedían


“...las FALN...”.
Este comportamiento le causaba un gran daño, inclusive, a la lucha
armada, puesto que se le aislaba del necesario respaldo de masas; se faci-
litaba al Gobierno golpear al movimiento legal, cuyos nexos con el movi-
miento ilegal eran bien conocidos.
Sin embargo, cuando el mitin era de los partidos de gobierno, bien pro-
tegido por los aparatos represivos, entonces “...las FALN lo autorizaba...”.
En ocasiones, en gesto por demás democrático, se gastaba buen dinero en
propaganda para divulgar tales “autorizaciones”. Este ridículo proceder,
que yo sepa, nunca fue condenado por la dirección de las FALN, de las
cuales formaba parte nuestro partido ni tampoco por los organismos de
Dirección Nacional. No se atrevían a decir nada en contra públicamente,
con lo cual aparecimos aprobando una situación condenable.
Llevábamos la confusión a nuestros camaradas y amigos, quienes se
preguntaban: “¿Qué pasará? Nos invitan a un mitin y realizan acciones
armadas, con saldos de muertos, ¿para qué?”.
Cuando en abril de 1965 tiene lugar el VII Pleno del CCE, el Partido se
encontraba más aislado que nunca de las masas, así como de sus posibles
aliados. El fracaso de la “Amplia Base” no podía ser aprovechado por las
fuerzas revolucionarias, que se habían visto muy reducidas por la repre-
sión, el fraccionalismo y la anarquía.
Pese a las derrotas militares y políticas, la tesis del repliegue definiti-
vo se mantenía en minoría en el CCE. Tan solo se logró el acuerdo para un
repliegue temporal, para luego continuar. Algunos alucinaban, incluso,
con un golpe de Estado por parte de militares antiadecos.
Los abanderados del “Nuevo gobierno ya” (Eduardo Machado y
Pompeyo Márquez, entre otros, en el Buró Político), que en su momento
forzaron el rumbo guerrerista, elaboraban ahora aquella galleta “nacio-
nalista” denominada “Paz Democrática”, la cual circuló y desapareció
de la circulación sin que nadie la entendiera. Su planteamiento esencial
consistía en desarrollar la lucha armada “con una nueva mentalidad”,
concentrando el fuego en “contra de la camarilla proyanqui” después de
un repliegue táctico.
El documento del VII Pleno, “La Paz Democrática”, era tan contra-
dictorio que daba para ambos bandos. Sirvió para todo y no sirvió para

266
Jesús Faría

nada: para denunciarlo como guerrerista o para acusarlo de que había


renunciado irrevocablemente a la lucha armada.
La idea de que habíamos sido derrotados era rechazada casi como una
traición. También se pensaba que la lucha armada tenía posibilidades
“inagotables” de desarrollo.
Era evidente que no habíamos avanzado mucho. Aquella dirección
del Partido no terminaba de interpretar correctamente la constelación
de fuerzas imperante, no aceptaba corregir el rumbo. Quizás como para
tapar sus propios yerros se promovía una huida hacia adelante: repliegue
táctico, detenernos para avanzar con más fuerza.
Los escuchábamos decir: “Debemos sacarle provecho a los errores”,
sin deslindarse del rumbo equivocado. Pero eso de estar cometiendo
disparates toda la vida para sacarle provecho era algo verdaderamente
inconcebible, impropio de revolucionarios; cuando en realidad lo que
debíamos hacer era aprender de los errores no repitiéndolos, rectifican-
do la línea de acción.
Pero esa dirección se aferraba a ellos. La cobardía política para
denunciar nuestros errores es hija legítima de la pequeña burguesía. Y
eso fue lo que presenciamos: una dirección pequeño-burguesa lanzando
al Partido por el despeñadero, debido a la falta de coraje para reconocer
sus errores.
Por aquellos meses redacté desde el Cuartel San Carlos un largo
material para su discusión en la dirección del Partido. En ella criticaba
la línea política que se seguía. Entre muchas otras cosas argumentaba lo
siguiente:
a) Estamos atacando al Gobierno por el único lado que es fuerte: por
el flanco militar. Lo indicado sería hacerlo por donde es más débil.
En la historia de nuestras guerras civiles no hay una sola que haya
comenzado en condiciones tan desventajosas como la nuestra contra
el gobierno de Rómulo Betancourt: precisamente, cuando RB tenía el
respaldo de un país rico y de un Ejército con moral de combate. Con-
trario a lo que algunos pregonaban que los militares del Gobierno no
subirían a la montaña, sucedió que no solo subieron la montaña, sino
que hasta sorprendieron a los guerrilleros en sus campamentos.
b) El frente político que proponemos a las otras fuerzas populares que
se oponen al Gobierno no será posible, mientras el PCV tenga la línea

267
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

política que tiene hoy. Ninguno de los aparentes aliados legales com-
prometerá su situación con un partido enguerrillado. Lo más que
lograremos con estos amigos serán acciones coincidentes, acuerdos
tácitos en los frentes juvenil, obrero y, posiblemente, electoral. Por
ahora, algunos piden la libertad de los presos que no estén enjuicia-
dos. ¡Cuidado con una hernia!
c) El PCV mostró una vez más su coraje. Tomó las armas. Se atrevió a
luchar. Muy bien. Pero, ¿a quiénes trajimos con nosotros? Ni siquiera
a todo el Partido. No califico nada. Constato un hecho innegable. ¿Sos-
tiene el PCV que solos podemos tumbar al Gobierno? Si no sostiene
tal cosa, ¿debemos seguir solos? Yo digo que una fuerza formada por
comunistas y otros pocos ultraizquierdistas, aunque fuera grande, no
tumba a este Gobierno. Puede crearle problemas, inclusive algunos
graves, pero no tumba a este Gobierno.

Douglas Bravo: “Las derrotas no tienen padre”


Esta frase cínica se puso de moda entre los comandantes de las FALN.
Con ella se pretendía eludir la autocrítica o descargar en los “civiles” sus
propias responsabilidades.
Lo primero que se le ocurría a los “militares” del FALN, luego de cada
fracaso –y no fueron pocos–, era retornar a la ciudad y tomar el control
del PCV, desplazar a los “viejos”, a los “ineptos”. Era una nueva versión
del viejo cuento de la “partera y la parturienta”.
La verdad es la siguiente: si las cosas no siempre salieron bien, la res-
ponsabilidad recaía fundamentalmente en los dirigentes de la “guerra”,
sobre todo por haber lanzado al Partido prematuramente a una clase de
lucha para la cual no estábamos preparados todavía, ni era la mejor for-
ma de lucha para Venezuela en aquel momento.
A pesar de las derrotas, las FALN fueron objeto de permanentes y elo-
giosos comentarios en la prensa del PCV y del FLN. Era evidente que se
exageraba nuestra fuerza, así como el alcance real de las operaciones de
las FALN. En cuanto a la pureza de los componentes, se puede afirmar –a
juzgar por los resultados– que las FALN eran como un río, por cuyo cau-
ce arrastra combatientes legítimos junto a no pocos elementos en des-
composición. En las ciudades, las unidades tácticas de combate (UTC)
estaban “tocadas” por la policía. De esta manera, nuestros combatientes

268
Jesús Faría

muchas veces caían en manos del enemigo y morían por las delaciones
de los confidentes.
En relación al FLN, ya para el año 1964 se había convertido en una cosa
bastante diferente a lo que era, o pretendía ser en 1962, cuando se incluía
a los movimientos que dirigían Jorge Dáger, José Vicente Rangel, Ramos
Calles, Quintero Luzardo, así como personalidades y grupos menores,
civiles y militares. Para ese momento, aparte del PCV solo quedaban el
MIR y un grupito de Najul.
Y estos dos practicaban una campaña abierta contra el PCV que no
tenía nada frentista. Como resultado de esa campaña, se enfilaba sobre el
PCV la responsabilidad por el estancamiento de la guerrilla.
En una ocasión el doctor José Gregori habló conmigo y mostró un
gran enojo. Estaba casi indignado con los “comandantes” del PCV. Yo me
di cuenta de ello cuando le oí una palabra elogiosa para mi persona.
Así sería de grande la arrechera de ese jefe guerrillero, cuando tenía
palabras elogiosas para mí. No sé qué se le prometió a este amigo. Al
parecer muchas cosas, y ninguna habría sido cumplida, y la culpa la des-
cargaban sobre el PCV. Acompañados con gente que se muestra amarga-
da por la frustración, en el FLN estábamos peor que solos.
Desde Caracas hasta Corea difundíamos una información sobre la
fortaleza de la FALN y el FLN demasiado cargada de exageraciones. Has-
ta un camarada tan adulto como Eduardo Machado se dejó ganar por
esta tendencia. La vida mostró que nuestros cálculos no correspondían
a la verdad. Otra cosa grave era que el aparato se diseñaba de acuerdo a
esas expectativas fantasiosas, sobredimensionado desde todo punto de
vista.
Esas famosas embajadas y esos embajadores de las FALN no repre-
sentaban un movimiento tan fuerte como se pretendía. En Cuba tenía-
mos inclusive “coembajadores”.
En diciembre de 1965 discutíamos en el Cuartel San Carlos los proble-
mas del PCV Gustavo y Eduardo Machado, Pompeyo Márquez, Guillermo
García P., Teodoro Petkoff y varios más. Para mí era evidente que Douglas
Bravo y su grupo –los “consentidos”, como gustaba llamar Pompeyo a
sus guerrilleros– desarrollaban un trabajo fraccional. Así lo denuncié

269
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

en aquella ocasión y pretendieron Petkoff y Pompeyo que retirara mis


palabras.
Pues bien, no pasó una semana y ya teníamos el primer estallido frac-
cional: Douglas Bravo, fracasado en la lucha armada, ponía proa a la con-
quista del Buró Político del Comité Central. Fracasó más rápidamente
todavía que en la montaña, pero le hizo daño al PCV dentro y fuera de
Venezuela. Y se suicidó, no en primavera, sino en navidades.
Los abanderados del “Nuevo gobierno ya”, que mantenían un cerrado
fuego epistolar, proponiendo y reclamando al Buró Político un inmediato
“repliegue” temporal, para luego retomar la ofensiva militar final, veían
ahora los frutos de sus ambigüedades: el douglismo lanza desde el exte-
rior su Manifiesto de Iracara, que sería el embrión de la base política de
un grupo fraccional contra el PCV.
En el interior del Partido, el grupo de Bravo contaba con el apoyo de
Petkoff. Este era integrante activo del grupo. Juntos se propusieron el
asalto de la dirección del Partido diezmada por la prisión de buena parte
de sus integrantes y, en parte, lograron algunos objetivos. Primero con-
siguieron su inclusión en el BP y, posteriormente, la de Núñez Tenorio,
Espinoza y Lairet.
Cuando era evidente que el grupo de Bravo no se podría apoderar de
la Dirección del Partido, Petkoff se deslinda de esa empresa, no sin antes
dejar testimonio de sus intenciones en una carta a su hermano Luben.
En ella se queja amargamente de que Bravo, al “precipitarse”, le había
arruinado sus planes.
En junio de 1966 se publica el documento constitutivo de la nueva
FALN con Bravo, Américo Martín y Fabricio Ojeda a la cabeza, el cual
contó con fuerte apoyo exterior.
El grupo de Bravo le hizo daño al Partido principalmente en Caracas.
Sobre la base de la mentira y las calumnias lograron reclutar para sus
planes a un buen número de dirigentes medios del Partido de la capital.
La labor de socavamiento de la dirección del Partido tuvo expresión
en Petkoff, pero también en el MIR y poderosos factores externos que se
volcaron a favor del douglismo.
En el VI Pleno se habían observado las primeras manifestaciones
de las pretensiones de apoderarse del Partido, cuando se aventuraron a
plantear la pretensión de trasladar la dirección del Partido a la montaña.

270
Jesús Faría

El factor que más había favorecido los planes fraccionalistas había


sido, sin duda, el sistemático desmantelamiento de los organismos regu-
lares del Partido por parte del aparato militar. El “ordeno y mando” susti-
tuyó las normas internas del Partido. Experimentados y fieles dirigentes
fueron desplazados de sus posiciones, desde las cuales establecían nexos
con las masas.
Habría que destacar, igualmente, que el grado de autonomía que se
otorgó a determinados comandantes en los comienzos de la lucha arma-
da dio pie a contradicciones entre el BP clandestino y Douglas Bravo.
Existían correajes entre los destacamentos y la retaguardia que tenían
vida propia; se manejaban cuantiosos recursos financieros y materia-
les, que favorecieron el desarrollo de estructuras militares autónomas...
Todas estas son experiencias dolorosas que no podemos olvidar jamás.

Expulsado del país


El viernes 18 de marzo de 1966 salí expulsado del país después de dos
años y medio de secuestro. A pesar de mi condición de senador en fun-
ciones, el día 30 de septiembre de 1963 había sido detenido sin ningún
tipo de pena.
Después se me conmutaba una pena que nunca me fue impuesta,
puesto que nunca estuve frente a un juez. Si no había pena ¿cómo podía
haber conmutación de prisión por destierro? Lo digo así, porque lo mío
era un proceso militar fabricado por los juristas de AD y Copei.
Por esa vía éramos enviados al exilio cuatro exparlamentarios, entre
los que se encontraba Domingo Alberto Rangel. Este viejo compañero de
prisión durante la dictadura perezjimenista se negó a salir hasta que no
se garantizara mi destierro.
Esta noble y valiente posición fue la reacción al rumor que se había
corrido poco antes de nuestra expulsión, de que yo no estaría entre el
grupo que saldría al exilio... Ante esto, Domingo Alberto condicionó
su libertad a la mía. Al final, se ordenó la excarcelación que había sido
conquistada gracias a la incansable campaña de solidaridad nacional e
internacional.
Mi rumbo era Moscú, con escala en Roma. Allí se iniciaba otro perío-
do de mi vida, la separación obligada de la patria.

271
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

A pesar del extraordinario trato que le dispensaban los camaradas


soviéticos a sus hermanos de clase en dificultades, no hay nada que pue-
da compensar la ausencia de la patria.
En el aeropuerto un reportero de El Nacional me preguntó sobre posi-
bles cambios en mis planes para el futuro.
—Mí línea no cambia, es hasta la muerte –le respondí.
En Moscú fui recibido por una muchedumbre conformada por diver-
sos sectores del pueblo y también del gobierno soviético.
El regreso a la patria querida y entrañable procedente de ese país her-
mano, cuyo pueblo y dirigentes nos atendieron espléndidamente y siem-
pre nos brindaron su solidaridad, se produjo dos años y medio más tarde,
el 2 de agosto de 1968.
Antes de mi expulsión del país entregué una declaración a la opinión
pública, que decía lo siguiente:

A fines de 1965 se me preguntó, si yo estaría dispuesto a


salir al exterior. En caso afirmativo, el Gobierno permiti-
ría mi salida.
Tal “salida” sería una victoria parcial de la campaña
mundial que durante dos años se ha mantenido por la
libertad de los presos políticos de Venezuela.
Los presos estamos profundamente agradecidos por tan
grande y cálida solidaridad, porque ella significa que la
justicia de nuestra causa es bien apreciada por las organi-
zaciones y personalidades progresistas del mundo entero.
En mi caso, envío un amistoso saludo de agradecimiento
a los partidos políticos, sindicatos obreros y campesinos,
organizaciones juveniles y femeninas, sociales y cultura-
les, así como a la prensa, radio y TV que han participado
en esta campaña solidaria. Hago extensivo este mensaje
de gratitud a las personalidades, tanto venezolanas como
extranjeras, que se han interesado por mi cautiverio y mi
enfermedad. Y, de manera especial, envío un fraternal
saludo al profesor N. Blojin, presidente de la Academia de
Ciencias Médicas de Moscú, quien, junto con otros espe-
cialistas de justo renombre, se ofreció reiteradamente

272
Jesús Faría

para venir a tratarme, pero cuya entrada a nuestro país


les fue negada por el Gobierno de Ancha Base.
Este clima de solidaridad que nos acompañó siempre
en la prisión, tiene una alta significación para quienes
luchamos por la causa tan humana como la nuestra. Esos
miles de mensajes pidiendo nuestra libertad demuestran
que se nos aprecia como lo que realmente somos: leales y
firmes combatientes por la definitiva liberación de nues-
tra patria. Cuando se vive para luchar por una causa
tan justa, bien se puede morir en el combate, que es como
seguir viviendo en el recuerdo de todos los patriotas.
Junto con mi causa, el Gobierno ha sobreseído la de otros
tres compañeros, a quienes también se lanza al ostracis-
mo. Solo el miedo a una conocida embajada diplomática
explicaría, el que no se haya sobreseído la causa de todo
el grupo de excongresantes arbitrariamente encarcela-
dos. Tanto mi caso como los de Domingo Alberto Rangel,
Jesús María Casal y Jesús Villavicencio, son exactamente
iguales a los de los camaradas Gustavo Machado, Eduar-
do Machado, Pompeyo Márquez, Guillermo García Ponce
y Simón Sáez Mérida. Si fue legal nuestra salida, es ilegal
que los mencionados compañeros continúen presos.
Para quienes suelen pregonar unos míticos cambios polí-
ticos en nuestro país, les recuerdo que el camarada Gusta-
vo Machado hace más de cincuenta años estaba con grillo
en La Rotunda. Y hoy, más de cincuenta años después de
aquel entonces, el camarada Gustavo Machado está preso
de nuevo por motivos políticos. En este caso concreto, la
diferencia estaría en que ahora no arrastra los grillos
sesentones.
En mi vida de preso político jamás me había topado con un
compañero de tan fuerte y humana personalidad como el
camarada Gustavo, el más optimista y gallardo de cuan-
tos revolucionarios he tratado en mi vida.
Sentados tendrán que esperar, quienes sueñan con doble-
gar a un combatiente tan templado como este camara-

273
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

da, quien simboliza a la perfección el indomable espíritu


de rebeldía y la capacidad de sacrificio de nuestro gran
pueblo.
Como preso veterano, jamás descarté la posibilidad del
destierro. En la década de 1950, dos presidentes mexi-
canos, Alemán y Ruiz Cortines, gestionaron en vano –en
gesto que los honra y que no olvido– que se me conmutara
la pena de secuestro indefinido por el exilio en México. Lo
que nunca llegué a pensar fue, que un Gobierno de enten-
dimiento entre Leoni, Villalba y Uslar sería el que asumie-
ra tan extraño honor, pese a que tales señores saben que
me encuentro enfermo desde hace largo tiempo. Nunca he
sufrido destierro, pero presiento que moralmente me será
una pena durísima. Mis viajes al exterior siempre fueron
fugaces porque, cuando estoy fuera, la patria me atrae
con su irresistible ternura. Si mi salud no estuviera en tan
malas condiciones, juraría regresar inmediatamente, a
todo riesgo.
En cuanto al mensaje leído por Leoni el día 11 de marzo, en
él se dice que este Gobierno “...no persigue a ningún ciuda-
dano (sic) ni abriga odio ni resentimiento contra nadie...”.
Si lo dijo en serio –y como chiste es malo–, hay que respon-
der de inmediato a tanta falacia. Porque el Gobierno que
“encabeza” Leoni sí allana hogares humildes por millares,
sí persigue, sí secuestra, sí encarcela, sí enjuicia a perso-
nas inocentes, sí tortura, sí mata y sí desaparece a sus
enemigos políticos.
Luis Emiro Arrieta, Alberto Lovera, Ponte Rodríguez,
Castro León, Donato Carmona, los hermanos Ollarve y
tantos otros que han corrido el mismo destino fatal, son
muertos que acusan a este Gobierno. Numerosos dirigentes
comunistas siguen presos y algunos de ellos fueron tortu-
rados... Las prisiones, los cementerios y hasta el mar están
sembrados de pruebas acusatorias contra este Gobierno
de Ancha Base, cuyos cuerpos policiales sí torturan y sí
asesinan a enemigos políticos. Sí persiguen y sí encar-

274
Jesús Faría

celan a quienes se oponen a los desmanes del Gobierno.


Las numerosas mujeres comunistas presas, con varios
años en las prisiones, son otra terrible acusación contra
este Gobierno demagogo y falaz, además de ser grotesca-
mente represivo. Cachipo, La Pica, Cabure, El Tocuyo, Las
Brisas y otros centros de torturas son también pruebas
abrumadoras contra el gobierno de Leoni.
Existe una seria crisis política nacional, no solo en la
Ancha Base, sino también en el seno de los partidos que
la forman. Esta pugna por el control total del poder se
mueve con violenta celeridad. Los gorilas betancouristas,
aliados con la oligarquía y los monopolios, se enfrentan
con buen éxito a los otros grupos con quienes comparten
el poder. Es un error afirmar, como lo hacen algunos, que
este es un Gobierno homogéneo, que dentro del Gobierno
todos son iguales. Eso no es verdad. Hay matices dentro
del Gobierno y hay choque de intereses también. La sabi-
duría de todo partido progresista reside en estimular y
profundizar esas contradicciones y en presentar una sali-
da de paz democrática, una clara y posible perspectiva de
cambio. El Partido Comunista considera que un programa
que contenga, entre otros, los puntos siguientes, sería una
buena base para unir a todos los patriotas que luchan por
la paz y el progreso en nuestro país:
1) Respeto a los Derechos Humanos;
2) libertad de los presos políticos, militares, sindicales,
juveniles y las mujeres;
3) plena vigencia de los derechos y garantías que nos
consagra la Constitución Nacional;
4) clausura de Cachipo y demás centros de torturas;
5) enjuiciamiento de los criminales de la CIA que forman el
gang del crimen en la Digepol;
6) castigo ejemplar para los ladrones y especuladores; y,
7) una activa política social en beneficio de los trabajado-
res; apoyo a los trabajadores petroleros en sus luchas por

275
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

un nuevo contrato colectivo, donde estén contempladas


sus justas aspiraciones.
El PCV contribuye a esta gran unión progresista de nues-
tro pueblo con una elevada cuota de trabajo y sacrifi-
cios personales, incluida la libertad y la vida de nuestros
camaradas. El PCV seguirá buscando la unidad obrera y
popular, en todos los terrenos, como garantía de progreso,
de paz y de victoria democrática.

Mi peregrinaje por las cárceles


Con la expulsión finalizarían mis peregrinajes por las cárceles vene-
zolanas. En total casi doce años, estrenándome a finales de 1937 con el
régimen de López Contreras, como resultado del triunfo comunista en
las elecciones a las asambleas legislativas y los concejos municipales.
Posteriormente vinieron los ocho largos y duros años de prisiones
durante la dictadura perezjimenista luego de encabezar la huelga petrole-
ra de 1950. En ese período, el más largo sufrido por preso alguno durante
la dictadura, recorrí La Modelo, El Obispo, La Penitenciaría General de
la República y la cárcel de Ciudad Bolívar. En total permanecí cuatro
años en aislamiento total en calabozos para castigados. En la prisión,
los momentos difíciles son el pan de cada día. Pero en los calabozos de
castigo se sufren interminables y terribles momentos.
La libertad llegaría el 24 de enero de 1958.
Después vino el secuestro perpetrado por Betancourt, cuando el 30
de septiembre de 1963 se le da el golpe al Congreso Nacional. Allí estuve
en el Cuartel San Carlos, en un sector para castigados llamado Cueva de
Humo, con calabozos sin ventilación ni sol. Allí permanecí, con cortas
pasantías por el Hospital Militar debido a mi delicado estado de salud,
hasta el 18 de marzo de 1966, cuando se produce mi expulsión del país.
Por mi propia experiencia puedo decir que el buen militante comu-
nista no se doblega, no tanto por resistencia física o por valentía polí-
tica, sino por el espíritu de partido que prepara a los comunistas para
resistir las torturas hasta la muerte. El Partido Comunista de Venezue-
la ha sido un brillante maestro de revolucionarios que dejaron pasma-
dos a sus torturadores, tanto bajo la dictadura militar de Pérez Jiménez
como en los regímenes asesinos de Betancourt y Leoni. Tales son los

276
Jesús Faría

casos de Alberto Lovera y Donato Carmona, de Luis Emiro Arrieta y Max


García, de Luis Lozada y Federico Rondón, de Juan Pedro Rojas y
Martínez Pozo, de Ramón Antonio Villarroel y Eduardo Gallegos, de
Rafael José Cortés y Lino Pérez Loyo, de Carmelo Mendoza y Orlando
Medina, y tantos otros que inspiraron con su ejemplo a novelistas y poe-
tas que cantaron su heroísmo.
Cualquiera es “macho” cuando está bien armado, pero cuando uno
está encadenado y a merced de facinerosos que cobran por torturar y
matar, la cosa es distinta. No es cualquier cosa enfrentarse a un pelotón
de esbirros armados y peinilla en mano, cuando han recibido la orden
superior de humillar y vejar a plan de machete y con las más selectas
injurias contra los secuestrados políticos, inermes, hambrientos, inde-
fensos, sin importar si las torturas desembocan en la muerte del prisio-
nero. Así es la resistencia en las prisiones políticas.
Así es el comportamiento de los esbirros del sistema contra los revo-
lucionarios. No es una vida tranquila la de las prisiones. Allí uno sabe
que es solo un número y que puede morir en cualquier momento, ya que
está a merced de matones que han sido envenenados, predispuestos con-
tra los “enemigos” que se encuentran presos, secuestrados, incomunica-
dos, acusados de crímenes que no han cometido.
Y si hay un partido que puede hablar con autoridad de lo que represen-
tan las prisiones en las luchas por la libertad, ese es el Partido Comunista
de Venezuela. Nuestro partido ha transitado ¡treinta años! de actividad
clandestina. Esta cifra da una idea exacta de la elevada moral de los
comunistas, de su patriótica terquedad para avanzar en lucha perma-
nente contra los enemigos del pueblo trabajador.
Durante estas largas décadas de combatividad, los dirigentes y mili-
tantes comunistas pasaron por casi cien prisiones, desde La Rotunda y el
Castillo de Puerto Cabello hasta el Castillo de San Carlos del Zulia, desde
la Penitenciaría General de Venezuela hasta El Obispo; desde el Cuartel
San Carlos hasta Guasina; desde las Tres Torres hasta El Tanque en Ciudad
Bolívar; en los trabajos forzados de Palenque y otras carreteras.
Y ha sido así porque los comunistas han encabezado todas las jorna-
das antiimperialistas de Venezuela, han participado de manera activa y
valerosamente en todos los combates por la libertad y la independencia
nacional.

277
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

El repliegue definitivo
El Comité Central de Emergencia, bajo la Secretaría General del
camarada Alonso Ojeda, estaba sentenciado a muerte por los aparatos
represivos, atravesaba por numerosos obstáculos y sufría tremendas pri-
vaciones, pero actuaba y tenía éxitos. El primero de estos era escapar de
la feroz persecución.
El hecho mismo de reunirse en aquellas condiciones tan difíciles de
cerco policial, persecución, de desertores e infidentes, era ya un notable
éxito.
Así se llega al VIII Pleno del CCE (abril 1967), con un partido diez-
mado y una guerrilla replegada por la fuerza de los hechos que la hacían
inviable.
En este Pleno se plasmó el viraje de la táctica de la lucha guerrillera
a la lucha de masas, poniendo el acento principal en las zonas urbanas.
Se acordó restablecer los principios leninistas de organización y defi-
nir el carácter del proceso revolucionario como de liberación nacional. Se
liquidan los restos de fraccionalismo militarista y son condenados tanto
el izquierdismo como el militarismo.
El Partido pasa de la dispersión, el escepticismo y la ruptura de lazos
con las masas, al camino de la recuperación. En este sentido, se reivindi-
ca el papel de la clase obrera y del Partido. Se hace un llamado a las fuer-
zas revolucionarias para la conformación de un amplio frente de luchas
revolucionarias.
Sin embargo, el Pleno define el período de la lucha armada como
“el más rico en la historia del PCV”, lo cual es una afirmación más que
polémica.
Cuando para apuntalar la política del repliegue se justificó, una vez
más, el haber empuñado las armas, definiendo de esa manera tan espe-
cial esa etapa de nuestra vida, en algunos camaradas prendió la duda
sobre la justeza, oportunidad y exactitud del repliegue.
A juzgar por los resultados prácticos, para el movimiento revolucio-
nario venezolano en general, y para el PCV en particular, el balance de la
etapa “más rica de nuestra historia” no puede resultar muy satisfactorio.
Al someterlos a una rigurosa comparación con otras etapas de las activi-
dades de los comunistas, observamos que el Partido retrocedió en térmi-

278
Jesús Faría

nos importantes en cuanto a su vinculación con las masas, su cohesión


orgánica e ideológica. Esto es un hecho irrefutable.
Por su parte, el haber tenido una claridad de objetivos de poder no
es suficiente mérito. Muchos otros partidos comunistas –y anticomunis-
tas– tuvieron la misma claridad y, pese a esta, también se han hundido
en el fracaso.
Tampoco fue un mérito suficiente el haber tenido el coraje de empuñar
las armas. Coraje político y valentía revolucionaria nunca le han faltado
a los comunistas, así como a muchos otros que no fueron comunistas. La
valentía para la guerra es innata en los venezolanos, según lo confirma la
historia patria. Tales cualidades (vocación de poder y valentía política y
personal) son muy importantes, indispensables para un Partido Comu-
nista, pero son insuficientes argumentos para llegar a una conclusión
rotunda, definitiva, en la evaluación de un período de lucha.
Esa apreciación fue, de hecho, una concesión a los partidarios de la
lucha armada, dentro y fuera del PCV, quienes supuestamente estarían
opuestos a la justa política del repliegue, al viraje que proponían desde
hacía algún tiempo notables dirigentes del PCV.
Además, esta valoración sirvió para aquellos que exaltaban exclu-
sivamente los episodios de la vida del Partido, en los cuales habían
participado. Según la particular interpretación de esta gente, la vida
revolucionaria del Partido comenzó –y terminó, de acuerdo con el rumbo
que tomaron muchos de estos “comandantes”– con la lucha armada. Las
heroicas luchas comunistas bajo la tiranía gomecista y contra la dictadu-
ra perezjimenista no aparecían por ningún lado en su recuento histórico.

Balance de la lucha armada


Debemos hablar del período de la lucha armada como un período
de errores y aciertos, con victorias y derrotas, con éxitos y fracasos, sin
dejar de hacer notar que el Partido en aquel momento empuñó las armas,
se planteó como tarea inmediata la conquista del poder, demostró un
arrojo extraordinario en la aplicación de la línea política, resistió heroi-
camente las embestidas del enemigo. La mística y el honor de nuestro
partido encontraron elementos de inspiración en el sacrificio y la valentía
de nuestros camaradas caídos o que sobrevivieron a estos años de tre-
mendas dificultades.

279
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Sin embargo, no podemos dejar de mencionar los errores cometidos.


Entre estos destacan las desviaciones guerrilleristas, izquierdizantes,
seguidistas, golpistas, sectarias, que se agudizaron a partir de la absten-
ción de 1963, cuando lo militar se colocó por encima de todo, lo guerrille-
ro se puso como el esfuerzo principal. Se habló de “guerra prolongada”,
copiando experiencias de otros países. Se abandonó palucha en las ciu-
dades. El Partido despreció la alianza con los posibles aliados y se aisló.
Se marginó del trabajo entre las masas y negó en la práctica el papel de
la clase obrera, exaltándose, a su vez, el papel de otras clases sociales.
Miles de nuestros camaradas fueron encarcelados, torturados, asesi-
nados, desaparecidos. Nada de esto podemos negarlo ni olvidarlo. Total:
un balance trágico. Muchos errores, algunos muy graves, y pocos acier-
tos, pese al heroísmo y martirio de los comunistas adultos y jóvenes.
Por otra parte, no podemos olvidar que algunos dirigentes de nuestro
partido, que se fueron a la “guerra” cantando victoria, regresaron que-
josos, culpando a otros de sus propios fracasos y errores. Al final, estas
personas terminaron por intentar llevar al PCV por caminos distintos al
marxismo-leninismo y, como no pudieron lograr estos objetivos, deser-
taron de nuestra gloriosa barricada y fundaron tiendas apartes, buscan-
do caminos más cortos y con menos obstáculos para “llegar al poder”.
Aquel período de luchas abrió y cerró toda una época. Sobre lo aconte-
cido durante aquellos años se han escrito no pocos libros. En muchos de
estos se hace responsable al PCV por la derrota. Sin embargo, la derrota
es de todos los participantes en la lucha armada, entre los cuales nos
encontramos los comunistas.
Nuestros camaradas actuaron valerosamente. Pero nuestro partido
se dejó arrastrar en varias oportunidades por una política que no era
correcta. Las equivocaciones suelen ser contagiosas y, en la lucha arma-
da, se pagan muy caro.
En lo que a mí respecta, jamás he renegado de ninguna lucha por el
hecho de que en esta se nos haya escapado la victoria. No lo haré nunca.
Pero no es bueno ni útil para el futuro de nuestra noble causa revolucio-
naria, embellecer los errores ni presentar los fracasos y derrotas con-
cretas como victoriosas experiencias para el porvenir. La victoria obrera
y popular vendrá, sin duda alguna. Y llegará más temprano si hacemos

280
Jesús Faría

bien las cosas desde ahora mismo. No son indispensables las aplastantes
derrotas ahora para asegurar la victoria futura.
Por último diré palabras del gran Lenin que reflejan en buena medida
la esencia de los errores cometidos por nosotros durante esta etapa de la
vida del Partido: “Para un partido proletario no hay error más peligroso
que basar su táctica en deseos subjetivos, allí donde lo que hace falta es
organización”.

Retomando el rumbo
Uno de los grandes méritos del CCE fue realizar una serie de operacio-
nes que permitieron el rescate de numerosos presos, que fueron sacados
de las prisiones, enviados fuera del país y luego introducidos ilegalmente
a Venezuela. Entre las operaciones más espectaculares se encuentra, sin
duda, la construcción de un túnel desde una casa hasta un calabozo de
la fortaleza San Carlos, por donde fueron rescatados Pompeyo Márquez,
Guillermo García Ponce y Teodoro Petkoff, antiguos dirigentes del PCV.
Aquí tuvieron destacada participación directa, entre otros, el célebre
Simón “El Árabe” y Nelson López, acribillado posteriormente por los
esbirros de la Digepol.
Fue sensacional la fuga y más sensacional aún el hecho de que no
pudieran recapturarlos, a pesar del despliegue de más de cuatro mil poli-
cías. Este hecho viene a demostrar que el PCV, pese a las dificultades,
había logrado forjar una coraza para defender a sus dirigentes clandes-
tinos, la cual nunca fue rota, aunque sí muy golpeada por los cuerpos
policiales.
Finalmente, en agosto de 1968 nos reunimos en el Comité Central de
Emergencia quienes se mantuvieron todo el tiempo en la clandestinidad
y quienes veníamos de la cárcel y el destierro. Era la primera vez en cinco
años que nos encontrábamos reunidos, lo que pudiéramos llamar la pla-
na mayor del PCV.
Al pasar lista “faltaron” los camaradas Donato Carmona, Alberto
Lovera y Luis Emiro Arrieta, asesinados por la policía los dos primeros y
muerto en la prisión y secuestrado su cadáver el último.
A lo largo de toda la historia del PCV, los dirigentes del Partido electos
en los congresos que se encontraban en las prisiones eran ratificados en

281
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

sus cargos por los plenos del Comité Central y al conquistar la libertad
pasaban automáticamente a ocupar sus cargos. Así ocurrió con Márquez
y García Ponce. Así ocurrió siempre con todos, salvo que alguno hubiera
cometido violaciones a la política o a la moral comunista.
Sin embargo, cuando salieron de la prisión Eduardo Machado, pri-
mero, y Gustavo Machado, después, dos libertades diferentes, la prime-
ra firmando “caución”, la última sin firma, estos camaradas no fueron
incorporados de inmediato a la dirección efectiva.
Pero cuando se produjo su definitiva reincorporación, terminaron de
salir del Buró Político los que habían subido cuando caímos los “viejos”.
Salieron cargados de rencor. Algunos perdieron importantes secretarías,
porque estas debían estar en manos de miembros del Buró Político. Por
cierto, Petkoff pretendió en vano, a punta de pistola, mantener la que
detentaba.
Se discutió mucho sobre el número de miembros que debía tener el
Buró Político, el cual pasó a ser de once. Pompeyo Márquez continuó la
lucha por un BP de diecisiete, hasta lograrlo. Pero de todos modos, no
eran personas dóciles como las que él quería.
En el Pleno de agosto de 1968 asomó el hocico el engendro antiso-
viético. Cinco miembros del CC rompieron con el internacionalismo
proletario.
Así se iniciaba una nueva etapa en la vida del Partido que, a la postre,
iba a generar importantes traumas en su unidad orgánica.

Legalización del PCV en 1969


La política represiva de la Ancha Base, la división de AD y la alta vota-
ción de Pérez Jiménez prepararon el terreno para una apretada victoria
de Copei, encabezada por Caldera.
El PCV entró de nuevo en la lucha política legal a través de un partido
formado para participar en las elecciones de 1968: Unión Para Avanzar
(UPA). Aunque el PCV todavía se encontraba ilegalizado y muchos de sus
líderes perseguidos, la UPA eligió un senador y cinco diputados, además
de un concejal por el Distrito Federal. Era una buena votación (105 mil
votos), si consideramos las limitaciones de diferente índole que impedían
una plena participación de los comunistas en el proceso electoral.
Otros no pensaban así.

282
Jesús Faría

Buena parte de los que empujaron al Partido a la aventura armada


se resistían a participar en las elecciones bajo condiciones tan adversas.
Entraron en un estado de abatimiento preelectoral, que les impedía ver
la posibilidad de lanzar algunos candidatos propios con posibilidades de
éxito. Del abatimiento pasaron a la euforia de creer en una enorme vota-
ción para la tarjeta de UPA, sin haber realizado el trabajo organizativo
indispensable para codearnos con los partidos de masas en la contienda
electoral.
Este hecho presentó a un buen número de los dirigentes del Parti-
do como políticos que toman nuestros deseos por la realidad que nos
circunda. Por esta vía, conocido el resultado electoral, vino otra vez el
abatimiento.
Este grupo de dirigentes, que poco después abandonaría al Partido,
no solo responsabilizaba de la derrota armada a la dirección, sin visos de
autocrítica, sino que le endosaban también la “debacle” electoral. Una vez
más, el PCV quedaba golpeado y dividido en cuanto a la apreciación de
los errores y los hechos.
Adicionalmente, el resultado de las elecciones de 1968 introdujo un
nuevo elemento de discusión interna, en torno a quién debería ser consi-
derado ahora como el enemigo principal de los comunistas.
En cuanto a los copeyanos, estos no tenían mayoría en el Senado y
AD amenazaba con boicotear su instalación y, con ello, demorar la “coro-
nación”. Como el hombre-quórum era Eduardo Gallegos Mancera, se
produjo una entrevista al más alto nivel entre Copei y el PCV, el partido
victorioso y el partido clandestino, inhabilitado por AD y Copei.
—¿Harán quórum ustedes? –nos preguntaron.
—Eso depende del nuevo gobierno. Ustedes saben que estamos intere-
sados en la legalización del PCV y en que sea suspendida la orden de cap-
tura contra nuestros dirigentes y el resto de los dirigentes de la izquierda.
No respondieron, pero se llevaron el mensaje. Al parecer, en la discu-
sión que tuvieron resultó aprobada la idea de aprovechar para la instala-
ción del Senado la presencia del senador comunista.
Nosotros cumplimos y Copei cumplió también.

283
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

El PCV y el MIR fueron rehabilitados, se nos entregaron casi todas


nuestras propiedades, volvió a circular legalmente la prensa del PCV.
Todo esto sucedía en la primera mitad del año 1969.
Todo había cambiado con la derrota de Barrios y su partido. Parecía
increíble que un partido como Copei pudiera reconocer los derechos polí-
ticos del PCV, mientras que AD se los negaba a sangre y fuego.
En resumen, cerca de 32 años de clandestinidad y poco más de 4 años
de vida legal había acumulado el PCV en sus luchas desde su fundación
en marzo de 1931. Tiempo después, en abril de 1983, Caldera afirmó en
un programa de televisión que su gobierno había hecho posible en 1969
la incorporación de los izquierdistas a la actividad política y que, con este
motivo, lo había visitado, previamente a su juramentación, el secretario
general del Partido Comunista de Venezuela.
Yo le respondí a través de la prensa que esta información no cuadra-
ba con los hechos, pues para 1968 los comunistas teníamos un partido
nacional legalizado: UPA. Es decir que, pese a la ilegalidad del PCV,
sectores de la izquierda participaron en las elecciones de 1968. Y por lo
demás, la reunión para tratar lo del quórum en el Senado fue solicitada
por la dirigencia copeyana. Esta era una cara de la moneda.
La otra era que Caldera y Copei compartieron lealmente toda la ola
represiva del gobierno de Betancourt-Copei, incluyendo el golpe contra el
Congreso Nacional el día 30 de septiembre de 1963.
De tal manera que difícilmente iba a engañar el jerarca copeyano al
pueblo venezolano en torno a su participación y la de su partido en la
escalada represiva de los sesenta en contra de las fuerzas revolucionarias.
Y resulta interesante saber que mi familia no fue tan vejada y hostiga-
da por gobiernos anteriores, como bajo el binomio Betancourt-Caldera.
En cuanto a mí, me interrogaron en un calabozo para castigados, previa-
mente inundado de agua, a sabiendas de mi artritis en estado avanzado,
lo cual agravó mi salud. Esta situación continuó bajo el gobierno de Leoni
–“el bueno”– y la Ancha Base con participación de Copei.

