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Aluvión

El perdón como acto revolucionario

Carmen María Caro González

2019
Aluvión
El perdón como acto revolucionario
© Carmen María Caro González.

Proyecto de Grado
UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS
FACULTAD DE ARTES ASAB

Asesor:
Adrián Gómez

Corrección de estilo:
Juan Pulido.

Diseño editorial:
María Andrea Gamarra

Impresión y encuadernación:
El taller de las Rayas.

2019.
Índice
Agradecimientos.
Prólogo.
Máximo Gómez y la luz del sol.
1.
El coral: el perdón como concepto.
2.
De todos y de nadie: el territorio.
3.
Manigua: la fiebre y el fluido rizomático.
4.
El hormiguero: un nuevo concepto de Revolución.
5.
El cuerpo esparcido.
6.
El pájaro y la pluma: consideraciones en cuando al papel del artista.
7.
El arte colectivo: un rancho compartido.
8.
La palabra umbral: “yo soy”.
9.
El agua que limpia.
10.
Método para el perdón: un ombligo replicado.
11.
El aluvión: el perdón como revolución.

Epílogo
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Agradecimientos

A mi padre, mi primer maestro y guía en la lucha por el conocimiento;


a mi madre por instruirme en los dulces aires de la empatía y el amor
por la tierra; a mi hermana por seguir marchando junto a mí. A ellos
por enseñarme el valor del trabajo, la inocencia, la humildad, la
persistencia y la valentía.

Agradezco infinitamente a todas las personas que participaron en


este proceso: A mis buenos maestros en la Facultad de Artes
ASAB y en la Universidad de Granada, España; a Jorge y Miguel
por guiarme en el principio; a las tres Lauras por acompañarme
en los inicios; a Elizita por estar en mi presente; a la Doctora
Turgeman y la Doctora Paola; a Juan, Juan y Juan; a María y a
Jessica, Jessi, Daniela y Daniel, y a Rigo, Ruby, Sandra, William,
Ernesto, Chaparro, Hermides, Iván; a la Sra María y sus hijos; a
la Señora Esperanza; a Mary, Maribel, Willy, Yudi; a la Hermana
Sandra; a Don Edilberto, Édison y Luz; a Alex y a los Morochos.

A todas las aguas de hierbas y charlas interminables.


A los vasos de cerveza infinitos que me brindaron.
Al tinto y leche con bocadillo en la lluvia.
A los aventones que me dieron entre tramo y tramo.
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Gracias a todos los compañeros que viajaron conmigo y creyeron


en mis palabras de enamorada.
Gracias por seguir caminando incluso cuando perdimos la
esperanza.

Gracias a la magia y al dolor que me llevaron a este proceso.


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Prólogo

Aluvión
Del lat. alluvio, -ōnis.

1. m. Avenida fuerte de agua que arrastra grava, lodo, etc.


2. m. Sedimento arrastrado por las lluvias o las corrientes.
3. m. Afluencia grande de personas o cosas. Un aluvión de insultos.
4. m. Der. Accesión paulatina, perceptible con el tiempo, que en
beneficio de un predio ribereño va causando el lento arrastre de
la corriente.

de aluvión
1. loc. adj. Dicho de un terreno: Que queda al descubierto después
de las avenidas o que se forma lentamente por los desvíos o las
variaciones en el curso de los ríos.
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Querido lector, que por medio de su lectura da vida a lo aquí escrito.

En el siguiente texto encontrará la recopilación de experiencias y


procesos de maceración conceptual y plástica que me llevaron a
trabajar un acto de perdón personal por medio de la acción
colectiva. Materia y palabra, experiencia y recorrido, son uno solo:
se complementan y entrelazan en la experiencia sensible que es la
vida misma.

Este proyecto inició en marzo de 2018 y ha sido escrito durante


los viajes que he realizado en todo el territorio nacional, con
la carne y las ideas frescas. El proyecto pretende investigar
alrededor de un conjunto de acciones, intercambios y
experiencias que, desde un estadio personal, se extiendan a
dinámicas de aprendizaje colectivo a partir de la sensibilización
artística. Mi hipótesis plantea que el perdón es constituido como
el acto de resurgimiento desde el fragmento, la grieta, la ruina,
el dolor; es la reconstrucción de identidad autónoma a partir de
la catarsis, desde el caos, entonces ¿Puede ser el perdón un acto
revolucionario por su carácter liberador, transformador y
constructor?

Esta investigación creación ha sido llevada a cabo gracias a, y con la


población de excombatientes FARC del ETCR Urías Rondón en La
Macarena, Meta, en conjunto con personas del Resguardo Embera
Chamí y con los compañeros que han viajado, dialogado y trabaja-
do junto a mí.

Llegué a esta población buscando un lugar para ejecutar mis


procesos personales de perdón y encontré una comunidad que
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es atravesada por el litigio territorial y una crisis identitaria manifiesta,


fusionada con la tragedia de la incursión a un proceso de reconciliación
obstaculizado. He estado trabajando con ellos, formando procesos de
construcción colectiva desde las artes, estableciendo lazos cercanos
con la población y con los individuos en ella y, con esto, gestionando
encuentros (requeridos por ellos y erigidos desde la colectividad) que
permitan iniciar dichos procesos de reconciliación desde experiencias
sensibles. Ha sido imperativo realizar mi proceso investigativo en este
territorio, pues esta población me ha dado más de lo que podía esperar,
han abrazado mi alma y recibido mi proceso con gusto, llegando a hacer
parte íntegra de mi vida. Llegaron como un aluvión a una árida ribera.

Considero fundamental abarcar el término perdón sin miramientos, sin


temor del uso que se le ha dado a la palabra y despojándolo de las cargas
que posee. En esta investigación es necesario reconsiderar el perdón
para sacarlo de su cotidianidad banal y empezar a colocarlo como una
posibilidad de acción desde el acto sensible. Sí, el perdón es una pal-
abra con cargas previas, pero, como al momento de perdonar, hay que
dejar de temerle a las palabras y condiciones fuertes que estas palabras
implican , afrontarlas y así tener la posibilidad de poderlas transformar.

Durante todo este constante ir y venir (en el espacio físico y


el de las ideas) he diseccionado junto con mi cuerpo cada
experiencia previa que me trajo hasta este punto: mi padre, la
enfermedad, cómo me enamoré por primera vez de un lugar
que no existe en el mapa, de la selva, que me enmaniguó con
su savia y marcó en mi piel cicatrices de nuevas esperanzas, de
nuevos cuestionamientos frente a lo que es revolución, a lo que
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es resistencia, y a partir de esto a repensar cuál es mi papel como


artista en este contexto y como individuo en el mundo, y si esas
dos nociones deben necesariamente ser diferentes. Como corolario
llegué a la necesidad de crear y difundir este proceso por medio de
la práctica artística como evidencia material de lo ocurrido, de ab-
sorber el territorio y sus sentires y ponerlos en el lenguaje en el que
me explayo, el plástico, y de proponer de nuevo un recorrido
sensible, como el de la lectura, en el campo material de la
existencia.

He caminado, por medio de la palabra, en derroteros líquidos en los


que he tenido profundo miedo, pero que están aquí expuestos por su
imperante necesidad de ser difundidos, pues bajo nuestro actual con-
texto es necesario manifestar valentía y visibilizar las pequeñas
transformaciones que siguen vigentes.

La valentía es un fenómeno extraordinario que nos eleva por encima


de nuestro ser, pero no es necesario estar en situaciones extremas
para evidenciarla. Se materializa diariamente en nuestras acciones
diminutas, en la honestidad que tenemos hacia nosotros mismos y
hacia los demás, en el carácter con el que asumimos nuestras
existencia. No hay vergüenza en haber sido cobarde sino en
pretender serlo por siempre. En este mundo de injusticia,
desigualdad, in- diferencia y dolor, el ser valiente es una
necesidad. Es necesaria la valentía desde la cotidianidad.

Por todo esto expongo aquí, querido lector, cada vestigio que me es
posible colocar en palabras para que, ojalá, pueda transportarse a mi
diario de viaje y ponerse en mis pequeños zapatos por un momento;
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quizá así pueda sentir el aire húmedo de la selva y en un futuro –y si


lo desea, si la vida le presenta el perdón como salida– pueda aplicarlo
como lo he hecho yo, por y para sí mismo y los demás.
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Capítulo 1

Máximo Gómez
y la LUZ del sol

.
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Bogotá, Julio 24 de 2018

M
áximo1 nació en una familia tradicional bogotana,
de padres no bogotanos que conocían el campo y
la guerra, la sangre y el combate, la tierra y la vida.
Máximo fue siempre un estudiante brillante, reconocido por
sus compañeros, admirado por sus colegas; pasaría de una a
otra institución con excelentes calificaciones hasta encontrar la
vocación religiosa que lo llevaría a terminar su bachillerato en
Manizales, Caldas. Su amor por los libros y por el conocimiento
lo trasladarían a desarrollar un amor aún más profundo por la
gente, por la causa, por un sueño de ser completamente libres
bajo las tonadas armónicas de la nueva revolución: sería profesor
alfabetizando poblaciones rurales antes de graduarse de
bachillerato, como ese cura y profesor, ese que eficazmente
amaba. El mundo, su mundo, se complementaría con cada
palabra, con cada persona, para entender que desde cada libro, a
cada paso, solo el respeto al derecho ajeno sería la paz. Sus
estudios y sus causas seguirían de la mano en un crisol blanco
que permitía que todo se uniera, ahí bajo sarapes y cabelleras
encontraría la plenitud, esa de serlo todo, de darlo todo; de
entender que para todos, todo.

1. Seudónimo: Máximo Gómez (18 de noviembre de 1836 – 17 de junio de 1905) fue un militar de
la Guerra de los Diez Años y el General en Jefe de las tropas revolucionarias cubanas Mambises .
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Un día, en su casa, en su barrio de siempre bendecido por un


ángel pregonero, las hojas de extraño eucalipto se batían al calor
de la tarde: ardían, sabían lo que vendría, lo que presenciarían
desde la altura de su inmutable extrañeza.

A las 4 de la tarde el barrio se llenó de militares. Máximo estaba


comiendo con su familia y el silencio invadió la casa de 2 pisos
construida por su padre hacía muchos años, al igual que la iglesia
y las bases del resto del barrio. El ruido del paso metálico sacudió
la casa mientras lo sacaban esposado, bajo la mirada curiosa de
los vecinos de tanto tiempo; las manos invasoras escarbaron su
biblioteca, sacaron las copias de sus libros rojos, tomaron todo lo
que pudieron y quemaron lo que no. A Máximo le vendaron los
ojos, no volvería a ver la luz durante 36 días.