284
CAPÍTULO VIII
DEFENSA DEL PCV
FRENTE A LA CORRIENTE PEQUEÑO-BURGUESA
El debate interno en el PCV
A partir del VIII Pleno del CCE (abril 1967) se comentó muchas veces,
dentro y fuera de los organismos del PCV, que el Partido no marchaba
bien porque no había discusión.
Dicho Pleno no había abierto oficialmente la discusión interna en el
Partido, pero esta tomó cuerpo y avanzó en forma desorganizada hacia
las bases del Partido. Luego de largos meses quedó evidenciado que las
cosas marchaban mal no por falta de discusión.
Se discutía dentro y fuera del Partido, pero el proceso de recuperación
orgánica, lejos de acelerar el paso, se estancaba. Entonces, en medio de la
discusión despuntaron con gran fuerza las divergencias soterradas, fue-
ron emergiendo grupos que se habían conformado en los años previos de
abandono de las normas de organización de nuestro partido.
No era, pues, la restricción de la discusión la causa de la división del
Partido, como afirmaban los grupos fraccionalistas encabezados por
Petkoff y Márquez, sino que estos estaban desarrollando una discusión
que conducía inexorablemente a la ruptura, en razón de que sus plan-
teamientos atropellaban groseramente principios elementales de nuestra
doctrina revolucionaria.
La situación no podía empeorar más. La adopción de correctivos se
hacía impostergable. La discusión tenía que marchar por los canales regu-
lares. Nuestra prensa no podía incurrir más en el error de permitir que

287
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

en sus páginas se publicaran desahogos anticomunistas o antisoviéticos.


No debíamos agredir a ningún partido comunista. Teníamos suficientes
enemigos contra quienes pelear, como para gastar energías en injustifi-
cables agresiones contra nuestros hermanos de otros países. Teníamos
que llamar a la base del Partido a una discusión fecunda y ordenada de
las Tesis y Estatutos del PCV, a elaborar una plataforma ideológica y polí-
tica que sirviera de base unitaria para la inmensa mayoría del PCV y la
JCV, que pudiera derrotar los planes de los enemigos que amenazaban
con la ruptura antes del IV Congreso o en el mismo congreso.
Sin una guía para la discusión, cada quien dijo sus puntos de vista
sobre el pasado y el futuro, tanto del PCV como de otros partidos comu-
nistas, puesto que algunos se consideraban autorizados no solo para
opinar sobre la política internacional del PCV –cosa lógica y legitima–,
sino también para examinar y criticar la política interna y exterior de
los partidos comunistas que están en el poder, a la vez que proclamaban
la independencia para los comunistas de cada país y negaban toda posi-
bilidad de que los nuestros fueran criticados por dirigentes de partidos
hermanos.
En ese contexto, cuando las embestidas del grupo antileninista y
antisoviético habían rebasado todos los límites de tolerancia que podía
aceptar un verdadero comunista, publiqué un folleto con el título de Res-
puestas indispensables, destinado a responder básicamente las embesti-
das emitidas en forma rastrera por Manuel Caballero y Teodoro Petkoff.
Este escrito levantó roncha en el grupo fraccionalista. Lo calificaron
de “tremenda estupidez”, “algo infame”…. Estos calificativos provenían
de los aludidos, pero también de quienes los acompañaban abiertamente
en sus desmanes (Maneiro, Muñoz, Urbina, etcétera.) y de quienes los
protegían en forma solapada (Márquez y su grupo).
En todo caso, esos ataques no me preocupaban. Ellos se creían intoca-
bles por la polémica, inalcanzables por la crítica a sus infamias; se creían
con el derecho de vejar, de avergonzar a nuestro partido sin que nadie
les respondiera. Había que salirle enérgicamente al paso a la desprecia-
ble campaña de insultos y descrédito de los comunistas y sus inmortales
principios. En líneas generales, en mi escrito se expresaban los siguien-
tes argumentos:

288
Jesús Faría

Se alinea con la reacción internacional


En relación con la ayuda internacionalista prestada por los países del
Pacto de Varsovia a Checoslovaquia se había activado una renovada ola
de histeria antisoviética, la cual trataba en vano de confundirlo todo, de
presentar los hechos de un modo distorsionado. Se habían reactivado gra-
tuitos odios, inclusive de algunas personas que aparecían como miembros
del PCV, pero en contra de la Unión Soviética, del Partido Comunista de
la Unión Soviética (PCUS) y de algunos dirigentes. Entre los nuevos cru-
zados del antisovietismo estaba Manuel Caballero, cuyo pasado adeco
había grabado en su alma una muesca demasiado profunda.
Para tratar de deslegitimar la ayuda internacionalista de la Unión
Soviética, Caballero afirmaba que la República Federal Alemana (RFA)
¡no tenía interés en cambiar las cosas en Checoslovaquia! Esta afirma-
ción constituía otra increíble majadería, puesto que durante siglos los
germanos tuvieron las manos metidas hasta los codos en lo que hoy es
Checoslovaquia.
El imperialismo mundial, y el germano en particular, tenían espe-
cial interés en desgajar los países del Tratado de Varsovia, en particular
Checoslovaquia, porque este país tiene fronteras con la República
Democrática Alemana (RDA) y con la Unión Soviética.
Caballero se llenaba la boca con la “invasión” soviética, empleando
un recurso polémico del enemigo. Invasión, sin comillas, como él la usa-
ba, es la de una potencia colonial o imperialista contra otro país para
someterlo y explotarlo. Esto no es lo que ocurrió en Checoslovaquia. El
país soviético nunca explotó a ningún otro país. Por el contrario, ayudó a
muchos países. Ningún ciudadano de la Unión Soviética explotó a otros
hombres. Por el contrario, los técnicos soviéticos ayudaban desinteresa-
damente en muchos países de todos los continentes.
El internacionalismo proletario incluye la obligación de brindar ayu-
da solidaria a quien la necesita, a quienes están amenazados por el ene-
migo exterior. No tiene sentido para un obrero comunista dejar perecer
un régimen comunista por falta de la ayuda solidaria, para luego ayudar-
lo a reconquistar el poder.
Quien confundía internacionalismo proletario con “invasión” era por-
que le daba la gana. Esta confusión siempre fue dañina, pero al ser un
comunista el confundido, la cosa era peor.

289
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Resultaba demasiado sospechoso que comunistas se hubieran conver-


tido en cajas de resonancia de la campaña antisoviética de los imperia-
listas y sus lacayos.
El renegado Caballero alegaba que hubo protestas en contra de la
acción internacionalista de los partidos comunistas. Protestas es cierto
que las hubo y no solo en los Partidos Comunistas (PC) de Italia y Francia.
Por el envío de tropas aliadas a Checoslovaquia protestaron Johnson y
Nixon, los dictadores de Grecia y de Portugal, los de Haití y Paraguay.
Toda la macolla de gobiernos al servicio del imperialismo. Protestaron
Franco y el Papa, Carlos Andrés Pérez y Pedro Duno. El hecho de que los
enemigos del pueblo, sin ninguna excepción, hubieran trinado como lo
hicieron, resultaba más elocuente que todos los argumentos antisovié-
ticos de personas que militan dentro del PCV. La fotografía de Duno en
la primera página de La Verdad despejaba toda duda. Se necesitaba no
tener ni una pizca de olfato de clase para tomar el camino que no es. Es
curioso ver cómo los dirigentes y militantes “izquierdistas”, dentro y fue-
ra de los PC, coincidían con los derechistas y fascistas del mundo entero.
Resultaba muy raro ver al Gobierno yanqui y sus lacayos derraman-
do lágrimas por los “comunistas” de Praga, mientras que mataban y
hacían matar a comunistas en otros países del mundo. ¿Desde cuándo
ese amor de Johnson y Nixon por los comunistas? ¿Por qué les gustaba
tanto Dubcek?…
En cuanto al PCV, el 30 de agosto de 1968 se pronunció por el apoyo
a los comunistas internacionalistas checoslovacos, con lo cual ratificaba
consecuentemente su línea de toda la vida, que nunca lograron cambiar
ni los enemigos ni los “amigos”. De haber criticado a los países del Pac-
to de Varsovia hubiéramos aparecido alineados con Betancourt y Leoni,
con los asesinos de los dirigentes y militantes del PCV y de la JCV. En mi
caso, además de las razones de mis camaradas, siempre me he orientado
y he puesto rumbo contrario a lo que hacen los enemigos del pueblo.
Esto desmentía a Caballero, que tuvo el descaro de afirmar que la
mayoría del CC del PCV había votado una moción contra Checoslovaquia.
El CC del PCV había aprobado sí, con solo cinco votos en contra, el envío
de las tropas aliadas a Checoslovaquia el 21 de agosto de 1968.

290
Jesús Faría

Que nuestro acuerdo a favor de la ayuda a los internacionalistas de


Praga no le hubiera gustado a Caballero, ya esa era harina de otro cos-
tal. Los acontecimientos posteriores al 21 de agosto de 1968 demostraron
que sí existía un peligro real para el socialismo en Checoslovaquia.

El antisovietismo, rasgo esencial de la corriente pequeño-burguesa


Cuando se trató de salvar a la humanidad del fascismo o de ayudar a
los patriotas combatientes de cien países, el PC de la Unión Soviética no
contribuía como igual entre iguales, sino como correspondía al primer
partido leninista del planeta. Esto le costó a la Unión Soviética –a esa
misma Unión Soviética que tanto odiaba Caballero– decenas de millones
de vidas, sin contar las bajas producidas por la invasión –esta sin comi-
llas– de los catorce Estados que pretendieron en vano ahogar en sangre
la victoriosa causa de Lenin.
Para difundir sus calumnias contra la Unión Soviética Caballero utili-
zaba las páginas de Tribuna Popular, con lo cual le hacía un terrible daño
a nuestro querido periódico. Porque si Tribuna Popular se sumaba a la
campaña antisoviética, ¿en qué clase de Partido Comunista se convertía
el PCV? No es por la inmunda bandera del antisovietismo que dieron la
vida innumerables comunistas venezolanos.
Y Tribuna Popular siempre ha estado asociado al heroísmo de nuestros
camaradas, a la eterna amistad con los PC del resto del mundo. El anti-
sovietismo de Caballero en las páginas de TP era un contrabando mons-
truoso, rechazado de una manera indignada por nuestros camaradas.
En sus ataques, Caballero insultaba al gobierno de la Unión Soviética
porque este país no enviaba sus fuerzas armadas a pelear en Vietnam.
Esto era una provocación monda y lironda, porque Caballero sabía per-
fectamente que los países socialistas, en primer lugar la Unión Soviética,
habían ofrecido sus hombres y armamentos para combatir al lado de los
vietnamitas. Y estos no rechazaban el ofrecimiento, sino que aplazaban
su aceptación para el caso que, según ellos, hubiera sido indispensable.
Caballero tenía poca autoridad moral –y la que hubiera podido tener
no valía nada– para convertirse en acusador de hombres que combatie-
ron el fascismo con las armas en la mano desde el primer día hasta el
último de la guerra.

291
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Por su parte, según Petkoff, para que la política internacional del


PCV fuera “independiente” tenía que ser crítica. Es decir, reclamaba un
partido comunista cuyos dirigentes cometían graves errores –por cier-
to, donde él tenía una elevada cuota de responsabilidad– y no se hacían
autocríticas, pero se dedicaba a criticar a sus hermanos que actuaban en
remotos países.
No estábamos en el PCV para criticarlos –aunque podíamos hacerlo
en encuentros bilaterales– sino para defenderlos, en la medida de nues-
tras posibilidades, de las agresiones de los anticomunistas de todo pelaje.
La línea política internacional del PCV no puede estar guiada por
estrechos intereses nacionales, sino por el internacionalismo proleta-
riado. A un verdadero comunista no se le podían escapar semejantes
ofensas.

Conmigo, el que se equivoca es porque quiere


En febrero de 1968 estuve en Praga, donde hablé con dirigentes del
PC de Checoslovaquia. Pasaron unos meses y las cosas fueron de mal en
peor. El camarada Husak me comentaba que en la dirección del Partido
no había una opinión única respecto al grado de agudización de los fenó-
menos ni en cuanto a las vías para liquidarlos. Agregaba que las vacila-
ciones de la dirección quebrantaban más y más al Partido, a su unidad
ideológica y de acción, y que la sociedad y el Partido se vieron más de una
vez al borde de la catástrofe.
Regresé de Praga convencido de que los camaradas checoslovacos
tendrían que pedir ayuda a sus hermanos de otros países, aun sabien-
do que si esta les era concedida, como a los húngaros en 1956, algunos
comunistas se asustarían y otros lanzarían amargos reproches a los PC
del Pacto de Varsovia. Así es la revolución, tiene horas felices y momen-
tos tormentosos, tanto en lo personal como en la conducción de nuevos
Estados socialistas.
En ese sentido, Caballero tenía razón al incluirme entre los parti-
darios de la solidaridad militar con la Checoslovaquia socialista. Nadie
tenía motivos para esperar una conducta diferente de mi parte ni tampo-
co ninguna clase de rectificaciones.
Conmigo el que se ha equivocado es porque ha querido equivocarse.
La verdad es que nunca di margen para error. Luché y lucharé en defensa

292
Jesús Faría

del PCV, del programa leninista del Partido, en defensa del contenido
proletario de nuestro glorioso Partido. Siempre busqué la manera de for-
jar un partido comunista para y de los trabajadores, donde las personas
de otras clases sociales que entraran lo hicieran para ayudarnos, pero no
para imponernos una orientación antisoviética y divisionista en el movi-
miento internacional de los comunistas.
Defendí a los camaradas soviéticos no porque estos necesitaran que
los defendiera –los soviéticos probaron a lo largo de su historia que
sabían defenderse de sus enemigos–, sino porque eran agredidos gratui-
tamente en Tribuna Popular, periódico del Comité Central del PCV.
Toda agresión contra los comunistas de otros países y contra los paí-
ses socialistas, de donde quiera que viniera, era contestada por mí, lo
cual no podía ser considerado como la negación del derecho ajeno dentro
Partido –como alegaban los renegados. Se trataba del disfrute de mis
derechos. Cada miembro de cada célula del Partido debe exponer sus
puntos de vista sobre los problemas políticos y organizativos. Ningún
camarada debería renunciar a este derecho que, en ciertos momentos, se
convierte en un deber.

Clamaban por la “renovación” del PCV


En la lucha de algunos por “renovar” el Partido, un día se nos pre-
sentaban con Bujarin y lo equiparaban con Lenin. Otro día se nos pre-
sentaban con Trotsky y lo comparaban con Lenin. Había camaradas que
querían meter a Marcuse hasta por los poros. No se le oía decir: ¡Lean a
Lenin! Pero nos recomendaban leer al exjefe de Sección de los Servicios
Secretos del gobierno yanqui. Como en un carnaval, iban desfilando vie-
jas y derrotadas teorías disfrazadas de nuevas teorías revolucionarias.
Luminarias apagadas que señalaban caminos más cortos para la con-
quista de un poder nuevo, ni capitalista ni socialista, un poder “revolu-
cionario”, pero sin obreros en su dirección. Un poder no “autoritario”,
muy democrático desde el momento mismo de la “toma”. De los plan-
teamientos teóricos de esos “renovadores” desaparecía por completo la
imagen ingrata para los burgueses, grandes y pequeños, de la dictadura
del proletariado. Pretendían suprimir las clases como por arte de magia
y le atribuían abusivamente a Lenin actitudes tolerantes o “renovadoras”
que este no tuvo nunca.

293
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Intentaban meter a Lenin como pantalla en sus planes “renovadores”.


Pero Lenin fue un jefe político muy claro. Lenin fue un marxista escla-
recido, defendió con una firmeza ejemplar la unidad, la cohesión de los
comunistas.
La unidad del Partido que Lenin reclamó y defendió, fue sobre la base
de los principios de la lucha de clases, la dictadura del proletariado, el
internacionalismo proletario, la lucha por la paz y la coexistencia pacífica
entre Estados con diferentes sistemas políticos. Pero Lenin no toleraba
unidad sin principios. En la práctica, Lenin actuaba con firmeza contra
los elementos inseguros dentro del Partido y el Partido bajo su dirección
expulsaba sin contemplaciones a quienes violaban la disciplina, como en
los casos de Kamenev y Sinoviev en vísperas de la revolución. De modo
que ese Lenin conciliador que presentaban los “renovadores” era pura-
mente imaginario. En el partido de Lenin no había sitio para quienes se
imaginaban que la disciplina es solo para los obreros.
Para la estrategia “renovadora” resultaba una tarea indispensable
murmurar contra los viejos dirigentes, contra esos obreros que “vota-
ban” y nada más. Paralelamente a esta campañita había que impulsar
otra destinada a lisonjear a la “juventud” y halagar a los “intelectuales”
del Partido, así como a unos y otros de la periferia “ultraizquierdista”.
Prometían la victoria para tan pronto como salieran los viejos y los obre-
ros de la dirección del Partido.
Según un reportero del periódico Deslinde, en algunos círculos “revo-
lucionarios” se vinculaba la renovación del PCV con la salida de Gustavo
Machado y Jesús Faría de la dirección del Partido.
Por supuesto que para “renovar” al PCV tenían que echar de este a
quienes se negaban a cambiar la fisonomía proletaria del Partido de la
clase obrera. Estaban obligados a ligar una cosa con la otra. Y, como
demostró la historia, a fuerza de tanto ligar se ligarían posteriormente
con la derecha.
Pero ¿por qué debía salir de la dirección del PCV Gustavo Machado?
Gustavo era uno de los pocos héroes vivientes de Venezuela y siempre
fue leal a la clase obrera, fiel a la revolución. Le dedicó su larga vida y su
gran talento a la causa del comunismo. De modo que aquel que ligaba a
la salida del camarada Gustavo de la dirección del PCV era un enemigo
de la revolución.

294
Jesús Faría

En aquel momento no estaba planteada la “renovación” del Partido,


porque lo que necesitábamos era una línea política justa, clara para los
trabajadores, despojada de aventuras y de oportunismo “izquierdista” o
derechista. No era el PCV el que tenía que transformarse, sino sus cua-
dros de dirección, viejos y jóvenes. Había que mantener la organización
leninista y la disciplina proletaria, igual para todos, fortalecer el centra-
lismo democrático y la dirección colectiva, impulsar el sometimiento de
los organismos inferiores a los superiores. Había que ejercitar a todo el
Partido en el espíritu de la crítica y la autocrítica. Teníamos que volver a
la vieja organización de organizaciones que antes fue el PCV.
Petkoff nos hablaba de la necesidad de “revisar” nuestra concepción
política y organizativa, porque algunos de estos han resultado insuficien-
tes para dirigir los combates de las masas. Algunas estructuras –con-
cluía– resultaban “anacrónicas” y “envejecidas”.
¡Cuando la partera es mala, le echa la culpa al niño!
Con estructuras “anacrónicas” como las del PCV habíamos derrocado
a Pérez Jiménez, pero con una línea política correcta.
Petkoff afirmaba que éramos “fetichistas de nuestra propia estructu-
ra”. Pero en realidad, lo que ocurría era que él y su grupo rechazaban la
disciplina y otras cosas del Partido Comunista “propias para obreros”.
No éramos fetichistas, sino que otros camaradas deseaban hacer un
fetiche de la fulana “renovación” del PCV, querían devenir en fetichistas
de su propio estilo cuestionador.
Había quienes querían un PC sin obreros. Pero estos deseos tropeza-
ron, y no pueden menos que haber topado, con los viejos y los jóvenes de
mentalidad proletaria y espíritu de partido.

Jóvenes y viejos. Izquierda y derecha. Mayoría y minoría


Es un viejo y manoseado tema este de los jóvenes y viejos, como si
unos excluyeran a los otros, cuando la verdad es que ambos se comple-
mentan a medida que pasan los años y la base del Partido aumenta y
madura. Pues bien, de esta tesis se aferró el grupo anti PCV encabezados
por Petkoff para desarrollar sus actividades fraccionalistas. Pero resulta
que nadie fue tan audaz en la promoción de jóvenes a la dirección del
Partido como el PCV en su III Congreso en 1961.

295
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

A esos jóvenes engreídos –que los había en elevadas cantidades en


aquel debate– no estaba demás recordarles que no todos llegan hasta el
fin de sus días en las filas del Partido. Miles de jóvenes se quedan rezaga-
dos y no pocos se pasan al campo enemigo.
Jóvenes comunistas brillantes, agresivos y de talento fueron a pasar
su vejez bajo la cobija del presupuesto público, al servicio de los enemigos
del pueblo. Estaba claro el rumbo que seguirían los jóvenes fundadores
del MAS. Así como claro está, que los otros jóvenes no pueden ser res-
ponsables por estos tránsfugas.
Es invalorable la importancia que tienen los viejos en las filas del Par-
tido. Porque se trata de hombres y mujeres que prefieren todas las difi-
cultades y peligros, antes que abandonar su causa. Así como los jóvenes
comunistas son una esperanza, los viejos son una garantía de firmeza y
lealtad.
¡Ojalá que muchos de nuestros jóvenes comunistas lleguen a la edad
del camarada Gustavo Machado con la bandera comunista limpia y en
alto!
Empezar no es tan difícil. ¡Llegar hasta el fin sí que lo es!
Por otra parte, Petkoff decía que era lícito hablar de izquierda y dere-
cha dentro del Partido y concluía asegurando que había una minoría y
una mayoría. Ambas tentativas tenían que ser rechazadas. En el PCV no
puede haber “derechistas” ni “izquierdistas”. En el PCV solo puede haber
comunistas, marxistas-leninistas. Tanto el izquierdismo como el dere-
chismo son condenables desviaciones políticas. Claro está, nadie puede
evitar que haya camaradas que en la discusión incurran en errores opor-
tunistas de uno u otro signo, pero el PCV no puede tolerar tendencias.
Aquellos miembros del PCV a todos los niveles que no ejecutaban la
línea leninista del Partido, sino su propia línea derechista o izquierdista,
debían ser sancionados hasta con la expulsión de las filas del Partido.
La línea política se elaboraba para que todos la cumplieran y aplicaran
consecuentemente. Quien no aplicaba la línea política del PCV, sino su
propia línea política, pues no era miembro del PCV, se autoexcluía.
Por su parte, la existencia de una minoría dentro del Partido
Comunista es muy peligrosa y, tarde o temprano, termina por dividirlo.
Había camaradas que defendían la existencia de minorías en el seno
del Partido con base en la historia del bolchevismo y el menchevismo

296
Jesús Faría

(mayoría leninista y minoría reformista) en el Psdor, Partido Socialde-


mócrata Obrero de Rusia. No niego que Lenin tuvo que tolerar durante
un tiempo esta situación, en condiciones que no son las del PCV en esta
etapa de su desarrollo y actividad.
Pero, precisamente, debido a la experiencia que se tuvo con el men-
chevismo es que Lenin y los leninistas jamás permitieron, a partir de
aquel entonces, la formación de minorías dentro del Partido. Es de esta
experiencia de donde nace con mayor vigor la necesidad de la unidad del
Partido, de lo indispensable de su cohesión interna. ¡Preferible poco y
bueno! Preferible pequeño y unido, que grande y dividido entre mayoría
y minoría. La fuerza reside en la unidad.
Mayoría y minoría, como la que planteaban los revisionistas, quería
decir dos partidos aliados para algunas luchas, pero en perenne disputa
por otros motivos.
Un partido comunista así era como decir pan para hoy y hambre para
mañana. Además, la historia de los partidos no comunistas es demasiado
reveladora, como para que los comunitas hubiéramos tenido que tolerar
lo que ellos no pueden evitar.
En lo que respecta a los planes de Petkoff, para mí todo estaba muy
claro: pretendía erigirse en el jefe de una minoría y disfrutar del privile-
gio de ser dirigente del PCV para tratar de apoderarse del Partido.
Petkoff podía luchar por la aprobación de sus puntos de vista y por la
aplicación de una política elaborada por él, esto lo permitían los Estatu-
tos, lo que no podía era formar un partido dentro del Partido. Tal cosa no
la podía permitir el Partido, porque tal dislate hubiera sido tanto como
organizar la división del PCV.

Burguesía local e imperialismo


Según Petkoff, las contradicciones que podían existir entre sectores
de la burguesía venezolana y el imperialismo no eran aprovechables por-
que carecían de “carga revolucionaria”. Y, agregaba, que las formulacio-
nes democrático-burguesas habían agotado sus posibilidades desde el
punto de vista revolucionario.
Para un partido debilitado como el PCV, la orientación que aconsejaba
Petkoff apuntaba hacia una suicida lucha entre una pequeña vanguardia,
por una parte, y el resto de las clases y capas sociales, por la otra. Se trataba

297
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

de una tesis peregrina, destinada al fracaso de antemano, inclusive, si el


PCV hubiera sido un poderoso partido de masas.
En ninguna circunstancia pueden los comunistas renunciar a explo-
tar, a favor de la causa revolucionaria, las contradicciones existentes
entre las clases sociales venezolanas y el imperialismo extranjero. Toda
experiencia de las revoluciones victoriosas, incluidas la lucha del pue-
blo vietnamita contra el imperialismo yanqui y sus títeres, aconsejan un
camino totalmente diferente al que nos proponía Petkoff.
Resultaba completamente falso que, por “ganarnos una mítica bur-
guesía nacional, hemos perdido la oportunidad de conquistar la clase
obrera”, como afirmaba Petkoff.
Al contrario, el PCV había conquistado la dirección del movimiento
obrero organizado desde 1936, pero perdimos mucho terreno cuando el
Partido se lanzó por el camino de la lucha armada, enfrentándonos a
todos los enemigos simultáneamente.
La sabiduría política y popular lo que aconseja es dividir al enemigo,
pelearlo por partes, a cada uno en un momento dado. La experiencia lo
que aconseja es ganar aliados, aunque solo sea para una sola acción.
Neutralizar enemigos, aunque solo sea temporalmente. En mi vida de
militante comunista había oído un buen lote de cosas raras, pero ninguna
como esta de unir a los enemigos para hacerles frente.
Según la tesis de Petkoff, era “imposible concebir una revolución anti-
imperialista sin romper (primero) el capitalismo criollo”.
¿Y acaso el imperialismo se hubiera cruzado de brazos mientras rom-
píamos al capitalismo? ¡Será que no era imperialismo!
La Revolución China, a pesar de haber sido tan poderosa y haber teni-
do un aliado como la Unión Soviética a sus espaldas, marchó durante
un largo trecho con la burguesía china, inclusive después de la victoria.
Pero, sobre todo, en las grandes batallas militares finales hubo entendi-
mientos y tratos con la burguesía china, que los revolucionarios cumplie-
ron. Por supuesto, acepto que ni Venezuela era China ni Petkoff era Mao,
pero no está demás decir una vez más estas cosas.
En Cuba, Castro se apoyó en una burguesía de las más entreguistas y
corrompidas para lograr la victoria y avanzar en la primera fase de esta.
Aceptado de antemano que ni Venezuela era Cuba ni Petkoff era Castro,
conviene recordar cómo fueron las cosas por allá.

298
Jesús Faría

Y los comunistas venezolanos nos aliamos temporalmente con ade-


cos, copeyanos, urredistas y militares para derrocar la dictadura policial
de Pérez Jiménez.
Sin embargo, Petkoff afirmaba que en vista de que no teníamos alia-
dos que pudieran romper con nosotros por esta causa, podíamos darnos
el lujo de enfrentarnos simultáneamente al imperialismo y al capitalismo
criollo. Este era un planteamiento poco serio y nuestro partido tenía que
rechazar esta invitación al radicalismo de origen pequeño-burgués.
La pequeña burguesía siempre adopta posiciones radicales, bien
“izquierdistas” o derechistas, pero muy perjudiciales para la clase obre-
ra, cuando esta las acepta.
Un partido que emergía de la derrota, como era el caso del PCV, tenía
que fijarse un programa de pequeñas victorias, las cuales no eran un lujo,
sino una necesidad.

La “autocrítica” y los “radicales”


Petkoff ensayó una autocrítica en la que no decía: “Me equivoqué”. Él
decía: “El Partido se equivocó y se volverá a equivocar”. Así lo dijo en el
Palacio de los Deportes.
Pero no era justo echarle las culpas al Partido por los errores que uno
había cometido. Los errores y la derrota –como las victorias y los acier-
tos– tienen nombres propios, tienen padre. Cuando en el VI Pleno del CC
(abril de 1964) Petkoff dirigía el Partido sin esos “individuos”, sin esas
“personas” que estábamos en la prisión. Allí elaboró una táctica de ofen-
siva guerrillera para un partido derrotado y sin reservas para continuar
la lucha. Ese error tenía dueño. ¿Por qué se iba a decir que había sido el
Partido quien se había equivocado? Petkoff, conjuntamente con Maneiro,
se explayaban en contra del “peligro de derecha”. Pero existía también un
peligro de “izquierda”, al cual no se referían y, como sabemos, el PCV se
había empantanado durante la lucha armada en el más torpe oportunis-
mo de “izquierda”.
Así como hubiera sido incorrecto acusar a otros de “izquierdistas”
para ocultar el oportunismo derechista, también era incorrecto acusar a
los otros de “derechistas” para ocultar el oportunismo de izquierda.
Como la verdad es siempre concreta, quienes acusaban a la dirección
de derechista estaban obligados a señalar cuál actitud del Partido o de

299
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

algún dirigente era derechista. Porque para probar que hay una desvia-
ción derechista no es suficiente el hecho de que no se permitan los erro-
res oportunistas de izquierda. Lo que nuestra historia revela es que se
puede corregir una desviación –de izquierda en este caso– sin incurrir
automáticamente en una de derecha, tal como lo hicimos a partir de abril
de 1967.
Pero Petkoff iba más allá y aconsejaba asumir nuestro propio radica-
lismo. No habíamos terminado de salir del túnel de radicalismo peque-
ño-burgués que sumergió al Partido en la derrota de los sesenta, cuando
se pedía un nuevo rumbo radical.
Estos incorregibles “dirigentes” querían ser “izquierdistas”, “extre-
mistas”, “radicales” y hasta reformadores tipo Dubcek. ¡Pero el nuestro
era –y seguirá siendo– el Partido de los comunistas!
Nuestra tarea consistía en realizar bien nuestra labor revolucionaria
y dejar a todos los “istas” que jugaran con la frase revolucionaria. Ade-
más, antes de asumir nuestro propio radicalismo, Petkoff y muchos otros
“izquierdistas” tenían que entregar una autocrítica satisfactoria que ayu-
dara a educar al Partido y a la juventud. Esta, por supuesto, nunca llegó.
No se podían cometer tantos y tan graves errores y continuar, como si
nada hubiera acontecido.
En lo que a nosotros concernía, por mucho que hubiéramos gritado no
igualaríamos a Gumersindo Rodríguez y demás radicales que asumieron
su propio radicalismo. Y si estos pudieron retornar a la guardia adeca,
nosotros no podíamos movernos de nuestro lugar de combate. El PCV
“asumió su propio radicalismo”, cuando nuestra prensa aparecía cargada
de amenazas que no se cumplieron. Tan plenamente lo asumimos que
resultamos aislados de las masas, que no son radicales, sino revoluciona-
rias en el sentido que son ellas quienes hacen la revolución.
Los trabajadores como clase social no son ni radicales ni izquierdis-
tas ni extremistas. Son una clase social revolucionaria –cuando desa-
rrollan su conciencia política–, paciente, firme y aguantadora, segura de
su porvenir victorioso. Nosotros tenemos que ser justamente el partido
de vanguardia de esta clase social (y lo seremos sin duda y aunque haya
quien dude).
Petkoff afirmaba que éramos agentes reformistas y sindicaleros. ¿A
quién deseaba complacer Petkoff con esta mentira? No pocos comunistas

300
Jesús Faría

dirigentes sindicales murieron en defensa de sus hermanos de clase y


casi todos –millares– pasaron por las prisiones bajo todos los gobiernos
durante los cuarenta años de existencia del Partido.
Nadie se oponía en el PCV a “librar los combates preparatorios del
asalto revolucionario...”, como lo reclamaba en su enrevesada prosa
Petkoff. Incluso, muchos de esos combates se habían librado ya en for-
ma de grandes y pequeñas huelgas dirigidas por los comunistas, valiosos
aportes a la revolución proletaria.
Quizás acontece que como Petkoff no participó en estos combates, le
parece a él que nunca tuvieron lugar. Así lo daba a entender cuando afir-
maba: “Hasta 1959 podíamos preguntarnos con razón si el PCV es un
partido revolucionario, pero a partir de entonces ya no puede caber duda
de ello...”. Es decir, a partir del año cuando Petkoff entró de lleno en la
dirección del PCV.
Los veintiocho años anteriores de luchas contra Gómez, López y Pérez
Jiménez no cuentan. ¡Así se escribe la historia!
Era otro capítulo del viejo invento de algunos intelectuales de tradi-
cional mezquindad, para quienes la historia empieza y termina con ellos.

¿Paternalismo en la dirección del Partido?


Petkoff daba a entender que el centralismo democrático había condu-
cido a la absorción y suplantación del Partido por un grupo de dirigentes
o por uno de estos. Y acusaba al CC de ejercer un trato paternalista sobre
un grupo del Partido.
En este caso, como en algunos otros, Petkoff inventaba molinos de
viento, luego arremetía contra estos y se daba el lujo de echarlos por tie-
rra. ¡Un truquito este, sí!
Lo cierto era que el propio Petkoff era miembro principal del CC y sí
que ejerció un trato paternalista hacia los que conformaban su grupo,
especialmente en la época de la “guerra”, cuando su grupo se apoderó
temporalmente de la dirección del Partido y suprimió los métodos leni-
nistas de organización.
Los que denunciaban “paternalismos” y demandaban “igualdad de
derechos” excluían a muchos de nosotros entre sus iguales en derechos.
Lo digo porque durante el frenesí guerrerista mi opinión no era tomada
en cuenta para nada. No me quejo, pero no me olvido.

301
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Por lo demás, es verdad que tenemos iguales derechos, pero no todos


somos iguales. No es igual el que delató, al que no delató, aunque uno
y otro tienen iguales derechos. No son iguales el que coqueteó con los
fraccionalistas y el que los combatió con firmeza, aunque ambos tienen
iguales derechos. No son iguales el que despilfarró dinero del Partido y
quien no cayó en este error, aunque ambos tienen iguales derechos.
No son iguales quien mantiene relaciones con enemigos del Partido,
a espaldas de este, y quien no mantiene tales relaciones, aunque ambos
tienen iguales derechos.
Al Partido siempre ha ingresado gente muy diferente y durante mucho
tiempo nadie sabrá si se quedan o regresan a enfrentarse al Partido. Por
esta razón es peor el amiguismo, porque este impide ver los defectos de
los camaradas. Recuerdo la cólera de Petkoff contra mí, porque dije en
una reunión que Bravo y Núñez Tenorio eran sujetos que estaban haciendo
trabajo fraccional. Fue en diciembre de 1965 en un calabozo del Cuartel
San Carlos. Ya conocemos el desenlace.

Problemas internos
Esos fueron algunos de los argumentos expuestos en Respuestas
indispensables. Entre tanto, en el transcurso del debate las diferencias
existentes se fueron profundizando. Estas se manifestaban en una serie
de graves problemas, entre los cuales se encontraban: el libro de Petkoff;
las posturas desafiantes de la JC a la política del PCV; el empleo de la
prensa del PCV para difundir materiales agresivos contra otros parti-
dos comunistas; los problemas internos en los CR. de Caracas, Miranda,
Yaracuy y otros estados, etcétera.
En líneas generales, la unidad se encontraba amenazada por los cua-
tro costados. Se notaban síntomas de un malestar que llevó a ciertos
organismos y muchos camaradas a no trabajar eficientemente para que
los dirigentes, con quienes se tenían desacuerdos, no pudieran presentar
un balance exitoso. Eran los camaradas que jugaban al fracaso del Parti-
do debido a que no podían controlar su dirección, bien a escala regional o
nacional. Inclusive, en la difusión de la propaganda del Partido se notaba
con asombrosa nitidez este funesto proceder.
A todo esto, la autocrítica no aparecía por ninguna parte. Se afinca-
ban, eso sí, en una crítica despiadada.

302
Jesús Faría

Aquellos que lanzaron al Partido por el despeñadero de la lucha arma-


da, aquellos que cometieron el error de la abstención en 1963 y luego asu-
mieron una actitud vacilante de cara a las elecciones en 1968, incurrían
ahora en la inelegancia de atribuirle al Partido el peso principal de las
equivocaciones que dieron origen a las derrotas.
No era honesto ocultar nuestros errores –como los aciertos, que tam-
bién los hubo–, no los podíamos abandonar ni en la guerra ni en la paz.
Y nadie estaba totalmente limpio de errores, ni en la dirección ni en la
base del Partido.
Quien más, quien menos, por acción los unos y por omisión los otros,
todos habíamos puesto nuestra parte, como corresponde a los militantes
de un partido que se movió en situaciones extremadamente complejas
como la de los sesenta.
A los fraccionalistas les faltó estatura leninista para admitir honrada-
mente la responsabilidad personal que tuvo cada uno en la actividad per-
manente del Partido, que no fue poca. No fueron capaces de asimilar las
derrotas. Les faltó sinceridad revolucionaria para reconocer las faltas.
Y este era un problema fundamental porque después de fracasar con
fórmulas fantasiosas para llegar al poder, relegando el trabajo paciente
y sistemático entre las masas obreras para convertirse en su vanguar-
dia, ahora rechazaban cualquier tipo de responsabilidad en la aventu-
ra montada mayoritariamente por quienes ahora conformaban el grupo
antipartido.
Esa conducta estaba acompañaba de una irracional campaña de críti-
cas al Partido, a la Dirección Nacional en general, y a los viejos dirigentes
del PCV en particular, que tenía como propósito descargar en otros su
elevada cuota de responsabilidad en las recientes derrotas y errores.

Unidad sí, pero sobre la base de los principios


A comienzos del año 1970 el Partido aún no se había dividido, pero
la unidad era muy frágil. Al respecto, el Comité Central le había hablado
con franqueza al Partido y a la Juventud Comunista. Esta real amenaza
había avanzado demasiado, pero para comienzos de 1970 todavía había
tiempo para detenerla. Eso pensábamos no pocos de nosotros.
Desde el comienzo de la larga discusión que se inició en el Partido,
se tuvo bastante paciencia para tratar de superar las diferencias que nos

303
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

separaban, para tratar de persuadir a un grupo de dirigentes del PCV


para que cesaran en sus labores fraccionales. Entre estos camaradas se
encontraban algunos que nosotros ni soñábamos pudieran involucrarse
en tamaña patraña.
La tesis del grupo de Márquez era: “Llegar unidos y salir unidos”, pri-
vilegiaban la unidad sin principios por encima de la defensa de estos.
Márquez ejerció una defensa ciega, a ultranza, de quienes asumían posi-
ciones en contra del movimiento obrero, de los partidos comunistas her-
manos y violentaban incesantemente los Estatutos. La permanencia de
estos sujetos en el Partido se convirtió para él en una cuestión de honor.
A pesar de nuestros esfuerzos unitarios, estábamos claros en que la
unidad debía tener un fundamento ideológico marxista-leninista, así
como una base sujeta a la disciplina comunista y los métodos leninistas
de organización. Fuera de estas premisas la unidad era ilusoria y no sería
señal de fuerza. No podíamos sacrificar nuestros principios a cambio de
una unidad que involucrara a quienes querían desfigurar y, después, des-
truir al Partido.
A lo largo de 1970 se podía apreciar de una forma cada vez más cla-
ra la presencia de dos líneas de desarrollo dentro de la polémica. Había
quienes expresaban, sin dejar lugar a dudas, el propósito de cambiar la
dirección proletaria del PCV, de “hacer añicos los Estatutos”, de “renun-
ciar a los principios leninistas de organización”. Hacían cosas graves,
prohibidas por el Comité Central, que ponían en peligro la actividad legal
del PCV. Fuera de las filas comunistas no faltaban quienes también lison-
jeaban a militantes y dirigentes del PCV para que cambiaran de filia-
ción y pasaran a formar parte del grupo dirigente de un supuesto partido
marxista más fresco, como textualmente decían.
Por otra parte, estaban los camaradas que aceptaban los Estatutos,
la disciplina, la línea política y la ideología del Partido del proletariado,
no sin polemizar en los organismos del Partido, sino a pesar de cuanto
quisieran discutir antes de adoptar las resoluciones.
Mientras en el PCV actuaban impunemente quienes jugaban con dos
barajas, es decir, quienes se aprovechaban de su condición de miembro
del CC para desacreditar los acuerdos y resoluciones adoptados por el CC,
las cosas iban empeorando y se iba erosionando la autoridad moral para
reclamar y aplicar una disciplina igual para todos.

304
Jesús Faría

Como es fácil deducir, un partido comunista que se preocupe de su


preparación para triunfar por los medios que fuere, no podía tolerar
por tiempo indefinido una situación de relajamiento de la disciplina, de
abandono de los métodos leninistas de dirección colectiva.
Esas dos líneas de acción se reflejaban claramente en las posiciones
dentro del BP. Allí votaban juntos, siempre o casi siempre, Rodríguez
Bauza, Freddy Muñoz, Germán Lairet, Pompeyo Márquez, Eloy Torres.
Urbina no tenía voto, pero coincidía. Durante bastante tiempo, Márquez
y sus parciales (Torres, Chacón, Pardo, etcétera.) estuvieron diciendo que
eran “un centro”, quienes, según ellos mismos, tenían toda la razón, com-
batían a “la derecha” (así le decían a E. Machado, García Ponce, etcéte-
ra.), como también a Petkoff, Maneiro y otros “izquierdistas”.
No obstante, sus posiciones confirmaban el hecho de que en realidad
encubrían a estos últimos. Por el otro lado votábamos juntos, sobre todo
en las cosas de principios, Gustavo Machado, Alonso Ojeda, Eduardo
Gallegos, “Cheché” Cortés, Pedro Ortega, Eduardo Machado, Antonio y
Guillermo García Ponce, Radamés Larrazábal y yo. Las discusiones eran
polémicas, interminables y ásperas, muy poco fecundas o, mejor dicho,
totalmente infecundas. Esta fue una característica de las luchas internas.

Los enfrentamientos internos y los centros de dirección


Aunque la pelea principal parecía que era entre el grupo de Petkoff,
por un lado, y el agrupamiento de Guillermo García Ponce, por el otro, la
verdad era que también existía una lucha digna de mejor causa, en la cual
los agrupamientos de Márquez y Urbina se aliaban al grupo de Petkoff.
Esta alianza llegó al extremo de que para Márquez –lo decía pública-
mente–, así como para otros en la Dirección Nacional, la unidad del PCV
pasaba por la reelección de Petkoff al CC. Entre tanto, para Petkoff y su
grupo, la unidad del Partido pasaba por la “renovación”, es decir, después
que hubieran “echado por la borda” a unos 50 miembros (más del 80%)
del actual Comité Central del PCV.
Esta situación de múltiples fraccionamientos que se traducía en la
existencia de tres polos, el de Petkoff-Márquez, el de García Ponce y el
del resto de los camaradas que no estábamos en ninguno de estos, die-
ron pie a la aparición de diversos centros de dirección: San Bernardino,

305
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Cantaclaro, Casa Nacional de la JC, UCV, CUTV, desechando cualquier


posibilidad de trabajo colectivo con un centro único de dirección.
Esta situación, por sí sola, planteaba la urgencia de introducir drás-
ticos correctivos a los malos métodos, porque el abandono de los princi-
pios de organización y de la disciplina interna significaba la muerte para
el Partido. Y no podíamos dejar morir al Partido paralizados por el terror
que pretendían infundir quienes amenazaban con la ruptura del Parti-
do, si este aplicaba los Estatutos a quienes no querían aceptarlos. Pues
estaba suficientemente claro que la renuncia tácita a la disciplina y a los
principios era también una manera de romper y liquidar al Partido.
La discusión interna carecía de franqueza. Se decían francamen-
te solo algunas cosas. El resto se dejaba en la penumbra, se insinuaba
parcialmente. Esto ocurría así porque además de las luchas ideológicas
y políticas, además de los reproches mutuos por los errores del pasado
reciente, estaba presente la lucha por el control de la Dirección Nacional
del Partido, en general, y por la Secretaría General, en particular.
Esta lucha convirtió incluso a dirigentes como Márquez y Torres,
que se consideraban incorruptibles, en seres calculadores, oportunistas,
quienes solían incurrir en condenables tolerancias para consigo mismos
y para con sus amigos del momento. La lucha interna tomó formas diver-
sas, pero todo desembocaba en un objetivo: controlar la dirección del
Partido.
Aunque ahora luzca increíble, los fraccionalistas se desplayaban en
discursos que pretendían salvar nuestra inmortal doctrina del peligro
que representaba el “oportunismo de derecha”.
El resultado de este forcejeo era el desgaste de energía, una estéril
y paralizante lucha interna que nos impedía enfrentar al imperialismo
como enemigo fundamental de la revolución venezolana.

El grupo fraccional y la Secretaría General


El secretario general del Partido se convirtió en centro del fuego divi-
sionista. Otro fantasma que se esgrimía para explicar la deserción era mi
supuesta arrogancia y una mítica autocracia. Es decir, que Jesús Faría
era el amo del Partido.
En realidad la cosa fue así: caí preso en mayo de 1950, cuando no exis-
tía el cargo de secretario general en los Estatutos del PCV. Después de la

306
Jesús Faría

derrota de los trabajadores petroleros en mayo de aquel año, el PCV tuvo


dificultades internas, que aconsejaron la creación del cargo, y en 1951 fui
electo secretario general por la VI Conferencia Nacional. De los diecinue-
ve años comprendidos entre 1951-1970 que tenía como “amo del Partido”,
casi once años estuve en la prisión y casi tres en el destierro. Y cuando
estuve activo en mi cargo, mi situación se complicó porque voté en contra
de la vía armada como forma principal de lucha. La consideré inopor-
tuna. Por esta misma razón, renuncié a mi cargo, pero mi renuncia fue
rechazada por la misma unanimidad que me eligió y me reeligió siempre.
Aunque ratificado por unanimidad en mi cargo, en aquellas condiciones
yo era en la dirección del PCV poco menos que una figura decorativa.
Tengo muchos años en el Partido, pero jamás le he dicho a alguno
de mis camaradas que respalden mis proposiciones. Les he dicho y les
repito una vez más: sigan al Partido Comunista que es, como dijo el gran
poeta ruso: “La juventud del mundo”.
A pesar de ello, de mí decían los fraccionalistas cosas que, de haber
sido ciertas, me hubieran tenido que cambiar de inmediato. Sin embargo,
puedo asegurarles que el volumen de mis defectos era más o menos el
mismo de siempre. Quizás un poco menor que aquél, cuando fui electo
secretario general.
Porque cuando uno llega al PCV lo hace con numerosos defectos. Si
bien se tienen ideales en ese momento, todavía no se es un comunista
probado. Es en el Partido Comunista, noble escuela de sabiduría, don-
de nosotros los obreros y demás gente humilde del pueblo aprendemos
muchas cosas buenas, pero nunca terminamos de aprender. Por mucho
que uno aprenda, siempre se suelen cometer errores, pero los otros cama-
radas nos ayudan a corregirlos.
El hecho es que bajo el pretexto de quebrar el “dominio absoluto”,
algunos reclamaban con insistencia el cambio de secretario general como
una de las maneras de resolver los problemas internos. Quienes eso argu-
mentaban, empleaban solo pretextos para ocultar las verdaderas razones
para abandonar al Partido.
Nunca eludí mis responsabilidades ni traté de echarles las mías a
otros camaradas. Durante los años que estuve al frente del PCV como
secretario general fui el principal responsable de los errores y fracasos
de nuestro partido. Nunca le pedí a ningún camarada que me releva-

307
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

ra de responsabilidades. Tampoco reaccioné en forma negativa frente


a la crítica, por injusta que esta hubiera sido. De todos modos, convie-
ne recordar que fue durante los años 1958-1962 cuando el PCV cometió
menos errores graves y cuando obtuvo brillantes victorias, precisamente
el período cuando ni la prisión ni el destierro me apartaron del cargo de
secretario general del PCV.
Se me criticó con gran fuerza como uno de los principales respon-
sables por la política fracasada de la guerrilla. Sin embargo, es preciso
recordar que me opuse a esa aventura, luego caí preso (el 30 de septiem-
bre de 1963) y en 1966 fui expulsado del país hasta finales de 1968.
En ese período de cárcel y destierro fue cuando los errores empujaron
al PCV por el despeñadero de la escisión. Sería injusto culpar por las
consecuencias de una política a quien nada tuvo que ver con su ejecución,
sobre todo cuando las acusaciones provienen de quienes tenían las rien-
das del Partido en sus manos.
En medio de una verdadera campaña de infamias les exigí pruebas
a quienes habían formulado acusaciones. Por supuesto, nunca llega-
ron. Pero las infamias no se formularon solo en mi contra. Estas fueron
ampliadas a toda la dirección. Se habían lanzado a la publicidad de intri-
gas contra la dirección del Partido, sobre la base de verdades a medias
y de mentiras elaboradas con la ayuda de los archivos policiales, con la
cooperación de renegados del PCV.
En esencia, se trataba de una estrategia contra la unidad del PCV,
resaltando los “méritos” de los disidentes en su enfrentamiento con la
Dirección “ortodoxa” y “derechista” del PCV.
En cuanto a mí, como secretario general del PCV era tachado de
“blando”, “moderado”, “pacifista”, “conservador”, “derechista”, “sovietó-
logo” y otras cosas por el estilo. Estos adjetivos me los aplicaba la prensa
enemiga, así como también elementos dentro del Partido y la Juventud.
Algunos adjetivos cambiaban. Pero la campaña era la misma, contra la
unidad del Partido.
En esos momentos fui el mismo: no era mejor ni peor porque se me
elogiaba o se me criticaba. Y mucho menos si las críticas o los elogios
aparecían publicados en la prensa enemiga del pueblo.
Era evidente que los fraccionalistas querían apoderase de la dirección
del Partido y, en especial, de la Secretaría General.

308
Jesús Faría

En una reunión del BP del PCV le dije a Pompeyo Márquez:


—Hagamos lo siguiente: no dividan al Partido, yo renuncio a la Secreta-
ría General, renuncio a mi cargo en el Comité Central, me voy de Venezuela,
pero no dividan al Partido Comunista.
—Yo estoy demasiado “enredado” –respondió Márquez.
—Pues si estás enredado, no puedes seguir en la dirección del Partido,
porque todos estamos claros y no puede ser de otro modo.
Este fue un duro golpe para nosotros ya que estimábamos mucho a
Márquez. Son muy pocos los dirigentes que en la historia del Partido fue-
ron tan complacidos, en los cuales se hubiera depositado tanta confianza
como en Pompeyo Márquez.
Pero Márquez sufrió –para aquel entonces– un insospechado proce-
so de descomposición ideológica. Su debilidad por los halagos lo hicie-
ron presa fácil del grupo de jóvenes que necesitaban una figura histórica
dentro del Partido que capitaneara sus planes pequeño-burgueses. Ellos
lo rodearon, lo encumbraron y Pompeyo Márquez protagonizó un desli-
zamiento ideológico hacia posiciones liberales y de derecha, alimentado
por una ilimitada ambición de figuración personal. Lo de Petkoff no me
extrañó mayormente, pero lo de Márquez sí me agarró fuera de base.
Muchos años después de la división, un reportero de El Nacional me
preguntaba:
—¿Petkoff no fue también comunista?
—¿Perdón? Petkoff estuvo en el Partido Comunista, pero yo no creo
que fuera comunista...
—¿Y Pompeyo Márquez lo fue?
—Pompeyo Márquez fue un hombre de la historia del Partido, un
hombre formado en el crisol, después él renunció al Santos Yorme y dejó
la historia. A lo mejor por un poco más de bienestar.
—¿Santos Yorme se volvió cómodo? –preguntó el reportero.
—No. No se volvió cómodo, sino que se acomodó. En cuanto al hombre
de la historia de nuestro partido que era, se convirtió en cenizas, él que-
mó su pasado. Es algo que corresponde a la historia de algunos hombres,
quemar las naves.
Otro de los temas preferidos de quienes atacaban al Partido radicaba
en que el secretario general era “un iletrado que sentía alergia por la cul-
tura y el ejercicio intelectual”.

309
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

En lo particular, no sentía ningún tipo de molestia por esas burlas


asociadas a mi ignorancia. Quienes se burlaban de mí por esta causa,
aplaudían a otros que mostraban jorobas morales. El origen de esas
“puyas” sin ingenio residía en lo que digo, no en la forma como lo digo.
A lo largo de toda mi vida he realizado un esfuerzo considerable por
superar mi atraso cultural, he aprendido algunas cosas útiles sin haber
ido a la escuela, pero en la medida en que más leo, menos me gustan
aquellos que alardean de sus conocimientos.
Al parecer, algunas personas deseaban que ingresara al gremio de
escritores, pero como no lo hice, casi me ubicaron entre los delincuentes.
Pero esas cosas nunca me dieron dolor de cabeza.
He leído parte de lo mejor que ha producido el ingenio humano y
escribo –bien o mal– para combatir a los principales enemigos de mi
clase, para defender a los trabajadores.
Uno puede escribir bien, pero si defiende consecuentemente a su cau-
sa y su clase, siempre se topará con quien lo difame.
¡Cuántos han escrito libros contra las causas justas!
No cabe la menor duda que en estos ataques yacían prejuicios antio-
breros. Hay quienes estornudan cuando ven a un obrero. Nos niegan el
pan y la sal. Son personas condenadas por el desarrollo histórico. Los
acontecimientos revolucionarios del futuro con los obreros a la vanguar-
dia se encargarán de borrar la huella de esta gente mezquina.
Qué abismo media entre estos y los numerosos y destacados intelec-
tuales que contribuyeron toda su vida –o parte de ella– a la superación
de los obreros en la historia de nuestro partido.

El XIX Pleno del CC


Para finales de 1970 llegó un momento en que las medidas drásticas se
hacían impostergables. Mientras más nos demoráramos en aplicar medi-
das disciplinarias a quienes se burlaban de los organismos del Partido y
de los acuerdos adoptados por estos, a quienes estuvieran violando los
Estatutos, tanto peores iban a ser las consecuencias de tal lentitud. Por
este camino llegaríamos, tarde o temprano, a la desintegración de nues-
tra organización.
Esta vez el peligro de la división se agudizó con motivo de los fraudes
descubiertos en el proceso del recenso del Partido en Caracas y Miranda.

310
Jesús Faría

El Partido se encontraba todavía formalmente unido, pero en la prác-


tica el PCV estaba dividido. Además de los grupos que hacían vida en el
seno de la Dirección Nacional, existían estructuras paralelas en Caracas,
Petare y otras localidades. Estábamos obligados a evitar que la división
se extendiera a todo el Partido.
Ya habíamos dado demasiada rienda suelta al asunto. Si permitíamos
aún más libertinaje y no poníamos orden en nuestros asuntos, el Partido
se nos venía al suelo.
Ante la grave situación interna, en el XIX Pleno del CC (noviembre
de 1970) presenté mis proposiciones, solicitando responsablemente que
se tomaran medidas enérgicas para salvar la unidad. Mis planteamiento
apuntaban a intervenir donde fuera necesario y sancionar a los camara-
das que habían incurrido (o incurrieran) en fallas graves. Mis palabras se
resumen en lo siguiente:
—Si entre nosotros se habla tanto de dictadura del proletariado y
otros tópicos parecidos, pues bien, por qué no abandonamos tanta blan-
denguería impropia de un partido proletario; por qué no asumimos nues-
tro rol de dirigentes comunistas; por qué no hacemos respetar al Partido;
por qué no defendemos su unidad e integridad.
Eso está completamente a nuestro alcance, si abandonamos actitudes
liberales impropias de comunistas.
Mis propuestas fueron estas:
1. Declarar cerrado, formalmente, el proceso de discusión interna de los
materiales para el IV Congreso, porque ya las células y diecinueve
conferencias terminaron esta discusión, dejando libertad para discu-
tir solo en las tres conferencias regionales que faltan y en el propio IV
Congreso;
2. Pasar a la Comisión de Disciplina a quienes resulten culpables de frau-
des y otros delitos graves, según los recaudos levantados por la Comi-
sión Revisora del recenso;
3. Disolver todos los grupos que existen en el Partido, de acuerdo con lo
que establecen los Estatutos de nuestra organización;
4. En vista de la situación irregular que vive el PCV en Caracas y Petare,
donde se han demostrado fraudes masivos en el recenso, interve-
nir los comités regionales de Caracas y Miranda, de acuerdo con los

311
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Estatutos, para normalizar la situación y realizar las conferencias


regionales;
5. Aplazar la reunión del IV Congreso, hasta tanto puedan participar
todas las regiones. Ya no hay tiempo para realizar el Congreso para
el día 4 de diciembre, debido a que Zulia, Miranda y Caracas no han
realizado sus conferencias;
6. Autorizar al Buró Político para enviar a otros países en misiones espe-
ciales por un período no mayor de cuatro meses a los dirigentes y
funcionarios del PCV que obstaculicen la buena marcha del Partido.
7. Completar mediante cooptación el número de miembros del Comité
Central, desde el 68 hasta 81, número este fijado por el III Congre-
so del Partido, incluyendo obreros activos en la industria, camaradas
que de todos modos son candidatos para ser electos por el Congreso
en el nuevo Comité Central;
8. Solicitar a partidos hermanos la solidaridad moral, si fuere indispen-
sable, para ayudarnos a defender la unidad del Partido, tal como se
hizo con los camaradas cubanos en 1946.

El caso Petkoff
Uno de los puntos álgidos de mi propuesta era la sanción a Petkoff.
Estábamos en las puertas del IV Congreso del PCV y teníamos que resol-
ver si Petkoff permanecía en el nuevo Comité Central o si debía ser dejado
fuera de este organismo de dirección por espacio de un año.
El cargo de dirigente del PCV se le asigna a camaradas que lo merecen
por aplicar y defender la línea política y los principios del marxismo-
leninismo del Partido, por combatir a los enemigos y defender a nuestros
camaradas de las calumnias de los enemigos.
En fin, un dirigente del PCV tiene que poner todo su talento, sus
energías, su audacia y su coraje al servicio incondicional de la causa del
comunismo.
Si esto es así, quien hubiera escrito libros como los que escribió
Petkoff, quien hubiera dicho cuanto afirmaba Petkoff, no podía ser diri-
gente de un partido comunista. Ningún partido, ni comunista ni antico-
munista, elige para que lo dirija a quien ultraja su propia causa.
Resultaba asombroso que hubiera dirigentes que elevaran a la cate-
goría de principios revolucionarios la presencia de personas en el Comité

312
Jesús Faría

Central, que barrían el suelo con las banderas del internacionalismo pro-
letario y con otras banderas igualmente sagradas para los comunistas.
Además de esto, no podíamos olvidar su actividad fraccional y, más
grave aún, su trabajo fraudulento en Caracas y Miranda durante el pro-
ceso de recenso de cara al IV Congreso, con el propósito de controlar la
mayoría del futuro CC, tal como lo informó el propio Petkoff en el Buró
Político.
Los problemas que surgieron con otros miembros del CC siempre
fueron resueltos. El Partido los enfrentó siempre con drásticas medidas
disciplinarias: casos de “Rolito” Martínez, Fuenmayor, Bravo, Espinoza,
Núñez Tenorio, Jiménez, Sánchez, Araujo, Arrietti, Fuentes, Ramírez y
otros. En el caso de Bravo, reconozco el coraje y la firmeza demostrados
por el BP de aquella oportunidad, encabezado por el camarada Zamora
(Alonso Ojeda O.). Tan pronto aparecieron las pruebas de las actividades
antipartido desarrolladas por Bravo, este fue sancionado.
¿Quién impedía al Partido actuar como debía hacerlo en este caso?
Dirigentes tan influyentes como Pompeyo Márquez, Germán Lairet,
Freddy Muñoz, Eloy Torres, Urbina y otros con quienes hacíamos esfuer-
zos para no romper, pero que no estaban de acuerdo con excluir a Petkoff
del futuro Comité Central del PCV.
“El cachorro”, como poéticamente le decían Leandro Mora y demás
propietarios de revistas burguesas a Teodoro Petkoff, había hecho y
dicho cuanto había que decir y hacer para no ser nunca más dirigente de
un partido comunista. Además, había aprovechado y derrochado impor-
tantes recursos financieros del Partido.
En la oportunidad de informar al XIX Pleno del CC acerca de las labo-
res antipartido y anticomunistas de Petkoff, argumentaba lo siguiente:
—Si todo cuanto he informado, lo cual es solo una parte de la “obra”
petkoffiana en contra de nuestra causa, no es suficiente para excluir a
Petkoff del futuro Comité Central, este Partido nuestro se hunde, porque
otros se van a sentir autorizados para hacer cuanto les dé la gana contra
el PCV. Mientras no se sancione a Petkoff, no tendremos autoridad para
sancionar a ningún otro dirigente que se insubordine.
Y agregaba:
—No amenazo con dividir al PCV si Petkoff resulta reelecto para el
CC, pero en este caso no formaré parte de la nueva dirección, porque

313
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Petkoff busca cosas distintas y opuestas a las que busco yo. Petkoff tiene
un camino particular y yo tengo el camino de los partidos comunistas.
Un hecho elocuente y revelador de la situación política en que se encuen-
tra Petkoff consiste en que este dirigente comunista tiene más de un año
que no dice una sola palabra de crítica contra AD ni contra Copei ni con-
tra el Gobierno, pero, en cambio, ha escrito libros, artículos de prensa
y pronunciado centenares de discursos contra los miembros del CC del
PCV y contra los partidos hermanos.
Finalicé mis apreciaciones de esta manera:
—Petkoff nos ha retado una y otra vez. Algún día teníamos que res-
ponder a tanta jaquetonería. El momento llegó. Y si fuera Petkoff quien
tuviera la posibilidad de echarnos “ejecutivamente” del Partido, lo habría
hecho puesto que, a juzgar por sus palabras y escritos, Petkoff busca lo
que desea obtener “así salten en añicos los Estatutos del Partido”. Uste-
des, camaradas del CC, tienen en las manos la posibilidad de aplicar la
disciplina del Partido a quien sanción moral y política merece. Tal como
estamos no podemos seguir. Es indispensable introducir algún vira-
je, buscar y encontrar la manera de seguir juntos quienes creemos que
este partido puede ser un instrumento idóneo para realizar la revolución
proletaria, quienes creemos en el internacionalismo socialista. Yo había
anunciado hace dos años y medio que me opondría a su reelección para el
CC, porque estoy convencido de que Petkoff no quiere dirigir al PCV, sino
destruirlo y cambiarlo por otra cosa, tal como lo afirmó en un discurso
ante un Pleno del CC.

La escisión de los fraccionalistas


Estas proposiciones, según Pompeyo Márquez y otros, ponían al PCV
al borde de la división. Sin embargo, el mismo Márquez reconoció en una
segunda intervención que funcionaban paralelamente dos PC.
Uno de los síntomas inequívocos de la ruptura se presentó con la pro-
puesta de intervenir los comités regionales de Miranda y Caracas. Már-
quez y un grupo dijeron que “ellos no se calaban esa…”. Es decir, que se
oponían a los acuerdos que adoptaba la mayoría del CC y del BP. Márquez
y su grupo no aceptaban ser minoría, aunque durante decenios tuvieron
a otros en minoría.

314
Jesús Faría

En este clima de tensión, Luis Bayardo Sardi, dirigente de la JC y


miembro suplente del CC, informó a la prensa que las propuestas me las
había sugerido un funcionario diplomático extranjero, a quien yo jamás
había visto. Esta burda provocación policial de Bayardo, que pretendía
igualmente afectar las relaciones diplomáticas de Venezuela con la Unión
Soviética, fue desenmascarada y condenada unánimemente por el XIX
Pleno del CC.
El desarrollo del Pleno fue bastante complejo. Mis proposiciones
tenían una mayoría asegurada, pero la minoría del CC amenazaba con
romper la unidad del PCV si se aprobaban. En este punto Gustavo me
pidió presentarlas para la próxima reunión plenaria del CC, pocos días
después, a lo cual accedí.
Sin embargo, esto tampoco satisfizo a Márquez y compañía, quienes
interpretaron esto como una retirada, como un síntoma de debilidad que
les permitía exigir más y más, siempre sobre el chantaje de la división
como perspectiva.
Los fraccionalistas pasaron a una furiosa ofensiva contra la unidad
del Partido y ahora exigían la expulsión del Partido y del país de dirigen-
tes que mantenían posiciones leninistas en el debate.
Llegados a este punto, le dije a Márquez en reunión pequeña:
—Nunca creí que tuviera yo que comprarte la unidad del Partido. Doy
cuanto tengo por la unidad del Partido, pero no puedo pagar un precio
que está por encima de mis posibilidades…
Pero ya él había tomado la decisión de dividir al Partido. Ciertamen-
te, Márquez, Petkoff y sus seguidores reunían sus efectivos durante las
noches, después de terminar las sesiones del Pleno. Allá planificaban su
táctica para el día siguiente y, a la vez, informaban a sus parciales del
desarrollo de la crisis.
Finalmente, el Pleno aprobó por unanimidad lo siguiente: Buscar com-
promisos políticos para realizar las conferencias regionales de Caracas y
Miranda los días 18, 19 y 20 de diciembre de 1970, convocar el IV Congreso
el 23 de enero de 1971 y reunir al Pleno del CC el 14 de diciembre de 1970.
A pesar de estos acuerdos, se veían pocas posibilidades de evitar la
ruptura. Las proposiciones adoptadas por unanimidad eran comentadas
por los fraccionalistas como “una agonía de diez días”.

315
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

En el BP, Lairet y Urbina propusieron nombrar “una comisión de enla-


ce para regularizar la guerra”, para que esta no fuera a cuchillo y para
repartir los bienes “ahora que se había producido una separación de cuer-
pos”. Con tales proyectos, nada se podía esperar de aquellas reuniones.
A partir del día 10 de diciembre, Márquez y compañía no volvieron
por el local del Partido, sino que empezaron a trabajar abiertamente des-
de otro centro de dirección. Llamaron a la gran prensa para informar
sobre una supuesta minoría que se oponía tercamente a la realización del
congreso y contra la cual ellos, la mayoría pro congreso, había luchado
y seguirían luchando. Por supuesto, obtuvieron una gran audiencia en
los medios. Inclusive CAP, secretario general de AD y exministro de la
policía de Leoni, dijo por TV que la simpatía de su partido estaba con los
renovadores de Pompeyo Márquez y Teodoro Petkoff. Además, aprovechó
para agredir una vez más al PCV, a la Unión Soviética y a todo el movi-
miento comunista internacional.
El día 14 de diciembre, cuando tenía que reunirse el XX Pleno del
CC, faltaron Pompeyo Márquez, Eloy Torres, Teodoro Petkoff, Germán
Lairet, Freddy Muñoz, Antonio José Urbina, Rodríguez Bauza, Francisco
Mieres, Carlos Augusto León, Chacón, Benigno Rodríguez, Alfredo
Maneiro, Bayardo Sardi, Alexis Adam, Argelia Laya, Rafael Elino Martínez,
Evaristo Ramírez, Marcano Coello y Díaz Rangel. Asistieron al XX Pleno
para después retirarse: Carlos Arturo Pardo, Tirso Pinto y Guerra Ramos.
Muchas cosas se escribieron y declararon a favor del grupo de renega-
dos. Algunas de ellas sugerían que ellos conformaban una mayoría. Los
números, sin embargo, decían otra cosa. En la Dirección Nacional eran
una franca minoría. En cuanto a los delegados al Congreso, recurrieron
al expediente del fraude para presentar células fantasmas en Caracas y
Miranda, fundamentalmente. Para ello se valieron de los comités de base
de la JC, los cuales eran disfrazados de células del Partido. Militantes de
la JC eran contabilizados írritamente como miembros del Partido, todo lo
cual quedó claramente demostrado. Las sanciones por estos bochornosos
actos no se adoptaron por la posición chantajista del grupo de Márquez,
que amenazaba con la división si tocaban a alguno de los suyos.
Faltaba tan solo una semana para realizar las conferencias regionales
de Caracas y Miranda, medida esta acordada por unanimidad en el XIX
Pleno del CC, cuando los renegados decidieron montar tienda aparte. Si

316
Jesús Faría

eran mayoría, ¿por qué no esperaron unos pocos días para demostrarlo,
por la vía de la instrumentación de un acuerdo que ellos mismos habían
apoyado? La respuesta estaba a la vista: su posición minoritaria, también
entre los delegados al IV Congreso, iba a quedar en evidencia.
Al XX Pleno del Comité Central asistimos diez de los quince miem-
bros del Buró Político, 34 de los 51 miembros principales del CC y doce de
los diecisiete miembros suplentes. Se trataba de una sólida mayoría de la
DN a favor del carácter leninista e internacionalista de nuestro partido.
Allí se adoptaron medidas importantes para restablecer el orden en el
Partido y continuar los trabajos de cara al IV Congreso del Partido.
Se trataba de una importante mayoría en la DN, pero la ruptura había
sido traumática. El daño fundamental se lo infringieron al Partido en el
sector de los intelectuales y profesionales y, especialmente, en la JC. Aquí
la pérdida fue grande. Casi toda la Dirección Nacional de la Juventud,
así como la inmensa mayoría de los regionales de la JC acompañaron a
los fraccionalistas. Esta fue la consecuencia lógica, irreversible, de una
realidad que se había hecho insostenible en el seno de nuestra organiza-
ción, pues la JC actuaba de hecho como un partido dentro del Partido. No
solo operaban autónomamente desde el punto de vista político, sino que
sus posiciones se encontraban abiertamente enfrentadas a las del PCV.
Ideológicamente estaban ya muy distantes del marxismo-leninismo. Una
situación de esta naturaleza no se podía seguir tolerando. Era un cáncer
que había que extirpar o, de lo contrario, iba a liquidar al Partido.
Además, los conjurados ocupaban importantes posiciones en la más
alta dirección del PCV: Secretaría Nacional de Organización, Secretaría
Sindical Nacional, Secretaría Nacional de la Juventud Comunista, así
como las secretarías políticas del Partido en Aragua, Apure, Bolívar, La
Guaira, UCV, Sucre, Miranda, Táchira, Trujillo, Monagas, Lara, Zulia,
entre otras, así como otros puestos de relevancia.
A nombre de personas de este grupo se encontraban registrados
importantes bienes del PCV: compañías, terrenos, vehículos, casas, un
yate, cuentas bancarias, una imprenta, el periódico Deslinde y la revis-
ta del Partido, los archivos de la organización, valiosos instrumentos de
trabajo, todo lo cual había adquirido el Partido a costa de grandes sacri-
ficios económicos. El daño material que se le causó al Partido Comunista
tuvo proporciones significativas.

317
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Durante un período de años, Márquez, Torres, Lairet, Petkoff, Urbina,


Maneiro y muchos otros de menor jerarquía declaraban sus propósitos
de vivir y morir en las filas del PCV. Dramatizaban y se proclamaban víc-
timas de una imaginaria falta de libertad para hacer conocer sus puntos
de vista. Pedían y obtenían nuevas posiciones, tanto para ellos como para
sus asistentes. Incorporaron a su grupo a miembros del CC que tenían
años marginados de toda actividad práctica en la vida del Partido, tales
como Domínguez, Carlos Augusto León, Francisco Mieres y otros que
se incorporaban al Partido para poder abandonarlo; se asociaban con
exmiembros del CC y otros exdirigentes de niveles inferiores, sancio-
nados por diversas causas. También trabajaban afanosamente entre la
periferia del PCV, entre personalidades que siempre mostraron simpatía
y amistad por el PCV, a quienes envenenaban contra la causa del comu-
nismo, a la vez que presentaban a quienes los combatían con mayor vigor
como simples villanos, divisionistas.
La división hizo evidente lo peligroso que resulta para el Partido acu-
mular tal cantidad de poder en manos de una sola persona o de un puñado
de personas, inclusive cuando son de la mayor confianza y están colocadas
en los más altos cargos de dirección, como era el caso de Márquez y quie-
nes rompieron con el Partido Comunista de Venezuela. Estos tenían “pla-
nes fuera del Partido”, pero lo mantuvieron en secreto durante mucho
tiempo y hasta última hora para herir de muerte al Partido en el momen-
to elegido por ellos, en un momento de crisis creada por ellos.
En fin, fue un plan concebido con habilidad y premeditación, realizado
con paciencia para apoderarse del control absoluto del Partido Comunista
y, en caso contrario, para destruirlo. Cuando en la construcción de un
partido comunista participan quienes más adelante se convertirán en sus
enemigos, estos disfrutan de una enorme ventaja sobre quienes trabajan
honestamente para ayudar a la clase obrera en la construcción de su par-
tido de vanguardia.
Durante la crisis interna los revisionistas demostraron su falta de
principios y su fraccionalismo contumaz. Sujetos lisonjeros, recurrieron
a todo con el fin de ganar aliados, aunque hubiera sido solo para una
votación.

318
Jesús Faría

Se comportaron como farsantes redomados que juraban morir de


pena si alguna vez se encontraban fuera del Partido, pero al día siguiente
formaron tienda aparte.
Al revisionista lo pudimos identificar por su indisciplina, por el terror
a la autocrítica y los métodos leninistas de organización. Amantes de la
espontaneidad, aceptaban el internacionalismo, pero no lo aplicaban ni
cumplían.
Estos personajes de novela, siempre se consideraban atropellados.
Decían luchar por el derecho ajeno, para que les respetaran el derecho
de luchar en contra del Partido. En resumen, su ideal era un movimiento
sin estatutos, sin disciplina, sin crítica, sin principios obligantes. Se mos-
traban muy amigos de elaborar tareas para que otros las aplicaran, pero
cuando los incluían entre los ejecutores de estos planes, se preguntaban:
¿Es que estoy sancionado?
Eran héroes de las frases revolucionarias, billetes falsificados.
Injuriaban y calumniaban al movimiento comunista internacional,
pero se ponían eufóricos ante la posibilidad de alianzas con la llamada
Izquierda católica. Mi reino por un obispo, parecían repetir.

El nuevo partido
Los voceros del MAS anunciaron, en sus orígenes, que surgía una
“nueva fuerza comunista”, no dogmática, cuya ideología era el marxis-
mo-leninismo, de carácter internacionalista y con un programa de lucha
por la liberación nacional y el socialismo. Asimismo, se autoproclamaban
alternativa a AD y Copei.
En sus documentos constitutivos decían que seguirían siendo comu-
nistas, pero tal cosa era una verdadera fanfarronada. Fuera del PCV y
enfrentados a este, esa gente era como una nube sin agua, una pobre
esperanza que jamás cuajaría en realidad. Podrían haber llegado al
poder, pero no habrían podido hacer la revolución que las masas explo-
tadas y oprimidas buscan.
En cuanto a su carácter internacionalista, eso escapaba de toda posi-
bilidad real. Con Petkoff de ideólogo, a ese partido se le iba a imprimir,
como de hecho ocurrió, un claro sello nacionalista de enfrentamiento con
el movimiento comunista internacional, el movimiento revolucionario
internacional más importante del mundo.

319
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

El nuevo movimiento fue eufóricamente festejado por los medios de


comunicación, los gremios empresariales, los partidos del sistema, etcé-
tera. El MAS despertaba demasiadas emociones –y recibía demasiados
recursos y promoción– en aquello que supuestamente quería destruir,
como para ser tomado en serio como la alternativa al sistema establecido.
Esto debió haber levantado, al menos, la sospecha de quienes no cono-
cían la esencia del nuevo movimiento, como la conocíamos nosotros.
Pero los confundidos no tuvieron que esperar mucho tiempo. Muy
pronto se inició la “desbandada a la derecha”, que caracterizó nuestro
inolvidable “Cheché” Cortés en brillante ensayo sobre los orígenes y
carácter del nuevo movimiento. Muy pronto se revelaron las limitaciones
del MAS para luchar por el socialismo.
El MAS era, en realidad, un nuevo formato de AD en 1940, un partido
“que no asuste” a los poderosos, como solía decir Petkoff en su libro.
Durante los años setenta y ochenta el MAS jugó con eficiencia el papel
que le asignó el sistema, orientado a esterilizar parte del potencial de
lucha que representaban los sectores descontentos de la sociedad vene-
zolana, a contener las protestas populares mediante su política reformis-
ta. La división de la izquierda fue uno de sus aportes fundamentales a
la estabilización del orden establecido. Su política anticomunista y su
inserción como fuerza asimilada –de una manera cada vez más clara y
mejor remunerada– a las estructuras dominantes del sistema constituye-
ron las bases de una política, que excluía cualquier posibilidad de unidad
de las fuerzas revolucionarias.
Progresivamente se le fue cayendo el maquillaje político que le otor-
gaba cierta atracción entre las masas jóvenes y sectores profesionales.
El encanto de un discurso aparentemente original, adornado por frases
“novedosas”, se empezó a desdibujar a la luz del desengaño que significa-
ban sus posiciones cada vez más alejadas del socialismo y cada vez más
identificadas con el régimen capitalista de explotación.
Su decadencia no está necesariamente asociada al caudal de votos
–que disminuirá a su mínima expresión, cuando se termine de desin-
tegrar el sistema del cual ya es parte integral con funciones muy bien
definidas–, sino más bien con su descomposición ideológica.
Su incapacidad estructural para cumplir sus promesas y propues-
tas lo hace adicto a la demagogia y, desde el punto de vista funcional,

320
Jesús Faría

prisionero de un clientelismo político que le brinda el soporte material y


político para seguir operando, pero que lo supedita a los designios de las
fuerzas políticas dominantes. El MAS no podrá sepultar al sistema que
dice combatir, sino que será enterrado con este.

Nueva Fuerza y vanguardia lorencista


Para las elecciones presidenciales a celebrarse en diciembre de 1973,
el PCV aprobó y aplicó una política de unidad popular para enfrentarse a
los partidos del sistema. A tales fines, se configuró una alianza de fuerzas
democráticas y de izquierda, la Nueva Fuerza, conformada por el MEP,
URD, el PCV y otros grupos menores, así como personalidades indepen-
dientes. Esta alianza tenía perspectivas alentadoras que prometían abrir
espacios para una buena participación electoral.
En este marco se resuelve escoger una candidatura única entre Paz
Galarraga, Jóvito Villalba y Gustavo Machado. Una convención con par-
ticipación equitativa de las fuerzas –300 delegados por partido y 300
intelectuales, de los cuales cien eran postulados por cada partido– se
encargaría de la elección.
De estas salió electo el “Indio” Paz, lo que catalogamos como un buen
resultado en razón de que la candidatura de Gustavo no era posible en
medio de esta alianza –tanto por su militancia comunista, como por la
fuerza del Partido–, en tanto que la de Villalba no era garantía de nada.
Había dado demasiados bandazos en su carrera política. Esta última
apreciación se ratificó con su decisión de retirar a URD de la Nueva Fuer-
za y lanzarse por su cuenta, no sin antes catalogar de “traidores” a sus
independientes.
Nuestro objetivo no era ganar las elecciones, pero sí se cifraban pers-
pectivas para una buena figuración de cara al futuro. Algunos hablaban
de seiscientos mil votos para el “Indio” Paz, político socialista, culto y
unitario.
El Partido trabajó bien en la campaña, pero los resultados quedaron
muy por debajo de las expectativas. La candidatura de Paz no superó los
250 mil votos –aunque llegó de tercero– y el Partido obtuvo la más baja
votación de su historia.
Eran diversos los factores que explicaban este resultado. Por un lado,
se inició el fenómeno de la polarización de los votos que permitió a los

321
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

candidatos del sistema, Pérez y Fernández, en representación de AD y


Copei, respectivamente, concentrar más del 85% de los votos.
Por otra parte, lo que pudiéramos llamar las fuerzas progresistas
participaron divididas en cuatro pedazos: la Nueva Fuerza, el MAS con
Rangel, URD con Villalba y el FDP apoyando a Fernández. La tragedia
chilena del golpe fascista también repercutió en forma negativa.
En cuanto a la situación del Partido, para el año 1973 había quedado
diezmado por dos divisiones en menos de ocho años y los efectos de la
lucha armada, estaba en el esqueleto. A pesar de visibles síntomas de
recuperación orgánica, semejante “carga” era difícil de digerir, lo cual se
evidenció en la votación.
Especialmente dañina había resultado la división del PCV en diciem-
bre de 1970, estimulada por AD y Copei y financiado por el gobierno de
Caldera.
Esta deserción de importantes figuras del PCV que formaron el MAS
fue bien aprovechada por los partidos del sistema para golpear, una y
otra vez, al PCV. Recibieron buena promoción por parte de los medios de
publicidad del imperialismo y la burguesía.
Además de quedar golpeado por los resultados electorales, el PCV sale
de este proceso nuevamente dividido en cuanto a la apreciación de los
mismos. En efecto, bajo el gobierno de Caldera había aparecido en el CC
del PCV una corriente partidaria de la alianza con la democracia cristia-
na encabezada por influyentes dirigentes del PCV.
Estos dirigentes no concebían un resultado electoral desfavorable
para Lorenzo Fernández.
Al conocer el desenlace, alegaron que la victoria electoral de Carlos
Andrés Pérez y, por consiguiente, la derrota de Lorenzo Fernández se
debieron, en primer lugar, a una táctica errada aplicada por “la mayoría”
del Buró Político y del Comité Central.
Pero la realidad es que la táctica aplicada en aquel momento fue la que
aprobó el IV Congreso del PCV. Ciertamente, existía una cierta diferen-
ciación entre el gobierno de Caldera y los gobiernos de AD, positiva para
el primero; pero también se constataba que estos partidos coincidían en
lo fundamental. Se trataba del continuismo adeco-copeyano; goberna-
ban –juntos y por separado– en función de los mismos intereses.