Atravesó la ciudad como carga en un camión y llegó al batallón,


siempre con los ojos vendados. Recibió patadas y garrotazos de
figuras que no conocía; solo sentía sus golpes metódicos, las botas
militares clavarse en las costillas. Después de eso fue trasladado a las
Caballerizas, ahí pasaría la primera de las 35 noches de oscuridad. El
frío bogotano acrecentaba el dolor de huesos y músculos, de alma y
de pueblo; en estas celdas destinadas para caballos –que seguramente
tenían mejores tratos que los humanos habitando ahí– durmió, o eso
intentó. Después de 3 días recibió su primer bocado: una ración de
plátano maduro con arroz de sopa podrido. Esta sería siempre su
comida en el presidio, años después rechazaría con justa razón estos
alimentos.
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Durante las noches era llevado a interrogatorios; en estos se le


hablaba de los campos de Treblinka y Auschwitz, de las torturas
ocurridas ahí y de la similitud con las torturas que él estaba
sufriendo, y se le hacía entender que al igual que los prisioneros
de los campos de concentración, estaba a merced de sus
torturadores y no podría hacer nada al respecto. En esas largas
noches fue golpeado hasta que perdió la noción de su
humanidad, lo azotaron con agua y lo amenazaron con el alivio
de morir ahogado. Metieron agujas bajo sus uñas,
electrocutaron sus carnes y desangraron su espíritu. Más tarde
en esas noches intentaba dormir en su celda, despojado de sus
fibras, pero no se le permitía. Su único alivio era escuchar el
radio que uno de los vigías militares prendía a la media noche;
sólo así, huía.

Días después, no se sabe cuántos, se le permitió salir a un potrero y


ser amarrado a un poste, donde recibió la luz del sol sobre su
cuerpo, recordó su hogar y cayó. El silencio lo llenó todo con su
aire de libertad. Tras trámites realizados por su padre, reuniones
de firmas y múltiples encargos burocráticos se le permitió salir,
solo si firmaba un documento bajo juramento que manifestaba
que en ningún momento había pasado malos tratos y que
siempre fue bien atendido y tratado con dignidad; esa dignidad
que se estremeció al hacer la firma. Sólo entonces Máximo salió
en libertad.

Máximo siguió su vida, terminó su carrera en la pequeña ciuda-


dela blanca y vertió su pasión sobre el oscuro ébano del trabajo.
Construyó su mundo de nuevo, firme y delicado, junto a una
bella mujer trabajadora de manos finas y piel canela que cosió su
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firmamento en puntadas pequeñitas y apretadas, que


acompañaría cada nueva oscuridad y la perfumaría con sus
aromas a cámbulos y gualandayes, a tierra mojada y llanto de
inocencia. De madera y de letras, de hilos y de caminos estaba
hecho su nuevo mundo. Máximo nunca habló de nuevo de lo
ocurrido en la casa de los caballos, nunca contó una sola cosa,
nunca repitió su historia, sus pasos hacia la causa se
transformaron en hechos hacia sí mismo, con el amor que le
quedaba por la vida forjó sus principios bajo el cálido fuego del
deber, y los transportó entre canciones y dedicatorias de libros a
sus hijas y a cada acto que realizaría en su vida, nunca dejó de
serlo todo, de darlo todo, de entender que para todos, todo: que
el amor es un verbo de múltiples caras, de generosidad infinita
que siempre sigue, que siempre avanza.

Máximo se reconstruyó desde las cicatrices en las manos, desde


la rabia del frío, desde la ira del metal. Así como en su presidio
asoleando su cuerpo débil en el campo, asoleó su espíritu después
del martirio: siguió, creó, vivió y enseñó que sólo tras una noche
de tenebroso frío se siente plenamente la luz del sol en el cuerpo.
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Capítulo 2

EL CORAL: EL
PERDÓN COMO
CONCEPTO
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Ricaurte, Cundinamarca, Junio 9 de 2019

U
na golondrina no hace verano. Todos somos un juguete
del destino, un juguete babeado por un niño caprichoso
al que le gusta distraerse frecuentemente, no hay salida
de este turbulento laberinto de irónicas vicisitudes. Eso pensaba
cada miércoles en la tarde luego de salir de mi sesión bimensual
de infiltraciones óseas sin anestesia, tomaba el bus hacia mi casa
los días en los que nadie me podía recoger del hospital,
completamente pálida y con náuseas que me hacían estremecer
ante cualquier aroma, huyendo, escondiéndome de mi propia
existencia hasta que llegaba a mi casa y dormía. -¿Cómo está? –
Bien, bien -. La doble afirmación siempre ha sido un código
interno para la negación o indiferencia. Dormía porque ese era
el único escape a un cansancio auto infligido, porque yo había
tomado la decisión de tratarme experimentalmente por algo que
solo cinco personas en el mundo tenían, porque temía perder la
vista y no poder seguir huyendo en mis libros, mis fieles amigos
de tarde. Muchas veces me hice la pregunta de cómo sería
perder la vista, de qué manera desarrollaría otros sentidos si tal
destino era in- evitable, qué sería lo último que me gustaría
ver… la cara de mi madre, las manos de mi padre, un atardecer
muy anaranjado con arreboles que me cegaran de una vez por
todas. Cada segundo en el que no estaba leyendo, durmiendo o
tratando de aprender lo que sea para distraerme pensaba en por
qué, por qué la lotería genética me había castigado con
querubines somáticos, por qué había nacido en un país con tan
bajo desarrollo científico que se demoró 14 años en
identificar una enfermedad huérfana.
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- Eres frágil como un coral, no sabemos qué pueda pasar-


Repetían las batas blancas.

No entendía por qué esa vez me lanzaron piedras en el parque


junto al colegio, por qué mi cerebro había suprimido los
momentos en los que en efecto perdí la vista momentáneamente
tras una cirugía y el dolor me hizo desmayar; pataleando en
sábanas de hospital, no entendía los momentos de soledad. Una
de esas noches decidí dormir eternamente y casi lo logré, pero
desperté al otro día con un gran dolor de cabeza y
remordimiento por mi propia cobardía: me había rendido ante
mi quimera, había traicionado el honor de Lagardere y de
Aliocha Karamazov, La tenacidad de K para llegar al maldito
castillo. Veía cómo todos mis libros, mis fieles compañeros de
meses de encierro estaban indignados por mi épica traición;
dormí más, dejé que el perro negro se acomodara sobre mi
pecho por mucho tiempo.

Un día, luego de una crisis de lágrimas en mi adultez temprana,


recordé esa noche en la que el perro negro llegó a mi vida. Había
recibido una herida cotidiana y me indigné ante mí misma por
sufrir por nimiedades de manera tan profunda considerando
lo que había pasado años antes. Este sentimiento se repetiría
constantemente cada vez que recibía una afrenta, sin embargo
encontraba momentos de tranquilidad en el olvido, en la
rendición, en la aceptación. Siempre me causó curiosidad la
manera en la que seguía olvidando, distrayéndome, huyendo en
libros, en viajes, en luchas sociales, en utopías, en la necesidad
de aprender porque es lo que más me sanaba, lo naturalicé.
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Un mes después de ese episodio fui invitada al espacio


territorial Urías Rondón a hacer murales colectivos para
embellecer las paredes blancas del lugar; era mi segunda
opción, pues la primera era huir al caserío de unos familiares a
trabajar en jornales, hasta que el cansancio físico sobrecogiera
el cansancio emocional. Por algún motivo decidí ir a La
Macarena, donde por serendipia conocí a varias personas que
entre pinceladas y brochazos me contaron sus historias,
sufrimientos y experiencias increíbles con toda naturalidad en
las noches de lluvia. Eran cosas superadas, se contaban con
miradas tranquilas y me sentí identificada; eran personas que,
como yo, habíamos naturaliza- do lo que nos había ocurrido.
Lloraba de alegría al hablar con mi padre desde ahí: en ese
momento vi claramente un fenómeno que me tomó 25 años de
vida comprender, extrañamente el coral se endureció, nunca más
volvió a afectarme. Me di cuenta que desde hace mucho yo
estaba curada.

El fenómeno que contemplé con tanta estupefacción y que final-


mente pude poner en palabras era el perdón: una palabra
frecuentemente utilizada en todos los idiomas, parte del
conjunto inicial de aprendizaje y que al mismo tiempo tiene un
alcance semántico infinito (Sádaba,1995). Es importante
entender que un término como el perdón debe ser despojado de
toda su carga religiosa para ser observado meramente como un
fenómeno, con ojos limpios y la disposición de entender la
imagen de sublime universalidad del término.
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Para este proceso, el perdón es entendido como una posibilidad


creadora que sirve para rehacer un acto del pasado, restaurando
y rehabilitando la capacidad humana de actuar. Dicho fenómeno
es ejercido a partir del reconocimiento de la libertad propia y
ajena, siendo conscientes de los comunes denominadores con el
resto de los seres humanos, entonces el perdón se manifiesta
como un ejercicio de acción restaurativa colectiva más que
como un fenómeno moral. El perdón es así mismo una
necesidad práctica que permite la reconciliación, la posibilidad
de cambio frente al dolor, y se constituye como un acto de
resistencia, de resiliencia práctica individual y colectiva que
abarca magnitudes de carácter transformador al acoplarse de
manera combinada. Es un ejercicio de conciencia creadora que
implica un movimiento voluntario frente a circunstancias
específicas. “Si analizamos el perdón más de cerca nos damos
cuenta de que este no se funda principalmente en el mal
infringido sino más bien en una actitud del sujeto que le hace
capaz de superar la res- puesta fundada en el agravio”
(Hidebbrand, 2014, pág. 94), por lo tanto es en esencia un
fenómeno meramente individual, que aunque puede tomar
connotaciones colectivas, siempre parte de una revolución
interna inherente a la unicidad. “La unicidad de una persona no
es impedimento para el perdón sino uno de sus presupuestos”
(Crespo, 2004, pág. 84), ya que al reconocerse la propia, se le
puede reconocer en otros para así manifestar un proceso interno
de aceptación basado en una empatía tan pro- funda como
aquella que sentí al momento de entrar por primera vez al
espacio territorial: fue un fenómeno cotidiano tallado en la
cálida madera de nuestras conversaciones.
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El perdón es un acto que no toma forma el ningún lugar, es un


fenómeno interno que no existe en la psicología corriente (Jankélé-
vitch, 1999) y por lo tanto es de condiciones variables y se
evidencia de diferentes maneras; un factor común en estas
manifestaciones es el afianzamiento identitario de los individuos.
La manera en la que ellos y yo, todos nosotros, reemplazamos
con emociones positivas nuestras cicatrices evidencia una
naturaleza identitaria, pues enuncia la importancia de dichos
eventos para la constitución de nuestro actual ser: De no ser por
esos años de encierro no hubiera desarrollado un inminente amor
por el conocimiento, ni la humildad ante la vida orgánica que te
otorga la enfermedad; de no ser por las cicatrices de mis
interlocutores no hubieran adquirido las habilidades de
supervivencia para culminar vivos un proceso de
desmovilización, entre otras muchas transformaciones. Somos un
manojo de circunstancias buenas y malas que construyen lo que
somos, contemplar pasivamente el valor de las vicisitudes aumenta
la posibilidad de estas de ser enriquecedoras.

“Sufrimiento, enseñanza y transformación, es preciso, no que los


iniciados aprendan algo, sino que se opere en ellos una
transformación que les haga aptos para recibir una enseñanza. La
experiencia del sufrimiento y la desgracia introduce el universo
en el cuerpo” (Weil, 1998, pág. 26), y al introducirlo abre la
posibilidad de entenderlo y producir desde él una transformación.
Tal vez entonces una golondrina sí hace verano.
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Capítulo 3

DE TODOS Y DE
NADIE:
EL TERRITORIO
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Playa Rica, Meta, agosto 20 de 2019

L
a noche anterior habíamos bailado salsa y merengue
hasta que se nos cerraron los ojos. Estábamos
preparándonos para dar la sesión de taller de serigrafía:
los pequeños marcos habían quedado preciosamente
entelados, todo estaba dispuesto dentro del aula. Del
aparato de mi compañera de viaje salieron tres acordes de
guitarra española. Yo, descansando sobre la mesa como
quien pretende dormir, me paré de la banca y corrí. Corrí
hasta el sendero que ya conocía, corrí descalza sin sentir
los talones contra la maleza filosa. Corrí hasta alejarme
del rango de visión o escucha de cualquier persona, corrí
mientras mi falda se enredaba con las espinas de la
guadua. Corrí hasta que vi la entrada al sendero y la selva
se abrió ante mí, crucé el puente y el pequeño riachuelo,
crucé sobre el tronco caído lleno de musgo en el que
solía recostarme a ver a los micos en la mañana. Corrí
hasta que ya no escuchaba a nadie y nadie me escuchaba,
hasta que la selva se puso tupida y el sol ya no entra- ba.
Corrí hasta llegar al Bailadero de Brujas2 y me senté
agotada tras correr ciega por las lágrimas de vidrio. Me
desplomé partida en dos por ese llanto que te divide la
existencia y caí sobre la biomasa húmeda del claro.

2. Área en el suelo selvático donde solo crece un tipo de árbol que evita el crecimiento de otras
plantas despejando el terreno como una pista de baile.
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Lloré hasta que todo fue silencio dentro de mí, hasta que la rabia
desde adentro se derramó sobre el verde de afuera, hasta que
incluso los animales se detuvieron a escucharme llorar. Lloré
hasta que ya no quedara nada, solo la presencia de las antiguas
Delias a las que siempre invoco cuando me siento perdida. Me
perdí porque me sentía desolada y encontré la calma en el
silencio de mis propios pasos. Mi dolor era mío y de todos, mío y
de nadie; lo lloraba aquí pero le pertenecía a todos los territorios.
De repente recordé que estábamos a punto de iniciar la
capacitación y me levanté del suelo, caminé de nuevo y en dos
pasos llegué al aula.

La sesión fue inspiradora y al final la profe de la escuela de Pla-


ya Rica y yo acordamos hacer un mural colectivo dentro de las
instalaciones de la institución: remate perfecto para un día
catártico. Más tarde ella llegó en una moto para hablar conmigo
porque algo muy malo había pasado: no teníamos autorización
para hacer el mural. El Colegio estaba en disputa, pues una par- te
pertenece al departamento del Caquetá y la otra al departamento
del Meta, así que eran necesarias ambas autorizaciones
departamentales. Le pregunté a la maestra qué posibilidades
había de solucionar pronto ese altercado, a lo que ella respondió
con un suspiro desalentador y, refiriéndose al colegio, dijo “Es
que es de todos, es de ambos, suyo y mío pero no es de nadie”.
Nunca volví a tocar el tema.

Para llegar hasta este territorio es necesario tomar trayecto por


ciudades centrales (Neiva, Florencia) hasta San Vicente del Caguán,
luego
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hay que tomar una línea o camioneta todoterreno por la polvorosa


trocha hasta el espacio territorial. Las únicas zonas pavimentadas
son las que atraviesan veredas en donde se hace extracción de
aceites. Generalmente para mí es un viaje de entre 18 y 26 horas
de trayecto sin parar, solo se hace una parada estratégica para
comer pan de la abuela en un caserío de lecheros antes de Playa
Rica, comprar un tentempié para el resto del camino o si la
carretera está demasiado deteriorada y el vehículo se queda
estancado en el barro rojo del camino. Dentro del espacio la luz
eléctrica se enciende a las 9 am y se va a las 9 pm. Los horarios
de desayuno, almuerzo y cena son estrictos, terminando a las 4
de la tarde. La comida es servida en la rancha3 general, general-
mente con alimentos provenientes de la zona porque muchos de
los recursos prometidos tras el acuerdo de paz nunca llegaron.
Las caletas o habitaciones se encuentran en módulos que están
divididos por barracas de 14 espacios, y en medio de cada dos
módulos hay uno más pequeño con 6 baños –retrete, ducha y
lavamanos cada uno– y 4 lavaderos, todos comunales. Hay
aproximadamente 12 barracas. Existe además un aula general
donde se llevan a cabo las asambleas, otra aula para
capacitaciones y eventos, oficinas de administración y la
enfermería; conjunta- mente los proyectos productivos tienen
espacios como la ebanistería, zapatería, la molienda y las
marraneras. El territorio es un espacio agreste alejado de
cualquier ciudad central y rodea- do de tierras fértiles para
ganadería y cultivo que se dispersan entre cúmulos de selva.

3. Cocina comunitaria
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La coyuntura territorial en la que está envuelto el Espacio


Territorial Urías Rondón es notable por la división de
jurisdicciones que se reparten entre uno y otro departamento. Así
mismo, el espacio ha transitado por las etapas que dejó el acuerdo
de paz firmado en 2016, luego de 50 años de conflicto armado,
lo que implica la reorganización de excombatientes FARC (de las
Fuerzas arma- das revolucionarias de Colombia) en territorios
aledaños a sus puntos de encuentro centralizados. Esta brecha –
que es al tiempo matiz–, este umbral en el que coexisten los
habitantes de la zona es, además, un crisol de interacciones
históricamente normaliza- das. La mayoría de la población civil
tiene relaciones de familiaridad con excombatientes y está
matizada por los asentamientos Embera Chamí aledaños a la
zona. Playa Rica, la vereda más cercana, tiene condiciones
pésimas de salubridad que pueden llegar a ser extremadamente
precarias en casos extremos de clima; sin embargo, la posibilidad
de tener asistencia médica se vuelve más plausible dentro del
Espacio Territorial que en la vereda aledaña a pesar de que esta,
gracias a la Diócesis de San Vicente del Caguán y al trabajo de la
Hermana Sandra, han logrado conformar una botica Comunitaria
que comparte espacio con la panadería de la vereda. El espacio
es un punto de encuentro para jornadas médicas y alfabetización
al que llegan personas que habitan a más de 3 horas de distancia.
Los miércoles en la noche se hace una proyección de cine en el
aula mayor para niños y adultos que llegan caminando o en moto,
tema organizado por la directora de la biblioteca de Playa Rica.
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Dentro del espacio es constante el sentimiento de camaradería


impaciente que quiere volver a la plenitud de la actividad
colectiva; aún se siente en el aire la disciplina de las antiguas
maneras, y cada sábado se hace una asamblea para revisar y
continuar con los procesos productivos y otros ya establecidos,
fortaleciendo la esperanza en este espacio de momentánea calma.
Ellos llegaron ahí una tarde completamente agotados por la
marcha y armaron sus caletas junto al territorio que sería su casa
futura, luego de eso empezó el proceso de dejación de armas y
entregaron el metal que los había acompañado por tanto tiempo.

La construcción de las actuales caletas la hicieron ellos con asesoría


de ingenieros y arquitectos que, efectivamente, acabaron la tarea y
se fueron. Aún están guardados en una o dos caletas los equipos de
dotación que dejaron de utilizar desde entonces.

A pesar de las condiciones el espacio está siempre abierto a


investigadores y personas que tengan un interés en trabajar por
y con la comunidad. Las caletas están decoradas y los jardines
frontales a cada barraca han sido plantados. La tienda del
espacio que ofrece bebidas y galguerías funciona
constantemente; todos parecen cumplir con su deber, algunos
trabajando en jornales hasta la tarde y otros alfabetizándose
para culminar con sus estudios de bachillerato, a la vez que
entrenan para participar de campeonatos de fútbol en las
veredas aledañas. La comunidad está conformada por
generaciones de civiles, indígenas y guerrilleros mezclados en
un objetivo común: sobrevivir.
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Dentro de este intersticio en el que no está completamente de-


finido el territorio (que no aparece en cartografías oficiales y
cuya existencia es desconocida por la mayoría de colombianos)
se sienten diferentes dinámicas que, por las mismas
insuficiencias coyunturales del espacio, hacen necesaria la
cooperación colectiva constante: si hay alguna tarea por hacer
(madera que deba ser cortada, animales que deban ser
cuidados, paredes que deban ser pintadas o cualquier tipo de
actividad impajaritable), esta se lleva a cabo de manera
colectiva por todos los habitantes en capacidad de ayudar que
se encuentren dentro del espacio. Este fenómeno es notable así
mismo en el cuidado de los infantes, en su mayoría con la
misma edad de la firma de los acuerdos, que llegaron al espacio
como si la paz además diera autorización de producir vida.
Dentro de lo posible, los hijos de la paz son cuidados por la
misma comunidad. Este es un espacio en el que el sentir
colectivo se hace presente desde sus raíces en la mata –la
manera en que llaman a la selva– y en el que se vivencia la
noción de que todo es para todos; los dolores, las alegrías y las
preocupaciones son repartidas entre todos y conforman una
nueva comunidad que se apoya a sí misma al no recibir otro tipo
de apoyos.

Este es un territorio que ha presenciado más de medio siglo de


violencia, guerra, transformaciones territoriales, terror,
colonización y atisbos de esperanza revolucionaria. Es un espacio
que lleva la memoria de las personas que han combatido dentro
de él, de los civiles que lo han presenciado, de las familias que
tras generaciones han hecho parte de la lucha; pero asimismo
42

mantiene la relativa calma del aislamiento que trae el asedio


guerrillero y el cuidado de los recursos ambientales: son eternas
las extensiones de tierra y selva vírgenes con especies de flora y
fauna inexplorada porque el miedo las protegía de la depredación
humana. Es un pedazo de tierra teñida de rojo oxidado donde
llueve como en la selva y hace calor como en la llanura, donde
las cosas permanecen quietas y en constante tensión porque aun
guardan los preceptos disciplinarios de los códigos farianos4. Es
el hogar momentáneo –o permanente, lo que aún está por verse–
de un montón de personas de diferentes procedencias que
entienden el campo y a la vez las armas: pertenece a todos pero
no es de nadie, es un umbral.

La primera vez que llegué fui recibida como en casa y hasta hoy
nunca ha cambiado esa situación. Allí conocí que existen
canciones revolucionarias en más de 8 géneros musicales, que
cuando una pareja se une a otra se llaman socios y que un cuadro
es un individuo. Aprendí la complejidad de la identidad fariana;
la manera en la que se bordaban los uniformes, especialmente de
socia a socio, cómo interactuaban durante la vida de combate y
cómo involucraban esta vida con las necesidades humanas básicas;
cómo se enamoraban, caminaban, construían, aprendían, se
iluminaban y sanaban. Aprendí que hasta hace un par de años un
universo de individuos salió a la luz abierta lejos de la selva, con
números de cédula recientes y sin haber participado de votaciones
nunca antes en su vida.