322
Jesús Faría

De tal manera que esta crítica no tenía ningún fundamento, pues


nuestro objetivo no era la victoria de Fernández, sino el fortalecimiento
de la alternativa de izquierda. Por ello se imponía una alternativa progre-
sista a los candidatos del sistema.
En todo caso, atacamos más a Pérez que a Fernández y al gobierno
copeyano. Aunque también condenábamos enérgicamente la tortura y
asesinato de guerrilleros por parte del gobierno de Copei, tal como lo hici-
mos antes cuando el Gobierno era de AD –con la complicidad copeyana.
Se trataba de la defensa de los derechos humanos…
Pero supongamos que el Partido no hizo un buen trabajo político de
esclarecimiento ante las masas sobre lo que representaría un Gobierno
encabezado por Carlos Andrés Pérez. ¿Quiénes propusieron otra táctica
mejor para derrotar a Pérez, como no fuera la de votar vergonzantemente
por Lorenzo Fernández? Nadie. Así como nadie propuso algo contra AD,
que no fuera aprobado y puesto en práctica.
Así las cosas, lo de “vanguardia” fue un típico fenómeno fraccional.
Propusieron una y otra vez que abandonáramos los compromisos con-
traídos con la candidatura presidencial de Paz y llamáramos a votar por
“Lorenzo”, como le decían al candidato oficialista. Esta tentativa jamás
prosperó, pero era impulsada incansablemente por Eduardo Machado,
Laureano Torrealba (quien luego de esa voltereta aterrizó en AD y a quien
los fraccionalistas postulaban para sustituir, nada más y nada menos,
que a Gustavo Machado en la presidencia del Partido), Antonio García
Ponce, Simón Correa, Alcides Hurtado, entre otros. Ellos estaban bastan-
te comprometidos con esa candidatura, llamaron a votar por “Lorenzo” y
votaron por “Lorenzo”.
Con los cabecillas de este grupo fraccional hablamos en diversas oca-
siones y los exhortamos a abandonar esa labor divisionista; les dijimos
que el Partido no aceptaría trabajo político fraccional alguno. Todo en
vano.
Finalmente, fundaron otro partido y cuando fuimos al V Congreso,
en noviembre de 1974, los 526 delegados votaron unánimemente por su
expulsión.
Esta era la tercera división del Partido en menos de diez años, que si
bien no causó el trastorno sufrido cuando el MAS, siempre hizo daño.

323
CAPÍTULO IX
EL LENINISMO Y LA LIBERACIÓN NACIONAL
Las ideas leninistas son indestructibles
Durante la crisis interna que vivió el Partido como resultado del tra-
bajo fraccional del grupo Petkoff-Márquez, tuvimos que librar un intenso
debate ideológico que se resumía en la defensa del contenido leninista de
nuestro partido. Los ataques en contra de Lenin y sus aportes al desarro-
llo del socialismo científico no eran fortuitos.
La política antipartido de los fraccionalistas apuntaba en contra
del carácter internacionalista y proletario de nuestro partido, así como
contra sus principios organizativos. Atacaban, precisamente, los funda-
mentos leninistas que nos habían permitido desarrollar una línea polí-
tica acertada, verdaderamente revolucionaria, que nos había permitido
impulsar nuestro crecimiento en el seno de las masas…
Para mí, en particular, Lenin fue y es, sin duda, uno de los héroes
revolucionarios más populares y extraordinarios de la historia.
Su legado es colosal: continuador de la causa de Marx y Engels, revo-
lucionario genial, guía y organizador del movimiento revolucionario de la
Rusia zarista, fundador del primer Estado socialista del mundo y líder del
movimiento comunista internacional desde la Internacional Comunista.
Como obrero y dirigente comunista fui cautivado por la claridad de la
obra y la firmeza de la ejecutoría de Lenin.

327
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Al igual que centenares de millones de trabajadores, de hombres y


mujeres de todos los países del planeta, los comunistas venezolanos
expresamos un profundo respeto, simpatía y admiración por el pensa-
miento y la obra leninista, y sentimos un creciente orgullo por el carácter
leninista de nuestro partido.
Resulta paradójico que uno de los estadistas y pensadores más auste-
ros y sencillos en la historia de la humanidad –mientras vivió no toleró
homenajes en su honor–, ajeno por completo a los actos de reconocimien-
to, viene a ser hoy una figura permanentemente recordada, cuya obra es
puesta como ejemplo altamente positivo en todos los idiomas, en todas
las partes del mundo.
Jefe político culto y firme en sus ideales, combativo contra los elemen-
tos vacilantes dentro de las propias filas del movimiento marxista y del
partido de los bolcheviques, Lenin logró desarrollar creativamente todas
las partes integrantes del marxismo.
Su estatura política no fue obstáculo para desplegar un trato respe-
tuoso con las personas, promover la dirección colectiva del trabajo en
el Partido, así como preocuparse por las personas más desvalidas de la
sociedad, sincera expresión de un acrisolado humanismo.
Como suele acontecer con las figuras superiores de la humanidad,
tuvo necesidad de combatir con firme tenacidad por sus ideas. Así fue
como en el período prerrevolucionario se libró una prolongada lucha
ideológica y política entre Lenin y sus partidarios, por un lado, y aquellos
que se oponían a la tesis leninista, por el otro.
Después de la revolución de 1905, Lenin mostró la superioridad de un
genial conductor y no se dejó acorralar por el infortunio, sino que supo
vislumbrar que detrás de una cruel derrota sobrevendría un impetuo-
so resurgimiento de la protesta popular, para cuya preparación empezó
–partiendo de cero– una minuciosa labor proselitista, de paciente expli-
cación y difusión de audaces planes organizativos, cargados de asombro-
so optimismo revolucionario.
Los aportes de Lenin en el plano teórico, como conductor del primer
Estado socialista de la tierra y como dirigente del movimiento comunis-
ta internacional, son innegables, supera claramente cualquier ejecutoria
revolucionaria del siglo XX.

328
Jesús Faría

Pero quizás fue la genial forma de conducir a su partido y a los obre-


ros, soldados y campesinos de Rusia a la conquista del poder, lo que des-
pierta mayores emociones.
Con los criminales efectos de la Primera Guerra Mundial se va gestan-
do una situación de creciente explosividad social en Rusia y el resto de
Europa. La lucha era compleja para los revolucionarios, pero se complica
aún más para las clases dominantes de las grandes potencias, incluido el
zar de Rusia.
Las derrotas en el frente llegan hasta los palacios de San Petersburgo,
capital del imperio zarista, y la monarquía es sustituida por la República
burguesa en febrero de 1917. Estas mutaciones, a las cuales no fueron
ajenos los gobiernos de Francia y Gran Bretaña, buscaban solo un cambio
aparente en la fachada, pero manteniendo a la Rusia republicana dentro
del conflicto bélico mundial.
Lenin no se dejó embriagar con las mieles de la victoria burguesa con-
tra el feudalismo zarista. Entendió que la victoria para la clase obrera era
todavía puramente aparente. Como suele ocurrir cuando se derrumba
una tiranía, las fuerzas revolucionarias inmaduras estallan en jubilosas
celebraciones, se detienen en la marcha hacia la victoria final. Esto acon-
teció a muchos en la Rusia de 1917 con la victoria burguesa, que se pro-
ponía seguir la matanza, como en efecto la continuó, ahora bajo el signo
republicano.
Se había cambiado solo a quien mandaba a millones a la muerte, pero
los que eran mandados venían de la misma clase social. Ya no tenían que
obedecer a los zares, sino a los burgueses, pero con los mismos fines de
antes.
Lenin alertó con energía: ¡Ningún apoyo a la República burguesa que
manda a los pueblos a la muerte! ¡Adelante en la lucha por la paz y por la
tierra para los campesinos! ¡Todo el poder a los sóviet!
Los bolcheviques, dirigidos por Lenin, se quedaban solos en la oposi-
ción al nuevo gobierno. Esto desató una furiosa campaña represiva y de
calumnias contra Lenin y sus partidarios.
Sin embargo, Lenin comprendió que aquella criminal matanza de
seres humanos, aquella guerra sin igual en la historia tenía necesaria-
mente que erosionar a las clases dominantes que la habían incubado y

329
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

la sostenían con el único propósito de un reparto de las colonias y las


esferas de influencia.
Lenin y sus principales colaboradores se sumergieron en la más pro-
funda clandestinidad y se dedicaron a una febril preparación de nuevas
jornadas revolucionarias.
Casi todo el año 1917 tuvieron lugar colosales combates de clase en
cuyo centro estaban las consignas bolcheviques por la paz y por la tierra.
La crisis no había desaparecido con la Revolución de Febrero, sino
que se había aplazado, se detenía el estallido revolucionario solo para
tomar un nuevo y más poderoso impulso.
Llegó un momento, poco antes del día 7 de noviembre de 1917, cuando
uno de esos dirigentes pequeño-burgueses, que se creen muy sabios, se
atrevió a exclamar que no existía en Rusia un partido que pudiera tomar
el poder y mantenerlo por sí solo.
Lenin respondió como responde un auténtico revolucionario, cons-
ciente del poderío de la clase que lo respalda:
—¡Ese partido existe!, se refería Lenin a los bolcheviques.
Mientras que en las calles y fábricas las multitudes marchaban y cho-
caban contra los destacamentos represivos de la burguesía, el Estado
Mayor de la revolución –Lenin y sus camaradas– planificaban el asalto
final hasta en sus más pequeños detalles, incluyendo la fecha.
Y cuando Lenin consideró que la crisis revolucionaria había alcan-
zado su nivel más alto, sintetizó el momento en aquella histórica frase:
“Ayer era demasiado temprano, mañana sería demasiado tarde. ¡Hoy se
debe producir el asalto!”.
Lenin tuvo razón antes de llegar al poder y después de convertirse en
el genial conductor de un pueblo valeroso y abnegado.
Por supuesto, no era fácil orientarse certeramente en aquellos tormen-
tosos momentos de la historia, sin posibilidades de apoyarse en experien-
cia alguna. Muchos tuvieron que aprender sobre la marcha, anotándose
logros y desaciertos en el cumplimiento de este colosal reto. Sin embargo,
los hechos posteriores confirmaron plenamente que el conductor de los
bolcheviques tenía razón, era un genio clarividente.
Claro está que en condiciones de guerra, de agresión exterior, en
un país arruinado, en un territorio inmenso, poblado por más de cien

330
Jesús Faría

nacionalidades, sumidas en el atraso y el fanatismo religioso, había pro-


blemas graves, todos prioritarios.
No obstante, Lenin los sintetizó con luminosa sencillez: paz, cultu-
ra, igualdad y el poder proletario para poner en marcha la revolución
triunfante.
La Rusia heredada del capitalismo era un país en ruinas, de escom-
bros, donde casi todo estaba por hacer. Sin embargo, bajo la conducción
de Lenin se puso en tensión el inmenso potencial de fuerzas laborales
que vegetaban sin empleo, se reactivó la economía, se lanzó la fórmu-
la socialista: electrificación del país más poder de los sóviet, tomaban
cuerpo los más hermosos sueños, las utopías iban abriéndole espacio a
la realidad. Aquellos planes leninistas llevaron a numerosos escritores
a calificar a los nuevos gobernantes de “locos”, pues no podían entender
que un país como aquél pudiera cumplir metas tan colosales.
Lenin fue siempre, sobre todo en los congresos de la Internacional
Comunista, un sistemático opositor al traslado mecánico fuera de Rusia
de las tácticas, los caminos para llegar al poder trillados por los rusos.
Lenin sostuvo hasta el cansancio que en cada país aparecerían nuevos
caminos, nuevos aliados, nuevos enemigos, nuevas dificultades, nuevas
formas de lucha, según fueran las dimensiones, el desarrollo económico,
la ubicación geográfica y según fuera también el grado de organización
del proletariado, así como la experiencia y sabiduría colectiva de los res-
pectivos partidos comunistas nacionales.
Al imperialismo y a sus lacayos los atormenta la idea –y más que idea,
la realidad– de una estrecha ligazón entre el leninismo victorioso y aque-
llos pueblos que luchan en contra del imperialismo, por su soberanía y
el progreso social. En cada país donde triunfan los hombres que luchan
por la independencia nacional y la libertad, no importa en qué parte del
planeta ni cuál haya sido el camino que los condujo a la victoria, se pone
de manifiesto la conveniencia y utilidad de aprovechar las experiencias
de Lenin.
Esta vitalidad del leninismo es precisamente lo que obliga al imperia-
lismo y a quienes le sirven, sean organizaciones o personas, a tratar de
apartar de las mentes de millones y millones de luchadores por la libertad
la imagen de Lenin, su riqueza teórica traducida en la actividad práctica,
como una manera de embotar el filo de los combates revolucionarios.

331
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Sin embargo, ni los más serios problemas de los países socialistas


podrán destruir la mística leninista que lanza a los trabajadores unidos
y organizados por el camino correcto, al combate de clase, y los prepara
para la batalla decisiva cuando la crisis revolucionaria está a punto de
estallar, cuando ya los de arriba no pueden seguir manteniendo sus posi-
ciones de dominación y los de abajo ya no están dispuestos a tolerar más
el yugo de la explotación.
Frente a las calumnias contra Lenin para cumplir una misión servil
y traicionera, estamos obligados a denunciar y poner al descubierto a los
contrarrevolucionarios de todo pelaje, desmontar sobre todo la vieja y
trillada tesis de que el leninismo es un fenómeno “puramente ruso”, sin
validez para otros países o pueblos.
La verdad irrebatible es que la vigencia de Lenin, quien se ha materia-
lizado en obras colosales, en la liberación de países, en la construcción de
una nueva vida y una sociedad liberada en un conjunto de países.
El leninismo marcha a la vanguardia en los movimientos de libera-
ción nacional, en las concentraciones obreras de los países industriali-
zados, en los países socialistas, en la orientación progresista de nuevos
Estados que recuperan su independencia nacional sobre las ruinas del
mundo colonial en Asia, África y América Latina.
El leninismo se patentiza en la impetuosa acción de la clase obrera, de
masas juveniles y estudiantiles que marchan del brazo con el movimien-
to comunista de los diversos países.
Nuestro trabajo diario, así como nuestras vidas dedicadas por com-
pleto al internacionalismo proletario, son homenaje permanente al gran
maestro de la revolución.

La victoria del heroico pueblo vietnamita


Durante mis años de destierro en la Unión Soviética pude vivir muy
de cerca la intensa campaña de solidaridad y la ayuda que en todos los
frentes brindaban el pueblo y el Gobierno soviético a los patriotas vietna-
mitas, que luchaban por su libertad en una guerra tremendamente des-
igual contra el mayor imperio del planeta.
Los vietnamitas habían librado décadas de largas y cruentas luchas en
contra de los colonialistas japonenses y franceses. Los primeros habían

332
Jesús Faría

sido expulsados de territorio indochino como resultado de la derrota del


militarismo japonés durante la Segunda Guerra Mundial, en tanto que
los segundos trataban de recuperar sus posesiones coloniales después de
haber sido desplazados temporalmente por los japoneses.
Como resultado de las luchas del heroico pueblo vietnamita bajo la
valerosa conducción del Partido Comunista y de su inmortal líder Hô
Chi Minh, quien ya en el año 1945 había proclamado la independencia
nacional, Francia sufre una de sus más humillantes derrotas militares
en Dien Bien Phu (primavera de 1954). Allí, las tropas del Vietminh,
bajo el mando del legendario general Nguyen Giap, cercaron al Ejército
colonialista por más de cincuenta días y les impusieron una capitulación
incondicional.
Pero ese no sería el final de la guerra por la independencia nacional.
El país quedó dividido como resultado de los acuerdos de Ginebra
(julio de 1954) y Eisenhower convirtió al corrupto gobierno de Vietnam
del Sur en su títere. Lo usa como punta de lanza en contra del Gobierno
revolucionario de la República Democrática de Vietnam.
Los imperialistas operaban guiados por la tesis del “efecto dominó”
que causaría en la región el triunfo de los comunistas vietnamitas y esti-
mulados por la posibilidad de explotar las riquezas naturales existentes
en estas extensas tierras, especialmente el caucho.
Esto sepultaba la posibilidad de reunificación del país.
Se iniciaba, así, una nueva, pero más cruenta, etapa de la larga lucha
de liberación nacional del pueblo vietnamita.
La escalada militar revelaba la importancia que le asignaba la cama-
rilla imperialista estadounidense a esta parte del mundo. De veintitrés
mil tropas que tenía Estados Unidos en Indochina en 1964, pasaron a
más de medio millón de efectivos en 1967. Esto constituía el mayor des-
pliegue militar realizado durante la segunda mitad del siglo XX. Todos
los gobiernos estadounidenses –desde Kennedy hasta Nixon– se vieron
seriamente comprometidos en los crímenes cometidos a lo largo del con-
flicto indochino.
Los criminales imperialistas emplearon su inmensa superioridad
militar en aviones y helicópteros para ejecutar monstruosas técnicas de
bombardeo de objetivos civiles. En total se lanzaron quince millones de
toneladas de bombas. Para que nos demos una idea de la dimensión de

333
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

esta guerra, que Estados Unidos nunca declaró, ¡este volumen de bombas
era varias veces superior a todas las bombas caídas en Europa durante la
Segunda Guerra Mundial!
Además, emplearon masivamente armas químicas como el napalm y
millones de litros de herbicida naranja, dejando daños incalculables en
la salud del pueblo y el medio ambiente, una huella asesina imposible de
borrar.
Por la saña con que actuaron, no exageramos al afirmar que lo único
que los detuvo en emplear bombas atómicas fue el mero hecho de que,
para ese momento, la Unión Soviética también poseía ese tipo de armas.
A la abrumadora superioridad militar y terror sistemático del agresor,
los patriotas vietnamitas le oponían resistencia a través de una estra-
tegia de guerra popular que los llevó a gestar gloriosos actos de heroís-
mo. Se trataba de todo un pueblo en la retaguardia del enemigo y en la
resistencia antiimperialista, conjugado con más de cien mil guerrilleros
dirigidos por el FLN y alrededor de quinientos mil soldados del Ejército
Popular vietnamita.
La resistencia heroica sin límites del pueblo vietnamita fue, sin lugar
a dudas, el factor determinante de la derrota del imperialismo en tie-
rras indochinas. Sin embargo, esta no hubiera sido posible de no haber
contado los hijos de Hô Chi Mihn con el masivo e incondicional apoyo
moral, político-diplomático y ayuda material de los pueblos del mundo,
del movimiento comunista y progresista del mundo, del campo socialista
y, muy especialmente, de la Unión Soviética. Se creó un verdadero frente
universal de respaldo a la gloriosa gesta vietnamita.
En Estados Unidos se abrió un segundo frente. Un poderoso movi-
miento antiguerrerista, sensibilizado por las crecientes bajas esta-
dounidenses, se oponía por diversos medios también a los crímenes
perpetrados por el imperialismo yanqui en Indochina.
Con la ayuda militar soviética en forma de pertrechos y asistencia
técnica, los patriotas vietnamitas llegaron a derribar un total de 4.200
aviones estadounidenses.
Lamentablemente, en oportunidades, esta ayuda llegaba con retrasos
debido a las posiciones antisoviéticas de los dirigentes chinos, que tam-
bién apoyaban activamente la guerra de liberación, pero ponían obstácu-
los a la entrega de las armas y municiones soviéticas.

334
Jesús Faría

Muy valiosa, igualmente, fue la ayuda económica, en alimentos y


medicinas, procedente de la Unión Soviética y todo el bloque socialista.
Una nota descollante de la proeza vietnamita consistió en el incesante
ejercicio de la solidaridad internacional que, en medio de los inmensos
problemas que acarreaba la agresión yanqui, practicaba ese invencible
pueblo con las fuerzas revolucionarias del mundo enfrentadas al impe-
rialismo. Fui yo, como preso político del régimen de Leoni, receptor de
esa energía tan estimulante que emana de la solidaridad de los hijos de
Hô Chi Minh, quienes participaron activamente en la campaña interna-
cional por la liberación de los presos políticos venezolanos.
El balance de la guerra fue doloroso en término de vidas y destrucción
material. Dos millones de civiles asesinados, más de un millón de hom-
bres caídos en la guerra y todo un país en ruinas fue la huella que dejó la
bestia imperialista.
La aventura estadounidense en Indochina terminó con la humillante
retirada estadounidense a comienzos de 1973 y significó la más bochor-
nosa derrota militar y política de Estados Unidos, perdió a más de 58.000
hombres y jamás se pudo recuperar del impacto moral de esta debacle. El
orgullo imperial quedó pisoteado por la dignidad de un pueblo mil veces
superior que la más destructiva de las armas.
En lo militar, quién lo puede dudar, la victoria vietnamita hizo trizas
la tesis de la invencibilidad estadounidense y derrumbó, como a un cas-
tillo de arena, buena parte de las teorías de guerras convencionales que
establecían la superioridad absoluta de la tecnología militar.
Fue una verdadera lección de la superioridad moral, de la irreductible
fortaleza de un pueblo dispuesto a resistir las condiciones más adversas,
los peores crímenes, en su lucha por la libertad.

Salvador Allende y la unidad popular


Allende se consolida como dirigente humanista y político revoluciona-
rio en aquel histórico intento de implantar en Chile la primera República
Socialista de América Latina, junio de 1932, la cual apenas duró doce
días, lo suficiente para dar a conocer su programa de liberación nacional:
a) Reforma agraria;
b) Nacionalización de las explotaciones de salitre;

335
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

c) Pleno empleo y
d) Control del comercio exterior, así como las otras aspiraciones del
pueblo trabajador chileno de aquel momento ya lejano en la accidentada
historia de los países de América Latina. Aquella República fue vencida,
pero con ella fue sembrada la semilla de la revolución para el futuro de
Chile.
Allende había sido diputado y senador varias veces, inclusive presi-
dente del Senado, ministro con el gobierno popular de Aguirre Cerda y
un infatigable organizador de la futura victoria popular, que por fin cuajó
en los comicios del día 4 de septiembre de 1970, día de gloria y alegría
revolucionaria para los trabajadores de Chile y de toda América Latina.
Con la victoria de la Unidad Popular en Chile, abanderada por Salvador
Allende, había triunfado en un país progresista y culto la causa de todos
los pueblos de América Latina, que durante siglos vienen luchando en
abrumadora desventaja por hacer realidad los sueños de los libertadores.
La Unidad Popular, formada por socialistas, comunistas, radicales,
socialdemócratas, MAPU y Acción Popular Independiente, no fue tarea
fácil. Y solo la tenacidad y maestría de Allende, su consideración y tacto
político para con los aliados, así como la existencia de un poderoso PC
con una línea política consecuentemente unitaria, produjeron la Unidad
Popular.
Este era el sueño de la clase obrera en sus luchas seculares por romper
el yugo de la opresión nacional y por liberarse de la abominable explota-
ción capitalista.
Los trabajadores chilenos le brindaban a los pueblos del mundo el
logro ejemplar de una victoria sobre la burguesía y el imperialismo por
la vía del voto popular, pese a las ventajas de la Democracia Cristiana
apoyada por Estados Unidos y el Vaticano, por la burguesía nacional y
por las Fuerzas Armadas, así como por toda la estructura de especulado-
res, aprovechadores de las piltrafas que el gran capital deja caer desde el
poder para sus asquerosos esbirros.
La victoria de la Unidad Popular fue como un estallido de euforia
popular en toda la América del Sur y más allá de nuestro continente.
El 5 de noviembre de 1970 asume Salvador Allende el poder para
orientar a su país hacia una sociedad humana y progresista, cuya meta

336
Jesús Faría

final es la implantación del socialismo por medio del voto universal,


directo y secreto en la patria de Neruda, el grande y excelso poeta que
le cantó al heroísmo de los comunistas, tanto en Stalingrado como en la
España republicana, y en todas partes, a los presos en las prisiones de
todas las tiranías y dictaduras del mundo.
La reacción más agresiva y bárbara se opuso furiosamente a la vic-
toria de la Unidad Popular y al candidato Allende desde la formación de
la Unidad Popular y, luego, desde el primer día cuando asumió la pre-
sidencia. En Chile se forjó la unidad del fascismo con el imperialismo,
la democracia cristiana, las Fuerzas Armadas y todos los partidos que
durante siglos había gobernado y gobierna, de manera déspota y roban-
do al amparo del poder absoluto para las transnacionales, latifundistas,
comerciantes y especuladores.
Yo conocí a Salvador Allende en Caracas poco después de la toma del
poder por Rómulo Betancourt. Salvador Allende estaba interesado en el
auge democrático y antiimperialista que había estallado en Venezuela en
enero de 1958. Rómulo Betancourt lo recibió con un mensaje muy propio
de este enano de la política internacional, tratando de apartarlo de las
“malas compañías” políticas, o sea, del Partido Comunista de Chile.
Salvador Allende era para la época presidente del Frente de Acción
Popular (FRAP), fundado en 1956 por el Partido Comunista, el Parti-
do Socialista y otros partidos. Como político revolucionario en un país
pobre como Chile, andaba mal de finanzas.
Nos visitó en el Buró Político del Comité Central del PCV, donde dia-
logó animadamente con Gustavo Machado, quien retornado del exilio
después de la prisión de Pérez Jiménez, disfrutaba de los progresos con-
quistados por el PCV en las elecciones de 1958 con una elevadísima vota-
ción en el Distrito Federal.
Allende se encontraba en su ambiente, conversando con Gustavo,
cuando nos dijo:
—El FRAP no tiene muebles y allá esperan que nos ayuden para
comprarlos.
El Partido lo ayudó con gran placer internacionalista, más aún sabien-
do la gran solidaridad que el pueblo de Chile, en general, y los partidos
del FRAP habían desplegado con los presos venezolanos durante los diez
años de la tiranía de Pérez Jiménez. Habrían de pasar doce años antes de

337
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

que los partidos amigos de Chile conquistaran la victoria con una mayo-
ría relativa del 36% de los votos.
Más adelante, en las elecciones municipales, la Unidad Popular obtu-
vo una clamorosa victoria con el 44% de los votos, lo cual produjo un
frenesí de odio y despecho de los fascistas y demás enemigos del pueblo,
reclamando y obteniendo más y mayores esfuerzos y ayudas del gobierno
imperialista de Estados Unidos para echar del poder a este popular y
progresista presidente.
Siempre tuve deseos de conocer Chile. Tenía –y tengo– una deuda de
agradecimiento con las fuerzas progresistas de aquel país hermano, tan
ligado por la historia con el nuestro y donde tanto se nos estima como
pueblo que contribuyó en la historia a todo el movimiento independen-
tista de América Latina.
Por fin en enero de 1972, habiendo completado lo suficiente para
pagarnos los pasajes, partimos Elizabeth y yo hacia el Sur, donde fuimos
recibidos con muestras de sincero afecto. Nos hospedaron los camaradas
en una casa familiar, que era para nosotros como la nuestra. Visitamos
las fundiciones de cobre, las minas, los puertos y muchos otros lugares
interesantes.
Ya con el pie en el estribo para retornar a la patria nos recibió el can-
ciller Clodomiro Almeida, gran personalidad de la sociedad chilena y pri-
sionero de la dictadura por largos años.
Por último, nos recibieron en La Moneda, Palacio Presidencial,
Salvador Allende y su digna y valerosa esposa, doña Hortensia, popu-
larmente llamada doña Tencha. El diálogo fue amistoso y franco, como
entre viejos amigos. Nosotros le informamos de los retrocesos en Vene-
zuela y ellos de sus progresos en la aplicación del programa político de la
Unidad Popular.
Y por fin, tocamos el asunto de la política interna de Chile, donde le
expusimos nuestra preocupación por la furiosa ofensiva fascista de las
bandas de Patria y Libertad, así como por los desmanes de la ultraiz-
quierda que, sin quererlo, ayudaba a la reacción dándole argumentos a
las fuerzas antipatriotas que conspiraban abiertamente contra el gobier-
no de Salvador Allende.

338
Jesús Faría

Resumiendo, Salvador Allende nos dijo, lo que le habíamos oído en un


brillante discurso en el Estadio Nacional en homenaje al Partido Comunista
de Chile con motivo de sus cincuenta años de luchas:
—A mí tendrán que matarme, pues no pienso ceder a las presiones
ni pienso renunciar. Cumpliré el mandato que el pueblo de Chile me
encomendó.
Esta dramática declaración me anonadó. Acoté:
—Creo que te quieren matar, precisamente. Mientras que nosotros
queremos preservarte. ¿No podríamos hacer algo para salirles al paso a
estos fascistas alzados?
—No. Estoy en contra de cualquier derramamiento de sangre provoca-
do por mis partidarios. El problema no son solamente los militares, sino
civiles con Frei a la cabeza, que los azuzan contra el Gobierno popular,
que claman por la devolución de los bienes expropiados y por el retorno a
todo lo que es ya históricamente parte del pasado de esclavitud nacional.
Salvador Allende era un líder del movimiento obrero y popular, ene-
migo de la violencia, que había llegado al poder gracias a la voluntad
popular expresada bajo un Gobierno enemigo declarado del socialismo,
el gobierno de la democracia cristiana liderado por Frei Montalva.
Los delegados internacionales que habíamos llegado de muchos paí-
ses fuimos reunidos por la Dirección Nacional del Partido Comunista de
Chile, donde se nos explicó acerca de la grave situación nacional, de la
furiosa ofensiva de las fuerzas reaccionarias coaligadas y reforzadas por
la misión militar yanqui desde la embajada norteamericana.
El PC de Chile –siempre fuerte– se nutría de un poderoso y combati-
vo movimiento obrero y estaba formado por decenas de miles de cama-
radas. Los delegados preguntamos sobre las Fuerzas Armadas. Había,
según nos dijeron, algunos oficiales partidarios firmes de Allende, aun-
que la mayoría se mantenía a la expectativa.
Era un Ejército que había respetado a los gobiernos civiles y, se
decía, que las Fuerzas Armadas de Chile, así como las de Uruguay, eran
“institucionalistas”.
Sin embargo, nunca antes había habido un gobierno socialista con parti-
cipación de los comunistas. La pregunta era: ¿Hasta cuándo tolerarían estas
Fuerzas Armadas de la gran burguesía chilena a este Gobierno atacado con
furia envenenada por los partidos de la burguesía, del latifundio, por el

339
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Poder Judicial que se mantenía intacto bajo el mandato de la democracia


cristiana y que, cosa curiosa, multaba semana por semana a El Siglo,
diario del PC de Chile, que estaba en el Gobierno con varios ministros y
otros funcionarios de alto nivel?
Yo me encontraba perplejo. Aunque no tenía autoridad para opinar
debido a que visitaba por vez primera este país, recordaba lo que había
ocurrido en nuestro país con las Fuerzas Armadas: Con la sola excepción
del 23 de enero de 1958, estuvieron al servicio de la reacción y del impe-
rialismo a lo largo de la historia, con las funestas y sanguinarias tiranías
de Gómez y Pérez Jiménez.
Preguntábamos:
—¿Y si se toma la ofensiva antes de que sea demasiado tarde?
—Esto no está en los planes, pero tales medidas solo podría planifi-
carlas el presidente, nadie más –respondieron.
Aparte de esto, acciones prematuras podrían precipitar los aconteci-
mientos que se querían evitar, porque los militares no creían en la posi-
bilidad de un Gobierno socialista actuando sin represión y, al parecer,
estaban esperando lo peor: un ataque de los civiles, sobre todo de las
juventudes comunistas, poderosas y muy bien organizadas.
Luego nos reunimos en la embajada de la Unión Soviética en Santiago,
donde había un cóctel para los invitados. Allí me encontré con un diplomá-
tico soviético, viejo amigo, y le pregunté:
—¿Hacia dónde va esto, camarada?
Su respuesta fue desconsoladora. Él, viejo experimentado, no creía
en la “neutralidad” de las Fuerzas Armadas de Chile en relación con la
Unidad Popular. Lo noté consternado, casi expresivo, aunque no dijo
nada comprometedor.
Yo había estado doce años en las prisiones y casi tres en el destierro
durante los últimos veintidos años y me encontraba como el campesino,
a quien había picado macagua: “Bejuco le para el pelo”.
Por las noches tenía largas conversaciones con mis anfitriones, gen-
te de combate, militantes disciplinados, pero sujetados por una orienta-
ción política que no era nueva, sino la que el presidente Salvador Allende
había prometido poner en vigor y estaba poniendo en marcha con fina
lealtad, tal como lo había dicho a sus electores y a todo el pueblo chileno.

340
Jesús Faría

El día 11 de septiembre de 1973 –fecha trágica para el pueblo de Chile


y para toda la América Latina– empezó con la matanza de los oficiales
amigos del presidente Allende y contra los sospechosos. Todos fueron
asesinados a sangre fría, eliminando por adelantado toda posibilidad de
defensa para el gobierno civil completamente inerme.
Durante toda la mañana los fascistas sublevados hicieron promesas
tras promesas para que Salvador Allende abandonara el poder. Intento
infructuoso. A diferencia de los presidentes venezolanos: Medina Angarita,
Gallegos y Pérez Jiménez, este presidente resistió hasta el final. Esta es
la historia.
Salvador Allende vivió como un demócrata ejemplar: respetuoso de
los derechos y de la dignidad de todos sus compatriotas, hasta de sus peo-
res y más enconados enemigos, algunos de ellos gratuitos, por lo demás.
El día 11 de septiembre de 1973 los militares de América Latina apren-
dieron una lección de coraje, de valentía sin límites.
—No me rendiré. Que lo sepan, que lo entiendan, no me rendiré. Me
mantendré firme en el cargo para el cual fui electo por el pueblo de Chile.
Y así lo cumpliré hasta el último aliento –había dicho Salvador Allende.
Salvador Allende le pidió a sus colaboradores que abandonaran el
Palacio y casi totalmente solo resistió la bestial embestida de fusileros,
tanquistas, bombarderos. Uno a uno fue quemando sus últimos cartu-
chos que infundían pavor en los fascistas asaltantes del Palacio de La
Moneda.
Allende gobernó sin atropellar a nadie, sin presos ni desterrados. Su
estilo claro y persuasivo ganó la admiración de millones de chilenos, que
lo acompañaron y lo recuerdan hasta hoy y hasta la eternidad.
Es una gran desgracia haberlo perdido en pleno desarrollo de la vida,
pero también es una gloria tener un ejemplo de tan sublime heroísmo,
de tal coraje revolucionario como no se conoce en la accidentada historia
de los pueblos de la América Latina. Salvador Allende combatió como un
héroe y murió como un valiente.
Con el golpe sanguinario contra Allende se inicia una pesadilla tenebro-
sa y sangrienta para el pueblo chileno. Una de las más brutales dictaduras
que conozca la historia del continente se instalaba en el poder de la mano de
la embajada estadounidense y bajo el monitoreo y la asistencia permanente
de la CIA. Esta se encargó de impartir, de la forma más eficiente, las más

341
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

sádicas prácticas “antisubversivas” que suelen aplicar a sangre y fuego


cada vez que, en nombre de la libertad y la democracia, derrocan a un
gobierno progresista en cualquier lugar del mundo.
Por cierto que la derecha –no tan– cristiana, que tanto azuzó a los
militares para que depusieran a Allende, perdió, inesperadamente para
ellos, ciertos privilegios y libertades con el régimen fascista de Pinochet.
Amarga lección que no se termina de asimilar.
Las fuerzas revolucionarias chilenas resistieron con valor y una enor-
me dignidad la descomunal ola de terror, producto de la cual miles de
chilenos fueron asesinados, desaparecidos, torturados, encarcelados y
expulsados del país. Diecisiete largos años tuvo que esperar el pueblo
chileno para deshacerse de ese manto de oprobio que los cubría.

El PCV y la nacionalización petrolera


Cuando la crisis de 1929 a 1933 se comentaba a menudo:
—Si las refinerías de Aruba y Curazao estuvieran en Venezuela, ten-
dríamos trabajo muchos de nosotros.
Y se agregaba:
—Venezuela debería tener sus propios tanqueros para transportar el
petróleo con marineros margariteños, que son verdaderos hombres de
mar salada (o de alta mar). Además de los empleos, los barcos ganarían
por llevar el petróleo.
Lo conversábamos grupos de parados hambrientos. Pero eran solo
planteamientos sin respuesta, pues éramos analfabetos y nunca había-
mos oído los vocablos “partido”, “sindicato” ni “comunismo”.
En 1936, ya muerto y enterrado el tirano Gómez, aunque bajo la dicta-
dura de López Contreras, los sindicatos petroleros y el Partido Comunista
(clandestino hasta octubre de 1945) planteamos en todas las asambleas y
reuniones las consignas:
¡Refinerías en Venezuela!
¡Flota petrolera nacional!
Inclusive, cuando en 1970 se llevó al Congreso Nacional el proyec-
to de los “Contratos de Servicios” y en aquel escenario los comunistas
planteamos la nacionalización de la industria petrolera, recuerdo a los
congresantes de AD y Copei abucheándome por semejantes “disparates”.

342
Jesús Faría

Luego vino la nacionalización de la industria petrolera, “chucuta” y


todo, pero nacionalización al fin. Copei ni otros partidos asistieron a los
actos de Mene Grande y Cabimas. Yo sí fui autorizado por el Partido para
concurrir, porque aquel acto era el comienzo, pensábamos, de lo estam-
pado por los comunistas en su Primer Manifiesto el 1.º de mayo de 1931
bajo el terror gomecista, cuando ya se exigía la nacionalización de nues-
tra principal riqueza natural.
En el debate nacional desarrollado a comienzos de los setenta en torno
a la nacionalización, unos la ofrecían con empresas mixtas en su entraña,
desde antes de nacer, nosotros la ofrecíamos sin las mixtas. La mayoría
la planteaba con pago de “indemnización” a los monopolios, nosotros la
reclamamos sin pago alguno, puesto que si alguien tenía que ser indem-
nizado, este no era otro que Venezuela, que había sufrido irreparables
pérdidas y daños con la quema de gas asociado con petróleo por más de
sesenta años, por los daños al lago, a la flora y la fauna, a los yacimientos
explotados en forma criminal, a los precios bajos durante doce lustros y
por tantos otros perjuicios contra el país y el pueblo venezolano.
El petróleo se vendía muy barato, creo que hasta diez centavos de
dólar por barril en alguna oportunidad, y durante largo tiempo a cuaren-
ta centavos. Había que rogarle a los mercaderes para que compraran un
poquito de petróleo. Lo recuerdo como si fuera ayer.
Una de las principales debilidades de aquella nacionalización fue la
apatía de las masas. Existían imperfecciones y peligros reales en la Ley
de Nacionalización, pero hubieran sido superables en el corto plazo, de
haberse producido una participación más combativa del pueblo, de la
clase obrera, de los trabajadores petroleros, en aquellas discusiones pre-
paratorias para el rescate petrolero. La nacionalización de la industria
petrolera era un acto de elevado contenido patriótico y el patriotismo
no es “obligación” solo del gobierno de turno, que nunca lo fue, sino un
deber de los venezolanos, en particular de los trabajadores, por ser estos
últimos la parte más interesada en los asuntos de la soberanía nacional.
Está bien que el gobierno y el Congreso Nacional pusieran en vigor la
nacionalización petrolera, pero estaba mal que la clase obrera se hubiese
mantenido en actitud pasiva, a la espera de que los gobernantes, que no
son obreros, hagan lo que es nuestro deber hacer.
¿Con qué derecho íbamos a reclamar después?