4. Fariano: perteneciente o procedente de las FARC.


1
101

Aprendí que la inocencia se ve en todas las personas y que todos


sin distinción siempre quieren saber y aprender más. Al llegar todo
el mundo te pregunta “¿y cómo es?”, “¿qué hay?” y uno responde
sin miramientos: hay personas que te abrazan el alma, hay cariño,
hectáreas de deseos de enseñar, de aprender, de seguir. Encuentra
uno el agua que se lleva el peso, el ruido cándido de los pies en
movimiento, un sentido, una ruta para dar más allá de la caja de
cristal, un motivo.
44
1
101

Capítulo 4

LA MANIGUA:
RIZOMA DE
RESISTENCIA


46

San Vicente del Caguán, mayo 25 de 2019

¿ Cómo saber si se tiene fiebre en una temperatura selvática


en la que el aire es más cálido que tu piel? Lo sabes porque
te duele el rocío en la mañana, porque sientes el soroche de la
maleza que te sopla en la nuca, la fragilidad en la piel. La selva te
mata y te anida, a veces ambas al tiempo.

En el medio de uno de esos episodios febriles empecé a convencer a


mis momentáneos compañeros de viaje del por qué volvía
constantemente al territorio, a veces incluso sin los medios para
regresar a la ciudad; me emocioné tanto hablando de mi amor por
el húmedo verde que uno de mis interlocutores en una mesa
aledaña me interrumpió para decir “es la manigua, la picó la
manigua”. A causa de la fiebre empecé a escuchar al anciano en
una visión de túnel que solo me permitía enfocar su bastón de
hueso en forma de cabeza de perro y escuchar la palabra
manigua. Colapsé y desperté unos minutos después sudando
alegremente.

Pensé en la noche anterior, cuando caminaba desde la Vereda Playa


Rica hasta el Espacio Territorial bajo la lluvia, ojos puestos en el cielo
buscando una estrella fugaz como la avistada el mes anterior –por
primera vez en la vida–, y todo por suplir mis antojos de pan fresco
con bocadillo5. Me ardían los muslos, mi cuerpo se defendía
agresivamente de algo que quería atacarlo desde adentro y yo, en
extraña sorpresa, era la persona más feliz sobre la tierra en ese
momento de estupor.

5. Dulce de guayaba.
1
101

¿A quién le hace feliz tener fiebre? En efecto había enloquecido, el


anciano tenía razón, me había picado la manigua.

¿Qué es la manigua entonces? Etimológicamente hablando, el


término “Es de origen Taíno, un grupo indígena de la familia
Arawak de las Antillas Mayores. Con este término los naturales
significaban el bosque, la selva. Sin embargo no era la selva en el
sentido del espacio puro, era un hábitat que recogía las
emanaciones de los grupos que lo habitaban” (Peña Valencia, 2009,
Pg. 2). Es así mismo el lugar asignado para los Mambises,
guerrilleros independentistas cubanos, los barbudos, los
revolucionarios que como ahora la usaban como su refugio
(Clemente, 2008). Manigua es un término universal que funciona
en todas las magnitudes del plano social, y es así mismo aplicable
de manera universal, pues apela a las vulnerabilidades de la
experiencia humana para convertirlas en potenciadoras de
fenómenos internos, como un lamento que es ahora canto.

Es la manera especial en la que la fiebre atraviesa los tendones de la


espalda y los huesos dorsales con cada espasmo, es lo que mueve mi
garganta cuando hablo de mi propósito aquí, es el calor de la gente y
el verde puro tan vívido que marea, el chocolate amargo de cacao
selvático, el jugo de arazá en las mañanas, el merengue en las noches,
las guayabas del medio día, es la confianza en el poder de la palabra,
son los vasos de cerveza que nunca se vacían, los vallenatos
guerrilleros con los que baila todo el mundo, la amabilidad de los
desconocidos, los niños hablando en lenguas nativas; es así mismo
la posibilidad de que esa amalgama de elementos preciosos que nos
une a todos genere fenómenos más complejos.
48
1
101

La manigua es una fuerza invisible que a partir de relaciones


conectivas genera una profunda apropiación y empoderamiento
por la tierra. Esta fuerza es determinantemente un acto de
obstinación que resiste al devenir destructor (ya sea político, social
o ecológico) como la fiebre resiste a la enfermedad en mi cuerpo.

El término manigua funciona además, semántica y etimológica-


mente hablando, como el fluido interno de una raíz cuyos
elementos independientes se conectan para lograr un tejido de
especificidades. Un tejido que reacciona y se entrelaza ante las
peripecias de la existencia de la misma manera en la que lo hace
una célula ante una amenaza externa. Es el fenómeno puro de la
resistencia por medio de la simbiosis rizomática de fenómenos
cotidianos. La fiebre es al cuerpo biológico lo que la manigua es
al cuerpo social: resistencia. La fiebre verde que me inunda es la
manigua que me ha embelesado y enceguecido en este cálido y a
veces difuso recorrido. En este camino la fiebre/manigua reconoce
las vulnerabilidades del cuerpo y las exalta para subsistir dentro de
los procesos realizados. La manigua, ese fluido de raíz que me
sube la temperatura, es el aglutinante y motivo por el cual he
llegado yo a este territorio; lo mágico es que la manigua existe en
todos los territorios, solo hay que dejarse picar.
50
1
101

Capítulo 5

EL
HORMIGUERO:
UN NUEVO
CONCEPTO DE
REVOLUCIÓN
52

Florencia, Caquetá. Mayo 10 de 2019

C
on curiosidad le retiré una pata a la hormiga y la coloqué de
nuevo en el pasto, diciéndole “Camina” con voz imperativa;
luego, al observar detenidamente su comportamiento, retiré
otra pata y repetí el procedimiento hasta culminar la amputación de
las extremidades de la hormiga. Al ver lo fallido de mi experimento
inicié de nuevo con otro espécimen. ¿Acaso no es fascinante cómo la
crueldad infantil puede mostrar pequeños indicios de psicopatía, o
en el mejor de los casos de curiosidad investigativa?

Años después en mi trayecto por la selva y la serranía de la


Macarena acompañando a las comunidades Farc, civiles y
Embera Chamí a hacer distintos procesos de construcción
identitaria a partir de la sensibilización artística, resulté
encontrándome repetidamente con hormigas rojas, hormigas de
fuego que eventualmente siempre encontraban la manera de
morderme las piernas, como si fuera algún tipo de venganza
antigua por mis experimentos como infante. La hormiga estuvo
siempre en mi cabeza como un símbolo casi chamánico de mi
proceso colectivo investigativo y como una metáfora de
revolución, pero ¿Cómo es revoluciona- ria una hormiga?

El concepto de revolución ha sido por siglos empapado por cargas


ideológicas, producto de sus múltiples apariciones a lo largo de las
transformaciones sociales. Usualmente, por su carácter
ideológico, se relaciona con el belicismo propio de los
estremecimientos políticos. Solo hasta después de las dos
grandes revoluciones del
1
101

siglo XVIII empezó a tomar estas connotaciones, pues antes era


asociada al universal movimiento celeste y eterno recurrente en el
meneo astronómico (Arendt, 2018). Sin embargo, este concepto
tiene connotaciones que permiten que cualquier transformación
que dé atisbos de un cambio de paradigma sea considerada como
revolucionaria. Una característica usual en el manejo del término
es, además, la persistente noción de que implica la destrucción
completa de la estructura anterior, entonces “Una revolución es
algo así como destruir un viejo edificio para construir un edificio
nuevo, y el nuevo edificio no se construye sobre los cimientos
del edificio viejo. Por eso, un proceso revolucionario tiene que
destruir para poder construir. [...] Una revolución es una lucha a
muerte entre el futuro y el pasado” (Castro, 1961).

Así, bajo este reconocido discurso, la revolución adquirió


connotaciones de limpieza apocalíptica que implica la
purificación desde el arrasamiento de lo anterior, una posición
que (a mi parecer) limita las posibilidades del término y lo
condena a perder recursos conceptuales que pueden ser útiles.
Muchos procesos sociales están conformados desde cimientos
revolucionarios, pero se con- vierten en procesos efectivos en el
momento en el que aceptan la hibridación de lo antiguo para
acoplarlo con lo nuevo: uno de los miles de ejemplos es el
territorio latinoamericano que combina de manera compleja lo
moderno y lo tradicional, lo internacional y lo popular para
formar la amalgama de riquezas que hoy es; ejemplos más
concretos son los procesos de sincretismo indígena y
afrodescendiente y todos los matices culturales y rituales que de
ahí se despliegan.
54

Una noción de revolución universal implica más que la destrucción


de lo antiguo la apropiación útil de lo pretérito para acoplarse con las
necesidades de lo nuevo: es un proceso cambiante y en movimiento
que, en sintonía con las definiciones físicas y acorde con el devenir
histórico, envuelve determinantemente un movimiento constante.

La revolución es un proceso creativo que toma elementos de


múltiples fuentes para transformarlos en algo nuevo y tomar un
nuevo derrotero. De esta forma, así como la creatividad es
inherente a los individuos, la revolución también lo es, siendo
además ad- yacente a la cotidianidad misma de la existencia, no
solo a los episodios épicos del cuerpo social. Así mismo, un
patrón elemental en todas las concepciones de revolución es el
establecimiento de múltiples elementos que funcionan de manera
conjunta y orgánica para lograr dicha transformación, ya sean
individuos, entidades, células o ideas.

Un hormiguero es un ejemplo de cómo un individuo puede


construir estructuras complejas a partir del énfasis en la su-
pervivencia colectiva; de cómo puede reconstruirse a sí mismo
como microsistema, utilizando incluso los cuerpos de las
hormigas muertas, y los viejos nidos destruidos para resurgir. Las
hormigas se construyen repetidamente por medio de su
adaptación al entorno: triunfan en ambientes inhóspitos a partir
de sistemas estructurados que reconocen la importancia de cada
individuo dentro de la supervivencia de su colectividad y,
además, manifiestan una resistencia constante, lo que considero
un revelador acto revolucionario que puede ser replicado en cual-
1
101

quier sistema, organismo o individuo. Son, en suma, actos de


adaptación creativa inmanentes a la existencia.
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1
101

Capítulo 6

EL CUERPO
ESPARCIDO
58

Florencia, Caquetá. Mayo 10 de 2019

U
n diente dislocado, un hematoma de quince centímetros,
una inflamación con todos los fluidos que podía tener en
mi cuerpo acumulados en un solo lugar, raspaduras, una
laceración de 6 puntos y 4 onzas de sangre derramada. Con el
cuerpo abatido se detonaron dolores antiguos a partir de las fibras
de nuevos dolores. Rota, viajé intermunicipalmente por 3 horas
hasta que el sueño dominara el dolor. Siempre me había dicho que
si no te penetra la existencia no existe realmente la relevancia de
alguna situación: ahora había sido completamente intervenida. Al
llegar a mi destino colapsé en llanto pero por algún motivo ya
estaban dispuestas sobre el mesón todas las cosas necesarias para
mi pronta curación: caléndula para las raspaduras, vinagre para
los hematomas, hielo para la inflamación, acetaminofén para el
dolor de cara y agua de panela para el dolor del alma. Poco a
poco me sané en cuerpo y espíritu.