343
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Otros riesgos implícitos en el esquema de nacionalización fueron: la


falta de transporte para el petróleo, las secuelas de la irracional explota-
ción de los yacimientos petrolíferos, la falta de mercados fuera de Estados
Unidos, los patrones de refinación de escaso rendimiento, la falta de
exploración en los últimos años, el agotamiento de los crudos livianos,
la limitada participación venezolana a nivel técnico y la falta de una tec-
nología propia para el desarrollo de la industria nacionalizada, entre los
más importantes.
Esto podía ser corregido en el mediano o, incluso, en el corto plazo
ya que existían centenares de tanqueros a la espera de ser contratados
o comprados y, por otra parte, no existe tecnología que no pueda ser
adquirida por un Estado soberano, si se propone a adquirirla.
Quien quiera romper la dependencia, puede intentar hacerlo adop-
tando esas medidas como parte de una bien diseñada estrategia. Esto
es especialmente válido para un país como Venezuela, que dispone de
importantes niveles de divisas internacionales. En cuanto a los técnicos,
que en todo caso serían pocos, también se les puede formar en cantida-
des suficientes, como ha ocurrido en otros países.
En los foros mundiales donde se establecen las bases jurídicas y polí-
ticas del futuro de la humanidad, Venezuela y los países socialistas tenían
puntos de vista coincidentes o aproximados en torno a importantes pro-
blemas, enfrentados a los planteamientos colonialistas de las potencias
capitalistas. Sin embargo, en las relaciones comerciales Venezuela se
mantenía, y se mantiene hasta el momento, como un coto cerrado de los
mercados de exportación de Estados Unidos.
Esto no tenía sentido ni coherencia y nos presentaba como un país
carente de estadistas con claridad de objetivos.
Para romper la dependencia tecnológica, nuestro país debía diversi-
ficar sus mercados, abrir nuevos horizontes para colocar sus productos
y para adquirir lo que necesita su propio desarrollo industrial.
La unidad de la OPEP y los nuevos precios del petróleo dieron alas
a las ideas nacionalizadoras en muchos países. En Venezuela, los comu-
nistas estuvimos solos con esta bandera en alto durante muchos años.
Para aquel entonces, ya desde hacía muchos años, el derecho internacio-
nal reconocía la justicia que asiste a los países de controlar sus recursos
y utilizarlos para el desarrollo nacional.

344
Jesús Faría

Cuando se aprobó el proyecto de Ley redactado por la Comisión


Presidencial, el Partido entregó una declaración de principios, poniendo
a salvo nuestra responsabilidad por las indemnizaciones.
Nada justificaba la renuncia parcial a tomar la industria petrolera en
todas sus fases. Esto lo había demostrado la dilatada experiencia de otros
países en momentos peores para ellos. Tropiezos sufrían solo quienes no
se atrevían a establecer relaciones normales con los países donde la clase
obrera estaba en el poder. En esos casos seguían atados a los monopolios
y los sistemas internacionales de explotación.
De la misma manera nos opusimos a una reforma ejecutiva en torno
a las empresas mixtas, que despertó polémica entre los partidos. El PCV
siempre estuvo en desacuerdo con las “mixtas”. Y en petróleo, planteá-
bamos, el asunto es más peligroso, debido a que invitaba a las firmas
extranjeras a quedarse en condiciones privilegiadas durante un período
de transición. En vista de las implicaciones, nadie se podía sorprender
de que no hubiéramos votado a favor de las indemnizaciones ni de las
empresas mixtas.
En cuanto a la ley misma de nacionalización, siempre tuvimos el cui-
dado de no encender una disputa que hubiera podido debilitar la causa
de Venezuela en este momento, pues la nacionalización petrolera repre-
sentaba, con todas sus fallas, un paso adelante en el camino de las luchas
contra los monopolios. No estábamos interesados en un frente contra el
Gobierno, pues en este caso, el enemigo era otro. Deseábamos que este
hubiese hecho las cosas de una manera que hubiera facilitado un apoyo
tan calificado como el de los comunistas, ya que no estábamos compro-
metidos con una oposición irracional. Cuando el Gobierno realizó accio-
nes como la firma de la Declaración de Argel, lo apoyamos, pero cuando
retrocedió, como en el caso de la nacionalización petrolera, cuando le
daba largas a este asunto tan importante, lo criticamos con toda firmeza.
En todo caso, estábamos convencidos de que la nacionalización no
era la panacea, la solución mágica a los problemas de desarrollo nacio-
nal. Esta se encontraba muy lejos de garantizar el uso adecuado de los
recursos y de impulsar una línea de desarrollo soberano del país, de no
modificarse el carácter de los gobiernos de turno.
Y, efectivamente, así sucedió. Pronto los gobiernos de turno se aleja-
ron de sus promesas de desarrollo soberano del país a partir del empleo

345
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

de los recursos petroleros. Cuando subieron los precios del petróleo has-
ta niveles impensables y Venezuela recibió bajo los gobiernos de Pérez y
Herrera enormes sumas en divisas, se contrajeron pesadas deudas con
cientos de bancos extranjeros, a intereses flotantes.
Fueron empréstitos, a todas luces, innecesarios. La mayoría de aquel
dinero ni siquiera llegó a Venezuela, sino que fue colocado en bancos
extranjeros a nombre de los superhombres ubicados en los respectivos
gobiernos de AD y Copei.
Otro episodio interesante de la era posnacionalización se produjo con
la instrumentación de la estrategia de los siete grandes consumidores de
petróleo en contra de la OPEP. Gran Bretaña empezó a vender el crudo
a menores precios para, según la poética frase de Reagan; “Ponerla de
rodillas”. Bajo esas circunstancias el ministro Hernández, ya electo pre-
sidente de la OPEP, amenazó con una extraña “guerra de precios”.
Se trataba de una estrategia demencial que en nada beneficiaba a los
países exportadores del crudo, entre ellos Venezuela.
Y, por último, la compra de acciones en el negocio de refinerías obsole-
tas en Alemania Federal, Suecia, Estados Unidos y en otros países, como
parte de una política denominada internacionalización y con el pretexto
de asegurarse mercados, resultó altamente perjudicial por todos los flan-
cos: allá los sueldos y salarios son más altos que acá; se crean puestos
de trabajo fuera del país; se tiene que pagar altos impuestos al Gobierno
de allá; el control y contabilidad de esas empresas mixtas no estará en
manos venezolanas; tampoco estará bajo nuestro control la posibilidad
de saber cuándo dicen la verdad o cuándo mienten para quedarse con
la parte del león; se debe contribuir, año tras año, con dinero para las
reparaciones, aparte de los seguros y otros gastos que vienen a ser para
aquellas empresas como correas del mismo cuero.

346
CAPÍTULO X
SE DESCOMPONE EL RÉGIMEN PUNTO FIJISTA
Promesas incumplidas
En los umbrales del treinta aniversario de la victoria política que puso
en fuga al último dictador en aquel radiante 23 de enero de 1958, conven-
dría ensayar un somero balance de lo que hemos soportado los venezola-
nos como resultado de las políticas aplicadas por los diferentes gobiernos
que se han repartido el poder en este período.
Esto es indispensable para poder comprender el profundo proceso de
descomposición que atraviesa el sistema puntofijista.
En estos últimos treinta años los presidentes de la República, desde
Betancourt hasta Pérez II, pasando por Leoni, Caldera, Pérez I, Herrera
y Lusinchi, juraron cumplir y hacer cumplir la Constitución.
Este documento lleva también la firma de senadores y diputados elec-
tos por el PCV y contiene importantes conquistas sociales y políticas de
obligatoria aplicación.
Sin embargo, lo fundamental para los trabajadores no se cumplió ni
se cumple. Cada día se niega en la práctica, pese a los juramentos “por
dios y por la patria”.
No se protege ni enaltece el trabajo, se denigra; no se ampara la dig-
nidad humana, se pisotea; no se promueve el bienestar general y la segu-
ridad social, se deteriora; no se mejora la participación de las mayorías
en el disfrute de la riqueza, se restringe; no se fomenta el desarrollo de la

349
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

economía al servicio del hombre, sino del capital nacional y, especialmen-


te, del extranjero; no se protege la infancia y la juventud contra el aban-
dono, la explotación y el abuso; no se facilita la adquisición de vivienda
cómoda e higiénica; la obtención de un salario justo es una quimera; en
lugar de impedirse se protege a los monopolios, y un largísimo etcétera.
Algunos llegamos a creer que algo habíamos ganado con aquel 23 de
enero que derrocó al tirano proyanqui y nos abrió las puertas de las pri-
siones, permitiendo la aprobación de una nueva ley de leyes de conteni-
do progresista. Sin embargo, la vida mostró muy pronto cuán diferentes
son los hechos en la vida real de lo que se aprueba en el parlamento. La
Constitución Nacional de 1961, un logro del momento histórico, fue solo
“flor de un día”.

“La Constitución va a ser desvirgada”


Cuando se discutía en sesión conjunta del Congreso Nacional la
aprobación del texto constitucional, el 21 de enero de 1961, pronuncié el
siguiente discurso:
“Senador Jesús Faría. –Pido la palabra. –(Concedida).
Ciudadano Presidente, ciudadanos Congresistas. Voy a
empezar por negarle nuestro apoyo a la proposición del
colega Herrera Campins. No creo que necesitemos arcas
para guardar constituciones. Creo que la mejor arca para
guardar esta Constitución es el corazón del pueblo, que
se le respete y se le haga honor manteniéndola en vigen-
cia. Se trabajó largamente en la Comisión de Reforma
Constitucional, se trajeron expertos en distintos aspectos
del Derecho Constitucional, muy reaccionarios algunos
de ellos, pero de todas maneras fueron escuchados muy
atentamente por los técnicos, por los eruditos y por los
que nada sabíamos de eso, pero que participábamos como
testigos políticos, como elementos de la clase obrera en
esa Constitución. Atentamente seguimos sus exposiciones,
algunas de las cuales –como la de un tal doctor Miranda–
pertenecen a la prehistoria, algunos cuarenta siglos atrás.
De todas maneras, a pesar de estos bancos de arena, de

350
Jesús Faría

los enormes paréntesis profesorales que fueron arrastra-


dos hasta ese remanso que era la Comisión de Reforma
Constitucional, se sacó un texto bastante adornadito. ¡Con
cuánto amor los profesores de Derecho Constitucional
iban colocando flores en la cabeza de la niña que nacía!
Aquí para que los obreros tengan esto, aquí para que no
puedan ser presos los ciudadanos, aquí esta otra cosa,
para que el mitin se haga sin la policía. Pero todas esas
cosas no aguantan ni el menor empuje de la brisa, cuando
viene un Decreto de suspensión de garantías. Se vienen
estrepitosamente al suelo, desaparecen, se esfuman, se
evaporan como decía Betancourt en el año 1936.
Creo que esta Constitución, que se elaboró bajo la consig-
na de una Constitución que dure, que sea por mucho tiem-
po garantía de los derechos conquistados por el pueblo el
23 de enero, esta Constitución va a durar en vigencia lo
que dura un merengue en la puerta de una escuela (risas),
porque tengo razones más que justificadas para creer que
esta niña está naciendo ciega, que no va a poder ver la luz,
que la están tendiendo en el lecho en Miraflores y va a ser
desvirgada este mismo mes con un Decreto de suspensión
de garantías.
Presidente.– (Interrumpiendo). Ciudadano senador, le
ruego en sus expresiones respeto debido a este soberano
cuerpo que es la representación del pueblo. (Aplausos).
Senador Faría.– Muchas gracias, ciudadano presidente,
le ruego que lea el diccionario que tiene ahí, a un metro
de distancia y me pruebe que yo he dicho alguna pala-
bra incorrecta (Aplausos). Es un deber del Presidente del
Congreso mantener el orden y conocer el idioma de los
venezolanos.
Presidente.– Porque conozco el idioma de los venezolanos,
ciudadano senador, es por lo que me he permitido llamarle
la atención. (Aplausos).

351
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Senador Faría.– Ahí está pelao, usted está equivocado


señor presidente, y yo que soy un obrero, que nunca he ido
a la escuela, no estoy equivocado.
El Presidente.– Puede continuar en el uso de la palabra,
porque la Presidencia no está dispuesta a entablar diálo-
gos con los ciudadanos senadores.
Senador Faría.– Muy amable, es usted el que lo ha enta-
blado, yo no.
El Presidente.– En uso de las atribuciones que me conce-
de el Reglamento, hago un llamado al senador Faría para
que continúe en el uso de la palabra pero no violando las
reglas del debate parlamentario.
Senador Faría.– Sí, pero no me interrumpa sino cuando
haya violado el Reglamento, y no lo he violado. A quien
piensan violar es a la Constitución, no al reglamento.
Hace apenas tres años la mayoría de los que estamos aquí
presentes estábamos en una condición bastante difícil,
unos estaban en la cárcel, otros estaban en el destierro y
otros en la clandestinidad. Vencedor el movimiento popu-
lar, se pensó que nuestro país por primera vez entraba
a disfrutar plenamente de las libertades. Realmente es
incomprensible que nuestro pueblo haya vivido bajo el
signo de la Constitución perezjimenista durante tres años.
Es una cosa inexplicable que el movimiento que derrocó la
tiranía no haya podido derrocar el engendro monstruoso
de la Constitución de Vallenilla y sus policías, y es incluso
más peligroso para los que lo van a poner en vigor que,
sin una justificación en este momento, se esté preparan-
do un acto que va a cercenar esta Constitución antes de
que haya sido promulgada y haya sido disfrutada por el
pueblo. Ayer traté de sacarle una negativa al señor presi-
dente del Congreso en la reunión de Mesa acerca de, si por
fin, iban a suspender las garantías. Me dijo que no sabía
nada. Si el presidente del Congreso, que al mismo tiem-
po es el presidente del partido Acción Democrática, no

352
Jesús Faría

me pudo dar una negativa a esa interrogante, que era ese


el fin que perseguía al hacerla, entonces tengo sobradas
razones para temer que se está preparando un atentado
contra las libertades públicas en nuestro país, que este es
un acto formal. Pero tengan en cuenta los señores de la
mayoría que resulta peligroso estar provocando al pueblo
con el cercenamiento de sus libertades públicas, que si
en algún momento pudo haber una explicación y hasta
justificación –desde la óptica oficialista– para suspender
las garantías por disturbios, promovidos en parte por el
propio gobierno, en este momento no existe justificación
alguna para suspender de nuevo las garantías constitu-
cionales, ni siquiera explicación alguna.
No es posible que una cuestión subjetiva, que lleva a los
gobernantes a creer que existe la posibilidad de distur-
bios, sea suficiente argumento para arrebatarle al pueblo
sus derechos constitucionales. Deben saber los señores
de la mayoría, los señores del gobierno, que en nuestro
país, como en todos los pueblos, cuando no hay liberta-
des, el principal deber de nuestro pueblo será luchar para
conquistar esas libertades. Esa es la tradición de nuestro
pueblo.
Desgraciadamente, la lucha ha tenido que ser larga y
parece que no termina todavía. No pensaba yo en aquel
jubiloso día del 24 de enero, cuando se abrieron las cárce-
les, que muchos de los compañeros que salían conmigo
tendrían a los tres años en las cárceles de Venezuela a sus
propios compañeros de aquella época. Ayer y antes de
ayer los he visitado en la Digepol y en La Modelo.
Ahí están los presos políticos de las izquierdas venezo-
lanas, allí están y nosotros, en lugar de promulgar una
Constitución que abra las puertas a esos hombres y los
ponga en libertad, hemos metido un contrabando en las
transitorias que todavía le deja al Poder Ejecutivo dos

353
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

meses para que los mantenga arbitrariamente detenidos


y posteriormente los pasen a los Tribunales.
Eso no hemos debido ponerlo en las transitorias. Como
cuerpo legislador, no debemos tomar ninguna medida que
sirva para ayudar a la policía a mantener a los hombres
del pueblo en la prisión. Nosotros estamos en completo
desacuerdo con esa parte de la Constitución Nacional.
Tenemos facultades para dictar amnistía, no para ayudar
al gobierno a mantener en la cárcel arbitrariamente a los
hombres del pueblo.
Se ha hablado del golpe de Estado contra el Congreso,
el 24 de enero de 1848, y se va a repetir, colega Herrera
Campins, se va a repetir ese golpe de Estado, no contra el
Congreso sino contra la obra del Congreso, si no el 24, el
25, en todo caso en el mismo mes de enero. Esa es la creen-
cia y ojalá que yo estuviera equivocado.
Nosotros hicimos una serie de salvedades en la aprobación
de esta Constitución. Hay cuestiones que nosotros acep-
tamos, aunque realmente no correspondan plenamente a
nuestro deseo, pero como se ha dicho, en mucho esta Cons-
titución fue una Constitución de compromiso. Aún así, hay
cosas en las cuales no podemos estar de acuerdo y hemos
traído un voto razonado para que conste en el acta que se
levante hoy, cuáles son las objeciones del Partido Comu-
nista, sobre todo aquellas fundamentales a la Carta que se
está aprobando.
De todas maneras, la perspectiva es que ni siquiera lo
que fue aprobado por unanimidad va a ser disfrutado por
el pueblo. No quiero ponerle rótulo a esta actitud de los
congresantes de los partidos que desde el gobierno lesio-
nan la obra realizada por sus compañeros en el Congreso
Nacional. Yo quiero presentar los hechos objetivamente
y ustedes, colegas, digan qué significa el que los parti-
dos mayoritarios pongan a sus congresantes a trabajar
durante años redactando una nueva Constitución para
que sus compañeros mismos la lesionen y mutilen al nacer.

354
Jesús Faría

Digan ustedes cómo se llama eso. Yo no quiero ponerle


nombre, porque van a decir que se trata de un “desahogo
de los extremistas” o de otra cosa peor, pero eso, compañe-
ros, no es lealtad partidista, eso no es consecuencia con los
principios, sino quizás todo lo contrario. Por ahora quisie-
ra oír a los colegas de la mayoría que me contestaran,
si pueden, las siguientes cuestiones: ¿Van a continuar,
después que aprobemos esta Constitución, los allanamien-
tos y las vejaciones en los hogares de las familias humildes
de nuestro pueblo? ¿Van a seguir arrastrando a la prisión
a elementos probadamente populares, hombres del pueblo
venezolano, infatigables luchadores por la libertad, como
los que actualmente están en La Modelo, en la Digepol y en
tantas otras partes de Venezuela? Si eso es cierto ¿creen
ustedes que nuestro pueblo tolerará impasible, sin lucha,
sin protesta tal situación?
Nosotros necesitaríamos una explicación sobre el parti-
cular. Se ha dicho que tenemos que hablar. ¡Hablemos,
compañeros, que haya convivencia! Bueno pero, ¿cómo
puede haberla entre los de la Digepol y los que están en los
sótanos de la Digepol? ¿Entre los que están en La Modelo y
quienes los tienen presos? Los primeros pasos en este cami-
no tienen que darlo ustedes, no nosotros. Nosotros somos
los oprimidos, ustedes se han aliado con viejos enemigos
del pueblo para oprimirnos, para tenernos presos. Esa es
la verdad, Nosotros estamos dispuestos al diálogo, pero
¿es posible el diálogo entre un preso y el carcelero? Todos
ustedes saben que no, porque han sido presos, aunque
recientemente se han inaugurado en el otro papel”.

AD y Copei se cubrieron de oprobio


Y hoy, a casi treinta años de aquella alegre reunión parlamentaria y
de aquella primera suspensión de las garantías de la nueva Constitución,
los gobernantes son los mismos que firmaron la carta magna, pero los
resultados prácticos son los siguientes:

355
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Los precios suben en flecha; el desempleo mantiene en la miseria a


millones de venezolanos; se especula groseramente con los alimentos; los
servicios comunales se deterioran drásticamente; la devaluación del bolí-
var tritura el poder adquisitivo de los salarios y las prestaciones sociales
de los trabajadores, hundiendo de paso a la economía nacional. Los robos
al tesoro público han sido el pan de cada día durante estos treinta años.
Las comisiones y las “mordidas” se convirtieron en prácticas generali-
zadas sin castigo, especialmente, a partir de la primera victoria de Pérez,
cuando aumentaron los ingresos petroleros y la corrupción administra-
tiva se desbrida a galope tendido. Jerarcas ahítos de dólares se mudan
a otros países con su fementido patriotismo a cuestas y con sus dólares.
Los partidos AD y Copei se han cubierto de oprobio con la matraca y
demás “negocios” pestilentes. Encubiertos tras el manto de los “pactos
sociales” han explotado despiadadamente a nuestros hermanos de clase,
el proletariado industrial, los campesinos y las capas medias de la socie-
dad, sufridos y explotados, aunque no todos por igual.
El país está hipotecado y hoy se anuncia que aumentará la hipoteca.
Todo un jueguito cínico y sucio, delictivo, pero se impone, porque los
especuladores son fuente de votos corruptos y para corruptos.
Aquel lejano amanecer que nos devolvió la libertad después de ocho
años de incomunicación, apenas duró hasta agosto de 1959, cuando los
desempleados fueron masacrados en Caracas. Esta inútil violencia oficial
se convertiría en sistema durante diez años y generó respuesta violen-
ta de parte de los agredidos. De nuevo aparecieron los prisioneros, las
torturas, los crímenes políticos y los desaparecidos, los asesinatos, los
procesos militares contra los civiles, los secuestros masivos, inclusive
contra congresantes. Se cometieron abominables crímenes como el de
Alberto Lovera. Toda una página sucia en la historia de Venezuela, donde
tuvieron metidas las manos policías norteamericanos entrenados en la
guerra de Vietnam. En esta orgía represiva participaron AD, Copei, URD
y el partido de Uslar Pietri. Para completar, una errada política exterior
convirtió a Venezuela en la anti Cuba que hacía el juego al imperialismo
contra la patria de Martí y Fidel.

356
Jesús Faría

CAP II y el estallido social


Con la llegada de CAP al poder, por segunda vez después de diez años,
se generaron falsas expectativas en la población. La mayoría que votó
por Pérez pensó que se podía repetir la bonanza de su primer mandato.
No solamente obviaban los cambios acaecidos en la sociedad venezolana,
sino que se olvidó que la distribución de dicha bonanza no había sido jus-
ta ni pulcra. De hecho, después de su primer mandato la mayoría lo cas-
tigó, dándole el triunfo al candidato copeyano de oposición. Con esto, por
cierto, no se avanzaba en nada, pero fue el resultado de un descontento.
Lo cierto del caso es que la memoria histórica de nuestro pueblo omi-
tía en esta oportunidad, como en muchas otras, desmanes del pasado
que, bajo otras condiciones, hubieran sido más que suficientes para hun-
dir políticamente a los responsables.
Muchas cosas habían cambiado entre aquel discreto personaje que le
había disputado la candidatura a Lepage, tolerando en silencio reiterados
agravios del lusinchismo, y este presidente reelecto que invitó a manda-
tarios y jefes de Estado para los actos de su “coronación”.
Se notaba un salto desde la soberbia contenida hasta el frenesí de
figuración en busca del bronce de la historia.
El programa electoral de Carlos Andrés Pérez cautivó a una mayoría
de electores sin partido que le dio la victoria. El pueblo votó masivamente
por Pérez como resultado de la demagogia, del vil engaño que siempre
emplearon los partidos del sistema para atraer a la inmensa mayoría de
votantes.
Así, cuando prestó juramento otra vez como presidente de la República,
en la práctica y sin decirlo, habían cambiado de raíz sus planes. En el tren
ministerial, especialmente en el Gabinete económico, aparecieron caras
nuevas, pero no necesariamente mejores que los políticos que habían
arruinado al país.
Dos semanas después de juramentarse presentó su paquete, algo
increíble, basado en un nuevo endeudamiento de seis mil millones de
dólares, contrariando el clamor de los venezolanos por una mora que le
permitiera a la economía nacional tomar aliento, mientras se ponían en
orden las cosas en este frente.
CAP aceptó las “bondades” del FMI y del BM –sin dar explicacio-
nes sobre tan brusco viraje en el frente económico– y se entregó a las

357
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

transnacionales que habían sido catalogadas, por él mismo, como per-


versas y culpables de los males y desgracias que padecen los países
endeudados.
La entrega del BCV a la derecha reaccionaria en la persona de Tinoco
produjo estupor entre economistas democráticos, quienes predijeron
reiteradamente el rumbo al abismo que tomaba la economía nacional y
denunciaron las graves consecuencias que acarrearía una nueva desva-
lorización del bolívar, la “liberación” de los precios, de las importaciones
y tasas de interés, así como las otras medidas contenidas en el paquete
impuesto por el FMI.
Al momento del anuncio del paquete se sentía una creciente tensión
en la población. En los días previos al estallido social, bautizado como El
Caracazo, escribí para Tribuna Popular un artículo titulado: “El ‘Paque-
te’ envenenado”, que decía lo siguiente:
Con la “flotación” de la divisa, el poder adquisitivo de los
salarios y sueldos se derrumbó.
Este bolívar flotante es un atraco contra las prestaciones
sociales de los trabajadores; contra los catorce millo-
nes de ahorristas y contra las indemnizaciones de los
asegurados.
El pueblo trabajador ha quedado colgado de la brocha. Y
ante tan tremenda estafa, ¿qué han hecho, qué hace, qué
harán los sindicatos?
Este “paquete” es un gambito diabólico que ofrece a los
trabajadores regalos envenenados.
Se decía hasta las elecciones, que el FMI era perverso.
A partir del 2 de febrero, el equipo de Pérez descubre la
imagen risueña y bondadosa del prestamista que nos
enseñará lo que debemos hacer y cómo hacerlo. El consejo
es sencillo, la solución genial: que el número de pobres sea
mayor y que la pobreza extrema, crítica, sea más crítica y
más extrema, amarga droga, mortal sangría.
Oyendo al presidente y a su equipo, hay que reconocer-
les franqueza. Sin embargo, en este caso esa virtud que es
la franqueza se parece a un asalto en descampado, algo
elaborado para engendrar turbulencias y conflictos, para

358
Jesús Faría

generar tribulaciones sociales. Nos han colocado al borde


de un abismo.
¿Sabe cada trabajador, cuánto valían sus prestaciones
sociales en el mes de enero y cuánto poder de compra
tienen hoy? Pues ahora valen menos de la mitad.
¿Saben los ahorristas, cuánto valían sus ahorros en enero
y cuántos bienes y útiles, alimentos y medicinas se podrían
comprar hoy con esas reservas? Pues también menos de la
mitad.
Lo mismo se puede decir con respecto a los centenares de
miles de asegurados, cuya “indemnización” a los herede-
ros de las víctimas mortales, así como los dueños de vehí-
culos y otros bienes asegurados se desplomó.
¿Quiénes resultan beneficiados con tamaña desgracia
nacional? Pues los privilegiados de siempre, los banque-
ros, toda la patronal, las aseguradoras que ahora han
sido premiados con la desvalorización de sus obligaciones
y deudas para con sus “clientes”. Y se trata de cantida-
des que tomadas en su conjunto están por encima de los
quinientos mil millones de bolívares.
¿Y qué estamos haciendo para enfrentarnos a esta mortal
agresión? Nada hasta hoy. ¿Podemos hacer algo? Claro
que sí. Más aún, algo tenemos que hacer. Ninguna clase
social se resigna a morir sin luchar por la vida.
Los sindicatos, por favor, ¡a despertar! Los partidos revo-
lucionarios, por favor, estimulemos a las organizaciones
de masas.
La unidad para la lucha y la resistencia tiene una amplí-
sima base, pues las conquistas económicas se han venido
al suelo, arruinando a muchos millones de compatriotas.
¡Pongamos fin a la dispersión de los sindicatos!
La “liberación” de los precios no es cuento: leche de 62 a
240, café de 38 a 86, y lo demás. El prometido “impuesto
a las ventas” es mentira: se trata de otro impuesto a las
compras, lo paga el cliente.

359
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Esta Venezuela que compró a la burguesía empresas en


quiebra, ahora ya rentables se las ofrece en venta.
Estos gobiernos, que concedieron a la burguesía présta-
mos por valor de centenares de miles de millones, no han
podido recuperar estas cuentas ni siquiera ahora cuando
el bolívar ha sido envilecido.
¡Hasta cuándo vamos a tolerar pasivamente tanta corrup-
ción y tanto negocio sucio?
No es cierto que tanto “Paquete” y tanta “flotación” sean
fatales. Podemos defendernos. Defender el poder del sala-
rio es defender la libertad y el progreso social.
Este acercamiento para la resistencia viene y no puede
menos que llegar. Sin embargo, hay que apretar el paso
y salir al encuentro. No esperemos sentados, camaradas.
¡En marcha, trabajadores, que han herido de muerte tus
únicos recursos económicos para la despiadada vejez.
Caracas, 25 de febrero de 1989”.

¡A pesar de todo, el paquete va!


La reacción no se hizo esperar. El pueblo no aguantó en calma el
paquete ni siquiera dos semanas. El 27 de febrero de 1989 estallaron
los “conflictos y tribulaciones” de los cuales había hablado el Partido
Comunista.
El presidente tercermundista suspendió las garantías constituciona-
les y estableció el toque de queda el día 28 de febrero, en lugar de suspen-
der la aplicación del paquete. Una vez sofocados los brotes de rebeldía y la
protesta masiva, vino el genocidio, la matanza de seres humanos inermes,
cuyos cadáveres eran sepultados por lotes en fosas comunes. La prensa,
incluida prensa de adecos, estimaron en “más de mil muertos y tres mil
heridos” (Nuevo País) las bajas entre la población civil, incluidos niños
y mujeres dentro de sus hogares. Fue una matanza como no habíamos
visto ni los más viejos de este país; aunque la propaganda oficial puso el
mayor empeño en reducir el número de víctimas a solo unas trescientas
personas, como si tal volumen de víctimas careciera de importancia. Un
crimen masivo como este no lo conocía la historia de Venezuela; a un

360
Jesús Faría

crimen tan monstruoso como este se le echó tierra, como si con toda la
tierra de Venezuela se pudiera borrar aquel feroz e innecesario genocidio.
No obstante, el sacrificio popular no fue del todo inútil, como no lo ha
sido ningún sacrificio a lo largo de la accidentada historia de Venezuela.
Se consiguió un aumento de salarios para compensar en parte los
efectos de la liberación de precios.
Los deudores de la banca con sus viviendas hipotecadas lograron
echar por el suelo las pretensiones de Tinoco: aplicación con efecto
retroactivo de las nuevas cargas impositivas, imposibles de cumplir por
los arrendatarios.
Otros factores de la sociedad han reclamado con firmeza y han obliga-
do al gobierno a echar para atrás algunas medidas.
Se revocaron impuestos y obligaciones que no podían cumplir agri-
cultores y otros de la pequeña y mediana industria y comercio.
El gobierno retrocedió en lo de las cartas de crédito hasta el 50%.
Tuvieron que mejorar parcialmente los sueldos de los funcionarios públi-
cos, incluidas las Fuerzas Armadas, lo cual al parecer no había entrado
en los alegres planes del gabinete económico.
El presidente CAP fue a Estados Unidos después de la matanza y fue
recibido casi como un héroe por las autoridades de aquel país tan celoso
de los derechos humanos.
Allá se hizo acompañar por el expresidente Caldera y otros que, con
su presencia, pretendieron borrar la imagen del presidente latinoameri-
cano que en menor tiempo ha hecho matar con sus fuerzas represivas a
mayor número de sus compatriotas.
Al retorno de aquel “exitoso” viaje no se dice nada con relación a que
las promesas de ayudar en problemas de la deuda está sujeto a lo que
resuelvan en una reunión los jerarcas del FMI, del BM, de Estados Unidos
y el resto de las potencias imperialistas. Dicen que de esta reunión saldrá
“dinero fresco” para Venezuela, seis mil millones de dólares, así como el
perdón del 50% de la deuda externa de nuestro país.
Sin embargo, tales sueños jamás han tenido un feliz despertar. Esas
potencias e instituciones no se han hecho fuertes ayudando a los peque-
ños países no desarrollados, sino todo lo contrario. Aparte de ello tene-
mos que, ante algunos gobernantes de turno en el mundo capitalista, la

361
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

credibilidad de gobiernos como los que ha padecido Venezuela está por el


suelo. Los gobernantes de las grandes potencias capitalistas saben muy
bien dónde se encuentran los miles de millones de dólares que solici-
tó en préstamos Venezuela; saben a nombre de quién y en cuáles ban-
cos se encuentran: tan fabulosas fortunas acumuladas a base de robos
y trampas de los gobiernos de AD y Copei se encuentran bien lejos de
nuestro control. No será tan fácil que esas potencias absorban parte de
la deuda contraída para aumentar el número de los multimillonarios de
Venezuela.
De regreso de Washington, en rueda de prensa durante el mes de
abril, CAP amenazó al pueblo trabajador de Venezuela con la aplicación,
sin reformas, del funesto “paquete”.
Sus propagandistas no se cansaban de afirmar, que aquellos que
sobrevivan a los dos primeros años de CAP desembocarán en un reman-
so de aguas tranquilas, sin inflación ni desempleo, sin tasas de intereses
usureras, con un bolívar revaluado, con petróleo por encima de veinte
dólares, con altos salarios y bajos precios.
A pesar del silencio guardado por tantos profesionales del periodismo
–aceptar en silencio las respuestas presidenciales ofrecidas sin ningu-
na garantía de posibilidad real era algo inesperado–, se pensaba que al
menos en la “cumbre” CAP-CPN, donde estarían situados al mismo nivel
los genios del “paquete” y algunos críticos que este paquete encontró en
el más alto nivel del partido AD, se oirían algunas voces de protesta.
Sin embargo, una vez más se cumplió aquello de que “donde hay tigre
no se ronca”. La “oposición” blanca guardó silencio precisamente donde y
cuando debió decir lo que habían venido diciendo Ríos, Delpino, Matos,
Piñerúa y los otros. Al parecer, las informaciones que traía CAP desde el
Norte fueron aceptadas por la cúpula de AD.
Se equivocaban CAP y AD, así como a quienes empujaron por el cami-
no del paquete, haciéndoles pensar que aquellas bellas promesas eran
factibles.
La realidad era totalmente distinta. La escasez se acentuaba, los pre-
cios subían a placer del especulador. Los salarios se los llevaba la calma
de marzo. La “cesta básica” era otra burla. Y diríamos que valía la pena
luchar por una auténtica cesta de cuarenta o más artículos de prime-
ra necesidad a precios regulados y controlados, para lo cual los vecinos

362
Jesús Faría

y amas de casa mucho podían ayudar mediante el reclamo y la denun-


cia organizadas, pues era evidente que seguirían aumentando, cuando,
incluso, la cestita de quince artículos había encarecido.
La situación era difícil y se pondría peor. Se hablaba de una huelga
para reclamar pan y techo para todos, pero el doctor Barrios, fungiendo
de supremo dirigente sindical de AD, sentenció: “La huelga no va”.
La huelga es un derecho constitucional y no podía ser vetada. Es un
derecho de los trabajadores. Un recurso para rechazar atropellos patro-
nales y/o gubernamentales.
La CTV, que había ganado simpatías con sus más recientes pronuncia-
mientos, podía corregir el entuerto. Pero ahora los dirigentes adecos de
esta Central salían convencidos de las bondades del “paquete”.
Sin embargo, en la calle, en las fábricas y en las empresas había rebel-
día. Esto era como echarle leña al fuego, si además del paquete que había
acabado con todo, también los fabricantes de paquetes pretendían despo-
jar a los trabajadores de sus derechos sociales.
Frente al paquete de la miseria y frente al apoyo que a este le brindaba
la Dirección de AD se imponía la unidad y lucha de los trabajadores. No
había otro camino. Y la unidad comenzó a forjarse. Como resultado de
tanta diligencia en el respaldo a los intereses de los poderosos, excesos
represivos y desmanes administrativos, se fue cocinando una crisis ins-
titucional, que desembocaría en dos rebeliones militares durante el año
1992. Estas fueron consecuencia del descontento de jóvenes oficiales con
la profunda descomposición del sistema. La crisis era de tal magnitud
que hasta Caldera, líder histórico de la derecha venezolana, ejerció justas
críticas a la forma de gobernar de CAP y su equipo, lo cual le traería un
inesperado dividendo político.

363
CAPÍTULO XI
A PESAR DE TODO,
EL FUTURO DE LA HUMANIDAD ES EL SOCIALISMO
La perestroika y el fracaso del experimento socialista en Europa
Gorbachov inicia un proceso de reestructuración y apertura que es
bautizado con los nombres de Perestroika y Glasnost. Aprovechando las
experiencias –positivas y negativas– después de setenta años de cons-
trucción del socialismo bajo las condiciones más adversas, se abría esta
nueva etapa en la vida de la Unión Soviética, que tantas expectativas des-
pertaría en la opinión pública mundial.
En marzo de aquel año Gorbachov pronuncia un discurso-programa
en el cual retoma la orientación táctica y estratégica leninista actualiza-
da, traza los lineamientos generales para la preparación del XXVII Con-
greso del PCUS y llama la atención sobre la grave situación internacional,
donde los militaristas amenazan con la guerra de las galaxias.
En lo interno, pasa revista a los éxitos en la industria y el agro, en
donde se han alcanzado importantes avances, pero también se exhibían
significativas deficiencias. La Unión Soviética lucía como una potencia,
pero se veía afectada por considerables problemas.
A pesar de su desarrollo, la ciencia y la tecnología evidenciaban un
atraso significativo en relación con Occidente. Se constataba que la pro-
ducción de bienes de consumo marchaba detrás de las crecientes necesi-
dades de la población.
Se trataba de problemas a cual más complejo, cuya solución no se iba
a lograr totalmente en el corto plazo.

367
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

En cuanto al Partido, se pronunciaba también por la renovación de


sus cuadros, por la vuelta al estilo leninista de contacto permanente con
las masas. Para resolver los problemas de una sociedad tan sufrida como
había sido la Rusia de los zares y la Unión Soviética forjada por los comu-
nistas, se reclamaba del PCUS apoyarse y desarrollar las enseñanzas de
Vladimir Lenin y de aquellos leninistas que habían convertido aquel país
en ruinas en una potencia mundial.
Desde un comienzo, el PCV dio su apoyo a la Perestroika como pro-
ceso revolucionario y de renovación creativa de la sociedad soviética, la
cual tenía como propósito la corrección de graves distorsiones, restable-
cimiento efectivo del ejercicio del poder político del pueblo, la democra-
cia en todas las esferas de la vida, la reestructuración de la economía,
la aplicación de la revolución científico-técnica, etcétera. La fundamen-
tación de este proceso en el marxismo-leninismo era para nosotros un
aval para brindarles amplio apoyo. Seguíamos con atención este proceso
tan complejo, en cuya realización exitosa estaban interesados el pueblo
soviético, como también los trabajadores y las otras fuerzas progresistas
de todo el mundo.
Sin embargo, la Dirección del PCUS se fue apartando –inicialmente en
forma progresiva, al final de manera acelerada– del rumbo original. Las
reformas se descarrilaron, evolucionaban sin el debido control político-
ideológico del Partido y marcaban un ritmo insostenible para un aparato
tan pesado como el Estado soviético, abatido por la creciente burocracia.
Mientras, por una parte, se restringía la participación del Partido en
su rol de vanguardia del proceso de transformaciones, por la otra, una
corriente socialdemócrata en el seno de la más alta dirección del PCUS se
apoderó del Buró Político e implementó la insólita estrategia de abrirle
espacios y tolerar la contrarrevolución.
Esto era, en la práctica, entregarle en bandeja de plata a los factores
anticomunistas las conquistas de setenta años de socialismo.
La dirección del Partido se apartó de la idea de revitalizar el socialis-
mo, y con una estrategia de despliegue de la economía de mercado y de
liberalismo político sepultó la esperanza de oxigenar el sistema, despla-
zando a las fuerzas socialistas de sus posiciones de comando.
Esta política suicida desembocó en la desintegración de la Unión
Soviética. Al igual que en Europa Oriental en 1989, en la Unión Soviética

368
Jesús Faría

el PCUS fue desplazado del poder, superado en la calle y en los procesos


electorales por fuerzas heterogéneas y enemigas del socialismo.
En cuanto a Gorbachov, después de habernos cautivado con una polí-
tica teóricamente bien concebida para la reestructuración del socialismo,
se alejó de ella para girar hacia el capitalismo. Una vez fuera del Partido,
renegó de todo lo que fue en la vida del PCUS. Las debilidades de toda
índole que minaban al Partido se evidenciaron en forma dramática en
aquellos meses de crisis.
Contrariamente a lo que piensa de Gorbachov buena parte de los líde-
res políticos venezolanos y del mundo, que lo festejan como un gran hom-
bre del siglo XX –y, efectivamente, para los intereses del imperialismo
lo fue–, personalmente considero que los 40 dólares de sueldo mensual,
que se le asignaron después de haber entregado la Unión Soviética a la
contrarrevolución, son más que suficientes para un traidor.
La restauración del capitalismo se produjo en forma acelerada. Dos
pasos atrás y ninguno adelante, con una política de puerta franca a la eco-
nomía de mercado basada en la propiedad privada. Se estimuló la pene-
tración del capital internacional y se adoptaron las medidas económicas
del Fondo Monetario Internacional, que se tradujeron en privatizaciones
en masa de empresas del pueblo, desempleo, inflación, desmontaje de los
sistemas de seguridad social… Con la promesa de superar los problemas
económicos, se instrumentaron fórmulas que terminaron deteriorando
dramáticamente las condiciones de vida de la población.