Una semana después llegué al espacio territorial y encontré a la


maestra Ximena, que estaba dando una capacitación en cuanto
al manejo de la guadua. Durante su lección mencionó el
concepto de rodal, nombre que se le da a una aglomeración de
guadua que es diferente a un bosque, pues es una aglomeración
de anatomías similares en estructura cuyo crecimiento se
conforma por medio de los nutrientes que están constantemente
transmitiéndose de unas a otras, como si se cuidaran. De un
momento a otro me dolió la cabeza y me acordé del golpe.
Sandrita me trajo tinto y me dijo “tome, para que sane”. De
repente todo explotó:
1
101

rodal, rizoma, panal, constelación ¡Implosión en mi cabeza! Ca-


miné hasta mi habitación y me dormí bajo el calor de las tejas
de zinc. Mi cuerpo, ya sano aunque aún fragmentado, había
viajado apoyado en otros cuerpos amorosos por una red de
afectos colectivos que habían previsto, por compasión o
empatía, que yo necesitaba algo; ahora éramos todos un gran
cuerpo.

Aunque el concepto de cuerpo es conocido como el conjunto de


órganos y sistemas que constituyen la anatomía de un ser vivo,
para efectos de mi accidentada existencia y de la presente
argumentación es impajaritable comprenderlo como una
totalidad, un macrocosmos y un universo en sí mismo, que
sincrónicamente contiene un sinfín de microcosmos, pequeños
espacios delimitados y enlazados por códigos secretos (Rossi,
2019, 16). Esta es la noción que ha penetrado mi existencia
completa y que se manifiesta constantemente en la cotidianidad
desde esos códigos secretos que me conectaron con mis
benefactores momentáneos. El cuerpo es una constelación de
afectos que se manifiesta en rizomas o colmenas, pero no como
los canales de conducción, sino como la savia que atraviesa ese
entramado.

El cuerpo es así mismo el rumor que circula entre uno y otro


territorio, es la conexión hipersensible entre la serendipia y la
colectividad; el cuerpo no es el sistema, es la energía que hace
que dicho sistema permanezca en funcionamiento. El cuerpo es
entonces la necesidad inherente de unión y retroalimentación, de
colectividad, de empatía; es un fluido cálido y viscoso que nos
atraviesa de la palabra al gesto; es el vínculo, ese que mantiene
60
1
101

mis extremidades juntas, y a este cuerpo mío con otros cuerpos,


y a nuestros cuerpos con otras luchas, y a esas luchas con otros
territorios. El cuerpo son fragmentos de sustancia en acción
compuestos para dialogar entre sí y el resto del universo.
62
1
101

Capítulo 7

EL PÁJARO Y LA PLUMA:
CONSIDERACIONES
EN CUANTO AL PAPEL
DEL ARTISTA
64

Florencia, Caquetá. Mayo 10 de 2019

E
n completa catarsis y llena de una pasional ira lloré silencio-
samente lágrimas de rabia por el temor a caer en lo que más
temía: ser un vampiro de oportunidades, una aspiradora de
circunstancias. Me sentí ridícula tratando de salvaguardar una
especie de disciplina amorfa que se involucrara con mis vicios para
mantener lo que consideraba era correcto. Vi entonces cómo mis
experiencias se concatenaban en una sola y luego, al limpiarme las
lágrimas de los hinchados labios, sentí el cansancio de la frustración:
mi profesión se había convertido en un manojo de mentiras bien
vendidas y mal argumentadas.

La ligereza que tanto había atacado en la que el artista solo hacía por
hacer (sin responder a su contexto) se había convertido en la constan-
te, lozas y trapos se elevaban en metáforas cristalinas que no decían
nada, solo que existen el dolor, la violencia, la muerte y nada más, que
no se puede hacer nada al respecto, que somos cifras en un informe.
Así, todo sería todo, todo sería arte, todo valdría, incluso la injusticia
y la desaparición de la identidad misma. Una palabra, un oficio que
antaño significaba conocimiento a pesar de su segregación, ahora era
nada: un eufemismo para una ligereza frívola, la pereza cognoscitiva y
el uso desmedido del mesianismo cuando yo, en perfecta inocencia, la
añoraba como vórtice de todos los campos del conocimiento, de todos
los mundos, de todas las luchas.
1
101

Con la frente roja, como neonata que acaba de ver el mundo, me


contemplé en el espejo redondo que cargaba en mi maleta de
viaje y recordé a mi madre diciéndome “aguántate cuerpo infame
que ya por poco lo hacés”.

Un vertiginoso tren de ideas, de esas que surgen en el típico


agotamiento post llanto, me recordó al pájaro amarillo que se
paraba siempre en el espejo lateral del viejo carro de mi padre y,
cuando él no estaba en casa, en el balcón de mi madre, y volvió a
mí la palabra punzante: “ligereza”. El mismo pájaro fue la
respuesta: existe una ligereza frívola que nos encierra en un ciclo
de consumo constante, de alimentación mediática no nutritiva, de
inmediatez, de facilismo instantáneo, de utilizar a las personas
como plastilina mal mezclada, como entes sin nombre.

Esta es la ligereza de la indiferencia, la que mencionaba mi


interlocutora excombatiente, la ligereza injustificable. Sin
embargo, esta palabra puede ser contemplada desde un punto de
vista positivo: la ligereza de la experiencia como la de un
cantante que, con elevada gracia, logra interpretar y transmitir
pasiones; como la de una cadera que vibra ante una tonada
profunda o como la de la mirada de los ojos de un anciano sabio;
esta ligereza proviene del trabajo, de la disciplina para llegar a la
melodía, al clímax danza- rio, a la paz interior. Como lo
manifiesta Lipovetsky en su ensayo De la ligereza (Lipovetzky,
2016), esta es como un ave: compleja en un perfecto sistema de
funciones y precisiones milimétricas, y no como pluma que se
deja llevar por vientos fútiles, despojada de la autonomía del
autoconocimiento y la empatía.
66

Un pájaro amarillo común llenó de ligereza mis hombros; un


término tomó forma en una metáfora y así constituyó otra,
determinando que el papel del artista debe ser ligero como un
pájaro: un sistema perfecto que se adapta a su entorno y desarrolla
hábitos para vivir exitosamente y conservar su especie; que
implementa estructuras para su supervivencia y la de los suyos. La
complejidad y disciplina de la libertad le otorga dicha ligereza al
oficio. Entonces, si la palabra artista está tan cargada de ligerezas
frívolas, es justo resignificarla en una palabra de ligerezas
complejas, de disciplinas integradas que vuelquen de nuevo el
conocimiento hacia un ámbito holístico y deliciosamente
interdisciplinar que contemple así mismo el trato con el otro, porque
en ciertas circunstancias –como en la mía– nuestra materia prima
son las personas, y es necesario (por respeto hacia el término, la
profesión y todos los individuos que nos acompañan) manejar dicha
materia como un organismo vivo –lo que en efecto es–, como un
montón de seres que merecen tener un nombre, que son
equivalentes en el proceso de creación, de producción y de difusión;
que son amigos de una vida, no fuentes primarias momentáneas.

La reflexión que detonó mis lágrimas ahora justificaba una serie de


labores aún más apasionadas para probar lo contrario, en el
aterrizado y eficaz campo de las acciones. Con la cara menos roja
pensé que: así como esta noción de ligereza puede ser
transformada semánticamente, la noción de artista puede ser
modificada, e incluso, si no es posible, podemos siempre usar otro
término para definir esta práctica, una práctica nueva que
considere todos los conocimientos sistemáticos en el
funcionamiento perfecto de un proceso creativo, como el ave,
impulsada por la vida misma.
1
101

Me limpié las lágrimas y volví caminando hasta el andén donde


anteriormente hablábamos mientras esperábamos que la luz se
apagara esa noche y entonces ella dijo “Tiene los ojos hinchados,
¿estaba durmiendo?”, a lo que respondí “sí, me acabo de despertar”.
68
1
101

Capítulo 8

EL ARTE COLECTIVO:
UN RANCHO
COMPARTIDO
70

Balsillas, Caquetá, agosto 10 de 2018

H
acía mucho tiempo no tomábamos esa ruta hasta San Vicen-
te pero el trayecto por Florencia estaba bloqueado, aunque
me entretenía pensar en las 8 horas de trocha arenosa que
te llenaba la piel de polvo y los riñones de moretones. Tras 4 horas de
camino nos dimos cuenta que era imposible seguir andando, pues no
paraba la lluvia y teníamos miedo de que se quemara el motor o nos
quedáramos atascados en lodo arcilloso. Allá arriba en temperatura
de páramo no se puede contemplar el lujo de esperar sin perder la
nariz por el frio, por lo que entramos a un pequeño rancho mientras
soportábamos la lluvia, pedimos permiso antes de pasar y saludamos
a un amable anciano que parecía quebrarse con el viento, quien nos
trajo agua de panela hirviendo y queso siete cueros mientras pasaba el
aguacero. Al salir agradecimos por la hospitalidad y el anciano nos
interpeló con una última frase: “yo solo le abro mi casa a la gente que
saluda, nadie se mete al rancho de uno sin pedir permiso” y nos
sonrió.

Generalmente me distraigo en los detalles más nimios. Es,


considero, un tipo diferente de concentración que me hace colocar
relevancia a lo más insignificante al trasladar esto que llamo arte a
eso que llaman mundo. Es en esos momentos de divague
interdimensional donde encuentro la paz que da el
descubrimiento, la emoción del devenir creativo; he tratado de
definir mi profesión y lo que en ella manifiesto: ese arte
inabarcable e irremediablemente amplio. Dentro de mis
recorridos en y fuera del campo, dentro y fuera de la consciencia
he notado patrones de lo que considero satisface mis necesidades
como trabajadora del arte: interpelar la cotidianidad
1
101

de mi contexto reflexionando sobre lo que nos puede de alguna


manera unir como especie; intervenir escuetamente las
convenciones de lo que es la realidad y nuestros alcances para
transformarla. El escenario que corresponde más a mis
interpretaciones en cuanto al papel del artista es el del arte
relacional (Bourriaud, 2009), que se inserta dentro del uso de la
palabra intersticio, al que Karl Marx se refería como un espacio
alterno a las dinámicas cotidianas de la sociedad; este intersticio
relacional, en el que las interacciones procesuales toman matices
más nutritivos que las piezas de arte en sí, es en el que pretendo
sumergirme constantemente, porque sucede que este asunto (el
arte, el trabajo del artista, la necesidad de crear e investigar,
llámelo usted como quiera) tiene como carácter imperativo
atravesar la vida misma y por ende la de otros, ¿cómo se puede
conmover a alguien si no se mueven las fibras internas de sí
mismo? No es posible. Por lo tanto, es en el intersticio relacional
donde dichos fenómenos suceden en su mayor esplendor, porque
responden a nuestras necesidades de acercarnos a otros individuos
en el devenir sociocultural en el que nos encontramos para, en
últimas, producir desde la hibridación de saberes. Muchas veces
he manifestado que mi mayor recurso son las interacciones que
tengo con las personas con las que trabajo, con quienes busco la
dicha de un proceso continuo que nos alimente la existencia, y
esto determina no solo mi sentir sino el de varias generaciones
que se han hartado de la unidireccionalidad de la pieza artística,
exhibida en una descarada y blanca endogamia.