Errores y enseñanzas del socialismo europeo


Este trágico desenlace exige de nuestra parte un serio análisis, con
rigor científico, tomando en cuenta todos los factores, fenómenos, orien-
tación y prácticas negativas que influyeron en el desarrollo de tales retro-
cesos. Debemos considerar las realidades de cada momento histórico y
cada caso por separado.
Al respecto, es necesario destacar que estos países eliminaron la
explotación del hombre por el hombre y el desempleo, desarrollaron la
industria, la agricultura, impusieron el descanso remunerado y condi-
ciones para su disfrute, vencieron el analfabetismo, crearon una instruc-
ción masiva, organizaron el servicio de salud pública, formaron cuadros
científicos y técnicos, desarrollaron políticas de seguridad social con

369
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

protección a la madre y al niño, conquistas estas que se convirtieron en


ejemplo revolucionario dignas de retomar, además de la ayuda solidaria
que prestaron a los pueblos del mundo en sus luchas por la liberación
nacional y social.
Son hechos innegables a tomar en cuenta a la hora de evaluar el impor-
tante progreso social alcanzado en aquellos países en el presente siglo.
Igualmente, debemos recordar que estas realizaciones se lograron
en condiciones de enormes dificultades. Se partió de un bajo nivel de
desarrollo, agravado por las destrucciones causadas por las guerras, los
bloqueos económicos, “guerra fría” y sabotajes, lo cual obligó a trasladar
al área de la seguridad y defensa recursos fundamentales que hubieran
podido inyectarse en otras esferas del desarrollo pacífico. Los errores
cometidos en la aplicación del ideal comunista, que culminaron con la
presente crisis, no pueden hacer olvidar esta verdad histórica.
Sin embargo, los logros básicos que cubrían necesidades primarias
del pueblo ya no llenaban las exigencias. Al pasar a formar parte de la
cotidianidad, no se siguieron valorando como conquistas de extraordi-
nario contenido social. Se plantearon nuevos requerimientos materiales
y espirituales de mayor alcance, los cuales no pudieron ser satisfechos,
entre otras cosas, por los efectos de una economía estancada cuya pro-
ductividad distaba mucho de satisfacer estas nuevas aspiraciones. Hubo
también los planteamientos relativos a la profundización de la democra-
cia y libertad, que tampoco se cumplieron.
No obstante, el error más serio de estos partidos consistió en no haber
detectado a tiempo estas nuevas exigencias. Esta omisión impidió adop-
tar el viraje necesario en el momento oportuno.
Es importante destacar que la motivación de los sucesos no fue solo
la insatisfacción de las masas. Allí también jugaron un papel importante
sectores antisocialistas, que se movilizaron para crear la desestabiliza-
ción política que les permitiera cambiar la correlación de fuerzas a favor
de la contrarrevolución. Esto operó, inclusive, en los más altos niveles de
dirección de los partidos comunistas.
Esta enseñanza nos demuestra la importancia del planteamiento leni-
nista sobre la necesidad de que el Partido esté atento al palpitar del pue-
blo, para expresar íntegramente los intereses de las masas. Igualmente,

370
Jesús Faría

nos enseña que ningún sistema social está exento de la posibilidad de


crisis.
En líneas generales, debemos decir que en los países del socialismo
fueron violentados principios del ideal socialista, enseñanzas y prácticas
leninistas basadas en su profundo humanismo, que poco a poco se fue-
ron olvidando. Sintetizando, entre los problemas más relevantes pode-
mos destacar:
• Se descuidó el principio fundamental del poder popular. La forta-
leza del socialismo radicaba en el poder a los sóviet como órganos de
representación y participación del pueblo, partiendo de que la fuerza del
Partido residía en su vinculación indestructible con las masas, para que
estas ejercieran de manera efectiva el poder político.
• La estatización de todos los medios de producción en un sistema alta-
mente burocratizado, una planificación de la economía excesivamente
centralizada, el retraso en la aplicación de la revolución científico-técnica,
la baja productividad, los graves problemas de estancamiento de la eco-
nomía, serias carencias en los mecanismos de estímulo a la eficiencia
económica impidieron el necesario desarrollo de las fuerzas productivas.
• La democracia no fue profundizada, hubo países en los que de mane-
ra progresiva se estrechaban las libertades individuales.
• El Partido asumió la dirección del Estado y lo suplantó en funciones
fundamentales. Las organizaciones sociales no gozaban de la autonomía
necesaria que les permitiera desarrollar creativamente sus derechos.
• La falta de verdaderos análisis teóricos que posibilitaran advertir las
fallas y deficiencias sistémicas que se presentaron imposibilitaron abor-
dar a tiempo el descontento de las masas.

De manera autocrítica debo decir que idealicé el socialismo. A esto


contribuyó la falta del estudio teórico sobre el desarrollo del mismo. Ade-
más, los informes y balances que hacían los partidos comunistas her-
manos sobre los alcances de sus metas no reflejaban las fallas, defectos
y errores con toda la profundidad, como están siendo señaladas en el
desarrollo de la presente crisis. La forma dogmática como se analizan
los problemas teóricos impidió detectar los fenómenos que se estaban
presentando.

371
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Esta dura lección debe servirnos para que nos aboquemos a realizar
un serio estudio sobre las características del socialismo en Venezuela,
partiendo de las peculiaridades de nuestro país, su realidad nacional y
antecedentes históricos.
Asimismo, es necesario recordar que en medio de aquella crisis nun-
ca dudamos en ratificar nuestro apoyo a los comunistas y otras fuerzas
empeñadas en vencer las dificultades y en encontrar las formas para res-
taurar el socialismo en aquellos países.
A raíz del colapso del socialismo europeo se desató –y sigue activada–
una intensa guerra psicológica que busca desilusionar y desanimar a los
pueblos en relación con el socialismo y desmotivar la lucha por el progre-
so social. Se trata de una campaña anticomunista que pregona la muerte
del ideal socialista y presenta la esclavitud salarial como un paraíso.
Sin embargo, ni la más despiadada campaña de desprestigio podrá
ocultar que el capitalismo, por todos sus vicios, males y contradicciones
sigue condenado a desaparecer, a dar paso a la liberación nacional, al
progreso social, al socialismo como resultado del despertar revoluciona-
rio de los pueblos.
Como parte del movimiento comunista, el cual no desaparece mien-
tras exista la explotación del hombre por el hombre, y a partir de la apli-
cación del principio del internacionalismo proletario, se debe ampliar
nuestra esfera unitaria de acción con las fuerzas del progreso. Estamos
en la obligación de demostrar que el capitalismo no ha cambiado su
naturaleza opresiva, que se ha profundizado la explotación y la injusticia
social.
Por lo tanto, para nosotros marxistas-leninistas lo que está planteado
es una aguda confrontación de ideas y tendremos éxito en la medida en
que nos insertemos en las masas, que nos sientan parte efectiva de ellas
para ganar su confianza y credibilidad, para conquistar juntos reclamos
de nuestros derechos pisoteados por el imperialismo.
Los comunistas venezolanos nunca abandonaremos nuestro puesto
de combate. Estamos claros del papel que debemos jugar para liberar a
nuestro pueblo de tanta miseria y necesidad. Nuestro partido, que nació
bajo la amenaza del inciso VI del artículo 32 de la Constitución Nacional,
que con su acción revolucionaria reta al sistema de opresión, que ha actua-
do en diversas formas de lucha teniendo siempre como meta la liberación

372
Jesús Faría

de nuestro pueblo, es un destacamento probado que no entrega sus ban-


deras de los principios marxistas-leninistas.

Algunas tareas del PCV en la actualidad


Somos un país importante por sus dimensiones, posición geopolítica
y población, por sus riquezas naturales y por su glorioso pasado históri-
co, que trajo independencia y libertad a casi toda América del Sur.
Sin embargo, por más de treinta años padecimos gobiernos corrup-
tos y partidos políticos que fomentaron la corrupción desde el poder.
La democracia burguesa nos impuso las nefastas políticas económi-
cas aplicadas por los gobiernos de turno, adecos y copeyanos, los cua-
les han sumergido al país en la más profunda crisis de toda su historia
contemporánea.
En el plano social, se ha consolidado el hundimiento de los trabajado-
res en la pobreza crítica.
Venezuela vive el drama del desempleo, la inflación, la carestía, la
especulación, la inseguridad personal y social, todo ello generado por la
explotación capitalista de los trabajadores y las relaciones de dependen-
cia que ha impuesto el imperialismo.
Todas estas desgracias, que lesionan a las grandes masas, contrastan
con la opulencia y las crecientes riquezas que amasan los grupos econó-
micos más poderosos del país, así como con las crecientes riquezas que
son extraídas de la patria. El panorama económico no puede ser más
nebuloso. La impagable deuda externa, la dependencia externa, el agota-
miento del modelo de desarrollo rentista-petrolero, el desequilibrio del
sector externo, el déficit fiscal, la devaluación del bolívar, junto a la inca-
pacidad de los gobernantes para erradicar estos problemas de carácter
estructural, llenan de incertidumbre el futuro del país.
Para combatir todos estos flagelos, así como la entrega de importan-
tes empresas del Estado a la insaciable voracidad del capital nacional y
extranjero, para defender los derechos fundamentales de los trabajado-
res conquistados en el crisol de heroicas luchas del proletariado vene-
zolano, para defender nuestra cultura, para que haya pan y techo para
todos, libertad y progreso social, para esas y otras tareas necesitamos un
partido comunista activo y mejor organizado.

373
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

El PCV tiene que volver a ser una fuerza esclarecida y de vanguar-


dia, unitaria y con poder para denunciar todo lo injusto y corrupto.
Ciertamente, el país atraviesa una severa crisis moral, pero a pesar de
ello Venezuela cuenta con hombres y mujeres dispuestos a extinguir las
lacras que tanto daño le están haciendo.
Estamos orgullosos del pasado heroico de nuestro partido y así lo
demuestra el balance histórico que podemos hacer desde su nacimiento
hace casi sesenta años. Vamos a superar y vencer todas las dificultades y
obstáculos que tenemos en estos momentos, para avanzar hacia el futuro
seguros de nuestro triunfo.
A partir de los años noventa, el Partido Comunista de Venezuela ha
venido trabajando por su renovación. Se trata de la necesidad de intro-
ducir cambios necesarios, estudiar las nuevas realidades. Tenemos que
superar el impacto psicológico de las derrotas que hemos sufrido a escala
nacional e internacional, con el agravante de que militantes y dirigentes
han aflojado el ritmo de su trabajo. ¡Error imperdonable! Todo el que
pueda hacer algo por la organización debe hacerlo de inmediato, pues
no hay tiempo que perder. Hay que intensificar el trabajo en cuanto a la
preparación ideológica y política de la militancia comunista. Volver al
contacto permanente y efectivo con las masas. No hay otro camino para
la recuperación.
El estancamiento es la muerte de un partido revolucionario.
Lo que estoy diciendo no es nada nuevo. Lo sabemos desde siempre.
Lo que pido es retornar a la disciplina. Pronunciemos discursos, sí, pero
hagamos un mejor trabajo práctico. Hay que poner a tono lo que se dice
con lo que se hace.
Debemos dedicarle más de nuestro tiempo al trabajo del Partido.
Tenemos que hacerlo, pues, si es verdad que el PCV no morirá, sería peli-
groso vegetar sin influir en los acontecimientos que afectan al pueblo.
Debemos elaborar una línea política correcta y mantenerla en pleno
vigor. Somos un pequeño partido, vamos a crecer; estamos atrasados,
vamos a conquistar el puesto de vanguardia; estamos en estado de aisla-
miento en frentes importantes, vamos a empujar para tomar el paso de
los vencedores.
Vamos a inyectar sangre joven a los organismos de dirección en todos
sus niveles, con responsabilidad, pero con audacia, reforzada con un

374
Jesús Faría

programa de culturización marxista permanente que permita a todo el


Partido una comprensión de los procesos sociales y de los fenómenos de
la economía, de las relaciones de producción, de las dificultades y las tri-
bulaciones de las masas hambrientas y oprimidas.
Este sería, sin dudas, el mejor homenaje a nuestros libertadores, a los
miles de héroes del Partido y a Lenin, líder victorioso de la revolución
proletaria.

375
CAPÍTULO XII
DISCURSOS PRONUNCIADOS POR JESÚS FARÍA,
SECRETARIO GENERAL DEL PCV
Discurso pronunciado por Jesús Faría, el 21 de abril de 1969, en
la Cámara de diputados del Congreso Nacional
Ciudadano Presidente, ciudadanos diputados. Cuando intervenía en
esta Cámara el diputado Morales Bello, pedí como cuestión de orden que
se leyera por Secretaría de manera completa un artículo que el diputado
Morales citaba de manera mutilada. El diputado Morales Bello nos metió
un contrabando constitucional... (no, no, contrabando de oro no, contra-
bando constitucional)..., al leer solo la parte de un artículo que a él le con-
venía para tratar de impresionar a la Asamblea. Si la presidencia me lo
permite, voy a leer completo el artículo, a pesar de que va en detrimento
de mi tiempo para intervenir en esta Cámara. (Asentimiento) Se trata del
artículo 143 de la Constitución Nacional. Es un artículo que tiene unas
veinticuatro líneas y el diputado Morales leyó solamente diez. Nos quedó
debiendo catorce líneas, que son como catorce municiones contra la tesis
del propio Morales Bello.
Dice así: “Artículo 143. Los Senadores y Diputados gozarán de inmu-
nidad desde la fecha de su proclamación hasta veinte días después de
concluido su mandato o de la renuncia del mismo; y, en consecuencia,
no podrán ser arrestados, detenidos, confinados, ni sometidos a juicio
penal, a registro personal o domiciliario, ni coartados en el ejercicio de
sus funciones. En caso de delito flagrante de carácter grave, cometido
por un Senador o un Diputado, la autoridad competente lo pondrá bajo

379
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

custodia en su residencia...”. Y aquí se quedó plantado el inefable repre-


sentante Morales Bello, pues lo que sigue es lo que a él no le conviene.
Esto que dice aquí fue lo que hizo el Gobierno de Betancourt. Fíjense
ustedes cómo es la continuación del mismo artículo: “…y comunicará
inmediatamente el hecho a la Cámara respectiva o a la Comisión Dele-
gada con una información debidamente circunstanciada. Esta medida
cesará (o sea, el arresto domiciliario) si dentro del término de noventa y
seis horas la Cámara respectiva o la Comisión Delegada no autoriza que
continúe en este estado, mientras se decida sobre el allanamiento. Los
funcionarios o empleados públicos que violen la inmunidad de los sena-
dores y diputados incurrirán en responsabilidad penal y serán castigados
de conformidad con la Ley”.
Esta parte final fue la que no se cumplió. Se había cumplido antes
cuando estuvo preso en una librería, durante noventa y seis horas, el
diputado Guillermo García Ponce, y por supuesto, si no hubiera sido un
golpe contra la soberanía popular representada en el Congreso Nacio-
nal, la Cámara de Diputados, por lo menos, habría rechazado el asalto a
mano armada contra los diputados, aunque quizás la Cámara del Senado
habría concedido el allanamiento de los senadores Pompeyo Márquez y
Jesús Faría, pero la Cámara de Diputados o la Comisión Delegada no
habría concedido el allanamiento de sus diputados. Más aún, el auto de
detención tiene fecha 4 de octubre y nosotros fuimos asaltados en nues-
tras casas el 30 de septiembre. Esa es, pues, la diferencia que media entre
el golpe contra la soberanía popular y el convencimiento de un juececillo
para que dictara un auto de detención sin haber llenado los requisitos
establecidos en la Constitución de la República.
¿Por qué el doctor Morales Bello le tiene miedo a la Constitución? Yo
diría que ese es su revolcadero, como dijo aquí una vez Andrés Eloy Blanco,
parafraseando a Cabrera Malo. Si esta es su materia, si en eso usted está
en lo suyo, ¿por qué le tiene miedo a estos argumentos, que no fueron
expuestos aquí por los comunistas solamente, sino por los grandes parti-
dos (grandes desde el punto de vista de la votación que obtienen, no por
la obra que realizan) cuando se aprobó en 1961 la Carta Fundamental de
la Nación?
Confieso que después de lo que nos ha ocurrido en el Parlamento, a mí
me da igual que los militares manden para la cárcel o no a los otros con-

380
Jesús Faría

gresantes, para que sepan lo que eso significa porque siempre he estado a
merced de esa circunstancia. En el caso concreto, por ejemplo, nosotros
fuimos electos en 1937 diputados a la Asamblea Legislativa del Zulia y a
los concejos municipales. Ganamos las elecciones. El 31 de diciembre de
1937 López Contreras las anuló y en lugar de ir nosotros el 1.º de enero
a los concejos municipales y a las asambleas legislativas, fuimos para la
cárcel. Posteriormente, el año 1948, cuando se produjo el golpe de Estado
contra Rómulo Gallegos, yo estaba sometido a una Comisión de la Cáma-
ra del Senado. Según ellos, yo había sido el caudillo de una rebelión en
Cabimas y debía ser enviado a prisión. Vino el golpe de Estado y acabó
con ese invento. El golpe de Estado que yo había intentado, según se decía
en aquella época, consistía en que el Jefe Civil prohibía que pusiéramos
los magnavoces hacia la calle y yo puse los magnavoces hacia la calle y
le hablé al pueblo. Esa era la tentativa de rebelión por la cual yo iba a ser
desalojado de la Cámara. Más adelante, el general Pérez Jiménez y otros
generales se encargaron de enviarnos, no solo a mí, sino a muchos otros
parlamentarios, a la prisión. De allí regresé después de ocho años de pri-
sión, de incomunicación, donde tuve oportunidad de conocer mucha gen-
te, muchos presos, la inmensa mayoría de ellos de Acción Democrática,
con quienes hice muy buena amistad. Allí tuve oportunidad de conocer
a Luis Augusto Dubuc, con quien estuve cincuenta y nueve meses en un
mismo calabozo, Salom Meza Espinoza y muchos otros. Por cierto que
yo estaba sometido a una especie de castigo: no me dejaban reunir con
los otros camaradas presos, sino que me tenían siempre con los adecos
(Risas), y ahí se hablaba muy mal del doctor Morales Bello, por lo que
sucedió cuando el asesinato de Ruiz Pineda. Los adecos son personas
simpáticas. En la prisión son gentes que, en su mayoría, resisten bien
la prisión en general, pero tienen esa dificultad muy venezolana de que
discuten mucho y no se ponen nunca de acuerdo entre sí. Por lo menos en
dos bandos se dividen. Pues bien, el único tema que los unificaba desde
Luis Augusto Dubuc hasta el último obrero y campesino, era cuando se
ponían a hablar mal del doctor Morales Bello (Risas). Yo no conocía al
doctor Morales Bello de vista, pero ¡oye!... ¡qué historias!... No las voy a
contar aquí, que las cuenten ellos, porque mi trabajo no está en contar
esas historias. Evidentemente, si el doctor Morales hubiera ayudado un
poco a Segundo Espinoza, agarran el criminal y no muere Ruiz Pineda.

381
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Han podido desarmarlo. Era un solo policía y a Ruiz Pineda lo acompa-


ñaban tres, más el propio Ruiz Pineda, que trató de pelear. Era un hom-
bre de pelea.
Estas son las cosas de la historia. ¡Ahora nos encontramos acusados
por ustedes, queridos diputados! Se necesita tener bastante cuajo –como
se dice en Falcón– para asumir papeles de perdonavidas. Venezuela es un
país pequeño y aquí nos conocemos todos o casi todos.
Por cierto, yo me siento orgulloso de ser venezolano, porque este es
un pueblo realmente de gente encantadora, y las personas que aparecen
como el cometa, de vez en cuando, con mucho ruido y con mucha luz,
son pocas. Los demás son gente que pelea, que sufre, que combate y que
triunfa. Yo jamás he sido mezquino al reconocer en los adversarios polí-
ticos sus cualidades. No lo seré jamás, porque no es esa mi característica.
Tampoco vengo aquí a proclamarme como un héroe o como un campeón
de la lucha. Simplemente, he cumplido con mi deber como obrero comu-
nista, y eso es todo.
Por supuesto, lo que ocurre con estas cosas, mis queridos colegas
diputados, es que Dios protege a sus criaturas cuando son mayoría y
están mejor armados, y por eso es que los adecos se vanaglorian –como
decía Grisanti– de habernos derrotado siempre. ¡Bueno, esas son derro-
tas realmente lamentables! ¿Qué significa una victoria del partido Acción
Democrática sobre el Partido Comunista el año 1968? ¿De qué vale esa
derrota del Partido Comunista? Han debido ganarle a Copei. Ganarle a
los comunistas y perder con Copei, ¡bueno, eso es botar el juego! (Risas).
Aquí vino mi excompañero de calabozo, diputado Luis Piñerúa, y
nos dijo, entre otras cosas, que se sentía orgulloso de la represión con-
tra nosotros. Yo creo que es cierto, él es un hombre sincero. Pero dijo
algo más. Casi, casi llorando nos dijo que los copeyanos les habían hecho
fraude y les habían ganado las elecciones con fraude. ¡Miren, camaradas:
si en el Partido Comunista alguien llega a decir que otro partido le hizo
fraude y le arrebató la victoria, lo expulsamos inmediatamente de nues-
tras filas! ¡Cómo es posible que nos haya prometido pruebas de que Copei
hizo fraude! Si nosotros estamos convencidos de que Copei hizo fraude y
que Acción Democrática también hizo fraude.
El fraude tiene mil maneras de evidenciarse. ¡Un partido que está en
el poder, que tiene recursos inagotables como tenía Acción Democrática

382
Jesús Faría

y se deja ganar, con fraude o sin fraude, es porque son unos chapuceros
de espanto! (Aplausos).
Acción Democrática fue un gran partido popular en 1946. Ustedes
recuerdan que Acción Democrática, cuando la Asamblea Constituyente
de 1946 (¡qué bancada tenía!) sacó más del 80% de los votos. En 1968
solo sacó el 25% de votos pequeños. Este pueblo es un mollejón, y ahí se
va desgastando el partido que traiciona a las aspiraciones legítimas del
pueblo, de la clase obrera, del campesino y de la juventud.
El diputado Humberto Celli nos acusó del grave delito de haber des-
orientado a la juventud. No la hemos “desorientado” del todo, pero esta-
mos por ahí. En nueve liceos del Distrito Federal hemos “desorientado”
a más del 50% que ha votado en las planchas de la Juventud Comunista
de Venezuela y Acción Democrática no llega a 350 votos en esos nueve
liceos. Todavía le quedan trescientos y pico de jóvenes que lo apoyan,
diputado Humberto Celli, que lo apoyan en su política de entregar la
soberanía, las riquezas de nuestra patria al imperialismo, que apoyan la
política de represión contra la juventud, que apoyan la política de repre-
sión contra los campesinos. Eso es lo que les queda. No es la insurrección
lo que separó de AD a la juventud, es la política traidora de un partido, de
su camarilla dirigente, la que aleja a la juventud de ese partido. No es el
fraude la causa de la derrota adeca, porque el 75% del pueblo venezolano
votó contra Acción Democrática, votó por otras listas; es la traición al
pueblo la causa de la muerte de lo que fue un gran partido de masas. Eso
no ocurriría antes.
Lo que ocurre colegas diputados, es lo siguiente. Ustedes, los adecos,
todavía están creyendo, al parecer, que lo determinante es la composi-
ción general de un partido político: una enorme masa de obreros y de
campesinos, y eso los convierte en intocables, en demócratas que siempre
tienen el derecho de insultar a los demás. Eso no es lo determinante. Más
importante que eso es la obra que realiza ese partido. Un partido puede
tener millones de obreros, como el Partido Laborista inglés, y no son los
obreros quienes determinan el rumbo de ese partido, sino la camarilla
dirigente que realiza una política reaccionaria contraria a los intereses
del pueblo trabajador inglés. El Partido Socialista de Francia tiene millo-
nes de obreros y tuvo muchos más antes y, sin embargo, la política trai-
dora de la camarilla dirigente de ese partido ha reducido a la nada a esa

383
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

flor y nata de la clase obrera francesa, que siguió y sigue particularmente


todavía al partido y Guy Mollet. Eso mismo ha pasado con ese caudillo,
tan impopular hasta en sus propias filas hoy en día, que llaman Rómulo
Betancourt, que traicionó el Programa y traicionó al pueblo que lo con-
dujo al poder victoriosamente.
Nosotros analizamos objetivamente no solo la composición social de
un partido, sino el fruto de sus tareas desde el poder, su comportamiento
en la lucha de clases, su comportamiento frente al enemigo común de
los pueblos poco desarrollados como el nuestro, frente al imperialismo
norteamericano, al cual los partidos de gobierno en Venezuela le han
entregado enormes riquezas y le seguirán entregando en la medida de lo
posible todo cuanto les pidan. ¡Ahí tienen a los gobernadores de Puerto
Rico, niños mimados de Betancourt y de Acción Democrática! ¡Fíjense
lo que están haciendo contra Venezuela en estos momentos, porque se
imaginan que es necesario que esté Acción Democrática en el poder para
que Rómulo Betancourt siga sirviendo a Estados Unidos! ¡Así como los
gobernadores de Puerto Rico sirven desde el poder en beneficio de los
intereses norteamericanos!
Aquí hemos oído una desesperada intervención del diputado Morales,
quien pretende presentarse como el que hizo todo para llevarnos del
Parlamento a la prisión. Pero nosotros tenemos buena memoria y recor-
damos que Betancourt dijo muy categóricamente: “Yo soy el único res-
ponsable”, por un imperativo y no sé qué cosa de la historia... Algo así
empezaba, muy cursi por cierto, la cuestión, pero el contenido era que
nos metía presos. En eso no era cursi, en eso se portaba como un machete
(Risas). Entonces, ¿a qué viene ese deseo inmoderado de figuración de
Morales por la televisión y en esta Cámara, diciendo cosas que, realmen-
te, a uno lo ponen en guardia, porque la modestia está ausente de toda
intervención de este personaje y el pueblo venezolano no admite esa des-
aforada vanidad de ciertos personajes?
Por ejemplo, cuando ataca a Pérez Jiménez, dice que haber anulado
esa senaduría, la que sacó más votos en el Distrito Federal, es un acto
que fortalece a la democracia. ¡Señores, eso es lo que desacredita a la
democracia! Porque al pueblo de Caracas y al pueblo de Venezuela se le
dijo: “Vamos a unas elecciones libres, voten por el que quieran”. Y el pue-
blo de Caracas votó por Pérez Jiménez (Aplausos). Yo no tengo nada que

384
Jesús Faría

ver con Pérez Jiménez. Pérez Jiménez tiene cuentas pendientes conmigo,
que no me las va a pagar nunca, porque él forma parte de ese sindicato
protegido por Dios, de los que son mayoría y están mejor armados toda-
vía. Pero a mí sí que me interesan esos 168.000 caraqueños que votaron
por Pérez Jiménez, porque son parte de mi pueblo, al cual se le engaña
diciendo que puede votar por quien quieran y después se le arrebata la
victoria. ¡La victoria del pueblo de Caracas es Pérez Jiménez, le guste
o no le guste a Acción Democrática! (Aplausos). Por eso es que es una
farsa la democracia. Ustedes tenían que haber dicho: “No pueden votar
por Pérez Jiménez, y la tarjeta del indio no se las entrego porque no hay
democracia”. No estar con la farsa, tratando de ser demócratas frente a
un pueblo que está en minoría y, cuando el pueblo se pone en mayoría,
recurren a cuatro funcionarios adecos para que anulen las elecciones.
Esa es una estafa vulgar.
Nosotros siempre hemos dicho que los partidos comunistas solo son
tolerados cuando no tienen fuerza, y así es. La democracia tolera ciertas
fuerzas a condición de que sean débiles, de que no sean una amenaza.
Hablemos claro. Yo, por ejemplo, hablando francamente, no habría per-
mitido la participación de la Cruzada Cívica. ¡Ah...!, pero ellos tenían sus
cálculos: “Vamos a darle a la Cruzada Cívica la posibilidad de que lancen
al general Pérez Jiménez de candidato a la Presidencia de la República
para que le quite votos a Caldera”. Pero, resulta que el tiro les salió por
la culata, como dijo nuestro querido camarada caroreño, Héctor Mujica,
y los perezjimenistas le zumbaron los votos en masa a Rafael Caldera.
(Aplausos).
El Presidente. –(Interrumpiendo): Honorable colega: Ha vencido la
hora reglamentaria, pero para no interrumpir su discurso, la Presidencia
va a prorrogar por media hora más la sesión. (Aplausos).
El orador –Muchas gracias, camarada presidente. (Risas). Por lo vis-
to, me queda menos tiempo del que yo pensaba. Voy a renunciar a una
serie de cosas que me hubiera gustado decir, pero cuando vuelva a haber
elecciones las voy a decir, porque yo me pienso retirar pronto de acá.
Quiero referirme a un problema muy interesante, colegas. El proble-
ma de la pena de muerte y el artículo 250 de la carta magna. Con la venia
de la presidencia voy a dar lectura a este artículo. (Asentimiento). Dice
así: “Capítulo III. Derechos Individuales. Artículo 58 .–El Derecho a la

385
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

vida es inviolable, ninguna Ley podrá establecer la pena de muerte ni


autoridad alguna aplicarla”.
Sin embargo, el presidente Betancourt ordenó disparar a matar con-
tra el pueblo de Venezuela y los subalternos dispararon a matar contra
el pueblo de Venezuela. Los aparatos de seguridad –ya se ha dicho aquí
por todos los camaradas de la bancada– asesinaron numerosos presos
políticos, centenares de hombres presos fueron asesinados.
Aquí se habla mucho de los crímenes horrendos. El colega José Vicente
Rangel se refirió a ellos. Yo pregunto: ¿Cuántos presos hay en las cárceles
de Venezuela por los crímenes horrendos cometidos por el Gobierno de
Betancourt y después por el Gobierno de Leoni? ¿Cuántos presos hay
en la cárcel por el asesinato, por el crimen horrendo de Alberto Lovera?
¿Cuántos presos hay en la cárcel por el asesinato, crimen horrendo,
contra Donato Carmona, obrero de sesenta años, miembro del Comité
Central del Partido Comunista de Venezuela? ¿Cuántos presos hay en las
prisiones por el asesinato horrendo a Alí José Paredes en presencia de su
mamá y de sus hermanas? ¿Cuántos presos hay en la prisión por el ase-
sinato a mansalva del camarada Nelson Ramón López? ¿Cuántos presos
hay en las cárceles por alguno de nuestros centenares de camaradas que
fueron asesinados fría y conscientemente por los aparatos de represión
de los gobiernos de Betancourt y Leoni, empezando por el camarada José
Gregorio Rodríguez? ¡Ah!... ¿es que los crímenes cometidos por la Digepol
y el SIFA son muy simpáticos, son muy bellos, no son horrendos. ¿Esa
desvergüenza de venir a acusar a otros de cosas que tienen menor importan-
cia, menor gravedad que la que uno mismo ha cometido es lo que se ha oído
aquí por parte de algunos diputados de la bancada de Acción Democrática.
El día que ustedes admitan y reconozcan que se cometieron esos críme-
nes y que es necesario castigarlos, porque inclusive perjudican el nom-
bre de su propio partido, ese día tendrán autoridad moral para acusar a
quienes cometen crímenes horrendos contra su propia gente y para ana-
tematizar a quienes cometen esos crímenes. Nosotros tampoco somos
partidarios de los crímenes. Lo que pasa es que toda lucha impone cues-
tiones muy graves. Yo, por ejemplo, jamás dije en la campaña electoral
que Gonzalo Barrios era responsable del asesinato de Lovera. Lo que sí
dije, y sospecho que es cierto, es que él sabe quiénes fueron los asesinos y

386
Jesús Faría

los encubrió, lo mismo que el fiscal Lozada. Lo saben, porque no pueden


ignorarlo.
Y ¿qué es lo que dice el expresidente Leoni? “¡Esos fueron los comu-
nistas que lo mataron!”. Eso es lo que él dice. Y ¿qué era lo que pasaba?
¿Ustedes recuerdan el crimen donde perdió la vida la esposa del capi-
tán Ribero Pérez? Pues bien, de ese crimen se le ocurrió al gobernante
“democrático” acusar a los comunistas. Y cuando estalló la bomba en las
manos de la esposa del exdiputado Rangel, en seguida el presidente de
la República dijo: “¡Esos fueron los comunistas!”. Por supuesto, eso les
resta autoridad. No tiene autoridad moral Leoni, no la tiene para acusar
innoblemente a un rival acorralado, aprovechándose de la ventaja que le
da la más alta magistratura de Venezuela para denigrar contra los hom-
bres que se encontraban en prisión.
El colega Humberto Celli nos reprochó aquí que nosotros no nos fui-
mos a la montaña y prácticamente nos acusó de cobardes. No se pue-
de hablar mucho de la cobardía y del valor, porque eso es muy relativo.
Nosotros, mal que bien, hemos defendido el honor de nuestro partido.
Aquellos camaradas del Comité Central que fueron designados para ir
a las montañas, fueron a las montañas. Otros, fuimos a la prisión. Cier-
tamente, el diputado Celli tiene razón cuando nos acusa (no fue exacta-
mente lo que dijo, pero en el fondo eso fue lo que quiso decir) de habernos
quedado aquí en la Cámara. Eso sí estuvo mal. Nosotros hemos debido
irnos a la montaña. Eso es cierto, porque allí estábamos más a salvo que
aquí. Con un fusil automático en la mano. ¡Bueno... ya eso es otra cosa!
Pero aquí ¿a merced de cualquiera...? En ese sentido la crítica es justa.
Porque si nosotros estábamos en guerra, debíamos estar en guerra de
verdad y no unos en guerra y otros en el Parlamento. En ese sentido reco-
nozco, ante Venezuela, que en mi caso particular, cometí un error al no
irme a las montañas, independientemente de cuál fuera mi actitud frente
a este problema dentro de mi partido. La disciplina proletaria, que yo
siempre he acatado, me obligaba a irme a la montaña. No se me designó
y no me fui, pero he debido irme de todas maneras. Le habríamos dado
una gran fuerza moral a nuestros guerrilleros.
Paso ahora a hablar del problema de la violencia y de la pacificación.
Aquí se nos ha acusado de muchas cosas, sobre todo por parte del colega
Canache. Quisiera que en su intervención posterior a la mía nos explicara

387
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

un poco de los muertos de Barcelona, pues el doctor Guzmán Lander


sostiene que fue usted quien dio la orden de fusilamiento a una gente
que en todo caso estaba rendida, pues las balas le entraron a todos por la
espalda. Esos son crímenes inútiles, innecesarios y queremos ponerlos en
claro, para que se acabe la “murmuradera” y se sepa quién es el respon-
sable de esos asesinatos. No había allí miembro del Partido Comunista.
Era gente de URD, de otras tiendas políticas. Si ellos los han olvidado,
nosotros no, porque se trata de un hecho monstruoso... (Alguien se ríe en
la bancada de Acción Democrática). No es para reírse, mi querido ami-
go. Son cadáveres que se amontonaron en su propio pueblo, gente de su
propio pueblo (Aplausos), y es necesario tener una actitud responsable y
seria frente a ese crimen monstruoso del Barcelonazo.
Nosotros, en estas luchas, hemos tenido bajas, como dijo el diputado
camarada Gustavo Machado. Nosotros, los muertos en combate ni los
cobramos. Como dijo Castro, muertos en combate, no los cobramos ni los
pagamos. Pero los hombres asesinados después de presos, eso ya es una
cosa distinta. No venimos a “pedir cacao”. Estamos en la discusión de un
problema y el diputado Canache nos decía que eran las mismas cosas de
siempre. Eso no es cierto. Nosotros teníamos seis años sin entrar a este
Parlamento. Usted está equivocado, usted le oyó eso a otro, a nosotros
no. Nosotros en seis años no hemos estado aquí. Traemos estos casos a
la Cámara, porque los muertos son nuestros, y no olvidamos a nuestros
muertos. En ese sentido, los comunistas tenemos una característica muy
especial. Jamás olvidamos a nadie. Nosotros no hubiéramos dejado el
cadáver de Ruiz Pineda donde quedó, nos lo habríamos llevado, así como
nos llevamos el cadáver de Livia Gouverneur, a quien nos la asesinaron.
No obstante que nos estaban tirando una ráfaga de ametralladora, nos
llevamos su cadáver. (Un diputado pregunta por el cadáver de Stalin)
Bueno, querido camarada, el cadáver de Stalin no está metido en estas
cosas. Stalin no necesita que lo defiendan, porque él se defendía solo.
Ese no era ningún pelo... Hasta después de muerto hay quien todavía le
tienen miedo a Stalin. Y si es verdad –como se dice– que Stalin cometió
excesos, lo cierto fue que hizo una obra cumbre y se enfrentó como los
buenos al enemigo de clase. Eso es lo importante al hacer al análisis de
la historia.

388
Jesús Faría

El problema de la pena de muerte aplicada arbitrariamente en


Venezuela no tiene “vuelta de ojo”. Eso está claro. Yo voy a leer un artí-
culo que fue muy discutido y ampliamente comentado en 1959 por los
constitucionalistas que trabajaban en la Comisión donde yo estaba, no
trabajando, pero sí oyendo un poco. Naturalmente, no era constitucio-
nalista, pero era político, y político obrero y político comunista. Es el
famoso artículo 250 de la Constitución. Con la venia de la presidencia
(Asentimiento) voy a leerlo. Este artículo dice así: “Esta Constitución no
perderá su vigencia si dejare de observarse por acto de fuerzas (como
ocurrió con Betancourt y Leoni, cuando perdió su vigencia por acto de
fuerza) o fuere derogada por cualquier otro medio distinto del que ella
misma dispone. En tal eventualidad, todo ciudadano, investido o no de
autoridad, tendrá el deber de colaborar en el establecimiento de su efec-
tiva vigencia. Serán juzgados según esta misma Constitución y las leyes
expedidas en conformidad con ella, los que aparecieren responsables de
los hechos señalados en la primera parte del inciso anterior, y asimis-
mo los principales funcionarios de los Gobiernos que se organicen sub-
secuentemente, si no han contribuido a restablecer el imperio de esta
Constitución. El Congreso podrá decretar, mediante acuerdo aprobado
por la mayoría absoluta de sus miembros, la incautación de todo o parte
de los bienes de esas mismas personas y de quienes se hayan enriquecido
ilícitamente (Señala a la bancada de Acción Democrática) (Aplausos), al
amparo de la usurpación, para resarcir a la República de los perjuicios
que se le hayan causado”. Entonces, ¿cuál es la alharaca? ¿Qué no se han
debido alzar? ¿Qué es traición a la patria pelear contra Betancourt? ¡No
juegue, hombre! (Aplausos). ¡Traición a la patria será no pelear contra
quien está asesinando a los venezolanos amarrados con una cadena! La
traición a la patria es un delito político que lo ponen en los papeles todos
los partidos mayoritarios para aplicárselo a sus enemigos políticos. Esa
es una cosa de presunción. Siempre ha sido así. Así fue con Piar, así fue
con Matías Salazar, así fue con todos. ¡Eso no es así! La traición a la
patria ¿qué es? ¿Pelear? ¿Qué ha hecho nuestro pueblo sino pelear toda
la vida, con las armas en la mano? ¿Qué hizo Zamora? ¿Qué hizo Páez?
¿Qué ha hecho todo el mundo? ¿Qué se decía cuando Bolívar y Miran-
da se alzaron? Que eran traidores a dios. Y cuando yo me inscribí en el
Partido Comunista había un inciso en la Constitución que decía: “Son

389
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

traidores a la patria los que repartan hojas con la doctrina comunista y


les esperan veinte años de presidio”.
Sin embargo, nos inscribimos en el Partido Comunista. ¿Esos son
delitos que se le pueden aplicar a un combatiente? Traición a la patria
considero yo, por ejemplo, entregarle al imperialismo las riquezas natu-
rales de Venezuela para que se lleven beneficios anuales iguales al 33%
del capital invertido, como ocurrió aquí en el año 1962 (Aplausos). ¿Qué
me dicen de eso los colegas de las bancadas mayoritarias? ¿Qué vamos
a hacer frente a ese drama de Venezuela expoliada y descapitalizada,
saqueada, lo mismo que el pueblo de Venezuela?
El camarada Eduardo Machado, diputado nuestro, con ese complejo
que le han creado diciendo que él exagera (¡mentira, no exagera nada!)
dijo que diez mil obreros habían sido despedidos por las compañías
petroleras en ocho años. ¡Mentira! Son dieciséis mil trescientos obreros
despedidos de la industria petrolera. Él se quedó corto. Esa es la verdad.
Y ¿qué vamos a hacer frente a esta cuestión? Si lo que se hizo el 30 de sep-
tiembre fue para acabar con la violencia, ¿por qué no se acabó con ella?
La violencia sigue intacta. Eso es ganas de atropellar al enemigo político.
Eso es todo. Eso es lo que ha ocurrido con este proceso de los parlamen-
tarios: deseos de atropellar al enemigo político.
Aquí se nos ha criticado de una manera velada por qué nosotros no
atacamos a Copei. Lo atacamos antes de las elecciones. Está en todos
los documentos. Lo que pasa es que ustedes no leen los documentos del
Partido Comunista. Ningún partido ha dicho de Copei, oficialmente, lo
que ha dicho el Partido Comunista de Venezuela. No voy a leer aquí esos
documentos, porque no tengo tiempo. Lo que ocurre es que ese Gabinete
de derecha (nosotros lo dijimos desde antes de formarse), que fatalmente
tenía que ser un Gabinete de extrema derecha y que no había posibilidad
de centro-izquierda, sino de centro-derecha, en el mejor de los casos (lo
dijimos), ha tomado ciertas medidas que a los colegas que son diputa-
dos de partidos con once años de vida legal no les da ni frío ni calor,
la de rehabilitar al Partido Comunista; pero a los comunistas sí nos da
una gran emoción tener legalizado nuestro partido. Los colegas de los
otros partidos no sienten la misma emoción que sentimos nosotros, aun
cuando algunos sí sienten gran emoción, y se lo agradecemos. El que el
presidente Caldera sobresee las causas de Pompeyo Márquez y Guillermo

390
Jesús Faría

García Ponce, para nosotros es una gran victoria popular porque eso va
contra la política reaccionaria de Rómulo Betancourt, seguida por Raúl
Leoni, que mantenía a nuestros camaradas en una situación desventajosa
frente al resto de la población. Ustedes no tienen por qué sentir esa emo-
ción. Y nosotros tenemos que tomar en cuenta –como dije al principio– no
solo la composición de clases de un partido determinado, sino los hechos
objetivos, juzgados objetivamente. Y asimismo es con el Ejército. No niego
el papel importante que ha desempeñado el Ejército en Venezuela, empe-
zando porque aquí no había un partido de vanguardia que luchara por
la independencia. Fue el Ejército venezolano, fundándose y marchando,
el que conquistó nuestra libertad. He ahí su gran victoria histórica y de
allí parte toda su trayectoria. Luego, el Ejército se va acomodando a la
clase social que disfruta el poder y por eso es que cada vez que tenemos
una huelga petrolera (como la de 1936-1937 o la de 1950), el Ejército, en
lugar de ser neutral (no lo es, ni puede serlo, ni ha sido nunca neutral),
en lugar de ponerse de nuestra parte, se pone del lado del imperialismo y
nos arruina nuestra victoria.
¿Ustedes se acuerdan lo que se publicaba aquí de nosotros en mayo de
1950, con motivo de la gloriosa, de la inmortal jornada de los trabajado-
res petroleros de Venezuela contra el imperialismo y contra la dictadura?
¡Miren! ¡A mí me decían traidor a la patria en todas las páginas de todos
los periódicos! Y ¿yo soy traidor a la patria? ¡Ay, caray! ¡Qué poco me
conocen! Lo que no soy es traidor a mi clase. Nací en la clase obrera, nací
en medio del hambre y me mantengo en un clima de austeridad, expro-
feso, hasta la muerte. ¿La violencia? ¡Qué más violencia que quitarle el
pan a los trabajadores y botarlos a la calle, al ejército de los desemplea-
dos! (Aplausos). La violencia de unos combatientes que asaltan un ban-
co no vale nada frente a la violencia del farmaceuta que le pide más de
cien bolívares a una madre desesperada que tiene su hija muriéndose y
necesita de una ampolleta para salvarle la vida. Esa es la violencia de las
clases dominantes, a quienes les importa poco que mueran los niños, que
el pueblo muera de miseria, con tal de aumentar sus riquezas y sus divi-
dendos. ¡Vamos a hablar claro! ¡Violencia! ¡Cuarenta guerrilleros contra
cuarenta mil soldados! Y ¿la violencia de la clase burguesa, que explota
inmisericordemente a la clase obrera y que no le importa que esta muera
de hambre? ¿De qué valen los acuerdos floridos de las cámaras con motivo

391
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

del 1.º de mayo, Día Internacional de la Clase Obrera? ¡Eso es basura, eso
es espuma en los quinientos mil hogares sin pan, en los miles de niños
enfermos que no encuentran cómo inyectarse una gammaglobulina! Al
doctor Jorge Dáger tuve que pedirle una ampolleta de gammaglobulina,
para que una mujer desesperada salvara la vida de su hija. Yo no tenía un
centavo con qué comprársela. Fui allí y en presencia de un grupo de per-
sonas, le rogué que la atendieran y el doctor Dáger dio la orden de que se
le atendiera. Pero esa es una mujer que tuvo la suerte de hablar conmigo
y fui con ella hasta donde el doctor Dáger.
Por eso, aquí no se puede hablar de la violencia guerrillera, de la vio-
lencia armada y de las UTC, si no se tiene la autoridad moral que le da
a las personas su preocupación constante por salvar al pueblo venezola-
no de las enfermedades y de la miseria, en un país inmensamente rico,
donde se permite, con el apoyo de instituciones como el Ejército y como
el Gobierno, que se roben más de dos mil millones de bolívares por año.
¿De qué violencia vamos a hablar?
El doctor Grisanti viene ahora aquí a pedir la palabra para plantear
el problema petrolero. ¿Van a tomar acaso banderas limpias con manos
manchadas? Nosotros estamos dispuestos a luchar con todos los que
quieran luchar por la libertad y la independencia económica de Vene-
zuela. Pero no será un partido dirigido por Betancourt y Carlos Andrés
Pérez el que pueda realizar una obra fecunda en beneficio de la economía
venezolana, porque ellos han traicionado los intereses del pueblo y de
aquellos que votaron para llevarlos al poder. Señor Presidente, muchas
gracias (Aplausos).

***

392
Jesús Faría

Discurso pronunciado por Jesús Faría, Secretario General del


PCV, con motivo del Bicentenario del Libertador Simón Bolívar

I
Estimados amigos invitados:
Camaradas:
Yo conocí a Bolívar en 1930, un poco antes que Neruda lo conociera en
las bocas del Quinto Regimiento.
Se cumplían cien años de la muerte del héroe. Y Venezuela había paga-
do sus deudas a los acreedores extranjeros.
Aquello sonaba a rendido homenaje.
Los trabajadores de Lagunillas resolvimos, por nuestra parte, levan-
tar una estatua al Libertador, ya que la inmensa mayoría no habíamos
visto nunca a Bolívar en el bronce.
Se llegó al acuerdo de que se nos descontara un salario a cada uno
para llevar a la práctica la patriótica idea.
Éramos miles de asalariados.
Una compañía petrolera, nos dijeron, vendería el terreno –cien
metros cuadrados– para la futura “plaza” Bolívar en la costa oriental del
fabuloso lago de “seda”, pero en despoblado. Ignoro todavía por qué no
podía ser en el pueblo o en un caserío.
La estatua, un busto asombrosamente minúsculo, quedó prisionera
en un corral, entre alambradas tendidas por la empresa dueña de vidas,
yacimientos y espacios, con una salida al camino desierto.
Aunque analfabetos, nos dábamos cuenta de que nos habían robado
aquellas autoridades formadas por “coroneles” sanguinarios.
Deseo dar excusas por empezar con un relato anecdótico un acto
solemne. Sin embargo, la historia está sembrada en gran parte por anéc-
dotas y en este caso lo hice para dar una idea de cómo eran las condicio-
nes sociopolíticas de Venezuela a cien años de la muerte del Libertador.
Y de cómo serían en 1810 cuando Bolívar y los otros patriotas empeza-
ron la lucha que culminó con la independencia de los pueblos de América
Latina, desde el Caribe hasta las fronteras con la Argentina, un territorio
más grande que el de Europa.
Pienso asimismo que para comprender a Bolívar en toda su grandeza
–su obra colosal– debemos colocarnos imaginariamente en los tormen-

393
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

tosos años que van de 1810 a 1830, cargados de altibajos, avanzando en


zig-zag, retrocediendo, entregando Repúblicas enteras después de haber-
las liberado, moviéndose entre indios y esclavos embrutecidos por la
secular miseria y opresión, razas humanas que habían sido envenenadas
por obispos y gobernantes en un odio recíproco, de modo que cuando los
negros se alzaban, los indios eran usados para someterlos.
Y al contrario, cuando eran los indios quienes protestaban, las auto-
ridades y los clérigos usaban a los negros esclavos para combatir a sus
“enemigos”, los indios.

II
Como sabemos, Simón Bolívar nació nadando en oro y esclavos. Sin
embargo, ni su infancia ni su juventud fueron felices. Quedó huérfano de
padre y madre muy niño todavía. Luego se casó y antes de cumplir vein-
te años de edad ya era viudo. En aquella sociedad ni siquiera un joven
potentado podía asistir a la universidad.
Sin embargo, tuvo maestros de justo renombre: Simón Rodríguez y
Andrés Bello, cuyos conocimientos se complementaban.
Bolívar completa sus conocimientos con viajes por México, Estados
Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia y Austria. Estos viajes y los con-
tactos con personalidades, cuando en Estados Unidos había triunfado la
causa de la independencia y en Francia coronaban a su emperador, que
había derribado monarquías absolutistas con asombrosa pericia militar.
Europa era un enorme caldero en ebullición. A monarca caído, monar-
ca puesto por el emperador, desde España hasta Italia o Egipto y hacia el
norte tendrían lugar acontecimientos tan significativos como la derrota
de Napoleón en Rusia, donde la guerra de guerrillas mostró su enorme
poder en 1812.
Bolívar, que admira al guerrero Bonaparte, no entiende la política de
este. Lo observa tanto en Europa como desde América.
En América, Bolívar conoció a Humboldt y Bonpland, entre otras
personalidades de nombradía. Ellos presentían el traslado de las luchas
desde Europa a Suramérica, pero no veían caudillos y lo decían en pre-
sencia de quien sería el más genial de los caudillos libertadores. Bolívar
los escuchaba y les recordaba que por ahí estaba Francisco de Miranda,

394
Jesús Faría

coronel del Ejército español, soldado peleando por la independencia nor-


teamericana y oficial destacado en los Ejércitos de la República francesa.
Miranda, el Precursor, había tenido una singular experiencia militar
en Coro, 1806, cuando desembarcó en La Vela y todo el pueblo se con-
virtió en una cimarronera que solo tornó a sus hogares, cuando el gene-
ral americano había levado anclas y puesto rumbo a Europa, después de
haber ocupado una ciudad sin disparar un tiro, pero desierta. Los habi-
tantes, guiados por sus clérigos, preferían los montes con sus cadenas,
antes que el hogar libre.
Bonpland sí creía en que el pueblo produciría sus propios conductores
de talento.
En sus viajes, Bolívar chocó a veces con autoridades universalmente
respetadas, en México, en España, donde conoció a su futuro gran rival,
Fernando VII, en Roma, donde el embajador de España lo presentó al
papa Pío VII y durante la audiencia se negó a besar la cruz estampada en
la sandalia pontifical, provocando la cólera del embajador.
Bolívar le contestó a su amigo más bien serenamente: “Muy poco debe
estimar el Papa el emblema del cristianismo cuando lo lleva en sus san-
dalias, mientras que los monarcas más poderosos consideran un honor
llevarlo en sus coronas”.
Comportamiento “irreverente”, pero irrebatible argumento.
A Bolívar no se le olvidó la frase de Humboldt según la cual:
“América está madura para ser libre, pero carece de un gran hombre
para iniciar el movimiento”. Esto se dijo en Europa en 1803. Ni la res-
puesta de Bonpland: “Apenas empiece la rebelión, de ellas, de las masas,
surgirá el caudillo”.
¡Qué personajes y qué diálogo!
Bolívar repitió:
—“Señores, ustedes olvidan al general Miranda”.

III
La situación política en América se sentía explosiva, no podía escapar
a los cambios que tenían lugar en toda Europa.
Observando una tormenta sobre el cerro Bolívar, aterradora maravilla,
uno llega a pensar en los días precursores de la Guerra de Independencia.

395
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Bolívar regresa cargado de ideas y planes en gestación. Confía en


Miranda y que “América ha madurado para ser libre”.
Él sabe que en la corte del rey hay ministros que tienen planes para
dividir a América en cuatro virreinatos y dejarla vivir sin esclavos, con
autonomía para comerciar.
Aranda, primer ministro de Carlos III, tomaba en cuenta lo de Túpac
Amaru en el Perú y de los comuneros en Nueva Granada, aplastados
ambos con la tradicional crueldad por las autoridades del rey.
El influyente ministro conocía la historia y planteó al rey, que sería
difícil para la Corona española continuar dominando por largo tiempo
en tierras tan lejanas de España y tan cercanas a Estados Unidos, Repú-
blica liberada por los Ejércitos de España y Francia, aparte de los colonos
mandados por Washington.
Llegará el día, dijo Aranda, cuando Estados Unidos se transforme en
un gigante, en un coloso que olvidará la ayuda que le hemos dado, para
ocuparse de su propio crecimiento.
Esta potencia, seguía argumentando el ministro, se posesionará de
Florida y establecerá sus dominios sobre el Golfo de México. Luego pro-
curará apoderarse del virreinato de Nueva España. Estos temores no son
vanos y ello ocurrirá en años muy próximos.
Los reyes gritaron: “¡Renunciar a las colonias, al oro americano!”.
Será la ruina del imperio español. Y muy pronto el emperador Carlos IV
destituyó al ministro Aranda, sujeto peligroso que se atrevía a pensar en
un reino de tinieblas.

IV
Cuando triunfa la Primera República en las colonias de habla hispana
–Venezuela en 1811– este era un país con mucho territorio despoblado.
Como en todas las colonias, una insaciable tropa de clérigos y alguaciles
cobraban impuestos y otros tributos sagrados u oficiales, por puertas,
ventanas, bautizos, entierros, matrimonios, mudanzas, viajes, por fiestas
y velorios. Había que pagar por la vida y por la muerte.
Una lluvia de sanguijuelas había caído sobre América y succionaba
hasta dejar sin vida a los americanos.
Bolívar se había traído a Miranda desde Londres.

396
Jesús Faría

La toma del poder resultó fácil, pues se encontró una fórmula, aprove-
chando la captura de los reyes católicos por las tropas de Napoleón. Sin
embargo, en América no mandaba Napoleón, sino los españoles, mejor
armados que los patriotas, con experiencia militar, duchos en la perfidia
y el halago.
A los realistas, que arrancaron desde Coro, les resultó un paseo derro-
tar a los patriotas minados por traidores en Puerto Cabello y por la falta
de cohesión entre Miranda y sus tropas en el frente central. Bolívar inició
su carrera militar con una seria derrota para los patriotas en un fuerte
importante, como lo era la fortaleza de Puerto Cabello.
Luego, una precipitada capitulación de Miranda, quien confió en los
términos firmados por Monteverde, quien nunca pensaba en cumplir
su palabra, terminaron con la Primera República, cuyo pueblo estaba
atemorizado por un terremoto que destruyó la capital y que los curas
aseguraban a los fieles que era un castigo divino por haber declarado la
independencia. Esta actitud de la Iglesia, que capitalizaba la ignorancia
con fines políticos y militares a favor del rey, había arrancado al genio lo
que se consideró como una “blasfemia” que sería implacablemente casti-
gada por “dios”. Bolívar había dicho sobre los escombros de la capital: “Si
la naturaleza se opone a nuestra independencia, lucharemos contra ella y
haremos que nos obedezca”.
De nuevo las tinieblas, se inicia la implacable venganza contra quienes
habían incursionado de primeros por el mundo de la libertad. A Bolívar se
le permite partir para el destierro gracias a la intervención de un amigo
influyente en las filas realistas.

V
Bolívar toca en Curazao, donde las autoridades lo despojan de dinero
y lo colman de vejaciones para congraciarse con las autoridades espa-
ñolas de Venezuela. En la primera oportunidad Bolívar pone rumbo a
Cartagena, donde es recibido de distintas maneras por las autoridades de
Nueva Granada. Bolívar pide recursos para retornar a la patria, a seguir
la lucha por la independencia. Algo le es entregado, pero se le confina a
Barrancas, bajo la condición de no emprender combates, sin el consenti-
miento de las autoridades militares de Cartagena.

397
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Ya en Barrancas, Bolívar ve la oportunidad de batir a las guarniciones


realistas dislocadas en las márgenes del Magdalena. Se pone en marcha
por su cuenta y riesgo y logra victoria tras victoria hasta dejar limpia la
zona de enemigos.
Estas noticias son bien recibidas por unos, pero los militares de
Cartagena lo consideran un insubordinado y le ordenan detener la mar-
cha y regresar para responder ante un tribunal militar por su indisciplina.
Bolívar no atiende a esta orden, porque no tiene sentido, sino que
resuelve acercarse a Cúcuta y sorprender al enemigo.
Esta tentativa tiene éxito y la ciudad fronteriza es liberada, por lo cual el
Congreso de Nueva Granada le concede su primer grado militar de impor-
tancia, mientras que los militares, obedeciendo órdenes de Cartagena, se
niegan a seguir para Venezuela.
Santander, joven valeroso y de talento, sí lo acompaña. También lo
apoya el Congreso de Santa Fe (Bogotá).
Ya en territorio venezolano surge un serio altercado entre Bolívar y su
amigo Santander.
Bolívar, jefe de la campaña, ordena tomar La Grita. Santander se nie-
ga. Bolívar le dice:
—¡Usted cumple la orden o yo lo fusilo o usted me fusila!
Ubicado en tan inesperada disyuntiva, Santander obedece y se pone
en marcha. La Grita es liberada.
Por la lejana frontera andina cogía fuego de nuevo y de un modo nue-
vo la causa de la independencia nacional. Los patriotas liberan lo que hoy
son Táchira y Mérida.
Ya en territorio venezolano, Bolívar se entera de las otomías que se
han cometido contra los patriotas después de la derrota, se da cuenta del
verdadero carácter de la guerra: los realistas no cesan en sus crímenes y
crueldades con la “pacificación”, con la derrota y captura de los soldados
patriotas, sino que, por el contrario, acentúan las matanzas, despojos y
violaciones.
Ya en lo que hoy es Trujillo, Bolívar decreta la “Guerra a Muerte”. Día
15 de junio de 1813, algo así como quemar las naves.
¡Qué lejos quedaba Caracas vista desde los Andes!
Las marchas eran a pie para la tropa, combatiendo de pueblo en pue-
blo. Sin embargo, ante el asombro de propios y extraños, como suele

398
Jesús Faría

decirse, Bolívar se acerca a los valles de Aragua y aprieta el paso hacia


la capital.
Monteverde, el verdugo, huye por mar hacia Puerto Cabello.
Y el oficial que ha sido encargado para defender la plaza, tampoco
espera la entrada del futuro libertador.

VI
¡Cómo había cambiado el mapa político-militar en dos años!
Bolívar es proclamado Libertador. La capital desborda alegría. Sue-
nan fanfarrias y las flores cubren a los libertadores. Y no era para menos,
pero ¿cómo había sido posible empezar, desde tan lejos con tan pocas
tropas y avanzar sin derrotas hasta Caracas?
Bolívar había aprendido, sobre la marcha, el arte militar. Tomó en
cuenta las tácticas de Monteverde en 1812; avanzar con audacia sobre un
rival que espera, que no sale al encuentro. Aquello había perdido a los
patriotas, ahora perdía a los realistas.
Sin embargo, la independencia no estaba sellada y Bolívar lo sabía.
Por los Llanos campeaba un Ejército mandado por Boves, del cual se ha
dicho que era un Ejército realista de clase, algo desconocido en la historia
de las guerras por aquellos tiempos.
Por Oriente habían sido derrotados los realistas, pero entre los vence-
dores de Oriente y los de Occidente faltaba la necesaria unidad, el enten-
dimiento. Los jefes militares de Oriente no reconocían al Libertador
como jefe supremo.
A Bolívar lo consideraban como uno más entre sus iguales, por no
decir uno menos que ellos.
Cuando Boves y su caballería avanzan con salvaje impetuosidad hacia
los valles de Aragua, Bolívar les sale al encuentro, pero es derrotado en
La Puerta.
Caracas pide a los jefes orientales ayuda militar para salvar la patria
amenazada, pero Mariño, Bermúdez, Piar y otros no atienden el llamado
de la patria grande y prefieren permanecer fuertes en la patria chica.
Muy pronto los libertadores tienen que abandonar la capital y ponen
rumbo a Barcelona, por tierra. Una gran masa de civiles lo sigue, pues lo
de guerra a muerte no es cuento, sino una terrible amenaza, tanto para
soldados como para civiles.

399
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

En Oriente espera al Libertador una crítica despiadada por parte de


quienes le habían negado apoyo para defender la capital. Era evidente:
todavía Bolívar tendría que recorrer largo trecho para lograr el reconoci-
miento como jefe único.
La situación cobró tal hostilidad que llegó hasta los intentos de lances
personales.
No había lugar para el vencido. Bolívar así lo entiende y debe abando-
nar un territorio donde sus compatriotas con mando de tropas lo culpan
por las penalidades propias de las guerras, en un país donde todavía no
se había dicho la última palabra.

VII
Bolívar vuelve a Cartagena, esta vez con fama ganada en los campos
de batalla, pero derrotado al fin y al cabo, aunque la derrota era tempo-
ral, como lo comprenden los congresantes de Nueva Granada, quienes le
brindan nuevamente apoyo militar.
Sin embargo, los militares de Cartagena, sus viejos rivales, Castillo,
Labatú y otros, se niegan a unir sus fuerzas con aquellas que le han sido
concedidas al Libertador.
De nuevo los enfrentamientos, las rivalidades y los celos políticos
impedían la unidad para enfrentar al enemigo común. Lo de Cartagena
era como una copia al carbón de lo ocurrido en el oriente de Venezuela,
aunque esta vez Bolívar disponía de fuerzas, pero no quiso utilizarlas
en una guerra civil entre colombianos. El Libertador cede nuevamente.
Rechaza el combate fratricida. Prefiere abandonar Nueva Granada y se
va a Jamaica, donde lo espera un exilio de amarga austeridad forzada.
Nadie quiere atender sus planteamientos para reemprender la lucha por
la independencia de su patria.
Bolívar escribe, dialoga y espera hasta desesperar; hasta que, por fin,
el gobierno de Haití, país liberado por los negros esclavos, quienes pelea-
ron valerosamente hasta derrotar a las tropas de Napoleón, le brinda
suficiente apoyo logístico para poner proa a las costas venezolanas. Ya en
tierra firme, El Libertador choca con el enemigo en camino a Caracas, vía
Barcelona, y es rechazado con pérdidas considerables.
De nuevo se enciende la crítica injusta y desproporcionada contra
Bolívar por parte de Mariño, Piar, Bermúdez y otros, quienes lo acusan

400
Jesús Faría

de atraerse derrotas dondequiera que aparece. El clima entre los patrio-


tas se vuelve irrespirable para Bolívar y de nuevo, por tercera vez en un
corto tiempo, debe buscar refugio –y recursos– entre los amigos del exte-
rior para continuar la lucha en el interior de Venezuela.
Petión, jefe negro de Haití, hombre comprensivo y con visión de futu-
ro, no abandona a su amigo en la desgracia, sino que le reitera la ayuda
indispensable, pues él tiene un interés especial en la liberación de los
esclavos en toda América y sabe que Bolívar cumplirá su palabra de libe-
rarlos en Venezuela, una vez haya triunfado la causa de la independencia
de este país. Con la ayuda material y humana de Petión, su amigo y pro-
tector, Bolívar vuelve a Venezuela y se instala en Angostura, donde reúne
al Congreso, toma aliento y traza planes basados en la experiencia y en
las realidades militares.
En esta plaza, que hace fuerte a Bolívar, tienen lugar acontecimientos
importantes para la historia civil y militar de nuestra patria: la Consti-
tución proyecta un Estado menos ideal que aquel de 1811. El jefe político,
Bolívar, es fortalecido con el alto mando militar, lo cual permitirá impri-
mir a la guerra una mayor cohesión y dinamismo.
Por estos tiempos Piar, general valeroso y afortunado hasta el momen-
to, de nuevo actúa por su propia cuenta, no solo sin Bolívar, sino inclusive
contra este, según planteamiento político contra los “mantuanos”, para
referirse al Libertador.
Bolívar hace un resumen de la actividad indisciplinada del general
Piar y ordena que sea sometido a un tribunal militar, el cual lo encuentra
culpable y lo condena a muerte, confiando al parecer en que el jefe supre-
mo le conmutaría la pena, pero Bolívar no lo hace así. Y el general Piar
es fusilado.
El fusilamiento de Piar, que todavía se discute, calmó los ánimos en
el campo patriota. Ahora Mariño, Bermúdez y los otros reconocen como
jefe supremo y presidente al Libertador.

VIII
Bolívar se toma solo el tiempo indispensable para abrir campaña,
esta vez por los llanos de Nueva Granada, donde se une a Santander y se
ponen en marcha. Caen por sorpresa sobre la guarnición de Pantano de

401
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Vargas donde derrotan a los realistas y de inmediato sobre Boyacá, plaza


fuerte de las tropas del rey.
En Boyacá cuando los realistas huyen, Bolívar es consultado y
responde:
—¡Rematad a los godos!
Y los godos fueron rematados.
Está claro que Bolívar, como otros grandes jefes militares, pudo haber
reflexionado: “A enemigo que huye, puente de plata”, pero no lo hizo así.
Eran tiempos de patria o muerte, de libertad o muerte.
Caen prisioneros mil quinientos realistas, entre estos el traidor prin-
cipal de Puerto Cabello en 1812, un tal Vinoni Fernández, quien es ahor-
cado en el acto.
Ya en Santa Fe, Santander ordena el fusilamiento de 37 oficiales españo-
les en el mismo lugar donde los realistas habían ajusticiado a Olavarrieta y
a sus seguidores.
Es decir, los patriotas habían aprendido el único lenguaje que enten-
dían los realistas: la violencia.
Lo que restaba del Ejército realista organizado se refugió en Popayán
y Pasto, reductos de la más negra reacción encabezada por los obispos. Se
le ofrecieron condiciones honorables para su rendición, pero las rechaza-
ron. Habría, pues, que batirlos.

IX
Consolidadas las posiciones conquistadas en Nueva Granada, El
Libertador retorna a Venezuela y traza los planes para un gran
enfrentamiento.
Mueve sus ejércitos desde Oriente y desde los Llanos hacia el centro
del país, donde por fin concentra una poderosa fuerza.
El enemigo también tenía sus planes y concentró sus efectivos para
un choque, que sería prácticamente decisivo. La llanura de Carabobo se
convirtió en teatro y testigo de dos estrategias militares, dos escuelas.
Aquí, en este lugar ahora sagrado para los venezolanos, Bolívar resultó
superior a sus veteranos enemigos.
En Carabobo triunfó la patria. Aquí fue sepultado un imperio que
había campeado por sus fueros durante más de 300 años.

402
Jesús Faría

En Carabobo triunfó la libertad sobre el sometimiento y la esclavitud.


Venezuela era libre, ahora sí.

X
Por aquellos tiempos Morillo, el “pacificador”, de los vencedores con-
tra Napoleón, escribía al “rey, su señor”, entre otras cosas, las siguientes:
“Nada es comparable a la incansable actividad de este caudillo (se
refería a Bolívar), su arrojo y su talento son títulos para mantenerse a la
cabeza de la revolución y de la guerra”.
“Él es la revolución”.
Así era. A partir de 1810 Bolívar se había convertido en un revolu-
cionario profesional, en funcionario a tiempo completo de la causa de la
independencia. Para él no había otra vida como no fuera el combate por
la libertad.

XI
Liquidado el problema militar en Venezuela, Bolívar vuelve a Nueva
Granada, donde elabora planes para limpiar de godos a Popayán y Pasto.
Limpiada Nueva Granada de enemigos realistas, pasa al Ecuador, por
donde anda su fiel discípulo, guerrero de talento y valor, el joven Antonio
José de Sucre. Aquí los problemas principales quedan resueltos con la
victoria patriótica lograda por Sucre y sus oficiales en Pichincha, 24 de
mayo de 1822.

XII
Ahora Bolívar se detiene para tomar aliento y preparar nuevos planes,
no solo militares, sino fundamentalmente políticos y diplomáticos. Se
produce el histórico encuentro entre Bolívar y San Martín en Guayaquil,
a orillas del Pacífico, 1822.
Aquí se logra el entendimiento, según el cual Bolívar con sus ejérci-
tos avanzarían hasta libertar al Perú, donde los realistas habían reunido
grandes fuerzas y disponían de enormes recursos bien guardados en las
montañas.

403
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

XIII
Ya en el Perú, Bolívar y Sucre se reparten las tareas. Mientras el
Libertador bajaría para liberar Lima y El Callao, Sucre mantendría en
jaque permanente a los realistas, atrayéndolos a una lejana altiplanicie
denominada “Rincón de los Muertos” o Ayacucho. En este lugar chocaron
grandes fuerzas de lado y lado. Y de nuevo, como en Carabobo, la pericia
militar de los americanos compensó la superioridad que le llevaba en
hombres y pertrechos el enemigo.
Con esta victoria patriótica quedaba libre el fabuloso imperio de los
incas, país grande y rico, país de oro y esclavos.
Cuando estaba por terminar la liberación del Perú, Bolívar recibe la
información oficial de que el Congreso de Nueva Granada lo ha destitui-
do del cargo de presidente, argumentando, al parecer, que Bolívar, victo-
rioso en el Perú, se convertiría en un jefe todopoderoso.
Bolívar comenta este hecho con palabras breves y llenas de contenido:
“Felices los que mueren para no ver el final de este sangriento drama.
Y, por triste que sea nuestra muerte, será con seguridad más alegre que
nuestra vida”.

XIV
Con la victoria de Ayacucho, los sueños de independencia y libertad
se convirtieron en realidad. América había roto para siempre las cadenas
de la esclavitud.
Bolívar, El Libertador, emergía ante el mundo como uno de los gran-
des visionarios de la historia.

XV
El día 7 de febrero de 1825, cuando Sucre entró en La Paz, ya la plaza
había sido liberada por los guerrilleros. Y unos días después todo el Alto
Perú quedaría libre por completo.
¡Qué jornada, señores!
¡Desde Cumaná hasta La Paz, combatiendo en terrenos desconocidos,
tomando fortalezas y liberando plazas fuertes!
Liberado el Alto Perú, Bolívar comprende que vendrán problemas
relacionados con la pertenencia de este territorio, asignado al Perú hasta
1778 y, a partir de esta fecha, al Reino de la Plata, es decir, a la Argentina.

404
Jesús Faría

Sin embargo, este problema fue resuelto por los propios habitantes
de este territorio, quienes sobre la marcha convocan un congreso que se
reúne en Chuquisaca y crean la República Bolívar.
Poco tiempo después una delegación del gobierno argentino se reúne
con Bolívar y reconoce la independencia del nuevo país.
En abril de 1825 los tribunales peruanos condenaron a muerte a unos
militares traidores. Hubo peticiones de clemencia ante el Libertador,
pero este se negó a concederla.
Bolívar no olvida los sufrimientos que padecen Puerto Rico y Cuba,
pero los mandos que se han hecho fuertes en Bogotá, Quito y Caracas,
después de quince años de guerras, no respaldan, por los momentos,
tales planes. Habría que esperar.

XVI
Ahora Bolívar prepara el Congreso Anfictiónico de Panamá, sin la
presencia de Estados Unidos.
El Libertador tiene sus planes, pero sus lugartenientes también tie-
nen los suyos.
Bolívar tiene todos los poderes militares y civiles, pero se va despo-
jando de ellos uno por uno.
Preocupan al Libertador otros asuntos: “Observe, usted, atentamen-
te, le dice a su Secretario, en el norte tenemos a Estados Unidos, nuestro
poderoso vecino, cuya amistad con nosotros se basa en la pura aritméti-
ca: ‘Te doy tanto a cambio de que me des el doble’. Estados Unidos ocupa-
ron la Florida. Santander me escribe que apuntan a Cuba y Puerto Rico.
Si los mexicanos se dejan, se tragan Texas y tal vez a México entero. Los
españoles no son ya un peligro para nosotros; el peligro principal son los
anglosajones, que son poderosos, implacables e insaciables”.
Más adelante habla de la mezquindad de los hombres de Gobierno.
Santander se ocupa solo de Nueva Granada, Páez no quiere someterse a
Bogotá, el Ecuador trata de separarse y la situación en el Perú tampoco
es brillante.
Admitía asimismo que “para todos esos Riva Agüero y Torre Tagle,
mantuanos del Perú, nosotros los colombianos, no somos más que unos
despreciables ‘mulatos’ y ‘zambos’, promotores de la igualdad universal”.

405
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

“Pues, bien, concluía, trataremos de justificar opinión tan halagüeña


para nosotros”.

XVII
Ahora bien, ¿cómo están nuestras cuentas con el legado de Simón
Bolívar? Cada clase social tiene su propia óptica de cómo se deben hacer
las cosas para merecer el honor de llamarse bolivariano. Páez y los suyos
se volvieron latifundistas.
Los otros del siglo XIX ya sabemos cómo aprovecharon el poder para
fines personalistas.
En todo caso, no hay un solo gobierno republicano que no haya robado
y permitido el robo, a pesar del Decreto de Pena de Muerte para los ladro-
nes del Tesoro público firmados por Bolívar el día 12 de enero de 1824 y
que todavía está en vigor.
Ahora mismo en esta etapa de gobiernos “democráticos” ha florecido
como nunca el peculado. Los robos y fraudes de los gobernantes suman
miles de millones en cada período constitucional.
Y los ladrones son condecorados. A la sombra de los gobiernos se
cometen los peores abusos contra los intereses nacionales.
Cada cinco años aparecen nuevas colonias, nuevos barrios de lujosas
residencias de venezolanos en Estados Unidos y en otros países. El nom-
bre de Bolívar es usado para fines innobles por políticos corruptos tanto
en Venezuela como en los otros países bolivarianos.
Y los comunistas, ¿cómo se han comportado?
Las personas que organizaron el Partido Comunista de Venezuela,
marzo de 1931, bajo el terror de la tiranía gomecista, tienen un cierto
parecido al Libertador, cuando este se enfrentó al terror de los reyes
católicos y abrazó para siempre la causa de la libertad. Porque Bolívar
en las derrotas no fue comprendido. Aquellos que le retiraron su amis-
tad y su confianza cuando fue designado dictador de Perú, porque sería
demasiado poderoso, fueron los mismos que le negaron ayuda cuando
era demasiado débil.
Bolívar remontó una y otra vez, partiendo de cero, hasta la cumbre de
la victoria. Y cuando murió estaba de nuevo en cero.
Aquel personaje sin recursos de diciembre de 1830 fue y es la más
terrible acusación contra sus enemigos.

406
Jesús Faría

Si Bolívar hubiera sido lo que dicen las historias que quiso ser, nadie
lo habría podido evitar. Y en todo caso, no habría muerto en la pobre-
za, casi solo, sin poder retornar a su patria de nacimiento porque se lo
habían prohibido los gobernantes de turno.
Los comunistas hemos tomado de Bolívar la austeridad, la firmeza
frente al imperialismo, la renuncia de algunos de nuestros dirigentes a la
buena vida por la otra cargada de peligros. También hemos aprendido de
Bolívar el rechazo a las tiranías, con las cuales jamás nos hemos codeado
en paz.
Sabemos que no es fácil ser bolivariano de verdad, porque esto no
es cualquier cosa. De todos modos, sin pronunciar grandes discursos ni
escribir voluminosos tomos, somos uno de los pocos partidos que sigue
con fidelidad los legados del Libertador, en aquellos principios funda-
mentales, sin pretender, claro está, igualar a nuestros mártires con el
genio de América.
En cambio, no pocos hombres de talento metidos a políticos medio-
cres, sí han pretendido asociar a “sus” dictadores con Simón Bolívar.
Tales personajes pertenecen a las clases dominantes. El pueblo trabaja-
dor siempre ha sido y será respetuoso con la memoria de sus héroes.

XVIII
Por último, habría que preguntar, si Bolívar viviera, ¿cuál sería su
conducta hoy?
Por supuesto, no estoy autorizado para responder esta pregunta,
nadie lo está. Sin embargo, después de haber leído historias y biografías,
que es tanto como conocer al Libertador juzgado por amigos y enemigos,
y sabiendo que él rechazaba la lisonja y aconsejaba ser como el personaje
lisonjeado, sí podríamos decir algunas palabras que no comprometen el
respeto que todos estamos obligados a guardar por nuestros héroes.
Si Bolívar viviera, estamos seguros de que combatiría indignado los
robos y fraudes al Tesoro público.
Si Bolívar viviera no habría estado de acuerdo en hipotecar al país con
una enorme deuda externa, sin ninguna necesidad, pues tales compromi-
sos se contrajeron cuando fueron mayores los ingresos al tesoro nacional.
Si Bolívar viviera, por haber sido un guerrero y conocer los sufrimientos
que la guerra trae, sería partidario de la paz entre los pueblos.

407
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Sí Bolívar viviera no sería partidario de Reagan, tal como sí lo son


algunos prohombres del presente gobierno. El Libertador jamás habría
llegado a ser proimperialista, puesto que no solo actuó en contra de cual-
quier pretensión imperialista, sino que dejó páginas escritas, verdaderos
anatemas contra Estados Unidos. Por estos antecedentes –y porque ello
no ofende a ningún patriota– me atrevo a decir que si Bolívar viviera
rechazaría el bloqueo y estaría en contra de la amenaza permanente de
invasión a Cuba.
Y en el caso de Nicaragua, acosada vilmente por los cuatro costados, si
Bolívar viviera, estaría de parte del pueblo nicaragüense, porque el pue-
blo de Sandino y Sandino mismo se guiaron siempre en sus luchas por el
ejemplo del Libertador. Martí llegó a decir que todavía quedaba mucho
por hacer, después de lo hecho por Bolívar, que fue mucho y portentoso.
Los cubanos, los nicaragüenses, los granadinos, los bolivianos, chilenos
y muchos otros pueblos, incluido, por supuesto, el de Venezuela, algo han
hecho y mucho nos queda por hacer, pero lo haremos, si nos guiamos por
el legado bolivariano de patria libre e independencia nacional.

XIX
En cuanto a nosotros, comunistas, que siempre –y no solo hoy–
hemos rendido culto a la doctrina bolivariana en el más puro sentido de
la expresión, que hoy hemos venido a este acto inspirados en una valo-
ración objetiva del rol de los hombres en la historia, hombres y mujeres
que formamos un partido de nuevo tipo por su disciplina y objetivos fina-
les de liberación de los oprimidos y explotados, podemos prometer con
tranquila seguridad que cada año con mayores fuerzas, estudiaremos y
asimilaremos las enseñanzas que se encuentran en las ejecutorias de un
hombre tan ilustre por su desprendimiento y patriotismo como lo fue
Simón Bolívar, El Libertador, guía, visionario y conductor de los pueblos
de América Latina, tanto ayer como hoy y mañana.
Los comunistas, hombres y mujeres de probada abnegación, en nues-
tra lucha permanente también nos guiaremos siempre por la estela lumi-
nosa de nuestro héroe nacional, por su moral cristalina, por su firmeza
ejemplar, por su valor personal en los combates.

408
Jesús Faría

Si podemos cumplir en el futuro con esta obligación patriótica, esta-


mos seguros de que nuestra victoria brillará tarde o temprano, como bri-
lló la estrella de Simón Bolívar.

***

Discurso pronunciado por Jesús Faría, Secretario General del


PCV, con motivo del 86.º aniversario del nacimiento de Gustavo
Machado

I
Queridos amigos y camaradas:
Tuve mis primeras noticias de Gustavo Machado inmediatamente
después del victorioso asalto a Curazao y desembarco y combate en La
Vela de Coro, ambos con un día de por medio, en junio de 1929. En esta
última plaza militar, se decía, y era verdad, había caído muerto en com-
bate el “general” gomecista Laclé.
Los insurrectos encabezados por Gustavo fueron dispersados por la
superioridad militar del enemigo.
Yo era obrero petrolero en Lagunillas, justo 19 años de edad y analfa-
beto como casi todos los de mi generación.
La noticia de los asaltos a Curazao y La Vela nos llegó en forma de una
recluta, no selectiva como en otros años, sino como una redada masiva.
Además, se hablaba de prepararnos para entrar en combate contra los
“traidores a la patria” que pretendían derrocar al “benemérito” fondeado
en el gobierno desde hacía más de veinte años.
Nos retenían dentro de las alambradas de las compañías petroleras a
la espera de suboficiales y armas para partir al frente de guerra.
Sin embargo, el pánico en las filas civiles y militares del gomecismo
cedió paso a una especie de jaquetonería cuando se conoció la escasa
cuantía de hombres y armas de los insurrectos, ya dispersados después
del combate en el puerto veleño.
Este hecho, unido a la actitud de las petroleras que reclamaban el per-
sonal ausente, pues aquella recluta se convirtió, en cierto sentido, en un
paro general, porque los no reclutados andaban huyendo, produjeron la
desmovilización.