Aunque Bourriaud manifiesta que el arte ha sido siempre un


elemento relacional que detona la dialéctica, es de notar que la
pieza
72

plástica, aunque congregue al espectador, también lo ha colocado


detrás de una barrera invisible que, en el mejor de los casos, lo
hipnotiza y lo permea hasta cierto punto. Históricamente
hablando el arte relacional surge en la década de los 60’s como
respuesta alter- nativa a los procesos de separación a los que
irónicamente conlleva la aglomeración en las ciudades que
además estaba conjugada con la sacralización del artista
alejándolo de su verdadero propósito: trabajar con otros seres
humanos. El proceso y las interacciones que ocurren en ese
intersticio mencionado por Bourriaud toman forma como la obra
misma en trabajos como los de Rirkrit Tirava- nija, Maurizio
Cattelan, Jeremy Deller, Miltos Manetas o Vanessa Beecroft,
resaltando que efectivamente el arte lo hace el artista pero es el
espectador participativo el que le otorga vida. Ya sea en
actividades cotidianas como comer o cocinar o acercando el teatro
a la plenitud del día a día citadino, estos artistas se enfocan en el
acto de la interacción como campo de acción para la
investigación de fenómenos sociales.

En el ámbito latinoamericano, que exuda contradicciones


tremendamente obvias de maneras tan deliciosas, matizadas de
injusticia política y segregación social, el arte relacional ha tomado
vertientes que surgen desde movimientos sociales y se convierten
en manifestaciones artísticas; como ejemplo está Ernesto García
Canclini, quien declara por medio de sus investigaciones la sutil
amalgama latinoamericana y la desdobla desde la producción
colectiva, comprobando que en efecto somos espejos del mundo
que nos rodea y podemos hablar de otros a partir de nosotros
mismos. Como ejemplo nacional están los artistas Oscar
Moreno, quien realiza
1
101

procesos de arte social en los que despliega sus investigaciones en


el territorio para construir junto a los individuos nuevos derroteros
reflexivos en torno a conceptos como el desarraigo y la migración
forzada, ejerciendo su papel de artista y expandiendo las
posibilidades de la pedagogía (ARTTEXTUM, 2019) y Gabriela
Pinilla, cuyo trabajo reconstruyendo narrativas colectivas desde
perspectivas históricamente disidentes, La Sotana y la Espada
(2018),o desde una historia desde abajo y siempre acompañando
procesos populares como el del barrio Policarpa, Barrio Policarpa
(2014), manifiestan un interés por construir relatos concretos
basado en investigaciones que den voz al sector investigado y
difundan lo aglomerado desde la creación colectiva y la
construcción popular, ella además se enfoca en los procesos de
resistencia y revolución para explorar su carácter pedagógico y de
relevancia discursiva ante las generaciones presentes con una
profunda integridad como artista. Todos los ejemplos citados
anteriormente tienen una característica en común, y es que toman
en cuenta la importancia de las personas dentro de los procesos de
producción y difusión, o en palabras más coloquiales: piden
permiso y saludan antes de entrar al rancho.

El espectador no es tonto; antes de abrir su casa merece ser educado


y hacer parte de los procesos de creación, ser partícipe de su propia
historia y ser tratado como un fiel amigo que abre su
vulnerabilidad para ser conjugada por nuestra sensibilidad y así
conformar un nuevo escenario de la realidad. El espectador es
familia y es por eso que mis primeros acercamientos al trabajo
colectivo involucraron tácitamente a mi familia en las obras La
Carpintería (2015) y Destejida (2015), donde hablo de la relación
de estos individuos
74

cercanos con profundos problemas existenciales –la pérdida de un


hijo, las marcas del trabajo manual y el desarraigo, entre otros–
pero también me acerco a contar parte de mi historia por medio
de ellos y con ellos, en homenaje a ellos. Así mismo prácticas que
he ejecutado como el Laboratorio de Muralismo Colectivo (2019)
en el Museo Caquetá junto con jóvenes de barrios periféricos de
Florencia y de Resguardos indígenas, y Los trapos sucios se lavan en
casa (2019) del colectivo P36 , realizado junto al Museo la Tertulia
en investigación con los barrios periféricos de Cali para escarbar
sus trapos sucios, se asoman vertiginosamente a mi ideal de trabajo
colectivo y de vulnerabilidad compartida.

De la misma manera es imperativo tener en cuenta los espacios de


difusión de estas prácticas artísticas. Aunque la sobresaturación y
variedad en la producción y alcance de medios de comunicación
hacen pensar que los espacios convencionales son la mejor manera
de pasar el mensaje, dicha saturación solo crea una normalización
que impide generar realmente una incidencia en la cotidianidad de
las personas; de esta manera espacios de difusión como el espacio
público se con- vierten en escenarios que permiten la continuidad y
asociación del proceso completo que parte de la práctica artística.

6. Colectivo integrado por Daniel Felipe Rodriguez y Carmen María Caro que investiga y escarba
en las posibilidades de la imagen reproducible como constructora de realidades paralelas; en donde
se investiga el espacio público y se reconoce como propio y ajeno, por lo tanto se es consciente de la
fuerza de éste como mensajero y receptor primigenio, porque todo el mundo tiene acceso a él.
1
101

Como corolario, mi proceso artístico y de campo con la comunidad


involucra una serie de dinámicas que nutren dicho intercambio
simbiótico y que, partiendo desde el desarrollo personal, compren-
den una totalidad. Estas dinámicas giran alrededor de la
peregrinación y el traslado constante hasta el territorio, lo que
permite una convivencia continua y directa, para establecer
vínculos relacionales efectivos que permean la vida misma. Estos
vínculos me permiten involucrar profundamente a la comunidad
tanto en el proceso de investigación como en la retroalimentación
de dicho proceso, para así mismo hacerlos partícipes de las
decisiones que se toman respecto a cómo serán representados,
pues finalmente nos corresponde a todos decidir. Estas prácticas
afirman un hecho, y es que la necesidad de hablar por otros a
través de sí mismo es imperante, pero no se trata de un acto de
altruismo per se; no se trata de hacer por unos o por otros, se trata
de hacer por todos y es ahí donde coexiste en armonía el papel
del artista con la comunidad e individuos con quienes trabaja: en
comprender que un proceso simbiótico que involucre
equitativamente a los individuos, siempre se hace por y para todos.
76
1
101

Capítulo 9

LA PALABRA UMBRAL:
“YO SOY”

Soy pan, soy paz, soy más


78

ETCR Urías Rondón, agosto 2 de 2019

T
odo tenemos sustantivos que nos definen: artista, madre,
carpintero, guerrillero, excombatiente. Algunos de estos fue-
ron decididos por nosotros y otros fueron impuestos por las
personas que tenían el poder de hacerlo, sea cual fuere la intención.

Desde mi llegada al espacio territorial memoricé los nombres de todas


las personas, pero no sus nombres registrados, sino los seudónimos
escogidos por ellos mismos o sugeridos por altos mandos a su
momento de entrada a las filas. Estos nombres rememoran a héroes
revolucionarios o a personas que eran de su afecto; constituyen su
identidad dentro de la comunidad guerrillera y además protegen a su
familia y a su ser civil de las represalias que pueden recibir por ser
quienes son. La mayoría prefieren ser tratados por su seudónimo,
decisión que es respetada por el resto del colectivo; esta nominalidad
es un vestigio viviente del ideal revolucionario, y además les vincula
con el colectivo al que han pertenecido durante gran parte de sus
vidas.

Sin embargo, no pueden deshacerse de su otro nombre, adjunto a un


número nuevo de cédula que los marca de inmediato. La brecha
coyuntural entre uno y otro nombre evidencia además la distancia
entre la vida civil y la vida de combate, y la reticencia a asumir de
vuelta el nombre civil evidencia la añoranza de las múltiples
seguridades que tenían estando en la revolución: asistencia médica
eficiente, educación asequible, programas culturales y deportivos de
participación comunal y la camaradería del apoyo colectivo, entre
otros elementos de los que carecen ahora.
1
101

El acto de decidir cómo se quiere ser llamado también declara lo


que se es, lo que se quiere ser, lo que se añora. La constitución de
la propia identidad por medio de la palabra es un acto de valentía
que busca controlar el derrotero de nuestras existencias individuales.
Independientemente de que sea el nombre civil o el de combate es
la decisión en sí la que manifiesta un acto de definición identitaria.
De esta manera este colectivo es entonces un crisol de voluntades
mancomunadas para definir el propio destino e identidad no solo
por medio del nombre sino también de las acciones intrínsecas que
esto implica: conservar el nombre, tener pensamiento crítico frente
al contexto, trabajar por y con el colectivo, resistir. Se ve manifiesta
desde el nombre y la palabra una noción de identidad auto-
representativa en el contexto en el que están inmersos revelando
estas identidades como resultado de esos procesos de interacción
social dentro de la colectividad. (Aceves, 1997)

En una zona tan coyuntural como el ETCR Urías Rondón, con


individuos en plena contienda identitaria y territorial, el acto de
decidir y manifestar qué palabra define quiénes son como individuos
es un acto de resistencia ante el contexto, una reconstitución de
identidad que se alimenta de su pasado y con plena consciencia de
este se afirma a sí misma en el presente.

El uso de la palabra en este contexto no solo manifiesta la posición de


definición identitaria voluntaria sino que, también, se ha convertido
en el recurso por medio del cual hemos establecido, ellos y yo, todos,
un vínculo que funciona como un elemento liminal (Rossi, 2011), que
es al mismo tiempo frontera y canal; un espacio o intersticio habitable
80
1
101

en el que todos nos adaptamos a nuevas formas de comunicación. Es


en el campo del lenguaje donde encontramos conexiones que, aunque
nos separan por nuestros contextos de origen, nos unen por nuestras
necesidades de interacción, y en esa unión todos nos vemos en la
necesidad de adaptarnos para comunicarnos eficazmente y establecer
vínculos más estrechos.

La palabra como elemento liminal –que une desde la diferencia, un


intersticio habitable de coyunturas– es entonces el umbral por medio
del cual ellos se unen y al tiempo se separan de su contexto,
redefiniendo su identidad que transita entre lo civil y lo combativo;
entre el pasado y el presente. Es en ese umbral donde se genera el
acto de identidad voluntaria y es también nuestro vínculo, que nos
complementa como un colectivo unido por intereses en común.
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1
101

Capítulo 10

EL AGUA QUE LIMPIA


84

ETCR Urías Rondón, agosto 2 de 2019

E
ra la última tarde en la que haríamos murales. Estábamos
cansadas de pintar y bailar merengue llanero en la celebra-
ción de la noche anterior, y finalmente pudimos unirnos al
grupo de personas que estaban recorriendo el territorio como
visitantes y que ahora se habían convertido en nuestros amigos.
Chaparro llenó una olla con pedazos de cerdo asado, papas saladas
y tajadas de aguacate. Nos montamos en el platón de la camioneta
y soportamos el calor exacerbado por la resaca y deshidratación,
dormimos, cantamos, la hermana Sandra nos vio pasar en la
camioneta haciendo barullo y nos reprochó con una sonrisa burlona
y amable. Finalmente llegamos al río Lozada, descargamos todo y
exploramos el agua, cada uno por su parte sintiendo la refrescante
calma del agua fría en cuerpos tostados. Yo me sumergí hasta
donde pude sostener- me con la corriente hasta el cuello y
simplemente me hundí, en mis pensamientos, en el cansancio, en el
frío y calor simultáneo, en todo lo que me había pasado en esa
última semana, en el profundo dolor que me había llevado a aceptar
ese viaje; en haber conocido a un grupo de personas que marcarían
mi vida para siempre. Me sumergí profundamente en mis propios
dolores, en las decepciones y frustraciones constantes, en la vida.
El sonido de las rocas bailando debajo de mi tratando de agarrarse
unas a otras y no dejarse llevar por la corriente me arrulló, cerré los
ojos y canté una canción que escuchaba siempre al viajar con mis
padres sentada en el asiento trasero, con el viento en la cara que te
ensordece la voz. Canté aunque el río apagara mi voz, canté
quemándome la cara con el sol del trance interno y dejé de sentir
cansancio.
1
101

La euforia de la corriente que viene de y va hacia la selva me


llenó; perdoné y fui perdonada por el río. Al final del chapuzón
nos montamos en una larga canoa y recorrimos el río en silencio,
como una niña pequeña me amontoné en la punta de la canoa
mirándolo todo, flui ligera.