409
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Así, pues, centenares de trabajadores petroleros estuvimos a punto de


ingresar en la guerra civil contra nuestros hermanos que se habían unido
a Gustavo Machado para tratar de liberarnos de la tiranía gomecista que
nos oprimía.
Aquella recluta de junio de 1929 fue mi primera incursión en la política
y estuvimos a punto de combatir con las armas en la mano al bravo com-
patriota que habría de proclamar en 1936: “Yo soy comunista”, sabiendo
como sabía que tal declaración estaba penada por la Constitución Nacional
con veinte años de presidio por “traidor a la patria”.
Trece años después de aquel junio sangriento conocí a Gustavo Machado
en Bucaramanga. Yo había ido a esta ciudad junto con Juan Fuenmayor
al Congreso de los Trabajadores y Gustavo, que vivía en Bogotá, vino para
hablar con nosotros. En Bucaramanga nos reunimos con Gilberto Vieira,
Lombardo Toledano y otros dirigentes políticos y sindicales de renom-
bre. Yo los escuchaba fascinado y feliz. Gustavo me resultó una personali-
dad encantadora por su sencillez tan natural. Lo mismo que Fuenmayor,
me trató con respeto, como si fuéramos iguales. Ambos me ayudaron a
comprender algo sobre la política colombiana, muy distinta por aquellos
tiempos a cuanto yo había vivido en mi patria.
Se habló mucho de la I Conferencia Nacional del PCV, a la cual yo
había asistido, no así Juan, muy clandestino, ni Gustavo, en el destierro.
A Gustavo le interesaba sobremanera saber cómo habían recibido los
obreros la propaganda comunista aprobada en la Conferencia de agosto
de 1937. Yo entendía ya muchas cosas, pero todavía me costaba explicar-
las. Había aprendido a leer, pero la verdad sea dicha, leía muy poco, no
tenía todavía el hábito de la lectura.
Fuenmayor, secretario general del PCV, había conquistado una cierta
legalidad después de la heroica resistencia de los soviéticos a los inva-
sores hitlerianos. La persecución había aflojado un poco. De este tema
hablaron Gustavo y Juan, de la evolución de la política medinista que
había permitido la legalización de AD y de otros partidos regionales en
los cuales militaban comunistas, sin abandonar a su propio partido ilegal.
Gustavo, muy conocido en Colombia, me presentó a los dirigentes del
PCC, así como a los dirigentes sindicales más destacados de aquel país
hermano.

410
Jesús Faría

Me trataba Gustavo como a un viejo amigo, confiado, cuidando de no


sobresalir, ayudaba de alguna manera a la formación política de un obre-
ro todavía primitivo. Aquella conducta tan inteligente y discreta, me cau-
tivó y no escapó a mi criterio, sirviéndome de ejemplo positivo, puesto
que Gustavo procedía como a mí me hubiera gustado hacerlo, solo que
para mí y para mucha gente será siempre muy difícil hacer las cosas como
las hacía Gustavo: sin ostentación, sin poses magistrales. Por supuesto, a
nivel de mi célula, qué duda cabe, yo intentaba hacer las cosas tal como lo
había aprendido al observar con atención a un comunista tan destacado y
rodeado de tan justo renombre y de tantas leyendas.
Aunque este primer encuentro mío con Gustavo fue muy fugaz –apenas
una semana–, me fue de gran utilidad para mi trabajo futuro, sobre todo
su discreción a la hora de hablar, su atención para oír lo que otros decían
y su habilidad para evitar hablar de sí mismo.
Esta, en general, fue mi primera impresión de Gustavo Machado,
de quien había leído muy poco, pues de sus andanzas por Las Segovias,
en Nicaragua, en Cuba ayudando a forjar el PCC allá por el año 1925,
por Francia, Bélgica, España, México y otros países, incluida Colombia,
siempre en activa solidaridad con los pueblos oprimidos, de manera par-
ticular con los de Venezuela y Nicaragua.
Yo había conocido a Mayobre y Tortosa, delegados de Venezuela al
VII Congreso de la IC, a Ernesto Silva Tellería y Salvador de La Plaza, en
1941 en México, a Miguel Otero Silva, a Jorge Saldivia Gil en Maracaibo,
a Kotepa Delgado en la I Conferencia, a Key Sánchez, a Rodolfo Quintero,
Ricardo Martínez y otras personalidades que fueron y otros que todavía
son militantes del Partido Comunista. Me gustaba mucho oírlos hablar:
persuasivos y agudos polemistas.
Escucharlos con atención era como asistir a una verdadera cátedra
de marxismo-leninismo. Era evidente su talento innato, pero además,
pensaba yo, está el hecho de que son discípulos de Lenin.
Algunos de estos, así como otros camaradas de la década de los cua-
renta, seguramente tuvieron divergencias políticas con Gustavo, sin
embargo, todos expresaban por este camarada una respetuosa admira-
ción, un reconocimiento a los méritos de nuestro primer gran dirigente.
Sin duda, poder codearse con aquellos forjadores del partido de los
comunistas, completar aquella lista con el nombre de Gustavo Machado

411
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

era una dicha muy grande, un privilegio para un obrero petrolero, por-
que palpaba en el trato personal que recibía, inclusive cuando se hacía
alguna crítica, el deseo de ellos, el propósito de estimular a los nuevos en
las filas del Partido Comunista.
Con este camarada en la Dirección del Partido y/o en la prisión apren-
dí a no ser rencoroso, a tolerar la crítica con tranquilidad, a no guardar
silencio ante lo que uno considera que no anda bien, a decir a tiempo lo
que uno tenga que decir.

II
Fue solo en 1943, cuando, por fin, se le permite regresar a la patria,
–para entonces había vivido decenios en el destierro– a una persona-
lidad que amó tan profundamente a su Caracas natal, su cerro Ávila, a
los callejones, plazas y parques deportivos y haciendas de sus juveniles
correrías. Esto era así y puedo asegurar que durante los años que estu-
vo en la Cueva del Humo, fortaleza del San Carlos, lo único que llegó
a lamentar fue que desde aquella tumba para hombres vivientes no se
podía mirar esa portentosa belleza natural que es el Ávila.
Por aquellos años juveniles –y durante mucho más– Gustavo era un
hombre físicamente entero, deportivo y fuerte, muy admirado por las
damas. Aquellos años hasta 1950, cuando de nuevo cayó preso y volvió a
ser lanzado al exilio por otros ocho años, disfrutó plenamente la dulzu-
ra del solar patrio, las conexiones con sus grandes amigos. Era algo así
como un desquite bien merecido.
Como se recuerda, el liceísta Gustavo fue el orador de orden en La
Victoria con motivo del primer centenario de la batalla comandada por
José Félix Ribas al frente de las juventudes para detener la furia criminal
de Boves. Esta oportunidad la aprovechó Gustavo para censurar dura-
mente a la tiranía de Gómez, hecho este que le costó –a los dieciseis años
de edad– su primer carcelazo en La Rotunda, con grillos durante año y
medio. Luego vendría el destierro, que sería largo y tormentoso.
Como se deduce de este relato, Gustavo no había podido participar de
la preparación clandestina de la I Conferencia ni en los plenos de dirigen-
tes que precedieron este primer encuentro nacional de los comunistas.
Sin embargo, recuerdo que los delegados a esta Conferencia se referían

412
Jesús Faría

a Gustavo una y otra vez. En la práctica, estaba con nosotros su imagen


política, combativa y risueña, tolerante y polémica a un mismo tiempo.
Quienes bien lo conocían –porque habíamos muchos que todavía no–
tenían para Gustavo referencias elogiosas y opiniones de reconocimiento
a su vigoroso empuje de comunista verdadero, de formidable luchador
antiimperialista al lado de Mella, de Sandino, de Martínez Villena, de
Lázaro Cárdenas y de tantos otros patriotas que dejaron honda huella a
su paso por el mundo de los auténticos forjadores de la solidaridad con
los patriotas, dondequiera que estos sufren opresión. Siempre con la vista
puesta en el retorno a la patria, a combatir contra la tiranía, Gustavo visita
la Unión Soviética a fines de los años veinte –pero antes del veintinueve.
La patria de Lenin era todavía un inmenso taller donde se reconstruía,
por una parte, y por la otra se finalizaban los preparativos para arrancar
con los planes quinquenales en la gran industria y se ponía en marcha el
viraje portentoso en el agro soviético.
Gustavo no perdió tiempo, sino que de inmediato pidió un barco para
invadir y algunos “hierritos” para combatir por la libertad.
—¿Dónde están la tripulación y los soldados? –le preguntaron.
Esos los reclutamos por el Caribe tan pronto tengamos el barco,
habría respondido Gustavo, tomado de sorpresa.
—Vamos a estudiar su petición –le dijeron.
Sin embargo, Gustavo era todavía impaciente y al regresar de la Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas (Unión Soviética) se puso a planifi-
car lo de Curazao.
Cuando en junio de 1929 llegó a Moscú la noticia del asalto a Curazao
y la toma del barco Maracaibo, Kuusinen, dirigente de la Internacional
Comunista, comentó:
—En ese barco debe ir el camarada Machado...

III
Durante su larga vida, Gustavo participó en conflictos como el de
Nicaragua y luego en Curazao y Venezuela, empujado por su gran amor
a la libertad y por su odio a los tiranos. Era una personalidad de acción.
Una noche en Caracas iba al frente de una manifestación, les tiraron
bombas lacrimógenas –creo que fue en 1961 o 1962–, pues bien Gustavo
atrapó una en el aire, como buen pelotero que fue en su juventud, y con

413
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

este trofeo en la mano entró a la Cámara de la cual era miembro, sem-


brando el “terror” entre algunos diputados demasiado prudentes que
rápidamente abandonaron sus curules.
De la toma de Curazao –audacia, sorpresa y valentía– se habló mucho
entre los comunistas. Del asalto a La Vela, un poco menos, pues ya esto
era algo así como guerra avisada. Aquí no funcionó la sorpresa, pues se
esperaba por todos los recodos caribeños el buque Maracaibo. Inclusi-
ve, Gustavo mismo llegó a admitir ciertas críticas a estas acciones. Yo
no participé en estas discusiones. Lo que sí le pregunté a Gustavo en
la “tranquilidad” del calabozo, fue el porqué no tomaron dinero en los
bancos de Curazao, pues si el dinero es útil y necesario en tiempo de paz,
más lo es en tiempos de guerra, aparte de que la toma de recursos por los
bandos en guerra siempre se consideró “normal” en las guerras civiles en
nuestro país.
Creo, por último, que la toma de Curazao se explica y justifica como
paso previo obligado para poner pie en tierra firme venezolana, inclusive
al costo de que el enemigo se pondría sobre aviso, como en efecto se puso.
La situación interna en Venezuela la pudo palpar Gustavo luego de
los combates, desde el primer día. El atraso político de nuestro pueblo
era tan grande que se tornó en enemigo de los patriotas. Solo una parte
estaba al corriente de los históricos cambios que se habían producido en
el mundo, sobre todo en Rusia después de la Primera Guerra Mundial.
En mi caso, por ejemplo, oí hablar la primera vez del comunismo y de la
existencia de la Unión Soviética, el día 24 de diciembre de 1935. Y aquel
mismo día me reclutaron para militar en el Partido Comunista.
Muchos años después de Curazao y La Vela, llegaron a Cuba Fidel,
Camilo, Raúl, el Ché y los otros revolucionarios del “26 de Julio” en el
Granma. Ya sabemos cómo se mantuvieron y triunfaron, a fuerza de
coraje, pero ya Cuba era un país diferente a la Venezuela de 1929.
Gustavo admiraba mucho a Fidel y el Ché, a quienes había conocido
en México. Durante todo el año 1958 Gustavo estuvo pendiente del desa-
rrollo de la guerrilla revolucionaria de los patriotas cubanos y expresaba
confianza en la victoria final de este movimiento en impetuoso ascenso.
Cuando en enero de 1959 vino Fidel a Caracas, se reunió en privado
con Gustavo.

414
Jesús Faría

La atención de nuestro héroe estuvo centrada también en la lucha


armada de los patriotas sandinistas. Y Gustavo establecía comparaciones
entre los sandinistas de 1927 y los de ahora para llegar a la conclusión de
que estos terminarían por triunfar sobre sus opresores, así como el gene-
ral de hombres libres había echado del suelo nicaragüense a los invasores
yanquis.
En Nicaragua había madurado la crisis y, sobre todo, muy cerca esta-
ba Cuba socialista, cuyas victorias contra el imperialismo estimulaban a
los compatriotas de Sandino en la lucha por la libertad.

IV
Así como a la muerte del tirano Gómez aparecieron comunistas mili-
tando en partidos progresistas, hasta la I Conferencia Nacional, agosto
de 1937, durante el gobierno de Medina Angarita –1941-1945– los comu-
nistas organizaron partidos donde hacían trabajo legal, en defensa de
los trabajadores y en activa lucha contra el fascismo. Estos partidos
marchaban de la mano con el PCV, ilegal hasta octubre de 1945, cuan-
do, reformada la Constitución Nacional, fue eliminada la prohibición del
comunismo.
En la práctica, tanto en Venezuela como en otros países, las históricas
victorias de los Ejércitos soviéticos contra los invasores fascistas habían
creado condiciones para la actividad semilegal de los PC. Y los comunis-
tas, solos o acompañados, habían fundado periódicos como Aquí Está,
Últimas Noticias, El Morrocoy Azul y otros en el interior del país.
Después vendría la Guerra Fría, que se aprovechó para desalojarnos
de importantes posiciones en los medios de comunicación social.
Cuando Gustavo, por fin, puede actuar legalmente en Venezuela, tie-
nen lugar en el PCV indeseables reacomodos y, de repente, nos encontra-
mos en bandos enfrentados.
En estas condiciones se produce el golpe de Estado de octubre de 1945
y, con este, una masiva represión contra los comunistas. Sin embargo,
una parte importante de AD, encabezada por Gallegos y Andrés Eloy,
logran sujetar a Betancourt y a sus militares. Y la legalidad del PCV es
respetada.
Al convocarse a elecciones para Constituyente, voto directo y secreto
para todos por primera vez en lo que va de siglo XX, un grupo encabezado

415
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

por Miguel Otero, Eduardo Gallegos, Manuel Taborda y otros no invo-


lucrados en la división, tendieron puentes y se logró forjar un comité
organizador para la unidad de los comunistas y participar unidos en las
elecciones de 1946. Aquella gestión fue el camino para llegar al Congreso
de Unidad, primero en la historia del PCV, fines de 1946, ayudados, ade-
más, por los camaradas cubanos, colombianos y mexicanos.
En esta primera elección directa del siglo XX fueron electos dos
comunistas a la Constituyente, Gustavo y Juan, quienes tuvieron una
brillante actuación.
En 1947 tuvo lugar la primera elección presidencial con el voto direc-
to para todos. Gustavo fue nuestro candidato. Y aquella jornada política
le permitió llegar hasta los más remotos pueblecitos y reunirse con los
camaradas y amigos del interior, quienes lo recibían con cálida emoción
y amistad. Gustavo llegaba a todas partes con el programa del PCV ins-
crito en sus rojas banderas y explicaba la histórica significación de la
victoria de la Unión Soviética sobre los invasores fascistas.
Explicaba cómo era la vida en el país socialista, con una sociedad bien
organizada, culta, trabajadora y armada con un profundo patriotismo,
tal como será algún día en Venezuela, después de la victoria definitiva de
la clase obrera, de los campesinos e intelectuales sobre los explotadores.
En esta segunda elección nacional en menos de dos años, el PCV
mejoró su presencia en el Parlamento al elegir un senador y tres diputa-
dos nacionales, aparte de varios legisladores regionales.
De aquel primer Congreso, el de la unidad, ni del segundo celebrado a
mediados de 1948 surgió el cargo de presidente ni de secretario general
del PCV.
La Secretaría General se instituyó de nuevo en los Estatutos del Par-
tido en una Conferencia Nacional clandestina en 1951. Gustavo no tenía
cargo alguno en el Comité Central hasta 1974, cuando se creó el de presi-
dente del Partido y se le nombró para este.
Estos hechos dan la medida en cuanto al carácter desprendido, de
verdadero constructor del Partido, que animaba a Gustavo.

416
Jesús Faría

V
Gustavo Machado fue guerrillero, parlamentario ingenioso y siempre
organizador. Tuvo otras actividades en su vida política de setenta años,
pero el trabajo que lo apasionaba de verdad era el de periodista.
Dondequiera que anclaba empezaba a circular alguna publicación
que difundía el marxismo-leninismo, fijando rumbos al pueblo trabaja-
dor, tanto entre los venezolanos como fuera de nuestro país.
En esta larga y fecunda actividad publicitaria, de permanente conde-
na a todo lo podrido, dirigió el periódico El Libertador y otros en México
y, desde su fundación en febrero de 1948, el periódico Tribuna Popular,
órgano del PCV. Por aquellos tiempos era TP una publicación de modes-
tos formatos y circulación, hecha por Gustavo y ayudado por dos o tres
personas más, pues el PCV apenas si tenía una media docena de funcio-
narios a tiempo completo.
¿Recursos monetarios?
Los sueldos de los cuatro congresantes a razón de tres mil bolívares
por mes cada uno.
Este periódico fue el mejor logro del publicista Gustavo Machado,
unas veces clandestino otras veces legal; unas veces como semanario y
durante años como diario de gran circulación. Siempre jugó un rol de
certero orientador revolucionario, como lo demostró muchas veces, en
particular en su edición del 24 de septiembre de 1948, cuando denunció
el “golpe frío” hasta en sus detalles, así como a los golpistas encabezados
por Marcos Pérez Jiménez. Y a los dos meses exactamente se produjo el
derrocamiento del presidente Gallegos, un golpe frío, pues los preparati-
vos del partido de gobierno para contrarrestarlo no funcionaron.

VI
Preso de nuevo en 1950, Gustavo fue expulsado en 1951. Y de inmedia-
to empezó en Ciudad de México la publicación de Noticias de Venezuela,
quincenario cargado de informaciones de las prisiones y de la resistencia
interna, en cuyas páginas tomó forma práctica la idea de la unidad de
las fuerzas democráticas para derrocar la tiranía de Pérez Jiménez. Este
mismo rol lo jugaba Tribuna Popular en el interior, en la más rigurosa
clandestinidad, donde se reproducían materiales escritos por Gustavo
desde el exterior.

417
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Derrocada la tiranía en enero de 1958, Gustavo aparece al frente de


Tribuna Popular, denuncia valerosamente las tentativas revanchistas,
así como los planes invasores del gobierno norteamericano para rescatar
de la ira popular al vicepresidente Nixon, acorralado en la embajada de
Estados Unidos en Caracas, mayo de 1958.
Aquella fue una segunda época de oro de Tribuna Popular, pues las
brigadas del Partido y la Juventud Comunista difundían hasta cien mil
y más copias del tiraje, colmando de felicidad al afortunado editor de los
comunistas.
Gustavo figuró como director de TP hasta el día de su muerte, hace
justamente un año y cuatro días. Cuando recibía el periódico recién sali-
do de las máquinas, calientico, como se suele decir en los talleres gráfi-
cos, lo doblaba casi con ternura y lo introducía en su portafolios, como
deben recordarlo sus colegas que lo ayudaban en este frente: Héctor
Mujica, Jesús Sanoja, Américo Díaz Núñez y otros. TP era la obra querida
de este acerado forjador del PCV, quien solía pasar por alto los defectos
de impresión por falta de recursos técnicos, pero no perdonaba las faltas
de ingenio que causan daño y desacreditan a los comunistas ante los lec-
tores que esperan la verdad, pero dicha en forma breve y brillante, según
decía.
Durante los años de exilio en México, Gustavo realizó un activo y fecundo
trabajo de solidaridad con los presos y perseguidos de Venezuela y de otros
países. Con su bien ganada fama de internacionalista, penetraba en círculos
influyentes de la capital mexicana: Cárdenas, Lombardo, Siqueiros y otros
políticos amigos, y conseguía con ellos que no se apagara la llama soli-
daria con los patriotas encarcelados y perseguidos, poniendo siempre el
acento principal sobre aquellos patriotas más amenazados en cada país.

VII
En los calabozos para castigados de la fortaleza San Carlos, llama-
dos Cueva del Humo, fue cuando conviví con Gustavo y lo conocí mejor.
Preso valeroso, alegre, optimista como ninguno, por encima de cuantos
conocí, que no son pocos.
Siempre jovial en el trato con los otros presos, atento a la salud de los
compañeros. Generoso. Sus encomiendas eran para todos. Cinco años
estuvo Gustavo en esta prisión. Y nunca se le oyó un reclamo ni una queja

418
Jesús Faría

ni un reproche a los hermanos de la calle. Cuando hubo que ir a la huelga


de hambre, lo hizo con naturalidad, como un hecho normal, impávido, y,
a diferencia mía, resistía muy bien el ayuno.
Estos calabozos para castigados son en todas las prisiones para aque-
llos penados de mayor peligrosidad, pero el gobierno Betancourt-Copei y
luego el de Leoni, los utilizaron para vengarse de la firmeza demostrada
por Gustavo desde las barricadas de la oposición.
Esta vejación innecesaria mostró a lo largo de la prisión la erguida
dignidad de aquel hombre superior que era Gustavo, que en la calle no se
podía ni sospechar.
Una vez estuvo terriblemente enfermo con un dolor en el hombro
derecho, pero aguantó sin una palabra, pues quienes estábamos en aquel
calabozo, al parecer, no teníamos derecho a la asistencia médica.

VIII
La conocida y extrema honestidad de Gustavo en cuestiones de dinero
fue demostrada a lo largo de toda su vida, inclusive en Curazao, donde
se negó a tomar el dinero indispensable para alimentar a sus soldados.
Aunque circuló una leyenda según la cual el dirigente comunista era
multimillonario.
Nada más falso. Gustavo seguramente en su remota juventud tuvo
dinero, pero aquella herencia desapareció muy pronto, en parte consumida
por planes revolucionarios que, a lo largo de la historia, siempre necesitan
algunos recursos para movilizarse y alimentarse. Pero el Gustavo funcio-
nario político a tiempo completo fue austero, un hombre que sabía llevar
la estrechez económica en silencio. Me consta que entre los miembros del
BP del CC, Gustavo era el que siempre carecía hasta de un fuerte. Y sufría
cuando algunas personas le pedían ayuda y se veía en la necesidad de
confesarles que no tenía dinero. Y, por supuesto, en muchos casos creían
que no decía la verdad. Ahora los funcionarios del PCV reciben un sala-
rio, pequeño, es cierto, pero algo se recibe.
En cambio, Gustavo durante decenios fue un funcionario sin salario
ni ración. ¿Cómo podía vivir así? Sus parientes y amigos lo ayudaban con
ropa y algo para el techo y el pan.
Automóvil le fue asignado a Gustavo muy tarde.

419
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Esta vida sin sombra ni quejas fue la misma de otros comunistas de


la vieja guardia: Ernesto Silva Tellería, Manuel Taborda, Martínez Pozo,
Jorge Saldivia Gil, Key Sánchez y otros. Y, por supuesto, en las nuevas
generaciones no pocos camaradas han seguido aquella conducta ejem-
plar de quienes sirvieron al Partido con total entrega, dándolo todo sin
esperar recompensa.
Gustavo participó en los seis congresos del PCV y en ninguno de estos
reclamó lo que parecía natural: la Secretaría General del Partido. ¡Jamás!
En 1970 hizo verdaderos esfuerzos para que los “radicales” de
Márquez y Petkoff no abandonaran banderas y juramentos. Todo en
vano. El pánico se había apoderado de aquella gente todavía joven y de
temible retórica.
En 1974 apareció otro brote fraccional que, según decían, venía por el
resto, es decir, a terminar la faena que los masistas habían sido incapaces
de finalizar: la destrucción del Partido.
En ambos procesos Gustavo sufrió en silencio, porque personas de su
noble afecto le habían dado la espalda a la causa de los obreros y de los
patriotas más esclarecidos que habían dado la vida en los calabozos de tor-
tura de los gobiernos represivos de Pérez Jiménez, Betancourt y Leoni. Sin
embargo, Gustavo se repuso rápidamente, mostrando la garra de gran
jefe y dirigente político.
Así era Gustavo de generoso y puro, altivo y con una seguridad abso-
luta, sin sombra de dudas en la justeza de su causa.

IX
Resulta interesante saber que la victoria de los sandinistas llegó el 19
de julio, día del nacimiento de Gustavo, lo cual nos permite asociar ambos
acontecimientos hoy cuando el imperialismo yanqui mantiene un criminal
acoso, una guerra no declarada contra los patriotas de Nicaragua, pues
Gustavo vivió pendiente de los acontecimientos en este país agredido una
y otra vez por Estados Unidos.
El escritor y poeta laureado Miguel Otero Silva, amigo y compañero
de armas de Gustavo, cuando recibió el Premio Lenin de la Paz, destinó
el dinero que acompaña a este honor para la construcción de un monu-
mento a Sandino en Caracas. Y se fijó el día 19 de julio de 1983 para la
inauguración. Deberían hablar en el acto varias personalidades, incluido

420
Jesús Faría

Gustavo, quien escribió su discurso, pero la muerte sorprendió a nuestro


presidente el día 17 de julio.
Los organizadores del acto pidieron al CC del PCV que otra persona
podía leer el discurso de Gustavo, lo cual fue aceptada por nosotros.
Aquellas cuartillas de profundo contenido solidario y antiimperialis-
ta eran la despedida póstuma del venezolano que estuvo más cerca de
Sandino, lo cual encierra a la postre un contenido de fraterna unidad de
pueblos americanos que combaten por la misma causa de la libertad y la
independencia nacional.
La muerte de Gustavo, qué duda cabe, nos afectó mucho no solo a
los comunistas, y en la práctica obligó a quienes lo habían calumniado y
atropellado a recoger los agravios y vejaciones que habían lanzado contra
uno de los grandes patriotas que ha dado Venezuela, que supo llevar con
dignidad la bandera de su causa revolucionaria durante setenta años de
combates sin tregua.
Este dato es importante destacarlo, porque nuestra historia muestra
casos de muchos revolucionarios que combatieron durante un tiempo y
luego se quedaron al margen del camino o, lo que es peor, se pasaron al
enemigo que los atropelló en otros tiempos.
Estimados amigos y camaradas:
Mi discurso se puede criticar por varios defectos, se puede decir que
no es una biografía de Gustavo, sino un relato histórico de la formación
del PCV, pero esto último no es casual, sino inevitable, porque Gustavo y
el Partido Comunista son dos vidas fundidas a un tiempo mismo, en un
mismo crisol ardiente y hermético, forman un todo indivisible. Gustavo
es el prototipo de comunista ejemplar, valeroso, resteado con el futuro de
la humanidad y de la revolución proletaria.
Es el ejemplo de verdadero marxista-leninista que sabía conducir con
maestría las relaciones entre partidos hermanos sobre bases principistas
y que forjó en nuestras filas la auténtica democracia que permite la libre
discusión para enriquecer una línea política certera, diáfana y recta, sin
oportunismos ni dogmatismos, como tiene que ser para iluminar a los
proletarios y demás patriotas la senda que conducirá a la victoria a quie-

421
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

nes luchan por la libertad, por la paz entre los pueblos y por el progreso
social.
¡Así era Gustavo! Y así queremos que sea nuestro partido comunista
y nuestra juventud comunista, fieles seguidores del inolvidable patriota
que fue Gustavo Machado.
Caracas, 22 de julio de 1984

422
CAPÍTULO XII
DISCURSO PRONUNCIADO
POR MIGUEL OTERO SILVA EN LA CELEBRACIÓN
DE LOS setenta AÑOS DE JESÚS FARÍA
Amigos y amigas:
El 27 de junio de 1910 nació en un caserío del estado Falcón que no
menciona mapa alguno, un niño que habría de llamarse Jesús Faría. Tal
como pauta la estrella determinista de casi todos los hijos del pueblo
venezolano, el héroe primordial de esta historia fue la madre. La madre
de Jesús Faría era una campesina que tuvo seis hijos y abrazó como
misión sobre la tierra la de no dejarse arrebatar esas seis vidas por una
muerte que como sombra les seguía los pasos.
La naturaleza circundante eran arenales estériles, eriales amarillen-
tos y quebradas resecas. El único verdor se agazapaba en la hostilidad
espinosa de los cardones y cujíes. La infancia de Jesús Faría y sus herma-
nos fue una lucha a brazo partido contra las niguas y los piojos, contra el
paludismo sin quinina y el hambre sin casabe. Se perdían descalzos entre
los tunales a cazar iguanas, vagaban desnudos por los médanos en ras-
treo de peces muertos que arrojaba el mar, pilaban las raíces de los cujíes
para alimentarse, la madre caminaba solitaria leguas enteras en busca de
una medicina o de una totuma de maíz. En esa lucha desigual contra la
miseria, las enfermedades y el hambre se mantuvo de pie aquella mujer
durante más de diez años. Al cabo de ellos había salvado cinco de las seis
vidas que los dioses le habían confiado, ya que el otro hijo se le murió de
tantas privaciones.

425
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Al reventar en la zona del lago los primeros veneros de petróleo, pun-


zados por taladros de las compañías yanquis e inglesas, comenzó el éxo-
do campesino hacia los campamentos del Zulia.
Jesús Faría tenía entonces trece años, no sabía leer ni escribir, no se
había calzado jamás un par de zapatos. Y para no concluir de morirse de
hambre en aquel municipio falconiano de Borojó se fue al Zulia a pie, tras
las 37 huellas del hermano mayor, en rebusca de cualquier trabajo que la
fortuna le deparase.
Comenzó en Mene de Mauroa con un real diario de salario, quince
bolívares mensuales que le pagaban en una fonda por pilar maíz, cargar
agua desde el río y barrer los pisos. De ahí pasó a Las Salinas y puede
acotarse que había prosperado, porque ahora ganaba veinticinco bolí-
vares semanales, se compró unas alpargatas nuevas y fue por primera
vez a un cine. Más tarde se mudó a Lagunillas, donde pagaban mejores
salarios, pero la gente se moría con más frecuencia porque se cenaba y
se dormía en medio de excremento y sangre. Jesús Faría seguía siendo
analfabeto pero, arrimando el hombro como peón de ingenieros, había
aprendido a manejar los vidrios y leer las cifras del teodolito. Volvió a
Borojó y se trajo consigo a la familia que había dejado en la inclemencia
de los medanales. La madre, que ya había entregado todo lo que tenía por
dentro, murió tuberculosa en Lagunillas en 1934.
En diciembre de 1935, cuando el fallecimiento de Juan Vicente Gómez
despertó estallidos de rebelión en todo el país, Jesús Faría tenía veinti-
cinco años. Estaba presente en la reunión de obreros de Cabimas sobre la
cual dispararon a mansalva las tropas gomecistas a los cuatro días de la
muerte del tirano. A raíz de esa matanza se fundó el sindicato de traba-
jadores petroleros de Cabimas, uno de los primeros que se organizó en al
país, y Jesús Faría apareció entre sus promotores. Pocos meses después
se declaró marxista e ingresó a una célula comunista.
Alguien se preguntará cómo pudo pretenderse marxista, es decir,
partidario de una teoría cimentada en los más profundos análisis de
las ciencias económicas, filosóficas y sociales, un hombre que todavía
no alcanzaba a descifrar el sentido exacto de las letras y de los núme-
ros. Y yo le responderé que a las filas del marxismo se puede llegar por
varios caminos diferentes. Se puede llegar por el camino del criticismo

426
Jesús Faría

y el estudio, cuando el investigador discierne que la doctrina marxista


es la que explica a cabalidad los fenómenos de la historia, la que señala
un desenlace inevitable y racional al destino de la humanidad. Se puede
llegar por el camino de la conciencia, cuando el idealista descubre que
el marxismo ofrece la única solución viable para abatir los desniveles
que dividen el género humano, el único modo valedero de implantar un
sistema de equidad social sobre la tierra. Y se puede llegar a la militancia
del marxismo por el camino de las personales experiencias, cuando un
obrero siente en carne propia la coyunda de un sistema injusto y se afe-
rra al arma doctrinaria que lo liberará a sí mismo y junto con él a todos
los parias del mundo. Máximo Gorki decía que la sabiduría de la vida
es mucho más profunda y más extensa que la sabiduría de los hombres.
Por ese camino de la sabiduría de la vida, adquirida en la escuela de su
propia penuria, fue que llegó al marxismo en 1936 Jesús Faría, proletario
iletrado de nuestros campos petroleros del Zulia.
La otra cultura, la de los libros, la adquirió en las cárceles, que han
servido a lo largo del tiempo como universidades ineludibles para los
revolucionarios venezolanos. La vida combatiente de Jesús Faría ha sido
un prolongado sucederse de persecuciones y prisiones, primero por su
condición de dirigente sindical (figura descollante en las dos huelgas
petroleras más importantes que han sacudido al país) y luego por asumir
sus responsabilidades de líder comunista.
Estuvo recluido en varios calabozos bajo la semidemocracia de López
Contreras. Fue el preso de más largo cautiverio durante la dictadura
abierta de los militares que derrocaron a Rómulo Gallegos. En ese enton-
ces lo transportaron como un fardo de la Seguridad Nacional a la Cárcel
Modelo, de la Cárcel Modelo a la de El Obispo, de El Obispo a la Peniten-
ciaría de San Juan de los Morros, de San Juan de los Morros a la Cárcel
de Ciudad Bolívar. Recorrió ese vía crucis infamante que se alargó ocho
años, abrumado de incomunicaciones y calabozos de castigo, viendo lle-
gar a compañeros torturados y morir a algunos de ellos, cuasi ausente
de lo que pasaba en el mundo, hasta que se produjo el levantamiento
popular y militar del 23 de enero que dio al traste con la dictadura y nos
abrió a todos las rejas de las mazmorras. Recuerdo que el 25 de enero
de 1958 llegó Jesús Faría a mi casa en Caracas, acarreado desde Ciudad

427
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Bolívar por camionetas caritativas, y me preguntó cómo era ese asunto


de un “Sputnik” que habían lanzado los rusos al espacio, y cuáles eran las
cosas sensacionales que había dicho Nikita Kruschef en el XX Congreso
bolchevique. También ignoraba que la Confederación de Trabajadores de
América Latina lo había elegido vicepresidente de su organización mien-
tras se hallaba preso.
Volvió a la cárcel en septiembre de 1963, en vigencia plena de la demo-
cracia representativa y su curul de senador al Congreso Nacional no
impidió que lo mantuvieran prisionero en el Cuartel San Carlos durante
tres años más, al cabo de los cuales fue víctima de una grave enfermedad.
Expulsado del país fue a parar a Moscú y, a no ser por los adelantos de
las ciencias médicas soviéticas, os juro amigos míos que no estaríamos
celebrando el presente cumpleaños.
En los calabozos, repito, leyó muchos libros que no había alcanzado a
deletrear en su vida libre. Estudió las obras de Lenin y de otros clásicos
marxista.
Se especializó en la Historia de América Latina. Repasó varias veces
El Quijote y los dramas de Shakespeare. Incluso me dijo una vez que
había leído con atención El Paraíso Perdido, de John Milton, lo cual me
pareció un tanto exagerado.
Jesús Faría, además de preso y desterrado, ha llevado una vida polí-
tica pública de gran intensidad. Ha sido elegido en tres ocasiones por el
voto popular como diputado o senador ante el Congreso Nacional. Ha
participado como delegado en diversos congresos internacionales o lati-
noamericanos. El muchacho descalzo de Borojó ya no es un analfabe-
to, sino un dirigente revolucionario cuyo nombre se conoce en el mundo
entero, un preocupado testigo de nuestra historia que está a punto de
concluir un libro donde relata sus memorias.

Amigos y amigas:
En el transcurso de la biografía de este país nuestro que tanto ama-
mos han sucedido a cada paso hechos y situaciones capaces de deprimir
el ánimo y empañar la esperanza: brotes de iniquidades y corrupciones,
estallidos de resentimientos y traiciones, atropellos de tiranos y poten-
tados. No falta quien afirme que las generaciones posteriores a la de los

428
Jesús Faría

libertadores han logrado deteriorar irreparablemente la fisonomía de la


patria. Sin embargo, tenemos derecho a señalar que hay virtudes prover-
bialmente venezolanas que reconfortan el pensamiento y nos hacen sen-
tir ufanos de nuestra nacionalidad. Una de ellas es la sinceridad del alma,
la amistad fraterna que la mejor gente de esta tierra suele practicar con
recta fidelidad. Prueba fehaciente de ello es lo que estamos presenciando
hoy en esta sala, y que no podría suceder sino en poquísimos países del
mundo, me atrevo a decir que tal vez en ningún otro salvo el nuestro.
Jesús Faría, secretario general del Partido Comunista, cumple setenta
años y ha venido a compartir su cena y su regocijo, no únicamente con
sus compañeros de parcialidad, sino también con hombres y mujeres de
disímiles tendencias, militantes de izquierda que discrepan de la línea de
su partido, otros compatriotas que estuvieron presos junto con él pero
que disienten a las claras de su ideología, amén de diversas personas sin
ubicación política de ninguna especie, múltiple concurrencia que ya no
lo ve como representante exclusivo de una bandería, sino como un fruto
legítimo del pueblo venezolano que figurará en la historia contemporá-
nea de ese pueblo como uno de sus más aguerridos combatientes.
En nombre de todos los aquí presentes saludo en Jesús Faría el temple
de un espíritu que no se ha doblegado jamás.

429
ANEXOS
En la década de los cuarenta, como dirigente máximo de los obreros petroleros
del país.

433
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

En las oficinas del Ministerio del Trabajo, defendiendo los intereses de los obreros
petroleros. Lo acompañan los camaradas Max García, Manuel Taborda, Millán y
Pedro Ortega Díaz (de izquierda a derecha).

Jesús Faría junto a un grupo de trabajadores petroleros del Club Deportivo


Campo Rojo, develando un busto del Padre de la Patria Simón Bolívar.

434
Jesús Faría

Junto a Gustavo Machado y Luis Emiro Arrieta, durante un pleno del Comité
Central del PCV (1958).

En plena campaña electoral de 1958.

435
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Celebrando el cumpleaños 50 de Luis Emiro y Jesús Faría, quienes nacieron el


mismo día, año y para la misma causa de la revolución proletaria.

1960. Intervención en un acto del


PCV.

436
Jesús Faría

Acto de solidaridad con el pueblo vietnamita en 1965, en plena guerra, por la


liberación de Jesús Faría y demás presos políticos del puntofijismo. En represen-
tación del PCV estaba su esposa Elizabeth Tortoza de Faría.

A su llagada a Moscú, después de ser expulsado del país por el gobierno de Raúl
Leoni en marzo de 1966.

437
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Exposición sencilla, reflejo de una riqueza clasista acumulada en cientos de


combates contra el capitalismo explotador, durante una Conferencia Nacional del
PCV.

En amena charla con Luis Moreno, cuñado y leal amigo de toda la vida, y Héctor
Mujica, candidato del PCV durante la campaña presidencial de 1978.

438
Jesús Faría

“Cheché” Cortez, Pedro Ortega Díaz, un dirigente del PCUS de visita en Caracas,
Jesús, Eduardo Gallegos Mancera, Radamés Larrazábal y Héctor Mujica (de
izquierda a derecha), miembros del BP en los años ochenta.

Gustavo Machado y Jesús Faría, compartiendo con una representación del


glorioso pueblo de Vietnam.

439
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Jesús acompañado de sus hijos Gelasio, Jesús Germán, Carlos Rafael y Euro (de
izquierda a derecha).

440
Jesús Faría

Con Fidel y un grupo de destacados dirigentes de América Latina.

Junto a Gladys Marín, heroína de la resistencia antifascista chilena, y un diri-


gente de la Juventud Comunista de Chile.

441
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Bolivariano y leninista.

Con un grupo de marinos de la industria petrolera de la Península de Paraguaná


(1975).

442
Jesús Faría

Jesús Faría y Trino Meleán ante el


Mausoleo de Lenin, en la Plaza Roja de
Moscú.

Con Ernesto Silva Tellería, hermano y camarada, recio abogado defensor de la


clase obrera, comunista toda su vida.

443
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Celebrando junto a toda la humanidad el 40.° aniversario de la victoria sobre el


fascismo.

Con el camarada Henry Winston, presidente del Partido Comunista de los


Estados Unidos.

444
Jesús Faría

Con Gustavo Machado y un diplomático de los países socialistas.

Su principal pasatiempo,
después de la lectura, era el
ajedrez. Aprendió en la cárcel a
mover las piezas y llegó a jugarlo
muy bien.

445
MI LÍNEA NO CAMBIA, ES HASTA LA MUERTE

Representando a su partido en
una Conferencia Internacional de
partidos comunistas.

Junto a destacados líderes comunistas de la época como Gustavo Machado,


Miguel Otero Silva y Carlos Irazábal, entre otros.

446
Jesús Faría

Parte de la campaña de solidaridad


internacional por la libertad de Jesús
Faría, llevada a cabo por Noticias
de Venezuela, periódico editado en
México por exiliados comunistas y de
izquierdas

447
En los talleres de la xxxx
se terminó de imprimir
esta obra en diciembre de 2014
CA RA C A S- VE N E ZUE L A
Jesús Faría

449

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