Luego de eso ya en Bogotá estuve hablando con algunos


excombatientes que había conocido en esa primera visita
preguntándoles para ellos qué era el perdón. Uno de ellos, Daniel (el
zapatero del espacio que me hizo un par de botas y un par de zapatos
que tengo puestos mientras escribo esto) me mandó un mensaje
diciendo “el perdón es como cuando uno está muy embarrado y de
repente se mete a un riachuelo y sale limpiecito”. En ese momento
recordé mi espacio de reflexión dentro del río Lozada y entendí
perfectamente su punto, ese día me limpié. Dieciséis meses después
volví a Cristalina de Lozada a pintar otros murales con nuevos
compañeros y por casualidad me encontré de nuevo a la hermana
Sandra. Mis compañeros y yo nos sentimos pro- fundamente
consentidos y agasajados por la leche caliente con bocadillo y tinto
de las hermanas en la diócesis de Cristalina, y recordé la sensación
que sentí al ir al espacio territorial por primera vez. Esa tarde llovió
muchísimo, hasta el punto en el que no podíamos salir de la casa,
mas sin embargo justo antes de irnos recorrí el sendero hasta el río
Lozada que me había estado esperando sin que yo lo determinara,
bajé hasta el barranco y sumergí mis manos y pies, me limpié el barro
de las piernas y respiré profundamente: había vuelto a las aguas del
Lozada que un día escenificaron mi liberación. De nuevo estaba cerca
a la presencia de la hermana Sandra, de nuevo estaba acompañada de
personas que marcarían mi vida de ahora en adelante; estaba de nuevo
86
1
101

limpiándome, perdonándome a mí y a otros. Ahí supe que siempre


habrá dolores y frustraciones, siempre habrá algo que perdonar y por
lo cual ser perdonado, y siempre habrá agua, esa agua que limpia, que
me encontró como lluvia y río en mi primera visita y que sigue con-
migo, liberándome, liberándonos de nuestros dolores y otorgándonos
personas que fortalecerán cada nuevo ciclo.
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1
101

Capítulo 11

MÉTODO PARA EL
PERDÓN,
UN OMBLIGO
REPLICADO
90

Bogotá, agosto 30 de 2019

S
olo quien tiene la valentía para ayudarse a sí mismo tiene la va-
lentía para ayudar a los demás. La anterior frase es atribuida al
Ché Guevara, aunque es aplicada desde muchas otras perspecti-
vas: esta frase es el epítome de la metodología para alcanzar el perdón.

Como se ha establecido previamente, el perdón es considerado –en


este proceso investigativo, creativo y existencial– como un desarrollo
interno que no requiere de aprobación externa; no obstante, este pro-
ceso entra en completa efectividad cuando es aplicado de forma
exterior a otras personas. Es importante olvidarse de la idea del
altruismo sin remuneración; no existen buenas obras sin interés
personal, y en este caso el pago recibido hacia el individuo ejecutor
de ese perdón es la profunda satisfacción personal y la concatenación
de un proceso in- terno que al exteriorizarse florece. La metodología
que será presenta- da a continuación está basada en mi proceso
personal de perdón, que determina las etapas para ser llevado a cabo
en otros grupos humanos, en otros individuos, en otras poblaciones.
Es por lo tanto aplicable a cualquier estadio social y modificable a
partir de las necesidades tanto de la población como del investigador
eje. Hay que utilizarse a sí mismo como espécimen inicial, perder los
pies y obligarse a caminar, solo entonces se puede entrar al
hormiguero, a un nuevo ecosistema, hay que observar el propio
ombligo para replicarlo en otros.

Primero que todo es necesario sumergirse completamente en la


propia miserableza del dolor, y a este punto se llega aceptando
completa-
1
101

mente la insignificancia e incapacidad para controlar el devenir del


universo. Después de eso se llegará a un territorio o contexto, para
allí redimir dicho dolor en el espacio –encontrado por serendipia
o buscado exhaustivamente–. Cada persona será un punto variable
para reconocerse a sí mismo dentro del otro, este último siendo
sombra y espejo, ejercitando el delicioso equipaje de la empatía. Se
encontrará con la revelación de que no somos iguales; somos
diferentes pero equivalentes y dichas diferencias permitirán
establecer contactos alternos, bailando, comiendo, hablando,
riendo, porque en la ausencia, en el silencio y el vacío se generan
instintivamente nuevas formas de interconexión.

La palabra y el gesto serán su herramienta principal. Conversando


dentro del trabajo con otras personas entenderá cómo la magia de la
perspectiva moldea de nuevo sus dolores antiguos. Entrará entonces
en una etapa de descaro en la que pueda reírse de sus desgracias y
aceptar con resignación las de los otros. Se apropiará de sí mismo y
entenderá que todas y cada una de las cosas que le han ocurrido lo han
traído hasta este lugar, que no puede culparse por no haber sabido lo
que ahora sabe. Compartirá su vulnerabilidad con otras personas
hasta que la valentía de la honestidad aligere sus hombros.

Durante el tiempo en el que esté trabajando con y por otros sabrá muy
profundamente que también lo hace por sí mismo, porque lo necesita,
porque le llena y ahora puede exudar sus amarguras. Soñará en
conjunto con otros y se llenará de esperanza de que alguien entienda
lo que le ha ocurrido. Creerá que es el único al que esto le ha pasado
y luego despertará para darse cuenta de que son vivencias recurrentes
92
1
101

al trabajar con comunidad. Esa esperanza de una empatía compartida


se verá vivificada en la emoción con la que cuenta sus experiencias, en
el contacto con las personas que ha conocido, en la magia que le llena
la frente de tranquilidad al aceptarse humano, vulnerable; al asumirse
como poseedor de las facultades para definir su futuro. En ese
momento otras personas entenderán su proceso, se sentirán inspiradas
o al menos picadas por una curiosidad morbosa de saber en dónde
estuvo, qué hizo, cómo sería vivirlo en carne propia o en otros
contextos, y ahí, en ese atisbo de curiosidad externa, ese proceso que
usted realizó se vuelve sostenible, replicable. Se extiende.

Aprenderá y recibirá muchísimo más de lo que puede dar. Encontrará


otros escenarios del conocimiento y entenderá que no puede salvar
a nadie; solo puede apoyar, recibir, escuchar atentamente, colaborar
desde la sinceridad, absorber y respetar cada una de las experiencias
vividas. Se sentirá en deuda por todo lo que ha recibido y a causa de
esta deuda eterna finalmente tendrá la necesidad de sintetizar todo
lo aprendido en una manifestación material, pero cualquiera que sea
será insuficiente, pues no puede resumir en un elemento infinidad de
miradas, de sonidos, de aromas, de golpes, de temperaturas, de con-
versaciones… pero puede intentarlo. Son estas las cosas que siempre
llevará consigo, que alimentarán sus reservas de energía al momento
de enfrentarse de nuevo al ciclo interminable de la vida.
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1
101

EL ALUVIÓN:
EL PERDÓN COMO
REVOLUCIÓN
96

San Vicente del Caguán, octubre 17 de 2019

N
o para de llover. Cada vez que tratamos de acercarnos la tie-
rra se mueve más y más, nos ahuyenta. Este ha sido el viaje
más largo de todos. Viajé sola por 48 horas a causa de los
derrumbes en las vías caqueteñas mientras la tierra roja se soltaba cada
vez más por el paso del agua, que la golpeaba constantemente. En el
camino de Florencia a San Vicente se sentó junto a mí un soldado, se
presentó como Juan, a un año de jubilarse y con un oficio actual de sol-
dado constructor de casas; él cree firmemente en el trabajo colectivo y
asegura que eso es lo que va a salvar al país.

Su madre, Doña María, ha sufrido por décadas, pues tiene 3 hijos: dos
de ellos soldados y uno guerrillero de las FARC – EP. Juan cuenta que
en muchos momentos de combate, durante los tiempos de guerra, mi-
raba a la cara antes de disparar para estar seguro de que aquel en su
mira no fuera su hermano.

Me cuenta tranquilamente cómo muchas veces se ha sentado con su


cuñada, también guerrillera, a charlar y concluir entre risas cuánta
bala se estarían dando si no estuvieran ahí hablando; espera ver de
nuevo a su hermano y hacerle saber que lo apoya, que entiende su
lucha, que es la misma suya. Me cuenta así mismo que antes de sus
días de soldado alcanzó a trabajar unos años para los paras7 pero se
cansó de la pesadez de ese trabajo.

7. Grupos paramilitares
1
101

Durante sus días de combate tuvo que dispararle a muchachos que


no parecían guerrilleros, porque se lo ordenaban, para entregar lo
que le era exigido; ahora solo desea descansar, no tener que disparar
y solo construir. Así sean simples casas, construir.

La conversación continúa en el mixto8 en el que nos transportamos y


me muestra su libreta militar; en ella se ve otro nombre que no es Juan,
y le pregunto por qué me dijo un nombre diferente al de nacimiento, a
lo que responde que ese es el nombre con el que lleva combatiendo casi
20 años en todos los bandos, y replica “mi nombre es Juan como le dije
porque es el que yo decido tener y tendré cuando esté descansando”.

El aluvión finalmente nos permite seguir y nos despedimos en una


vereda antes de mi destino. Me siento agotada como nunca, me pesa
el cabello por toda la tierra roja que carga del camino, me pesa la piel
por el sudor húmedo de la selva, me pesa el corazón por lo que acabo
de escuchar. Durante este proceso he notado algo luego de cada viaje
en mí y en mis compañeros y allegados, en los excombatientes y en
los colegas indígenas con los que he estado conviviendo; y es que el
cansancio, luego de una larga y productiva faena, se nos ve en la piel,
como si entre más productivo el proceso más agotados termináramos.
Luego de labrar, cocinar, bailar, llorar, se nos ve en la piel cómo poco a
poco ese proceso de renovación se lleva algo de nosotros. Es como un
aluvión que limpia con la fuerza de las aguas y revuelca el sedimento
de nuestras inquietudes.

8. Bus sin puertas


98

Al llegar al espacio territorial me asiento y preparo maderas selváticas


que he recogido con el ebanista, Don Edilberto, para construir
formaletas. Poco a poco llegan a visitarme los amigos que llevo
viendo todo este tiempo, recopilo entonces los escritos “yo soy…” y
los aglomero junto con los otros. A todas las personas que han
intervenido en este proceso les he pedido que me digan quienes
deciden ser, y ellos han respondido: yo soy(palabra).

Ahora llego a ellos una vez más sabiendo que el único manifiesto que
falta es el mío. Al anochecer entro a mi caleta9 y pienso realmente en
quién soy, en si he llegado a ese perdón, a autodefinirme por encima
de lo que me ha ocurrido, a decidir quién soy.

Lloro.

No soporto estar encerrada y camino por el campamento, la luz


eléctrica se va y camino a oscuras, bajo la lluvia. Todo suena húmedo,
todo huele a verde. Veo todo como si fuera la última vez que lo fuera
a ver: el suelo, los pollos, los perros, la luna… pero también veo hacia
atrás: el dolor, la duda, la pequeñez. Me detengo frente a la mata10,
agotada de caminar, empapada, limpia. Una profunda voz conocida
pregunta amablemente “¿Quién anda?” y le respondo “Yo soy
Carmen”.

A la mañana siguiente recibo chocolate con cancharina11 en la ran-


cha y siento la ligereza de mis hombros. Entiendo que ese perdón
que he estado buscando ha llegado tras un largo y tortuoso proce-
so; se ha llevado parte de mi como el sedimento que el agua levanta
9. Habitación.
10. Selva
1
101

del lecho del río, cuya corriente ha arrastrado a otros en un aluvión


de voces al unísono. También entiendo que este proceso es continuo y
de constante renovación: la corriente del río nunca se detiene. Vuelve
entonces a mí el cuestionamiento inicial: ¿Puede ser el perdón un acto
revolucionario por su objetivo liberador, transformador y constructor?
Este proceso es diferente para cada persona –su temporalidad varía de-
pendiendo del individuo–, pero tiene varias cosas en común: pulsa las
fibras más sensibles, implica un esfuerzo de conocimiento y
reconocimiento que determina la posición de sí mismo, un devenir en
presente.

¿Puede una afirmación manifestar un acto de perdón? ¿Pueden las


palabras ejercer una transformación? para responder esto me remito a
una frase de Héctor Abad Faciolince: “El conjuro, si sirve, no es más que
un sonido, lo que cura es el aire que exhalan las palabras”. Y con estas
palabras las acciones implícitas que le devienen.

Entonces, sin el interés de manifestar verdades absolutas, me baso en


este largo proceso –que me ha atravesado el cuerpo y la vida– para
considerar estas nuevas nociones de la revolución como una
creatividad inherente al humano y el perdón como una autodefinición
de lo que se es por encima de las grietas emocionales, físicas y
circunstancia- les existentes. Desde mi experiencia –y lo que pude
observar de la de aquellos que hicieron parte del proceso– puedo
afirmar que el perdón tiene un carácter revolucionario en cuanto es
profundamente transformador, pero además tiene otro aspecto de
igual importancia: es re- novador, generando procesos de resistencia
individuales y colectivos

11. Tortilla frita hecha de harina de trigo y queso.


12. De la zona del Yarí, área dentro de la que se encuentra la vereda Playa Rica.
100

que, aunque pequeños, son relevantes a largo plazo en los proyectos de


vida de cada uno de nosotros, y en los proyectos que aspiramos para
nuestros respectivos contextos.

¿Qué queda entonces como resultado? La metodología previamente


expuesta ha sido aplicada y, como corolario necesario al proceso
investigativo, ha surgido una instalación escultórica que resulta de
todos los elementos que han sido patrones en este recorrido: el
transitar, la palabra, el agua que limpia y el rizoma, el hormiguero y el
coral. Escojo este medio porque permite manifestar de manera
concisa la necesidad inherente de reconocerse, de darse casa y de auto
determinarse en su voluntad como lo menciona Brea, pero también
de involucrar al público en un ápice de la experiencia que he tenido
durante esta investigación en un proceso colectivo completo.
Mediante el proceso de ejecución de la pieza, utilizando las
formaletas construidas en la serranía y el cemento rojizo como la
tierra yariseña12., noto que mis manos se cansan, que el sedimento se
lleva parte de mi piel y hace que se renueve, que el aluvión atraviesa
mi cuerpo en este proceso , de principio a fin.

La instalación es de carácter participativo y requiere de la activación


voluntaria del público, como el acto de perdonar, de autodefinirse.
Esta instalación se compone de un recorrido rizomático de tierra roja
–como la que he traído en mis botas y cabello durante cada viaje– en el
que se encuentran los testimonios grabados que he recopilado en estos
casi 2 años, acompañados de los manifiestos de las personas que me
han intervenido –quién decide ser cada persona–. Estas afirmaciones
sólo pueden ser reveladas al aplicar agua, con la lluvia o en un acto
de limpieza y de descubrimiento conjunto del espectador. Se invita al
1
101

espectador a recorrer este rizoma cartográfico y a descubrir por medio


de la tierra y el agua, a encontrar poco a poco ese aluvión que destruye
y renueva, que limpia y que acumula resistencias labradas en la cálida
madera de las palabras.

Queda así mismo como resultado una experiencia


metodológicamente aplicable a otros contextos y por medio de otros
entes investigativos para utilizar el perdón, desde la experiencia
estética, como un agente transformador y generador de cambio. Las
variables son infinitas y así mismo las posibilidades. Este recorrido
que he realizado es apenas el comienzo de resistencias más grandes,
esta es la primera creciente de un gran aluvión.
102
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105
106

Epílogo

Siempre es importante auto cuestionarse y manifestar el


constante movimiento astronómico que compone la
existencia, en este devenir he reconcomido ciertos aspectos
que continúan en volátil discusión y se transportan a partir
de la experiencia variable, he aquí algunas consideraciones
finales en cuanto a este proyecto de investigación creación:
_______
El concepto de perdón fue escogido, por su naturalización
inicial procedente de las circunstancias previamente
narradas pero además por la serendipia de sus raíces
etimológicas, la palabra perdón, del latín perdonare, con el
prefijo per que significa total o completamente y donare
que significa dar. Perdonar es dar totalmente y ese dar ha
sido la constante durante este proceso de investigación, he
encontrado a esta población, este motivo y todas las
circunstancias adyacentes gracias a la necesidad de dar, de
dar de sí mismo para sanar, para sanarse a sí mismo
encontrando a otros. Dar es la manifestación primigenia de
la libre humanidad, dar de sí mismos.
_______
Las nociones de arte relacional mencionadas previamente
con tendencia a las planteada por Nicolas Bourriaud ,
aunque se acercan a las experiencias planteadas durante el
ejercicio investigativo de este proyecto no cubren
completamente el espectro de la inmersión del artista pues.
Los Ejercicios de relaciones cotidianas planteados desde
estas nociones manifiestan al artista desde una posición
observadora ante las interacciones de los individuo, en
cambio, las interacciones planteadas en esta investigación
107
han surgido de manera espontánea y se componen
principalmente de la permeabilidad de mi papel como
artista, para fusionarse y permitirse una profunda
vulnerabilidad que es la que permite el acceso a la
vulnerabilidad de otros, estas interacciones además
atraviesan espacios temporales diversos que constituyen un
arte relacional con mayor tendencia a la experimentación
en sí mismo y a la completa apertura del ser, incluso si esto
implica la eliminación total de la noción de artista y las
barreras, a veces protectoras que esta implica.
________

Al proponer una metodología como en “Un ombligo


replicado” basada en los procesos internos que ocurrieron
en mi transformación para ser aplicado a escenarios
internos se incita, casi de una manera explícita, a una
metodología en donde el investigador eje sea el conejillo
de indias para interpelarse a sí mismo y solo así interpelar
a otros, sin embargo esta metodología puede ser además
ampliada a términos más rigurosos que se acerquen a
consideraciones como las de Orlando Fals Borda 1 3 en
donde la investigación de acción participativa se utiliza
para llegar a alcanzar un conocimiento profundo de un
contexto social . Si fusionamos estas consideraciones de
Fals Borda con las nociones de arte relacional de
Bourriaud , es posible, desde mi perspectiva, llegar a una
metodología de investigación en arte relacional que
involucre la rigurosidad de un proceso cualitativo de
carácter social con la sensibilidad de la vulnerabilidad
compartida que propongo para una nueva consideración
del arte relacional en contextos actuales :entonces esta
nueva noción de investigación en arte social con caracteres
111
3 Fals Borda y Rodríguez Brandao C. (1987) Investigación Participativa. Montevideo: La Banda
Oriental. FALS BORDA, Orlando y MD. ANISUR (1991) Acción y conocimiento: Rompiendo el
monopolio con la IAP. Bogotá: Rahman.
108

relacionales obtiene profundidad contextual por sus


características procedimentales de indagación introspectiva
colectiva y trascendencia sensible por la completa apertura
del artista dentro del proceso de investigación. Esta es la
propuesta que ha sido aplicada en este proyecto y que
pretende ser profundizada en la extensión sustentable de
mis procesos personales y así mismo artísticos.
______

El resultado hasta la fecha de esta investigación se


compone de este texto, la instalación insitu mencionada
previamente, las interacciones analécticas que se
desprenden de esta y un corto que recopila los recorridos
registrados durante la investigación, las piezas funcionan, a
la mejor manera de un rizoma, de forma independiente y
conjunta, se alimentan una a la otra pero puede funcionar
por separado de manera ampliada para generar
experiencias sensibles de contemplación, recorrido o
interacción activa. Este rizoma está además implícito en el
concepto de nosotros, un término que se repite
recurrentemente en el texto y en mi dialogo cotidiano y
que para este proyecto tiene varias connotaciones: el
primer nosotros al que me refiero es la familia, mi familia
que se amplía al momento de los viajes al recorrer los
espacios territoriales con nuevos compañeros, ese nosotros,
los viajeros, se involucra con el otros, de los
excombatientes y otros, los civiles e indígenas; estos
distintos grupos de otros se fusionan en un nosotros al
momento de la interacción y generalmente en el espacio
territorial y por medio de interacciones cotidianas. Sin
embargo, es fundamental examinar que esta noción de
nosotros no implica una generalización o universalización
de los individuos sino que otorga el descubrimiento de
puntos de encuentro por medio de fenómenos universales
(como el perdón) que reconocen dichas diferencias y
109
libertades individuales, entonces este término nosotros, es
reconocido como una agrupación de unicidades alrededor
de la universalidad de los fenómeno de la existencia.
_______
Las posibilidades y variables de este proyecto están sujetas
a sus aplicaciones en otros contextos, por lo tanto son
infinitas, estas aproximaciones de desarrollo se acercan
además a nuevos derroteros que acercan el perdón a
nociones de agradecimiento manifiesto desde la
experiencia sensible e incluso, gracias a la palabra como
campo de trabajo, a la traducción como potencial detonante
de nuevos contextos, es decir, al aplicar estas metodologías
y fenómenos a otros contextos con otros idiomas. La
sostenibilidad del proyecto es entonces, proporcional a la
necesidad de la investigación en este fenómeno.
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cessed 9 Jul. 2019].

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